Hoja parroquial Arquidiócesis de Guadalajara, A.R.
Nº 40 • Domingo XXVII Ordinario C • 3 de Octubre de 2010
Fundado el 4 de junio de 1930. Registro postal IM14-0019, impresos depositados por sus editores o agentes INDA-04-2007-103013575500-106
Violencia e injusticia... ¿hasta cuándo?
E
stos tiempos, como los del profeta Habacuc, son tiempos de opresión y violencia, y la queja para Dios, así como el rezo necesario y repetido, debe ser: “¡¿Hasta cuándo?!”. Esta impaciencia que frecuentemente nos agobia, parece tener más silencio que respuesta; se nos hacen eternos los tiempos para aguantar. Sin embargo, Dios tiene una respuesta, y con ella la impaciencia se convertirá en expectación; en una esperanza que se vislumbra... ¡No fallará, aunque tarde, espérala! Dios nos invita a la confianza, en la que el ambicioso fracasará, y el inocente vivirá. NO preguntemos cómo… La pregunta correcta para dirigir a Dios en nuestras oraciones es: “¿Qué puedo y debo hacer yo, en este mundo tan difícil?”. ¡Atente a lo bueno! Todavía resuenan las grandes celebraciones por el Bicentenario y esperamos un poco más para las del Centenario. Independencia y Revolución que todavía van a caballo entre el inicio y el final de logros, aunque sean modestos. Se ha vertido bastante sangre y muchos esfuerzos. Todavía no vislumbramos la orilla, pero ciertamente ya hay ciertos avances, aunque sean incipientes. Y aún queda mucho camino por recorrer. Es importante, como creyentes, poner atención a la invitación de San Pablo en la segunda lectura. Habrá que ser fieles a la sana doctrina. El
Espíritu que Dios nos dio es de fuerza, amor, templanza... no lo abandonemos. Nada de cobardías. No seamos gente mediocre o personas a las que nos asuste la idea de hacer el mínimo esfuerzo. Los antiguos decían citando la Biblia: “La vida del hombre es una batalla sobre la tierra”; NO nos dobleguemos antes de tiempo. “¡Señor, auméntanos la fe!” Esta es la verdadera oración del discípulo; de ese discípulo que aprende a seguir al Señor. Es también la verdadera oración del apóstol, del que ya se siente comprometido para compartir con los demás. Debemos tener fe para perdonar, tener fe para creer que las cosas pueden cambiar, tener fe para hacer nuestra parte de la tarea en la mejora del mundo. Este mínimo de fe es suficiente para poner
a disposición del discípulo la potencia de Dios. Muchas veces gastamos la mejor pólvora en infiernillos: lo mejor de nuestra energía en criticarnos, descalificarnos y destruirnos. Es demasiado poco el tiempo el que estamos aquí como para pasarlo inútilmente; debemos aprender a realizar aquello que nos pide Dios en cada época de nuestra historia. Vivir de la fe es nuestra tarea, nuestro orgullo, y a fin de cuentas lo único válido que realmente sirve para transformar el mundo. NO se vale ahogarnos en charcos de lágrimas o quejas. Dios, que es de la historia y la creación, hace un llamado al “justo” a la fidelidad y a la confianza. Los creyentes hoy estamos exigidos a tomar conciencia de que hemos recibido del Señor el don de la fe, de la fortaleza y de la caridad. 1