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No, estoy en paz Frida A. Jasso Morales Quédate aquí y La culpa fue tuya
Ficción / Cuento No, estoy en paz
Por Frida Angélica Jasso Morales*
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Una sórdida madrugada, el aliento del océano se internaba en mis pulmones, lentamente, como una suave seda que apaciguaba mi dolor. Sentía tanto dolor. Mis ojos estaban embotados de lágrimas que flotaban ya en el mar y un tajo atravesaba mi vientre; no sabía si seguir llamándome un hombre.
Buscaban masacrarnos a todos; el aullido de sus espadas era la canción de cuna de mi niñez. Nos trataban como a viles criminales, el eslabón más putrefacto de la sociedad, pero la única verdad era que su presunta humanidad era la única escoria de esta tierra. Nací en la miseria, crecí en la miseria y moriré en la miseria. Jamás he sentido la calidez abrasadora del hombre. Viví mi vida como un paria, hijo de criminales y gente olvidada. Caminé sin rumbo, con los pies cubiertos de ampollas, cargando un olor insufrible por no haberme bañado en meses. Una noche, finalmente llegué a un puerto, y entre sus callejones corruptos y la podredumbre de la ciudad me sentí acogido. Decidí permanecer en aquellos tumultuosos lares aunque fuera durante una fugaz temporada.
Para protegerme, me vi obligado a unirme a un vulgar grupo de piratas, que se consideraban a sí mismos los Robín Hoods de su gente. A pesar de su carácter áspero y zafio, que me resultaba altamente irritante, no puedo negar que cuando veía mi reflejo podía verlos a ellos. Éramos iguales, vulgares y hostiles, no sabíamos hacer negocios sin una daga en nuestras manos. Pasábamos nuestros días asaltando navíos de los hombres adinerados que vivían en la cima de la colina. Siempre querían matarnos, pero éramos hábiles y huíamos rápido. En tierra nos buscaban sin cesar, pero éramos listos y nos ocultábamos ante sus ojos atónitos. El caos alimentaba mi alma famélica, me sentía cual bebé siendo amamantado por su madre. Entre ellos sentía paz; jamás había sentido una paz como aquella, entre ellos tenía fuego y tenía vino, tenía un hogar. Pero la vida es indiferente y todo lo quiebra en un parpadeo que huele a muerte y desasosiego.
La vida es un eterno ciclo de sórdida indiferencia; no se detiene ni preocupa por la calma de los seres, benditos de poder respirar; solo continúa y continúa tétricamente hacia adelante, hasta su propio fin. Ese, ese es mi mayor temor, pero mi madre me dijo que nunca debía llorar, porque al llorar mis enemigos creerían que soy débil y yo no soy débil.
El comienzo del final le llegó primero al más joven de nosotros. El manso muchacho cedió ante el sentimiento más gastado y ordinario que uno puede llegar a experimentar en este plano tan hostil. Ella era una joven rica de lo alto de la colina, hija de aquellos que nos querían asesinar. Vivieron envueltos en un melodrama ridículo y falso, pero claro, ellos pensaban que la vida sería benévola con ellos por sus bondadosos y honestos corazones.
La honestidad y la bondad no existen entre la gente miserable, tampoco entre la gente rica; son un puñado de ilusiones que juegan con crueldad frente a tus ojos llenos de inocencia. Fueron descubiertos juntos una noche cálida del verano. Él huyó tan rápido como sus pies se lo permitieron, pero no sirvió de nada, los peleles del padre adinerado lo capturaron y con sus espadas lo atravesaron sin titubeos; flotando en el mar yació su cuerpo sin vida.
Poco tiempo después, la vida de la fémina se extinguió también, la verdadera razón no la supi-
Ficción / Cuento
mos, pero en su muerte hallaron la excusa perfecta para eliminarnos de una vez por todas. De sus lenguas largas y venenosas surgió un rumor que infectó a toda la ciudad: decían que nosotros, insalubres piratas, portábamos una infecciosa enfermedad, la cual había matado a la chica, y la única forma de erradicar dicho mal era matarnos a todos nosotros.
Varios de los nuestros cayeron a manos del propio pueblo, mientras transitaban a la sombra de las calles. En los ojos de la gente había tanto terror y paranoia que parecía que ya no tuvieran vida. Pero la masacre real no llegó hasta la media noche de un domingo melancólico; los hombres ricos de la colina gastaron gran parte de su fortuna contratando desesperadamente a un ejército de hábiles mercenarios que nos atacaron por la espalda. El llanto de sus espadas me despertó en la fresca madrugada, muchos fueron asesinados cobardemente mientras dormían, debieron haberles pagado mucho para dejar su honor a un lado de un modo tan indiferente.
Huimos hacia el muelle, donde los enfrentamos en una batalla en la que nuestra única motivación era la terquedad, que tan profundamente teníamos arraigada, pero en el ambiente se percibía un sentimiento que emanaba de nuestros rostros: era la certidumbre de que no viviríamos hasta el amanecer.
Juramos en silencio mientras peleábamos como perros rabiosos, de pronto, del suelo emergió un río, un río de sangre, la sangre de mis hermanos que yacía corriendo bajo mis pies, un río cálido. Estupefacto me distraje y uno de esos pedazos de carne corrupta me hizo un tajo en el vientre. Terminé mal herido bajo un montón de cuerpos muertos, jamás había prestado atención a los arrulladores golpeteos de las olas, sentía tanta paz.
Pero no morí aquel día. Durante gran parte de mi vida he temido por la última vez que veré el sol, pero en aquel muelle, sobre el río carmesí, bajo la carne sin vida y la sangre, no pude evitar llorar, llorar del asco que sentí al verlo nacer en el horizonte.
*Cursa el último año en la ENP 5, le gusta la animación, la fantasía y el trip hop.
Foto de Lachlan Ross en Pexels
Ficción / Poesía
¿Por qué?
Por Yizeg Pamela Requena Martínez*
Cada día, al amanecer, pienso en nosotros; cada madrugada sueño con nuestros momentos. Y me pregunto, con lágrimas en los ojos: ¿por qué siempre te he de extrañar?
En mi interior siempre está esa voz que me recuerda: que solo lastimarme sabes. ¿Por qué tus gritos hirientes resuenan en mi mente?
¿Por qué no puedo superar tus manos golpeando mi piel? ¿Por qué no olvido mi nariz escurriendo de rojo carmesí? ¿Por qué te amo a ti, más que a mí misma?
Sé que un acto así no tiene justificación; solo deseo que tu nueva musa de palizas no ceda ante tu manipulación.
Y que sin dificultad ignore a los crueles jueces que se dicen sus amigos, y a veces, su propia familia; que no la culpen y que se perdone por amarte a ti, más que a ella misma.

Foto de Olya Kobruseva en Pexels-
Hola, soy Pamela Requena y en mi tiempo libre, además de cantar, me gusta escribir acerca de mis sentimientos y también de situaciones ajenas de la vida cotidiana, para externar mis pensamientos y sentimientos al respecto. En este poema me inspiré en todas las historias que he escuchado de mujeres que han sufrido violencia por parte de sus parejas.
Iconografía / Pintura

Técnica usada: Acuarela Autora: Andrea Poblano Zepeda