Asediar el Poema, laboratorio de escritura ensayística

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Asediar el poema

Laboratorio de escritura ensayística

Resultados del taller de literatura Asediar el poema: Laboratorio de escritura ensayística , impartido por Miyodzi Watanabe durante el segundo semestre de 2025 en Balmaceda Arte Joven Valparaíso.

Preliminar

Este fanzine reúne los escritos de diecisiete jóvenes que sostuvieron la extraña e inusitada empresa de juntarse una vez a la semana a leer poesía y escribir sobre ella. Exploraron la escritura ensayística en la forma del tanteo y del asedio: con cuidado y con coraje aperturaron los poemas. Estos textos son el resultado de pensarse en el ejercicio de lectura, del diálogo con otrx que hizo también lo mismo en el acto de pensar/sentir en la hoja.

En la insistencia, en el reunirse, en despensar colectivamente, en la importancia de la escritura a mano, en escuchar y leer entre todxs las palabras de otrxs, en reconocer su propio timbre y su propio pulso, en atrapar una imagen y en hacer imagen, lxs participantes de este taller defendieron una forma de experienciar el tiempo.

La experiencia que como sujetxs hemos visto arrebatada, en un tiempo cada vez más veloz y enceguecedor, es despercudida de la velocidad impuesta y se detiene en estos asedios.

Lxs participantes se detienen, leen, se escuchan y escriben con un lápiz el pelacablismo que impulsa una idea. Se alejan de la imposición de ser consumidores de información, para ser productores de sentido en el encuentro con otrx. Y entonces esta empresa inútil para las expectativas de lo artificial, nos permite seguir disputando una forma de ser/estar en el mundo, nos sostiene en la porfía de creer que hay otros futuros por imaginar.

Agradecemos a Mia Maurer, Cielo Nuar, Gladys González, Alejandra González y Priscilla Cajales; poetas que leímos durante el taller. Por la generosidad de compartirnos sus poemarios y por compartir también la porfía.

Textos a propósito de la lectura de Al río fui por una aguja (2023) de Mia Maurer

Asedios colectivos

Un aguja es la forma más pequeña de una espada

Pequeña y dolorosa, si te la tragas te cose por dentro. ¿Si me la trago coserá mis lamentos? ¿Puede llevarse con su hilo mis dolores?

Enhebrar el hilo nuevamente para coser los recuerdos tormentosos y lejanos de mi alma.

y me pregunto ¿valió la pena haberme perdido por tanto tiempo? ¿qué tiene sentido cuando nada tiene sentido?

Y quizás perderse es parte del camino. Con una brújula inútil guiada por la pulsión del sin sentido. Con la aguja viajera del compás.

Creo que el punto de cocer es perder el norte. A veces tenemos imágenes reales (nubes, casas) y otras veces visiones de fiebre.

Ante todo mal, en caso de emergencia, use la aguja: ya sea para suturar desembocaduras o diseccionar para mirarse por dentro.

La aguja usada tanto como para herir e incomodar, como para generar cicatrices, para buscar profundamente algo que no podrás encontrar

Lo que titila expande el horizonte

Y de esta forma nado en mi alma, astillándome con dolores, recuerdos y fluido de emociones que me lleva la corriente a través de mi vida

Es un viaje tortuoso por mi garganta, la aguja es como yo misma buscando una forma de apuñalarme

Recuerdo que la aguja afilada rompe mi garganta empujándome a gestionar mi infancia como remolino.

que se forma en mí líquido encefálico, como aguas subterráneas ocultas, ¿de dónde vino tanta agua? ¿por qué navega en ella un pensamiento aguja?

¿y si la aguja está cansada? ¿por qué tanta energía? la aguja es como un gato, rápida, o tal vez solo una aguja loca.

Locamente teje mil lágrimas, espero con esmero que borde una sonrisa en mi cara, mis dedos como hilos, ávidos de coserse tu cuerpo hasta sangrar.

Y como dicen por ahí, uno nunca se baña en el mismo río dos veces.

Estuve nadando hasta encontrar mi isla de resiliencia huyendo de aquella violencia que me ataca como aguja.

Y la ternura tan extraña, se devuelve, lo desentiendo. Quiero seguirte aguja, pero te me vas, quizás es mejor así.

Aguja en un pajar, aguja que se camufla en el camino de mis venas.

Me basta saber que cada piedra es la medida del tiempo

Uno suele encontrar cosas donde no debieron estar, entonces, ¿por qué no buscamos cosas donde no deberían estar? ¡Qué inusual!

La aguja está perdida en algo mucho más grande que un pajar, ¿se podrá encontrar la necesidad de coser mi falta de alma?

A través de un cosmos de azares acontecidos, inspiraciones fluidas derrumban lo otro.

Y es que este derrumbe es de vidrio y puntiagudo, imagínate el sonido, un desmadre que te entierras en los pies y la escoba se los lleva.

Las agujas no solo son objetos punzantes son símbolos que atraviesan la piel, memoria y temores. Te observo en el río de sangre que te refleja, latiendo y sintiendo todo.

Este río espeso me tiembla el cuerpo, envolviéndose en un envoltorio de cristal rubí de sangre subterráneas. Que gotean; hora de las agujas enterradas en acuíferos tipo O positivo, coágulo rubí atado de pedazos de hielo.

Y el hilo se cae sin detenerse o suavizar su descenso. ¿Si el hilo se corta pierde su utilidad?

O siembras semillas, un nuevo bosque de comprensiones ¿Puede ser una semilla de hilo más real que otra?

Podría ser que la aguja sea encontrada, el pajar es más denso cuando no se piensa.

En la boca de la tormenta / tiembla / la aguja

Dejarme perder. Como si navegar en esta corriente fuera peligroso. Desconocido y profundo parece, vuelta de revés. Dejarse mojar es tentativo. Dejarse perder lo es aún más.

Temeroso y todo, me dejo guiar por los brazos de este río espeso, bombeo escarlata. Busco desesperado el filo de la aguja para que me guíe. Pero se perdió aquí. Conmigo. Dentro de mí. En mis venas. Y que tenga cuidado, me dijeron. Si me descuido, el flujo puede guiarla al corazón. Porque el pálpito mueve la corriente, y la corriente desemboca. Enhebrándote conmigo. Agujereándome por dentro, una, dos, tres puntadas. Pero no, me digo yo. Déjenla zurcir.

Pienso en zurcir como una forma de reparar, no de esconder. Enmendar una herida, una rotura. Zurcir es reparar, y repararnos deja una cicatriz, una marca. Zurcir no borra: subraya. Cada puntada reconoce la herida, la atraviesa y la afirma; y en esa insistencia, la repara. Esa cicatriz queda como testimonio de una reparación; volviéndose recuerdo, memoria. Memoria cosida a la carne. No me gustaría borrar mis heridas, ni esconderlas; porque no quiero borrar mi memoria. Prefiero que mi cuerpo sea testimonio.

Hace tiempo noté que solo logro vínculos profundos con quienes llevan cicatrices. Allí donde la carne se ha abierto, asoma el hilo, y con él la posibilidad de enhebrarnos. Reconocemos nuestras hilachas, las tendemos, y nos enredamos. Nuestros hilos se encuentran puntada a puntada, tejido compartido. Un entrelazarse que sostiene y, a veces, duele. También hay quienes tienen la piel lisa, sin memoria de puntada. No han sentido el desgarro, pero codician la marca. Pienso en ellxs y guardo mis hebras. No porque tema abrirme, sino porque no entrego mis costuras a quien, para no sentir el filo en su propia carne, traza la herida sobre otros.

Vena de agua, camino de sangre

Al río fui por una aguja cosa que el río no tiene pero la encontré girando sobre una piedra trazando direcciones

Me emociona el agua, el cuerpo está hecho casi en un 70% de agua. Las neuronas en contacto para hacer sinapsis y el camino de mis venas me hacen pensar que en mí habita un río y aguas subterráneas ocultas, como mi líquido encefálico, que se me anduvo escapando cuando, andando en bici, me fisuré el cráneo. Fue lo mejor porque si el líquido y la sangre no hubieran salido de mi cabeza me habrían cubierto el cerebro y ahí la historia sería otra. A veces está bien que los ríos se desborden y aguas ocultas salgan a la luz.

Cuando el río vomita devuelve huesos y basura que se han acumulado por años en él, ¿de dónde vino tanta basura? Es un secreto a voces. Supuestamente nadie lo sabe, pero todos se conocen las caras, aunque las intenten ocultar junto con sus sucios intereses e intenciones. No saben que dejando sus desechos en la ribera se pueden leer sus mentes, ver sus corazones. A la gente se le puede conocer por su basura.

