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Arnaldo Cruz Malavé - Ensayo Entre el duelo y las rutas: La cuentística diaspórica de Manuel Ramos Otero

Entre el duelo y las rutas:

La cuentística diaspórica de Manuel Ramos Otero

Arnaldo M. Cruz-Malavé

Ensayo

“Las oraciones precisas y concisas solamente sirven a la rapidez de la muerte. La vida necesita divagaciones.” “La fea Otero” Manuel Ramos Otero

Hace ya más de 30 años que Manuel Ramos Otero dedicó su obra en poesía, novela y cuento a expresar el duelo silenciado y reprimido que, desde su primer libro de cuentos, Concierto de metal para un recuerdo y otras orgías de soledad, sus personajes isleños parecían querer eludir contradictoriamente con interminables velorios y circulares ritos luctuosos. Y si hoy nos reunimos, convocados por la fecha de su muerte de sida en 1990, lo hacemos conscientes de que continuamos así esa tradición iniciada por él en la que la evocación de la muerte en ritos funerales alternos o “fuegos fúnebres”, como los llamó él, tienen por objetivo no la afirmación de la muerte sino el ensanchamiento de la vida.

Podría decirse que, al volver insistentemente sobre estas ceremonias luctuosas, circulares y melancólicas, que obvian el duelo, al volver repetidamente sobre lo espectral y fantasmal en su obra, Ramos Otero se instala en uno de los ejes temáticos centrales de la cultura puertorriqueña. Se inserta, es decir, en esa crítica en la que, al menos desde finales del siglo xix, las artes puertorriqueñas han identificado el fracaso del duelo con la imposibilidad de constituir un país independiente o estado nacional; crítica que ha visto en nuestras prácticas luctuosas populares uno de los síntomas más incontrovertibles de nuestra colonialidad. Si el duelo compartido, más que el gozo, ha sido el fundamento de la unión nacional, según el filósofo francés Ernest Renan, las artes puertorriqueñas —desde la esperpéntica pintura El velorio (1893) del gran maestro Oller hasta las ambivalentes e irreverentemente tiernas crónicas de Edgardo Rodríguez Juliá— no han dejado de registrar una y otra vez la forma en que las prácticas luctuosas populares de nuestro país no han logrado reducir el sentido de trauma o pérdida a un solo afecto colectivo y hegemónico que fundamente para todos y todas, como propone Renan, la identidad nacional.1 Pero la pérdida que le importa a Ramos Otero en su obra no es la pérdida hegemónica que propone Renan. No es esa pérdida generalizada, que reificada o “inventada”, como sugiere Carlos Pabón, citando a Agamben,2 se constituye en la Gran Pérdida y se vuelve paradójicamente un nuevo centro alterno de poder desde el cual promulgar obligaciones y proyectos: prácticas luctuosas de conmemoración que conllevan a la vez una zona de olvido —de olvido de otras pérdidas (minoritarias, subalternas, cotidianas) que no se pueden tramitar, que es, de hecho, obligatorio olvidar o que es necesario, mejor, como propone Benedict Anderson en su revisión de Renan, recordarlas para olvidarlas.3 Es esta otra zona de pérdidas minoritarias, subalternas, cotidianas, de lo indecible abyecto que no se puede recordar, que no se puede reconocer y llorar, en la que se instala la obra de Ramos Otero para preparar u “organizar”, en su decir, unos “ritos funerales” o “fuegos fúnebres”, o el “epitafio” que son para él sus cuentos. En lugar de reducir el duelo al supuesto metarrelato compartido del trauma, del Gran Trauma nacional, los personajes subalternos narradores o “cuenteros” de Ramos Otero, como los llama él, relatan —como

