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Miguel San Martín

El ingeniero espacial Miguel San Martín, es el orgullo argentino que hace 30 años trabaja en la NASA. Participó de los últimos proyectos ambiciosos, como aterrizar el primer vehículo robot en Marte y actualmente planea poner una base científca en una de las lunas de Júpiter.

«Miguel Alejandro San Martín está online», anuncia Skype. Es sábado. Al Ingeniero hoy no le toca ir al laboratorio, aunque como Jefe de Ingeniería para el Guiado, Navegación y Control de sistemas, se ha pasado más de un fn de semana en el laboratorio de la NASA resolviendo problemas de mecánica orbital. No es un decir, ingresó en la Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio en 1985, y a los pocos años participó como del equipo de navegación de Magellan, con destino a Venus, la primera vez que una sonda planetaria fue lanzada por un transbordador espacial en 1989. Le siguió Cassini y el logro de orbitar la primera nave en Saturno; después llegó Marte, con la Misión Pathfnder, el primer vehículo robot en aterrizar sobre el planeta rojo en 1996, y le siguieron los gemelos Spirit y Opportunity, en 2004, y fnalmente el Curiosity, en 2012.

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San Martín, llegó a los EEUU en 1978, con 19 años. Estudió en la Universidad de Cornell, en Nueva York, donde daba clases el mítico Carl Sagan: «fue una casualidad, lo conocía por la misión Viking, era un héroe de juventud, incluso antes de la serie Cosmos. Todos a los que nos interesaba el espacio lo admirábamos y yo iba a sus clases seguido.» Luego dejó Cornell y terminó los estudios en Siracusa, donde nos solo se graduó con honores sino que conoció a Susan, su mujer, con quien tuvo a sus hijas Samantha y Madeleine.

Secuencia de imágenes de Júpiter tomadas por la nave espacial Juno de la NASA. NASA/ JPL-Caltech

Hay cuatro horas de diferencia con Los Angeles, California y luego de haber pautado la nota con día y horario, se realiza la llamada y Miguel San Martín, generoso, se presta a la nota vía internet. Viste una camisa hawaiana, anteojos y lo acompaña una taza de café con leche. Se acomoda frente a la pantalla y relata en qué proyectos está involucrado actualmente: «Ahora mismo estoy trabajando en un estudio para poner una base científca en la sexta luna de Júpiter llamada Europa. Sabemos algunas cosas, como que hay mucha más agua que en nuestro planeta, en forma de hielo, y que existen todas las condiciones para que pueda haber vida hoy. En Marte sucede algo parecido, aunque la vida que sospechamos pudo haber existido ya está extinguida. Técnicamente es un proyecto muy desafante y de gran costo: tenemos que buscar el punto perfecto para aterrizar, hacerlo con los recursos que tenemos y que eso valga la pena. Ahora estamos en la pelea del presupuesto, eso nos mantiene desvelados.»

El ingeniero espacial está totalmente convencido que las nuevas generaciones «están totalmente conectadas con el futuro, vemos que los jóvenes se vienen con todo y que de alguna manera los estamos inspirando, seguramente, la parte más importante de nuestro trabajo». En 2012 en pleno proyecto Curiosity batió el record de trabajo a pura pasión: estuvo en el laboratorio de la NASA tres meses, todos los días, incluidos los fnes de semana sin ver a su familia. San Martín tiene grabado en su retina el día que Armstrong pisó la Luna en su Apolo XI: «fue un gran impacto; entonces comencé a pensar que ésa era el área a la que yo me quería dedicar. Después, ya de más grande, seguí muy de cerca el Programa Viking en el año 75 que fue la primera nave en aterrizar exitosamente en Marte. Fue una experiencia muy directa para mí. Recuerdo que cuando vi esas fotos del planeta rojo por primera vez pensé: esto es lo que yo quiero hacer el resto de mi vida. Quiero trabajar en la NASA en una de estas misiones que aterrizan en otros planetas, especialmente en Marte. Nunca me hubiera imaginado que iba a estar en la misión a Marte que le siguió a Viking, esa que vi cuando era chico. Pero la suerte quiso que en la siguiente misión esté yo, cumpliendo un rol muy importante, con todo el drama y el desafío que conllevó.»

Ilustración de nave espacial orbitando Júpiter. NASA/ JPL-Caltech

¿Cómo describiría la pasión en su trabajo? ¿Dónde la podemos encontrar? La pasión en mi trabajo la descubrí de afuera hacia adentro. No usaba esa palabra para describir lo que hacía. Sí, sé que me produce placer, me divierte y me da alegrías tener problemas espaciales para resolver. Pero la primera vez que me encontré con esta pasión estábamos analizando temas bien técnicos. Fue con el Curiosity. Exponía un diseño y el panel de revisión se resistía a aceptar ciertos conceptos que enunciaba. Muchas veces, ese tipo de discusiones la atmósfera se pone caliente; digamos que nos calentamos y gritamos todos un poco y perdemos la paciencia. Pero mientras todo sea con respeto no hay ningún problema, ese es el código. Me acuerdo que ese día, una de las personas que me indagaban, me dijo en un recreo que nos tomamos: «vos tenés tanta pasión por lo que hacés». Me sorprendió tanto su frase. Primero porque yo no quería tener pasión; de hecho, quería ser más frío, calculador y racional que nunca. Pero en cambio me salió el indio de adentro, la parte humana que se mezcla con la parte técnica. Ahí descubrí que muchas veces son sensaciones inseparables. Por más que nos gusta pensar que cuando hablamos de ciencia tenemos el corazón estacionado, no es así; no todo es matemática y física. Como decían Olmedo y Porcel: «somos seres humanos». Finalmente, con tanta pasión los convencí. Nos dieron luz verde con todos los planes, y más tarde, en la misión demostramos que teníamos razón con nuestro diseño.