¿Por qué dejamos que quedara todo esto en el estómago del río? Sus jugos gástricos ahora están ácidos. Animales y plantas lo notan. Mi interior, alterado por tanta comida basura que consumo, ruge a través de mis entrañas. Me dicen que soy el río, que me atreva a fluir. El Aconcagua, protagonista de mi amor, migra desde el Juncal hasta desembocar en la playa. Cuando dejé mi casa, yo también migré desde el río hacia el mar. Donde quiera que vaya noto que hay agua, ¿de dónde salió tanta? me hipnotiza mirarla, me abduce pensarla.

Cuando me siento deshecha navego por el río en busca de un propósito aguja que me avive el alma. ¿De dónde viene mi sangre? ¿Cómo es posible que tenga casi 4 litros de ella y de que esto se me olvide en el día a día? ¿Sabías que nuestra sangre se regenera? Así es, como el río, el ciclo del agua, el ciclo de la sangre, ambas intentando gritar y dejar un eco para ejercitar nuestra presencia en el ahora.

Si te pierdes en un bosque o selva de pensamientos, en la montaña de rutina o en una quebrada de desesperanza, sigue la dirección del río. Te guiará a sectores donde poder habitarte. Incluso los cauces secos son señales de que allí hubo vida, son el rastro hacia tu centro.

Genélope

La aguja y el río interior

Hay libros que no se leen: se atraviesan. Al río fui por una aguja es uno de ellos. No es un texto, es una travesía. Mia Maurer no escribe desde la superficie del lenguaje, sino desde sus costuras. Cada verso es una puntada que intenta cerrar una herida que no se ve, pero que se siente. ¿Qué se busca cuando se va al río por una aguja? ¿Qué se espera encontrar en el fluir para el acto de coser?

La aguja es símbolo de lo mínimo, lo preciso, lo que permite unir sin dejar huella. El río, en cambio, es lo que arrastra, lo que disuelve, lo que no se deja atrapar. En esa tensión entre lo que cose y lo que deshace, aparece el alma. De esa parte nuestra que quiere reparar lo que el tiempo ha roto, pero que sabe que el tiempo no se deja coser.

El gesto de ir al río por una aguja es profundamente filosófico: es aceptar que la búsqueda es absurda y, sin embargo, necesaria. Es saber que el sentido no está en encontrar la aguja, sino en el acto de buscarla. Como quien escribe sin saber si alguien leerá. Como quien ama sin saber si será amado. Como quien cose el aire, esperando que algún día se convierta en abrigo.

Bordar con palabras lo que no puede decirse. Imágenes que no explican, revelan. No enseñan, acompañan. Y en ese acompañamiento, nos invitan a mirar nuestras propias aguas interiores, a preguntarnos qué agujas hemos perdido, qué hilos seguimos sosteniendo, qué costuras aún duelen.

Porque al final, todos hemos ido alguna vez al río por una aguja. Y quizás, sin saberlo, seguimos yendo.

Gisselle

Fue necesario /rescatar el esqueleto / del fondo del rio

El silencio era lo único que quedaba. Siempre sentí cómo dentro de mí las cosas se hacían y deshacían. A veces con miedo, a veces con alegría, a veces como si mi corazón fuera a explotar: podía gritar y gritar y nadie me escucharía. ¿El silencio sigue siendo silencio cuando nadie te escucha? ¿O cuando a nadie le importa? ¿Debí gritar más fuerte?

Tan solo desearía que alguien se hubiera atrevido a bajar por todas esas rocas, que fueron lentamente formando lo que más tarde sería mi tumba. Desearía poder volver a entretejer los hilos del destino, quizás así este lugar no sería una simple tumba, sino un árbol imperfecto, chueco, derrumbado. Pero que gracias al tiempo volvió a erigirse tomando nuevos caminos. Un árbol cuya presencia se siente como si perteneciera, incluso en silencio.

A veces somos arrastrados contra nuestra voluntad. Ahí donde existe la inexistencia del silencio. Ese lugar donde la muerte se hace visible y deja de esconderse. ¿Le tienes miedo a morir? Me lo pregunto todos los días. ¿Le tienes miedo a morir? La respuesta nunca es la misma y al mismo tiempo sí.

¿Puede algo ser y no ser al mismo tiempo? ¿Qué más queda por sentir cuando ya lo has sentido todo? Quiero sentirlo todo, quiero más, necesito más. ¿Existe si quiera esa totalidad? ¿Cómo saber que ya lo he sentido todo? Quiero sentirlo todo, pero ¿cómo se siente la nada? No quiero sentir nada.

El vacío me asfixia, me agobia, me penetra como un serrucho que despedaza cada fragmento de mi alma como si solo se trataran de hilos. Algunos son rojos como tu sangre, otros negros como tu pelo, otros blancos como tus sueños, pero hay unos que no tienen color, y luego están esos que ni tu ni yo conocemos.

Y el ciclo volvió a repetirse, aunque a todos les importara. Esta vez ya no eran gritos, eran lágrimas y suspiros. Esta vez no existían rocas y no existían tumbas. Esta vez ningún árbol era imperfecto. Esta vez ya no le tenía miedo a morir, porque ya había muerto. Esta vez me di cuenta de que, aunque había sentido todo, en realidad no había sentido nada.

Esta vez yo era el silencio y tu eras el reflejo.

Max

Textos a propósito de la lectura de Navaja (2021) de Gladys González

con el lomo de la navaja

Veo el lomo de un caballo (bestia, a veces domadura, encabalgamiento, tracción a sangre). Instrumento de guerra el caballo, como la navaja: jugadores de la violencia o del pánico. Ahora, como el caballo ¿Puede ser, en algún momento, mansa la navaja o es, por naturaleza, indómita, desatada, descarriada? Indómito, desatado, descarriado es lo que no responde más que a sí mismo (sacadora en cara de sí misma: la navaja no responde más que para la violencia y es violencia, vector de violencia, rabia direccionada). El poema no suele ser espacio para las armas y ahí está la navaja de Gladys González: amenazante.

Hay ciertas imágenes que advierten, creo, o me pasa con ciertas imágenes que las siento como anuncios: su mención, como con el lomo de la navaja, de nuevo bestial, vector de rabia, no puede ser sino el preparativo o la inminencia de la violencia. Digamos que Gladys González de los 2000 la empuña -busca en Google-. Si no la empuña, es testigo intensa de la navaja: está por empuñarla, y si está por empuñarla está, digamos, a su vez, por salir de su pensión a donde sea que se dirija, pero con la navaja ¿Hacia dónde se dirigiría con una navaja en los 2000? Hacia otra pensión, o sea, hacia alguien, o, a falta de un alguien y de pensiones en los 2000, hacia ella misma en un recoveco, un intersticio, un recodo de noche: la navaja, su navaja, para ella misma (el sueño de la razón produce monstruos: cría cuervos y te sacarán los ojos).

Navaja animal

¿Qué pasa cuando se vacían los significados?

desaparece la tinta las sombras el cianuro su olor

La huella dactilar sutura la sombra al cuerpo y de tanto patear piedras va a empezar a descoserse. Se desprende la fachada de su revestimiento de graffitis y tags, el asfalto de la grieta, se vacía el lápiz de su tinta, la sombra de todas las cosas se escurre como hierro oxidado de la sangre por las alcantarillas oxidadas hacia el núcleo oxidado de la ciudad. Solo queda la carne sobrevolada por el tedio.

la fotografía y la memoria se vuelven borrosas

¿Qué se hace cuando se vacían los significados? Se escucha punk, o cumbia po. Porque tal estado de inmovilidad no le es propio a la carne; tal vez a lo que se conceptualiza como naturaleza, eso que sí es indiferente, que no sabe de juicios morales porque es imparcial. No a uno, que siente la irrevocable necesidad de irse a la punta del cerro para después devolverse.

inútiles cumbres de la soberanía del tedio.

Se vuelve al pulso creo, no cacho en realidad, me voy a la punta del cerro, a la vuelta les digo que pasa.

Caro

Fiebre Férrea

Te siento, una incomodidad en un enjambre de filos, como sacada de la peor pesadilla de metalurgia. También siento el ataúd candente burbujeando en una congelación férrea, de color vino palpitante y olor a masa madre, haciendo sonidos de insecto mal pisao’.

Cita (dos puntos)

sorber la materia metálica de la sangre

En una mina carmesí dónde las vagonetas respiran chirriando. Pésimo sonido tortuoso y repetitivo, sonido filudo. Masticando coca y tosiendo burdeo se me aprietan las venas…

Cita filuda (dos puntos) <que anida entre el sarcoma y las muelas> <en el resoplo de la respiración>

Postrado, tratando mi cicatriz de mercurio un sábado de verano suave. Pero tu cuerpo pesa tanto que hasta la jalea vomitaste y los besos son gélidos como palpar un cadáver

Cuando la sopa sabe más a cuchara

que a sopa.