1- Ernest Renan: ¿Qu’est-ce qu’une nation?, Paris, Calmann Lévy, 1882. 2- Carlos Pabón: Nación Postmortem: Ensayos sobre los tiempos de insoportable ambigüedad. San Juan, Ediciones Callejón, 2002, y Rubén Ríos Ávila: La raza cómica: Del sujeto en Puerto Rico. San Juan, Ediciones Callejón, 2002. 3- Benedict Anderson: Imagined Communities, Londres, Verso, 2002, p. 201. propone Rubén Ríos Ávila en relación con la narrativa puertorriqueña que aborda el tema del trauma nacional del 98— lo inarticulable, lo que excede al acontecimiento histórico, lo que no se puede narrar.4 Podría argumentarse pues que la obra de Ramos Otero, y en particular la cuentística que nos interesa, tal y como la practica él, conforma una política social del duelo parecida a la que en libros sucesivos ha venido promoviendo la filósofa cuir Judith Butler, política social que propone que —ante la vertiginosa expansión contemporánea de la desaparición de vidas que no pueden ser reconocidas o recordadas en un mundo global constituido, según ella, por una especie de melancolía heteronormativa obligatoria— urge crear prácticas culturales luctuosas que reconozcan estas vidas subalternas como valiosas, como vidas que merecen ser vividas.5 Tal, creemos, es la intención que anima gran parte de la obra de Ramos Otero, obra donde la muerte es frecuentemente el tema, pero la vida —en todas sus formas heterogéneas, disímiles y abyectas— es el objetivo. ¿Cómo afianzar la vida recordando la muerte? ¿Cómo prolongarla con prácticas de duelo heterogéneas y disímiles que promuevan el ensanchamiento de los límites de lo que se cuenta y cuenta por vida aceptable y valiosa? ¿Cómo incluir a los descontados del cuento, a los que no cuentan y lo que no se puede contar, sin apropiarse de ellos y de ello, sin incorporarlos o ingerirlos, sin hacerlos desaparecer? ¿Cómo liberar, pues, lo espectral reconociendo las rutas, las otras rutas abyectas de su desahucio o expulsión? El epígrafe que encabeza este breve ensayo, proveniente del relato autobiográfico “La fea Otero” —que poco antes de morir Ramos Otero autorizó que se publicara y terminó sucediendo póstumamente a modo de nota necrológica o epitafio del autor— parecería sugerir una respuesta: “Las oraciones precisas y concisas solamente sirven a la rapidez de la muerte. La vida necesita divagaciones”.6 En un relato hasta ahora inédito, titulado “Enfermedades incurables”, que encontré en una de las cajas de los recién adquiridos Papeles de Manuel Ramos Otero en la Universidad de Columbia en Nueva York, cuando estos estaban aún sin archivar, el narrador, que lleva 14 años exiliado en la ciudad medita sobre sus razones para emigrar. Nueva York le había parecido

4- Rubén Ríos Ávila, p. 33, n. 25. 5- Judith Butler: The Psychic Life of Power: Theories in Subjection, Stanford, Stanford University Press, 1997; Precarious Life: The Powers of Mourning and Violence, Londres, Verso, 2004. 6- Publicado, según Rubén Ríos Ávila, a petición del autor como parte del homenaje que el periódico El Mundo le rindió en su suplemento Puerto Rico Ilustrado, 28 de octubre, 1990 (pp. 21-23), en ocasión de su muerte.

Foto por Adál Maldonado

En lugar de reducir el duelo al supuesto metarrelato compartido del trauma, del Gran Trauma nacional, los personajes subalternos narradores o “cuenteros” de Ramos Otero, como los llama él, relatan (…) lo inarticulable, lo que excede al acontecimiento histórico, lo que no se puede narrar.

entonces no tanto “la tierra prometida” de los que buscaban mejores oportunidades de empleo como la utopía o tierra de promisión “de todos los que soñábamos con independizarnos de las enfermedades y las muertes habituales, … de los que no queríamos morirnos en nuestro pueblo visitando parientes o persiguiendo cajas de muerto camino al cementerio”. Nueva York aparecía entonces, no tanto como una inmensa fábrica o factoría que le permitía al inmigrante ingresar en la modernidad, sino como un espacio externo desde el cual se podía “romper” con el círculo cerrado de los “viejos patrones” isleños del luto y la melancolía, desde donde se podían crear nuevas prácticas de duelo que, al reconocer la muerte, extendieran la vida. 14 años después —reflexiona él— la ciudad se había convertido en un “laberinto” impersonal, sin posibilidad de salida, regido, al igual que la isla, por continuas ceremonias de enfermedad y muerte. El año es 1982; año en que hace su aparición el término sida, y su compañero, el escenógrafo John Anthes, y su querido amigo, el gran poeta y dramaturgo boricua Víctor Fragoso, sexiliado en Nueva York, mueren insólita y misteriosamente de una enfermedad desconocida, ominosa y letal.7 Quizás sea aquí en este relato inédito de 1982, que aparece por primera vez en la nueva antología de los Cuentos (casi) completos de Manuel Ramos Otero, que publicará Casa de las Américas —relato que podríamos llamar premonitorio de lo que será la representación explícita del sida en sus textos posteriores, Página en blanco y staccato e Invitación al polvo— que Ramos Otero parece vislumbrar por primera vez lo que será la expansión vertiginosa de la pandemia que devastará la comunidad puertorriqueña en la isla y la diáspora. En él, Ramos Otero parecería

