Coapan. Revista de Literatura y Otras Reflexiones (Tercer número)

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Desde las tumbas Ficción / Cuento

N o, estoy en paz

Por Frida Angélica Jasso Morales*

Una sórdida madrugada, el aliento del océano se internaba en mis pulmones, lentamente, como una suave seda que apaciguaba mi dolor. Sentía tanto dolor. Mis ojos estaban embotados de lágrimas que flotaban ya en el mar y un tajo atravesaba mi vientre; no sabía si seguir llamándome un hombre. Buscaban masacrarnos a todos; el aullido de sus espadas era la canción de cuna de mi niñez. Nos trataban como a viles criminales, el eslabón más putrefacto de la sociedad, pero la única verdad era que su presunta humanidad era la única escoria de esta tierra. Nací en la miseria, crecí en la miseria y moriré en la miseria. Jamás he sentido la calidez abrasadora del hombre. Viví mi vida como un paria, hijo de criminales y gente olvidada. Caminé sin rumbo, con los pies cubiertos de ampollas, cargando un olor insufrible por no haberme bañado en meses. Una noche, finalmente llegué a un puerto, y entre sus callejones corruptos y la podredumbre de la ciudad me sentí acogido. Decidí permanecer en aquellos tumultuosos lares aunque fuera durante una fugaz temporada. Para protegerme, me vi obligado a unirme a un vulgar grupo de piratas, que se consideraban a sí mismos los Robín Hoods de su gente. A pesar de su carácter áspero y zafio, que me resultaba altamente irritante, no puedo negar que cuando veía mi reflejo podía verlos a ellos. Éramos iguales, vulgares y hostiles, no sabíamos hacer negocios sin una daga en nuestras manos. Pasábamos nuestros días asaltando navíos de los hombres adinerados que vivían en la cima de la colina. Siempre querían matarnos, pero éramos hábiles y huíamos rápido. En tierra nos buscaban sin cesar, pero éramos listos y nos ocultábamos ante

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sus ojos atónitos. El caos alimentaba mi alma famélica, me sentía cual bebé siendo amamantado por su madre. Entre ellos sentía paz; jamás había sentido una paz como aquella, entre ellos tenía fuego y tenía vino, tenía un hogar. Pero la vida es indiferente y todo lo quiebra en un parpadeo que huele a muerte y desasosiego. La vida es un eterno ciclo de sórdida indiferencia; no se detiene ni preocupa por la calma de los seres, benditos de poder respirar; solo continúa y continúa tétricamente hacia adelante, hasta su propio fin. Ese, ese es mi mayor temor, pero mi madre me dijo que nunca debía llorar, porque al llorar mis enemigos creerían que soy débil y yo no soy débil. El comienzo del final le llegó primero al más joven de nosotros. El manso muchacho cedió ante el sentimiento más gastado y ordinario que uno puede llegar a experimentar en este plano tan hostil. Ella era una joven rica de lo alto de la colina, hija de aquellos que nos querían asesinar. Vivieron envueltos en un melodrama ridículo y falso, pero claro, ellos pensaban que la vida sería benévola con ellos por sus bondadosos y honestos corazones. La honestidad y la bondad no existen entre la gente miserable, tampoco entre la gente rica; son un puñado de ilusiones que juegan con crueldad frente a tus ojos llenos de inocencia. Fueron descubiertos juntos una noche cálida del verano. Él huyó tan rápido como sus pies se lo permitieron, pero no sirvió de nada, los peleles del padre adinerado lo capturaron y con sus espadas lo atravesaron sin titubeos; flotando en el mar yació su cuerpo sin vida. Poco tiempo después, la vida de la fémina se extinguió también, la verdadera razón no la supi-


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