AYUDA! Se me caen las palabras, y Retumban como fierros

ya pesan demasiado pesan

Choclo

Y

el grito sordo / de la insatisfacción

¿Podemos escuchar aquello que no oímos? Si lo sentimos, si vibra en algún rincón del cuerpo, tal vez sí.

Cuantas veces insistimos en aquello que pensamos, opinamos, pero no nos pescamos. No escuchamos lo que de verdad queremos decir, nos pasamos por alto, como si habláramos por costumbre y las palabras se nos quedaran dormidas en la boca.

¿Es posible ignorarse a uno mismo? ¿Quién tiene entonces la mano en el timón? Quizás deberíamos aprender a oír lo que se dice en el silencio, como cuando solo escuchas el crujir de las tablas del suelo que te recuerdan que estás ahí.

Cuando por fin lo intentamos, descubrimos que ese adentro no siempre es un lugar seguro. A veces el propio interior se siente ajeno, como una casa prestada, una habitación en la que el eco no responde.

Porque hay rincones de uno mismo donde cuesta quedarse, donde algo nos expulsa suavemente, sentirse un invitado en nuestra propia casa. Ser ajeno a mí mismo, no encontrar en mí el refugio, me deja bastante perdido, como quien entra en su pieza a oscuras y tantea las paredes buscando desesperadamente el interruptor.

Y aun sin refugio claro siento cómo el silencio que antes me expulsaba ahora me susurra, recordándome que habitarse a uno mismo es un acto de coraje diario. Alonso

Espadas, agujas y navajas

En mayor o menor medida soy un arma que corta y repara. Mi cabeza es una navaja que rasga pensamientos, tiempo y moral. Me pregunto cómo es que pasarían los días si no tuviera tanto en la mente, tanto en que pensar: como un almacén lleno de libros empolvados que se sacuden, vuelan por los aires y chorrean sangre de tanto concepto que no alcanzo a analizar. El mineral de la sangre que queda en mi navaja la oxida y con el tiempo no sólo quema el acero, sino también mi incredulidad y juventud.

El hilo de sangre que derrama mi cabeza enhebra mi ser aguja, me pone vía y alerta. Convence a mis tajos de que el dolor es solo una palabra moribunda e inerte y que supuestamente puedo con absolutamente todo: con el saco de comida de 30 kilos pa’ mi perro sobre mi hombro, con revisar el basurero asqueroso con comida descompuesta donde cayó mi anillo y con saber no llorar cuando mi abuela solloza de dolor. Reparo mis tejidos y zurzo los ojos del corazón, lo dejo ciego, porque si no su mirada profunda desintegraría las paredes del pecho, y me gusta, pero hoy no necesito eso.

Hoy seré la espada que armé con mi columna y guardé debajo de mi cama para sacarla en caso de emergencia. Dejaré que me empuñe la violencia y que me use en el trayecto al trabajo. Con ella me abriré camino entre el espeso bosque de bambú con cuerpo de cemento y me enfrentaré al rápido paso del tiempo que hace que me perciba débil e insignificante, porque sí, lo soy, pero hoy tomé mi rabia y la guardé como amuleto en el bolsillo, no para que me incinere, sino para que me haga avanzar.

Genélope

hubo una época en la que ansiaba encontrar el amor definitivo y boreal

Curiosidad es poco, la generación de algo sin materia, la luz como una a(luz)inación sin alunizar. Los pies levitan sobre la tierra. Yo también ansié ver aquella hermosa figura sobre mi rostro.

Que devastador agujero negro tengo en mi corazón, capaz de tragar y desaparecer aun en la carencia de materia, aquello que tanto anhelaba. Ahora con los pies en el barro, me hundo yo, sin esperanza se ver colores; simplemente la luz.

Paul Boreal

Con la arena en la garganta / tragándose

una a una las sanguijuelas de la fiebre los espasmos súbitos la carencia y el hambre

Al correr una maratón sobre la arena que cubría mis pies, mi hígado, mis entrañas, mis pulmones; este polvillo natural trazó mi garganta al tratar de consolarme por reemplazar aquellos alimentos explorados que nunca más de los jamases volverán a ser explorados por mis sanguijuelas sedientes embobadas y obsesionadas con una fiebre devastadora luchando por luchar contra mis espasmos súbitos que se iban mezclando por montones de formas descontroladas al seguir soñando por un ensueño descontrolado al carcomerse de mis carencias envolventes que transformaron mi cuerpo en carne podrida al digerir tantos espasmos enfermos del hambre que me devoró la arena como sanguijuela para siempre.

Laura

Para fingir / que el dolor / es solo una palabra

Mirar hacia adentro y apartar la mirada, recuerda, es solo una palabra.

Vislumbraste una caricia por sobre una herida sangrante, con el tacto puesto entre la dermis que se hace ver, apretando los dedos como al estrujar una esponja, pero sosteniendo dolor, o quizá ni tanto. La sangre de hilos cálidos abriga y calma el dolor real que está dentro y no de la carne. Está caminando por pasajes de recuerdos, angostos como tajos en la epidermis, paso a paso atravesando pensamientos, descubriendo, admirando, observando, desenterrando hasta salir corriendo.

Será difícil: Hablarlo sin que tiemble la cuerpa, sintiendo el recorrido de gotas frías cayendo por cada parte. Pensarlo y no querer hablarlo: estar disociado mirando al frente pero observando tu mente, ¿pa’ qué hablarlo? Los sentimientos no importan, ¿no?

El silencio escucha como un mejor amigo de ciega confianza, sin palabra, sin vergüenza, sin juzgar, igual termina saliendo cualquier vómito palabrial. Y no es solo una expresión, miento al decir que no la siento, como un grano sin masa haciendo contrapeso con mi alma. Igual me estoy tirando pa’ abajo yo mismo, sí sé que importa e igual no termino las frases, que como desagüe le dan escape a mis sentimientos.

A muchas experiencias bastardas les doy gracias, como la que me hizo más vío pa’ la próxima escala que me salga. Las gotas frías son constantes y cada caída es un peso menos, aún si fueran plumas los kilos no cambian, si está en la masa, aunque fuera plomo no cambia.

Y las palabras como espadas colgantes y cual cortesano Damocles experimentando la amenaza constante. La palabra puede ser mortal, aún dentro de mi tumulto mental, sintiendo la fría gota caer, es una simple gota en la conversación. Sí, sigo redundando en la palabra, así mismo me atrapo, así que pa’ la casa calabaza y eso que estoy encerrado, a pesar de estar surcando amplios campos de gramos.

Siempre un chasquido veloz puede hacer desviar la mirada o así mismo al hablar, término tirando un chiste pa’ cambiar al tema.

Uppercut metálico

¿Cómo dejamos la debilidad de lado? ¿Por qué lo queremos hacer? Porque queremos huir de la debilidad farfullante, esta que nos ladra al oído: ¡huye! ¡hazte el muerto! Solo quiere nuestro bien, ¿verdad? Queremos sobrevivir a aquello que nos acongoja. ¿Y qué pasa si no quiero huir? ¡¿DIME, DIME QUÉ PASA PO?!

Tienes que afrontar tus miedos, eso es lo que pasa, camina lento por esta mandibuliante cuerda floja y lleva a cuestas tus miedos e inseguridades. Cuando llegues al final de la floja, deja a un lado lo que llevabas a cuestas, corta la cuerda, ata con un nudo ciego de rabia a ellas y cuélgalas, que lentamente se vayan secando, como ropa en otoño, fantasía hedionda a humedad fría.

¿Ya suicidaste a tus miedos? ¡BAKAAN, DE PANA! Ahora paga, siente un golpe al hígado. Siente cómo se comprime ese gran órgano tan nervioso en menos de una fracción de segundo, contra tus costillas y columna. Experimenta cómo se te para el corazón obra del vago que baja de cuello a tórax. Sé espectador de cómo tus piernas se despiden de este mundo debido a la dilatación de los vasos. Dóblate en el piso como única opción, posición fetal: y en esta posición saborea el asco de este regalo que es sentirse débil, volver a sentirse vulnerable. La fragilidad de la carne, el sentimiento más material: lo que nos recuerda que somos masa amorfa y gelatinosa moviéndonos de aquí a allá, deformada por la gente que nos ha cortado.

Gracias a abrazar tu vulnerabilidad has desbloqueado una habilidad pa’ no morir desangrado: sacar la mea’ navaja desde atrás, hecha de inseguridades y miedos secos. Quema por el odio, carcome tejido, lo vuelve putrefacto, diluye huesos, hace trincheras en tu cuerpo que parece campo de lucha, víctima de un encierro. Ataca con el corazón ciego para que los ojos no sientan, serán ciegos fríos, indolentes a la idea de usar palabras como navajas y hacer palabras con tu navaja. Escribe reseñas en las espaldas de tus víctimas; describe que tan carcomidas están, de dónde proviene su dolor, por qué las laceraste, qué se dice de ellos. Pero no te quedi’ ahi po’, también escribe de ti. En tu cuerpo sintetiza por qué lo hiciste, por qué te liberaste, cómo forjaste esta herramienta de recuerdo y castigo ensuciada por el líquido lixiviado de residuos del alma.

yo, / no ruego / por piedad

Normalmente se asocia el rogar por piedad con ser vulnerable y tener miedo. ¿Quién dijo que rogar era de weones? ¿Desde cuándo pedir la piedad es algo malo?

