Arquidiócesis de Guadalajara, A.R.
N.º 41 • XVIII DOMINGO ORDINARIO, Ciclo B
10 de Octubre de 2021
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Vende lo que tienes y dalo a los pobres
oy, en el Evangelio, descubrimos que cuando Jesús quiere poner a prueba al discípulo para ver si realmente es un hombre nuevo, le pregunta: ¿eres capaz de dejar tus riquezas por algo que crees mejor? Alguien podrá preguntar: ¿y a todos se nos exige esta total renuncia? La respuesta no puede ser sino positiva. Para entenderla, antes es necesario comprender lo que significa la libertad interior del corazón. A la mayoría de nosotros no se nos exige que vivamos en la total pobreza. Al contrario, entendemos que es nuestro deber disponer del trabajo que nos permita ganar el dinero suficiente para sostener a nuestra familia y prever un futuro prometedor. Si todos vendiéramos mañana nuestros bienes y diéramos el dinero recaudado a los pobres, al cabo de muy poco tiempo el país acabaría sumido en la más espantosa miseria. Lo que Jesús propone en el Evangelio no es un programa económico-social, sino una actitud del corazón; es decir, que tengamos nuestros bienes y dinero, pero haciéndonos a la idea, con toda lealtad, de que ese bien pertenece a toda la comunidad, particularmente a los pobres. De más está decir que los primeros pobres o necesitados son los hijos, pero sucede a menudo que nuestros bienes exceden largamente la necesidad familiar, y entonces, la libertad frente a los bienes y nuestro ideal evangélico nos deben impulsar a compartirlos con los que tienen menos o nada tienen. Es decir, el auténtico cristiano debe vivir este Evangelio como una realidad. No lo hará, ciertamente “vendiendo sus bienes y repartiendo el dinero”, pues hoy ese método no serviría ni siquiera para resolver el problema de los pobres. Todos entendemos, por ejemplo, que quien tenga una fábrica con doscientos obreros, cumpliría pésimamente el Evangelio si vendiera su fábrica y repartiera el dinero entre los pobres que, al cabo de un tiempo, sin dinero y sin trabajo, estarían
peor que antes. El amor a los pobres tiene hoy una forma de realizarse distinta a la de los tiempos de Jesús. Pero el espíritu del Evangelio es el mismo: el cristiano, desde el momento en que hace su opción por Jesucristo y por el Reino de Dios, demuestra la sinceridad de esa elección compartiendo sus bienes con los más necesitados. Lo podrá hacer con un método o con otro; pero su corazón debe estar desprendido de sus bienes, y en ese desprendimiento sigue a Jesús como bien supremo.
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