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El David

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Santiago Kovadloff

Santiago Kovadloff

LA ESCULTURA QUE MIGUEL ÁNGEL SIMPLEMENTE SACÓ A LA LUZ

En tres años, Miguel Ángel Buonarroti (Caprese, Toscana, 1475–Roma, 1564) hizo la mayor escultura de todos los tiempos. El David estaba latente bajo un mármol al que nadie antes se le había animado. El artista toscano tuvo una esperanza absoluta en el potencial de la piedra y en su propia determinación a sacar de ella su gema.

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Estamos viviendo un momento histórico que nos arrincona primero y nos llama a la esperanza luego. ¿Qué es el actual confnamiento por el Covid-19 sino una apuesta a una situación mejor? ¿Qué justifca el encierro que estamos padeciendo sino la certeza del riesgo que corremos y de que pronto veremos la luz, del mismo modo que lo hizo el David? Todos tenemos confanza en que el futuro será mejor, libre de riesgos mortales y colmado de trabajo, seguramente eso nos mantiene fortalecidos.

La pausa a la que nos fuerza esta pandemia no llega entonces libre de fecundidad. De alguna manera, depende de nosotros que esta esperanza no sea vana. ¿No es el mundo que se avecina comparable a una obra de arte en ciernes que espera a ser descubierta? ¿No es esta nueva normalidad a la que aluden los medios con frecuencia una oportunidad de hacer una mejora global? ¿No somos acaso todos los ciudadanos responsables de sacar de nosotros y de nuestro planeta, lo mejor? En este sentido, existe un paralelismo con la labor del artista, que a menudo se ciñe a sacar de la materia que tiene enfrente, a través de su trabajo atento y delicado, su potencial y su promesa.

Los entretelones del David

Miguel Ángel Buonarroti hizo una escultura memorable con una pieza de mármol que había sido abandonada luego de un intento fallido de darle forma. El artista nacido en Toscana apostó a lo que no se veía pero que en el interior de la piedra para él yacía.

Habiendo vuelto a Florencia proveniente de la Roma de Alejandro VI (el papa Borgia), había cosechado aplausos por su primera obra maestra, la escultura de La Piedad –terminada dos años antes–, ganó el concurso por el David en 1501 entre otros dos contendientes de su talla (Leonardo de Vinci y Andrea Sansovino) y se puso a trabajar. Fue el elegido de la terna porque fue el que ofreció el argumento más contundente: solo necesitaría el bloque de mármol aparentemente inservible –por lo que no haría falta ir a Carrara a comprar otro– y, además, se comprometía a tallar su estatua de una sola pieza.

En el Renacimiento era muy popular el mito de la Antigüedad de las estatuas colosales ex uno lapide (de una sola pieza). Sin embargo, solamente los más grandes artistas se atrevían a semejante desafío. No tenían margen de error porque un golpe equivocado de cincel podía arruinar el mármol entero. Para evitar estos tropiezos irreversibles, lo más habitual era entonces que se esculpieran las partes por separado y se ensamblaran luego. Según dejó escrito el romano Plinio en su Historia natural, la más legendaria de las obras ex uno lapide era el Laocoonte, obra que Miguel Ángel no había visto –de hecho, no se había redescubierto aún–, pero cuya grandeza técnica él pretendía emular.

Miguel Ángel ganó el concurso por el David, fue el que ofreció el argumento más contundente: solo necesitaría el bloque de mármol aparentemente inservible –por lo que no haría falta ir a Carrara a comprar otro– y, además, se comprometía a tallar su estatua de una sola pieza

Miguel Ángel empezó a tallar en septiembre de 1501 y en mayo de 1504 la escultura ya estaba terminada. Solo en una oportunidad en este lapso dejó ver su trabajo a los ciudadanos.

El bloque de mármol sobre el que Miguel Ángel trabajó pertenecía al Arte de la Lana (el gremio de tejedores) y estaba destinado a una escultura para la catedral de Santa Maria dei Fiori. La obra fue conocida, incluso mucho después de que se convirtiera en el David, como “el gigante”.