Piedad es una palabra utilizada de forma religiosa, sobre todo en la católica, piedad por el amor a Dios, piedad por nosotrxs lxs pecadores, piedad al prójimo y la existencia de la compasión o la clemencia. Efectivamente yo no ruego por piedad y jamás lo haré.

Si lo pensamos bien, el acto de rogar por piedad solo las personas más valientes son capaces de realizarlo, los verdaderos weones son aquellos que tienen miedo de rogar, que los espanta y los mata por dentro si quiera pensarlo. Yo soy una de esas personas, toda mi vida rogué, por un abrazo, un gramo de empatía o incluso por una palabra de aliento. La compasión no debería ser pedida, se entrega de gratis, sin ánimos de algo a cambio, desinteresadamente. Yo siempre, una intensa de la empatía, el amor y la piedad.

Cuando era niña, rezaba en las noches pidiéndole a Dios que me ayudara, que tuviera piedad de mí, nunca me he considerado religiosa, pero rezaba a pesar de no creer, aunque en el fondo sabía que me importaba una wea Dios, no juzgo a lxs que creen, porque en este mundo tan sin corazón, hay que buscar alguna divinidad superior que pueda con todo. Millaray

Textos a propósito de la lectura del fanzine Marika de toma (2023) de Cielo Nuar

* de los poemas “Arte de las distancias: primera parte” y “Más que poesía”

“El bien vehiculiza las peores catástrofes”, no me olvidé de ese manifiesto que leí en la polera de mi amiga punki un día que vino a usar la lavadora, y bajo esa premisa, blasfemó en contra de todas las posibles industrias habidas y por haber que nos habían sentenciado en este y los tiempos venideros a un ecocidio, reflexión que después comparó con alguna canción de Eskorbuto.

Cuando quise webiarla por panfletaria, volvió a emerger de lo profundo de la boca del estómago ese malestar visceral, tal vez náusea. Algo parecido a lo que siente uno cuando quiere mandarse a cambiar a la punta del cerro por la absoluta y enfermiza necesidad primitiva, casi violenta, de lo que se corroe dentro de un cuerpo carcomido por la misma angustia que lo tiene a uno arrancándose el duro pellejo de los dedos que ni alcanzan a volver a crecer para ser desollados otra vez, como un perro desesperado carcomiendo su propio cuerpo.

“Hay que virarse”, me dice mi amiga y prende un tabaco. “No hay esperanzas en la ciudad”, y cita ahora una de las bandas de Spinetta. Vaticinio de punkis, eclesiásticos y locos: el fin está cerca, no hay futuro, y esas diatribas. Lejos de mofarme, viene a mi memoria la idea de la batalla. Alguna vez leí un poema de Whitman donde lo visita el fantasma de un genio común a los más antiguos poetas, y le decía que el único tema digno de escribirse era la batalla. Estos no son los tiempos de ver el mundo con un ojo a la ofensiva y otro a la defensiva, para qué, pensarían algunos, si ya pavimentaron el suelo por donde caminaron los pies entumecidos de los asesinados en nombre del progreso. Ahora se habla de “paz” porque el conflicto es improductivo.

La ciudad materializa esa gran victoria que se hace de estatuas de mármol: calles bancarias con perros desnutridos en las cunetas, altos edificios que intentan tapar el sol. A la cuidad furiosa que solo sabe de victorias no se le gana, a duras penas se la habita. Y quizá, si saber cuándo virarse de la batalla es de valientes, no queda más que vagar arrastrando la suela de las zapatillas rotas pegoteadas con neoprén más adentro del asfalto, todavía más adentro, hacia la única victoria que no le pertenece a la humanidad sino ahí donde palpita la tierra. Hay que sacarse las chalas para mirar el mundo. Y los calcetines. Así, con las dos patas pelás bien puestas en la tierra hay que mirar al sol.

Caro

Aprieto en el pecho mi marginalidad / con toda mi alma y lo invisible

En la toma, el cuerpo es casa sin techo, es carne que resiste, que se nombra marika porque el Estado la olvida, la margina, la teme. Pero también porque el deseo es revolución, y la caricia, un acto político.

La pobreza no es solo falta de pan, es la ausencia de mirada, el silencio que cae sobre los cuerpos que no encajan en el molde blanco, binario, productivo.

Pero en ese margen, la marika canta, conjura, gime, y convierte el barro en altar.

La filosofía aquí no es abstracta, es el pensamiento encarnado, la pregunta que nace del hambre, del roce entre cuerpos que se buscan en medio del despojo.

¿Quién decide qué vidas merecen ser vividas?

¿Quién traza el mapa del deseo legítimo?

La marika de toma responde con su cuerpo, con su voz que no pide permiso, con su poema que es también grito, también rito, también hogar.

La política no está en el Congreso, está en el colchón compartido, en la olla común, en el gesto de cuidar a quien el sistema desecha. La marika es Estado paralelo, es utopía encarnada, es democracia orgásmica.

Gisselle

¿Podemos crear con nuestro amor comunitario / la arcilla más moldeable?

materia prima de tejidos enhebrando sueños propios con los propios del vecino.

Si esto fuera el diario El Mercurio, de titular diría: CRISIS DEMOGRÁFICA, HISTÓRICA BAJA DE NATALIDAD. Pero esto no es un diario sensacionalista y yo no soy periodista, así que mejor de titular escribo: QUE TANTA GUAGUA NECESITAMOS, SI NOS TRAGA UN SOCAVÓN DE PALPITANTE DESINTERÉS. NO NAZCAN GUAGUAS, QUE AQUÍ NADIE LES VA A CONVERSAR CUANDO SEAN VIEJAS, LA HUMANIDAD ESTÁ MUY OCUPADA PARA ESO.

¿Te sabes el nombre de tus vecinas? ¿Recuerdas sus rostros? ¿A cuántas de ellas saludas en el negocio de la esquina? A veces pienso que a mis vecinos sólo les conozco por los reclamos. “La vieja que llegó a la calle San Guillermo tiene un perro que ladra mucho y no deja dormir a mi guagua”, “¡Bájenle a la música que mañana tengo que trabajar, universitarios de mierda!”, “Vecino Fernando, dígale a su hijo que, cuando venga, no se estacione al frente de mi portón, porque después no puedo sacar el auto, para la otra llamo a los pacos”. Entre tanta comodidad citadina, es un poco difícil la convivencia con les otres, con sus ritmos y sus mañas, es fácil olvidar que existen otras personas habitando a tan solo unos metros, al otro lado de tu muralla.

Hay ejercicios prácticos para solucionar esta inminente desconexión al territorio:

1. Meterle conversa a tus vecinos cada vez que los veas: en el negocio, o en la mañana sacando la basura, o paseando al perro por la plaza.

2. Aunque sea polémico, vuelve al cawin: júntate con tu abuela, con tu vecina que siempre se asoma por la ventana, con tu amistad más cercana en la vecindad y hablen. Hablen del vecino de la casa verde que la otra noche llegó curao, de los niñitos del pasaje que andaban haciendo rin-rin raja, de la vecina que cada vez aparece con pololo nuevo, etc.

3. Sal a pasear: recorre tus calles, tus plazas y parques, acércate a lo que te rodea, prohibido encerrarse en la casa por siempre.

Olvídate del plan un rato, de ir al centro, de bajar a la última exposición de arte, a la nueva cafetería topisima. Quédate en tu cuadra, busca donde no has buscado antes.

4. Bonus para quienes vivan en edificios (solución para mis amigas de la Juan Pablo, de la situación “block”, de la situación “no tener idea de quienes son mis vecinxs): si vives más arriba del primer piso, si debajo de tu ventana o tu balcón aparece otra ventana o balcón, deja caer a propósito tus cosas, que lleguen al departamento de tu vecinx. Golpéales la puerta, ve a buscar lo que hayas tirado.

¿No será muy cómodo reclamarle al destino la desdicha de vivir en profunda ausencia de una comunidad (o quizás nunca habérselo cuestionado)? ¿Cuánta responsabilidad cae en mí, cada vez que le hago la desconocida a mis vecinas solo por no querer salir de mi ritmo para conversar un rato con ellas, con sus voces de años de soledad, voces de cuerpos con vidas pasadas, voces de mujeres que ya no hacen nada más que esperar a que las calles de este cerro se las traguen para siempre?

