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Editorial

Sea concebida como “sistema político”, como “forma de organización política” o como “una de las formas de poder”, a la democracia se le caracteriza esencialmente por pregonar el principio de la subordinación de la minoría a la mayoría, así como por reconocer la libertad y la igualdad de derechos de las ciudadanas y los ciudadanos. Pero es frecuente no ir más allá de estos rasgos formales de la democracia, aislándola de las distintas condiciones económico-sociales donde surge y se manifiesta. Esta restringida concepción ha traído consigo la idea de la llamada “democracia pura”, útil a quienes por conveniencia pasan por alto el rasgo esencial de nuestra sociedad: la existencia de clases sociales antagónicas donde la gran burguesía, como clase dominante, corrompe y con eso envilece los principios y procesos democráticos en aras de la defensa de sus intereses económicos y políticos.

Sin duda, uno de los factores determinantes de la descomposición en boga es el relacionado con la falta de discusión –de debate–, no obstante ser ésta un sustento primordial de la democracia. En nuestro país –en todos los ámbitos y niveles de poder público y privado– hoy no se discute. Las autoridades temen al debate por los rasgos de anarquía que sus extremos, de izquierda o de derecha, pudieran traer consigo, ante lo cual prefieren la imposición, es decir, la antidemocracia con sus prácticas intimidatorias, violentas e inmovilizadoras.

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Ante esta realidad, los universitarios debemos poner el ejemplo: privilegiar la discusión como condición previa a la toma de decisiones, sobre todo cuando esta afectan la vida interna y externa de la población mexicana. Debemos hacerlo sin temores, concibiéndola como método creador y enriquecedor del conocimiento; como proceso donde podemos intervenir todos, aprender todos el valor pedagógico y democrático de la misma.

Sólo así podremos democratizar nuestra vida social. Desde luego, partiendo de la base siguiente: la buena y sana discusión nos obliga a estar informados, a escuchar, a analizar, a juzgar, a construir argumentos y, para que sea constructiva, a seguir un método; pero ante todo, a guiarnos por el compromiso honesto de aprender y de tener el valor de reconocer la verdad cuando se le encuentre, sean cuales fueren las consecuencias. §