Reescritura de Valparaíso V

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CRÉDITOS

Equipo Balmaceda Arte Joven

Directora Ejecutiva: Loreto Bravo

Director Regional sede Valparaíso: Federico Botto

Encargada de Programación: Daniela Fuentes Posada

Productores: Eduardo Palacios, Margarita San Martín

Encargada de Comunicaciones: Loreto Vergara

Encargada de Administración: Joselyn Carvajal

PRESENTACIÓN

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Cinco años han pasado en un abrir y cerrar de ojos. Quién imaginaría que un proceso que partió como una exploración, como una experimentación, tendería a una consolidación de una magnitud como la que hoy el Laboratorio de Escritura Territorial (LET) navega. Con el mandato autoimpuesto de reescribir el territorio, hemos anclado una otra mirada con nuevas miradas, y hemos abierto el imaginario que la ciudad tenía desde las líneas escritas que precedieron nuestra historia.

Comenzamos un año antes de la revuelta, miramos la ciudad desde un mapa, la analizamos, la recorrimos y la contemplamos. La revuelta nos cambió la perspectiva, las derivas tomaron nuevos rumbos y sentidos. Luego, una crisis sanitaria de orden mundial nos obligó a mirar desde la ventana, a volcar las clases hacia lo online, pero sin dejar nunca de mirar.

Este 2022, gracias al financiamiento del Fondo del Libro, tuvimos el LET más largo hasta ahora, con clases cien por ciento presenciales. Pudimos volver a encontrarnos, a mirarnos y a compartir más allá de las voces que escuchamos y los rostros que vimos a través de la pantalla. Volvimos a construir comunidad y a dialogar presencialmente sobre nuestros cotidianos.

Los doce textos que podrán leer a continuación son la manifestación viva de nuestro avance reflexivo y metódico, de esta experiencia que, luego de un lustro, es capaz de mostrar un cuerpo de obra contundente. Estas voces son testigo clave de nuestra época, pues más allá de reflejar una multiplicidad de individualidades (y las miradas jóvenes de diversas formas de habitar Valparaíso), tienen la fuerza de la escritura colectiva.

Pero el LET no se agota en las palabras y en las páginas de este libro. Desde Balmaceda Arte Joven Valparaíso hemos logrado ampliar su alcance. A través de la web www.escrituraterritorial.cl realizamos una invitación a perderse en los textos georreferenciados en el mapa, tanto los que están presentes en este ejemplar como los de las ediciones anteriores de Reescritura de Valparaíso.

Con gran entusiasmo dejamos en sus manos un año más de trabajo colectivo. Este es reflejo de la guía de Cristóbal Gaete como coordinador del proceso, así como de cada miembro del equipo de la sede, que colabora día a día en el desarrollo de un proyecto que, sin lugar a dudas, se ha ganado un espacio en la escena literaria de la ciudad y de la región.

Esperamos que este primer quinquenio no sea más que el primero de muchos y que las voces de las y los jóvenes sigan encontrando aquí un espacio desde donde ser enunciadas.

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LA COFRADÍA DEL CARACOL DE MAR Por

Juana Balcázar

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Roxand Salón

Titi acomoda una silla. El color negro cuerina reluce bajo a la luz artificial. Suspira. Y su madre viene al recuerdo.

–Ser peluquera es como ser parte de la familia. Pero nunca pude ser así con mi mamá. Siempre existió una distancia entre las dos.

Los veinte años en el oficio agudizaron su oído. Entre el tumulto de voces, acentos y azares de pies que entran y salen de la galería, puede sentir los pasos de cualquiera apoyada en el marco del salón, abriendo los labios para preguntar por un corte.

Acá los letreros de neón y su sonidito electrónico hacen juego con la gran cascada metálica cayendo del cielo, un caracol finito empañado por gaviotas y alimentado por la luz de un ventanal. Titi acomoda su pelo negro frente al espejo y contempla el paso del tiempo. Los cristales parecen retratar una escena familiar, distópica, donde los pasillos ven una vez más sus tiendas llenas en un paseo de domingo porteño.

El movimiento de sus manos asemeja las tijeras en las que destinó su oficio. Un primer encuentro, en el liceo técnico de Valparaíso. Se puede decir que, por obligación, no solo de sus padres, sino de las circunstancias de su época. Pero siempre quiso ser actriz.

–Ser peluquera es ser una actriz.

Interpreta el papel de su vida entera encarnado en el olor a tinte. En el olor a talco entre los vaporizadores de cabello de color rojo, esas extrañas máquinas futuristas que ahora se encuentran corroídas por el negruzco hollín del tiempo.

Pero no hay guion escrito. El llanto de su hija parece colmar toda escalera. Toda ventana. Toda baranda. Ser mamá soltera es una campaña extenuante. Y es más desgastante aún la cara de la gente cuando andas con la cría en la micro, cuando la llevas al salón. Y la guagua llora. Y grita. Y la clienta no para de hablar. Si la gente supiera lo que acontece en la peluquería Roxand de la Tres Palacios. Es el cine de los protagónicos, la vida completa de las clientas. Y en ellas una extensión de la Titi.

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La última clienta le trajo un librito pequeño de color azul. Era poesía. Un recopilatorio. Lo acaricia, lo toma del lomo y lo guarda en su pequeño estante. Los libros también están en las peluquerías. Las palabras no son solo de las bibliotecas, de las ferias, de los estantes mohosos. Los salones contienen historias, orales y escritas. Llevar ocho años entre estos espejos y libros intercambiados con sus clientas es adentrarse en el mundo entero de cada persona, porque un libro te dice cosas pero uno regalado más de la gente que te lo obsequia que de las palabras que contiene.

Salón Pelos

–Desde que llegaron los malls, todos se empezaron a ir. Solo quedaron peluquerías.

Anita es la más solitaria de estos pasillos. Su historia en el Salón Pelos nació en el noventa y seis. O en el noventa y siete. No lo recuerda. Titubea. La primera vez que le cortó el pelo a alguien fue un gran acontecimiento, una iniciación.

Lo que más lamenta son los extranjeros. Apaga la voz, su impronta se convierte en murmullo. «El golpe más fuerte fue cuando llegaron ellos». El corte ya no era lo único que esperaba la clientela. De repente los catálogos de otros salones se llenaron de nuevos servicios. Que la barba, que la uña, que la cara, que las cejas. Le van quedando las históricas. Esos cortes que se transformaron en generaciones.

Sus uñas pintadas y sus anillos acomodan el delantal negro que cubre sus piernas. Y su delineado azul metálico suspira la ausencia de sus compañeras. Hay cuatro sillas. Antes de la pandemia estaban llenas; después, solo queda ella. Pero la soledad es una compañía que no la enfada. Más bien la recibe con brazos abiertos. Esa soledad está acompañada del «no me importa». Porque el hacer nada también es el cálido espacio de una vida entera de trabajo.

–Me gusta, pero es explotador.

Suspira de nuevo. Respira aires de querer jubilar y plantar las tijeras finalmente junto al tocador. Ese cajoncito color blanco y rosado crema que parece estar invadido por todo tipo de artefactos. Y un gran espejo donde se mira, como de costumbre. Acomoda las revistas viejas que clienta alguna ha ojeado en mucho tiempo. Nunca se deja de ser peluquera. El pelo puede cubrirse de plateado, pero siempre estará la impetuosa mano que burle al tiempo y que siga manteniendo el recoveco aquel de un caracol que se acomoda al cambio de Valparaíso. Del pedacito de mar que dibujan Unisex Caras, Salón Camila, Femmina y peluquería Gladys.

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Pitty Salón

–Quiero tener mi propio salón. Eso sería bonito –mira el reloj, luego la tarifa de cortes pegada en la pared.

Pitty Salón está inundado de rojo. Desde las letras dibujadas en el cristal de la puerta, hasta las baldosas del piso y los tocadores con ampolletas hinchadas que dejaron de alumbrar hace años. Es la más alta. Y su languidez está cubierta con un delantal ceñido a su figura, que no denota paso del tiempo alguno frente a sus casi cincuenta años. Se ríe. No siempre lo hace. Tiene una jovialidad más bien parca, que se deshace a la hora de conversar.

Primero las canas. Ahora los jóvenes también tienen canas. Luego el estrés. Con la pandemia todo el mundo está violento y apresurado. La pandemia:

–Trabajé a domicilio. Me escondí de los marinos porque en ese tiempo había que pedir permiso para salir. Y entre pedir permiso o pedir perdón, ninguna de las dos.

El internet. Otro tema de conversación que le encanta. Le fascinan estos «nuevos tiempos», aunque su peluquería parezca un santuario ochentero, con una banda sonora que sale de su radio Sony color blanco y una antena metálica que busca señal. No se queda en la nostalgia absoluta y de vez en cuando reniega de la Bolocco pegada en la pared, del póster desteñido, repleto de rostros faranduleros de los noventa con cortes que la gente pedía replicar.

–Vivo con mi papá, tengo un hijo y problemas de internet.

A pesar de esto que parece no encajar, que es un rompecabezas de tiempos distintos, su ilusión por un salón propio que renueve estas paredes la mantiene todavía entusiasmada. Más de veinte años han pasado y la agudeza de sus dedos podría prometer veinte más. Podría romper la nostalgia infinita que parece sucumbir a las peluqueras de Valparaíso.

Salón Hechizo’s

Un asientito desgastado hace juego con el verde de las paredes. La peluquería Hechizo’s se resiste al pasar del tiempo; mejor dicho, no pasa el tiempo donde doña Ninoska. Al mirar la mesa donde hay un gran espejo tipo tocador, se pueden ver las nostálgicas revistas con cortes de los dos mil, flequillos iluminados y rubias medias tostadas con cejas delgadísimas y anchos cinturones.

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–Valparaíso ya no es lo mismo, a veces nos da pena ver como está. El alcalde tiene todo tan botado. Arriba con tijera, ¿cierto?

Como tantas mujeres de clase media que debieron hacer malabares para poder sobrellevar el ritmo acucioso de la cesantía de los dos mil, sacó cursitos por aquí y por allá para poder levantar un negocio que sirviera para por lo menos pagar el gas.

–Porque mi marido me reclamaba tanto: que no estaba en la casa, que para qué trabajar. Pero cuando empecé a comprar las cosas y a pagar las cuentas, ahí cachó que me necesitaba para sacar los gastos de la casa.

Las fotos de Ninoska joven. Un acto de memoria que suponen dos décadas en las paredes de este lugar, del espejo alicaído entre el colorete y el olor a gel. Le pregunta al cliente de dónde viene. Porque en este puerto nadie es de acá, ni de allá, ni de aquí ni de dónde. «Otro puerto», exclama. Abre sus manos, una tijera y una peineta. Comienza a contar su viaje a Mamalluca, al poco tiempo de fallecida su madre, y la historia de cómo se le apareció en aquel cerro del interior del valle de Elqui.

–Yo soy bien escéptica, pero en ese momento me di cuenta que existen más cosas.

Si supiera Ninoska que Mamalluca significa «madre que cobija», quizás todo le haría más sentido.

–Después de ese evento me siguen pasando cosas. Pero eso se lo contaré en un mes más, cuando le crezca de nuevo el pelo.

La micro cierra sus puertas. El viento del plan sube atrevido hasta Playa Ancha, entra por avenida Pacífico y se libera en estos salones náufragos. Que no tienen caracol alguno, pero sí una calle, una línea que comparten. Las peluqueras porteñas parecen haber nacido juntas.

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EL CASTIGADOR RICARDO Por Daniel Valencia

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–Métete las Barbies por la raja.

La señora del Ricardo me cortó el teléfono, había estado intentando llamarla hace unos días. Me guardé el celular. Revisé en el computador a ver si podía cancelar la orden. Iba casi un mes, no he vuelto a trabajar a Philippi.

Cuando el Ítalo me veía sin nada que hacer, me mandaba a hacer weás así, siendo que era obvio que no iba a poder solo. Pasaron fácil diez minutos intentando hincar tremenda weá en la cola del camión.

–Muévase, señorita.

El Ricardo me apartó, levantó la punta del congelador y de una maniobra, ya tenía la mitad arriba. Tenía más fuerza que la chucha, así que a todos en la pega nos servía la buena voluntad, uno terminaba barriendo. Gracias a él, casi siempre se acababa temprano, correspondía ir por un cigarrito y una exprés. Aprovechábamos de compartir entre los vendedores de pescado, los del taller de cámaras y los peonetas. Nos sentábamos en la cuneta a esperar la siguiente instrucción.

–Puta flaco, Philippi siempre está muerto los otros meses, es como si reviviera pal’ año nuevo –el Ricardo me alcanzó la última quemada de su pucho.

–Puta sí, ya estoy reventado.

–Todo sea por las niñas, ¿o no? A mí me pidieron una casa de Barbies, weón.

La jornada empezaba a las ocho de la mañana y terminaba a la hora que le tincara al Talo. Normalmente evitaría a un weón así, pero, al igual que el Ricardo, necesitaba plata para los regalos. Le decíamos el Hediondo, por quitado de duchas, pero por lo paleteado le perdonábamos todo. A veces salía con cada cosa… Uno de los primeros días, un cliente llegó con su señora en feroz auto, de esos vintage.

