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CUENTO CON FINAL FELIZ
Por qué desperdiciaste ¡Oh naturaleza! tus maravillas con semejante gente Lord Byron. Peregrinación de Childe Harold, 1881.
Por Horacio Lonatti
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PENSAR UN PAIS CON JUSTICIA SOCIAL
Los registros históricos de la Argentina del Siglo XXI han desaparecido, destruidos en las postrimerías de la última década por orden de la presidenta Carrió, quien pretendió eliminar las noticias de esa época oscura. La memoria popular, no obstante, recuerda que después de múltiples intentos, en plena ancianidad, fue designada Presidenta por una asonada militar que la tuvo de líder civil. Su gestión duró algunos años, en los cuales procuró unificar el país, luego de que lo hubiera dividido en múltiples fracciones, y vuelto a dividir, llevándolo próximo a la disolución.
En ese período, algunas provincias se independizaron, logrando el reconocimiento internacional y el establecimiento de aduanas propias. El espíritu aislacionista de sus gobernadores los llevaron incluso a establecer vínculos directos con el Fondo Monetario Internacional, contraer empréstitos y ceder empresas públicas a las multinacionales, en afanosa búsqueda de originalidad política y equilibrio financiero.
La Presidenta comprendió la gravedad de la situación con motivo de una anécdota, que la tuvo de protagonista. Cierto día, navegando en yate por el río Paraná, practicando su deporte preferido, preguntó a unos pescadores, con quienes se cruzó casualmente, si eran argentinos. Le respondieron: -- No señora. Somos cordobeses.
Sorprendida, envió al estudioso Dr. Fantini, profesor igualmente anciano para esa época, a realizar una investigación minuciosa sobre las condiciones en que transcurría la administración provincial. El informe resultó una exposición elocuente de la gravedad de la crisis y las dificultades que debía enfrentar la Presidenta. Fantini definió la situación de la provincia como producto de la doctrina del cordobesismo, propuesta por su Gobernador, que era, ni más ni menos, que la intención manifiesta de abandonar la pertenencia de la Nación y ejercer la autonomía total a raja tabla.
Su Gobernador, figura ignota anteriormente, aparecía como abanderado del pueblo mediterráneo, y tal fue su fervor reaccionario, que no solo regimentó el trabajo público y privado, sino que pretendió salvar la raza, impidiendo la contaminación étnica, adoptando leyes norteamericanas como la Origins System de 1927, restringiendo el ingreso de especies inferiores, discriminando a migrantes norteños. La deriva conservadora del Gobernador resultó calamitosa, poniendo en riesgo la integridad territorial y la convivencia social.
Pese a la ausencia de documentación fidedigna, la epistemóloga Dra. Sarlo, años después, exhibió una carta remitida por el Capellán de la Catedral a la Presidenta, donde denunciaba la angustiosa condición de la vida local, acusando al Gobernador de supersticioso e ignorante, no así de corrupto pese a su convivencia con asaltantes y asesinos impunes, a quienes otorgaba beneficios y autoridad pública. La eminente figura intelectual de la investigadora torna verosímil lo sucedido. El País caminaba por un sendero terrible e inclinado al abismo.
Felizmente, la Presidenta entendió la gravedad de la crisis institucional y, sin conservar cuanto había de su autoría, temió sinceramente que la bancarrota produjera un daño irreversible del cual el país no podría volver. El cordobesismo se repetiría en Santa Fe, Corrientes y cuantas provincias lo imitaran, destruyendo definitivamente a la Nación. Ninguna historia antigua sería peor al presente, y su memoria resultaría execrable.
Poco después, la Dra. Carrió enfrentó una alianza provincial perversa y reaccionaria, que alistó su ejército y dispuso maniobras de aniquilamiento. Ahora quienes intentaron salvar a la Nación del Movimiento Nacional y Popular, instaban la guerra en un país disperso, anarquizado y gobernado por personajes venidos de modo oscuro y criminal, arriesgando la integridad de la República. Paradójicamente, quienes se enfrentaban estuvieron unidos en el llamado Grupo A de diputados que conspiraron contra el gobierno peronista y, ahora, de manera diabólica, disputaban el poder entre ellos, desconociendo los límites y el objetivo real de cada uno.
