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UN SECRETO A VOCES
Si no causa alerta la realidad que vivimos, deberían causarlo los alarmantes números que sitúan a México como el primer país de toda la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) en casos de abuso sexual infantil entre las economías que pertenecen al organismo (2021), con 5.4 millones por año, en una población donde aproximadamente el 25 por ciento son niñas y niños, lo que equivale a más de 31 millones de infancias que pueden ser robadas.
Asimismo, según datos de la Dirección General de Información de Salud del Gobierno Federal (2020), el número de lesiones a menores aumenta con la edad, siendo la mayoría de los casos de violencia registrados entre los 13 y los 17 años.
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Los números podrían ser difusos, porque mientras menos edad tengan, más difícil es para ellos acudir con un médico y que las lesiones se registren.
Tomando en cuenta los números por entidad federativa, se muestran ciertos puntos geográficos donde estas conductas se realizan en un mayor volumen y otros donde son menos recurrentes, pero de igual forma existen.
En este sentido, entre los lugares con un mayor número de casos registrados se encontraba Guanajuato con 2 mil 614 casos, el Estado de México con 2 mil 539 casos, Chihuahua con mil 044 y Veracruz con 953 casos; del otro lado, el estado con un menor número fue Nayarit con 40, seguido de Zacatecas con 53, Oaxaca 72 y Colima con 80 casos registrados.
Según datos de la Secretaría de Salud (2020), el 68.8 por ciento se clasificó como violencia familiar, y el 72.55 por ciento de los casos ocurrieron en casa.
Los datos anteriores se vuelven la punta del iceberg, ya que únicamente se refieren a los casos registrados en plataformas oficiales, en sí, hay millones más que permanecen ocultos en las sombras, muchos de ellos con una connotación sexual; permanecen en las sombras al igual que sus perpetradores que suelen ser conocidos, amigos de sus familias, parejas de sus padres, familiares y en ciertos casos hasta parte del personal que labora en sus escuelas.
Sobre el mismo tema, el Instituto Nacional de Geografía y Estadística (Inegi) registró en 2021 que una de cada cuatro niñas y uno de cada seis niños, sufrieron de abuso sexual antes de cumplir la mayoría de edad.
En trece de las escuelas, los abusos fueron cometidos contra grupos de entre tres a siete años de edad, donde algunas víctimas describen que los recibieron frente al salón de clases o frente a la escuela entera, con la participación de maestros, directivos, personal administrativo y de intendencia; en casos, hasta con el conocimiento de sus padres.
La ODI relata que estos patrones delictivos son “Acciones organizadas entre varios adultos y perpetradas dentro del plantel escolar”, en la mayoría de los casos, porque en algunos –específicos y muy preocupantes-, se detalla que víctimas menores de edad declararon haber sido llevados a lugares desconocidos fuera de la escuela, donde abusaron de ellos y se les pidió hacer cosas que no querían, mientras sus padres “invisibles” presenciaban todo.

Las repercusiones contra las niñas y los niños son brutales. Víctimas del actuar de monstruos –podridos por dentro, enfermos hasta la médula, que se ocultan tras máscaras de papel perfectamente pintadas-, habitan en lugares donde deberían sentirse seguros –su hogar o escuela-, pero en realidad son empujados hacia abismos que les consumen. Es preocupante que no sea un problema que despierte hoy ante nuestros ojos, sino que tenga vigencia desde hace muchas décadas atrás. Despierta en esta época como una deuda más que tenemos como sociedad, una deuda que nos debería impulsar, no solo a hablar sobre el interés superior de las niñas, niños y adolescentes –discurso popular-, sino por aquella congruencia entre lo que decimos y lo que hacemos; actuar cotidiano desde lo correcto y lo que no lo es.
Basta con escuchar las historias que habitan en las dependencias responsables de proteger la niñez y la familia, para darse cuenta que la abrumadora realidad ha rebasado a las instituciones; basta con escuchar los relatos para saber que las acciones se han quedado cortas ante la mendicidad, el abuso sexual y la explotación infantil. Monstruos de mil cabezas que nos devoran con violencia, nos demos o no cuenta; ogros que se deleitan con nuestras extremidades, nos ciegan.
Imagen: Cortesía
Debería bastar con escuchar a las víctimas para conminarnos a defender la infancia a capa y espada; proteger su brillo que de manera cotidiana y silenciosa se está ensuciando sin que se pueda reparar el daño, sin que seamos capaces de garantizar la no repetición de estos indignantes actos.
Entre las instituciones rebasadas, sin un marco jurídico y administrativo suficiente que les ayude a actuar; entre el silencio colectivo y el discurso largo con acciones cortas o nulas, la marea nos está ahogando a todos, pero más a las infancias que lo padecen, sin que sus voces sean escuchadas y sus grandes necesidades reciban oportuna respuesta.
Queda un largo pero necesario camino que debemos empezar hoy, buscando a toda costa romper la rueda que día con día sigue robando niñez y fabricando niños perdidos. Este doloroso camino nos debe unir a todos para sumar esfuerzos, buscando erradicar esta y otras violencias, que bajo ninguna circunstancia deberían existir en el ahora.
