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Magdalena Goyheneix
Quizá Fourera siga viva en Níger.
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Magdalena Goyheneix no lo sabe.
Pero de haber sobrevivido a las guerras, la violencia política y de género, los casamientos forzados, el VIH, las mordidas de hienas y las últimas pandemias, Fourera, aquella nena de dos años que ella salvó en 2008 de una tuberculosis asesina, debería tener hoy 14 años.
Y los mismos ojos bien abiertos que desafaron a la Parca. Fourera fue para Male, como la llaman todos, una bisagra, un enorme desafío en su espectacular vida. Que comenzó temprano, cuando con 20 años viajó a la India para conocer a la Madre Teresa de Calcuta y su trabajo con aquellos que nada tienen, excepto, quizá, esperanza.
La misma esperanza que tiene ella ahora –integrante de Médicos sin Fronteras (MSF), del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), médica pediatra recibida con honores en la UBA, nutricionista infantil, consultora internacional, mapeadora de la desnutrición en el país– trabajando e investigando incansablemente por lograr crear un bocado que le saque el hambre al mundo. Que es posible, claro, ¿por qué no? Una pequeña porción energética de vida que salve a enormes conglomerados de una muerte segura por hambre. Como ella misma vio en su África: niños yacentes casi sin alma y los cuervos listos para dar los picotazos.
¿Mucho para una mujer de cuarenta y pico, de un metro y medio, pecosa, de sonrisa constante, amante del buen vino, amiga fel, espiritual, abierta y que hoy vive en Ruan haciendo alquimia para lograr ese bocado?
No, Male es más que eso.
Mucho más.
Es la médica que anduvo entre balazos en África, que debió ser evacuada en un helicóptero sanitario porque no podía ni moverse a raíz de la malaria contraída en “el terreno” –como dicen en MSF a las zonas donde trabajan− y porque por tierra era imposible hacerlo sin ser asesinados en el intento; que volvió a tener la malaria y, hace poco, COVID-19, contraído en un campo de refugiados en Jordania, donde es lo menos malo que les pasa a sus habitantes.
Magdalena, la pelirroja furiosa, es infnitamente más que todo eso: es la modestia parada en dos piernas facas y blancas, es la mina que cree en Dios, que practica el catolicismo, que lleva como talismán un ángel de la guarda, que respeta y ama el animismo, que se quedó con ganas de saber más sobre la medicina africana ancestral, que estudió en un colegio religioso, que asesora a los organismos más importantes del mundo y que se hace un alto dentro de todo ese universo para contestar las preguntas de MSR.
Magdalena Goyheneix es, en defnitiva, la esperanza. Ella cuenta que donde va siempre hay una Fourera esperando. En Calcuta, en Níger, en Jordania, Angola, Chad, Haití, Chaco, donde vaya, hay alguien a quien salvar y mimar; a quien hablarle con el lenguaje universal de la mirada buena. Y siempre vuelve a Buenos Aires, donde la espera su familia y la Vespa de 1956 y el casco rojo con estrellitas, en la que se mueve con soltura.
Bienvenidos, entonces, al Mundo de Male, que claramente no es la estrella de un show infantil, pero que fue la súper heroína de muchos nenes del mundo.
No, no anda con capa, espada, látigo que se enciende en contacto con los malos, ni botas altas bandoleras. Lleva, en cambio, un estetoscopio, talismanes regalados, la medalla de la Virgen Milagrosa, obsequio de la Madre Teresa –la misma que, cuando fue a visitarla a la India, le aconsejó seguir el rumbo de su “Calcuta Interior”–, fotos de su familia y una pequeña valija donde entra todo lo que necesita, muy parecida, hay que admitirlo, a la que utiliza Hermione Granger en la saga de Harry Potter.
