
6 minute read
El arribo de la mujeres
El arribo de las mujeres
Coloso en ti vertí mi sangre, mis anhelos y mis lágrimas, en ti me hice fuerte, valiente. En ti volqué la vida desde mis propias entrañas y me levanté al futuro orgullosa.
Advertisement
Pamela Ramírez Figueroa, 2016.
El arribo de las mujeres
Fueron largos años de soledad y destierro, en los que sólo se veían hombres en la costa de Coloso, recién en 1977 arriba la primera mujer y con ella el primer niño, dando inicio a la vida en familia. Violeta Guerra Torrejón, pampina, nacida en la Oficina Salitrera Flor de Chile, es mujer de pescador y con él ha recorrido desde Tongoy hasta Aysén en busca de sustento.
Es 2 de febrero de 1977, su primer día en Coloso, bien lo recuerda Violeta, quien llega cargando en sus brazos a su hijo René, de apenas meses de vida. La familia se instaló en una meseta heredada del Coloso salitrero, al poco tiempo, Violeta ya había emplazado un huerto en el que cultivaba tomates, cilantro, orégano, romero, ruda y palque.
La calidad de vida de la que hablamos hoy era un concepto desconocido, el contigo pan y cebolla, sin duda era la consigna. Violeta levanta su hogar en forma de ruco, con cañas traídas desde el sur y con sacos harineros arma su cobijo y en invierno el consabido plástico es la mejor protección contra las lluvias.
La meseta era irregular y con peligrosos bordes sin resguardo, allí empezó a aprender a gatear René y, en vista del riesgo, Violeta decide cambiar de terreno. “Cuando mi hijo ya gateaba bajé a los baños”, recuerda. Los baños era el nombre que le daban a la playa los más antiguos. Esa movilidad de acuerdo al clima o las circunstancias se mantiene por décadas en la caleta.
Era una vida de gran sacrificio para una mujer, más aún con un bebé de meses, pero la vida ya había curtido el carácter de Violeta como ella relata: “Era la única mujer, quedé huérfana a los 14 años, me hice fuerte, era media bruta”. Eso bien lo sabía su marido: “si quiere bien, sino se va”, era la frase con que marcaba sus límites.
Y era sumamente necesario marcar los límites, la vida de una mujer en una caleta rural no era precisamente fácil, por lo mismo entre ellas fue formándose una cofradía de afectos y cuidados. Así lo ejemplifica la llegada de Elba a la Caleta.
Elba llega en busca de su marido, con su hijo de apenas meses en brazos, el desamparo y la necesidad de dignidad la instaron a movilizarse y emprender una jornada de extensa caminata, para al fin llegar a Coloso. Su marido llevaba más de dos semanas fuera de casa y la situación era insostenible, expresa: “No tenía un peso, me vine en busca de él. Llegué a pie acá, salí como a las 07:30 de la mañana desde la Prat B y llegué acá cerca de las 5 de la tarde”.




El camino resultó eterno, en esos años la locomoción pública llegaba hasta la Universidad de Chile, actual Campus Coloso de la Universidad de Antofagasta, traspasar esa frontera era toda una odisea, era apenas una ruta de tierra la que conectaba la ciudad con la caleta.
Elba que no conocía Coloso, al llegar al Huáscar creyó encontrar su destino, aún recuerda la frase que le indico su error, mientras ella bebía algo de agua. “¡No! Le queda como la mitad, allá a la vuelta de ese cerro queda Coloso. Queda mucho para caminar”, sentenció el hombre que le convidó agua en el Huáscar de aquella época, pero ella ya no estaba dispuesta a dar marcha atrás, así que continúo su caminata hasta llegar a su destino.
Era 8 de junio de 1978, el sol grabó esa fecha indeleble en su memoria, mientras descendía al costado oeste de la bahía, a la distancia se aproximaba Elba del Carmen Herrera Codoceo, de 20 años.