–Flaco, no entiendo qué mirai tanto, si al auto, a la mina o al weón... A vo’ te dicen la tuerca corrida.

–¿Hediondo, por qué decís esa weá?

–Una pa los víos.

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Alcancé a estar un mes. Había juntado para los regalos de mis viejos, mi hermano chico, solo me faltaba para mi polola. Fue más o menos por ahí cuando el Ricardo llegó con el cómic. Estábamos chatos en un descanso, su Latino después de instalar los paneles, ahí me sacó el tema:

–Cacha flaco, está bacán este weón, es el Punisher que le dicen. La semana pasada mi sobrino me regaló uno de estos que vienen con El Mercurio. Ahí caché que tiene serie en Netflix y hasta película, weón.

–Sí lo cacho, el Frank Castle, como un antihéroe.

–Flaco culiao, a Valpo le hace falta un weón así.

–¿Así cómo?

–Como el Castigador, que se pitee a los narcos, weón. Todos mis cuñaos andan metidos en esa weá, me da no sé qué por mis hermanas –le pegó una calada al cigarro–. Es que te lo digo, flaco, podría ser hasta yo –lo dijo mientras botaba el humo, me reí un poco por lo pasado a películas.

Al llegar la quincena, efectivamente ocurrió. En el descanso nos llevó a un camarín que teníamos. De ahí me pasó un bolsón negro a reventar de lleno, pensé que serían los regalos para sus hijas.

–Flaco, lorea. Me compré de estas weás de bastones, su mariposa y una manopla. Ahora ando blindado, weón. Y cáchate estas –se levantó el buzo–. Me armé estas canilleras, y tamos listos para ir a reventar a estos reculiaos, pero sabís qué, lo mejor es esta weá.

Metió la mano al fondo del bolso y sacó una gabardina. Se la puso y le brillaban los ojos. Me imaginaba una cruza entre el Punisher con guata y el weón más brígido de La Vanguardia, aunque yo sabía que no era facho. Le quise seguir el rollo, quizás debería presentarse en algún evento ñoño al lado de los agentes S.T.A.R.S., si hasta la polera con la calavera alcancé a verle ahí metida, aunque tenía pinta de quedarle chica.

–¿Oye weón, pero y los regalos pa tus cabras?

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–Puta, la plata se me fue acá, pero sabís qué, mi regalo va a ser limpiar la población. Cachai que ayer mismo iba llegando a mi casa en la noche, y justo pillé a unos culiaos vendiendo pasta. Frente al consultorio po weón, el Padre Damián po, weón. Ahí se atienden mis niñas y todas las viejas de los blocks de al frente. No me aguanté, flaco, les saqué la chucha, el bastón apañó caleta. Parece que me pitié a uno, sí.

–Ricardo, ¿qué weá, Hediondo weón? ¿Me estay hablando en serio?

–En serio, flaco, weón. Puta es que me da rabia, uno tiene que ponerse firme, weón. La pobla ya no es lo que era, Las Palmas está llena de domésticos por culpa de weones como estos –se le quebró un poco la voz, me emocionó igual–. Valpo necesita gente como yo, weón, como el Castigador.

Igual hubiera sido entretenido ver a un vigilante que no calificaba ni para los Watchmen. Costaba, pero a ratos me lo imaginaba con el traje, sacado de un panel de cómic. En ese momento no hubiera sido tonto preguntarse por la fantasía.

Pocos días después llegó mostrándome una nota de AlertaNoticias Valpo: se habían piteado a unos locos cargados con falopa, ahí en la Juan Pablo.

–Cacha, flaco, estos son los weones que le vendían a mis cuñados –se le salió una risa, la quiso ahogar, Frank Castle no ríe–. A ver si las cosas se calman ahora.

Me preocupó. Cada día llegaba más ojeroso, tenía los nudillos rotos y era cada vez más un peso en la pega que una ayuda. Seguía igual de malo para la ducha.

Pasaron unas tres semanas. Estábamos en el descanso, el Ricardo capeó toda la pega de la mañana. Pensé en irme a fondear a la oficina, así a lo mejor yo me saltaba la de la tarde. Y ahí lo escuché, sollozando en el baño químico que nos tenían en la faena.

–Tú no entendís, Carla, no puedo volver a la casa todavía, pero no me podís quitar a las niñas... Carla. nunca me iría con otra, pero no puedo irme p’allá, es peligroso ... No, no te lo puedo explicar... Carla, porfa, pásame a la Emilia, por último.

Silencio, un sollozo final. Un golpe estruendoso, el puño había atravesado una de las paredes de plástico. Me fui corriendo a la oficina, ni cagando me quería topar al Ricardo enojado. Al rato él mismo llegó allá a sentarse.

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–Flaco, culiao, no he pisado mi casa en dos semanas. Tengo cachao a unos weones que me andan siguiendo, no puedo exponer a mis niñas weón.

–Ricardo, tenís que salirte de esta weá y virar con tu señora pa otro lado.

–No puedo, weón, queda poco por limpiar allá arriba.

Se prendió un cigarro. Alcanzó a pegarle dos caladas, para cuando llegó el Ítalo.

–¿Cuál de ustedes culiaitos, le hizo el gloryhole al baño?

Me encogí de hombros, el Ricardo ni lo miró.

–¿Saben qué más, par de weones? Se acabó la pega por hoy día, váyanse pa la casa, y ni sueñen con que les voy a pagar el día.

El Ricardo se paró y atravesó la puerta, no se despidió. Esa sería la última vez que lo vería.

Tres días de su ausencia. Llegué puntual a la pega y el Ítalo me atajó en la entrada.

–Oe, flaco, voy a cerrar la weá por ahora, yo te llamo después pa volver a trabajar.

–¿Qué pasó jefe?

–Se pitearon al Ricardo, flaco, weón. Le pusieron un tunazo ahí en la plaza de la Juan Pablo. Me tienen metido los ratis, no vayan a llegar al taller.

–Pero Ítalo, ¿qué wea? ¿Al Hediondo? Pero si hace unos días nomás estaba aquí en la pega.

–Sí, weón, si hasta unas fotos andan dando vuelta en el Face, está terrible la weá.

Se dio un tiempo para buscarlas en el celular. El nudo en la garganta no me dejó avisarle que no quería verlas cuando me las plantó en la cara. Estaba sentado en un resbalín y en la mano, todavía, apretado el bastón. Resulta que la polera no le quedaba chica, le quedaba bacán debajo de la gabardina.

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El Talo me pidió que lo acompañara a Portales a tomar la micro. Pensé en comprarle yo mismo la casa de las Barbies a las hijas del Hediondo.

–Jefe, ¿y no tendrá el número de la señora del Ricardo?

–Sí, por ahí debo tenerlo... Puta flaco, podís ser Bruce Lee, pero nadie ataja balas.

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MARICÓN FEO Por radioactivo

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«te acuerdas de esas noches, tristes, traviesas y travestis, donde te abutagabas con todo tu extraño ser. donde perdiste más que todos en esta guerra. perdiste a tu madre, perdiste a tu padre. perdiste a tu sangre. la noche te quiere. la noche te apaña. pero otras veces. mua mua mua. mia mia miau. la noche te engaña». -divina tota.

flotar por avenida alemania. sin voz, desquiciado. revoltijo químico en mi interior. sigo la caída de las aguas. llego al plan. chercanes y chincoles me cantan el fin de la oscuridad. rutina excepcional; no hay nadie por colón. ni micro. ni trole. el gusto de pasar con la ausencia de les escolares. no mirar la cara de odio de quien se fuera a trabajar. serotonina a la baja. jugando con la sombra cosida a mis pies. enamorado de los árboles, harto de la gente.

tres días de tirarse pilas. camino en un amanecer de septiembre. frito. avenida francia. respondo un hola a un tío del aseo. siento algo parecido a la culpa. se me pasa: una gata linda, desde una ventana, cruza mirada conmigo. paso mi pelo entre los dedos. sonrío recordando escenas de películas. mi respiración se traduce en vapor.

doblo por donde vende la pastera en libertad. levanto la mirada hacia la subida. figura de metro ochentaitrés: abrigo negro, largo, abierto. araña de rincón ebria apoyada en una pared de lata, con cara de culo. arrojando botellas, maldiciendo gentes que no logro ver: «¡aweonao culiao!» yo conozco a ese weco, pienso. es una probabilidad. más que mal, hay un nido marica cerca.

aún tengo resabios del mundo feliz en mi cuerpo. pastillitas amarillas con la cara del profeta. «jesus loves you», decían en el reverso. en medio de la calle, extiendo los brazos. con cara de weón, chillo a duras penas: «¡pero si es la tota!, ¡bebedora de semen oficial de la pinto!»

la tota arribó a la quinta región por allá en los dos mil quince, tras el cierre del circo de la katiuska (entre los monos y los cafiches se fue a la cresta la cosa, dicen las malas lenguas). desarrolló un peloteo entre santiago y valparaíso. le daba la weá en un lado, se iba al otro.

tras la muerte de su madre, apareció divina bizarre, dani siux. vieja amiga. con un maletín de proyectos a futuro y sueños para el under, reclutando monstruas para su freak show: han abierto una casa en cerro la cruz. «ella tuvo la consagración como artista, y fue aquí en valparaíso. en ese tiempo comenzamos a trabajar juntas», cuenta la dani. «comenzaron a delinquir juntas», corrige la dita.

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le fue concedida la pieza que tiene una reja de fierro delante de la puerta, en el primer piso. es el último cuarto de un pasillo largo, como de psiquiátrico. aislación acústica y sin ventanas.

desde ahí la tota construyó, a fuerza de leyenda urbana (y un desfile interminable de hombres), una submansión de nombre estiércoli: híbrido entre el honor a su apellido y el aroma a desagüe que se expele desde la base. «son las bacterias que posibilitan su crecimiento», dijo divertida la sofía, citando pink flamingos, jugando con la idea de la caca y la historia cultural que, como travestis, tienen con ella. al ser una vivienda sin regulación de alcantarillado, alimenta con sus desechos una selva que decora en verde la quebrada.

rosalva poseída. pintarrajeada, de tanto beso, imagino. ella y yo vamos en la misma dirección. reclama. no está dispuesta a moverse. la han echado del after del postulante a concejal. se fue con el escándalo correspondiente a su persona, por eso la quebradera de vidrios y el palabreo. los costos de tratar con un personaje principal, pienso. quienes viven en el edificio no se meten, ni siquiera alguien se asoma a mirar a través del visillo; uno puede mandarse los teatros sin ser molestado. yo me he pegado algunos.

parece triste, intento convencerla de caminar juntes. cuenta una historia indescifrable. me distraigo. se tambalea y pronuncia las palabras de forma graciosa. fracaso al intentar cambiar mi mueca de alegría. la señora de los perros negros sale a dejar una bolsa de basura. «oigan, dejen dormir; aquí vive gente». nos damos la vuelta.

observo a la tota. sus piernas, curtidas de tanto culear. bailar. de caminatas eternas buscando báltica, o un brillo. «chao, me voy a dar una vuelta», y a contonearse unas horas por el puerto. porque las vueltas son las que dejan. con su bolsa de género marca salón bizarre. su pelo asomando rubio bajo una gorra. zapatillas con agorex emergiendo de las costuras.

puedo sentir la dilatación de mis pupilas. estamos en un éxodo infinito tratando de avanzar dos cuadras. a pedazos suelta lo que pasó: era el momento erótico del carrete con los wachos y la echaron. los colores de su ropa se mezclan con los rayos de sol. si estuviera el chure le diría «maricón feo», amenazando con violársela, a ella y a todos los maricones del pasaje. «dime algo que no sepa», le respondió una vez.

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somos del team terribles, y por eso no le creo. cuentota. sospecho que se anduvo buscando el exilio. sin embargo, bendito en ostia de pasti-yisus, dejo de juzgarla. viéndola cual magdalena maldita, lujuriosa, recibiendo piedrazos. inmutable. incomprendida. inmaculiada. fantaseo que soy un ángel. la escucho en silencio. no sé si alguien esté libre. yo me he caído del cielo. pido un sorbo de la chela que tiene en la mano.

los lapsus en los que estuvo en santiago, fue parte fundamental del ecosistema en mansión devenir, inmueble de matta sur que se encontraba en un espiral de casa de acogida de maricas. entre los roces de la vida cotidiana y el disparate constante, emerge lo que se conocerá como las indetectables. colectivo / banda callejera travesti («punk» dijeron los medios). son un incómodo cuestionamiento para la comunidad lgtbiq+ y la heterocracia reinante. «la gente hace cosas peores que una, lo que pasa es que son hipócritas», dijo la sofia.

en su origen: noelia le shalá, sofia devenir, divina tota, con la actuación especial de sailor kuir. crearon mediante un accidente nuclear de dureza, lo que en algún momento será el primer disco de la banda re-infection tour, misceláneo de expresiones artísticas en un delirio vintage, de lado a y b. reflexiones, teorías, protestas, desde la experiencia como cuerpas incorrectas.

