O sobre la memoria del lugar o sobre el lugar de la memoria Rodrigo Mazari
El espacio captado por la imaginación no puede seguir siendo el espacio indiferente entregado a la medida y a la reflexión del geómetra. Es vivido. Y es vivido, no en su positividad, sino con todas las parcialidades de la imaginación. La imaginación imagina sin cesar y se enriquece con nuevas imágenes. Nosotros quisiéramos explorar estas riquezas de ser imaginado.1
Gastón Bachelard
I
¿Cómo escribo sobre el lugar sin pensar el viaje?
Los lugares que he llamado casa permanecen en mi memoria y regresan al caminar. Veo, pero siento antes de recordar. La claridad desaparece cuando lo pienso, pero el lugar se forma.
en y obscuro
Recuerdo la luz y la temperatura de las cosas, el olor de la casa y el la sensación de malestar en los días. Recuerdo el sabor de las peras y las voces en la calle. No recuerdo el número de departamento ni el color de la puerta. Alguna era azul. El pasillo largo de la entrada, detrás de cada puerta, un extraño. La vecina haciendo el amor a las 4 de la mañana.
Recuerdo mis pies mojados tras caminar en la lluvia y el olor de la comida casi lista. Cuando llegué, no era de noche, pero era ya muy tarde. Me fui directo a la cama.
¿Cómo se escribe un ensayo sobre el lugar?
o o o se hacen mundo
¿Habría que pensar en el viaje, en el recorrer? para buscar lugares? pero ¿qué lugares se encuentran en el viaje? ¿Hay que detenerse para hacer lugar? ¿o, el viaje es un lugar? Abrir puertas, recorrer, caminar, volar, moverse son acciones para buscar un lugar, El lugar se construye desde uno mismo, tenemos ideas de lo que son los lugares, las cosas, nos imaginamos cómo es el lugar antes de que sea. En nuestra imaginación creamos escenarios que son, o no, en la el realidad y construimos la realidad desde nuestra idea Decidí alejarme lo más que podía, siempre he tenido una personalidad errante, me aburro con mucha facilidad. Siempre me ha gustado estar en mi casa. Desde aquí puedo ver la nieve afuera, el atardecer de 5 o más horas. Desde aquí puedo ver la casa de ancianos y la ventana de mi vecino. Una calle peatonal entre mi ventana en el quinto piso y la de mi vecina a unos pocos metros. Los sonidos son siempre iguales y siempre diferentes. Los pájaros cantan cuando sale el Sol, las motocicletas, camiones, voces en la calle, riiiiing suena cada vez que alguien
pero, ¿si ahí es el lugar? en el recorrer, en el construir , en el imaginario? el mundo y las montañas
entra al edificio vecino.
de junto.
Desde mi ventana veo el jardín y, como alguna vez dijo un gran arquitecto, un jardín debe encerrar todo nada menos que el universo entero2. Y así es.
El jardín de los arrayanes contiene todo el universo en del agua, en el cielo reflejado para que el [sultán?] viera su reflejo junto al de los astros. Contiene todo el universo y al mismo tiempo nada. Turistas que no miran, sino que recorren sin mirar. El jardín de los abuelos contiene todo el universo, el universo y los recuerdos. Los recuerdos y la memoria. La m vez aparece el jardín de la abuela. La memoria es redundante, repite los signos para empezar a existir dice Calvino3. Toda la memoria contenida en un jardín que miro desde mi ventana.
La fina superficie universo y su harén. cesan, Una y otra en mi memoria cabeza Ítalo el árbol de moras las viejos El sabor de las peras en sepriembre. vientos de febrero.
Desde la ventana veo las plantas, los árboles, las grandes hojas de garras de león y las piedras volcánicas a la sombra de los grandes fresnos. P Las veo. Pero recuerdo el lodo frío y las manos sucias, la la sensación de mis pies sobre las piedras mojadas, filosas, el moho sobre los ladrillos y las ollas de barro. Las ramas de los árboles dibujan monstruos, paisajes, líneas y personajes que bailan sobre las cortinas bajo la luz de la luna con los fuertes El calor es insoportable en las noches de Semana Santa. El ventilador
y las cigarras no cesan de zumbar toda la noche. En las noches de invierno, hasta la cobija más caliente es insuficiente.
