
5 minute read
Cuento
María
«Eran las 4:30am. Motas y Fiodo no ladraron como de costumbre. Sentía cómo un frío que me llenaba de desasosiego y temor me impedía entender lo que estaba pasando».
Advertisement
Yesid David López Mendieta
Ciencia de la Información, Bibliotecología y Archivística
Miré a mi alrededor y los niños no estaban. Solo podía apreciar sus calcetines, mientras sentía el aroma de su inocencia. Sus gorritos tirados en la puerta me hacían notar su ausencia. Sabía que esa noche pasaría algo, tenía una corazonada. Mis manos enrojecidas empuñaban una fría corriente que me impedía respirar. Mi voz entrecortada como si tratase de cantar agripado.
Carmencita se asomaba por la entrerrejilla del corral. Sus ojos pálpitos y lóbregos me indicaban que algo grave había ocurrido. Yo sabía que los “paras” -esos hijueputas- no iban a cesar la guerra con los guerrillos del Mono. El temor se apoderó tanto de mí que permanecí inerte, aunque algo tácito había de pasar. Esta vez no pude suplir la “migaja”, como esos perros le decían, lo que de costumbre tenía que entregarles. -Y pensar que en mi amada Apartadó dejé mis verdes, mis cantores, mis maderas y mis recuerdos-. Hoy, solo hacen parte de mi memoria. Tristemente, una tranquilandia la ha ya invadido. 15 años han pasado desde la última vez que vi a mi amada María. Mis súplicas diarias me hacen mantener la esperanza de que aún esté con vida, tan siquiera que esté bien. Las lágrimas recorrían mis mejillas, mientras llegaban como un iceberg a mi corazón, pues El Mono, en sus días de reclutamiento, con un camuflado y unas botas llenas de barro, se apoderó de mi tesoro más preciado. Después me enteré de que a las blancas que llevaban al Tibú las violaban entre 12 hombres y que cada uno eyaculaba en su rostro mientras sonreían y veían el carmesí en su vientre. No sé cómo puedo seguir soportando esto. No sé cómo tengo el valor de
Asesinato a líder social. Tomada de https://www.kienyke.com/regiones/asesinan-lider-social-en-tibu-norte-de-santander
contarlo. No sé si esté vivo o quizás esté alucinando.
Llevo conmigo una extraña sensación, como decía aquel viejo amigo, Schopenhauer: “sufrimos al no obtener lo que deseamos y, si lo obtenemos, nos aburre inmediatamente; nuestra vida oscila entre el deseo, el dolor y el tedio”. A mí me ha tocado soportar durante tanto tiempo esto último que él decía. No he comprendido por qué estoy en este mundo, por qué me tocó a mí este pasado y presente incierto, llenos de desgracias y lamentos como un concierto de cante jondo ¡No sé qué me espera en el futuro o si el ocaso viento seguirá arrebatando mis sueños y fracasos!
Mi amada me había regalado un guitarro que aquel viejo Matías había construido para mí por encargo de ella y, por eso, al viejo le quitaron los ojos, le cortaron las manos y lo tiraron al Magdalena cual bolsa de desperdicios. Días después, me enteré de que Matías no quiso trabajar con El Mono para mandar sus encargos donde los gringos –esos chirretes que llenan a estos perros de verdes, mientras su olfato se blanquea y sus miradas les aletean–. Quizás esa había sido la razón de su adiós. Mi amigo Matías debe estar acompañando en el Atlántico a los pulpos y las ballenas tocando sus viejos maderos y liderando la escolanía.
Ya no logro recordar ni el rostro de mis retoñitos, los que María tanto me encargó que cuidase. Me siento culpable por no haber tomado una decisión, pero ni yo sabía qué hacer cuando escuchaba que
El Mono iba a pasar por mi rancha, por aquel gota a gota, mientras planeaba cómo arrebatarme a mi María. Me pregunto si vivir tiene algún sentido para nosotros los que hemos vivido el desarraigo, el desalojo, la tortura y los abusos de jóvenes que pelean a veces sin saber el porqué, mientras sus líderes son incapaces de enfrentarse porque prefi eren arriesgar la vida de pelaos a “No he comprendido por qué estoy quienes seen este mundo, por qué me tocó a mí ducen con este pasado y presente incierto, llenos unos cuantos de desgracias y lamentos como un concierto de cante jondo”. morados y una M60 que los viste de Rambo sin apreciar su rumbo. Motas y Fiodo estaban colgados al lado del pozo, sus cabezas inclinadas hacia el suelo. Habían sido envenenados en la madrugada, mientras yo paseaba por profundas heladas de sueño. El cansancio me había vencido ese día y se había apoderado de mí. Claro, había trabajado 48 horas y caminado otras 4. Mis pies no me respondían, mis ojos acechaban un mar de soledad y de obscuridad. ¡Ay, mi nación! ¡Cuánto me dueles! ¡Ay, mi tricolor! ¡Cuánto daño has sufrido! ¡Ay, mi María! Si tan solo pudiera abrazarte, me envolvería en el calor abrazador de nuestro amor que tanto fl oreció, que tanto creció y por el que tanto sufrimos. Tantos valles y pantanos recorridos, escapando de unos camufl ados adueñándose de nuestra tierrita donde quedan nuestros sueños de antaño, donde los capitanes sociales llevan una lápida en la espalda, donde vimos crecer al Motas y al Fiodo, este último enceguecido por los cohetes que le arrojaban aquellos guerrillos cuando pasaban por la cuota.
Antes de ayer recibí una llamada. Era la esposa de mi viejo amigo Matías –¡Qué en paz descanse!–. Doña Señora casi no podía vocalizar. Llamó para contarme que habían encontrado descuartizados a dos niños de 6 y 8 añitos, que encontraron sus cuerpos frente al río Tibú, que habían cogido sus cabezas como estrenando golty, que con sus huesitos se habían ingeniado hacer un arco y que sus restos yacían en bolsas negras. Quedé pasmado sin poder recordar sus nombres. Tantas batallas de los guerrillos y los “paras” me provocaron un Alzheimer, pero mi amor y mi esperanza aún siguen intactos. Eso me ha permitido recordar algunas cosas: recordar a mi bella María, a mis pequeños retoños y mis jaibos amigos, además de aquel viejo guitarro que mi amada María me había regalado.
En algún momento pensé que esos perros estaban interesados en el arte, cuando en los atardeceres platicábamos con mi viejo amigo Matías, mientras hacía sonar sus D`addario y arreglaba otros maderos para los ruiseñores del pueblo. Por eso, siempre pensé que los guerrillos y los paras tenían algún interés por aprender, no más que saber cómo empuñar un arma y disparar una M60 o una mini uzi, mientras arrebatan los sueños de gente trabajadora y echada pa’ lante –¡Cómo nosotros!– Yo estaba equivocado. Sus intereses están en la exportación de guitarros muy pesados, supuestamente hechos con Palo Santo y Cedro, muy fi nas maderas, cual Fender se tratase, mientras sus cuerdas son cambiadas por polvos mágicos que los enriquecen y llenan sus bolsillos de sevicia, avaricia y barbarie.
Esta es mi historia: Marco Tulio. Noviembre 16, 2019. Tibú, Norte de Santander