Arquidiócesis de Guadalajara, A.R.
N.º 40 • XXVII DOMINGO ORDINARIO, Ciclo B
3 de Octubre de 2021
Fundada el 4 de junio de 1930. Registro postal: IM14-0019, impresos depositados por sus editores o agentes. INDA-04-2007-103013575500-106
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Lo que Dios ha unido
ste domingo nos presenta un texto evangélico que contiene dos argumentos: “que el hombre no separe lo que Dios ha unido”, y “el que no recibe el Reino de Dios como un niño no entrará en él”. Son las dos caras de una misma moneda. Dios es unidad y, habiéndonos creado a su imagen, también nosotros estamos llamados a la unidad. Dos encantos: el matrimonio como unión fiel e indisoluble del hombre y la mujer, y el recibimiento de los niños y el respeto a su dignidad. La contraparte está en la dureza de corazón, que está en contraste con la intención originaria de Dios. La esclerocardia no sólo impide vivir los valores de la auténtica humanidad, sino que ni siquiera permite entenderlos. No se entiende el amor como don de sí mismo a otra persona, como don recíproco y comunión. Es entonces cuando se entra en la lógica del poder y de la posesión que reduce al otro a mero instrumento para usarlo. Consecuentemente, la convivencia se convierte en convergencia de intereses y de egoísmos que terminará seguramente en conflictos y separación. La eventual llegada de los hijos puede ser rechazada incluso con el aborto o pretendida como una posesión para la propia gratificación, degradando su dignidad de personas. En la familia, el amor, en cambio, permite compartir la vida cotidiana. Todos los miembros de una familia se educan recíprocamente: los esposos se educan el uno a la otra y viceversa, los papás educan a los hijos y los hijos educan también a los papás. No abaratar “No se debe abajar la montaña, es necesario ayudar a las perso-
nas a subirla, cada quien a su propio paso”. Es tarea de la Iglesia Universal, de la Iglesia Diocesana, de la Iglesia doméstica señalar la montaña con toda su altura, es decir, enseñar integralmente (sin descuentos) la verdad. Al mismo tiempo, es labor de la Iglesia acompañar maternalmente a las personas en su ascenso, o sea, ayudarles a vivir la verdad, que la comprendan y que la pongan en práctica. ¿Por qué el matrimonio es para toda la vida? Porque el Señor así nos ama, nos ama desde siempre y para siempre. El Señor nos ama, nos perdona, nos revitaliza. Nuestra oración al respecto ha de ser mirando a Dios y pidiéndole que derrame en nosotros su Espíritu, que nos enseñe el arte de amar y de perdonarnos. El mundo nos propone un modelo de relaciones inmaduras “usa y tira”. Jesús, en cambio, nos propone un amor maduro, fiel y fecundo, amor que escucha, que comprende, que atiende. Conviene rezar juntos en las casas, así como cultivar la ayuda recíproca, el agradecimiento mutuo y el servicio desinteresado. Éste es el proyecto de Dios: que nos amemos en serio, intentando siempre reconstruirnos y mejorarnos. Por último, no osemos impedir a los niños que se acerquen a Jesús: enseñémosles a rezar, llevémoslos a recibir los sacramentos, no les “estorbemos” en su relación con Dios. Los niños no van a ir solos al templo, tienen que ser acompañados por su papás y padrinos, ese fue el compromiso adquirido el día que los bautizaron. No los alejemos de Dios con nuestro mal comportamiento, con nuestra desidia y nuestra pereza espiritual. Es natural que un niño quiera acercarse a lo sagrado, es gran inmadurez que nosotros se lo impidamos.
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