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El toro más grande

EL TORO BRAVO MÁS GRANDE

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MIGUEL TINAJERO

El trapío de los toros es un concepto tan subjetivo que casi siempre origina (es motivo de ello) cierta polémica entre los afi cionados a la Tauromaquia, y conviene clarifi car al público en general que ese concepto también varía entre los mismos profesionales. Es difícil que exista unanimidad en la valoración del trapío de un toro entre veterinarios, veedores, ganaderos, empresarios, periodistas, autoridad taurina y, por supuesto, afi cionados. Es demasiado habitual confundir el trapío con el peso o el volumen de la res. Es decir, a mayor peso mayor trapío. Nada de eso… Un toro con menos de 500 kilos puede tener mucho más trapío que otro de 600. Porque el toro por ser más grande no es más importante. El trapío es tan subjetivo como la belleza y tan variable como castas existen en el ganado bravo, pues cada encaste tiene su trapío particular.

El trapío es una serie de cualidades que se aprecian a simple vista en el animal y que además de belleza, ha de infundir respeto y trasladar miedo al tendido en busca de la emoción de la lidia.

Cuando no existía reglamentación alguna respecto al toro de lidia, la norma no escrita que imperaba era el toro de cinco años y sus 30 arrobas de peso.

Después, la evolución del toro ha ido ligada a los sucesivos reglamentos taurinos. En el primer reglamento de

David Liceaga frente a un toro de 950 kilos, en la Monumental de Barcelona.//Periodistadigital.com

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la Plaza de Madrid (1852) no se establecía el peso, sólo refería la edad, y ésta no debía ser inferior a cinco años ni superior a ocho, algo que se extendió y sirvió para el resto de plazas. En el Reglamento de la Plaza de la Barceloneta de 1887 se exigía que los toros de lidia “tuvieran el trapío necesario”, algo que resultaba muy indefi nido.

En cualquier caso, cada renovación del Reglamento traía consigo modifi caciones al alza o a la baja del peso de la res a lidiar. Fue el de 1962 el que además fi jó la edad para los toros de cuatro a seis años y para los novillos, de tres a cuatro años.

Es cierto que el peso regulado ofi cialmente y la edad controlada mediante el Libro de Registro de Nacimientos de Reses de Lidia de 1968 garantiza la presencia deseable del animal para el espectáculo taurino. Llegados a este punto en cuanto al peso mínimo regulado por norma, quiero recordar hoy el toro bravo más grande lidiado en una plaza de toros. El hecho histórico aconteció el 24 de julio de El toro bravo,1932 en la plaza de Barcelona. por ser más grande o El toro era de la ganadería de pesar más, no es más Manuel Arranz y pesó nada me- mportante nos que 950 kilos.

La ganadería anunciada era la de Mora Figueroa y los toreros eran Pedro Basauri ‘Pedrucho’ y los mexicanos Heriberto García y David Liceaga. El toro en cuestión salió al ruedo en sustitución del sexto, que fue devuelto a los corrales. Correspondió su lidia al torero David Liceaga, perteneciente a una importante dinastía de toreros mexicanos y que fue muy respetado por la afi ción española.

Tanto el maestro como su cuadrilla pasaron muchas difi cultades durante la lidia del animal por su mansedumbre y volumen, hasta que el diestro aprovechó una arrancada para ejecutar la estocada que puso fi n a aquella tarde que pasó a la historia de la Tauromaquia. Liceaga lidió y mató a un toro de Arranz de casi una tonelada de peso en la plaza de Barcelona. Jamás se lidió un toro más grande en un coso taurino.

ARTE AL SERVICIO DEL EJEMPLO

JOSÉ ANTONIO AYUSTE

@JoseAyuste80

Morante es arte. No es nada nuevo. Siempre lo ha sido. Me atrevería a decir que lo es desde el mismo momento en que vio la luz de este mundo allá por octubre de 1979. Como fi gura del toreo incipiente que fue, a lo largo de su ya dilatada trayectoria, siempre, acertada o equivocadamente, ha procurado enfrentarse a las que según él y los gestores de su carrera en determinados momentos han considerado que eran las ganaderías con mayores garantías. Las que más y mejor podrían colaborar en sus triunfos y aquellas que menos complicaciones podrían ocasionarle. Pero hete aquí que eso cambió de forma inesperada a comienzos de la temporada pasada. Por suerte para todos.