Ahora vive en Ruan, Francia, pero su huella hay que seguirla en la guerra contra las enfermedades o en cualquier lugar donde la bienvengan con una copa de vino Malbec, sea en Zolara di Merlo (San Luis), Mendoza, Los Toldos, donde suele hacer retiros espirituales, o Londres donde vive Carlitos, su gran amigo, con quien habla de lo que vio, de esa gente desplazada, de los refugiados que nadie quiere mirar –bueno, ella sí−, de los que sobreviven como espectros humanos sin patria ni bandera y dan vergüenza.
Nos dan vergüenza.
Bueno, a ella no.
Y acá está –tal como se escucha en el audio−, con su autito que suena a tractor (es chequeable), andando por la campiña francesa rumbo a su trabajo de hoy –nadie sabe dónde va a estar la semana que viene– y charlando con nosotros.
LA ACCIÓN ES ESPERANZA



MSR: ¿Fue variando tu concepto de esperanza a lo largo de tu vida, teniendo en cuenta los lugares donde estuviste y donde, supongo, te cambiaron la cabeza?
MG: Yo creo que sí. Si tuviera que defnir qué es la esperanza, diría que no se trata de ese sentimiento de ilusión de que todo va a cambiar, que va a ser mejor. Esperanza es creer que el cambio es posible y que llega; que la vida es cambio y que hay que actuar en consecuencia. (Silencio en la grabación: Male se toma su tiempo). Eso me hace actuar diferente hoy, en el presente, porque sé que después de la noche más oscura amanece y sale la luz, que al invierno le sigue la primavera y hay que poder vivirlo y asumirlo sabiendo que le sigue una estación con nueva vida. En consecuencia, no hay que escapar del presente, sino vivirlo más conscientemente y con otra perspectiva, la que te permite no quedarte en la realidad del hoy para poder pensar y proyectar. Igual, la noche más oscura tiene su sentido y es importante vivirla sin escaparse, pero con esa conciencia de que no va a ser siempre así. Creo que sí, que fui cambiando porque maduré y entendí que la esperanza es algo real de cada día, lo que te ayuda a despertarte y asumir ese día sin resignarte a aceptar todo tal como es, pero aceptando que, así como es, hay que vivirlo para transformar el hoy en un mañana mejor. Uno llega con cierta ilusión, cierta inocencia y para mí el corazón de niño y la inocencia no se pierden nunca porque tiene que ver con una mirada más pura y profunda de las cosas, sin tantos patrones ni juicios. Cuando nos damos cuenta de que la realidad no es lo que queríamos que fuera tenés que hacer algo, y es tu decisión elegir cómo la vas a tomar y qué querés transformar.
Luego de contraer COVID-19, Male llegó a Londres extenuada, enferma y se alojó en la casa de su entrañable amigo Carlitos, médico chileno que es un hermano, y ahí, a su cuidado, con comidas para que el cuerpo faco se mantuviera, debió pasar lo peor de la peste. Pero una noche sintió que sus fuerzas la abandonaban, que la respiración le hacía gambetas, que el coronavirus la superaba y debió ser internada unos días para darle oxígeno, para enderezar su cuerpo doblado en dos por el dolor. Y se recuperó a fuerza de sopas, afecto y novedades desde Buenos Aires: todos le transmitían esperanzas, fuerza y amor.
Hubo alarma entre sus amigos, padres, hermanos y abuela de 100 años, pero secretamente todos sabían que iba a salir adelante. ¿A qué costo? Solo ella lo sabe y no lo dirá, al menos no en esta nota.
MSR: ¿En qué momento de tu vida y carrera apelaste a la esperanza y no a la ciencia para salvar una vida?
