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Los rucos

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El futuro

El futuro

Habité en ti, recorriendo tus laderas, tus planicies, hurgando en tus recovecos para guarecerme de las inclemencias del invierno, con mi libertad a cuestas y mis pocas pertenencias recorrí tus senderos para erguir mi ruco acorde al clima, al viento y al instinto.

Pamela Ramírez Figueroa, 2016.

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Los rucos

Los rucos, aquellos primeros remedos de vivienda que para muchos pueden simbolizar una gran precariedad, para el colosino fundador tienen una significación muy distinta, implica su vinculación con la libertad, con la naturaleza, esa que les permitió mantener viva su esencia nómade en el periodo de asentamiento que se extendió por casi una década.

En esa etapa, cuando la mayoría de los hombres aún vivían solos y las familias estaban a la distancia, eran las vacaciones el tiempo de compartir en familia y a Coloso arribaban los hijos desde Taltal, Coquimbo, Antofagasta.

Los más jóvenes, aquellos que eran niños a fines de los 70 e inicios de los 80, recuerdan con alegría sus veranos de aventura en Coloso, un lugar que les proveía de una libertad inimaginable en sus vidas citadinas cotidianas.

Herminia Herrera Zamora pertenece a esa generación, nace el 1962 en Coquimbo, su padre Rubén Herrera, recordado como ‘el Colorado’ es de los primeros buzos de la caleta y Herminia recuerda el disfrute que era pasar las vacaciones de invierno y verano en Coloso, cuando los años setenta enfilaban la retirada.

Una carpa de juncos y sacos, más un cercado de rocas eran todo el cobijo que necesitan para sentirse felices, entusiasta rememora: “Yo tenía 14 o 15 años y venía por las vacaciones, después era mi madre quien venía con mis hijos, y así fue por años, hasta que finalmente nos vinimos a vivir aquí”.

Nilda Ibáñez Herrera, colosina de toda la vida bien recuerda cómo se las ingeniaban para construir su ruquito: “Uno buscaba cartón y pedacitos de calaminas, bolsas nylon, hacíamos los muros de piedras”. La simplicidad era la forma de vida y el contacto con la naturaleza el bien más preciado.

La vida era una aventura para los niños desde la cuna, unas improvisadas cajas de cartón en donde los arropaban durante las noches, tal como recuerda Nilda: “Acá no había cunas, nos acostaban en cajas de cartón”, incluso así, en la precariedad de aquellos años, la felicidad era plena.

Lo más importante de aquellos años para Nilda, era la confianza con la que compartían la vida. “Éramos más unidos, no había peligro, no existía droga, para mí fueron los años más bonitos, más naturaleza, era súper libre, era bonito, tenía su parte rústica”, relata y deja entrever que la simplicidad con la que suplían las necesidades cotidianas les brindaba una impagable libertad para disfrutar la vida. “Había mucho marisco, daba gusto llegar e ir a sacar un loco y comérselo ahí mismo, ahora es distinto, hay que tener otras cosas, antes no era necesario comprar de todo, si no había verduras no importaba, tampoco la ropa era prioridad, se vivía más simple, ahora puros lujos, se ha perdido mucho la sencillez, Coloso ha cambiado mucho”.

Esa simplicidad tan íntimamente vinculada a la libertad fue vital para las primeras familias, los colonos de Coloso, en su mayoría provenientes de una herencia de buzos nómades, quienes deambulaban por la costa del todo interminable y kilométrico Chile, como quien se pasea por su barrio, tan flexibles al destino como esos rucos que instalaban a libre arbitrio.

Incluso tras el arribo de las mujeres, cuando comenzaron a asentarse las familias y empezaron a nacer los primeros niños colosinos, el construir cimientos era algo impensado.

Ellos comenzaron por sentirse colonos, pero esa figura no estaba establecida legalmente, transcurrió mucho tiempo, hasta que las circunstancias se dieron de manera de tal de poder imaginar la idea de propiedad como algo tangible.

La infancia

Coloso en tu solaz paisaje extendí mi inocencia, multipliqué los juegos de infancia, en tus arenas corrí descalzo, ajeno al tiempo, a las urgencias y a los miedos, en ti mis risas retumbaron en ecos que aún atesoro en la memoria, en ti mi piel se fundió con los mares, en ti mi alma se impregnó de altivez y humildad, en ti crecí en la plenitud de la libertad.

Pamela Ramírez Figueroa, 2016.

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