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Escrito por Irma Pérez

Palabras, palabras, palabras. Las vemos, escuchamos, analizamos, murmuramos, asociamos y gritamos sin parar. Las usamos pensando y sin pensar, al imaginar, soñar, sentir y expresar aquello que tanto queremos decir. A fin de cuentas, ¿qué más podemos esperar en un mundo de palabras? Hemos pasado tanto tiempo con su compañía que nos parece imposible pensar en un mundo sin su existencia y su sinfonía. Justo por eso nos parece tan interesante imaginarnos el mundo antes de su aparición. ¿Te imaginas la manera en que el humano Neandertal pudo haberse comunicado antes que surgiera la primera palabra? ¿Habrá sido un mundo de gruñidos y exclamaciones, o habrán encontrado otra manera de manifestarse que no conocemos? A decir verdad, no tengo respuesta a estas preguntas, pero al formularlas puedo imaginar un millón de posibilidades.

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Ahora bien, debemos considerar que existen tantos interlocutores como palabras en el mundo, e incluso más. Existen quienes les gusta utilizarlas con un tinte de poeta, añadiendo oropeles y decorados por todas partes con su dramatismo y simbolismo sin igual. Hay quienes las ven como un simple objeto sin valor, ni las respetan, ni las utilizan

Las desgastan y desperdician, ya que los sonidos que salen de sus bocas no son más que chirridos que se convierten en desechos que nunca lograrán encontrar la manera de reponerse. También están aquellos que les tratan con cariño, aunque no siempre sepan cómo utilizarlas y les tratan con tanta admiración que logran calentar el corazón humano, causando alegría con sus ganas interminables por conquistarlas y emplearlas como es debido. A quien más se debe temer es a aquél que toma las palabras para producir daño. Toman una palabra libre e indefensa y le inyectan su tinte de maldad, esclavizándola y manteniéndola para sí mismos sin considerar su deseo de libertad. ¿Saben qué es lo más triste de este crimen? Que el malhechor es capaz de envenenar los corazones de las personas con cada palabra pronunciada cuando la susurra al oído del dormido sin importarle sus efectos. Finalmente, puede encontrarse al interlocutor que ama, respeta y sabe reconocer el poder de lo que dice e intenta consolar el daño sufrido; la toma y la refugia intentando acomodarla en su mente de tal manera que, cuando salga de esta, la palabra malherida pueda volver a ser libre y limpiar las impurezas en los corazones de los otros aprendiendo a sanar, enseñar y a contribuir hacia un bien supremo. Muchas veces pasamos de un interlocutor a otro, incluso sin darnos cuenta cuando olvidamos lo que decimos o ignoramos su significado; por esto, siempre debemos intentar entender lo que decimos, pensamos y sentimos, para así evitar errores que puedan lastimarnos. Justo por esto nos parece tan gracioso observar a los pequeños utilizar las palabras. Lo cierto es que, en preescolar, nuestro mayor interés es simplemente colorear, pintar y jugar en los patios y las aceras. La vida es simple; por eso nuestras palabras son sencillas, y nos molestamos cuando nos enfrentamos a palabras tediosas y difíciles sin admirar su belleza. No es que critique la inocencia del niño, pero debemos admitir que nos perdemos de ciertos detalles mientras nos encontramos en nuestro mundo de algodón de azúcar y chocolate derretido.

Con el paso del tiempo, comenzamos a notar lo especiales que son nuestras palabras, notamos su musicalidad y encontramos significados que nos maravillan. Conocemos palabras hermosas que nos hacen soltar una lágrima cuando las escuchamos, pero también aquellas que no deben salir de nuestros labios. De esta manera, descubrimos que existen palabras que deben ser evitadas para no provocar daño, otras que deben usarse con sabiduría, y aquellas que nos parecen extrañas e incluso salidas de un cuento. Por eso duele tanto ver palabras destrozadas por la villanía sin clemencia.

En fin, las palabras son hermosas, pero lo son aún más cuando son utilizadas por la pluma correcta. Por esto, ten cuidado con tu teclado, lapicero, cuaderno, pizarrón y boca, ya que estas son como flores: existen aquellas que te endulzan el día con su fragancia y elegancia sin igual, y otras que podrían acabarte con el veneno que llevan dentro o comerte vivo por haberte descuidado. ¡Ten cuidado! E intenta ser buen oyente, orador, lector y escritor. No te precipites, no juzgues y no te quejes sin conocer bien la situación. Y, tal vez, de esa manera, podremos tener un mundo mejor.

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