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los dos vEintiCinCo

por GONzalO FIOrE*

Parafraseando a Fito Páez, yo nací en el 91, con el neoliberalismo a la cabeza; los de mi generación vivimos, en vivo y en directo, el desguace de lo que quedaba del Estado, la instalación de la codicia y el individualismo como valores respetables en la sociedad, el modelo del “éxito” asociado siempre a esa frivolidad vacía y superficial que tan bien representaron algunos personajes de la época. Fui creciendo viendo como la pobreza se multiplicaba día a día; mientras algunos pocos se enriquecían de manera desvergonzada, escuchábamos canciones que decían que había “hijos de puta en la Rosada y en todos los ministerios” o que en cualquier momento se “venía el estallido”.

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Era una época donde en los pueblos del interior cerraban comercios y se remataban campos y familias enteras se quedaban sin casa todos los días, donde si alguien te decía que era político ya lo mirabas bastante mal, si es que tenía la suerte de poder salir a la calle sin que le llovieran insultos y huevazos de todos lados.

Constantemente escuchábamos que en este país ya no se podía vivir y que había que buscar un futuro mejor en España o alguna otra parte de Europa, veíamos por la televisión manifestaciones populares reprimidas de manera brutal, siempre con varios muertos y heridos. Vivimos como naturales aquellas jornadas históricas de diciembre de 200. Creciendo con esas referencias, ¿cómo íbamos a depositar aunque sea algo de confianza en un hombre del cuál no sabíamos absolutamente nada y que por si eso fuera poco venía apadrinado por otro hombre del cuál si sabíamos bastante?

AlgUnos 25

El 25 de Mayo de 1810 es una fecha que te enseñan en todos lados desde muy chiquito (mal o bien, incompleta, lavada, eso es otra historia) y supongo que cualquier argentino es capaz de decir qué sucedió en esas jornadas y algunas de sus consecuencias directas, pero acá vengo a contar una parte de la historia reciente, la parte que no nos enseñan. “Si la historia la escriben los que ganan quiere decir que hay otra historia, la verdadera historia”, todavía canta un rosarino. Y si, nosotros no escribimos la historia, porque, hay que admitirlo, nosotros “perdimos” (se podrá discutir que es ganar y que es perder en otro momento), pero sí, nosotros perdimos la oportunidad de hacer la “patria socialista”, y me animo a decir nosotros -que los que realmente pelearon y sobre todo los que dieron la vida me perdonen el atrevimiento- porque me asumo parte de ese gran colectivo protagonista de las luchas populares, ese que fue masacrado brutalmente en los años de la Patagonia Trágica que tan magistralmente retratara Osvaldo Bayer, ese que le plantó cara al viejo régimen y salió a reclamar por la libertad del conductor indiscutible de la Nación el 17 de octubre de 1945, ese que fue fusilado en los basurales de José León Suarez, ese que tuvo que votar en blanco -si es que al menos tenía la oportunidad de “votar”- y fue perseguido incansablemente durante 17 años de absurda proscripción, ese que se paró en frente del autoritarismo liberal y anti-nacional e incendió literalmente las ciudades de Tucumán, Rosario y Córdoba en el 69, y si, ese que logró la vuelta

pensar un pais con justicia social

del General y que fue hacedor de una jornada que quedará por siempre en la historia de la patria, el 25 de Mayo de 1973, el día del “se van, se van, y nunca volverán”, el día de la juventud maravillosa echando a los milicos y tomando la Plaza de Mayo y vivando a Salvador Allende, al cubano Osvaldo Dorticós y sobre todo al hombre más esperado del momento, el hombre de la extrema confianza del General Perón, su secretario personal, Héctor J. Cámpora, el Tío. En un lejano rincón de esa Plaza que rebosaba de júbilo y pueblo, se encontraba un ignoto flaco desgarbado, un melenudo de lentes gruesos y campera verde gastada, que absolutamente nada hacía presagiar se convertiría en el político argentino más importante de los últimos 50 años.

Héctor Cámpora también era un hombre que parecía destinado a tener un papel gris y de eterna intrascendencia en la política argentina; este humilde odontólogo de San Andrés de Giles había hecho su irrupción en el panorama nacional cuando en 1946 fue electo diputado por la provincia de Buenos Aires posicionándose luego como presidente de la Cámara, con la caída del peronismo cayó preso pero logró fugarse al poco tiempo del tristemente célebre penal de Ushuaia, yendo hacia Chile y volviendo tiempo después para dedicarse a la actividad privada, ya retirado de la política. Su supuesta obsecuencia con Evita y Perón era casi legendaria, de hecho había un chiste (típicamente gorila, hay que decirlo) donde Evita le preguntaba -¿Qué hora es Camporita?-, a lo que el Tío contestaba -La que usted quiera señora-, pero, como la historia da muchas vueltas, algunas azarosas, otras no tanto, Cámpora termina siendo designado por el mismo Perón para presentarse a las elecciones del 73 con el FREJULI (Frente Justicialista de Liberación). El mismo General no podía hacerlo debido a una cláusula impuesta por Lanusse que daba un tiempo determinado de residencia en el país para poder ser candidato, y mucho más que eso, a pesar de todas las predicciones termina siendo el representante de todo el sector juvenil del partido, el que se había jugado la vida por el Luche y Vuelve y había enfrentado al régimen militar en su peor expresión -al menos hasta ese entonces, nadie ni en sus peores pesadillas imaginó lo que vendría después- pagándolo con torturas, cárceles y muertes, mientras otros preferían especular y negociar al mismo tiempo que decían representar a los trabajadores –por ahora no voy a hacer comparaciones con el también paupérrimo estado de gran parte de la dirigencia sindical actual, eso quedará para otro momento-.

el último 25

Y hubo otro 25 de mayo, mucho más cercano y no por ello menos complejo en el tiempo: el 25 de Mayo de 2003, el comienzo de la década política donde se lograron cosas que parecían imposibles y que aunque aún falte mucho más por hacer fue, realmente, como dicen los amigos, una década ganada.

