Arquidiócesis de Guadalajara, A.R.
N.º 43 • XXX DOMINGO ORDINARIO, Ciclo C
23 de Octubre de 2022
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El publicano regresó a su casa justificado y el fariseo no
n el Evangelio de este domingo, el Maestro nos ofrece una parábola para que evitemos esa ingenua presunción que algunos �enen de ser justos a los ojos de Dios por el simple hecho de que cumplen con las formas exteriores de la religión. Ir a Misa cada domingo, rezar el Rosario o la Coronilla de la Misericordia cada día, etc., son medios esenciales para nuestro crecimiento y progreso espiritual; sin embargo, resultan insuficientes si falta la caridad hacia con el prójimo. En la parábola, el Señor habla de dos hombres: un fariseo que cuida de cumplir diligentemente
con sus deberes religiosos, y un publicano que durante su vida a come�do errores, pero se arrepiente de sus pecados y, con humildad, pide a Dios que se apiade de él. Lo ideal habría sido que ambos hombres salieran del templo jus�ficados, es decir, hallados justos, gratos a los ojos de Dios. Sin embargo, no fue así. El publicano, por su ac�tud humilde, por su arrepen�miento sincero y su oración veraz, alcanzó la gracia del perdón de Dios. Pero el fariseo, con su ac�tud arrogante y el desprecio de su prójimo, anuló el mérito que tenían sus buenas acciones y se volvió detestable a los ojos de Dios. De nada sirvieron sus prác�cas exteriores, ya que en su interior no había amor. De no haber sido así, claro que también habría salido jus�ficado de la presencia de Dios. Esto nos hace pensar en que debemos perseverar en nuestras prác�cas religiosas, pero sin descuidar el amor al prójimo, pues el desprecio del hermano es algo que nos vuelve desagradables a los ojos de Dios. Recordemos que el amor al prójimo es un impera�vo para el cris�ano: «Un mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros como yo los he amado» (Jn 13,34). Y es que «el amor es de Dios y todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios, mientras que el que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor» (1Jn 4,7-8) por eso, «si alguno dice: yo amo a Dios, pero aborrece a su hermano, es un mentiroso; porque el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto» (1Jn 4, 20). Así que, ¡cuidado con despreciar a nuestros hermanos!
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