Las telarañas se habían acumulado en todas las esquinas de las ventanas. No soporté más de una noche para limpiarlas. Ahora se veía con más claridad el la piñanona junto a la entrada de la casa de ancianos.
día ventana, jardín, calle,
El sabor de las peras. en septiembre. Después de una lluvia tardía en septiembre salí a caminar por la calle, el Sol casi caía había caído por completo y pintaba el cielo naranja, como la arena del desierto que alguna vez caminé. Entre la neblina se alcanzan a ver a lo lejos las cumbres nevadas. Bajo mis pies el agua sucia que ha corrido por la calle empedrada y se ha metido en mi zapato. Esa sensación
Ventana- jardín- calle- montaña, después de todo, lento y ? evitar usar el transoporte
Pi pi pi pi pi, pasa una moto a toda velocidad y salpica la banqueta, suerte que hoy estaba caminando lento. Caminar por la nieve puede ser extenuante, y pero más adelante es mejor que el camión lleno de gente. Un día me compré una bicicleta para recorrer la ciudad más rápidamente. publico. Cuando era chico me gustaba mucho
recorrer las rampas de CU en bicicleta. Estaba mojada la vía del tren y me caí la llanta delantera. Caí y vi a los pies de la gente pasar. Nunca había visto la el edificio desde esa altura. Recordé mi el infancia jardín de la abuela. Si queríamos que el tren pasara por el túnel teníamos que deshierbarlo. Al abuelo le gustaban los caracoles, . El túnel atraviesa la montaña del aeropuerto a la ciudad. Saliendo se ve el mar, una estrecha tira de tierra sembrada de papas separa el camino del la ocaso del agua naranja del atardecer. ¿Qué haces aquí? me pregunté a mí mismo. Bajé a comprar un pan para desayunar. Mis faforitas: las orejas con chocolate. Palmeritas, respondió la panadera. Eso y un café de Harry´s. Junto a la mesa con dos sillas había un cuadro de Mattisse, un póster viejo que había perdido el color con el sol. Decidí dejarlo en su lugar porque me recordaba la casa de mi infancia. Las Las escaleras de ladrillos parecían infinitas cuando llueve a cántaros en las noches de verano. Ni una gota de agua a pesar de la densa neblina. La puerta con chapetones de latón, por la que solían entrar los caballeros armados es ahora una entrada de servicio. Los jazmines desbordan su olor y hacen que el tiempo se detenga a su alrededor.
se derrapó entre todos con harina antes de comerlos los ponía en harina. la carretera Había mi infancia cen Hoy pesada oxidados
comerse
Kublai Jan le preguntó a Marco Polo, ¿Tu viaje transcurre sólo en el pasado?4 Todo esto es cierto. El primer día me acosté en mi cama y lloré hasta que me quedé dormido. La alfombra, junto a la puerta del baño está rota. El agua caliente es fría o caliente. Pensé que iba a estar ser un lugar soleado, pero llovió todo el tiempo. En la mañana, la música de la iglesia, las gallinas, gallos y guajolotes se escucha a lo lejos el silbido de la tetera donde ya hirvió el agua para el café. Tengo los ojos hinchados y el sol me molesta. A pesar de estar azul, azul, azul el cielo, el Sol no calienta mucho. Ya había caminado por esta calle antes, pero nunca había notado. Pasó el tranvía con su singular aviso para que no cruces la vía. Noté que mi mochila pesaba mucho. Después de haber caminado por varias horas me senté a la sombra de una roca a tomar un poco de aire fresco. Algunos pájaros se bañaban en el único charco que había quedado de la noche anterior. Había quedado de llegar al departamento a las 10. Nunca había ido a esa parte de la ciudad, y para colmo, mi celular no tenía pila. Apunté la dirección para pedir indicaciones. El taxi me llevó al la lugar equivocado. Ya estaba anocheciendo.
demasiado helada entre lo cruzar la vía. y me bajé.