Ambos grupos sabían que debían reinscribir la historia con una mitología delirante, intentar una refundación mentirosa y destruir al contrincante, para impedirle que lo incluyeran entre los vencidos. Con frecuencia, la leyenda hace de los héroes seres simultáneamente atractivos y repulsivos, propensos a favorecer o destruir las mejores costumbres de la Nación, imponiendo finalmente a los virtuosos que corrigen los entuertos y ponen al país en buenas manos.
La Dra. Carrió, sacudió sus hábitos descuidados, creyéndose destinada a reconstruir con autoridad la historia que había saboteado. Lamentablemente llegó tarde al remedio, y peligrosamente confundida por la siniestra idea que siempre machacó su cabeza, creyendo que la sensualidad era el vicio común de los argentinos, propensos a transigir con el desorden, favoreciendo al ocio y a la lujuria.
Unos y otros aprestaron sus ejércitos, dispuestos a dirimir el triunfo en la batalla decisiva. Cuando la guerra estuvo próxima, una voz que pretendió ser honesta dijo: - ¡Qué hábitos extraños son esos de pelear entre hermanos, propios de judíos, negros y moros y no de cristianos decentes! Corregid el error, haciendo una alianza para perseguir a los traidores y a la muchedumbre levantisca.
Quien dijo eso fue el memorable Dr. Grondona, y seguidamente lo escribió con la misma pluma que usara para redactar el viejo comunicado del golpe militar del General Onganía, en el siglo anterior. Obedientes como si estuvieran estado esperando la palabra redentora, buscaron la mediación de la Organización de Estados Americanos, sellaron la paz en Washington, suspendieron la Constitución que habían defendido y dictaron el Edicto Político y Criminal de los Naturales del País, cuidando la pureza étnica de la población. Seguidamente, abatieron la República y el federalismo, estableciendo una original dictadura constitucional con delegaciones provinciales autónomas.
Las Iglesias tocaron a rebato sus campanas, haciendo saber que por fin Dios se había acordado de los argentinos. Años después, Dios vino nuevamente en ayuda de la Nación, derrotó a los usurpadores, repuso la Constitución y al Gobierno Peronista.
Al final, todos fueron felices.
por HORACIO LONATTI
VIGILAR Y CASTIGAR

por SYLVIA NADALIN
“No lamentar, no reír, no detectar, sino comprender” dice el precepto spinoziano, ese que ignoraron analistas, políticos, periodistas y vecinos decepcionados por la ‘falta de valores’, irritados con esta sociedad ‘desagradecida’ que no valora que estamos mejor que hace diez años, agraviados unos por la ‘extorsión’ policial y otros por la ‘falta de espontaneidad’ de los saqueos.
Algunas de estas tajantes opiniones fueron legitimadas por las decimonónicas lecturas universitarias de la intelectualidad local y nacional. Así, fue asombroso descubrir que se había ‘roto’ el contrato social, esa invención del iluminismo europeo para justificar ideológicamente el origen del poder, nacido de la necesidad de seguridad de las personas, quienes mediante un pacto (¿consensuado?) ceden parte de sus libertades en pos de la construcción de una sociedad de normas de conducta, basamento filosófico de las monarquías absolutas y luego del Estado liberal.
Roto ese pacto de convivencia con el acuartelamiento policial, los cordobeses –siguiendo el planteo contractualista- volvimos al estado de naturaleza, sin leyes ni códigos sociales, donde la intrínseca maldad humana hobbesiana se materializó en los saqueos indiscriminados de aquella noche violenta. Sin un Leviatán que patrulle las calles, el egoísmo del lobo humano destrozó locales comerciales solo por el regocijo de tener un televisor más grande o unas cuántas bebidas alcohólicas en su despensa.
Otros, con lecturas más modernas usaron la versión economicista del primer Marx, esos postulados tan políticamente correctos en cualquier análisis desde la irrupción del capitalismo para acá, es decir, casi desde que el mundo es el mundo occidental que conocemos. Su tesis materialista de la historia afirma que los fenómenos sociales están determinados por factores económicos, cuya base se sustenta en la apropiación originaria del capital por parte de una clase social que gracias a la propiedad de los medios de producción domina y aliena a otra clase social, el proletario, conflicto que genera una lucha de clases entre explotadores y explotados que es el motor de la historia. Bajo ese paragua teórico, se torna difícil ubicar las clases saqueadoras o los comerciantes chinos explotadores o la alienación laboral de pibes que probablemente nunca hayan ingresado al mercado de trabajo.
