
8 minute read
Comedor Los Conejitos
el don de dar
la esperanza en acción
Advertisement
¿Dónde está el límite entre la esperanza y la sinrazón? En qué pliegue del olvido humano quedan tantas personas a la deriva de una sociedad que progresa. Los caminos de cemento se desdibujan y se transforman en pozos, en barro, en charcos, en la endeblez de una tierra sinuosa. Es una realidad concreta y es también una metáfora. Allí, sin embargo, en medio de lo que para muchos es una tierra desconocida, y su gente apenas ni siquiera una estadística, hay esperanza. Hay mucha esperanza, demasiada, que se multiplica. Porque esa semilla de esperanza es lo sufcientemente fuerte para afrontar tanta adversidad y tantas tormentas.
Allí, en ese lugar, en el Comedor Los Conejitos, están María Eva, ya con años que le pesan en el cuerpo, pero que no se notan en su alma, y su hija Carolina, que le dan de comer a casi 150 familias. Lo hacen desde un tiempo que se borronea, pero que regresa, y que es la medida ingrata de un país que hace añicos el sueño de una vida mejor para tantos niños y niñas.


Las palabras de María Eva emergen claras, con autoridad, y todo alrededor se detiene. Habla con orgullo de lo que hizo y de lo que hace desde unos 40 años a esta parte. Allá por el setenta y nueve, ochenta. Tiempos oscuros, tiempos de sospechas, tiempos de violencia. Un plato de comida es la salvación para tanta gente. “Mis hijos salieron derechos, de eso estoy orgullosa”, dice a modo de carta de presentación. En ese lugar, en la sede del comedor Los Conejitos, se viene forjando una historia de solidaridad. La referencia a sus hijos tiene que ver con un contexto difícil, amenazante. En ese lugar se respira paz y respeto. La emisora LT8 la eligió la mujer del año. Sí, un reconocimiento a tantos años de solidaridad, ejemplo y esperanza: “yo no sé leer ni escribir”, dice con una mezcla de resignación. Por ese templo de la ayuda y la solidaridad pasaron, y pasan, todos los dirigentes políticos y funcionarios, habidos y por haber, de todos los partidos. “Binner me quería con locura”, recuerda María Eva con cierta melancolía, por la reciente partida del exintendente rosarino. Dueña de su pensamiento político, María deja en claro que esas cosas no se mezclan con la acción solidaria. “Los únicos que no me gustan, son los que faltan a los compromisos”.