P.D.: Si luego de todo este camino, te das cuenta de que, en realidad, tus vecinos son una mierda y los odias a todos, hay que buscar medidas radicales.

Si algo te ofrezco / son mis disculpas inservibles

¿Qué me pertenece? Nada me pertenece, yo me pertenezco. Todo les pertenece, o creen que, o mejor dicho, quisieran que. ¿Qué es eso de ser superior? Doble consciencia, doble moral. En verdad no les importa lo que creen o quieren poseer; la mayoría se envuelve en el pensamiento de ser superior. ¿Pero qué es eso? ¿Qué te pertenece?

Maldita humanidad material, procesada y refinada, inventores de su vida depredadora, con afán anti-existencialista, poseedora de consciencia inconsciente, separada de los ciclos naturales, incluso, en la ilusión de homeostasis falsa, momentánea y errónea. ¿Qué poseemos aparte de esta carga del caos histórico antecesor?

Disculpa naturaleza, mi consciencia por ti es inservible. ¡Qué gran impacto el de llevarme mis colillas, rescatándolas de aquel mirador de cemento! Han de parar en un contenedor, esperando su posterior movilización hacia aquel cerro mafioso donde va a parar la afortunada basura: obra maestra de la humanidad. Y sus esfuerzos inservibles, a destiempo, carentes de impacto y magnitud.

Me doy asco. ¡Qué asco el humano que usa su accionar solo para quejarse, más que queja serán lamentos: igualmente inservibles, ¿Cuánto lamento ya escucha la tierra? Trascendencias innecesarias -que por elección no son aisladas y tienen impacto-. Prueba indiscutible de aquello es la motivación generada en una mente desvariante que lo llega a mencionar.

No me pertenece nada cuando salgo de mis pensamientos o cuando despierto del paralelo: la gracia de ser una pincelada más, fugaz en adermatoglifia, por elección e imposible de conseguir.

Textos a propósito de la lectura del fanzine Textos para leer mientras te practican sexo oral (2023) de Cielo Nuar

En mi isla pirata /el afecto resplandece

no hay corazón no hay cabeza no hay espíritu

Hay días en los que uno se siente raro, vacío, quizá no en un sentido “dramático” ni con lágrimas corriendo por la cara, a veces ni siquiera duele, solo se siente. No hay ganas, no hay pensamientos claros, no hay emoción, casi como un modo avión del alma.

Me vi a mí mismo en una isla imaginaria, sin nada ni nadie. Solo se mantiene a flote por la inercia del existir, me siento como una suerte de naufragio emocional. Y sin embargo la figura que proyectamos hacia afuera suele ser muy diferente. parece que todo va muy bien”, seguimos cumpliendo con la rutina aunque por dentro no hay motor que mueva el anhelo, solo resplandece la ilusión, el efecto, la apariencia.

No hay corazón (las emociones se apagan), no hay cabeza (los pensamientos divagan), no hay espíritu (los deseos se difuminan). Me Inquieta pensar que aquel resplandor podría ser muy cruel, podría ser falso, un adorno, un artificio ocultando que adentro ya no hay nadie.

Veo, huelo y siento en forma diferente / el placer en mi es un huracán un rayo

Mi temblor corporal que estallaba por todo mi cuerpo tenso y torpe de todos los días junto con mis palpitaciones alocadas de cada átomo corporal que chillaban por cada instante equivalente a mis pesadillas estruendosas y excitantes de cada noche, desplazándome hacia tus palabras, voces y miradas ardientes de rabietas y ternuras que alocaban mis órganos tensos sumergidos en una subnormal historia de 50 sombras de grey llena de adrenalina hacia un existir que mostraban un espectáculo ridículo y trágico de cada día que contaminaban el ambiente sosegado llenos de saltos de alegrías al dejar fluir sus ganas irresistibles de socializar con un prójimo de una prolijidad inexplorada e inalcanzable para mi cerebro autista que a rastras resquebrajándome fui una esclava de la edad media que pugnaba cumplir tus expectativas llena de sentires como rocas sobre mi espalda encorvada que martirizaban mis endebles neuronas postergadas por una sociedad incomprensible por mi averiada alma fatigada. Estos síntomas que consolaban mi soledad como mi amigo soñado e imaginario que jamás apareció ni en los sueños más excitantes de toda una vida torcida en mis imágenes espejos dispersadas de un yo esparcido indeciso hasta no más poder, finalmente eran mis infieles ayudantes de una incomprensión retorcida de las criaturas andantes que con sus efectos rebotes de rabietas al incomodarse por mi torpe existir social que ensortijaban y disgregaban mi cara con sus dolorosas palabras que rivalizaban y confrontaban a mis temblores y palpitaciones que luchaban contra ellos en mi ring mientras corría mi maratón de días y noches sin parar, atragantando arena sin importarme como una inmortal, soñando por poder volar en paz alrededor de jugosos mares y ríos acompañados de verdes que reflejan un paralelo mundo de ensueño soñado por un cerebro viviente de toda una cotidianidad temblorosa de descontroladas palpitaciones como si de un muñeco vudú yo me tratase perteneciente de una sociedad que me desparrama temblando en mi yo inextinguiblemente.

Escorrentía sangrienta delinea la boca ensalivada. Piel hecha tiras. Lazo de piernas trenzadas que amarran, que anudan fuerte. Roce. Roce que quema, que quema la ropa. Red de fibra hilada que detiene el paso hacia su claustro húmedo, blando y espeso. Al tacto, carne cruda; al ojo, carne expuesta. Y los dedos. Con los labios ensalivados toma los dedos, los envuelve, los atrapa con la punta de la lengua. Con el borde de la lengua, en un rincón de la boca. Y un mordisco.

Comer a alguien es un proceso inherentemente íntimo. Cuenta con muchas etapas. Uno come primero por los ojos, para degustar. Entra también al juego del tacto, porque a uno le gusta tantear lo que se está sirviendo. Oler también es rico. Pero lo que realmente marca la diferencia es el primer bocado. Saborear es parte del juego, y la lengua es protagonista. Se mueve insinuante, excitando el apetito. Se saliva el deseo constante, con el pulso en la garganta. Se vuelve brújula, compás guiado por el deseo. En la densidad de la lengua, el sabor permanece prolongando las ganas. Requiere una atención aguda de los sentidos. Ahí es cuando se decide si quieres comer, o devorar.

Mientras la primera acción se comprende más asociada a saciar una necesidad -el hambre por otrx-, la segunda parece guiada por la avaricia de ingerir y poseer -a esx otrx-. Pero este proceso es compartido: no solo hay alguien que come o devora; también hay alguien que es digeridx.

Quien se ofrece a ser mordidx acepta, a la vez, placer y pérdida: perder piel, perder borde, perder forma. No es conservarse enterx, sino permitir ser masticadx. Esto requiere aceptar la posibilidad de ser devoradx. Una entrega radical que, dependiendo de quién digiera, puede ser incluso peligrosa. Se tambalea en la línea entre el placer y el sacrificio. Aquí el dilema está en quién es quién: quién mira, quién muerde, quién cede, quién devora.

A veces, una tercera intención asoma: consumir. Pero esta opción es más triste, porque no quieren todo de ti, solo la parte más apetitosa y fácil de digerir. Consumir es elegir. Una degustación egoísta: querer solo el bocado más dócil, y escupir el resto.

A mí no me basta ser degustado cuidadosamente ni probado con cautela. Prefiero que me quieran por completo.

Yo me dejo.

Textos a propósito de la lectura de La enfermedad del dolor (2022 [2003) de Alejandra

Agujas: Entrar. Distribuir (carta a la poeta)

De forma brusca e inmediata, con un solo verso, una definición poética, conseguiste romper la barrera del dolor pasado y entrar. Tal como una enfermera llamaste a la aguja y abriste una brecha, o mejor dicho llamaste a múltiples agujas incontables, interminables. Una brecha hacia el dolor pasado a partir de sus restos putrefactos.

Entonces, me pregunto y te pregunto: ¿Cómo lidiar con la atemporalidad del trauma? ¿Con la permanencia de los cráteres? ¿Con la constancia de esa aguja?, la que me abre la piel, pero también la que distribuye el pasado en mi mente.

Distribuir, vaya palabra tan extraña, como si la aguja le pidiera el consentimiento al cuerpo, cuerpo que acepta y agradece la aguja. Qué forma tan bella de esconder la violencia, de enseñar lo bueno de esa aguja.