Ya Ya no sé si estoy escribiendo sobre el lugar, el viaje o mi memoria, o quizás si es sobre los 3, o quizás sobre ninguna. Era un cuarto obscuro, las cortinas cerradas para que el fuerte sol del poniente no reflejara la tele. La mesita que hacía las veces de buró estaba llena de santos y vírgenes. Había tantos que no creo que sirviera cupiera ni un vaso de con agua. Afuera de la iglesia, los naranjos en plena flor llenaban el atrio con el perfume de azahar que usaba la abuela. Las paredes desgastadas por el paso del tiempo dejan ver paisajes, nos miramos a nosotros mismos en ellas. El tiempo adquiere densidad en nuestro reflejo. El reflejo es otro y uno mismo.
Sus como los que se ven por mi ventana, las montañas nevadas, el árbol. mis pasos
¿Por qué me gusta caminar? Tal vez me recuerdan. Cuando camino Recuerdo la memoria de mis pies. Me vuelvo a caminar. En algún lugar leí que la magia de la memoria es que se guía por indicios anclados en el tiempo, aquellos indicios que se encienden una luz cuando han pasado y son recuperados para el presente5 . No puedo quitar el reflejo de la ventana. Me veo mirando el jardín. Estoy aquí y allá, entre las azaleas y el peral, la silla de Marcel Breuer y los helechos. Así como estoy yo, está la silla en el jardín y los helechos en la sala. El viaje es en presente y el lugar es aquí, ¿o es allá?
A las 4:30 sonó la primer alarma del celular, no fue sino hasta las 5 que logré moverme de la cama. El vuelo
Me tenía que apurar o iba a llegar tarde. ¿Quién llega tarde a las 5 de la mañana?
la cara de vernos
Me vestí rápido y salí. El frío cortaba como navajas. me acomodé la bufanda y seguí con mi camino. Había mucha luz para ser tan temprano. Quedamos en el café de la plaza, recordé cuando en verano se podía tomar ahí el sol en la tarde. La luz azul bañaba todo.
Abajo de la escalera, una penumbra casi total, solamente un cuadro viejo arrumbado. El olor a pavo de nav pollo frito en el hornito. tic tic tic tic tic. Ya casi está la comida. De postre cajeta con nueces, a veces chocolates. Cuando no quiero cocinar, una pasta con salsa de bote es la mejor opción. ¡Pido el banco para comer!
La terraza es el mejor lugar para los días lluviosos. La vegetación abundante se come los muros del patio, y a lo lejos las montañas desaparecen entre las nubes. Parece que el paisaje respira. Avanza la tormenta hacia la casa. Primero, un silencio que rara vez se escucha, después el aguacero llega. Entre la lluvia, se distinguen siluetas que caminan.
se distinguía El porche rosas doblen
Aquí nunca ha llovido así. Algunas veces llueve semanas enteras, pero nunca las gotas pesadas que hacen que los árboles se cierren. El paisaje es árido salvo los olivos que contrastan con la tierra roja.
Desde la ventana del café se ven todas las casitas encaladas en la colina de enfrente, pareciera que así ha sido siempre. Algunas otras son de bloc.
El silencio en el desierto es abrumador, el más mínimo movimiento de una lagartija se escucha con toda claridad. Por fortuna hay pocas serpientes. Jugando entre el lodo y las plantas del temporal saltan los grillos y se escuchan otros animales que asustados huyen. Siempre he creído que son serpientes. Todavía busco obsidianas en el lodo. Las peras de septiembre me recuerdan transportan a mi casa. no son particularmente dulces, tampoco jugosas. Su sabor es más cercano a una buena jícama que a una manzana roja.
Las ardillas ya no dejan nada, se comen las flores antes de que crezcan las nueces y las peras. Toman agua de las macetas encharcadas. En la plaza comen palomitas. Tampoco dejan que las ciruelas maduren.
La construcción de la barda destruyó el jardín, fue como empezar de cero. El peral se salvó, a excepción de algunas ramas que se rompieron. De las macetas, solamente el pochote sufrió daños mayores, pero ya está renaciendo.
La maceta con los tulipanes muertos del comedor anunció la llegada de la primavera. No soportó el calor junto a la
infancia ventana.
El comedor siempre ha sido el lugar más frío de la casa. Prefiero la silla de bejuco.
