Hoja Parroquial - 05 de Junio de 2011 - Num. 23

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Hoja parroquial Arquidiócesis de Guadalajara, A.R.

N.º 23 • La Ascensión del Señor a los Cielos, Ciclo A • 5 de Junio de 2011

Fundado el 4 de junio de 1930. Registro postal IM14-0019, impresos depositados por sus editores o agentes INDA-04-2007-103013575500-106

Subió a los Cielos L a fiesta de hoy, la Ascensión del Señor a los Cielos, nos debe llenar de optimismo. San Pablo nos ha invitado en su carta a comprender cuál es la esperanza a la que nos llama Dios, y cuál la riqueza de gloria que nos da en herencia a los que creemos en Cristo Jesús, e intentamos seguirle en nuestra vida. La Ascensión nos señala el camino y la meta final: un destino de vida, no de muerte, aunque el camino sea a veces difícil y oscuro. El motivo principal de este optimismo es la promesa que nos hizo Jesús en su despedida, y que hemos escuchado en el Evangelio de Mateo: "Sabed que yo estoy con vosotros todas los días hasta el fin del mundo". No se trata, por tanto, de una despedida, sino de una presencia continuada, aunque sea invisible. Su presencia, y además el don de su Espíritu, es lo que da fuerza a nuestra fe. Como dirá el prefacio, "no se ha ido para desentenderse de este mundo". La Ascensión no es un movimiento contrario a la Navidad (entonces "bajó" y ahora "sube y se va"): desde su existencia gloriosa, libre ya de todo límite de espacio y de tiempo, es cuando más presente está Jesús, el Señor, con nosotros, como nos lo ha prometido.

Los bautizados, discípulos y misioneros

Pero además de ser un motivo de fiesta, la Ascensión es también el recuerdo de que Jesús ha dejado a sus discípulos, y ahora también a nosotros, una tarea a realizar en este mundo. Los ángeles invitaron a los apóstoles a que no se quedaran mirando al cielo. Recibieron

el encargo de continuar la misión de Jesús: hacer más discípulos, bautizar, enseñar... Así como Cristo ha sido el gran testigo del Padre, ahora los cristianos lo tenemos que ser en cada generación, animados por el Espíritu de Jesús: "Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos". Vivimos el tiempo que va desde la Ascensión hasta la gloriosa venida final de Cristo. Un tiempo de trabajo y responsabilidad, de tarea y compromiso. Los cristianos, convencidos y animados por la presencia de Cristo Jesús y de su Espíritu, debemos comunicar a los demás, de palabra y de obra, con un estilo de vida que resulte creíble y elocuente a todos, el mismo mensaje de Cristo. Se nos pide que, en un mundo donde no abunda la esperanza, seamos personas ilusionadas. En medio de un mundo egoísta, que mostremos un amor desinteresado. En un mundo centrado en lo inmediato y lo material, que seamos testigos de los valores que no acaban. Y esto lo deben realizar no sólo los sacerdotes, los religiosos y los misioneros, sino todos: los padres con los hijos y los hijos con los padres, los mayores y los jóvenes, los políticos y los escritores cristianos. Todos estamos llamados a seguir escribiendo esa historia que empezó hace dos mil años. Lo que leemos estos domingos en el libro de los Hechos de los Apóstoles es el primer capítulo. Nosotros, ahora, que estamos en el tercer milenio, difundamos en el mundo, generación tras generación, la buena noticia del amor de Dios, de la salvación de Cristo y de su estilo de vida.

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