Pero finalmente, esta carta tiene un solo propósito: ¿Que hacemos entonces con todas estas agujas? Las que entran y distribuyen, pero también las que entran y sustraen la sangre, con sus informaciones tan importantes. Y, ¿cómo aceptar las violentas entradas que distribuyen un futuro químico?, la aguja quimioterapéutica y hoy la aguja hormonal que me sostiene. ¿Cómo aceptar la permanencia del cráter como signo del futuro? Saoirse

Para toda infancia acunada por la muerte

Gente atrevida bañando su paredes con pedazos de cuerpito de niño recién asesinado

Conocí a Alejandra Gonzales, poeta local que nos inyectó una intravenosa color blanco hospital. Allí, dentro de su escritura, la imagino viajera del tiempo. Quizás, el dolor de una niña será igual hoy y hace 20 años. El dolor de un niño es universal, sus llantos y mejillas rojizas de pura agitación provocada por el miedo. Miedo de ser tan pequeño como un pestañeo.

Alejandra, yo también espero que esto sea solo un sueño, “que en realidad no hay niños recién asesinados, que siempre estuvieron muertos, que nunca fueron niños (...)”. Y perdóname por manosear tus palabras, pero me es inevitable.

Palestina queda a 13.500 kilómetros de aquí. 13.500 kilómetros de distancia es demasiado, pero no es tanto para ese dolor de niña del que te hablaba. Ese dolor está aquí, en tu escritura, y está allá, a 13.500 kilómetros de distancia.

Y me gustaría ser como tú, ser viajera del tiempo, poder irme hasta allá y decir “no, no es cierto, no te estás muriendo”.

No soy superheroína y quizás tú tampoco, pero aquí en tus versos existen fantasías dignas de película Disney, esas que los niños deberían ir a ver a los cines, esas que tanto deberían gustarles.

Carta a la poeta

Alejandra, Ale, llegaste primeramente como un poemario que pensé no estaba enumerado. Resulta que no estaba viendo bien. Cuando mis compañerxs leían este poemario pensé que se trataba sobre una depresión muy fea, estaba oyendo la mitad, la otra mitad escribía en mi cuaderno imágenes con ansias de arrancarse, como quien ahuyenta palomas corriendo por la calle.

Después llegaste en carne y hueso, en tela y papel cuando sacaste ese poema de la mochila. siento que hubiera sido más sutil sacar de esa mochila una metralla y matarnos a todos, quizás ahí se hubiera conseguido el mismo silencio fúnebre que al menos yo escuché, esta vez oía las dos mitades.

Una mitad estaba imaginando esa casa oscura, ese cobertor verde. La otra mitad me acordaba de mi tío enfermo. ¿Cuándo mueren las personas? Mi tío tiene que conectarse todas las noches a la máquina que lo mantiene vivo. Es el familiar más muerto que tengo, mi papá me habla de un tío Víctor que ya no existe, supongo que la memoria infantil te ataca mas salvajemente cuando ya cumpliste la mitad del plazo de tu vida.

Pero quizás la memoria infantil y las niñeces son aquellos que más vivos están en esas casas viejas y casi muertas. Ellxs son definitivamente las costras que nunca se van a caer.

Valparaíso 7/10/2025 (+ d 13 años tarde…)

Para la niña en los poemas:

Que desgracia como aporrea el tiempo cuando los segundos gotean desde la bolsa de suero. Me intento colocar en tus piernas pero me resulta imposible, la naturaleza de adolecer aquello a tus pocos años me deja impávido ante cualquier experiencia que pueda tener hoy, ya pasados mis veinte. Pero también me siento como tú, la verdad, atrapado en una cama en una pieza mental de la cual no salgo, una extraña mezcla entre no poder y no querer (salir); con una enfermera que viene a herirme de vez en cuando, de cuando en vez. La limpieza no es para la herida sino pal lagrimal. Me alegra saber que tienes compañeritxs en la sala, aquí en el mundo me siento solo, la bicicleta me acompaña hacia los lugares que me gustan, los que no y los que odio. Ten cuidado pequeña, ten cuidado de quienes te rodean, ten cuidado de quienes quieres llamar la atención, te lo digo de corazón, como un hermano mayor; la paciencia será tu mejor amiga, la esperanza una luz que no hace sombra, las linternas que ocupes solo te cegarán y te pondrán los ojos rojos e hinchados, que pena vivir disociado. Recuerda que los fuegos artificiales son eso, de artificio, aunque quemen un edificio el ruido es falso, los colores un engaño, ten siempre eso en la punta de la lengua para que nadie venga a decirte que le hiciste pasar vergüenza. Sé segura de lo que cuentas, de lo que callas y de lo que venga(sueña). Aborrece la venganza, aborrece el odio, aborrece el negativismo porque el planeta siempre es el mismo, solo tu actitud y energía le darán el virtuosismo.

Te abrazo a la distancia ahora ya crecida, lo siento por lo tardío, ya nos veremos en el frio (de la camilla), donde todos llegaremos cuando el agua de la vida se seque como el río.

Paul

Merodeos

Borroso

Un baile borroso

En eso pienso.

Y me piden que te haga

Una carta, pero no sé cómo

Seguir los pasos de una coreografía Tan compleja.

La tontera de un cuerpo que se siente pesado

De una piel que se descascara

Sin querer queriendo.

Me piden que te escriba, que te hable de un Algo

Que florece dentro de mí, Cuando te leo a ti,

Y leyéndote me vuelve a la cabeza el escrito de alguien de aquí,

No recuerdo quién, Quizás ni está acá escribiendo, pero ese alguien

Se imaginó la carne viva, Para mí, eso crudo me infectó Hasta la vértebra.

Tú te infiltraste, te metiste dentro de una jeringa y cuando llegué al baj, entremedio de la lectura,

Apareció una enfermera de Lo desconocido

Ajena, A inyectarte abrazada de tus palabras, Y en lo que se han convertido hoy las mías.

¿Cómo fue esa noche de calor?

¿Hacía tanto calor como ahora en esta sala?

¿Es acaso esto una sala?

¿Camino a dónde?

Blablablá, miro a todos escribiendo como corriendo, Y sus manos son sus pies, Y el papel Su camino.

Y me pregunto si a todos los inyectaron, Si es que todos estamos Enfermos.

Que venga la enfermera y nos inyecte De nuevo Por favor.

Quebar

¿Qué sentido tiene la muerte para un niño de 3 o 7 años? ¿Qué sentido tiene que aquellos que son los más felices y que tienen más ganas de vivir sean los que mueran lenta y dolorosamente? ¿Por qué sigo escuchando sus voces, sus risas, sus llantos y sus gritos? ¿Por qué aun recuerdo sus rostros, pero no sus nombres? ¿Por qué ellos no tuvieron la misma suerte que yo? ¿Por qué nuestras infancias fueron arrebatadas?

Por mucho tiempo me he sentido como si fuera prisionero en este cuerpo que me obliga a sufrir, que me obliga a ver a otros morir mientras muero lentamente ¿Alguna vez te has sentido así? Ahora que estoy vivo no estoy seguro de cuando dejé de vivir.

¿Cuánto demoran en morir las personas? ¿Cuánto demoran en vivir? A veces quienes mueren son quienes más desean vivir, y a veces quienes viven son quienes más desean morir. ¿Qué sentido tiene cuando nada tiene sentido? Todos hemos muerto más de una vez, en mayor o menor medida, algo dentro de nosotros muere y sentimos que nos desgarran el corazón violentamente en menos de un segundo, y aun así seguimos respirando, seguimos con pulso, seguimos “viviendo”, pero no de la misma manera. ¿Cuántas veces se puede morir hasta morir de verdad?

El tiempo pasa, los recuerdos que traté de olvidar no los olvidé nunca. Me miro al espejo y veo mis cicatrices y trato de preguntarme cómo serán las formas, colores o longitudes de aquellas cicatrices que están en mi alma. Todos cargamos con esas cicatrices, ¿Me las mostrarías si te muestro las mías? ¿Me dejarías acariciarte mientras acaricias las mías? ¿Coserías esas que no alcanzo para así yo coser las que tu no alcanzas? ¿Me dejarías flores cada vez que muera para recordar que aún estoy vivo?

Cierro mis ojos y sin pensarlo el dolor desaparece, escucho las olas de un mar de sueños, el viento me abraza y me calma, el sol me acaricia tiernamente. Escucho tu voz y despierto: recuerdo cómo es sentirse vivo, te escucho, te leo, te siento, te contemplo, te reconozco, te abrazo. Ya no quiero seguir muriendo lentamente, porque mientras existas todo tiene sentido incluso cuando nada lo tiene. ¿Por qué hay que esperar a estar al borde de la muerte para darnos cuenta de que lo que más importa siempre lo hemos tenido aquí donde estamos ahora?

A veces olvidamos que algo tan simple como mirar el atardecer, ¿Cuánto demoran en morir las personas? ¿Cuánto demoran en vivir?

salir a caminar, respirar aire fresco entre los árboles que proyectan luces y sombras de lo que fuimos y seremos, compartir las risas, un tecito, un trago, una comida rica, danzar, abrazarse, besarse, reconocerse, y permitirse ser vulnerables con quienes amamos es lo que nos hace sentir vivos. Aun existiendo tanto sufrimiento, enfermedades, guerras, muerte, odio, destrucción, todavía queda espacio para lo hermoso, para el placer, para la sanación, para el amor, para la vida, para la creación, para celebrar la existencia caótica y efímera que nos tocó vivir.