MG: Fueron varias, especialmente estando en el terreno, donde pensaba que había cosas que médicamente no eran posibles. Me pasó en Guinea-Bisáu con Mamadu, un chiquito de 11 años caquéctico (N. de la R: Pérdida de peso corporal, masa muscular y debilidad, que se puede presentar en los pacientes con cáncer, sida u otras enfermedades crónicas). Estábamos en el terreno con otra pediatra argentina −era su primera misión− y no sabíamos bien qué tenía y el equipo anterior sospechaba que podía ser una tuberculosis o un linfoma, ahí estaba la duda, y si no llegábamos a un diagnóstico, se lo iba a terminar llevando… (no menciona la muerte). Las herramientas que teníamos eran muy pocas y creo que mucho más que la ciencia fue la esperanza, tanto de su mamá, que era la que nos inspiraba a seguir y seguir y seguir tratándolo, como de su hermanita chiquita, que él adoraba. Y de él mismo, que nos inspiró para hacer todo y llegar al diagnóstico. Lo punzamos en los ganglios, mandamos la muestra a la Argentina para que un patólogo la viera y después de mucho –que es larguísimo de contar− llegamos al diagnóstico del linfoma. El problema era el tratamiento a seguir, porque en Guinea-Bisáu no existe el tratamiento para el cáncer, de modo que había que llevarlo a Portugal, pero para eso tenía que aguardar un año en una lista de espera. Lo que hicimos fue un trabajo a pulmón, porque no era mandato de Médicos Sin Fronteras, no porque abandonen a la gente, sino porque nuestro campo de acción son las emergencias. Así que la directora nos habilitó para que por nuestra cuenta siguiéramos adelante. Y lo que nos sostuvo ahí fue la esperanza, fue impresionante, terminábamos de laburar y empezábamos a mandar mail para todos lados, a diferentes organizaciones mundiales que trataban a chicos con cáncer, para ver si nos daban un
poco de plata. Y entonces dimos fnalmente, gracias a estas cosas de la vida, con una organización francesa que asistía a chicos con cáncer en diferentes países de África, y uno era Senegal, donde podían recibirlo. Conseguimos por otra agencia un pasaje de avión ¡imaginate a Mamadu con su mamá subiendo a un avión, él que apenas había subido a un auto en su vida! Hicimos una colecta entre todos los que estábamos en el terreno, contactamos gente de MSF en Senegal para que los recibiera y los llevaran al hospital, le dimos la plata para el tratamiento y defnitivamente lo que sostuvo todo eso fue creer que lo posible reside más allá de lo
imposible y que frente a las adversidades los negativistas se quedan frustrados
y la gente positiva lo ve como una oportunidad. Lo que mantuvo todo eso fueron las ganas de vivir de Mamadu y también su mamá. Ella, que ya había perdido a su marido y su hijo mayor, quería a ese niño y había dejado todo para llevarlo al hospital. El amor de esa madre fue la fuente de la esperanza y la que nos hizo ir
mucho más allá de las posibilidades de la ciencia y darle una oportunidad. Por eso, la esperanza no es solo quedarse en una idea ni un sentimiento, sino que se convierte en acción, en el hoy, para un mañana mejor y se construye día a día. Este es uno de los mejores ejemplos que tengo sobre la esperanza, porque fue contra viento y marea.
Magdalena tiene un respeto casi fanático por las madres africanas. Cuenta que ellas caminan muchos kilómetros con sus hijos al hombro para llegar a los campamentos de MSF y se sientan a esperar su momento con un respeto que pocos tienen: a nadie se le ocurre saltarse la fla. Una de las cosas que más admiró siempre de ese continente que adora fue el comportamiento de la gente, especialmente el de las mujeres: aunque estén graves, a punto de parir, cuando los médicos comienzan a atender a los que llevan horas esperando, los primeros que pasan son los ancianos, porque eso dice la costumbre, la ciencia ancestral; y después, solo después pasan los demás pacientes. De esas madres, muchas mutiladas por las guerras o sus maridos, esta médica entrañable aprendió mucho, especialmente respeto. Por todo. Por más.
MSR; ¿Cómo enfrentaste los dos momentos en los que te tocó padecer pestes que podrían haberte matado: coronavirus y malaria? ¿De qué modo estuvo presente tu fe, tu esperanza?
