3 minute read

Mi rostro

Escrito por Valeria Molina

Llevo horas de incesante trabajo; los últimos plazos de entrega han sido terriblemente ridículos. Por suerte, mi solitario nuevo hogar alejado de todo el caos de la ciudad ha dado como fruto cantidades apabullantes de inspiración. También hay que decir que, debido a esto, me he adelantado un poco a los plazos de entrega (quizás es mi pronta entrega lo que les motiva a mantener ese tipo de plazos). Igualmente he decidido que, ¡ya no más! Y hablé con mi editora para que me dé tiempo; después de todo, además de relajarme, también necesito desempacar algunas otras cosas. La segunda noche de mis tan esperados días de descanso no ha sido muy buena. Me he despertado en plena madrugada, luego siempre es algo difícil conciliar el sueño. Hice algunos dibujos. No debería estar trabajando; pero la noche oscura, en una casa en medio del campo, con una vista lúgubre desde mi ventana, me han inspirado algunas ideas muy interesantes para el nuevo manga de terror. Las escenas que muestran vísceras, cantidades abrumadoras de sangre y entes putrefactos tienen más encanto si lo contrastas con una apacible escena. Bueno, es de las cosas que me gusta incluir en mis historias y, que creo, les gusta a mis lectores. Luego de dejar fluir mi estro un rato, finalmente me dormí.

Advertisement

Al día siguiente, tuve una mañana encantadora. Decidí salir a caminar un poco e hice un picnic en el jardín; toda una fantasía de vivir en el campo. Pero bueno, al entrar, caí de vuelta en la realidad: aún tenía muchísimo que desempacar. Tras pasar todo el día limpiando, ordenando y desempacando, me encontraba realmente agotada. Caí de golpe en la cama y me dormí inmediatamente. En la noche, me desperté inesperadamente. Me encontraba muy cansada, pero me escaló, de los pies a la cabeza, una sensación extraña que me impedía dormir. Desde la oscuridad de aquella habitación, a la luz de la luna, sentí que algo me observaba; una sensación profundamente real. Parecía que cada centímetro de mi cuerpo me advertía sobre un peligro inminente. Traté de visualizar algo en aquel rincón del cuarto, donde estaba la puerta. No pude ver nada, y luego, no recuerdo cómo, me dormí.

La siguiente jornada se desarrolló con normalidad. Aún me sentía intrigada por aquella sensación que me abordó la noche anterior, pero traté de no pensar en ello. Sin embargo, cayendo el ocaso, me surgió la paranoia, y me aseguré de cerrar cada puerta y ventana de la casa. Finalmente, a la noche, cerré la puerta, dejé la luz encendida y, cómo niña con miedo a la oscuridad, me dispuse a dormir pacíficamente. Nada de eso importó. De nuevo, en plena madrugada, desde las entrañas, me fue comiendo la sensación de pánico más terrible que he sentido en mi vida. No se comparaba esta situación con las de las noches anteriores. Era horroroso; lo podía ver, veía todo. La puerta estaba abierta y, asomándose sin recato alguno, se encontraba un rostro. Me miraba fijamente con una sonrisa psicótica. ¿Lo peor de todo? Era mi propio rostro. Inequívocamente era mi rostro quien me miraba con ojos vacíos, una mirada muerta.

Los siguientes días fueron un martirio. Su mirada penetrante estaba cada noche, sin falta, asomándose por mi puerta, torturando mi cordura. Durmiendo con la luz encendida, podía ver ese rostro psicótico perfectamente; y con la luz apagada, igualmente lo podía sentir. Poco a poco, se hizo un patrón, días durmiendo y noches en vela junto a esa escoria que imitaba mi rostro de forma burlesca siempre con un gesto terrible. Me deshice de cada espejo en mi casa, no toleraba ver mi propio reflejo.

Finalmente decidí acabar con mi tormento e irme de aquel lugar. Empaqué algunas cosas y hablé con unos amigos para quedarme en otros lados mientras lograba rentar lo que fuera lo más lejos posible de ahí. Esa última noche, sin falta, se asomó ese rostro por mi puerta. A pesar de que no era ni la primera, ni la segunda vez, el terror me invadía igualmente. Sin embargo, me empezaron a surgir lágrimas, esa cosa entraba. Se acercó hacia mí esta criatura espantosa y no lo pude soportar ¡me decidí! Tomé el cuchillo de un cajón al lado de mi cama y apuñalé brutalmente su pecho con toda la rabia de mi alma. Una rabia que surgía del suplicio de todas esas noches en vela con sus ojos negros observándome. Sorprendida observé que no sangraba su pecho, sangraba el mío. Finalmente, la imagen de ese rostro se desvanecía, junto con mi vida.

This article is from: