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Nace Coloso

Establecerse en Coloso fue una decisión guiada por la necesidad de generar el sustento. Durante, al menos, la primera década fue un proyecto de vida transitorio que les permitía autogenerarse el trabajo, en parte ello explica la precariedad en la que subsistían.
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Fueron años difíciles, de gran esfuerzo y sacrificio, las familias estaban lejos en Caldera o Los Vilos, los padres envejecían, las mujeres quedaban solas a cargo de los hijos, todos los afectos subsistían a la distancia.
El relato del cómo intentaban mantener el vínculo familiar es recurrente en todos, Herminia Herrera, hija de Rubén vive su infancia en Coquimbo y rememora las estadías de su padre en casa, “Primero iba cada 15 días, luego una vez al mes y después sólo para las fiestas. Como mi papá era súper estricto nos iba a joder la fiesta”.
Así, las distancias se agigantaban con las prolongadas ausencias. Finalmente, la vida de los hombres se transformó en tres a cuatro meses de trabajo, interrumpido con un par de semanas de descanso para las fiestas familiares, tal como señala Manuel: “Viajábamos para el 21 de mayo, Fiestas Patrias y Navidad, estábamos de 20 días a un mes, dependiendo de la fecha y regresábamos a trabajar”.
Arranchados en la mar vivían los colonos de la caleta. ‘El Torito’ un falucho de la IV Región los albergaba, allí preparaban el material de trabajo, cocinaban y dormían como recuerda Manuel: “Vivíamos ahí, cocinábamos, y andábamos con dos botes remolques que eran los que ocupábamos para el buceo”. Era tanto el marisco que lograban recolectar, que lo apozaban para mantenerlo fresco, “Lo sacábamos el fin de semana para venderlo, todo Antofagasta venía a comprarnos locos, erizos y lapas”.
Corrían los años setenta, el mar era pródigo, los hermanos Tapia eran personajes de renombre, destacaban en las competencias deportivas de la especialidad y Erwin incluso llegó a ser Premio Nacional de caza submarina. Muchos aprendieron de los Tapia, como recuerda Manuel: “Ellos nos trajeron a trabajar a Coloso, yo llegué como ayudante, y cuando ellos no buceaban, me daban la oportunidad para que yo buceara, entonces me fui especializando más acá en el norte”.
Además de los buzos, recorrían el litoral los changos, mariscadores de orilla, quienes vivían en la ciudad y desde allí emprendían rumbo al amanecer para recolectar todo tipo de mariscos bordeando la costa, aprovechando la baja marea. “Andaban con unos cachuchos a la espalda, unos canastos, llegaban por la mañana y en la tarde se iban de vuelta a Antofagasta”, rememora Manuel.

Los changos comenzaron a desaparecer con el paso del tiempo y las mejores condiciones económicas del país, pero en aquellos años era un oficio que permitió la subsistencia de muchas familias.
Así nace Coloso, como espacio de tránsito para los cosechadores del océano Pacífico. Recién hacia el sur, en playa El Lenguado era posible encontrar una familia eran: Enrique Medina, Luisa Espejo y sus hijos pequeños, de los que sólo se recuerda a Kike. El resto era todo territorio de hombres.