MG: Frente a las enfermedades que me tocaron lo que me sostuvo fue entregarme y decir bueno hasta acá llegué y poner lo mejor de mí y rendirme frente a las fuerzas inspiradoras, a la fuerza del Altísimo, al amor de las personas a las que uno se aferra para luchar, pero también a confar. Creo que quienes están atravesando una situación que los supera tienen que entregar la vida a lo que los rodea, al universo; y ese voto de confanza en la vida es lo que le permite seguir respirando, inspirando, e intentar hacerlo con la humildad de no querer controlarlo todo. No hay que poner la fuerza en uno solamente, sino entender que en esta vida no estamos solos y que para eso hay una red y debemos capitular para que otros nos curen, nos cuiden y nos ayuden a salir adelante. Un componente muy fuerte fue confar, ser humilde. Además de la esperanza, creo que la fe ayuda mucho también, porque aparece cuando uno reconoce toda


esa parte que no depende de uno, que no controla y se entrega con confanza. La esperanza tiene que ver con esa confanza, con creer que al día siguiente no vamos a estar mal como ese día y reconocer el poder de curación que tiene nuestro propio cuerpo, que va más allá de lo biológico, que también se expresa en cada célula… En cada cosa que nos pasa está en interjuego lo biológico, lo
espiritual, lo humano, lo divino, lo espiritual, el alma y el cuerpo, la persona como parte de la naturaleza y el universo. Cuando eso se integra, se ven con mayor perspectiva esas situaciones.
Respeto. Una palabra que a lo largo del reportaje Magdalena va a repetir muchas veces.
Ella aprendió en el terreno a respetar a todos, sobre todo a la diversidad de seres que profesan religiones, creencias y costumbres que en Occidente darían miedo solo por ignorancia.
Cuenta, por ejemplo, que entenderse con los pacientes era muy difícil, porque a pesar de que ella habla inglés y francés, los africanos se desenvuelven en su dialecto y no siempre es posible dirigirse a las mujeres libremente, especialmente, cuando son musulmanes. Ella, entonces, se cubría las piernas, los hombros, la cabeza para demostrar respeto y apelaba a un gesto universal, ese que desarma a cualquiera, para empezar la relación: una sonrisa.

Así logró sacar sangre de cuerpos esquivos, arrullar hasta el último aliento a bebés moribundos, abrazar a las madres desesperadas y callar ante el machismo ancestral y la violencia que los hombres de ciertas tribus ejercen sobre las mujeres de la familia, no sin advertirles cuando podía, que se puede salir de los golpes.
MSR: Estuviste en Jordania, África, Haití, el Chaco y en otros lugares con desastres sociales y naturales. ¿Hay un común denominador esperanzador entre esas personas? ¿Qué recordás de cada lugar que tenga que ver con el tema o cómo enfrentan situaciones tan límites?
MG: Estuve en diferentes contextos en África, en Chad, Sudán, Etiopía, Mali, Guinea-Bisáu, en Irak, Jordania y Grecia en contacto con diferentes realidades y lo que puedo decir es que hay un denominador común en las personas y es que salen adelante, que asumen la realidad que les toca vivir, lo que no signifca que no pasen, con un costo muy alto, por un proceso enorme de desolación, angustia, enojo y frustración… Pero es parte de asumir la realidad tal cual es, con la verdad. Frente a esa realidad, yo veo que las que más salen adelante son las que tienen esa luz interior que es el amor en acción. Ese amor en sus ojos, que se expresa en la sonrisa, el amor en ellos mismos y en creer en sus propias fuerzas, que van a dar todo porque creen en sus hijos y en sus seres queridos y darán la vida y hasta el último aliento para salir adelante. Esa luz, ese motorcito, es lo que en diferentes contextos los hace sobrevivir. He visto en Irak a una madre con su hijo de un kilo, o personas que vienen escapando y llegan a un campo de refugiados sin nada después de 20 días de deambular, de perder a uno de sus hijos en el
trayecto; y sin embargo tienen ese brillo en los ojos, en la mirada, en la sonrisa, en el gesto corporal de compartir y abrazar al hijito, que es lo único que pueden darle, de recurrir a esa fuerza inagotable que es el amor, es lo que hace que se sostengan a pesar de lo que uno cree que es imposible. Y eso también tiene que ver con tomar una decisión.