El jardín es el lugar del deseo, el lugar de la tentación, de la abundancia y de lo prohibido, pero también es el lugar del juego, de la infancia, de los pies fríos y sucios Quizás después de todo Freud tenía razón.
enlodados.
El jardín es el lugar intermedio. Como la mente. Es parte de la casa, pero no lo es. Está afuera, pero no del todo. La memoria es como caminar el jardín, todo está ahí y a la vez nada es claro. Todo lo que veo y hago cobra sentido en un espacio de la mente donde reina la misma calma que aquí, la misma penumbra, el mismo silencio recorrido por crujidos de hojas.
En el momento en que me concentro en la reflexión, me encuentro siempre en este jardín.
Tal vez este jardín sólo exista a la sombra de nuestros párpados6 .
Quizás este ensayo surja de la nostalgia por recordar aquellos lugares que he llamado casa. Una suerte de deriva, de walkabout, de caminar por ahí, en mí mismo. Me asomo hacia adentro y, como un flâneur divago para recordar-me, para recordar mi casa. Siguiendo la idea del walkabout, como una caminata errante, en la que cuyo propósito es conectar y encontrar, o reencontrar-nos para conectar con lo que hemos olvidado y lo recordamos para dejarlo ir, intento recorrer los lugares que he llamado casa, no como espacios físicos, sino afectivos, paisajes imaginados desde mi haber, desde la percepción y el recuerdo. Después de todo, sugiere Bergson, la memoria y la percepción son lo mismo en diferente grado7. Escribo desde lo liminal entre mi cuerpo y el mundo, me excribo diría Jean Luc Nancy8, pero a la vez regreso a lo más profundo de mí. Escribo lo incorporal incorporado, en el sentido original de hecho cuerpo, en mi cuerpo, en mi memoria. Las sensaciones de esos lugares que he llamado casa. La casa soy yo, pero ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa9. La casa cambia, desaparece, permanece.
recordarlo
Recorro las casas en las que he vivido, los cuerpos que he habitado desde fragmentos de mi memoria. Quizás tenga algún parecido con la realidad, probablemente no. Con los años he vivido en muchos lugares. Recuerdo los días uno, una habitación extraña, la luz en los espacios, la alfombra de rombos, el olor de la cocina, ¿cómo llegué aquí? La vista de las ventanas.
Siempre me ha gustado estar en mi casa. Escribo desde mi casa este recorrido por las que han sido mi casa. Se sobreponen, se esconden, se hacen evidentes. Fragmentos de mi memoria que se reconstruyen, como un monstruo incongruente. Si la casa soy yo, entonces yo es múltiple, fragmentario. Me completo de fragmentos, me construyo y me reconstruyo. Me recorro y me encuentro. Camino para hacer lugares, anclas que no son más que fantasmas que aparecen y desaparecen. Están ahí pero no los vemos, cuando caminamos, recorremos, los volvemos a encontrar, los volvemos a construir y nos reconstruimos a nosotros mismos.
La casa es ajena, pero soy yo mismo.
Notas
1. Bachelard, Gastón, La poética del espacio, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, Ciudad de México, Cuarta reimpresión, 2000. P. 22
2. Parafraseando el discurso leído por Luis Barragán al recibir el premio Pritzker en 1988. “[...] lo que debe contener un jardín bien logrado: nada menos que el universo entero” Consultado el 3-junio-21 en: arquine.com/el-discurso-de-luisbarragan/
3. Calvino, Ítalo, Las ciudades invisibles, El mundo unidad editorial, Madrid, 1999. P. 28
4. Íbid., P. 32
5. Prólogo de Daniel Múgica para: Calvino, Ítalo, Las ciudades invisibles, El mundo unidad editorial, Madrid, 1999.
6. Op. Cit., Calvino, P. 77
7. Bergson, Henri, Matter and Memory, Dover Philosophical Classics, New York, 2004. Pp. 84-85
8. Nancy, Jean-Luc, Escríbase el cuerpo en: Corpus, Arena Libros, Madrid, 2003. Pp. 13-15
9. García Lorca, Federico, Romance Sonámbulo, 1924. Consultado el 3-junio-21 en: https://www.poesi.as/index203.htm