«las indetectables son una célula anarquista. muere una entra otra», bromeaba la tota. «claro, como el atao del quinto Beatle», señaló la sofía a propósito de las variantes de las indetectables como banda mutable, pero que mantiene a la triada noe-sofi-tota.

un tipo de pez abisal. sirena. la profundidad de la ciudad la ve brillar, lejos del sol. demonia. los machos le siguen el rastro, la luz, pequeñitos entran en ella. the beautiful tota. aterrizo a ratos al relato de su angustia. lleva puesto un chaleco de minnie bajo el abrigo. parece molesta. ando con una petaca de wisky en el bolsillo interior de la chaqueta, le ofrezco un sorbo. sus ojos están vidriosos.

necesito agua. me detengo a descansar de pie. frente a mí, el jardín infantil. menos mal está cerrado. «no les mires tanto», dijo una apoderada el otro día, correteando a un infante lejos de los maricones que bajan instrumentos musicales en carritos de feria.

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creo escuchar una pelea, o quizá son les angustiades apiñados bajo la ventana del segundo piso de las casas al inicio de la calle. me asomo a mirar para abajo, ignorando la voz de la tota. un zapato amarrado a una cuerda baja hasta la calle. sacan papelitos doblados desde el interior y dejan dinero. el zapato sube con el botín hasta la ventana, como en un sueño. la media perfo, pienso, y me río.

morgana, calle clave. llegando con una mochilita, con cartera, plataforma, tacones aguja, orejas de gata, boina, peluca, falda, a veces corta, a veces larga. fiestas bizarre en barrio puerto. conejeando entre punkis, góticas, colas, y toda la bohemia. divina verónica tota estiercoli di palermo. «¡nació muerta!», dijo, «¡¿y vo?!» responden del público. contexto de un parthon (parto de dita parthon), siendo la tota quien recibiera a la criatura nonata. recordada performance, así como otras tantas que hizo. acompañada de la gente de la disco o del webeo político: una de las más mal portadas y talentosas en escena. siendo parthon de sus hermanas cercanas del aquelarre, compañera de travesuras y crímenes.

«una vez», comentaba la dita, «me acompañó donde un actor famoso a dejar mote, no voy a revelar su nombre, por supuesto. cuento corto, nos mandamos sendo gusano cada una en su casa y camino de vuelta, la tota se puso a hacer caca en una escalera porque le dolió la guatita, y yo, entre asco y dolor de ñata, me puse a vomitar. esa sí que fue una verdadera performance icónica».

le pido el wisky. pregunta si tengo un pucho. se me aprieta más la garganta, creo que me voy a resfriar. no se ve movimiento donde la jesy. matriarca de un numeroso clan, de las pocas vecinas que dan el saludo. le tiene un afecto especial a los wecos. «ustedes me dicen no más, que alguien diga algo, que hablen conmigo». no obstante, tuvo que rayar cancha con la tota cuando estaba de nueva en el vecindario. la colección de hombres que traía entonces eran un problema para el bien común en el pasaje. debió cambiar de colección para que no anduvieran asaltando ahí mismo.

repaso los acontecimientos de su hipotético destierro. más tarde me enteraré de otros detalles. dicen que el hombre se enojó. que por grotesca. que se puso odiosa. que no la veían como una mujer, así que pa fuera. pero esta información aún no la sé, fatigado con su lamento de perderse el carrete. de pronto se empieza a poner sentimental. «estoy tan aburrida de toda esta wea. supieras lo chata que estoy».

trato de contarle mi noche en un intento torpe de levantarle el ánimo. tiene una expresión perdida. sonríe con mis gallitos. bien ridículo de mi parte intentar hablar en ese estado. la petaca me ha subido la pila. comienzo a sentir ternura por la tota y por cada criatura sobre la tierra. parece estar más afligida de lo que supuse en un inicio.

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se hizo conocida de joven, «por llamativa» dijo lady di, la diana, puta antigua, que la conoció en aquel tiempo, de cuando no eran tantas las que se atrevían a salir montadas o pararse en el escenario. corriendo de disco en disco para salvar el sueldo de la noche, para luego irse a fondear a algún ruco con el maquillaje hecho mierda, o a donde alguna amiga que se saque la casa, amontonando maricones enfiestados que no se apagan nunca. «era diferente de cierta forma. todas se hacían las regias, pero ella no, era tan así, verás», recuerda la siux.

giganta, pelo largo, la divine chilena que le dicen.

armándose las pilchas con lo que pillara: tacos de madera, pelucas de bolsa. que por eso le pusieron que era drag. cuentan que fue maría anastasia benavente quien lo declaró así, en un texto hecho para el festival internacional drag, santiago dos mil dieciséis, comenta la sofia; ahí declararon a la tota como una supuesta primera drag. «un término que trajeron de afuera. como lo trans», dijo la noelia.

más allá de las definiciones, de las taxonomías de la cacademia, muchas concuerdan en considerar a la tota como un referente artístico, un ejemplo de resistencia. siendo de la generación que tuvo que «correr para que los maricones chicos puedan caminar». una madre del travestismo, de la poética maricona y del espectáculo. les más patudes declarándose hijes, apelando a esa definición de que madre no siempre es la que adopta, sino también la que inspira. «es una madre, y a la vez una niña, es medio raro», «es una madre en el arte, en la conexión con el público», «es una madre, y una conchesumadre. si es sagitario, los sagitarios son terribles, pregúntale a Pinochet».

mi acompañanta mueve la cabeza negando lo que existe, sollozando. efecto alicia le digo: pero qué chiquita se ve; o creo que yo estoy de tres metros. veo a una tota de seis, quizá ocho años. esa pequeña que causó revuelo judicial por ser penetrada por un muchacho de dieciséis. niñita que se sabía las coreografías de madonna y era molestada constantemente por sus compañeros. se sienta en la escalera. estamos cerca de llegar, pero se pone a contar sus penas.

«a veces me gustaría terminar con esto». he escuchado a tanta gente decirme el mismo drama que no me impacta. está muy pateá la droga o está fome la vida. fantaseo un divino suicidio, recordando versos de putilatex «nadie nos va a echar de menos, a menos que estemos muertos». la tomo de la mano.

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se superponen todas las imágenes totas en mi mente. las mil historias que me ha contado. le gusta. decorando siempre con su «poética de resistencia». me menciona tantos nombres que no logro retener casi ninguno. «el problema de la tía tota es que tiene buena memoria, pero no tiene orden cronológico», se quejaba la sofia, pues la tota es un depósito, no solo de infecciones, sino de archivo de la historia de lo que es ser maricón en chile. sexo, drogas y boleros. alimaña radioactiva que todos los días despierta a vomitar. «de las amazonas más grandes que podrían darte muerte por snus snus».

le digo que vamos, porque me estoy empezando a derretir, y no me tiene que dar el golpe de frío. se seca las lágrimas. bromeamos. en otra cultura estaría en un templo, pero como estamos en occidente, la tengo que llevar curá por una escalera. «dejen de buscar, pongan una estatua de la tía tota chupando pico en el espacio del general baquedano. ahí está la dignidad».

pienso en ella como una maravilla de otro tiempo. no queda lugar para monstruosidades not-aesthetic y viejas punkis. ni en los after, ni en los antros, ni en las concentraciones de maricada ciudadana. llevo de la mano a una niña godzilla, cercana a cumplir los cincuenta años. superó la estadística de muerte de treintaicinco. «¿y la tota?, ¿todavía está viva?» dijo una cola en el velorio de la clementi. «¡sí po niña!», le respondió la aludida.

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LAS CALETAS Por Javiera Astorga

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¿Te dije o no? ¿Viste que en esta calle no se puede caminar?

Cada vez que espero la micro pienso en todos los conductores sin copiloto que no me están ofreciendo bajar al centro. También pienso que me pueden secuestrar. A veces las tragedias aparecen como alivio.

Una camisa y un mandil, por favor. Sin señal allá abajo en el subterráneo corporativo. En las entrañas de un monstruo oceánico.

¿Eres Movistar?

Viña y Valpo se caen a pedazos, anuncia el Chilevisión. En el casino las noticias se escuchan apenas en una de las teles. Llueve una ficción y quiero sacar la mano por la ventana. Los huéspedes no se enteran de nada. Burbuja de cristal irrompible en la costa. A pedazos dicen: las calles inundadas, la lluvia torrencial. No tengo que ver las noticias para enterarme. Y el postre hoy es mousse de manjar. Les mando una foto a mis hermanos para sacarles pica.

Qué vida es esta, la de cenar frente al mar un martes o un miércoles. Que te hagan la cama. Y mirar fuera de la jaula cómo la bestia se descontrola desde el sillón del lobby. Yo desde el retirar los platos. Un mar reventándose despiadado en las rocas, lo veo desde los vidrios que hacen de pared. Al retirar los platos. El mar, y el mar, y el mar. Masco la sal entre los dientes.

Javiera, ¿puedes retirar la mesa nueve y la diez?

Marx tenía razón, objeto en mi cabeza cada vez que trabajo, cuando estoy particularmente chata y siento el peso de mi cuerpo en las rodillas. No sé cuán en serio lo pienso, pero la idea cristalizó con fuerza cuando vi pasar una marcha por fuera del restorán coreano en el que fui garzona hace un tiempo. Una cosa es ser marxista y otra es de verdad saber de Marx, y yo siento que en realidad no sé nada. Y otra otra cosa es trabajar.

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Una señora me pide algo que no recuerdo, una leche, no sé, me agradece, pero entre dientes me comenta ay la gente se está haciendo sándwiches para llevarlos para la casa mira qué ordinariez. Hurgueteo mis bolsillos; caen migas y sílabas.

Desarmamos el desayuno para montar el b r u n c h.

En Caleta Portales, el Daniel parece que encuentra algo en mi expresión. Me pregunta si estoy buscando el cuento. Quizás estaba demasiado concentrada arrastrando los pies contra la arena. Nos instalamos en un atardecer tibio; le digo a mi hermano, molestándolo, que lo veamos juntos, pero recuerdo el momento nublado. En las fotos sale naranjo, azul, gigante.

Hace tiempo que no me sentía así, con el cuerpo desmoronado, cada paso sufriente. Con la Sarita, que siendo las nuevas nos hicimos amigas, salimos del turno y resulta que sigue lloviendo. Se nos había olvidado. Nos despedimos esperando vernos de nuevo; los jefes nunca aseguran nada. Así que me fui caminando a tomar la micro, inventando un gorro y un paraguas con la bufanda. En el tramo de diez minutos me tropiezo con la sensación de que se me olvidó algo. En la punta de la lengua.

Del lenguaje.

Me imaginaba a mi mamá diciéndome pobrecita. Es que qué penosa; después del trabajo, empapada, agotada, como oasis en el desierto buscando mi paradero, que obvio es en un punto específico del centro de Viña. Empata en lo terrible a Esperanza, esperar cuarenta y cinco minutos la 208 en Quinta, pero este punto de espera ni techo tiene. Paso el Eglo. Ampolleta inapagable, insoportable si ando de malas. Verde, por fin, y hay que saltar un montón de charcos. Siento de repente los calcetines helados, ando con zapatillas, inútiles salvavidas. Tengo que hacerme atrás para que los vehículos no me humillen, los mismos que suben el cerro con los asientos vacíos. Descifrar la forma menos damnificante de cruzar la calle, darse la vuelta más larga.

Verde de nuevo. Creo que era el cuento.

De todo el tiempo que viví en Esperanza jamás vine para acá.

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Con el Camilo partimos a meter las patas al agua. Estamos en pleno invierno, le recuerdo, y de repente entiendo por qué se usa la expresión calar hasta los huesos. Y también entiendo la tendencia humana de hacer sacrificios, de sufrir un poco y que sea ritualístico. Hallar también alivio en el agua caliente: pasó la tía como negocito andante, colgando de sus brazos lo que sería nuestra once. Ofreció tecito, que de por sí ya es un portento, pan, trozos de queque gigantes. ¡Y canela! ¡Andaba con canela también! Cascarita milenaria en mi agua de ceylán. Y en la playa. Sacándome la arena de las zapatillas, una tarea que parece no terminar nunca. Pero también la del comercio ambulante. Me quedé pensando en que ojalá pudiera irse luego a su casa. A tomar su propio tecito, sentada en la mesa. No, en serio, siéntese, yo le sirvo.

Yo buscaba el cuento.

Es que sueño, precisamente, con eso: con cuentos, ideas, inquietudes. Me dan un beso y escucho una calumnia. Corro porque me persiguen y no quiero ser tocada. También me cuesta caminar en todos mis sueños, como si mi cuerpo estuviera hundido en agua o si el piso fuese el mar o si estuviera por desmayarme. Así se sentía en el café-concert, escurriéndome entre la gente para llegar al escenario inventado. Como pesadilla de libro, les costaba escucharme, el micrófono no sé qué. Recité conjuros y me contestaron aplausos. Estábamos en Los Ponientes, allá donde fósforo se apaga el sol. El humo son las nubes, y le pedí muy patudamente al Dylan un tabaquito. Lo compartí con el Camilo; comparto todo, es mi rezo de abundancia.

Recibo pistas, que el cuento está en otros cuentos. ¿En cuántos? No sé, muchísimos. Hay que leer para eso y no tengo tiempo, es que ando buscando el cuento. Registro apurada los bolsillos del mandil, necesito mi comanda. Sacando la mano, cae arena.

