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de lo que es el deporte, completamente dominado por las modalidades masculinas, es necesario justificar. La explicación que encuentra a esas cifras este colega pelotazale es la siguiente: la proximidad de la guerra civil, a la que se dedicaron sobre todo varones jóvenes, podría estar detrás de los números. La raqueta habría tenido un aumento espectacular durante la guerra a falta de los efectivos masculinos.

Es sin duda una explicación sensata, teniendo en cuenta la íntima relación que la segunda guerra estableció entre el héroe deportivo y el bélico y que marcará el futuro del terreno deportivo, cada vez más masculiniza- do. Pero es una explicación que no concuerda con los datos que de momento manejamos. La raqueta tuvo un aumento espectacular durante los años precedentes a la guerra, entre la apertura del nuevo Frontón Madrid en 1929 y el Txiki-Alai de Barcelona, en 1935. Un reportaje de abril de 1936 publicado en el diario AS muestra cuál era la situación prebélica de la raqueta: cientos de niñas entrenándose para completar los cuadros de al menos Madrid, Barcelona, Sevilla, Vigo, Valencia, Zaragoza, Valladolid, y también los frontones de Brasil, de los que no tenemos suficientes datos.

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A pesar de que nos cueste imaginarlo, los frontones vascos de los centros de población estaban llenos de niñas entrenándose para jugar a pelota. No sólo Eibar. También Bilbao, Donostia, Tolosa, Rentería, Zarautz, que sepamos. Y muchas de estas ciudades fueron bombardeadas, quedando algunas como Eibar completamente destrozada. La guerra, lejos de ser beneficiosa para la raqueta, acabó con su cantera. Un par de frontones abrieron durante la guerra -el Gros de Donostia y el Tormes de Salamanca-, ambos en bando rebelde. Pero, a pesar de que mantuvo su esplendor durante los años 40 y en los 50 gracias a la reapertura en México, la industria de la raqueta nunca recuperaría la situación prebélica, debido sobre todo a las prohibiciones que el régimen franquista impuso a la modalidad.

Sería interesante saber cómo afectó la guerra al resto de modalidades: cuántos pelotaris profesionales murieron o dejaron la pelota durante la guerra, cuántos frontones cerraron o abrieron, y cuál fue la situación de las distintas modalidades en aquel periodo. Tendríamos así datos suficientes para comparar y ver si la raqueta se benefició de la contienda, algo que, teniendo en cuenta sus consecuencias, considero que será difícil de demostrar.

La segunda de las apreciaciones es también de calado y nos lleva a tres décadas después, a los años setenta. En aquel momento, y después de haber soportado quince años de prohibición sobre la emisión de licencias profesionales (hasta 1957), el lógico envejecimiento de los cuadros y haber perdido todo su tejido social e industrial, a la raqueta sólo le quedan tres frontones -Madrid, Barcelona y México- y pronto quedará únicamente el reducto madrileño.

En el libro defiendo que con la raqueta se cumplió la profecía nacionalcatólica que ya desde finales del siglo XIX consideraba la pelota entre mujeres un entretenimiento erótico-festivo para que los hombres apostaran. Nos es difícil hoy imaginar frontones de mujeres llenos a diario y con gran porcentaje de público femenino, también apostador. Pero así eran antes de la guerra. El que sea difícil imaginarlos se ha debido a la decadencia que sufrieron los frontones de raqueta durante el franquismo y en sus últimas décadas, que terminaron siendo rancios locales para un público apostador compuesto en una parte importante por militares.

La crítica en este caso se debe a mi excesiva fijación con la decadencia de la raqueta y a haber obviado el contexto general de la pelota, que también por esa época, opina este otro compañero de fatigas literarias pelotazales, sufrió una severa crisis de afición por los cambios sociales, políticos y económicos de esa década y la diversificación del ocio, del deporte y de los juegos de azar.

Sin duda, creo que es una crítica acertada y es necesario hacer un análisis global de lo que supuso para la pelota las transforma- ciones que se dieron en nuestra sociedad a partir de los años 70. Aun así, creo innegable que la raqueta sufrió un incomparable abandono. Dos datos a tener en cuenta. Primero, a diferencia del resto de modalidades de pelota, que desde aquel momento recibieron subvenciones públicas que han permitido su continuidad, la raqueta nunca obtuvo ninguna ayuda de las incipientes instituciones vascas, a pesar de que las solicitó. Segundo, los pelotaris han recibido múltiples homenajes y recuerdo de sus localidades y en los libros de pelota aparecen semblanzas hasta de aficionados. No así de las raquetistas, que a duras penas conocemos sus nombres completos.

Mi análisis adolece de una dimensión económica que sería muy interesante aplicar a la historia de la pelota, y que sin duda revelaría dinámicas análogas en las distintas modalidades, pero creo que es innegable que la masculinización del deporte y su vinculación a la gloria nacional de unos y otros ha provocado que la raqueta sufriera un descuido y un olvido profundamente injustos.

Por eso, a medida que revelamos datos sobre la participación de las mujeres en la pelota, es preceptivo preguntarnos no ya cuándo se incorporaron las mujeres a la misma, sino cuándo las mujeres fueron desplazadas de su práctica y de su recuerdo, y por qué. El deporte no es una práctica masculina, es una práctica humana, compartida por ambos sexos, que en determinados momentos y por diversas circunstancias, se masculiniza. Todas las sociedades juegan, pero sabemos que las que celebran la dimensión heroica, masculinizada, del deporte es porque viven bajo la sombra de la guerra y necesitan la adhesión acrítica de los hombres. Su gloria puede pensarse como recompensa de su eventual sacrificio.

Olatz González Abrisketa

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