Ese hombre del cuál no sabíamos absolutamente nada, tan poco afecto al protocolo y a las “buenas maneras”, en seguida se dijo parte de una “generación diezmada”, la generación más altruista de la historia de nuestro país, una juventud realmente diezmada, castigada por las bombas y las balas de las bestias que mucho tiempo atrás habían perdido cualquier atisbo de humanidad. Ese hombre

lleno de desparpajo y tan querible, que lo primero que hizo al asumir fue lanzarse al pueblo como hacía mucho no se veía, como tal vez él había aprendido en sus años de militancia de base, con gente como Cámpora o Jorge Cepernic. Se podría decir tranquilamente que Néstor Kirchner entra golpeado –en varios sentidos- y sale triunfante, de la presidencia, de la política y de la vida, algo que no muchos pueden darse el lujo de lograr.

Al poco tiempo de asumir pide perdón en nombre del Estado Nacional por haber callado durante más de veinte años por los crímenes cometidos durante la última dictadura militar, por las vergonzosas leyes de Obediencia Debida y Punto Final, por la traición imperdonable de los indultos y por la indiferencia de la Alianza; y no solo se queda en eso, sino que impulsa la renovación de la humillante Corte Suprema de Justicia noventista, la derogación de los indultos y las leyes dictadas durante los últimos años del alfonsinismo. Algo sin lo cual cientos de genocidas como Videla o Massera hubieran muerto en la tranquilidad de sus hogares y no en una cárcel común, como finalmente sucedió.

Tan solo un año después de haber sido investido presidente, acaso el presidente entrante más débil y condicionado por los poderes fácticos desde 1983 hasta la fecha, declara en una Plaza de Mayo colmada a la manera de los mejores años de militancia política, -como aquella irrepetible Plaza de 1973 donde junto a tantos otros jóvenes llenos de esperanzas y fuego en sus corazones se sentía protagonista de un proceso histórico que iba a cambiar definitivamente para la matriz misma del país-, que luego de tantos años y tantas luchas, al final, “volvimos” a la Plaza. Esa Plaza que nunca dejo de ser del pueblo, de los trabajadores y de las Madres y las Abuelas, a pesar de que últimamente la quieran usurpar los sectores más reaccionarios de la sociedad argentina enarbolando banderas muy similares a las de las supuestas “libertad y democracia” que levantaban los manifestantes de la procesión del Corpus Christi en 1955. Y a pesar de ver como todo el Estado de Bienestar creado en los años 40 era totalmente desguazado sin contemplaciones por un hombre que encima de todo decía ser peronista, a pesar de ver tantas familias destrozadas por la exclusión social y todo lo que eso conlleva (el hambre, la droga, la desesperación, la delincuencia, la fragmentación de la sociedad hasta límites irrecuperables), todavía estamos de pie, resistiendo los ya últimos embates de un decadente grupo de medios que en sus años de gloria se ufanaba de tumbar gobiernos con cuatro tapas seguidas, continuamos asistiendo a las alianzas cada día más estrambóticas e impensables entre una derecha rancia y gris que no hubiera desentonado para nada con la Unión Democrática, supuestos dirigentes obreros que parecen salidos de una película de Raymundo Gleyzer y sectores de la autodenominada “izquierda”, históricamente antiperonista –y por lo tanto anti-popular-, mientras escuchamos los deseos claramente expresados en un lapsus de honestidad política por parte de un pre-candidato a presidente de un conocido partido centenario –y compartidos por el grueso de la oposición- de que el país entre en un abismo inexorable para demostrar que tenían razón y así poder sacar de una vez por todas al kirchnerismo del poder.

A lo largo de estos diez años (que para nosotros parecen tanto, pero que en la historia de los pueblos es muy poco) les demostramos, y les seguiremos demostrando día a día, que se equivocan, que ya sufrimos mucho como para volver a dejarles el rumbo del país, ya lo tuvieron por muchos años y fracasaron estrepitosamente, que los que tienen odio son ellos, un odio profundo y visceral del que solamente fueron objeto los gobiernos que realmente provocaron cambios para bien en la sociedad, porque como decía el ineludible Don Arturo Jauretche, perder privilegios provoca odio mientras que lograr beneficios provoca alegría. Nosotros seguiremos luchando por el país alegremente, calle por calle, casa por casa, hasta que podamos decir que no hay una sola persona en Argentina que sufre de hambre o de frio.

Al comienzo de este articulo dije que habíamos perdido, pero como soy de contradecirme seguido, lo pienso mejor y digo que no, no perdimos, a pesar de tantos compañeros y sueños rotos dejados por el camino, estamos más vivos que nunca, respirando todos los días una atmósfera de plena ebullición social y cultural –la democracia como realmente debe ser entendida- y con un gobierno que realmente se ocupa de los que menos tienen y se enfrenta al que haya que enfrentarse, además de saber manejar los tan complicados tiempos de la política como nadie. Un gobierno que sin la herencia del primer peronismo y la primavera de 1973, jamás podría haber sido posible.

(*) Gonzalo Fiore, 21 años, oriundo de Laborde, cursa 5° año de Derecho en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora.

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