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II. LA BIOÉTICA DESOÍDA
estrellas, sino de nosotros mismos que consentimos en ser inferiores (William Shakespeare)
Hasta mediados del año 2020, en que la pandemia CORVID-19 está en pleno desarrollo, hay solo un factor común en todas las miradas sanitarias, políticas, sociales y de otro orden, y es la incertidumbre ante un ser ínfimo, capaz de desestructurar todas las manifestaciones civilizatorias y culturales que la humanidad ha ido desarrollando, lo que habla menos de la potencia del virus que de la fragilidad de la especie humana y sus estructuras sociales. La bioética no solo se sorprende por la negligencia del pasado, mas también por la escasa atención que recibe en medio del turbulento presente donde podría, si alguien se interesase, hacer algunos aportes relevantes que aparecen como huérfanos de toda atención previa.
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La pandemia COVID-19 es causada por un virus altamente contagioso y letal, características biológicas que se cargan de adjetivos que le otorgan sentido moral: la virulencia –virulentus=lleno de veneno– significa algo maligno o ponzoñoso, y permite elaborar el discurso de un virus victimario: “Los estragos que causa [el covid-19] nos hacen pensar en una Tercera Guerra Mundial, en la que el enemigo es invisible, sin nacionalidad, no respeta fronteras y ataca sin piedad”.9 “La epidemia, ese mal que se abate «sobre el pueblo»”, como lo señala la etimología, se burla de nuestras fronteras imaginarias, se inmiscuye en el flujo de nuestros desplazamientos a gran escala y toca hoy en día a la totalidad de los seres humanos”10 , o “la pandemia covid-19 ha creado profundos desafíos éticos en cuidados de salud y sociales, no solo por las decisiones individuales sino también a largo plazo y a nivel de decisiones en políticas poblacionales”.11 El empleo de la “retórica de guerra”, habitual en medicina, se manifiesta, ante todo en EE.UU. y Gran Bretaña, “que nombran un enemigo común y dan sentido al sacrificio de los héroes que mueren en las garras del enemigo”.12
En un intercambio epistolar con Voltaire a propósito del terremoto de Lisboa (1755), Rousseau afirma que ese sismo se produjo como resultado del inexorable despliegue de las leyes de la naturaleza…que fue un mal porque incontables inocentes sufrieron y murieron; pero sufrieron y murieron por falta de providencia o prudencia. La Divina Providencia –Rousseau dice “naturaleza”– no guía a los hombres a construir ciudades o construirlas en un lugar u otro.13
Haciendo la analogía con Rousseau, es inquietante que el virus sea declarado un enemigo que ataca sin piedad, que se burla de los humanos y se inmiscuye en sus asuntos, de este modo la sociedad disculpándose de toda responsabilidad por los efectos sociales, económicos y de inequidades de sufrimiento y muerte que son producto de una humanidad que ha privilegiado el progreso material favorable a una minoría mientras precipita a la mayoría en una vida desprotegida, vulnerable, sumida en discriminaciones y marginaciones. No es que la emergencia sanitaria haya provocado el actual desorden social y moral y la desorientación de la salud pública. Se ha limitado a levantar el velo haciendo más visible la ausencia de equidad en el respeto de los derechos humanos tanto primarios como secundarios, la invisibilidad del Otro y de lo otro, la precariedad en que vive la gran mayoría de las personas carentes de lo que tanto se reclama: justicia, solidaridad, sustentabilidad. Asuntos que la bioética, sobre todo desde el Sur, había iterativamente reclamado.
En la oscuridad, cualquier vela encendida atrae la atención, y en las tinieblas de una pandemia aparecen la hipócritas epifanías que ahora escuchan lo que antes apenas oían, miran lo distraídamente visto: la humanidad es un modelo de injusticia y discriminación. El virus es democrático, se dice, pero nuestra hospitalidad no lo es, pues los afectados, los mal preparados para medidas preventivas, los mortalmente heridos, son los marginados cuya pobreza multidimensional no les permite aislarse, paralizar las informales e inestables fuentes de ingreso cotidiano para malamente cubrir las necesidades del día que ya estaban allí antes del virus, en suma, cumplir con lo requerido por las