Porque es gracias a ti que yo aún sigo viviendo, es gracias a ti que el mundo sigue resistiendo. De ti y de mi depende de que lo horrible se transforme en hermoso, de que el odio se transforme en amor, de que la oscuridad se transforme en luz, de que éste extraño mundo en el que coincidimos aquí y ahora se transforme en un lugar habitable del que nunca queramos irnos por voluntad propia.

De nosotros depende cuidar, rescatar, y atesorar aquellas cosas, seres y experiencias por las que vale la pena sobrevivir.

Max

Carta a la poeta

Me pregunto ¿siguió escribiendo del dolor?, ¿acaso se curó de esa enfermedad? Escribo esta epístola en mi celular, simulando que le hablo por WhatsApp. Estoy un poco curioso o intrigado. ¿Seguirá sintiendo esos mareos post anestésicos? ¿Lo que extrañaba lo volvió a abrazar como antes? Y por esa nostalgia, ¿las sábanas dibujadas de su cama y su televisor individual se sintieron como lo solía recordar cuando lo extrañaba?

No me imagino su dolor, su dolor por sobre todo de la falta de placer. No me imagino cómo es con un trozo de espejo la masturbación. Que la penetración no sea en otra parte que en donde las venas traslucen en la piel. Que haya sangre donde deseo lubricante. Besos eternos con pedazos de algodón. No estar excitado ni llegar al climax, por tantos calmantes que el doctor me dio.

Para mí es importante el placer, y valoro lo importante que es el glosario para lo que se escribe. No todo significa lo mismo para todos, ni leemos de la misma forma el poemario como lector que como autor. Veinticuatro horas en los poemas se ven aceleradas en 24 segundos, como si el cortisol y los gemidos hicieran que se percibieran diferente. Las quejas más cortas que una sílaba, pero más largas que una letra para usted fueron instantes como el del pestañeo incesante, y otros los sienten tan eternos como escuchar al cura de la misa a la que fueron obligados a ir por sus abuelos religiosos. Cada experiencia es única, cada uno extraña distintos dibujos de sus propias sabanas. No todos morimos al mismo tiempo, ni para otros ni para nosotros

Yo igual quiero a mi mamá, quiero un abrazo de ella, pero no que me abrace a mí, si no al pedro de 6 años, recién infante, ni preadolescente ni prepuberto, pre dolor y sufrimiento. Que me abrace mi mamá, pero no la de ahora, si no la jovial veinteañera, que mientras yo aprendía a escribir para finalmente escribirle a usted, ella aprendía a ser mamá, aunque siempre supo abrazarme y consolarme. ¿Usted cuando enfermó no anhelaba también un abrazo de su mamá?

Textos a propósito de la lectura de Termitas de Priscilla Cajales (2017[2009)

Termita(s):

Habitantes del reverso de la ciudad. Recorren la materia de una casa y van poco a poco vaciando, haciendo zurcos; roen, carcomen. Son la enfermedad que se incuba en esta casa donde se refugian cuerpos enfermos, a su vez roídos por la omnisciencia del tiempo, de la memoria, de los significados.

Devoradora silenciosa, no hay barniz que alcance para librarse de ellas. Calan, acechan y asedian, se arrastran por las grietas y se beben el polvo, abren túneles en mi pecho, túneles que no llevan a ningún lado. Y mientras excavan yo desaparezco, lo que antes era pulso ahora solo es eco. Yo me dejo estar sabiendo que resisto solo porque aún no me he desplomado. Un mal que no siento y sigue doliendo.

Thérmē, lah calore’. El calor que producen las máquinas, irónicamente los refrigeradores de una heladería, pues el frío solo está dentro. Y afuera estamos nosotros, garrapateando edificios antiguos de madera, algún refugio que nos salve del mismo sol que derrite los helados. El mismo que sella los cadáveres enterrados en las tumbas de arena del desierto de Atacama. Víctimas y resultados del engranaje de la deprimente y calurosa ciudad moderna. Qué injusto, el clima nos trata como si pudiéramos mudar las alas, nos trata como si tuviéramos dónde caer muertos en invierno. Me gustaría ser termo para retener todo ese calor dentro, pa’ poder llegar caminando fresco al centro, darme cuenta que lo pintaron de negro. Ya no hay donde garrapatear ni caer muerto.

Bichito profundamente sexual y erótico. Se aloja entre la madera en un acto voyerista y se arrastra al calor (como tú y como yo). Bichito hambriento que no para hasta comerse todo. Reconozco un mueble que ya no da más cuando veo el daño que le han causado las termitas (quizás, también puedo reconocer en mi cuerpo el daño de las termitas, de su (mi) hambre, de su (mi) inagotable arrastre al calor). Yo, termita, me alimento

C.S
A. H
C.C

de tu sudor y de tu sexo, yo termita, determino el final de esto, el final de este catre de madera y de esta vieja casona porteña.

E.P

Una termita es como una bacteria que se come tu cerebro, pero nunca por completo, disfruta dejarte agonizando, temblando y con los ojos cansados, enceguecidos, como cuando no sabes si te pican o te arden, pero lastimosamente debes esforzarte por seguir viendo, como con una telaraña encima intentando ver en una pieza donde todo es cerámica blanca que después de un rato encandila y marea, en este estado de cuerpo y mente las horas son un síntoma de desesperación, porque debes seguir despierta, hacer algo con tu vida, poner atención, sostenerte un poco más en este mundo que parece perdido pero que te esfuerzas por ver, siendo que realmente te encantaría estar en el desierto más árido del mundo, simplemente tirada y con los labios secos dando el último suspiro, porque quizá al menos con ese calor infernal las termitas dejarían por fin mi cerebro tranquilo.

(¿Que es una termita? Y para comprenderlo, ¿qué es ser termita?). Es un trabajo incesante. Supervivencia precaria, permitir el próximo día destruyendo su hogar. Autodestrucción survivalista, llegar al borde y continuar. Y aun así: es crear una cobija, un hoyo en el hoyo. Auscultar un respiro en los espacios usados, despechados. En sí, es destruir el hogar al crearse su hogar, estar en una atemporalidad migratoria. La termita es la que se come su espacio lentamente, en la espera y con la esperanza del próximo hogar que la acoja hasta que ya, otra vez, no pueda más.

Se incrustan sobre mi cuerpo y dentro de mi cuerpo como un poderío de zombies hambrientos que me destrozan los intestinos por completo, paso a paso, célula a célula como a las astillas de esa víctima frágil llamada madera que sufren siempre. mordidas por mordiscos a mordiscos catastróficos equivalentes a la fuerza destructiva de un titán pedófilo, acosador, psicópata violento amante de los rayos del sol y de todo el calor que le regala épica energía paranormal que intensifica la obsesión de devorarme periódicamente por detrás de mi espalda sin previo aviso ni autorización de mi persona. Aquellas criaturas titanes me escupen y chupetean cada noche al intentar protegerme a duras penas abrazando mi almohada. Y al estar tan mordida, me cuesta tanto la

G.H
S.P

vida, que apenas puedo hacer algo tan insignificantemente fácil como encender la televisión. La plaga de zombies titanes ya está confinada dentro de mí, terminará por devorarme mi cerebro ya que la biopsia y demases salieron positivos porque mi entusiasmo no salió positivo. Ahora tendré que lidiar con mi cuerpo termitesado hasta mis últimos días.

Apertura. Fisura que se vuelve conducto. Herida poco notoria, pero profundamente dañina. Un consumo sigiloso que desmorona sin dejar marca ni cicatriz aparente. Consume desde adentro; desgaste silencioso, erosivo. Fibra por fibra, mordisco a mordisco. Desmorona. Sostiene en ruinas.

El hambre del tiempo, que hace que todo quede en el olvido. Lenta, lento, lentamente deja de existir después de tanta silenciosa destrucción. Lo único que quedan son cenizas, polvo, olvido y muerte. / Mirar la vida pasar dentro de un laberinto que te obliga a consumir; a consumirte en el agobio de las paredes demacradas superficialmente. / “Un jardín en el que nada creció nunca más”.

M.B

Asquerosas e imperceptibles invasoras, a pesar de tener pequeñas alas de hadita madrina, destruyen silenciosamente hasta que logran su cometido, dejar la cagá. No conceden deseos y cosas mágicamente como un hada madrina. En cambio, incomodan, corroen, devoran, se alimentan de lo poquito que tenemos sin dejar nada más que aserrín y rabia.

M.V

Insecto extractivista, enemigo de lo eterno, llegaste volando para irte arrastrando dejando a tu paso cerritos de viruta de un cariño carcomido que te sirvió para pasar la estación invernal(proceso).

