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Por qué los asiáticos triunfan en Argentina?
from ProAsia 35
by ProAsia
Nadie es profeta en su tierra ¿Por qué los asiáticos triunfan en Argentina?
Entrevista al Lic. Julio Kim
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Se suele decir que quien es exitoso comercialmente en Argentina puede serlo en cualquier lado del mundo: pues aquí las reglas son tan cambiantes, los impuestos tan altos, los sobrecostos (formales y de los otros) tan variados, que aquel que triunfa ya no tiene nada que lo asuste: ha superado todas las pruebas. Aún sin éxito, el empresario argentino, con mucha probabilidad, sería un ganador del otro lado del mundo, pues su destreza para lidiar con un entorno hostil y volátil, lo dotó de una versatilidad y creatividad que en Asia no abunda. Lo contrario, también es cierto. Cuando un asiático viene a trabajar a la Argentina, es de rigor y lo sabemos: saldrá adelante y será exitoso. ¿Cómo? ¿Por qué? Intentando dilucidar este misterio, entrevistamos a Julio Kim, de procedencia coreana, quien llegó al país con 12 años de edad.
¿Por qué migraste a este país ?
Soy de Seúl. Mi padre tenía allá una fábrica de fideos y le estaba yendo muy bien. Pero en algún momento las cosas cambiaron, y su empresa terminó quebrando. Durante algún tiempo intentó remontar el negocio, pero sin éxito. El avance en Asia es muy dinámico, si te detenés unos pocos años por alguna razón, cuando querés retomar ya estás obsoleto, anacrónico, quedaste fuera del mercado. Entonces mis padres empezaron a pensar en salir al exterior. La Argentina de Menen ofrecía instalarse legalmente mediante un depósito de USD 35.000 en el Banco Central. Un año
más tarde, cuando el índice de desocupación de ese período peronista se hizo público, se ascendió la suma a USD 100.000, y con ello se desanimó la inmigración. Nosotros no hubiéramos podido hacerlo si hubiéramos llegado entonces, pues no contábamos con tanto dinero. Por suerte entramos justo antes de ese cambio. Cabe recordar que en el menemismo el dólar y el peso eran equivalentes (el famoso “1 a 1”), por tanto el dinero que habíamos traído en dólares, no era aquí significativo. Era un monto muy pequeño, si pensamos que teníamos que reconstruir una vida familiar en un país lejano, cuya cultura desconocíamos, sin tener familiares o contacto alguno de referencia, y no hablando una sola palabra de español o inglés. Empezamos de cero. Mi hermana y yo entramos a la primaria. Sin poder comunicarnos. Y totalmente extrañados de las formas locales. En nuestro país la distancia física era la regla, y aquí todo el mundo se saludaba con un beso. Romper nuestros esquemas culturales fue más difícil que aprender a hablar bien español, que lo logramos en ese primer año de escolaridad (mis padres aún tienen dificultades con el idioma).
¿Cómo siguió tu educación y cuándo empezaste a trabajar?
Durante mi infancia y adolescencia fui a colegio público, tanto en la primaria, como en la secundaria. Mis padres no podían solventar una educación privada. Y además siempre me inculcaron que, si yo quería estudiar seriamente, no importaba si la educación fuera pública o privada, dependía de mí. Su filosofía era: “si querés algo, debés lograrlo vos mismo”. Cuando llegamos a Buenos Aires nos instalamos aquí, en Capital, pero rápidamente observamos que en el conurbano la vida era más barata, y dejamos este “lujo” a los 3 meses, mudándonos a Tristán Suárez, en Zona Sur. Allí viví hasta alcanzar los 20 años. A los 18 años entré en la carrera de Administración de Empresas en la UBA. Estudiaba y trabajaba en una empresa textil. En el año 2001, con el default del país, la empresa avisa que está en situación de quiebra, y entonces yo, con 20 años de edad, decido poner mi propio negocio y abandono mis estudios. Más tarde ingresaré en la UADE, donde me recibiré de Relaciones Pública e Institucionales.
¿De dónde sacaste ese espíritu emprendedor?
Acá le llaman “la Escuela del Hambre”. Muchos hablan de ella, pero pocos cursaron allí. Llegar del otro lado del mundo, sin recursos ni ayudas, obliga a ser emprendedor, es una cuestión de supervivencia y de búsqueda de sentido (¿para qué nos cruzamos el mundo si no para forjarnos una vida mejor?). A los 13 años yo atendía un local en Temperley, hacía entrevistas con las vendedoras, negociaba, manejaba todo. Ahora, visto a la distancia, parece muy prematuro, ¡era apenas un niño! (hoy incluso está prohibido en Argentina que los chicos de esa edad trabajen). Pero si estudiamos un poco de historia, vemos que, por ejemplo, en la Antigua Grecia, jóvenes de 14 años eran guerreros espartanos, o mucho más cercano en el tiempo a nosotros, en la Primera Guerra Mundial, pelearon niños de 15 años, mientras las jóvenes de misma edad, se ocupaban de la casa. La madurez a los 21 años es un convenio social, pero uno crece cuando quiere crecer, y generalmente se quiere cuando se necesita. No es que me sobrara ambición, sino que me tocó en suerte una realidad difícil y la tuve que afrontar. Empecé a trabajar muy joven, y cuando la empresa para la que lo hacía quebró, la opción de crear una empresa propia relacionada con lo que habría aprendido fue una opción que me pareció lógica. No lo había proyectado en mi infancia, simplemente era la forma de seguir avanzando. Hoy miro atrás y tengo que admitir que me fue bien. Tengo una facturación muy importante, doy trabajo a muchas personas, he construido edificios, importado gran cantidad de contenedores, distribuido muchos metros de tela, etc. Pero todo ello no es necesariamente algo que soñé, más bien fue algo que hice.
