9 minute read

Nora Lezano

La pasión de mirar

Considerada en la década del 90 «la fotógrafa del rock», esta artista fotografó con su mirada de fan a los más grandes músicos del género. Por sus ojos y su cámara pasaron Charly, Spinetta, Ceratti, Kiss, Calamaro, Mollo… entre tantas estrellas.

Advertisement

De chica le apasionaba el cielo. Solía contar a sus mayores que iba a ser astrónoma. En la adolescencia se enamoró perdidamente de la música, y cuando terminó el secundario, en su Tapiales natal, se anotó en la Universidad de Buenos Aires para estudiar Biología. La fotografía aún no estaba en sus planes. Tenía un tío socialero, es decir, fotografaba casamientos, cumpleaños y bautismos; incluso, las fotos que Nora Lezano atesora de su infancia las tomó este tío. La mujer, esbelta, de fequillo rollinga, nos recibe junto a su perra en el arbolado barrio de Vicente López. Al ingresar a su casa uno entiende por qué es considerada la fotógrafa del rock. Sus paredes lo confrman: Gustavo Cerati nos mira en blanco y negro. Lezano logró captar la mirada melancólica del ex Soda, sus manos cruzadas debajo del rostro. Es de esas fotos que hablan, sin dudas. El desafío de captar ese momento justo, ese instante donde el click inmortaliza el icono, desafío de todo profesional. También hay retratos con Charly García, el Flaco Spinetta, la Mona Giménez, Pity Alvarez, Dany Lescano, los Kiss y las artistas internacionales Laurie Anderson y Patti Smith. Todos conviven en un puzzle armado en distintos tamaños que incluye algún autorretrato; todo parte de una intervención cuya curadora es la dueña de casa.

Para Lezano, la sesión de fotos ideal es la que se logra «cuando hay confanza y entrega». Admite que hay dos cosas que la pueden: el gin tonic y el dulce de leche. Alguna vez, Emmanuel Horvilleur, integrante de Illya Kuryaki, dijo sobre la fotógrafa que trabajó con ellos: «A los rockeros les gusta seducir y ella fue un ojo seductor. Como mujer, se paró de otra manera, ella logró seducir a sus modelos masculinos.» Ella admite que no eligió la fotografía sino el rock, una excusa para estar cerca de las estrellas. Pero supo seducirlos para desnudarlos con su lente, sacar de cada uno. Fan de Cerati de chica, Lezano, se escapaba del colegio de monjas y esperaba frente a la casa de la madre que el guitarrista llegara o saliera. Pasaron los años y el autor de La Ciudad de la Furia llegó a su casa para una sesión donde quedaría inmortalizada aquella foto mítica en blanco y negro. Lloró cuando Cerati le confesó “es la primera vez que me reconozco en una foto”.

También bajo sus fashes pasaron Fito Paéz, Andrés Calamaro, Ricardo Mollo, Los Auténticos Decadentes, la Bersuit, El Otro Yo, Hilda Lizarazu, Adrián Dárgelos, entre otros. Admite que se mueve mejor en los recitales y que el trabajo lo siente como tal cuando está en su estudio realizando la tapa de un disco o fotos de prensa donde es responsable de los tiempos y la luz; «en los escenarios la luz la pone otro y hay que resolver todo en un segundo», afrma quien fuera por casi 20 años la fotógrafa del rock.

¿Cómo nació la pasión por la fotografía?

Fue de casualidad. Estaba estudiando biología en la UBA, cuando una amiga me propuso hacer un curso de fotografía. Me pareció una buena idea, yo no tenía nada que perder y siempre fui bastante curiosa por las cosas que me atraían. Así que nos anotamos en la Escuela Argentina de Fotografía, con un mes de anticipación, pero mi amiga por un problema personal nunca pudo arrancar el curso. «La puta madre, me dejó sola» pensé. Pero me animé. No tenía ni cámara.

¿La foto te llamaba la atención?

Bueno, en mi cuarto siempre tuve posters de rock y consumía algunas revistas de moda o de retratos. Siempre hubo algo ahí. Y con el curso me agarró una especie de fanatismo. Pero distinto a lo que soy: quería ser fotógrafo de guerras. El curso duraba 9 meses, pero yo hice 4. Tenía un profesor medio pesado, así que dejé; al mismo tiempo trabajaba, era empleada administrativa, y con la plata que ahorré me compré mi primera cámara.

¿Cómo empezaste a meterte en el rock?

Fue un poco una consecuencia de tener una cámara en la mano. Me gusta el rock, me gustan las fotos, bueno, unamos las dos pasiones. Fue algo tan natural como llevar la cámara cuando iba a los recitales. Pero lo sorprendente fue que en mi primer rollo ya crucé las dos pasiones. Me acuerdo que un día yendo al curso en colectivo, estaba sentada en el primer asiento, lo ví cruzar por Cabildo (y Lacroze) a Richard Coleman. En esa época era el cantante de Los 7 delfnes, a mí me encantaba, era el típico amor de adolescencia. Cuando lo ví, agarré al colectivero del brazo y le pedí por favor que me abriera la puerta. Me bajé corriendo, crucé la calle con él y cuando se frena a hablar por teléfono en una de las cabinas que habían antes, lo encaré: «¿te puedo sacar una foto?». «Sí, claro», me dijo. Fue divino. Me miró con el teléfono en la mano. Disparé. Esa foto estaba en el primer rollo que saqué en mi vida. Fue muy signifcativo. En ese rollo también tenía fores de un árbol y otra foto de un perro, todos elementos que me han marcado en mi vida.