7- Sobre la temática del sida en la obra de Ramos Otero, v. Carlos A. Rodríguez Matos (compilador): Poesída, New York, Ollantay Center for the Arts, 1995; Dionisio Cañas: El poeta y la ciudad: Nueva York y los escritores hispanos, Madrid, Cátedra, 1994, pp. 116-130; Benigno Trigo, n. 29; y la brillante semblanza de Consuelo Arias: “De Times Square a Mar Chiquita”. 80grados, 24 de octubre de 2014. descubrir no solo una nueva temática narrativa —la del sida— sino también una nueva cartografía donde la enfermedad y la muerte, que se han extendido hasta absorber la metrópoli como posible espacio externo y “promisorio” de liberación desde el cual se podía tramitar el duelo, el duelo isleño, comienzan a hacer ahora visibles y posibles otros desplazamientos de rutas translocales y abyectas en un mundo interconectado y global. En un libro riguroso y lúcido sobre la escritura seropositiva latinoamericana, Viajes virales, 8 la escritora chilena Lina Meruane propone que, ante la imagen de una contaminación epidémica que atraviesa indiscriminadamente todas las fronteras para convertirse, en el decir de Susan Sontag, en “uno de los precursores distópicos de la aldea global”,9 la visión utópica y sexílica de una vanguardia cuir latinoamericana —que había cifrado en el viaje, el exilio y la fuga la posibilidad de formar comunidades alternativas fuera del espacio nacional, basadas en la disidencia sexual— comienza a erosionarse y a sustituirse en la obra de ciertos artistas cuir latinoamericanos por una visión crítica que destaca las desigualdades de ese flujo global, pretendidamente igualitario y liberador, y reclama en cambio la defensa de las sexualidades disidentes locales, revirtiendo con ello la dirección de la trasmisión del virus, que inicialmente se concibió como la infiltración (terrorista) del tercer mundo (África, Haití) en el primero, hacia la invasión del territorio latinoamericano por el neoliberalismo global en la figura del turista portador del sida y las nuevas identidades sexuales comerciales. La defensa de la disidencia sexual latinoamericana se convierte, entonces, en estas respuestas seropositivas, según el análisis de Meruane, en una defensa territorial de lo local y, en particular, de la loca como la expresión de una diferencia sexual que la globalización intenta homogeneizar o erradicar.

8- Lina Meruane: Viajes virales: La crisis del contagio global en la escritura del sida. México, Fondo de Cultura Económica, 2012. 9- Susan Sontag: El sida y sus metáforas, Barcelona, Taurus, 1996.

Y es aquí, en relación con esta reacción crítica localista, que podríamos proponer: la escritura “sidosa” de Ramos Otero interviene temprana y significativamente en los debates sobre la globalización, el sida y el duelo para ofrecer desde la diáspora, desde lo que Yolanda Martínez-San Miguel ha llamado la “intracolonialidad” diaspórica puertorriqueña,10 una respuesta a las metáforas hegemónicas de la migración y el sida que no se ampara ni en una visión utópica del exilio y la fuga ni en las metáforas territoriales de la invasión del tradicional discurso antiimperialista que la escritura seropositiva latinoamericana recicló. Es decir, ante la reacción localista de la escritura seropositiva latinoamericana, la escritura sidosa de Ramos Otero no se propone ni global ni local sino, para usar el término que han venido construyendo varios críticos puertorriqueños y, en particular, Lawrence La Fountain-Stokes, translocal.11 Es por ello que en el último libro de cuentos de Ramos Otero, que aborda explícitamente el tema del sida, Página en blanco y staccato, la emblemática fecha de 1898, que engarza las diversas historias de migraciones que narra el texto, no remite —como era de esperarse— a la invasión u ocupación territorial de Puerto Rico, Cuba, Guam o Filipinas sino al mapa geopolítico global de desplazamientos migratorios que esa fecha instauró y consolidó, estableciendo rutas coloniales o neocoloniales abyectas por las que se ven obligadas a transitar mercancías y gente. Y es en contrapunto con esta nueva cartografía global e imperial —y no contra la frustrada soberanía territorial de la nación— que los personajes de Página en blanco y staccato constituyen sus prácticas de supervivencia y sus relatos y que el “cuentero” o narrador “sidoso”,