¿Qué hacía tu empresa inicial y cómo fuiste adaptándola y recreándola hasta alcanzar tus logros actuales?
Empecé cómo broker de telas. Al poco tiempo me di cuenta que no estaba funcionando como quería. Conocía a mucha gente que tuvo pasados dorados con este servicio, pero en los últimos 15 años, los avances tecnológicos, habían desfigurado el papel del intermediario. Si antes se necesitaba de una persona de confianza, pues era inseguro enviar dinero a través de una computadora sin saber quién estaba del otro lado, ahora había plataformas que, con un grado aceptable de certeza, calificaban el buen nombre del proveedor. Si antes los intermediarios asistían a ferias textiles en Europa, donde se encontraban con los productores asiáticos, ahora los clientes, viajaban directamente, sin miedo y con mucho más
apoyo informativo, a las fábricas en Asia. Si hasta fines del siglo pasado las comunicaciones eran difíciles, físicas (aún se usaba el fax, por ejemplo), ahora son todas digitales, en nuestra lengua y super dinámicas. Con un algunos clicks, desde la comodidad de nuestras casas, hacemos una compra en Ali Express y recibimos el producto en nuestro hogar. No me quedé mucho tiempo lamentándome. Cambié rápidamente el negocio, y pasé de ser un bróker a ser un trader. Es decir, pasé al negocio de mis clientes. Me dediqué a la importación y distribución de telas. Mis nuevos clientes eran ahora las fábricas.Y me fue muy bien. Me expandí muy rápido. Llegue a traer y vender entre 500 y 600 contenedores anuales. En el rubro textil, hay dos tipos de negocios: o vas al origen (tela) o vas al producto final (la ropa). Éste último tiene más margen, pero también más riesgo. Yo empecé con las telas (primer como bróker y luego como trader), pero entonces las fábricas también dejaron de comprar aquí a los importadores, y fueron directo al productor, que ahora les vendía en tiradas más chicas y hasta customizadas. Otra vez me adapté rápido, y me pasé al negocio de mis nuevos clientes: la confección de indumentaria. Aquí se abrían dos posibles puertas: o las fabricaba localmente, o las traía terminadas. La primera opción no era rentable en un país que pega volantazos cada cuatro años. La segunda sí, y puede terminar empleando a mucha gente también. Así que fui adquiriendo marcas locales, y abrí tiendas en los shoppings. Tengo casi un centenar de empleados fijos y le doy trabajo indirecto a otras 350 personas entre contratistas, talleres, fotógrafos, agencias, etc.
¿El gobierno ha ayudado o
Desde chico me acostumbré a hacer las cosas por mi cuenta. Nunca conté con un socio o un padre que me dieran dinero. Todo lo que construí se lo debo al trabajo de mi equipo, a mis clientes y a mis proveedores. Nunca salí a pedir, y en ese sentido tampoco espero nada del gobierno. Pero sus políticas fiscales y sus cambios de reglas (¿cómo instalar una fábrica si no se puede proyectar a largo plazo?), hacen imposible que el empresariado sea competitivo internacionalmente. Y cuando en algún rubro puntual, por nuestras ventajas comparativas, lo somos, la imagen del país nos juega en contra. Argentina no es creíble, no sólo porque siempre es deficitaria y tiene que salir a pedir, sino porque luego no paga. Y ello es una decisión del gobierno, considerando una actitud social, que es a la vez respuesta a la gestión de los diferentes gobiernos que tuvimos. El pueblo no confía en sus gobernantes, sin importar el partido de turno. Ellos gastan más de lo que podrían y tarde o temprano esto deviene en devaluaciones, endeudamiento, default, más recesión, etc. Si nosotros mismos no creemos en el país, ¿cómo esperar que los proveedores y clientes del exterior sí lo hagan? En Corea hubo épocas en que el país se estaba fundiendo, y el gobierno tuvo que pedir un préstamo al FMI. Se le pidió a la población que no saquen sus dólares del banco. La gente no solamente no los sacó, sino que donó oro para el pago de la deuda. Porque para el pueblo coreano era una deshonra estar endeudados. Corea es un país ordenado, serio, metódico. Sabe de sacrificios. De apretarse el cinturón 3 meses, para luego poder comer mejor. Argentina podría aprender estas virtudes. Mirar con una mirada más largo-placista y hacer lo que tiene que hacer para alcanzar ese objetivo, en vez de discutir tanto. Por otro lado, Argentina es ingeniosa (no confundir con el término “viva”, que es peyorativo). En Latinoamérica hay 6 ó 7 unicornios, 4 o 5 de ellos son argentinos. Aquí hay muchas ideas, muchos emprendedores, gente creativa, genios. En Corea abundan, en cambio, las empresas con muchos mandos intermedios. Eso es algo que podría intentar emular de Argentina. Pero tal vez ambas características sean fruto de historias diferentes, y no pueden trasladarse.
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