Me baño en la noche al llegar a la casa, como cuando iba en cuarto básico. La cura siempre es lavarse el pelo. Reseteo de cabeza. Me gotea por la espalda y si presto atención, se escucha como lluvia aquí adentro. Me chorrea exorcizado el día que tuve.

Me chorrea el cuento.

Siempre tengo cosas que hacer, pero a veces compro mi felicidad respondiendo pucha, ya po a alguna propuesta.

Es que cacha que estoy super cansada.

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Vayamos a meter los pies al agua entonces.

Fuimos corriendo como cabros chicos. El Pacífico agarrándonos los tobillos con las manos, con fuerza continental.

De tan entumecida, mis piernas se clavaron en la arena.

El Camilo se hacía chiquito en el borde de espuma y las olas me susurraban con fuerza en el oído, saladas, tomándome del hombro. Y me hundieron hasta el fondo del mar. En ese mar que veía desde el mirador o desde la curva de la micro bajando el cerro, bien de lejos. Solo lo vi de cerca en la pega; intocable de todas formas. Por suerte quedaba algo de luz, mis ojos miopes desesperados por armar una imagen, encontrar un rescate. Como moneda de diez pesos había algo brillando un poquito más allá. Me acerco, cada pierna de cemento. Me toma una centuria de esfuerzo, mis dedos arrugados capturan el objeto:

Tomar una siesta donde revienta la ola.

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¿Qué
vas a hacer ahora?
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LA WEÁ Por Rosita Valdés

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Ya va a llegar este sacowea. Dijo que iba a llegar temprano. Son las once ya. Maldito culiao. Hoy viene el viejo a buscar la plata. Ojalá vendamos todo. Mi mamita hoy despertó rara. Mojón lindo. Imagínatelo. La weá rara. Un mojón que darían ganas de verlo y admirarlo todo el día. Como si fuera una obra de arte. Los mojones son feos, po. Así despertó mi mamita hoy. Como un mojón lindo. No me reconoció. No me dijo el «wena po, cabro culiaísimo plasta culiá del demonio» de todas las mañanas. Lo extrañé mucho. Siempre me reconoce en la mañana y me dice eso con su vocecita tan linda cuando le llevo la choca a la cama. Y vemos esos videos de Felipe Avello en SQP. Me acuerdo de que lo veíamos a mediodía antes. En la tele. Yo iba como en sexto. Después iba a cagar y a echarme una pajita. Es que salían unas minas enteras ricas siempre. Modelos y weá. Igual era incómodo pajearse con el olor a caca. Era más caliente. Después de eso me iba pa la escuela. Tenía jornada de tarde. Yo creo que mi mamita me reconoce porque se acuerda de eso. De que veíamos el SQP. Nos cagábamos de la risa. Están tocando la puerta. Ojalá sea este weón.

–Wena, po. A la horita.

–Perdón, papu. Es que trasnoché. Llegó un amigo con unos tussi y no me pude negar. Son más ricas esas weás.

–Sí conchetumare. Con que no lo juntís con la weá nomás. Mira que hemos vendido re poco.

–Nunca tan aweonao po, si cuido la weá. No mezclo el vacile con la pega. Tay más weón. Salgamos al toque entonces, tenemos que vender todo.

–Ya, calmao. Le voy a poner unos compilados de Avello a mi mamita. Así se queda piola.

–Ya. Apúrate, sí, po, conchetumare. El viejo Michael nos va a sacar la chucha si no vendemos todo. Sería tercera semana consecutiva que le hacemos la misma.

–Mira el culiao. Llegai a la hora del pico y me andai apurando. Déjame hacer lo que te dije y salimos. Tú sabís que mi mamita está como el pico. Me preocupa caleta dejarla sola. Pero vamos. ¿Pusiste la weá en Grindr? Acuérdate de que íbamos a probar ahí también.

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–Sí, puse la weá en Grindr, pero me han llegado puras fotos de culos peluos y mensajes culiaos que me preguntan si mamo. Puta, ya. Vamos a cachar cómo se usa esa chet. Por ahora démosle como siempre nomás.

–Ya culiao, bajemos luego al plan.

Una moneíta pal Judas, una moneíta pal Judas, una moneíta pal Judas.

–Charly, ¿cuántas moneas nos hemos hecho?

–Pucha, Rosalía, como luca quina nomás.

–Eso no nos alcanza pa ni una weá po Charly. Tenemos que comer algo, ayer ni almorzamos.

–Sí sé. Veamos cuánto se hizo el Rober con la Lali. Ojalá quieran juntar lo que se hayan hecho. Demás nos alcanza pa unos embelecos. Sus completelis, ¿o no?

–Uhhhh sí, qué rico. Con harta mostaza.

–Aym weona, qué asco. Con quechu nomás. La mayo de la señora tiene sabor a detergente.

–Jajajaja, sí. ¿Qué le echará la vieja culiá?

–Ya, weona, sigamos con el Judas, que está anocheciendo. ¿Te quedan cigarros? Es que a mí se me acabaron. ¿Me day uno?

–Me quedan los tres últimos. Fumémoslo a medias, po, weón feo.

–Ya, filo, fumemos a medias.

Una moneíta pal Judas, una moneíta pal Judas, una moneíta pal Judas.

En verdad nos hicimos como diez lucas. Pero quería guardar un poco pa hacer una mano. A la Rosalía no le gusta que consuma weás, por eso no le digo na. Llevo como cinco meses metido en la weá. Es que es tan rica. Se me llega hasta a olvidar que dormimos en esas cajas culiás. Aparte me quita el hambre. Y me siento el rey de todo. Me paso los mansos rollos. Algún día voy a tener mi empresa de colchones. Voy a vender todos los colchones culiaos que existan. Esos grandes, los de agua, unos

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***

redondos que vi un día en la tele. Hay unos que giran solos. Yo quiero uno de esos. Y meterme la weá mientras el colchón está girando. Sería el mejor día de mi vida. Pero si le cuento eso a estos cabros, me van a wear. Así que prefiero hacerla piola. Igual es mejor porque si les comparto un poquito de la weá a estos giles, les va a gustar y me van a cagar con todo lo que compre. Yo los conozco. Ya me la han hecho con los cigarros. Igual ya no sé cómo seguir haciendo moneas. No creo que podamos seguir con lo del Judas. Si ni tenemos un Judas. Ni es Semana Santa. Llevamos dos años haciendo la misma weá. Todos los días. Ya estoy chato. Cerros culiaos. Y la gente de mierda también. Nos miran entero feo. Les damos asco. Siempre le digo eso a la Rosalía. A ella le da lo mismo. A mí, no. Me gustaría estar perfumadito. Con ropita nueva. A ver si les doy asco así, po. Sapos culiaos. La Rosalía siempre se las arregla pa oler rico. Aparte que tiene su encanto. Sabe llegar a la gente. Les canta también. Canta re lindo. Por eso se puso Rosalía. Le gusta harto esa weona. Quiere ser como ella. Yo no le encuentro la gracia. Hasta se parece un poco. Cuando le crece la barba no tanto. Pero siempre está preocupá de andar con su presto. A mí me gusta Luis Miguel. Es que mi mamita escuchaba a Luis Miguel. Antes de que se me muriera, me regaló el único disco que tenía. Era de sus éxitos. Estaba más rayado. Aún lo tengo guardado. El Rober tiene Spotify. Ese culiao es re computín. Y es bueno pa chorear celulares. Tiene como un don. Cuando nos vemos siempre le pido que ponga ese disco. Los tengo chatos ya. ***

–Ya, culiao, cuando lleguemos a la Pinto tenis que andar aguja. Ahí siempre está lleno de pendejos verdes por la weá.

–Sí po, me acuerdo. ¿Cuánto rato tenemos pa vender lo que nos queda?

–Tenemos como tres horas. El viejo Michael dijo que llega directo a tu casa.

–Chucha, ya. Igual nos queda caleta. Vendemos cada weá a diez luquitas nomás. No veo otra opción.

–Puta la weá, no nos va a alcanzar pa las chelas. Ya. Démosle.

–Cacha, ahí hay unos pendejos. Hay uno que le veo cara conocida.

–¡Verdad! Es el cabro culiao que habla de los colchones. Jajajaja, pobre weón.

–Ya, yo voy.

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Me carga venderle a los pendejitos. Siento que les estoy cagando la vida. Les estoy cagando la vida. A mí me la cagó mi papá. Se mató. Justo cuando mi mamita se enfermó. No pude terminar el colegio. Me puse a trabajar altiro. Pero me gustaría estudiar. Algún día terminaré la media. Así le doy una mejor vida a mi mamita también. No le queda tanta, sí. Quizás no alcance. Ojalá darle los mejores últimos años de su vida. Mi mamita se lo merece. Se merece todo. ***

Le dije a la Rosalía que descansemos un rato. Me aceptó. Debe ser porque el caregallo está brígido. Nunca me acepta los descansos. Nos sentamos en la pileta de la Pinto. Ahí siempre nos juntamos con los otros cabres. Es como nuestro punto de encuentro. Justo pasaron vendiendo helados. Nos compramos unos york. Están precisos pa la calor. La Rosalía se metió a la pileta. Chucha. Se está acercando un culiao. Es el de la weá. Qué mierda hago. No sé si comprarles. Chuchamare. Tengo muchas ganas. Mientras más cerca está, más ganas me dan. Pero la Rosalía me va a cachar. Ya, a la mierda. Le voy a comprar nomás.

–Wena po.

–Hola.

–¿Vay a querer unas weaítas o no?

–Sí po. Tengo pa una nomás.

–¿Pa una nomás? ¿Qué weá? ¿Tu pololo no te da permiso?

–No es mi polola aweonao. Se llama Rosalía y es mi mejor amiga. Pero déjala tranquila. Ella no tiene nada que ver.

–Mira el culiaito fleto, ¿tay defendiendo al maricón ese? ¿En serio?

–Te dije que se llama Rosalía, sacoweas.

–¿Cómo me dijiste? ¿Cómo me dijiste cabro reconchetumare? Repítelo, po. Atrévete, culiao.

–Ya, pero tranqui weón, véndeme una weá y te vay, po. Como siempre. Tranquilízate.

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–Cha, el culiaito. Nadie me dice la weá que tengo que hacer, ¿me entendiste? Y ¿Sabís qué, culiao?, no te voy a vender ni una weá. Pásame toda la plata que tengai. Y te apurai.

–¿Cómo? Pero si te quiero comprar, po. Ya po. No te pongai así.

–Te dije que ningún culiao me dice la weá que tengo que hacer. Menos un maraco como vo’. Me entregai todo lo que tenís ahora o te piteo acá mismo, chuchadetumadre.

Mierda. Este culiao me va a matar. Qué hago. Qué mierda hago. Por la chucha. Sacó un fierro. Conchaemimare. Sapo culiao. Puta la weá. La Rosalía cachó. No te acerquís. Rosalía por favor, no te acerquís.

–Oye, gil culiao, deja a mi amigo tranquilo.

–Mira quién apareció. El fleto mayor. Ya le dije a tu amiguito que nadie me dice la weá que tengo que hacer. Me pasan toda la plata que tienen ahora o me los piteo acá mismo.

–Tenemos luca quina nomás, déjanos, culiao, es la única plata que tenemos pa comer alguna weá.

–Pero si tu amiguito me iba a comprar una weá, tienen más plata. Viste que tienen más plata. ¿Me están agarrando pal webeo? ¿Qué weá?

–Charly culiao. ¿Es verdad lo que está diciendo? Respóndeme, po, culiao, dime si es verdad.

–Sí, po, Charly. Dile cuántas weaítas te he vendido.

Puta la weá. Por la chucha. Qué hago. No puedo hablar. Se me olvidó hablar. Qué digo. Qué mierda digo.

–Ya po, Charly culiao. Dime la weá altiro. Sospechaba que te metías weás. Me habían dicho. Pero yo te tenía fe, culiao. Aweonao. Me mentiste.

–Chucha, qué weá, si no estamos na en una teleserie. Fletos culiaos. Pásenme luego la plata y váyanse a la chucha.

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–Sabís qué, Charly culiao, resuelve tu weá solo. Me voy. Y no me busquís. ¿Me escuchaste? No me busquís nunca más, culiao. Me voy a la chucha.

Por la mierda. Me quedé solo. Qué hago. Ya. Le voy a entregar lo que tengo. Quince lucas. Tenía un poco guardado pa’l otro mes. Pero filo. Igual me dio un poco. Dijo que era pa pasar las penas. Sapo culiao. Por su culpa me quedé solo. Tengo un poquito de la weaíta, sí. Que rico.

