Arquidiócesis de Guadalajara, A.R.
N.º 37 • XXIV DOMINGO ORDINARIO, Ciclo B
12 de Septiembre de 2021
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Tiene que ser Condenado
l Evangelio de hoy presenta la gran afirmación de fe, que Pedro profesa y sobre la cual Jesús anuncia que se fundamentará su comunidad de seguidores, sostenida con la fuerza de Dios. Nos transmite, sobre todo, la preocupación de Jesús ante el hecho de que su mesianismo será mal entendido por sus discípulos. Porque, en efecto, es mal entendido: Jesús mismo llamará "Satanás" a Pedro, que lo acababa de confesar como Mesías. Ésta es la afirmación fundamental del Evangelio de hoy: nuestro Mesías está clavado en la cruz. Detengámonos a pensarlo. Nuestro Mesías, aquel a quien queremos seguir, aquel a quien reconocemos como camino de vida, como presencia definitiva de Dios entre nosotros, es un hombre que hace dos mil años fue ajusticiado, condenado, por los romanos, colgado en una cruz a las afueras de Jerusalén después de múltiples vejaciones y torturas. La historia sólo dice eso de él. El resto, su resurrección, la vida que en él encontraron sus discípulos y que nosotros continuamos proclamando, es algo que pertenece a nuestra fe, no tiene demostración posible. No es extraño que Pedro le dijera que aquello no podía ser. Él había reconocido convencidamente que en Jesús había un camino que superaba a cualquier otro camino, y que siguiéndole a él esperaba encontrar una vida definitivamente valiosa, la vida que Dios había prometido a su pueblo. Y Jesús no niega que él sea el camino de Dios, el Mesías que viene a cumplir las promesas de Dios. Pero le explica de qué manera cumplirá estas promesas, y eso Pedro ya no lo puede comprender ni asumir. A nosotros, a diferencia de Pedro, las afirmaciones de Jesús no nos sorprenden en absoluto: las hemos oído y dicho muchas veces. Pero eso no quiere
decir que realmente las hayamos asumido. ¡Creer que Dios se manifiesta en la cruz, en la fidelidad al amor hasta la cruz! ¡Creer que Dios no quiere ningún tipo de poder e influencia en el mundo que le pueda asegurar un mínimo de éxito y le pueda ahorrar el fracaso infamante del ajusticiamiento de los esclavos. ¡Creer que éste ha de ser también el criterio de actuación de cada creyente y el criterio de actuación de la Iglesia!
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