N.º 38 • XXV DOMINGO ORDINARIO, Ciclo C
Arquidiócesis de Guadalajara, A.R.
18 de Septiembre de 2022
Fundada el 4 de junio de 1930. Registro postal: IM14-0019, impresos depositados por sus editores o agentes. INDA-04-2007-103013575500-106
E
No pueden servir a Dios y al dinero
n el Evangelio de este domingo, el Maestro nos exhorta a tener cuidado de nuestra ac�tud frente a los bienes materiales, concretamente, frente al dinero. Como bien sabemos, el primero de los mandamientos (“amarás a Dios sobre todas las cosas”) condena el politeísmo: «Yo, el Señor, soy tu Dios, que te ha sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre. No habrá para � otros dioses delante de mí. No te harás escultura ni imagen alguna, ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la �erra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la �erra. No te postrarás ante ellas ni les darás culto» (Ex 20, 2-5). Exige al hombre no creer o venerar más dioses que al Dios único y verdadero. La Sagrada Escritura recuerda constantemente este rechazo de los «ídolos de oro y plata, obra de manos humanas», que «�enen boca y no hablan, ojos y no ven», ídolos vanos que hacen vano a quien les da culto: «como ellos serán quienes los hacen, cuantos con�an en ellos» (Sal 115). Dios, por el contrario, es el Dios vivo, que da vida a quienes le son fieles.
La idolatría consiste, pues, en divinizar lo que no es Dios. Hay idolatría desde el momento en que el hombre honra y reverencia a una criatura en lugar de Dios. Trátese de dioses o de demonios (como en el satanismo), del poder, del placer, del dinero... «No pueden servir a Dios y al dinero», dice Jesús, porque «no hay criado que pueda servir a dos amos, pues odiará a uno y amará al otro, o se apegará al primero y despreciará al segundo». Así que, quien se obsesiona por el dinero, quien gasta y desgasta su vida solo con el afán de acumular riquezas, quien está dispuesto a hacer todo por adquirir los bienes de este mundo, ha hecho de él su dios, y rechazando el señorío de Dios acaba perdiendo su comunión divina. Con esto, no queremos decir que se ha de satanizar al dinero en sí mismo, ni que debemos renunciar a lo que es legí�mamente necesario para llevar una vida digna, sino que, más bien, evitemos dar el corazón a las riquezas de este mundo, restando o anulando el valor supremo de los bienes espirituales. Pongamos cuidado en ello.
1