Ojalá no haya llegado el viejo Michael todavía. No alcanzamos a vender todo, pero igual nos hicimos más que las últimas tres semanas. No creo que se enoje tanto. Puta, está su auto afuera. Chucha la weá. Corre. Corre culiao. Mierda, está la puerta abierta. ¿Entro? No sé si entrar. Ya, entro. Puta. Me desordenó todo. Viejo culiao. Ahí está. Con su polera del Off the Wall y sus guantes con brillantinas. Guatón de mierda. Hediondo a ala. Viejo culiao. Lo miro atento. No me habla. Me mira amenazante. Se pone a caminar con sus bototos culiaos. Deben estar pasaos a pata. Se va parece. Se va. ¿Qué weá? ¿Eso fue todo? No me pidió ni la plata. Parece que me salvé. Después llamo a este otro culiao. Va a quedar pillo. Igual que yo. Voy a ver a mi mamita. Se escuchan los videos de Avello. Debe estar viéndolos aún. Mamita. Mamita, no.

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RODRIGO: Por Sofía López Martínez

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Te he estado buscando.

No pensé que sería difícil encontrarte.

El otro día creí verte en Barón, cerca del mirador. Eres tú. Misma chaqueta y mismo gorro, me acerco, nerviosa, mismos pantalones azules. Eres tú, por fin. Tienes una caja en frente tuyo y estás con el teléfono intentando llamar al destinatario. Me acerco lento, para sorprenderte. No eres tú… No tienes tus lentes.

Sigo caminando.

También creí verte un día en Condell, temprano, estaba tu camión. Y qué tonta. Ni siquiera tienes un camión, tomas la micro y caminas, como tantos otros compañeros tuyos. Ibas entrando a un local donde venden comida. Mismo gorro, misma chaqueta, me apuro para hablarte.

Espera… Estás más alto. Me voy alejando.

Me dijeron que te vieron en Prat, entrando a tu sucursal, a eso de las siete de la mañana. Sentí mucha envidia, ¿por qué no te encontré yo?

Recuerdo, tiempo atrás, ese día de lluvia en el que nos encontramos.

¿Dónde?

En la puerta de mi casa.

No pensé que vendrías con lluvia, me llamó la atención. Sucede que hay un tipo de cartas que, aunque llueva, tienes que entregar a como dé lugar.

Tenías empañados los lentes.

Y el otro día creí verte por Cerro Alegre, pero era un trabajador de Chilquinta. El uniforme se parecía, de lejos.

Hace poco te vi, esta vez sí. Y decidí seguirte, en secreto, por tu cuartel. Me da risa que ustedes les digan así a sus sectores. Cuando me lo contaste, imaginé que algunos carteros debían sentirse como parte de un ejército. Un ejército que se despliega cada mañana por la ciudad. Solitarios soldados que suben y bajan los cerros. Sin violencia, a primera vista. Hasta que me di cuenta de que peleaban, a veces, un

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poquito. ¿Te acuerdas de la vez en que otro se llevó unas cartas de tu cuartel? Esa ha sido la única vez que te he visto enojado. Tres de esos sobres eran míos. Semanas después, cuando por fin me los entregaste, estaban arrugados y tenían manchas de tierra. Ojalá un día me cuentes bien lo que pasó, así como me has contado que no te gustan los edificios y que te estresa cuando las personas no están en sus casas, que a veces con solo mirar una carta sabes que es urgente.

Como el día en que me llamaste. Habías tocado el timbre muchas veces y nadie abría la puerta. Te di instrucciones para que las dejases en la peluquería de una amiga de mi mamá. Y me hiciste caso.

No tenías que hacerme caso.

Si tuviese patio delantero, si tuviese perro, colocarías las cartas en su hocico y mi can, muy obediente, las entraría a la casa. Me dices que para los carteros esos perritos son como una bendición, yo creo que esos perritos son una bendición para todo el mundo.

Por mi casa siempre pasabas a eso de las diez. Hubo un tiempo en que me levantaba solo para esperarte, para recibir una carta con mi nombre, dictarte mi rut. Una parte de mí piensa que ya te lo sabes de memoria, que me pides que te lo dicte para no parecer raro. No lo encontraría raro. A veces solo sentía tus pisadas en la entrada y veía cómo la cuenta de la luz se deslizaba por debajo de la puerta. ¿A quién le gusta que le pasen una cuenta en la mano?

Te encantan las cartas con sobres decorados, con stickers, sellos. Cartas con emocionante recorrido que llegan a parar a tu carrito, de esos como de la feria, azul oscuro igual que el tono de tus pantalones. Supongo que ahí guardaste las galletas que te di el año pasado para Navidad. Y recuerdo lo que me dijiste: Gracias por recibir cartas, gracias, gracias.

Me dejabas sin monedas para la micro. Tenía que estar siempre reponiéndolas en la repisa de la entrada. Pásale luca hoy día, que las últimas veces no tenía ni una moneda pa darle, me ha dicho mi mamá. Y pienso en toda la gente que te ha dejado con la mano en el aire, que nunca te ha dado nada, por más que cuides sus cartas, por más que las defiendas, por más que hagas todo bien.

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Un día la curiosidad pudo más. Llevabas un tiempo visitándonos, y tuviste que preguntarme por qué me llegaban tantas cartas, qué es lo que me mandaban, por qué eran de tantos lados, por qué eran sobres tan bonitos. Yo sentí vergüenza. Es una tontera, una cosa de cabra chica y se supone que ya soy adulta.

Para ti no fue una tontera. Dijiste que te parecía perfecto, que mejor para ti, que te hacía feliz tener que entregar más cartas.

Y era así. Una carta por día o dos cartas cada tres días. Una vez me entregaste como cinco de una. Y siempre eran tus favoritas. Te gustan mis cartas, las que recibo, claro, no has podido ver las que mando. Te aseguro que esas te gustarán más.

De repente pienso en que quiero ser como tú. Quiero ser tú. Quiero tu trabajo, quiero tus cartas. Quiero tu carrito. ¿Por qué no me dejas usar tu polar rojo un rato? Total, ya conozco tu cuartel de memoria. Déjame intentarlo un día. Déjame colocar una carta en el hocico de un perro obediente. Déjame ir a tu casa. Déjame pedirte el rut. ¿Tienes buzón? Yo jamás tendría uno, te lo prometo. ¿Cuántas cartas como esta has recibido? Recibir cartas es distinto a que te las escriban. ¿Me escribirías una?

Te he estado buscando, no pensé que sería difícil encontrarte. Deja que me pruebe tus lentes, estoy segura de que vería bien con ellos. Déjame pelear a tu lado por las cartas que otros toman, déjame cuidar las cartas que no son mías, te juro que las entrego. Solo una ojeadita. Por algo te he estado buscando. Permíteme estar rodeada de sobres, de casas, de tinta.

Por favor, por favor, por favor.

P.D.:

Hace rato que no pasas.

Y vi a otro paseando por nuestro cuartel.

Ni siquiera me ha pedido el rut, deja todo por debajo de la puerta. Supongo que hay cartas para las que no vale la pena tocar el timbre.

Valparaíso, diciembre de 2022

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POLANCO, EL ASCENSO DE LA AMBICIÓN Por

Matías Muñoz Zamora

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Espíritu Santo, Reina Victoria, Esmeralda, Bellavista y Florida habían sido construcciones anteriores del ingeniero Federico Page y su equipo, pero esta vez habían hecho algo totalmente distinto, lo cual era considerado por los técnicos del puerto como la última palabra en arquitectura. Un túnel de ciento cincuenta metros como entrada principal, rieles de cien metros para ascender desde el interior del cerro hasta la cúspide de la torre, carros con capacidad para veintiocho pasajeros y, finalmente, una vista privilegiada dentro de Valparaíso. Todo lo anterior eran las características del nuevo ascensor Polanco, el «verdadero ascensor» de movimiento vertical en la ciudad puerto, a diferencia del resto de sus hermanos funiculares, de transporte diagonal.

El día de la inauguración, Page se encontraba inquieto y dubitativo. Daba vueltas por la habitación porque sabía que John, el representante de la compañía Easton Lift, llegaría en cualquier momento y que posteriormente a ello debían ir al evento de inauguración organizado por Jorge Montt, alcalde de la ciudad.

–¿Estás listo Page? Debemos hablar antes de que todo comience –se escuchó afuera de la puerta número trece.

–Sí John, pasa.

Page estaba listo para comenzar a hacer las preguntas que venía pensando durante varias semanas.

–¿Estás realmente seguro de que no sospecharán? –susurró Page.

–No, solo debemos esperar al anochecer y podremos iniciar con esto al fin, no te preocupes. Nada se repartirá, todo será nuestro y nadie más que nosotros lo sabrá. Es un plan perfecto.

–Pero, ¿y si nos descubren? ¿No será mejor solo dar aviso? A fin de cuentas, igual nos tocará una gran parte. Quizá es una oportunidad para aportar al desarrollo de la ciudad –contrarrestó Page mientras visualizaba aquellos recuerdos de su infancia en el puerto, en esa época en que sus padres inmigrantes le inculcaron la retribución como acto de amor a la ciudad que los recibió.

–Page, hombre, ya aportamos lo suficiente con todo lo que trabajamos y con el resto de los ascensores que has diseñado. Además, esos políticos corruptos solo usarán nuestro descubrimiento para seguir rascándose los bigotes como siempre. Todo estará mejor en nuestras manos, es nuestra oportunidad. Nosotros lo descubrimos, nosotros lo merecemos –dijo John con bastante fastidio.

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Mientras conversaban, Page recordaba las primeras excavaciones que realizaron para la obra y cómo tras estas se envió una especial muestra a la oficina de Easton Lift. En ese entonces se hablaba de la pronta apertura del canal de Panamá y de las consecuencias económicas que esta tendría para el puerto principal, por lo cual aquella especial y única muestra entregada podría ser una real salvación para el desarrollo económico de la ciudad.

8 de junio de 1916. Comenzaba la inauguración del ascensor al mediodía mientras un viento intimidante removía las últimas hojas de otoño de los árboles. La mayoría de los vecinos querían utilizar el nuevo medio de transporte y se acercaban a escuchar las palabras de inauguración del alcalde. Se entregaron monedas por montones al inicio del túnel por cada curioso caminante y así emprendían sus pasos hasta verse inmersos en la oscuridad casi completa del túnel. Llegando al final de este y observando dentro de la máquina encargada de transportarlos, se encontraba la figura del ascensorista, personaje encargado de velar por la correcta presión de los botones y de resguardar el secreto de Easton Lift.

La inauguración fue un éxito, el último pasajero salió del ascensor y sus puertas se cerraron. Después de la medianoche, Page ya estaba listo para entrar con su equipo de expedición hacia el final de aquel túnel húmedo, fúnebre e interminable. Ahí estaba Miguel, de unos cincuenta años, calvo y de estatura media, el cual siempre se vestía en tonos tierra. Miguel era conocido por ser el trabajador de confianza en Easton Lift desde hace muchos años. Se decía que había realizado todo tipo de labores para la compañía desde que esta inició sus operaciones y actualmente cumplía la tarea de ser el guardián del túnel.

–Miguel, ¿crees sinceramente que esto pueda fallar? –fue lo primero que preguntó Page al entrar al ascensor.

–De todas las tareas que me han encargado, no he fallado jamás. Así que por mi parte no habrá errores –dijo Miguel mirándolo a los ojos mientras el ascensor comenzaba a descender lentamente.

–No entiendo por qué John insistió en dejar este maldito botón a la vista de todos -dijo Page.

–Tranquilo, Page, en una ciudad con tantos ojos observando, la mejor manera de esconder es desde lo evidente. El botón es uno más de tantos que verá la gente, nadie sospechará todo lo que esconde –respondió Miguel en un tono bastante seguro–. Además, no solo hay que presionarlo, se debe saber cómo utilizarlo.

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Con lentitud bajaron en vertical por el socavón perforado en el cerro hasta llegar a aquel sitio oculto, donde no se escuchaba nada más que la propia respiración de cada uno de los presentes. Al llegar los hombres de Page al oscuro subterráneo, comenzaron a visualizar su alrededor y se percataron de unos intensos reflejos plateados.

–Después de dos largos años llegó el día de iniciar nuestro verdadero proyecto –dijo Page–. Tenemos que sacar todo de a poco, de manera cuidadosa y sigilosa. ¿Me escucharon? –fue lo último que ordenó mientras recordaba la conversación con John, intentando convencerse de estar haciendo lo correcto, cuando por dentro realmente sabía que no era así pues sus ojos realmente brillaban al pensar en todo el bienestar que podría generar a la ciudad una justa repartición.

–¡Sí, jefe! –respondieron al unísono.

En eso, un disparo imprevisto dejó en silencio todo el lugar y en un segundo desapareció el brillo plateado de los ojos de cada uno de los presentes. Nadie entendía lo que pasaba, excepto Page.

–Si no quieren terminar así, más les vale aprender a obedecer y no a dudar –advirtió Miguel–. No queremos arriesgarnos a que alguno de ustedes se arrepienta y nos traicione. ¿Cierto?

–No, no queremos… –respondieron los hombres de Page.

–Su jefe venía hace días dudando de todo esto así que se tendrá que quedar acá guardando el secreto. No hay espacio para errores –continuó Miguel.

–Esta ciudad tarde o temprano tomará todo lo que le han robado –fueron las últimas palabras de Page antes de recibir la bala en el pecho.

–Entiérrenlo por allá –ordenó Miguel al resto de hombres–. Después de eso, los quiero ver trabajar.

Mientras tanto, en el cerro Cordillera John Smith y Jorge Montt se tomaban una copa de vino para celebrar.