La ironía ante estas hipótesis sirve para amortiguar el tono de la crítica y descontracturar el discurso admonitorio que aún circula en el ágora mediática. Porque lo que se busca es entender y para entender hay que dejar de buscar culpables, esos que solo le sirven a los que tienen que dar cuenta de lo que no hicieron.
PASÓ LO QUE TENÍA QUE PASAR
Si nos mofamos de aquellas explicaciones para comprender lo ocurrido en nuestra ciudad es por la carencia de los factores analizados o la falta de complejidad en las lecturas de las variables en juego aquellos primeros días de diciembre.
Porque nada de lo ocurrido pudo haber sido posible sin la acumulación histórica de desfasajes autoritarios, mafiosos, gubernamentales, económicos, geográficos, identitarios y simbólicos que fueron moldeando la inequitativa, conservadora y prejuiciosa sociedad cordobesa de nuestros días.
Porque para que exista sedición policial previamente tiene que haberse relajado el incuestionable principio de autoridad y obediencia, lo que fue posible que suceda en un cuerpo policial construido a partir de la complicidad cívico militar de los ’80 (1), y reforzado por “un doble pacto que implicó, por un lado, la delegación del gobierno de la seguridad por parte de las sucesivas autoridades gubernamentales a las cúpulas policiales (pacto político-policial). Y por otro lado, el control de los delitos, y en especial de la criminalidad compleja, por parte de la policía a través de su regulación y su participación (pacto policial-criminal)” (2).
En Córdoba, ese doble pacto fue desnudado por el programa ADN a mediados de 2013 y trivializado o ignorado por sus cómplices políticos y judiciales frente a una sociedad que conocía el ilegal funcionamiento del accionar policial, sea porque era víctima de esos modus operandi, sea porque prefería no ver ni escuchar porque quizás
PENSAR UN PAIS CON JUSTICIA SOCIAL
Los hechos ocurridos los primeros días de diciembre en nuestra ciudad multiplicaron en las páginas de los diarios y en los programas televisivos cataratas de análisis y perspectivas teóricas que ensayaron explicaciones que, en la medida que intentaban describir causas y orígenes, destrozaban autores o forzaban desde el más impune simplismo teorías políticas o sociológicas para justificar el horror que causó en la intelectualidad progresista la ausencia de poder autoritario y ordenador. Este artículo aborda algunos de estos yerros cínicos.
“algo habrán hecho” esos negros de mierda.
Paralelamente, a nivel gubernamental, el retiro del Estado como armonizador de las inequidades del mercado ocurrió violentamente a mediados de los ’70, extendiéndose sin interrupción en nuestra provincia, con brotes privatizadores y desreguladores de una ferocidad creciente, desde comienzos del nuevo milenio (3).
Durante la década del ’80 en los países del primer mundo comienzan a manifestarse las primeras consecuencias sociales del experimento neoliberal inglés y norteamericano con el aumento de las desigualdades urbanas, la xenofobia y los movimientos de protesta de los jóvenes de los “suburbios” populares y la proliferación de un nuevo tipo de discurso en torno a la “guetificación”, cuya exclusión operaba sobre una base racial (EEUU) o a través de criterios de clase reforzados por las políticas públicas (Francia).
Esa nueva distribución de los espacios sociales (Bourdieu) fue aplicada por la administración delasotista a través de las llamadas “ciudades barrios”, que no fueron si no la mayor intervención del Estado en pos de la exclusión socio-geográfica de aquellos ciudadanos carentes de recursos que habitaban villas miserias o asentamientos urbanos en tierras fiscales de gran valor inmobiliario, en su mayoría. Esa política habitacional fue reforzada mediante el abandono de los servicios públicos esenciales, es decir bienes colectivos, seguridad, salud, educación y justicia.
Esta segregación social se construyó paralelamente al denominado boom sojero, aquella milagrosa coyuntura internacional nacida en los albores de la postcrisis del 2001 y cuyo modelo agro-extractivo es reverenciado por haber rescatado al Estado de la quiebra y devuelto estabilidad a la economía. Sus beneficiarios, la otrora oligarquía gringa, se han adueñado con su millonaria renta del mercado inmobiliario local, sea mediante la proliferación de barrios privados, la monopolización de construcciones de propiedad horizontal (Nueva Córdoba), o el control de los precios de la demanda habitacional.