¿Esa pasión disminuyó con el tiempo o cree que evoluciona? Bueno, ahora también estoy del otro lado del mostrador, en el panel de revisión que antes yo tenía que convencer, ahora soy yo el que les tira dardos a los pibes. Eso hago para la misión Marte 20/20, por ejemplo. Es otro papel. Honestamente, prefero estar del otro lado, en la cancha. Siempre es mucho más lindo jugar el partido que estar afuera para criticar. Eso es un poco el trabajo que tengo que hacer. ¿Pero alguien tiene que hacerlo, no? No es tan fácil. Con la experiencia, uno genera sus propias convicciones, y esas convicciones las tenés que moderar. Al fnal, los pibes tienen que ser dueños de la solución de sus problemas, tienen que creer en lo que están haciendo. Si querés meterles conceptos tuyos, puede llegar a ser un desastre. En ingeniería, hay varias formas de hacer las cosas, algunas más elegantes que otras, pero a su vez, el concepto de «elegancia» es subjetivo. Por eso mismo lo que hay que moderar es la pasión. Cuando sos hacedor tenés más licencias para hacer lo que a vos te gusta. Así es el juego humano de la ciencia, siempre hay un factor que corre por nuestra cuenta.

¿Qué ejemplo se le ocurre? Sigamos con el ejemplo de Marte 20/20. Una de las decisiones a tomar es el lugar a dónde aterrizar la nave. Para eso, nosotros damos ciertas pautas que deben respetarse, y en base a esa información, científcos de todo el mundo se reúnen en talleres para debatir y proponer cuál creen que es el mejor lugar para montar la base. Cada uno elige el lugar que considera más «científcamente interesante», y lo expresa frente al panel. Por eso creo que muchas veces de la ciencia nace por la pasión. Como no sabemos lo que podemos llegar a descubrir, miles de elecciones pasan por ciertas elucubraciones que muchas veces terminan siendo fcticias.

¿Se pelea mucho por determinar cuál es lugar apropiado para el aterrizaje? Sí, te das cuenta por las frustraciones. Todos quieren tener el placer de haber elegido el lugar donde se va a llevar a cabo la misión. Por eso me da risa cuando me dicen que los ingenieros no hacen política. Mentira. Cuando tenés que hacer un diseño, vas a querer infuenciar de alguna manera.

El primer plano de esta foto tomada por la cámara robot muestra los distintos tonos de las rocas en la superfcie de Marte. NASA'S CURIOSITY MARS

¿Qué cosas lo apasionaban en sus años de infancia? De chico siempre me apasionaron los juguetes. Tenían que ser electrónicos, a pilas, como mínimo y hacer ruido. A los soldaditos no les daba ni pelota. Si no podía usar el destornillador no lo consideraba juguete. Me acuerdo que lo primero que hacía era abrirlos y ver lo que tenía adentro. Me encantaba desarmar y reparar radios y alarmas. Me generaba una terrible curiosidad, pero también me frustraba mucho no entender cómo funcionaba. Sentía una mezcla de alegría y angustia. Y papá tiraba leña al fuego: me regalaba juguetes para armar y juegos de física y química; después me habló del colegio industrial: «no te vas a bancar hasta la universidad», me dijo cuando me contó del Colegio Pío Nono. Hasta ese momento no sabía qué era un industrial, tenía menos de 10 años.

¿Qué recuerda de esa niñez? Los televisores. Me daba mucha intriga la imagen. También las locomotoras a vapor. Viajábamos en un camarote con toda mi familia a un campito que teníamos en Villa Regina, en la Patagonia. En esa época eran todos de madera, muy elegantes, o al menos para mí. Era una linda época. En el campo me fascinaban las maquinarias. Era mi lugar en el mundo para satisfacer esa pasión que devino en ingeniería.

¿Qué tipo de pasión le llamó la atención de los estadounidenses? Mucha gente cree que los estadounidenses son muy fríos. Creo que es un prejuicio que podría tenerse, pero no es así. Son distintos, tienen otra forma de comportarse y son muy apasionados. A su manera son muy románticos, tanto, que se dedican a la exploración espacial. No lo expresan como lo expresamos nosotros, pero está en su ADN. Cuando Kennedy aprobó una misión a la Luna, en su discurso hizo una analogía de cuando una persona escala una montaña y se pregunta por qué. Porque está ahí, y hay algo más. Tenemos esa tendencia de hacer cosas impulsados por nuestro corazón, sin ninguna razón más que esa. Sin pasión te quedás en tu cama todos los días y no salís de ahí. No habría razón sin pasión, yo no la encuentro. g

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