Omar Perotti, el actual gobernador, también la tiene entre sus preferidas: “me adora”, dice orgullosa. Cuenta que en algún momento, la esposa de Daniel Scioli, le hizo un aporte, y con eso pudo hacer el piso de cemento de toda la planta. “Cada peso que entra acá, es para que todo esté mejor, y podamos seguir en esta tarea”. María Eva mantiene el tono, sostenida por el amor de tanta gente que llega y la escucha con atención mientras da la entrevista.
Carolina, Caro, su hija, es la heredera y la abanderada del comedor hoy por hoy. Es la jefa frme pero cálida, es la guía certera sin perder el afecto, es la mamá que reta a las mamás, que van diariamente a buscar un plato de comida para sus hijos, para que todo salga de acuerdo con lo previsto. Es una “ídola” también para los chicos.
Caro sabe que cumple una función social que no termina. Confesa, “nunca, gracias a mis padres, y a la vida que tuve, pasé necesidades”, pero siente que no podría vivir sin Los Conejitos. Se quiebra muchas veces al hablar del trabajo cotidiano. Está presente y activa las veinticuatro horas del día. Un buen rato cocinando, ordenando, asegurándose que todo salga bien. Cuando se va de ahí, coordina la llegada de alimentos, pide cosas, manda notas, piensa en las mamás –y en sus interminables problemas– y resuelve otros propios del funcionamiento.
Es un destello diario, en un pedazo de la ciudad donde la tristeza y la desesperanza apagan las luces de un futuro para cientos de chicos. “Quiero que tengan dignidad, que la recuperen, que se sientan útiles, que valoren las cosas que tienen, y que pongan el esfuerzo para estar mejor”. Se le caen las lágrimas a Caro. Creyente, sabe que siempre llega una mano salvadora que acompaña. “Me pasa que muchas veces me voy de acá sabiendo que a lo mejor no tengo todo lo que necesito para la alimentación del otro día. Pero confío, porque fueron muchas las oportunidades en donde alguien llama ofreciendo eso que estábamos buscando. Te juro que me han llamado de panaderías, de carnicerías, supermercados, diciendo, Caro, tengo esto para darte”. Caro es una referente en el barrio. La conocen todas, y cada una de las ciento cincuenta familias que se acercan en busca de un plato de comida caliente, y sano. Porque nada está librado al azar. La copa de leche siempre va acompañada de tortas, de facturas, de cosas dulces que ellas mismas cocinan. El almuerzo es variado: verduras, carnes, pollo, pescado. Cada día hay un plato rico y nutritivo. Un grupo de mamás colabora en la cocina. Algunas son madres –hijas de otras madres que las llevaban a buscar su comida hace no tantos años– que también se llevan su ración. Muchas colaboran porque la solidaridad las inunda, y otras, porque se sienten útiles. El tiempo vibra lento cuando el horizonte de todos los días no muestra señales alentadoras de un cambio rotundo. Pero están ahí, cuidadas de algún modo. El Banco de Alimentos Rosario es un proveedor permanente del comedor. Los asiste y en ellos se respaldan. Cada Día del Niño, decenas de manos anónimas, y no tanto, llegan para ayudar, traer regalos, y festejar el día de los chiquitines. La empresa Coca Cola está presente en cada celebración. Los negocios de la zona no dejan de aportar sus regalos con generosa solidaridad.
Los Conejitos nació hace cuarenta años. La infancia de María Eva no fue la ideal, lejos estuvo de serlo. Sin embargo, lo que bien pudo ser resentimiento, terminó siendo una gran obra. “No le debo nada a nadie”, repite convencida. En los primeros años cargaba una carretilla y salía a repartir la comida casa por casa. No quería que nadie, ninguna criatura, se quedara sin una taza de leche. Los avatares, mejor dicho, las tempestades del país no la movieron. Al contrario, se mantuvo frme. “Siempre fuimos honestos, con nosotros nadie “jode”. Muchos otros comedores cerraron porque siempre están los vivos. Nuestra tarea es para los chicos, está en mi corazón”. La sede de Los Conejitos está construida sobre el terreno que su marido, ya fallecido, compró con mucho esfuerzo hace ya tantos años. “Ese terreno es para que puedas llevar adelante lo que hacés desde tu alma”, rememora Eva. “Tenemos para escribir un libro”, cuenta y suelta una carcajada contagiosa. María Eva estuvo al frente casi todos estos años hasta que los propios achaques de la edad le dieron paso a su hija. “Siempre me gustó cocinar, tuve grandes compañeras trabajando a la par. La condición es que todo esté reluciente. Las manos limpias, las ollas que brillen, el piso impecable. En eso soy “jodida”.





“Los chicos son lo primero. Crecí en un comedor comunitario. La pasé mal por eso quiero que todos tengan una copa de leche y un plato de comida caliente”. María cuenta que sus días estuvieron dedicados al comedor. Se recorría la ciudad yendo a distintos lugares a pedir comida. Incluso a la Jefatura de Policía, donde muchas veces le daban provisiones. El Comedor Los Conejitos excede el propio marco de su función. Es el espíritu de un barrio rodeado de amenazas. Por eso, cada vez que es posible, reúne a los chicos, a sus familias. El terreno que está detrás será el espacio para actividades sociales. El arreglo de lo que hoy es casi un baldío, estará a cargo de MSR Constructora, que lo dejará impecable. Claro, la posibilidad de que se instalen familias es permanente. Y allí está María Eva, para poner orden y respeto en más de una ocasión. Sí, el Comedor Los Conejitos tiene guardianas invencibles.
Llega el mediodía y papás, mamás y hermanitos, llegan con sus ollas, sus tuppers, y hacen una respetuosa cola. En estos días de pandemia, nadie está sin su tapabocas. Hay distintas miradas en esos hombres y mujeres. Algunas están tristes, otras son más vivaces. Saben que al menos ese día, y el otro, el otro, y uno mas allá, hay personas que se ocupan de sus pequeños hijos, y de ellos también, porque nadie se va sin una ración extra.
Es que como reza su cuenta de Instagram: @comedorlosconejitos, son “4 décadas realizando esto tan especial y simple”. Una misión que no se acaba. Una misión enorme, que cualquiera que pase por allí dirá “que ojalá se acabe”. El contraste entre la solidaridad y lo que nadie pretende para su sociedad está tan a la vista, que es imposible quedar en posición neutral. “Somos una institución que día a día trabaja para que a ningún niño le falte amor, comida y una sonrisa”, y claro que cumplen con su promesa escrita en su Facebook. María Eva y Carolina. Así fguran sus nombres en el DNI. Lo pueden cambiar, y llamarse, Esperanza. g