MSR: ¿Una decisión?
MG: Sí, porque esa fortaleza que uno ve y admira no es lo que los hace salir adelante, sino que es haber tomado la decisión de que ahí (N. de la R: remarca la palabra) lo van a hacer y es donde creo que está la esperanza, que es cuando una persona decide que ante las circunstancias adversas lo que sí puede es elegir qué actitud tomar, y ahí ya esa historia cambia y ese mañana es diferente, diferente a haber dicho bueno hasta acá llegue y me entrego. En ese entregarse creo que uno descubre el gran misterio o milagro de la vida: que es que no estás solo y que siempre aparece de diferentes maneras un signo, una señal que acompaña la decisión que uno tomó. Y eso se expresa también cuando ve que otra persona quiere vivir y jugarse por la vida: la persona que está al lado le da fuerza y también lo decide; entonces, también creo que la esperanza se contagia y que se multiplica y hace que haya sinergia y que una multitud salga adelante. No sin sudor y lágrimas, pero por eso es que creo que la esperanza no es contraria a asumir la realidad y al dolor, sino que la complementa y le da un sentido. Ese denominador se ve en muchas circunstancias y es lo que también nos hace dar el siguiente paso y el siguiente y el siguiente hasta llegar a un nuevo estado o realidad. Ese es el patrón que se repite en las personas y en la humanidad que sigue adelante y que no se rinde.
MSR: ¿Hay diferencia entre fe y esperanza?
MG: Yo creo que sí, que la hay claramente, porque la fe está por fuera de la esperanza, la abarca. La esperanza, en cambio, tiene que ver más con el creer o tener confanza en que ese deseo, interno y genuino va a ser posible de alguna manera. La esperanza tiene que ver con vivir de una manera en la hay una confanza puesta en el hoy, pero pensando en el mañana; y claramente eso nos excede porque no podemos ver el futuro. En cambio, la fe tiene que ver con algo que puede sostener la esperanza, con algo que no vemos pero que de todas maneras creemos. La esperanza es el deseo propio de que eso sea posible. Entonces, la fe nos entrega a algo mayor que nosotros mismos, aparece cuando uno no sabe o no encuentra una explicación lógica, en cambio la esperanza nos hace creer en eso que no está, pero que también depende de nosotros y de otros. Por eso digo que incluye a la fe. Ese otro puede ser un voto de confanza en otras personas, o en una curación, o en la medicina, o en fuerzas que nos trascienden o nos exceden, que uno lo puede llamar dios, dioses, seres espirituales, seres de luz o lo que cada uno entienda como tal; pero la esperanza sí o sí nos involucra en lo que nos toca vivir hoy y no deseamos y la que nos impulsa a caminar para que lo que sí deseamos se haga realidad.
Magdalena es amiga fel de sus amigos. Suele ir a dar charlas gratuitas sobre nutrición adonde la llamen, de la mano de SU gente, esto es, personas que la quieren y a quien ella adora.
MSR: ¿Hablaste alguna vez con la Madre Teresa de la fe? ¿Cómo viste que ella enfrentaba el devenir?