El marido no estaba en la caleta, y en esa precaria situación de abandono, Violeta fue quien la cobijó, el hambre y el frío sucumbieron al amparo de un humilde ruco de sacos harineros, rememora con afecto Elba. “La señora Violeta me convidó un ladito, ahí en el suelo para dormir, él no llegó y yo no podía regresar, no tenía plata ni nada ¡para qué me iba a devolver! … y ahí ella me hizo leche para la guagua, su hijo René también estaba chiquito”.
Las mujeres de Coloso llegaron marcadas por la vida y esta fuerza que les imprimió el destino fue el impulso requerido para hacer de Coloso un hogar, la necesidad de subsistir, de construir un futuro para los hijos comenzó a ser un sentimiento compartido.
Así tras los primeros años de crianza, las mujeres tomaron vuelo, Violeta comenzó a preparar ceviche, como seguramente recordarán los más antiguos de Antofagasta; en aquellos años no se conocían los envases de plástico desechable y Violeta servía su ceviche en el caparazón de un loco y con cuchara de cholga.
Estos fueron los primeros emprendimientos de las mujeres de la caleta, de aquel montoncito de rucos que desafiaba al clima, flameando en libertad, trasladándose de un espacio a otro de acuerdo al clima o el impulso del espíritu.
De campesino a chango
Corría el año 1977 y en la costa de Coloso destacaban dos casas de veraneo, ‘los chaleces’ como recuerdan los más antiguos, una de éstas pertenecía a reconocidos empresarios panaderos, los Paterakis, Kútulas y Castillo. La otra era propiedad de José Papic, hombre muy recordado por su cercanía con las familias de Coloso.
Uno de estos chalets, estaba al cuidado de Haydee Miranda y Pedro Valderrama, más conocido como ‘el Paisano’, quienes llegaron como trabajadores para realizar unas mejoras y terminaron quedándose como cuidadores. Pedro comenta: “Llegamos a arreglar la piscina, porque el mar la había destruido”.
‘El Paisano’ llegó como maestro carpintero y terminó transformándose en chango. Oriundo de Huatulame, un pequeño distrito al interior de la comuna de Monte Patria en la provincia de Limarí, él señala como mejor punto de referencia a Ovalle, su ciudad capital. Su oficio era el sembradío, tal como efusivamente relata: ”Yo no sabía remar, no sabía nada de botes; si la pega mía en el sur, en la Cuarta Región, era de campesino no más”.
Valderrama recuerda con aprecio como se enganchó al mar la primera vez, ya en la adultez: ”Salí a la mar y ya era hombre, tenía 27 años, no sabía nada de la vida en el mar, fue un niño el que me enseñó a remar, él se crío en Los Vilos, conocía el mar, le llamaban el primo Pato y era uno de los tres niños que cuidaba ‘el Negro Luis’”.
Gracias a la ayuda de este niño, ‘el Paisano’ se mantuvo en Coloso luego de finalizados sus trabajos de carpintería en la casa de veraneo. Primero se desempeñó como remador, luego como ayudante de buzo, en medio aprendió a mariscar y a trabajar el huiro, hasta que se hizo chango, aprendiendo a cosechar las riquezas del borde costero. Hasta el día de hoy, a sus 68 años, cuando requiere de recursos económicos, acude a la costa para recoger sus frutos.

En sus travesías, siempre son dos, él y su mujer Haydee, los Valderrama Miranda, el complemento que ambos han logrado y el orgullo de haber sacado adelante a sus hijos, a costa de trabajo duro, son hoy la fuente de la placidez que los acompaña, el haber hecho tan bien la vida, pese a todas las dificultades y las escasas oportunidades que les brindó el destino.
En algún momento emigraron en busca de mejor futuro para educar a los hijos, retornaron a Antofagasta, luego se mudaron a La Serena, pero finalmente la vida los devolvió a Coloso, y es aquí donde construyeron su hogar.