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CAMbios CulturAlEs durAntE El KirChnErisMo

Un cambio político es precedido y acompañado por cambios culturales. mayo de 2003 fue anticipado por la descomposición de los valores que sustentaron el régimen neoliberal. Néstor Kirchner potenció estas mutaciones desde el Estado. Cristina Fernández de Kirchner continuó esta política tendiente a modificar paradigmas que orientan la comprensión y la acción social y política.

por sErGIO TaGlE

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Una opresiva situación social produjo acciones de insubordinación antigubernamental en diciembre de 2001. Antes, las creencias que legitimaban el orden neoliberal se fueron debilitando conforme las condiciones de vida empeoraban. El 19 y 20 de aquel mes se escenificó dramáticamente el comienzo del fin de uno de los credos noventistas; aquel según el cual las movilizaciones populares eran ineficaces para lograr sus objetivos. La refutación a la filosofía del repliegue en la vida privada fue contundente: las revueltas callejeras, en ese momento sin total conocimiento de sus actores, iniciaban el tránsito hacia otro momento histórico.

Néstor Kirchner advirtió lo que otros no vieron. La superficie de lo visible mostraba un hartazgo social de difícil legibilidad política. Las apariencias sugerían la viabilidad de una continuidad neoliberal con ciertas dosis de sensibilidad social. Esta fue la propuesta de sus competidores más notorios en las elecciones de 2003.

Si Perón en los años cuarenta del siglo pasado supo ver lo que para su tiempo no era evidente (una nueva clase trabajadora se mixturaba con viejos obreros sindicalizados y quería irrumpir en búsqueda de una expresión política), Kirchner, hace 10 años, hizo lo propio. Tomó nota de viejos y nuevos valores que orientaban a aquellas movilizaciones, que se extendían hacia franjas más pasivas de la sociedad y que –de ser promovidos desde el Estado- podrían disputar significados con la cultura neoliberal. Lo que inmediatamente después de su asunción sería la política de memoria, verdad y justicia respecto del Terrorismo de Estado parecía una consigna restringida a organismos de derechos humanos. Nuestra pertenencia a América Latina era sólo tema de canciones pasadas de moda. La valorización del rol del Estado en la economía, el nacionalismo cultural, se consideraba parte de un pasado muerto en la prensa, en el mundo intelectual, en el mundo político.

Supuestamente, con la caída del Muro de Berlín, con el fin de la Unión Soviética, la Historia había concluido. La Historia como avance, como desarrollo hacia distintas maneras de organización social. El socialismo no sólo era inviable, sino también indeseable para la creencia colectiva del fin de siglo. También los proyectos nacionales y populares. Decir o reivindicarse “nacional y popular”,

pensar un pais con justicia social

en el fin del Siglo XX y hasta el 2003, era una anacronía. Era propio de quienes se habían quedado en el 45.

Ya no tenía sentido hablar de clases sociales. Tampoco de sectores populares. Ni siquiera de pueblo. Tampoco de patria. Gente. Todos éramos gente en el sentido que le daba y que le sigue danto la revista del mismo nombre. La figura del empresario exitoso era el ideal a seguir. La idea que primaba era el cinismo. Hago plata caiga quien caiga y que de los pobres se hagan cargo las organizaciones no gubernamentales, las ONGs.

La militancia también tenía mala prensa. La militancia, el “ser militante” era cosa de una izquierda que se había quedado en el tiempo.

En estos diez años, el compromiso político adquirió un prestigio que no tenía desde los primeros años de los ochenta y antes, en los años setenta. La idea y el proyecto de Patria Latinoamericana salieron de viejos textos revisionistas para primero concretarse en hechos y después en opiniones. Conforme transcurrían el No al Alca, después la UNASUR y otras instancias de integración regional, se producía en una corriente social de simpatía hacia Cuba y Fidel Castro; hacia gobiernos de fuerte confrontación con Estados Unidos e impulsos socialistas como Venezuela, que no se registraba en el período anterior.

El consenso filantrópico de la asistencia puntual y personalizada hacia los que se caían del modelo mutó en adhesión a una noción de pueblo como destinatario de las políticas de Estado; a un compromiso político que desplazó a la indiferencia posmoderna.

Los cambios culturales descansan en condiciones materiales de vida entendidas no sólo como transformaciones socio-económicas, sino también institucionales, en la creación de nuevos espacios para la formación de opiniones, en la producción de hechos que serán nombrados con nuevas palabras. El kirchnerismo reparó y dignificó socialmente, desequilibró relaciones de poder entre fuerzas populares y sus oponentes, al tiempo que reinició un rumbo político con un horizonte a definir. Los hechos fueron acompañados de discursos.

Las nuevas percepciones sociales construidas son el suelo en donde puede pisar el “Nunca menos” para construir y conquistar lo que falta.

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