10- Yolanda Martínez-San Miguel: Coloniality of Diasporas: Rethinking Intra-Colonial Migrations in a Pan-Caribbean Context. Nueva York: Palgrave MacMillan, 2014. 11- V., por ejemplo, Mayra Santos-Febres: “The Translocal Papers”, Tesis doctoral, Cornell, 1991; Cruz-Malavé: “Colonial Figures in Motion: Globalization and Translocality in Contemporary Puerto Rican Literature in the United States”. CENTRO XIV, nro. 2, 2002, pp. 5-24; La Fountain-Stokes: “Translocas: Migración, homosexualidad y travestismo en el performance puertorriqueño reciente”. emisférica 8.1, verano 2011.

Presentación de Fuegos fúnebres, agosto de 1980, Casa Blanca, Viejo San Juan

que recorre sus páginas como doble ficcional del autor que es Ramos Otero, ofrece sus prácticas de resistencia seropositiva. Como en el relato paradigmático del libro “Vivir del cuento”, el modelo para estas prácticas creativas de supervivencia son las estrategias narrativas de prórroga e interrupción que emplea la narradora de Las mil y una noches, Scheherazada, para extender el relato y prolongar la vida. Asumiendo de igual manera prácticas narrativas creativas que despliegan interrupciones, digresiones y pausas, los cuenteros marginales de Página en blanco y staccato extienden a la vez no sólo la sintaxis narrativa del texto sino también el entramado de las rutas globales abyectas por las que se han visto obligados a desplazarse, creando así un mapa alterno, igualmente móvil pero hecho de desviaciones, digresiones y prórrogas. “¿Cómo nombrar a los desaparecidos del cuento”, a los descontados, se pregunta en el relato final, “Descuento”, el cuentero sidoso que es el autor del texto, consciente de que él también ha de desaparecer, “a menos que no sea mostrando el valor de su presencia?” ¿Cómo expresar, pues, el duelo si no hay un espacio externo desde el cual vislumbrar y contener la abrumadora y vertiginosa expansión del luto, de la melancolía especular que se ha apoderado del mundo y el cuerpo? Desplazándose por las abyectas rutas globales, la obra cuentística de Ramos Otero parecería contestar estas preguntas aportando a la isla melancólica y sus diásporas, como móviles remesas culturales, los “fuegos fúnebres” o las nuevas prácticas translocales del duelo que producen la pausa, el desvío y la divagación.

Genealogías o el suave desplazamiento

de los orígenes en la narrativa de Manuel Ramos Otero

Áurea María Sotomayor

Ensayo

El genealogista necesita la historia para disipar las quimeras del origen, un poco a modo del filósofo pío que necesita un médico para exorcizar la sombra de su alma. —Michel Foucault

1- Staccato Lo que amenaza el cuerpo que es el cuento es la página en blanco que lo anularía. Pero esta página en blanco que agrede mallarmeanamente al personaje del escritor, en la narrativa de Ramos Otero blande (paradójicamente) un estilete: la posibilidad de un relato infinito con cuyas genealogías se divierte el narrador. Genealogías de la familia, de la nación, genealogías del cuento, que son el recorrido que traza el libro de Manuel Ramos Otero en Página en blanco y staccato1 y en una parte significativa de sus relatos en otras colecciones.2 La genealogía en su

1- Página en blanco y staccato. Manuel Ramos Otero. Madrid: Editorial Playor, 1987. 2- Nos remitimos a Concierto de metal para un recuerdo. Río Piedras: Editorial Cultural, 1971, y El cuento de la mujer del mar. Río Piedras: Editorial Huracán, 1979, escritos reunidos en la colección Cuentos de buena tinta San Juan: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1992. En adelante, citaremos del último

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