–Page era una persona demasiado honesta como para seguir con esto. No se puede ser así toda la vida –dijo Jorge antes de hacer el brindis.

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–Si Page te confesaba todo en la inauguración no hubiese sido un problema, pero no podíamos arriesgarnos a que tocara la puerta equivocada para hablar –repuso John con indiferencia.

–Hay mucho en juego como para haber dado espacio a errores –sentenció Jorge chocando su copa con la de su cómplice.

Así partió la primera extracción del material precioso manchado de sangre y envuelto en sombras, la cual dejó solo rastros en ese maldito botón que espera algún día ser descubierto para resolver el misterio de aquel ingeniero que, tras inaugurar su última obra, supuestamente se marchó hacia el norte en búsqueda de proyectos más ambiciosos gracias a la recomendación del alcalde Montt.

Código Civil

Artículo 626

El tesoro encontrado en terreno ajeno se dividirá por partes iguales entre el dueño del terreno y la persona que haya hecho el descubrimiento.

Pero esta última no tendrá derecho a su porción, sino cuando el descubrimiento sea fortuito o cuando se haya buscado el tesoro con permiso del dueño del terreno.

En los demás casos, o cuando sean una misma persona el dueño del terreno y el descubridor, pertenecerá todo el tesoro al dueño del terreno.

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*Ilustración de Benjamín Cáceres
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Por Jordan Chiu

DE LA TOMA AL MUNDO

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Parece que fue un polerón el de la suerte cuenta sonriendo. En un mes subí de mil doscientos a diez mil seguidores. Con las restricciones por covid en plena vigencia, Dominique decidió publicar su trabajo en Instagram. Como tenía un stock, le saqué fotos y empecé a subirlas. Ha pasado un año y sus prendas han llegado a Francia, Rusia, Bélgica e Italia. ¿Cómo pasó de confeccionar ropa para sí misma a vender sus diseños tan solo media hora después de publicarlos?

Al amanecer de cada domingo voy al trabajo, mientras Valparaíso se repone de la noche anterior, dejo las cuadras vecinas de la Violeta Parra, cubiertas de polvo y costumbre. A cada paso como un salto el horizonte se quiebra con los techos, las buhardillas improvisadas, las vigas desnudas de construcciones que esperan mejores condiciones para terminarse. Pasado El Esfuerzo las casas se van solidificando. Me encuentro a Dominique a poco andar por Santa Rita; es inconfundible su estilo, el rosa de su polerón y su gorro tejido. Voy a la feria a comprar ropa, me dice con una sonrisa. Mientras bajamos por Otaegui hablamos de las casas que se han quemado, la cancha que va a recuperarse y el oficio de la costura. Antes de virar a mi trabajo, terciamos que contaría la historia de su arte con esta puntada sin hilo.

El taller de la Domi queda en la toma, en la parte alta del cerro San Juan de Dios. Desde lejos puede verse la silueta única de su casa: un pabellón completamente circular recibe al visitante. Al subir las escaleras se encuentran cuidadosamente ordenadas por color las materias primas de su trabajo: yo trabajo con reciclaje textil, lo que se llama upcycling. Trato de que cada prenda sea única, por eso Singulardomi es mi marca. Dando nueva vida a la ropa en desuso como un objeto irrepetible.

El verano pasado ubicó su puesto en paseo Dimalow y los turistas cautivados por su oficio llevaron sus prendas a lo largo del globo. Una amiga de la toma que se fue de viaje, le llamó para contarle que mientras trabajaba en una feria en San Pedro de Atacama, una cliente le preguntó ¿Oye ese polerón es de Singulardomi? –Sí ¿El tuyo también? –¡Sí! ¡Sí!

Sus prendas ya tenían una vida propia. Me sentía super orgullosa de mi trabajo. Hace poco me llamó una chica que hace danza hindú Babani Khali. Ella tiene una banda de música con la Pascuala Ilabaca, Samadhi. Y me dijo: «Oye, me encantó tu ropa, quiero regalarle una prenda tuya a la Pascuala Ilabaca. ¿Tú crees que la Pascuala tenga una prenda tuya?»

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La sigo a través de una escalera estrecha que da dos curvas hasta llegar a la base de operaciones de Dominique. Aquí guardo las telas que voy a usar, pa mí es super importante la combinación de colores. Así puedo visualizar con qué voy a trabajar. El muro posterior del taller es una enorme paleta de pintora: algodones, linos, terciopelos, licras, polar, cuidadosamente guardados en un estante que se extiende hasta el techo y permite ver la graduación de frecuencias, del púrpura oscuro y el índigo hacia los rojos profundos. Domi me cuenta que siempre ha cosido y que, antes de algo comercial, fue siempre transformando mi ropa. Siempre he tenido mi máquina, pero no estaba segura de mí misma, de que iba a ser capaz de hacerlo. Tampoco sabía si era lo que realmente me gustaba. Antes de tirarse a la piscina, Dominique trabajó en casas comerciales, como garzona, cuidando niños y como ayudante de repostería.

Junto a Ricardo, su pareja, vivían en una comunidad mapuche cerca de Puerto Montt. Teníamos dos opciones: o Valparaíso o el valle del Elqui. Yo le dije a Ricardo: «No quiero seguir viviendo aquí». Así nomás. Ya teníamos una casita armada y todo, pero me miró y me dijo: «Vámonos entonces». Entonces se vinieron a Valpo. Ricardo tenía una tía que criaba codornices y les había ofrecido pega. Cuestión que llegamos a dar bote porque la tía tuvo problemas por la sequía. Tuvimos que alojarnos donde un primo en Mariposas.

Me cuenta que en ese tiempo tenía solo un hijo, así que era más fácil. Mientras Ricardo trabajaba la guitarra y con su canto, ella cosía. Yo no conocía Valpo, sabía que era lindo y pintoresco, pero no había estado acá.

El verde y marrón del paisaje va tomando calidez a medida que se retira el sol hacia los barcos. Abajo, en la ciudad, pequeños puntos negros y naranjos que aumentan su frecuencia nos recuerdan que es la hora de salida de los trabajos y escuelas. Las calles vibran con los bocinazos y las injurias. Los porteños se apiñan esperando la micro o el coleto.

Valpo le da la impresión de ser super desordenado, caótico. Como qué onda las casas, los cerros, todo quedaba a trasmano. Un poco flaite también, Valparaíso tiene esa cuestión. Mariposas se parecía acá a la toma igual. De Mariposas nos fuimos a una posada y de ahí a Montedónico. Llegamos en 2013 a la toma.

El hilo nos lleva hacia el sur. Antes de subir a esta ciudad del norte, y a esta otra ciudad en las cimas de Valparaíso, Domi vivía con su familia en la cordillera de Nahuelbuta. Su bisabuela era del campo, y sabía hacer cosas de campo, hacer queso y mantequilla, trabajar la lana de oveja, también coser y le enseñó a mi mamá. Es como una herencia que ha pasado de mano en mano.

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Después vinieron las forestales y les compraron los terrenos, y les embolinaron la perdiz a los vecinos. La gente empezó a bajar a la ciudad. Yo me vine a los trece a estudiar a Santiago. Así nomás po. Hay una cosa también que como mi toc, mi obsesión, mi vicio: yo amo las telas. Es algo que me gusta mucho. Si ando en la calle siempre me voy a ir fijando en una costura diferente o una pinza inusual. Las calles, en las noches de juerga (que pueden ser cualquiera), quienes apurados o esperando acuden a citas en las estrechas pasarelas de un bar son parte del desfile al que asistimos. Tantos colores, tanta diversidad. Eso me llevó a soltarme más en el oficio. Acá hay muchos artistas. Mi ropa igual es muy de artista. Trabajo mucho el patchwork. Eso se refleja también en cómo es la ciudad y es lo que trabajo, los colores, soy super colorinche igual.

Para los lectores, Domi sugiere que vayan a las ferias, las ferias en la región son buenas. La de Belloto, la de Gómez Carreño, la de Uruguay, avenida Argentina. Y ya, si tenís más plata, a las tiendas de ropa americana. Desde la ventana del taller pueden verse las calles y pasajes que hilvanan los barrios. La toma Violeta Parra se ciñe por debajo al cerro Yungay, se iguala a los costados con San Juan de Dios; más abajo, Florida y Monjas. Cada cierto tiempo la puntada enhebra al cerro Alegre, las labores del campo con todo y sabores, la cordillera y sus antiguos habitantes, las madres y abuelas que criaron a las faldas de las montañas, con los caminos que el viaje de otras mujeres continuará hacia no se sabe dónde.

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@singulardomi en Instagram

VENGAN A BUSCARLAS Por Estefanía Vilalobos Vergara

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El hombre está asustado. Se asusta cuando la muerte con forma de nadie lo viene a buscar. Le asusta vivir, también. Nadie le entiende. Lápidas le recuerdan su existencia efímera. Le impiden cruzar la calle, vivir con tiempo. Se hace ínfimo para que la muerte no lo vea, pero tiene terror a desaparecer.

Por eso busca la permanencia, y en la piedra estampa su eternidad.

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Para hablar con los muertos hay que saber esperar: ellos son miedosos como los primeros pasos de un niño.

Se trata de construir una casa.

Una que albergue al alma en pena en su frenesí mortuorio.

Contiene sus pasos invisibles como el aire.

Ahí parece no haber nada, pero hay algo: una energía, un aire poderoso que te aprieta el corazón.

Existe un espacio asignado a las flores: plásticas, de papel o naturales.

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1. La ermita

Las flores representan vida y muerte. Vida que se conserva a pesar del tallo desangrado.

Belleza podrida en cosa de días a la intemperie.

Dicen que las ánimas son caprichosas.

La vela le da calor e ilumina su camino para los sustos que vienen.

Aparece no haber nada, pero flotan los deseos de N.N., que ruegan por causas imposibles.

N.N. 1: Ya po, rájate con un pierno

N.N. 2: Luisita, regáleme el perdón pa mi cabro

N.N. 3: Sáquense unos remedios

N.N. 4: Y unos pedazos de carne, es que no tengo nada para el almuerzo

N.N. 1: O con pilas, por último

N.N. 4: Es que el Emerson come mucho, y no me alcanza

N.N. 1: O que me encuentre un mino por ahí. No sé, en la plaza, si te parece más romántico

N.N. 3: Y te compro de esas velas que valen luca

N.N. 5: Concédeme el sueldo del mes

N.N. 2: Veinte velitas más si me sale gratis la dosis de este mes

N.N. 6: Una plaquita más bastará para sanarme

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N.N. 1: Aunque si me lo encuentro en un carrete, ahí sí que lo pongo como obra tuya

N.N. 3: Acuérdate que estamos en invierno, y sin velitas te cagai de frío

N.N. 1: Y si tengo guagüita, le pongo sus nombres. Y la traigo pa que eche la primera meaita aquí

N.N. 3: Ya po, y una consola pal Jaimito que siempre te viene a ver

N.N. 5: No seai ingrata pues Luisa

N.N. 2: Si me cumples te pongo una placa de mármol

N.N. 5: Mármol auténtico

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Calle Colón. Pausa inquieta entre Francia y San Ignacio. Cada paso se va haciendo espeso a medida que avanzas, porque dicen ahí es donde mora la pelá: animita, hospital y funerarias montan la trinidad del infortunio humano.

El término «animita» alude a un alma que pena en el purgatorio antes de ir a la gloria. En este espacio pagano moran Julia Duarte y Luisa Silva, mujeres que fallecieron trágicamente. Así lo retrata la prensa local:

El 30 de agosto de 1930 llovía torrencialmente en Valparaíso. Tanto que un muro cedió y cayo [sic] sobre una madre e hija (43 y 26 años correspondiente). Julia y Luisa murieron debajo de un montón de ladrillos, piedras y tierra...

Su placa principal dice: «Aquí yacen las animitas Julia y Luisa, madre e hija, por derrumbes». Si intentas verla, asegúrate de subir dos metros y que ellas quieran que se deje ver, porque varios no han podido constatar la existencia de la mentada placa.

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Se cuenta que murieron instantáneamente. Lo cierto es que tienen sangre más seca que su recuerdo, y sus rostros han vuelto a tomar forma gracias a la fe de unos cuantos. La lluvia se llevó sus vidas y sus nombres, bautizándolas como «la animita de Colón» a secas. Su ropa y todo su ser quedó por ahí, esperando el rescate que todavía no llega. Se petrificaron en un murallón viejo, que más vale no boten. No queremos que mueran aplastadas. Otra vez.

Mientras tanto, otros relatos pululan en los bordes del murallón blanco que aloja decenas de velas encendidas y apagadas que cada cierto tiempo se prenden para formar incendios escandalosos que nadie atiende y que terminan apagándose solos.

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Eran personas que murieron en un accidente; se estrellaron contra la pared, era un papá que traía a su esposa embarazada al hospital, estaba lloviendo y se resbaló, él quedó vivo, pero su señora y su hijita que no alcanzó a nacer se murieron, ve que por eso se llaman Julita y Luisita. Dicen que después el caballero se mató.