P.A

[Palabra femenina]. Como el hada madrina, son como yo, incluso en el instante que caen se procrean, cuando peor estoy parece que más me desean. No son los insectos más bellos, pero ¿serán felices? Quizás si

M.S

tuvieran alas de mariposa, no me molestaría que transformaran todas las casas de este pasaje sin nombre en aserrín. Escapan del calor, pero también les atrae, igual que a mí, me atrae lo que me asusta, a lo que temo, lo que me duele, como el amor, como las relaciones, como mi apego evitativo actúa ante ti. Te deseo tanto, quiero hacer el amor contigo de todas las formas, quiero devorarte como una termita, tan ávida de madera que no dejaría ni el polvo de aserrín, ni el de tus huesos. Quizás soy yo una termita, las represento bien. Termita: mi animal espiritual, no por su color bronce, pero sí en su deseo de consumir. Consumir-te. Consumir-nos. Consumir-me. Como un tronco encendido bañado en parafina.

Entrando a una casona incrustada de pequeñas voces gritonas, retumbando sus pasos dentro de mis yemas que acarician las tuyas. Luego se devuelven, marchando cual concentración social en la Pinto, eufóricas, a mi boca, y no puedo hablar, ahora son ellas las que abarcan todo, el sitio perfecto para no tener ningún lugar donde ir. Me prestas el insecticida de tus labios, creo poder exterminarlas, ¿Podré? ¡Ay! La escena más triste de la noche de fiesta está por germinar. Y te alejas de mí, porque se comieron todo lo que soy, todo lo que fui, ahora me veo una casona a medio masticar. ¿A dónde irás si no es a mí? Y mis alas de termita que no están muy bien pegadas, no aletean lo suficiente para alcanzarte. Y es entonces que comprendo: este camino a casa termina cuando la calle pierde su nombre.

Q.Q

Así como la sangre recorriendo tus raíces y el paso del tiempo marcando tus manos y pies. El cuerpo trasluce lo que ha sido el camino de tus vivencias, apaga o enciende tus ojos, hace brillar u opacar tu cabello, pero, en la piel se vislumbra lo mucho que te has reído, cuánto has llorado. Marcas de tu propia existencia se pintan y recorren tu cuerpo, cual lápiz traza un papel, bichitos del tiempo evitan la detención, caminan y suben por tus piernas cuando se cansan, erosionan tus pómulos a cada lágrima, llenan de manchas tus pulmones a cada exhalada de humo -de oxígeno inclusive- al respirar, acelerando la muerte celular inminente. Inevitable su tic tac, infumigable el recorrido del tiempo sobre tu cuerpo. Somos el lienzo del tiempo.

V.F

P.R

Conocida mezcla de aluminio (Al) y óxido de hierro (Fe2O3), al reaccionar, usando una mecha de magnesio, los compuestos reaccionan formando óxido de aluminio (Al2O3), hierro (Fe2) y calor, mucho calor, tanto como para derretir acero. Dos mil novecientos grados Celsius, consumiendo cualquier cosa que se cruce. No se puede apagar con agua (H2O), ya que la reacción es tan intensa que sustrae los átomos de oxígeno (O) para seguir quemando, quemando el agua. Así como termita, quemas mi mente: carcomes la materia gris. Como termita destruyes sin pagar arriendo, robando mi oxígeno. Sueltas vapores ardientes que nublan mi visión, así como el smog a la cordillera: bruma espesa y de luces cálidas de nostalgia de seis de la tarde, derritiéndome entre sueño y vigilia sudada de una siesta con fiebre. T.V caliente, mente ebullendo a mil doscientos grados Celsius para ser exactos, lo suficiente para que empiece tu reacción caníbal e incendiaria, que quema todo a mi alrededor: las sábanas sudadas, la tele, el triste edificio donde me comen las plagas. 35 minutos y 24 segundos demora en terminar irremediablemente en la calle. Sigues ardiendo, consumiste toda mi carne sigues con mis huesos y los niños siguen jugando, los días se siguen suicidando. X.M

Explora la erosión, silenciosa humana. Insectos diminutos que se comen la madera por dentro. Metáfora de los procesos invisibles deterioro. Los pensamientos que consumen, la consciencia, emociones reprimidas, culpa, miedo, costumbre. Que desgasta lo esencial, donde la vida parece estable, pero se deshace por dentro. Las terminas son la autoconcepción emocional. También revelación, donde las termitas dejan huevos y así de a poco se vuelven polvo. Tal vez eso sea necesario, tal vez cuando el alma se desmorona, es cuando se ve a sí misma, sin máscaras. Entonces la ruina no es castigo, es revelación.

Tema del verano. Calor incontestable, necesidad incontestable de calor: inapelables. Alas de termitas que flotan en el vaso de agua para tu insomnio. Aserrín en las sábanas de la cama de vieja madera. Las termitas son los sueños de la madera.

Mosca: coágulo, cuajo, esputo negro: pelusa con asco. Trama del verano: espantarnos las moscas.

V.M

Último asedio

Hay una transición a la poesía cuando lees ese poema que debías leer en el instante que lo leíste: la iniciación. Mientras no pierdas de vista ese poema, mientras te acuerdes de ese poema, eres, en efecto, poeta. Y, poeta, no se viste, ni se vive, ni se ve distinto: todo anda con una sospechosa naturalidad. A pesar de la poesía, hay las calles de siempre: minimarkets, microcasinos, microbasurales, y los objetos voladores no identificados que denominamos transeúntes, como tú, en primavera, casi verano, el miércoles, a las tres y media de la tarde, en Condell, sin almorzar.

Ahora, poeta, todavía transeúnte o trashumante, estás adentro de una de las teorías conspirativas más largas de la historia de la humanidad, tal vez solo superada por la historia o la filosofía. Por ahí se afirma con rigor y fervor que las orejas son flores con polen, que los adornos son para tiempos de alegría, que el amor es tan divino que nosotros, la juventud chabacana, no consideramos que nos tornamos divinos amando. Sin duda poetas como tú tienen el espíritu, categórico, del científico mal enseñado, ignorante.

Nadie adentro entiende muy bien de que va la cosa ni hacia dónde va. No hay consenso, líder, regla, autoridad que no sea fácil de dejar a un lado o de eludir. Más que amores hay amistades: camaradería, compañerismo, escuadrillas, huestes. Nada descarta que alguna de las personas esperando la micro junto a ti esté adentro, y si no estuvieras adentro, no te enterarías, y puede que incluso ahora, adentro, no te enteres: cualquiera es sospechoso de poeta, cualquiera está invitado a la poesía. Considéralo.

Vice

Presentaciones:

Alonso Henríquez, hilo, un libro y una canción que habla de la cordillera

Quebar Quezada Vallebuona, fan del apellido de su madre pero mejor amiga de su padre (a veces). Eterna nostalgia en todos los sentidos, amante de las ropas y de bailar sola. Audífonos 24/7.

Pedro “Canela” (Ruiz Bustos). Café café y más café, piscis, vegetariano, mitad signo de exclamación mitad signo de interrogación, mi color favorito es el brillo y el tornasol, me gusta la ropa, lo dulce y cómo calienta el sol aquí en la playa.

Emilia Pacheco León (León como el animal, aunque existo en el puerto, no en la sabana africana)

Marian. Me gusta la antropología y rallar la papa hablando de lxs cuerpxs y sus extrañas formas de extenderse.

Laura Álvarez Ferreira. Alguien autista hiperfocada hacia el drama trágico entre mis letras y pantallas de todos los días. Y si me invitas a jugar juegos de mesa enloqueceré de la obsesión.

Vice Meneses. Mis arcanos del tarot son la luna y el ermitaño. Juego yume 2kki.

Carolina. Aspirante a saltimbanqui, devota a las palabras y a los pibes chorros.

Paul. Me gusta soñar con un mundo mejor(positivero)

Saoirse Pedica O’Higgins. Disidencia migrante, futura doctoranda con suerte.

Gisselle Troncoso - Aprendiz del movimiento, malcriada en el puertŏ, solo flores secas.

Millaray Villarroel, ceramista y a veces estudiante, ascendente en leo, amante de la musica triste y lecturas de locura femenina

Maximiliano Bueno - Sobreviviente del cáncer en 4 ocasiones, fotógrafo y admirador de toda forma de expresión. Tratando de vivir el aquí y el ahora contemplativamente.

Genélope Gardenson, dramática por elección pero en realidad me tomo la vida con liviandad, tanto así que a veces se me escapa. Lloro y rio.

Vicente Montero, sueño con un mundo sin dioses ni amos algunos me confunden con marxiano

Alonso “Choclo” Chandía, Indeciso sufriente y danzante de los mirlos.

Vicho Flores. Empedernido en el estribo de no ser - presente, en constante paso.

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