Se pretendía equipar a Florencia con una obra que la igualara a las más grandes ciudades de la Antigüedad. De allí que luego de varias deliberaciones en un marco político, se decidió que la estatua fuera de David, el protagonista de una de las más heroicas gestas de la Biblia. Según los textos sagrados, David derribó al gigante Goliat con una piedra que lanzó con su honda y después se apoderó de una espada y lo decapitó. A los forentinos esta historia les fascinaba porque la tomaban como una metáfora de la grandeza de su pequeña república en medio de las hostilidades de la península italiana.

El David respira

Miguel Ángel empezó a tallar en septiembre de 1501 y en mayo de 1504 la escultura ya estaba terminada. Solo en una oportunidad en este lapso, exactamente el 23 de junio de 1503, dejó ver su trabajo a los ciudadanos.

El artista no se limitó a lo que se estilaba en la escultura de su tiempo. Traspasó los límites establecidos con sus conocimientos de anatomía. Al David lo hizo entonces expresivo, en tensión y bello, y los expertos aseguran que no usó modelos.

La pose del cuerpo de la escultura imita el contrapposto de las estatuas griegas, con las extremidades en posiciones opuestas y el peso del cuerpo apoyado en la cadera. La alargada forma del bloque impedía otras alternativas. Miguel Ángel insufó vida a la piedra con pequeños detalles: los alborotados rizos del pelo, el perfecto modelado de venas, músculos y tendones de las manos, y la relajación de la pierna izquierda, en contraste con la tensión del resto del cuerpo.

El rostro, sin embargo, es lo que hace del David una obra única. En los héroes y dioses griegos la serenidad de los rostros jamás se veía obstruida por los pensamientos o el esfuerzo de los cuerpos; la expresividad en los rostros era propia de villanos y seres monstruosos. Miguel Ángel rompió con esta tradición. El ceño fruncido, las pupilas giradas a la derecha, la frente y los ojos bajo la penumbra del cabello proporcionan al David una mirada amenazante. Dicen, además, que está desnudo porque no tiene nada que ocultar. En su diario, Miguel Ángel cuenta cómo se encerró durante esos tres años para trabajar en la obra, así como también su pelea para que la estatua fuera colocada justo ante el Palazzo Vecchio, “como un símbolo de nuestra república”. Y aun cuando se necesitaron cuarenta hombres y cinco días de trabajo para moverla hasta allí, su voluntad fue respetada.

Desde 1910, sin embargo, el David que se alza en la plaza de la Señoría es solo una copia. El original se encuentra en la Galería de la Academia de Florencia.

Esta obra clave del Renacimiento italiano y una de las más famosas de toda la historia del arte, presenta además y cual persona viva, imperceptibles fracturas en la parte inferior de sus piernas producto de su propia inclinación, que se monitorean regularmente para preservar su integridad. Por otro lado, en Florencia se la llama Il Biancone por la blancura extrema que exhibe.

El David y el Covid

Cuando Miguel Ángel contempló el bloque inmenso, de unos 5 metros de altura concretamente, vio lo que llevaba adentro. No se amedrentó con sus dimensiones ni tampoco con las capas bajo las cuales se ocultaba la fgura. Tampoco, con el trabajo de precisión que requería abordarlo en su ambición de hacer la fgura de una sola pieza. La delicadeza e idoneidad que exigieron aproximarse fueron entonces supremas.

Miguel Ángel estableció una conexión y una comunicación íntima con la obra, que le permitieron guiar su camino. Solo por respetar lo que tenía enfrente, su aliento, sus latidos y su materia, pudo sacar a fote la promesa que el bloque llevaba adentro. Así también nosotros como sociedad con la realidad que nos espera. Un respeto similar al que tuvo Miguel Ángel en Florencia frente al David necesita nuestro planeta para que nuestra esperanza en un futuro con salud y trabajo esté bien asentada.

Luego de la cuarentena, habrá una obra maestra posible, oculta bajo el desafío planetario que además requiere que cada uno de nosotros devele lo que lleva adentro. ¿Qué mensaje, qué posibilidad nos ofrece la pandemia? ¿Se trata de un nuevo orden mundial? ¿O de una mirada distinta de la propia vida?

Los historiadores del arte señalan que, además, el David representó para Miguel Ángel un mensaje que el artista quería enviar a los ciudadanos de Florencia, para que cada uno fuera consciente de su responsabilidad e importancia en la historia. Un mensaje que hoy tiene relevancia planetaria. g

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