No sé si acuciado por el mal estado en el que había quedado la Fiesta durante y tras la pandemia o por la sorpresiva y bendita irrupción de varios toreros jóvenes, a Morante se le encendió la bombilla. Se puso el traje de faena y se convirtió de la noche a la mañana en el salvador de esta nuestra enfermedad. Y qué salvador, porque a ese carro que había dejado abandonado Enrique Ponce por su evi- dente desgaste físico y psicológico, Morante empezó a echarle encima gestas, variedad de en- castes y mucho compromi- so. Lo que no sabía él es que aparte de todas estas cosas, habría una que se montaría al carro tirado ahora por la fuerza del genio de La Puebla: El ejemplo.

Y es que el mejor torero artista que posiblemente haya dado la Fiesta ha cambiado en muy poco tiempo el fi no pincel por el cincel y la maza. Y todo sin renunciar a la naturalidad y, sobre todo, al arte y la torería. Y no sólo lo ha hecho, sino que además ha abierto la puerta para que el que quiera le siga. Se ha tornado en ejemplo para los jóvenes de corte artista que vienen detrás y también para todo aquel que se vista de luces. Si él, cuya máxima en la vida es el arte, lo puede hacer y de hecho lo está haciendo, no hay excusa para que los demás no lo hagan. Sean y sientan el toreo de la manera que sea.

Cuando mi afi ción fl aquea y se tambalea en la fi na cuerda que me separa de un abismo sin retorno, mi arma para no caer a la más absoluta oscuridad es soñar despierto. Sueño con la faena perfecta del torero artista a un toro fi ero y exigente. Y recuerdo que un día, hace ya demasiadas primaveras, incluso lo soñé dormido. Aquella tarde, buscando la faena que más se pudiera ajustar a mi calenturienta imaginación de afi cionado que busca imposibles, estuve viendo hasta la saciedad la memorable y mítica faena del maestro Manzanares padre a Peleón de Guardiola -al que consiguió indultar- en aquella lejana Goyesca de Ronda de 1988. Sin solución de continuidad, con la que le hizo a un toro de Buendía el 11 de junio de 1994 en Bilbao vi salir la luna por mi ventana. Las vi una y otra vez, como poseído por algo extraño que me decía que otra manera de entender la Tauromaquia era posible. Que se podía hacer arte con toros bravos de verdad. Y que aquellas dos faenas de mi torero predilecto eran el claro ejemplo de ello.

Borracho de toreo me fui a la cama. Mi reloj se había parado hacía mucho rato. Eran las mil y un minuto. Pronto comencé a soñar. Y soñé que otro torero artista que siempre está en mi pensamiento y en mi subconsciente hacía lo mismo. En mi sueño, ese otro torero era Morante: estaba cumbre y rozaba la perfección con un toro bravo y encastado hasta decir basta. Recuerdo que desperté sudando de la emoción. Había sido demasiado real. Enseguida comprendí que sólo había sido un sueño fruto de mi obsesión por mezclar arte y torería con bravura y fi ereza. Y me volví a dormir pensando que ese sueño jamás se haría realidad. Hasta hace poco más de un año cuando el genio cigarrero decidió abrir el abanico y medir su arte con todo tipo de toros sin mirar hierros, procedencias y comportamientos.

Morante no sólo ha expuesto su vida y su arte al servicio de la Fiesta, sino que ha sentado un precedente en todos los que quieren ser como él. Se ha convertido en un referente actual por su compromiso. Ha querido hacer historia y dejar un modelo a seguir para los que quieren ser como él. Y lo mejor de todo es que lo está logrando. Quién se lo hubiera dicho con 25 años de alternativa… Dicen los sabios que nunca es tarde si la dicha es buena. No importa las veces que no ha salido por la puerta grande de Las Ventas o si tan sólo tiene una Puerta del Príncipe. El arte no se mide en números. El arte se mide en arte. En arte y en ejemplo.

Hace unos meses, un torero de reciente alternativa me confesó al hilo de una conversación sobre la posibilidad de matar con el genio una corrida de una ganadería de encaste minoritario: “Si el maestro va p’alante, yo y los demás tenemos que ir a su vera”. Pues eso. El ejemplo. El arte al servicio del ejemplo. Como debe ser…