Esos espacios geográficos exclusivos se han convertido en nuevos espacios de poder (capital) simbólico, donde sus habitantes comparten una identidad endogámica basada en principios raciales, económicos y culturales reproducidos por los medios de comunicación locales y legitimados mediante el accionar arbitrario e ilegal de la policía provincial, que en nombre del “merodeo” (figura delictiva de un Código de Faltas redactado y aprobado para este fin) detiene, golpea e impide a los jóvenes de los sectores periféricos circular por los espacios del capitalismo real.
La representación de sí mismos que tiene la sociedad de esos “dominados postmodernos” está construida por sus explotadores: “Como culturalmente están desamparados (…) se habla de ellos más de lo que ellos mismos hablan, y cuando se dirigen a los dominantes, tienden a emplear un discurso prestado (…). Esto es especialmente cierto cuando hablan en televisión: se los ve repetir los discursos que escucharon la víspera en los noticiarios televisivos o los programas especiales sobre las penurias de los suburbios (4)”.
Estos nuevos desclasados solo son noticia cuando realizan “violencias espectaculares”, como fueron los saqueos de diciembre, ocultando día a día “las pequeñas violencias corrientes que se ejercen permanentemente sobre todos los habitantes de esos barrios, incluidos los delincuentes juveniles que también son víctimas; la violencia que éstos ejercen no es más que una repuesta a las violencias más visibles que sufren desde la primera infancia, en la escuela, el mercado laboral, el mercado sexual, etc.” (5)
Y en el medio de ambos (si tal medio existe), están los que no habitan ninguno de los dos espacios simbólicos pero cuya inclusión social es cada día más difícil. Son aquellos que pelean día a día la estabilidad del trabajo, la escuela pública, el alquiler y el hospital, o trabajan y estudian porque todavía creen que pueden cumplir el sueño del ascenso social en la provincia más cara y desocupada del país. Algunos de ellos se sumaron o justificaron los saqueos convencidos de su propia incapacidad para obedecer a esa “manga de narcos defendidos por políticos corruptos”, conscientes de la injusticia que supone que “los ricos cada día tienen más plata”, o lo que es lo mismo, el quiebre de la legitimidad discursiva del sistema basada en el trabajo y el esfuerzo, al menos de aquel capitalismo social que podía obviar el origen violento de la apropiación en nombre del incuestionado ascenso social o de una administración de los servicios públicos digna e inclusiva.
Esas identidades y esos discursos circularon esos días y aquellas noches. Todos como parte de una sociedad complejamente dividida en esos otros que desconocemos como pares colectivos: unos con sus razones profundas e históricas, otros con sus verdades aprendidas e incorporadas en sus habitus mediáticos y de consumo; unos esgrimiendo el resentimiento por la invisibilidad, otros facultados por la ley y el respeto a la propiedad privada. Y sobre ellos, la tragedia de la mayor desaparición de los últimos 40 años: la del Estado protector de unos y otros.
1 Ver en este número el artículo de Alexis Oliva, “El revival lumpen del Navarrazo” 2 Marcelo Fabián Sain, “Las grietas del doble pacto”, Le Monde Diplomatic, edición Cono Sur, diciembre de 2013 3 De esta manera, se pasó de “una política de Estado que aspiraba a actuar sobre las estructura mismas de la distribución a otra que solo pretende corregir los efectos de la distribución desigual de los recursos en capital económico y cultural, es decir una caridad de Estado destinada, como en los buenos tiempos de la filantropía religiosa, a los ‘pobres meritorios’. Las nuevas formas que asume la acción del Estado contribuyen así, con el debilitamiento del sindicalismo y de las instancias movilizadoras, a la transformación del pueblo (potencialmente) movilizado en un agregado heterogéneo de pobres atomizados, ‘excluidos’ como los llama el discurso oficial, a los que menciona sobre todo cuando ‘plantean problemas’ o para recordar a los ‘acomodados’ el privilegio que representa tener un empleo permanente” Pierre Bourdieu, La dimisión del Estado en “La Miseria del mundo”, Fondo de Cultura Económica, 1999 4 Patrick Champagne, La visión mediática en “La miseria del mundo”, Pierre Bourdieu, Fondo de Cultura Económica, 1999 5 Ibidem