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La infancia
Es en esa libertad que crecen los primeros niños colosinos, criados en lo duro de la intemperie y lo maravilloso de la naturaleza. Atesorando como todos lo más dulce de la infancia, el asombro, el descubrimiento, los afectos, e intentando obviar lo doloroso. René que llegó en brazos de Violeta, Mauricio al resguardo de Elba, y a los que con el tiempo fueron sumándose nuevos herederos del mar.
Al comenzar los años ochenta, los niños ya eran parte de Coloso como bien lo sabe Nilda Ibáñez Herrera, quien es una de las primeras niñas colosinas, nacida en 1979, hija de Elba Herrera y hermana de Mauricio. Ella claramente enumera a sus compañeros de infancia: “De acá éramos el René, el Sergio, la Vale, la Paty, el Mauri y yo”.
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En los relatos asoman también quienes vivían algo más allá: Robinson que vivió en el chalet y Kike en playa El Lenguado, pero aun sumando a todos, hasta a los que sólo llegaban a veranear, la mayor carencia en esos tiempos de infancia era contar con más niños para jugar a lo que quisieran y simplemente poder completar una pichanga. Esa necesidad es una constante en las narraciones de quienes fueron los primeros niños en la caleta, y bien lo plasma Sergio Avalos Vargas, quien llegó a Coloso en 1982 con apenas 2 años: “Crecí con adultos más que con niños, y eso es lo que echaba de menos, más niños. Era complicado, porque si había algo que me gustaba, dentro de mi niñez, era jugar a la pelota. Y a veces tenía que quedarme sin almorzar no más, allá en Antofagasta, después de clases y esperar a los partidos hasta las tres o cuatro de la tarde, a la hora que jugáramos”.
Esa carencia tardó en satisfacerse y fue más de una década después que realmente los niños se hicieron multitud en Coloso, en tanto los poquitos que eran, vivían entre adultos y pasaban los días asombrándose con la sencillez de la vida.
María Cisternas Alvarado, quien llegó a Coloso en 1980, recién cumplidos los 4 años de edad, bien describe lo extraordinario que eran los fines de semana cuando llegaban los antofagastinos en sus paseos de día feriado: “Era bonito, como niños chicos, para nosotros era novedoso cuando llegaba el fin de semana y llegaban vehículos, eso no se veía todos los días, se veía el sábado y domingo no más. Acá vendían ceviches, peroles, antiguamente los mariscos que la gente venía a comprar, y eso se veía los fines de semana”. Era una fiesta en las que ellos colaboraban como niños entre juegos y deberes.

Incluso las difíciles condiciones de vida con el tiempo se han transformado en nostalgia y hoy son recordadas como parte del encanto de la infancia en la caleta, porque todo era un disfrute y un triunfo, todo se agradecía y todo se obtenía con mucho esfuerzo, tal como se desprende de las palabras de María: “Me quedaron muchas cosas bonitas de la infancia, era sacrificado, pero a mí me gustaba… porque no teníamos luz y nos iluminábamos con vela o lámpara a carburo; no teníamos agua y los militares nos traían agua y se le cambiaban por cachureos (mariscos), que les llamábamos”.
Es gracias a ese vivir cotidiano, a esa sumatoria de esfuerzos, que comienza a cimentarse el concepto de comunidad en los niños de entonces, la tranquilidad que todos relatan, el conocerse, el proyectar el futuro para Coloso constituyen su gran fortaleza y son recurrentes en la conversación, tal como concluye María en sus reminiscencias de la niñez: “Era muy tranquilo, todos nos conocíamos. Bueno, se puede decir que todavía queda eso que nos conocemos, al menos los más antiguos nos conocemos todos”. Este sentido de pertenencia es común en el recuerdo de la infancia sin importar generación. Para Manuel Cepeda Carrasco, nacido el año 1990, su infancia en Coloso está marcada por el compartir, el estar juntos. “Todos los niños salían a jugar a la calle, a jugar a las pilladas, a las escondidas, jugábamos todos ahí. A veces nos tirábamos en carro, íbamos para el cerro, nos tirábamos con cartones, luego íbamos a la playa. Apenas nos levantábamos, íbamos al muelle a tirarnos piqueros, después íbamos para arribita de la planta, donde la Escondida había puesto jardines, había muchos árboles y pasto, ese era nuestro bosque”.
Para Manuel, la vida comenzó a ser una alegría cuando descubrió Coloso, una plenitud que agradece a la libertad, al placer de disfrutar del océano. Una oportunidad que se abrió para él y que se esfuerza en transmitir a las nuevas generaciones. Él, un muchacho tímido hasta el silencio, que en el bodyboard descubrió como aportar el desarrollo de su comunidad. Si hoy uno llega a la caleta y pregunta por la escuela de Coloso, una tropa de niños enfila hacia la casa de Manuel, señalando que ahí vive
quien les ha enseñado a domar las olas y sentirse capaces de conquistar la vida.
Su madre, María Carrasco pese a su dificultad cognitiva, con todas sus garras de mujer humilde, arrancó de una vida de miseria y maltrato y se instaló en la caleta para ser dueña de su vida y abrir una posibilidad de futuro a los suyos, Manuel sin duda es su orgullo, y ella, el orgullo de Manuel. Estos han sido los niños de Coloso, hijos del esfuerzo y de una vida de trabajo.

Hoy Coloso ha crecido y es una infinidad de niños como describe Sergio, que a sus 38 años ha asumido como nuevo presidente de la Junta de Vecinos y con justa ambición sonríe cuando hace notar como han crecido: “Yo también me crie acá y no veía tantos niños y hoy día me pone alegre ver que hay ¡Tantos niños! Si salen a la calle y uno ya no los puede ni contar, porque son muchos”.
“Eso me da alegría, ver que hemos crecido también en población y ver las familias de mis amigos, de los niños que se criaron conmigo, que ya tienen también su familia formada”.
La alegría y el orgullo de cada uno es evidente, han conquistado su territorio y no ha sido fácil, han ido venciendo un cúmulo de circunstancias como la exclusión, el transporte, la pobreza, pero también han descubierto el poder de la naturaleza y de cada uno de ellos, sus vidas son potentes y es de esperar que las nuevas generaciones puedan ser capaces de dimensionar el esfuerzo de sus antecesores para enraizar en Coloso, de éstos los niños que nacieron aquí y aquí hoy están formando sus familias.