Aquí aparece el aderezo que se contrasta con la clasificación oficial de las víctimas como «Personas comunes» Lo cierto es que, al tratarse de madre e hija, la compasión crece y el corazón se ablanda. El derrumbe no les dio tiempo a despedirse del terreno ni de la vida, ni la una de la otra. La importancia del -ita «Ánima» suena tenebroso. Mientras que animita va más con la personalidad chilensis: achicar para querer, acariciar con las letras que le restan gravedad a la vida. Por eso no es extraño que muchas de estas ermitas milagrosas bauticen a sus dueños con un -ito o -ita al final. Así, tenemos a Romualdito, Elvirita Guillén, Carmencita y, por supuesto Julita y Luisita.

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64 2. Los milagros

El primer milagro data de 1931. No se sabe quién ni qué pidió. Seguramente fue un ruego por salud en un Puerto asolado por la peste.

«Devuélveme a mi hijo, esposo, hermana, vecino. Dame para el pan que los niños me reclaman. Estamos en la mierda ».

Crisis asiática. Mi papá fue despedido. De haber conocido esta animita le habría pedido un trabajo.

«Ayúdame con la PSU». Se repite hasta la náusea.

Por las décadas de las décadas aparecen miradas curiosas, peticiones, favores, mandas y agradecimientos, en ese or -

den. La mayoría ruega por la salud propia o de algún ser querido, aprovechando la cercanía con el hospital Carlos Van Buren.

De pequeña me decían que el mundo era grande y terrible. Quizá las animitas amortiguan un poco el espíritu para soportarlo.

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3. Epitafio: Santas sepultadas.

Ellas la vieron venir como un tierral. Se vino el mundo encima y dejó emanando milagros.

Mueren un poco cada día. Pero es mejor ver a la pelá de lejos, saber dónde viene en vez de que se eche encima.

Ambas volvieron a la tierra que les dio el infinito ser. Una fundiéndose con la otra en el torrente de sangre, agua y piedras de este otro vientre. Luisa, te estoy pariendo de nuevo y te multiplico en las placas de «Gracias».

Mamá, te hablo a través de las rocas y el agua que chocan, chocamos y nos hacemos infinitas. Volteamos, ensuciamos, desgarramos la piel y el corazón para convertirnos en cemento, en pintura y cera de un millón de velas.

Mamá, he vuelto a ser esperma.

Hija, he vuelto a ser tormenta.

La gente que pasa ha pisado mil veces su corazón, sus pies mojados y sus bocas entierradas, la herida que les hizo santas. Sus ojos son de cera derretida; sus zapatos negruzcos y calientes. Sobre su cabeza reposan placas de agradecimiento como pinches en el pelo. Pero ellas todavía no saben que murieron. Quieren escapar del derrumbe. Vengan a buscarlas.

(*) Las páginas escaneadas e intervenidas corresponden a: Ojeda, Lautaro y Torres, Miguel (2011). Animitas, deseos cristalizados de un duelo inacabado . Santiago: LOM.

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DIVINA MARIPOSA Por Lourdes Díaz Rosales

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1. Crisálida

Desde que nació comenzó a usar labial, uno que, con rayos X, interceptaba cualquier boca que se le pusiera por delante. La barba es la parte difícil, se molesta porque no le funciona el tratamiento del pelaje como desea, quiere tener la carita de Lady Di pero se parece más a mí, en primavera pelechando. Ella se ve tan preciosa igual, aunque se atrapa en angustias y otros dolores; a pesar de ello, continúa. Ahora vienen los polvos, a veces se pellizca cuando el colorete se le acaba. A mí me cuesta distinguir colores, pero ese día logro apreciarlos, siento mis pupilas dilatarse, es un turquesa penetrante sobre sus párpados.

Comienza a descascarar ese capullito. La vivienda del cerro Mariposa se transforma en la pasarela más amplia de París, grita de emoción y de rabia conmigo, lo que pasa es que me gusta recostarme sobre sus diseños, todos comprados en la feria de la gran avenida Argentina. Estos son los mismos que repara para convertirlos en sus alas.

Ella no busca la luz porque sabe que es la luz.

Sale corriendo porque va atrasada, desde la puerta me dice:

«Chao, cosita bonita, espérame con la camita calentita».

2. Mariposas

Me gusta seguirla casi siempre, por cuidarla, por sapearla, pero siempre por amarla.

Las mariposas son seres delicados que deben ser cuidados, ¿sabías tú?

Desde la altura se ve alucinante, cualquier extraterrestre que la viese de otra galaxia querría abducirla. Avanza rápido, volando cerro abajo, a taconazos más altos que las escaleras de Colón, que las escaleras de Polanco, que cualquier escalera de este puerto.

El objetivo es claro: la calle Chacabuco.

Cuando se acerca a Pedro Montt, gritan perros de dos patas con el miembro erecto, desde las esquinas y los autos. A ella no le molestan, a mí sí. Son ladridos molestos, yo querría bajar de los muros y arañarlos, pero no puede darse cuenta de este espionaje.

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Llega a Francia a reunirse con toda su percha, colores brillantes en medio de la noche. El espectáculo más hermoso, mucho más que esos cohetes disparados para cada inicio de año y que vienen sólo a atormentarnos. Esperen, aún no se da cuenta de mi desobediencia.

De paso, me encuentro a mi amiga la Negrita, tantos meses sin verla, ahora que soy de casa y de cerro no vengo tan seguido. Nos conocimos en Rawson, somos medio primas por nuestro parecido: yo heredé manchitas blancas, pero lo que no vino conmigo es su brujería, ese presentimiento que nunca le falla y se eriza cada vez que algo anda raro. Presiente algo esta noche, que sus huesitos están rígidos desde la mañana, turbados pero no por la vaguada, es algo más.

Luego las pierdo de vista, se van todas rápidamente, las sigo.

Pienso en regresar a la casa pero su aroma está cerca, una mezcla de lavanda intensa con otras esencias que no sabría reconocer.

Es importante saber dónde está, la intuición felina no da cabida a equivocaciones.

Por los techos me asomo, no la encuentro, el zinc se comienza a sentir ardiente, mis almohadillas sienten un calor intenso casi quemante, muchas personas corriendo por la calle, gritos, gritos, gritos, gritos.

El olor a lavanda se asoma por mi nariz. Está ahí.

3. Cacería

Bajo lo más rápido que puedo hacia el pavimento, mis patitas duelen, queman en medio de las llamas, de todo ese fuego descontrolado que mis ojos, adoloridos por el humo, pueden distinguir. Pelaje chamuscado, corazón pequeñito latiendo, latiendo, latiendo. Una mujer me toma en sus brazos, yo intento saltar para poder entrar a esa hoguera; pulmones cansados, intento maullar, gritar, que sepa que estoy ahí, que vengo por ella.

No escucha, nadie escucha, nadie las quiere rescatar, yo no puedo.

Cuántas divinas mariposas fueron cazadas esa noche recién comenzando la primavera?

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LOS CAZADORES DE ESTRELLAS Por Vicente Meneses

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Pelo de alambre y una segunda boca roja, rojísima que va de la ceja al labio inferior. Darío Urriola tuvo muchos nombres antes de decidirse por ese, eso me contó su hermano Carlos. Nació como Juan, luego mutó a Alejandro, poco después a José, y Darío terminó por hacer completa y hegemónica metástasis.

Nació por cesárea en un baño, Carlos vio cómo el estómago se abría amplio y sangrando, con olor a carne quemada en el rostro, el parto tuvo que ser intervenido por una hoja de afeitar recién lavada. Todos los que nacemos de la guata de nuestras mamis tenemos problemas para comprendernos a nosotros mismos, es como si ser despojados de salir de una vagina nos quitara también un poco de humanidad.

Daríogonia de: Pasillo de los monstruos, Lucas Mella

Darío nunca pudo entenderse, tampoco lo que escribía. No sabía si era un cronista, un ensayista o un poeta absurdo. Sus textos no le daban ninguna pista, tenían a ratos algunas babas de Juan, otras veces lágrimas de José o sangre de Alejandro, pero nunca algo de él mismo. Su corta carrera como escritor joven fue enganchada por muchas otras estrellas que se apagaron tan pronto como él lo hizo. Todas nacidas de cesáreas, todas enrojecidas.

Ese cúmulo de textos y personas con el que se empapó el peculiar Darío tenía como nombre la constelación Stargate. Aunque eso varía dependiendo de a quién le preguntes y también de si a quien le preguntas recuerda lo que significaban esas cenizas de nombres. Algunos afirman que se llamaban Los Pentagonistas, otros que eran Los Estrellados y en menor cantidad se acuerdan de un movimiento apodado Valgazer.

Una lluvia de estrellas azota Valparaíso 2013 / 2014. Es difícil a estas alturas saber cuántas eran con exactitud. ¿Doce? ¿Treinta? ¿Cincuenta? Pudieron haber sido más de cien astros adolescentes escribiendo con completa pasión en conjunto. Pero para poder ser parte de este remolino astronómico tenías que afrontar una iniciación…

¿Qué escritores se reúnen en las alcantarillas? Le compartía mi inseguridad al cadáver de paloma que sujetaba con mis manos. Harían cosas grotescas, asquerosas, si necesitan esconderse. ¿Qué escritores te piden un animal muerto? Solo una secta, supuse. Ya era muy tarde para devolverme, muy temprano aún para perderme en la oscuridad.

El ritual comienza, paso al centro del nexo, conté más de treinta a los lados. El silencio y un joven están conmigo, tienen ojeras de sangre seca y huelen

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a pútrido. Le paso el animal y las esquizofrénicas pezuñas abren la paloma buscando su sangre. Agarra un cuaderno y rocía el líquido en la tapa para pasármelo. Había dibujado la estrella de cinco puntas con su ojo grande y frío en el centro. Eres nuestro compañero, me dijeron, un estrellado. A veces aún temo perderme en la oscuridad.

Reunión de: Azul Verde, sin firma

Las alcantarillas son las venas de Valparaíso, por ahí fluye el agua color psicodelia que vomita al mar. Fue fácil para la constelación entrar a las carnes del puerto, su piel está llena de costras, marcas de flagelos y erupciones por donde te puedes meter.

Como una lombriz solitaria, se asentaron debajo de avenida Francia, en una bóveda que era el cruce de varios corredores. Apodaron nexo a lo que sería su cabildo. Desde ahí extendieron sus largos brazos, colonizando con pausa el laberinto. Tenían su propia ciudad gusanesca y pronto tuvieron que organizarla. Crearon los pentágonos, nidos de más de cinco escritores autogestionados que estaban esparcidos como la clara de un huevo por todo el complejo.

Hay pentágonos importantes para las operaciones del grupo. Está el de Barón, que desemboca directamente en el mar. Solo escriben de noche, cuando las olas están furiosas y devuelven el vómito de sangre. Desarrollaron un culto a la luna y al agua, reflejado en sus poesías surrealistas de temática marina.

La Blanca Inmaculada está debajo de avenida Argentina, es el más grande de miembros y de espacio. Todos son fanáticos cristianos y de la constelación. Fueron ellos los que se encargaron de mapear todas las alcantarillas (con versículos de la Biblia) y de documentar nuestras actividades.

El más cercano al nexo es Unvalpo, bajo Pedro Montt. Un cementerio de adobe sobreviviente al terremoto de 1906 parecido a una exhibición de caras grotescas, aun con los esfuerzos de restauración. El pentágono se quedó a vivir entre las rocas, donde escribieron una novela sobre un cruzado paseando por un Valparaíso destruido.

El único con menos de cinco miembros es El Techo, la bóveda a más altura que está en Elías. Es el santuario de León Muñoz, el mejor poeta de toda la constelación. Llegan desde los extremos para rendirle culto como a un santo, dejándole comida y papel para que siga escribiendo y él lo hace viendo la catarata estallar y las lianas armar su reino.

Los colonos rojos de: Gargantaestela, Fernando Vargas

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La constelación nunca tuvo problemas con los hombres del desagüe. Si se llegaban a cruzar, los miembros les convidarían comida o agua limpia, los hombres les devolverían el favor guiándolos si se perdían en la oscuridad. Una cooperación mutua que ayudó a la constelación a mantener el control de sus colonias sin amenazas. Continuó así hasta abril del 2014, con el gran incendio de Valparaíso.

Vientos solares queman la piel del puerto. Los embargados por el fuego encuentran refugio en las venas bajo la dermis rostizada, uniéndose a los hombres del desagüe con los que la constelación habituaba convivir.

Pero parecían poseídos por el humo negro, casi lo exhalaban al abrir sus bocas. Actuaban rabiosos y psicóticos contra los jóvenes escritores. Cuando los veían recorrer los pasillos, rasgaban sus camisas, los intentaban ahogar o violar. Fueron ahuyentando a la constelación de las calles que habían colonizado.

«¿Cuántos pentágonos tomaron? Por ahora el de Sotomayor, el de Barón, casi todo La Blanca Inmaculada y Unvalpo. Debemos ir al búnker de la Scuola ¿Pa marcharle a Mussolini? No pueden encontrar los fusiles, debemos hacerlo primero. Tomen los tres pentágonos del norte y vayan para allá. ¿Cómo los repelemos? No tenemos la fuerza suficiente, agarren rocas o lo que sea y vayan a defender el búnker, ¡rápido!»

