Hoja Parroquial - 11 de Septiembre de 2011 - Num. 37

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Hoja parroquial Arquidiócesis de Guadalajara, A.R.

N.º 37 • Domingo XXIV Ordinario, Ciclo A • 11 de Septiembre de 2011

Fundada el 4 de junio de 1930. Registro postal: IM14-0019, impresos depositados por sus editores o agentes. INDA-04-2007-103013575500-106

¿Cuántas veces hay que perdonar?

S

ería inútil aclarar más el Evangelio del día de hoy, ya que es una parábola clara por sí misma. Tan clara, que cada uno se encuentra reflejado en ella al oírla, y la conclusión final: “Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo si cada cual no perdona de corazón a su hermano”, lleva inmediatamente a pensar en la petición del Padrenuestro: “Perdónanos nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos”. El perdón y la misericordia son actitudes de fondo propias de toda vida cristiana en la Iglesia. Constituyen la característica del cristiano que quiere seguir a Cristo. La Iglesia es una comunidad de perdón y de misericordia. Perdonar al prójimo

También el Antiguo Testamento expone el perdón al prójimo. El texto que hoy oímos es claro, y podemos fácilmente sintetizar su contenido. En él se condenan duramente la cólera y el rencor. Cada uno de nosotros debe tener presente su condición carnal y sus debilidades; a partir de ahí, se

hace difícil condenar a los demás y no perdonarles. Ellos y nosotros formamos parte de una comunidad de deficiencias. ¿Y cómo suplicar en favor de las propias faltas, si no perdonamos a los otros? La vida en Alianza supone el respeto a los mandamientos y el perdón sin rencores al prójimo. ¿Por qué juzgar?

Si aceptamos el Evangelio, si abrazamos la fe y recibimos el Bautismo, significa que aceptamos el Señorío de Cristo, que pertenece-

mos a él: “vivimos para el Señor”. Puesto que todos pertenecemos al mismo Señorío, y somos todos siervos del mismo Señor, ¿por qué juzgar a los demás? “Pero tú, ¿por qué juzgas a tu hermano? Y tú, ¿por qué desprecias a tu hermano?” (Rm 14, 10). San Pablo examina los motivos por los que este juicio resulta impensable. Y es que todos apareceremos ante el tribunal de Dios, donde cada quien rendirá cuentas a Dios por sí mismo. En la comunidad de la Iglesia es preciso, pues, que cada uno perdone a los otros y que se acabe con el juzgarse mutuamente. Puede haber equivocaciones; pero también puede ocurrir que sea legítimo un cierto pluralismo, pensando uno que rinde su servicio de esta manera, y el otro de la otra. No tenemos el derecho de uniformar todo, según nuestras personales dimensiones y puntos de vista. No tenemos que juzgar al prójimo, nosotros que deberemos, lo mismo que él, comparecer ante el tribunal del Señor, a quien todos estamos sometidos en la vida como en la muerte, y a quien hemos profesado nuestro servicio. 1


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