MG: No, no hablé específcamente con la madre de la fe y la esperanza, pero yo creo que ella lo plasmó en su vida muy claramente. Por eso es que digo que la esperanza no es una idea, sino que es una acción y que ella vivió con esperanza. La Madre Teresa siempre decía que una gotita que cae en el océano puede transformar el mundo y el universo entero, y eso para mí es lo que denota la esperanza. Ella se manejó dándole valor a cada vida, a cada gesto, a cada cosa y persona con la que se encontraba, sea Lady Di, yo o una persona que ella recogía o alimentaba en la calle; eso es actuar con esperanza, es creer en ese cambio, en esa posibilidad de transformación y crear un mundo y hacerlo en cada gesto. Por otra parte, estaba sostenida por una gran fe y siempre decía: "No importa cuán buena o cuan mala sea yo o mi lápiz, dios escribe bellamente”. Era una persona de profunda fe, de confanza en Dios y es por eso que se animó a tanto. Pensá que empezó su orden, Las Misioneras de la Caridad, a los cuarenta y pico de años y estuvo en muchísimos países y su obra se expandió de una manera increíble a los ojos humanos, y creíble a los ojos de Dios, o a los ojos de los que tienen fe. Y la esperanza se refejaba en eso, en cómo ella concebía la vida y el valor de cada gesto que simbolizaba que se podía creer en un mañana distinto actuando en el hoy, como lo de la gota en el océano.
MSR: ¿Cómo te defnirías? ¿Te sentís conforme con vos misma? MG: Yo fui una privilegiada y una bendecida por haber estado en contacto con una variedad de personas como vos, como yo, ancianos, hombres, mujeres, adolescentes, chicos que cada día se levantan y deciden tomar las riendas de su vida y ser artífces de su devenir bajo las circunstancias más adversas o más prósperas. No solamente las personas en circunstancias vulneradas me enseñaron cosas, sino gente a la que le tocaron mejores circunstancias, mejores aspectos y más difíciles que otros. Esa gente que sigue adelante con su vida y que es capaz de transformarla y transformar el mundo en algo mejor es porque elige ser alguien mejor. Y tienen esa convicción interna de que viven cada día de su vida con esperanza. Eso es lo que agradezco y honro que viví, que me dieron; y cada día, cuando me levanto, intento empezar mi día con mucho amor, con confanza y con conciencia de que puedo poco a poco transformar mi vida y trasformar el mundo para que sea más amable para todos.

Nombre Magdalena Goyheneix Nacionalidad Argentina Edad ¿Importa? Estudios Muchos. Especialidad Varias. Las principales, Pediatría, Nutricionista infantil. Hobby Fotografía, enología, cine, amigos,
libros, alfarería, pasear en su Vespa 1956 con el casco rojo con estrellitas, entre
otros. Lugar de trabajo el mundo entero para
Médicos sin Fronteras, Alto Comisionado de las Naciones Unidas para Refugiados y Banco Mundial en cuestiones de nutrición,
para ser breves. Residencia Ruan, Francia (por ahora). Señas particulares 1,52 centímetros de es-
tatura, pelirroja, sonrisa constante, faca
como un fdeo. Ambición Encontrar el bocado nutricional
económico que salve al mundo del hambre.
Lo estaría logrando.
MSR: ¿Cómo hacés frente a tanta adversidad?
MG: Con cada gesto de mi vida, a veces es con el saludo a una persona o simplemente con una sonrisa, o con poder detenerme a observar y disfrutar el viento que te da en la cara, del sol que se apareció por la ventana, de un rico café, de un rico vino, de los pequeños grandes momentos de cada día que me hacen creer que todo es posible con la realidad que me toque en cada lugar. Dejar el mundo mejor de lo que lo encontramos, dejar esta vida llena de sentido, de amor y de alegría, aunque sea con sudor y lágrimas. Por eso, para mí no es una idea abstracta. Muchas veces pido que me ayuden mis ángeles, el más allá y la fe a ser conscientes y hacer lo que tengo que hacer en cada momento, porque vivir profunda y sinceramente el hoy es lo que va a traer ese mañana con el que uno sueña o desea, asumiendo la realidad que nos toca viviendo el presente, viviéndolo con amor sobre todo hacia uno mismo, que es un gran aprendizaje, y también hacia los demás y hacia la naturaleza y hacia el prójimo y hacia el universo entero. g