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El caso del cine maldito, por Nazario Sepúlveda

La última función de cine a la que asistí antes de escribir esta nota, fue un viernes cuando ya la tarde declinaba y yo seguía la costumbre de asistir a conocer el estreno de la llamada Sala de Arte, como lo hago cada viernes por la tarde y así veo películas que son consideradas de arte (?), tan sólo porque no son de Hollywood y provienen de Europa, Asia y Latinoamérica, y de esta suerte, disfruto un cine que no está diseñado para las vísceras del espectador, sino para su inteligencia. Además, descubro y conozco muchas cosas de los países de donde provienen los filmes y de quienes los habitan y no participo para nada en la actitud fascista de ver sólo las gringadas con que se llenan las muchas e inútiles salas de cine comercial del área metropolitana.

Cuando la función comenzaba, llegaron, y conversando, seis o siete jóvenes que se dirigieron a la parte de arriba de la sala. Aparecieron en la pantalla los créditos de una película titulada La chica desconocida, que se anunciaba como una coproducción belga-francesa, y las jóvenes recién llegadas se dieron cuenta de que habían entrado a una sala equivocada, ya que no era el filme comercial gringo que iban a ver y se salieron, riendo ruidosamente, pues rechazaban conocer un tipo de cine que las iba a obligar a pensar, algo muy molesto e incómodo, y buscaron la sala en donde iban a estar todas ellas con su inconsciente colonizado por Hollywood. Los que permanecimos en la sala, vimos una obra acerca de una joven seria y trabajadora, que al saber que en forma involuntaria había dejado que mataran a una mujer, fue obligada por su conciencia y su responsabilidad moral a involucrarse en el caso para tratar de resolverlo y así sentirse tranquila y sin la culpabilidad, que en realidad no tenía, y poder continuar con su vida normal; y las jóvenes que abandonaron la sala, se hubieran salido durante la función ya que no les hubiera interesado el caso de responsabilidad moral y hubieran encontrado aburrida la película, ya que la heroína no tenía novio, amante o marido y la violencia y el acelere del cine gringo no estaban presentes. Al salir de la función, supe que había visto un cine serio, muy bien dirigido y actuado y que me hizo conocer mucho de la provincia de Lieja, en Bélgica, y el sistema social bajo el que viven sus gentes, lo cual me llevó a la inevitable comparación de Bélgica, o sea el primer mundo, con México, que es del tercero o tal vez quinto mundo, en lo que se refiere a la cultura cinematográfica y el muy deficiente sistema de seguridad social que aquí se padece.

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El director y guionista de La chica desconocida, es el belga Jean-Pierre Dardenne y la actriz que protagoniza el papel de la joven médica que busca saber quién era la joven muerta a la que nunca conoció pero que se vuelve su obsesión, es una atractiva belga llamada Adèle Haenel, y me gustaría seguirla viendo en la pantalla, pero para ello dependo de los que dizque manejan las salas de arte con filmes que se exhiben con la menor publicidad posible, en la menor cantidad de salas y con horarios de exhibición imposibles que se les ocurren y además, cuentan con todo el apoyo de los dizque recomendadores de los periódicos y la televisión, que rechazan abiertamente este cine que ni siquiera van a ver: el periódico de las estrellitas raras veces lo toma en cuenta, pues no debe ser visto porque no es de Hollywood ni es hablado en inglés; por ello también el buen cine mexicano es rechazado y silenciado por los dizque comentaristas que lanzan torrentes de adjetivos elogiosos para cualquier filme norteamericano y para el cine mexicano o de arte (?) sólo dedican el silencio de los indecentes. El buen cine está perpetuamente maldito en esta ciudad. Así están las cosas con el arte cinematográfico internacional que debe ser rechazado e ignorado por los súbditos de Trump. Falta, por supuesto, hablar de ese espacio que se llama la Cineteca, en donde hace días se efectuó, en forma muy breve y acelerada, un festival de cine latinoamericano denominado Ternium, integrado por filmes de Argentina, Chile, Colombia, Brasil y otros países que, a priori son vetados para proyectarse en las inútiles salas metropolitanas y así, el domingo por la mañana, en un canal de TV local, el recomendador oficial no tuvo una palabra para la muestra de Ternium y en cambio sí habló de una mediocridad comercial gringa. Ésta, sí era digna de ser elogiada y así, el público ignoró el excelente cine latinoamericano. Tampoco hubo mención alguna de La chica desconocida. ¿Cine de arte? ¡Nunca!

En estos días, llegó a una sola sala una película de Israel, país que hace muy buen cine. ¿Estrellitas otorgadas? Ninguna. ¿Crónicas elogiosas o de ataque? Acaso, en algún periódico local que pocos leen. Nada más queda por hablar el caso de la única revista buena sobre el cine internacional llamada Film Comment, que llegaba aquí cada dos meses. Pues bien, ésta ya no se vende en la ciudad y si a alguien le interesara, sólo queda la suscripción pedida a Nueva York, pues hace meses que dejó de llegar aquí. Este es el caso del cine maldito, del buen cine en esta ciudad y creo que así está en el resto del país. Y no hay más que decir, sólo continuar efectuando el oficio de tinieblas, o sea ver el cine en una sala a oscuras y teniendo distintas reacciones ante éste. §