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José Goñi El Porteño

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AURRERATRAGAN

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Adolphe Jaureguy, nacido en Ostabat en 1898, fue un destacado jugador de rugby en la década de los veinte del siglo pasado; uno de los fijos de la selección francesa (34 ocasiones), después de haber sobresalido en el equipo de Toulouse. Pese a estar entregado al deporte, Jaureguy nunca perdió la cara a la cultura y es autor de varios libros, de entre los cuales cabe mencionar uno que lo tituló La pelota basque, en 1944. Para algunos es una obra menor; puede que lo sea, pero en sus páginas se relata un episodio estremecedor que justifican sobradamente su publicación. Vale la pena nos ocupemos de él y en su literalidad:

“El final del partido fue dramático. Una mancha de sangre se extendió por el pañuelo de seda que rodeaba el cuello del campeón. Se había abierto la herida. Los jueces quisieron interrumpir el partido, pero Porteño cambió de pañuelo y se dispuso a sacar. Antes de hacer botar la pelota para golpearla pareció cambiar de idea, y se puso a caminar contra la pared, algo encorvado, como si quisiera recuperar el aliento. Como el poste de la red me impedía seguir sus movimientos, me entretuve en mirar a José Dongaitz, inmóvil a pocos pasos de mí, con una mano sobre la cadera y la otra apoyada en el marco de la red. De pronto le vi secarse con el dorso de la mano derecha, y me di cuenta de que, a pesar de su aspecto más feroz que de costumbre, estaba haciendo tremendos esfuerzos para no llorar. Fue tan grande mi sorpresa, que ya no seguí mirando el final del partido. Cuando Porteño ganó el último tanto bajo una tempestad de aplausos, los espectadores vieron a Dongaitz, los eternos rivales estrecharse las manos antes de abandonar el trinquete, caminando el uno junto al otro. Este gesto de estrecharse las manos vencedor y vencido después del combate podrá parecer banal a los aficionados al boxeo, pero en el País Vasco, que no es amigo de tal costumbre, no se ve jamás”.

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De datos y de leyendas sin base

¿Puede un texto breve inducirte a estudiar la peripecia vital de un pelotari? En mi caso, sí, y porque el párrafo entrecomillado me condujo, primero, a averiguar la fecha de la disputa de aquel dramático, teñido de sangre, y después, a ocuparme de la trayectoria global de aquel gran, fantástico pelotari que fue José Goñi, apodado El Porteño. Dar con la fecha del partido no me resultó sencillo ni trazar las líneas básicas de su biografía. La información está repartida en textos archivados en Europa y Argentina y reunirlos supuso misión premiosa, pero hemos avanzado aunque con lentitud. Hemos concluido, luego de repasar la prensa de la época, que aquél partido pudo celebrarse en el mes de enero de 1905, en el trinquete de Donapaleu, donde El Porteño resultaba invencible. Quien podía contar lo sucedido con pelos y señales era el rival –y amigo− de El Porteño en aquel partido: José Sorçabal “Dongaitz”. Era este pelotari de los que conocía las circunstancias tan difíciles porque las que estaba atravesando El Porteño. La noticia de su intento de suicidio pasó inadvertida para la mayoría de los aficionados. Era más pública su querencia por el alcohol. Y, en 1905, era lugar común afirmar que “El Porteño no es el que era”. Estaban en lo cierto, porque los signos de su declive eran innegables, saltaban a la vista.

Había destacado, primero, en los trinquetes argentinos y uruguayos. Fue invitado a embarcar a Europa, y sin que sepamos las razones, resultó vano aquel primer intento de 1895 de desembarcar en Burdeos. Dos años más tarde, en julio de 1897, le veremos enfrentado a los mejores trinquetistas tanto del norte como del sur del Bidasoa, en Saint-Palais. Su primera estancia entre nosotros resultó corta, cuestión de unos pocos meses. Pero la experiencia debió resultarle satisfactoria y en 1899 volvió nuevamente a embarcarse con Burdeos como destino.

Consagración de pelotari total en Donapaleu (1899-1906)

La segunda experiencia se estrenó con dos derrotas consecutivas, pero pronto comenzó a exhibir sus grandes dotes de trinquetista y hasta 1903 fue la estrella de las canchas, especialmente en Donapaleu, Saint-Palais. Durante aquel tiempo, que no llegó a un quinquenio, los aficionados de Iparralde fueron testigos de las proezas de una leyenda viva, de la que se escribió:

“Criado en un trinquete, era conocedor de todos sus trucos, talla mediana, cara simpática, anchas espaldas, tórax fuertemente desarrollado, es capaz de poner en práctica un juego rápido, brillante, nervioso, que maravilla a los compatriotas

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