¿Cómo es hoy tu conexión con la biología?

Bueno, hace poquito me compré por Mercado Libre el clásico de la biología de Helana Curtis, que es un libro muy gordo que usaba en la facultad. Lo tengo ahí en mi biblioteca, un poco pensando en volver de alguna manera a eso que me daba intriga de más chica. Siempre hay que volver a las raíces, porque la vida muchas veces se encarga de alejarte. Hay que volver a los amigos de la infancia, al barrio, al libro de biología… son mis cables a tierra. En esta ciudad es fácil perderse.

¿Presentaste junto a Hilda Lizarazu y Andy Cherniavsky la muestra Los Angeles de Charly, que ya está itinerando por el país, ¿cómo fue ese repaso por la vida de Charly García?

Todo empezó con la muestra Fan, que hice en el Centro Cultural Recoleta, para recopilar la experiencia de todos mis años en el rock. Empecé a revisar mis trabajos y estuve como dos años mirando el archivo. Fue un delirio. Así que para la muestra de Charly ya tenía identifcado bastantes cosas. Fue como haber ganado 20 años de terapia. Porque no tengo separado lo laboral con lo personal: está todo junto, es parte de lo mismo. Tuve que mirar desde ese primer rollo, con Richard Coleman y el perro, hasta el último disco que hice.

¿Por qué creés que fue terapéutico?

Fue una experiencia muy fuerte. Como hacer un recorrido por toda mi vida, pero sin reparar en lo bueno y en lo malo, ver todo junto. Enfrentar, ver personas que se murieron, ex novios, amigos que ya no están, perros. Fue muy loco. A veces tenía que parar de mirar, llorar un rato y seguir. Pero fue gratifcante, una manera de agradecer «la puta, qué vida que tuve». Y también pensar en los momentos que uno eligió plasmar. ¿Por qué tal escena? ¿Por qué refejar ese desmadre? Fue como poner en evidencia a mi inconsciente.

¿Tu mundo está rodeado de perros. ¿Qué te une a ellos? ¿Dirías que es una pasión?

Por lo pronto soy perro en el horóscopo chino y aprendí a caminar sostenida del lomo de la mascota de mis viejos. Teníamos un ovejero alemán que me ayudó a dar mis primeros pasos, era como mi andador. Pero no sé qué tengo con ese animal, hay algo ahí que me hipnotiza. Lo considero un ser evolucionado. Me da la impresión que un perro estimulado puede llegar a hacer cosas increíbles. Además me gustan. Soy madrina de un refugio canino. Hace cuatro años vengo haciendo unos calendarios para ellos que se venden para recaudar fondos. El año pasado, Renata Schussheim me pidió por favor que hiciéramos algo juntas, así que armé el estudio en el refugio, fotografé sobre un fondo blanco a los perros que están en adopción, copiamos las fotos en un papel especial y después Renata las intervino. Son obras de arte. Lino Patalano las vio y nos prestó el Maipo; hicimos la muestra ahí y presentamos el calendario.

¿Creés que la pasión disminuye con los años, se hace menos exigente o se va acomodando a los diferentes momentos?

Creo que las pasiones cambian a medida que crecemos. Sería muy aburrido y limitado vivir apasionado por una sola cosa. Me parece irreal que me apasione lo mismo a los 15 que a los 40, mi curiosidad me lleva a investigar otros caminos. Hoy estoy en un momento de crisis con mi profesión. Estoy un poco perdida en cuanto a qué quiero ahora. Tengo que parar un tiempo y hacer otra cosa. Porque así lo siento. Quizá no sea fotografía o capaz sea «otra fotografía», otro foco. Cuando ya no encuentras esa chispita , que antes era todo, bueno, será hora de poner el foco en otro lado. Precisamente estoy en esa búsqueda, que creo debería ser constante. Estoy como aburrida, en un lugar cómodo, que sabés que la foto te va a salir bien. Quiero algo más difícil, ahora que todavía puedo y tengo fuerza, me queda un resto, quiero buscar en otro lado… a lo mejor es la cocina, la jardinería…

¿En dónde encontrás esa chispa?

Me da felicidad salir a caminar. Camino mucho, mucho, casi cuatro horas por día. Me pierdo. Lo disfruto. El otro día tuve que prender el teléfono porque no sabía dónde estaba. Me había ido pasando el hipódromo, por un camino medio raro, con la perra, siempre voy con la perra. Tuve que entrar en un local para pedir agua, porque no tenía ni la billetera. Pero está bueno eso, porque es eso, perderse en lo que uno le gusta. A lo mejor, esa es la nueva chispa, caminar, perderse caminando, el silencio. A lo mejor es la contemplación de la naturaleza o mirarse para adentro. Capaz no es una cosa que tenga que ver con el arte, sino más bien con conocerse. g

This article is from: