Hoja Parroquial - 5 de Octubre de 2014 - Num. 40

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N.º 40 • XXVII DOMINGO TIEMPO ORDINARIO CICLO A

• 5 de Octubre de 2014 •

Cuando el tiempo de dar fruto se acaba

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xiste, por una parte, un propietario que se preocupa porque el viñedo de su propiedad esté bien cuidado; que sabe que, de antemano, puede dar fruto. No es un lugar donde no se puede hacer nada, sino que es un lugar adecuado para que se dé la uva. No todo lugar sirve para la cosecha, pero este espacio sí es el adecuado. Los que vayan a trabajar en él, no pueden poner como pretexto que ahí no se puede cosechar. Ahí va a haber fruto si se trabaja. El único motivo para que no haya beneficios es que no se haga nada. Mucha atención Pero, además, el propietario pone más elementos para que los trabajadores tengan las condiciones adecuadas para desarrollar su labor. Y hasta construye una torre para el vigilante, por si hubiera alguien que se atreviera a hacerle algún daño al terreno, y echara a perder el rendimiento de lo que con tanto sudor se pudo adquirir. Es decir, todo está en favor de los que ahí laboren. Lo único, pero muy importante y trascedente, es que hay un propietario, buen propietario, preocupado por su tierra y por sus operarios. Se trata de un propietario, por otra parte, que quiere pedir rendimiento de lo que le deja a los trabajadores. No es descuidado. Quiere frutos. Por eso se ha preocupado para que no falte lo necesario. El terreno no es de los que lo cultivan, el terreno tiene un dueño. Éste es su privilegio, pero también su responsabilidad. Además, el dueño tiene que cuidarlo porque vendrán otros que también necesiten ganarse el pan, por lo que hay que mantener en orden y en buen estado todo lo que se relacione con el viñedo.

De nada sirvió Era tan buena la tierra para aquellos a los que las alquiló, que cuando llegó el tiempo de la cosecha, los inquilinos ya se habían apoderado de lo que no era suyo. Se quisieron sentir los nuevos dueños. Aquello se trataba de un robo, pero también de una ingratitud, y no sólo esto, sino de una crueldad. Fue una maldad sin medida. El propietario envió a personal de su confianza para que recogieran lo que, por derecho, le pertenecía, y no sólo no quisieron cumplir lo convenido, sino que, además, trataron mal y mataron a los embajadores del titular de la tierra. Y para acabarla de lamentar, cuando el propietario pensó que enviando a su propio hijo las cosas se iban a componer, resultó peor. Ya envalentonados, ya engreídos de amor propio, con una soberbia que los sobrepasaba y les impedía razonar aunque fuera un poco, con un egoísmo y una ansia de tener lo que no era suyo, y un afán desmedido por conseguir una propiedad, aunque fuera a costa del dolor, de la injusticia, y de la muerte de otro, también matan al heredero, al predilecto del dueño. Se acabó la paciencia ¿Qué esperaban que hiciera éste? ¿Qué, acaso, los ladrones y salteadores no cayeron en la cuenta de la autoridad del propietario? ¿No calcularon su poder? ¿Acaso pensaron que estarían

tentando al mismo señor de tantas y tantas cosas? ¿Apreciaron más el terreno, el mundo, sus frutos, que sus propias vidas? El propietario, luego de tener mucha paciencia, ya no quiso que se cometiera una injusticia más. Su enojo no sólo fue por la ingratitud y abuso de confianza de los jornaleros, sino porque no pensaron, por su falta de cerebro para deducir que con el dueño no se pueden meter. Le pueden pedir clemencia y misericordia (que no lo hicieron), pero no pueden retarlo ni directa ni indirectamente. Si no eran inteligentes, por lo menos que tuvieran sentido común, pero ni esto. ¿No es, acaso, esto mismo lo que hacemos o dejamos de hacer los cristianos de este tiempo? Dios nos ha puesto en una viña que es de su propiedad, no es nuestra. Nos la ha dado con todos los cuidados del mundo, para que no nos falte lo necesario, pero hay o habemos malandrines que no sabemos aprovechar este beneficio, que pensamos que lo que tenemos sólo nos pertenece a nosotros. La gracia nos la da Dios, además de los bienes materiales, no para que la desaprovechemos, ni para ser ingratos, ni para asesinarla con nuestras acciones inútiles. Nos la da para que crezcamos y tengamos aún más. Y si no somos nosotros los que la aprovechamos, vendrán otros que sí la aprovecharán. Ya podemos contar historias concretas, conocidas y personales que son ejemplo que aprender.

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