Así se dio inicio a la Primera Guerra Oculta, nosotros contra los hombres del desagüe. Durante trece días las familias porteñas escucharon gritos y gritos de soldados luchando, provenientes de abajo del suelo. Era la constelación defendiendo su ciudad contra las fuerzas del demonio.

Comenzamos como terminamos: desprolijos, temerosos de sus manos y bocas quiltrificadas, pero con valor nos fuimos armando. Con los palos que encontramos armamos garrotes y lanzas; con las tapas de basurero que nos pasaban, escudos; y con vidrio molido hicimos municiones. Lo más importante era cubrirse el cuerpo para no contagiarse de infecciones. Con ropa usada cosimos ponchos y máscaras, nos transformamos en verdaderos cruzados.

Todo el día estuvimos en función de la guerra, divididos en dos grupos: los Paladines y los Recolectores. Los Paladines eran la vanguardia que tomaba y defendía los pentágonos; los Recolectores salían a la superficie a buscar insumos o chatarra que nos sirviera. De no llegar con las manos vacías dependía nuestra causa, no importaba si robaban, amenazaban o compraban para obtener las cosas... Jesús lo entendería.

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Hasta el décimo día estuvimos bailando la cueca de retroceder y avanzar, pero eran demasiados, como hormigas abordando un caracol muerto. Cuando les pegábamos rompían nuestros garrotes y el vidrio en sus piernas no evitaba que siguieran atacando. Eran esclavos del humo que se retorcía en sus miradas.

Al doceavo día nos empezamos a mermar, no había nadie sano ni que no estuviera herido. El agua y la comida se nos acababan, también las velas para iluminar las peleas. Solo nos quedaban dos pentágonos: La Boca y El Techo. A donde fuéramos siempre sonaba una marcha infernal, que era como escuchar una máquina machacando huesos.

En el décimo tercer día se libró la batalla final. Veníamos arrancando y nos refugiamos en El Techo. A todos nos dolía lo más profundo de la carne y del alma, salvo a León Muñoz, que aún seguía viendo la catarata y el musgo en la laguna. «¿Por qué tan miserables?», nos preguntó, «Guerra», respondimos. Ya no se escuchaban los huesos romperse desde la garganta negra, eso nos llamó la atención.

Él asintió y nos guió por un pasadizo, entramos lateralmente a La Boca. Nuestros enemigos celebraban una especie de fiesta lamiendo sus caras mientras gemían. León prendió una antorcha y la arrojó al pasto del pentágono. Supimos que habíamos ganado la guerra cuando vimos esa masa amorfa de cuerpos en llamas, tirándose al agua uno por uno. Las alcantarillas eran nuestras de nuevo.

La gran Guerra Oculta de: Tormentas en el Cielo, Vicente Mori

Luego de estar tan cerca de la muerte, la constelación supo lo que tenía que hacer. Podían desaparecer, pero si lo hacían sus escritos no podrían ser llevados con la brisa de la fugacidad. Tenían que hacer un libro, sí, un libro que representara su propio cosmos húmedo, palpitante y subterráneo. Uno nacido de cesárea.

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LA CAPACIDAD DE LA UTILIZACIÓN Y

Por Fernanda Jelves

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(DES)PERFECCIÓN DEL CORAZÓN

“Estoy aquí porque soy capaz de amar, precisamente, puedo amar y amo absolutamente la vida, amo vivir en condiciones de tranquilidad... Espero recuperar absolutamente ese derecho (...) vivir tranquila.”

Lo dijo la comandante: la capacidad de amar el uso del corazón por sobre todas las cosas se te arrebata una parte de este en el exilio la tortura el electroshock interrogatorios la distancia, el fracaso.

Si bien nada salió como todo se quería y necesitaba

el amor lo curó el tiempo, la paciencia, el viaje, las casualidades

Don Sergio volvió a su vida dentro de condiciones de tranquilidad.

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¿Por qué te negaste?

porque soy capaz de amar

En Valparaíso, para el principio del nuevo milenio juego con las niñas del pasaje 6, en Cirilo Amstrong

Se me salen las pantuflas y levanto mi bastón para actuar como el villano

Soy actor. Últimamente sólo actúo para los proyectos de los chicos que estudian cine en la valpo.

Bernardita, monito… vayamos a tomarnos un café

¡Compañero Buschmann, qué rico verlo! Compañera Bernardita, buenos días.

ya me duele la espalda, monito… volvamos a la casa

monito, me gustaría vivir en la casa de nuestros amigos… los alemanes esa casa de seguridad en la que te refugiaste luego de escapar de la cárcel de Valparaíso

no se puede

Ahora se puede. A cuatro años de tu partida.

Te fuiste Sergio gran combatiente siempre orgulloso de tu corazón y fue este quien te traicionó.

Es cuando partes tu corazón no pudo soportarlo

OPERACIÓN AL CORAZÓN OPERACIÓN CARRIZAL BAJO

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me gustaba el deporte. después de tantas veces ser colgado boca abajo

tirones para que soltara la lengua no podía ejercerlo, los huesos y la memoria me dolían me quedé en Valparaíso

y eso que conocí el mundo entero

PERO FINALMENTE ME QUEDÉ EN UN LUGAR QUE YO ELEGÍA

la Bernardita, eterna compañera me cautivaste mejor que los milicos y los gendarmes

Yo me iba al norte, pasé a tomarme algo para despedirme de unos compañeros pero tú cantabas, me cantabas. me quiero casar contigo ¿en serio?

¿no te gusta tu libertad?

te amo, te amo, te amo, te amo y te amo casémonos nos quedamos en Valparaíso y sobrevivimos

lo único que puedo hacer es nadar mira, te cuento una anécdota

la única piscina que encontré fue la de los marinos, en Playa Ancha

yo soy rubio, podrás verme. alto.

cada vez que iba, los cadetes nuevos me saludaban

“buenos días comandante”

aaah ja, ja, ja no soy comandante soy el traidor

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la insurrección, la insurrección

¿Eras tan peligroso?

yo solo veo amor

Hace muchos años te escapaste de Valparaíso, de la cárcel. Qué mejor que morir aquí a voluntad.

Recibiste la carta de la libertad: absuelto de todos los delitos

Entregaste tu corazón

A Chile, a la libertad al canto, al amor tus hijos, tu familia tu corazón te entregó a ti

está bien, son cosas de la vida al menos morí libre en Valparaíso

bueno, en Viña del Mar porque en el Fricke está el mejor cardiólogo.

¿fue tan bueno?

muy tarde para preguntárselo

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BIOGRAFÍAS AUTORXS

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Fue a los nueve años. Los libros llegan como predestinación a las manos de una. En la entrada de la casa, se escuchó el peso de las hojas mohosas acostadas en el piso. Cómo llegó todo ese montón de libros a las manos del papá. Cómo la gente botaba en tal cantidad lo que otros escribieron. Los libros ciernen su lomo también en vertederos, calles y camiones. Llegan a otras casas, se arrastran hasta colegios, colman plazas y, finalmente, se esconden en peluquerías.

Daniel Valencia

Porteño. Veintitrés años que tienen cara de dieciocho. Actualmente adoptado en Placeres, aunque ya me están echando. Bueno para las pegas que duran poco.

Piernas de zancudo, diestras en sacar la vuelta.

Ñoño pero traumado, nunca más recomiendo un cómic.

radioactivo

en el fin de la guerra bactereológica, y poco antes del triunfo de la supremacía inmunitaria, emerge entre botellas de vino y hormonas financiadas por el ife, un sujeto que ha venido al puerto a jugar a ser artista y a hacerse hombre.

lámina holográfica de un vasto catálogo de maricones delirantes; escupe palabras como quien hecha el primer sorbo de una lata al piso «pal diablo».

todas quieren que él cuente su historia, porque todas se dicen «históricas». las ignora mientras escribe caminando, evadiendo pacos y marcianekes; moldea con ternura, sin resaca, esas voces agudas, maquilladas, rabiosas, que cuentan sus secretos para sobrevivir siendo tan extrañe a la vista.

Javiera Astorga

Señorita buena presencia. Obediente, puntual, responsable. Disponibilidad inmediata.

Rosita Valdés

Dos más seis, ocho. Ocho más dos, diez. Dos ge a diez ka. La hostilidad ya me tiene en pálida.

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De sobre llamativo, por lo alta. Piernas que rompen el papel, que es blanco, pálido porque se lo robé a mi papá. Del interior se asoman dos ojos oscuros que apenas sirven, pero que son lindos porque los saqué de mi mamá.

Yo soy el corazón envuelto, el portador de esos ojos. Y si te estoy viendo, es porque el sobre aún no se ha sellado.

Yo, que nunca había escrito más allá de un par de papers de ingeniería para unos ramos de la universidad, llegué de forma aleatoria al lanzamiento de un libro de escritura territorial en el Balmaceda. Lectura de fragmentos por los autores. Emoción de los presentes al escuchar. Palabras de agradecimiento a todos, todas y todes.

Llega el momento del brindis y también de preguntarme: ¿y si también soy capaz de entregar relatos ocultos a lo evidente desde mi propia letra? Trago el sorbo y saboreo la respuesta en mi paladar.

A la toma llegué como hace ocho años, sin grandes pretensiones; quería un lugar donde echar los huesos o caerme muerto, nada más. Para llegar a la Violeta Parra tuve que perderme, a la casa del autor no llegué nunca, me atajó en la biblioteca y me dijo: Disculpa que no te reciba; uno más en mi casa y vamos a andar chocando. No sé si era una broma, o una constatación trágica. Estoy hacinado conmigo mismo.

Estefanía Villalobos Vergara

Llevo treinta años coqueteando con la muerte. Después de todo, casi me muero dos veces: una, en un accidente automovilístico en Vallenar, y otra gracias a una bacteria veleidosa que me estaba comiendo por dentro. Después me vi amononando una casita en la carretera huasquina en honor al «Pelusa», primo que volcó para Año Nuevo. Lo mismo pasaría veinte años después con el «Carlitos».

Me hice pequeña para entrar a esas casitas, me morí para deambular por los cementerios, me tiré a la carretera nortina para ser testiga de la fatalidad que avanza y me paro en las placas de agradecimiento y en cada cruz pagana que veo en las cunetas.

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Matías Muñoz Zamora

Supongo que seguiré ese viaje hasta que me vaya, hasta llegar al único lugar seguro de este mundo.

Tengo una hermana que no conozco porque se fue antes.

La busco a través de las letras.

Lourdes Díaz Rosales

En ese entonces recién me tocaba salir del capullo sureño de mi mamá, la que me compartió un poco de su pigmento para encontrar un color que transformara esta secuencia de palabras en el cuento que podrás atravesar.

A todas las mariposas de dos patitas caminantes, danzarinas, rebeldes y quietas. A las que pudieron ser amigas pero no llegamos a serlo, quemaron sus alitas antes de tiempo.

Ojalá, este cuento te invite a preguntarte: ¿quién quemó…? Espera.

Nadie ha respondido por qué todavía la quema de mariposas está permitida.

1993, Divine, Chacabuco.

2022, Ignacia, Errázuriz.

Vicente Meneses

Creo en la resurrección de la carne. Soy romántico, regalo trozos de paloma. Ando con tapones todo el día hasta que me sangran las orejas, es que las estrellas me susurran y no las quiero escuchar. Si me topas por algún pasaje, córrete, porque siempre voy atrasado y a punto de disparar.

Vicentegonia de: Pasillo de los monstruos, Darío Urriola

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Nací frente al mar, crecí mirando hacia ti.

Tardé en (re)conocerte, fue tan fácil escribirte.

Vino por primera vez en la guata de su madre a Valparaíso, directo al mercado Cardonal. Estuvo ahí su tiempo y salió escribiendo. El año 2021 se publicó Apuntes al margen (Emecé/Planeta), que compila años de su escritura porteña. Porque sin este territorio no habría encontrado su forma de hacerlo.

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ÍNDICE

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89 Presentación Federico Botto La cofradía del caracol de mar Juana Balcázar El castigador Ricardo Daniel Valencia maricón feo radioactivo Las caletas Javiera Astorga La weá Rosita Valdés Rodrigo: Sofía López Martínez Polanco, el ascenso de la ambición Matías Muñoz Zamora De la toma al mundo Jordan Chiu Vengan a buscarlas Estefanía Villalobos Vergara Divina Mariposa Lourdes Díaz Rosales Los cazadores de estrellas Vicente Meneses La capacidad de la utilización y (des)perfección del corazón Fernanda Jelves Biografías de autorxs 3 7 13 19 27 33 41 45 51 55 67 71 77 83

COLOFÓN

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Reescritura de Valparaíso V

Laboratorio de Escritura Territorial 2022

Balmaceda Arte Joven Valparaíso

Edición y coordinación LET: Cristóbal Gaete

Asesoría editorial: Arantxa Martínez

Diseño y diagramación: Camila Chocobar & Edu Leblanc

Imagen portada: Paz Olivares Droguett

Primera edición: Diciembre 2022, Valparaíso

Impreso en: GSR Impresiones

Registro de propiedad intelectual:

Los derechos de los textos pertenecen a los autores

Distribución gratuita

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