La Gualdra 693

Page 1


La anatomía de la pintura [The anatomy of painting] es el nombre de la exposición de la artista británica Jenny Saville, que actualmente se exhibe en el Museo de Arte Moderno -el Modern- de Fort Worth, Texas. Se trata de una muestra retrospectiva que incluye medio centenar de piezas realizadas desde la década de 1990 hasta nuestros días. La muestra de la artista británica nacida en 1970, quien es parte del movimiento Young British Artists, permanecerá en exhibición hasta el 18 de enero de 2026.

[Más de The anatomy of painting, de Jenny Saville, en esta edición]

Jenny Saville. Blue Pieta. 2018. Óleo / tela. De la exposición The anatomy of painting. Modern Art Museum of Fort Worth.

Editorial

La Gualdra No.

Hoy quiero reflexionar un poco sobre lo que es la violencia digital, sobre todo porque, ante los avances tecnológicos de los últimos años, es un hecho que gran parte de la vida cultural y las producciones artísticas tienen una relación directa con el tema, sobre todo estas últimas por la circulación y el debate generado en torno a lo que se realiza; pero este tipo de violencia puede afectar a cualquier persona, independientemente de la actividad a la que se dedique.

No sólo la educación ha encontrado en la tecnología plataformas que coadyuvan a la difusión del conocimiento y el aprendizaje a distancia, también muchas de nuestras relaciones cotidianas, tanto personales como profesionales, se construyen en línea. Cada vez es más frecuente que establezcamos comunicación con personas a las que únicamente conocemos a través de Facebook o Instagram; por mencionar un ejemplo, muchas de las colaboraciones publicadas en este medio son autoría de escritores a quienes no conozco personalmente y por este medio nos hemos contactado para acordar temas, fechas de cierre de edición y entrega.

Lo anterior es una gran ventaja porque considero que de no existir esas vías de comunicación sería más complicado conocer qué es lo que se está produciendo en otros lados del mundo. Esta facilidad de establecer relaciones también tiene su contraparte porque la apertura a nuevos horizontes y a nuevos contactos también ha generado nuevos espacios para la violencia, concretamente para la llamada violencia digital que no sólo es un fenómeno relacionado con los alcances que tiene la tecnología, sino que también puede ser considerado un reflejo de patrones culturales cuya reproducción ha encontrado nuevos escenarios.

Cuando hablamos de violencia digital nos referimos a la violencia que sucede a través de las tecnologías de información y comunicación mediante las redes sociales y a través de dispositivos electrónicos, que afecta, de acuerdo con la Ley Olimpia, “la dignidad, vida privada, seguridad o integridad emocional de una persona”.

A propósito de esto último, recientemente vi un programa producido por la Dirección General de Divulgación de las Humanidades de la UNAM, en la que se afirma que: “Las tecnologías de la información y la comunicación y la violencia digital agravan las formas existentes de violencia -como

el acoso sexual y la violencia de pareja- y además han introducido nuevas formas de violencia… facilitadas por la tecnología y el anonimato, y el alcance generalizado de los espacios en línea han creado un marco propicio para el aumento de la violencia en los contextos digitales”.1

Es justo por lo anterior que la Ley Olimpia ha considerado una serie de reformas a la Ley general de acceso de las mujeres a una vida libre de violencia, y aunque se han incorporado, falta mucho por trabajar todavía al respecto porque este problema debe recibir la atención necesaria por parte de las autoridades para evitar cualquier tipo de vacío legal que dé lugar a la impunidad. La violencia digital, además de los temas relacionados con difusión de contenido íntimo sin consentimiento y la sextorsión, la suplantación de identidad, o la difusión de datos personales, también considera otros temas como el ciberacoso y hostigamiento manifestados en mensajes velados, amenazas, insultos o invasiones constantes al espacio digital, así como descalificaciones misóginas y violencia simbólica que intentan silenciar la participación en la vida pública.

La violencia simbólica y discursos de odio manifestados en redes hoy son considerados un delito y aunque la tecnología puede propiciar con relativa facilidad este tipo de agresiones no debemos normalizar el acoso y el hostigamiento argumentando que “esto es parte de hacer uso de internet”; por el contrario, sí podemos tratar de evitar esta especie de permisividad social ante las agresiones y debemos exigirnos tratar de enfrentar el problema para generar nuevas narrativas encaminadas a construir comunidades más seguras.

Nadie tiene derecho a dañar a los demás; las agresiones en redes deben tomarse con la seriedad suficiente y actuar en consecuencia. La Fiscalía General de Justicia del Estado de Zacatecas ha reiterado en diferentes ocasiones la necesidad de que la población denuncie cualquier tipo de violencia; si usted se encuentra en cualquier situación que vulnere su dignidad, vida privada, seguridad o integridad emocional, denuncie. Seamos parte de la solución y no del problema. Que disfrute su lectura.

Jánea Estrada Lazarín lagualdra@hotmail.com

1 Ver programa completo en: https://divulgacion.humanidades.unam.mx/videos/ciberacoso-y-violencia-digital-ley-olimpia

Contenido

Cuando todos se vayan a otros planetas de Magdiel Torres Magaña Por César Báez

“Las tardes longevas” [del libro Cuando todos se vayan a otros planetas] Por Magdiel Torres Magaña

3 4 5 7 8 6

propósito de la COP30, ¿existe la sustentabilidad?

Jánea Estrada Lazarín Dir. La Gualdra lagualdra@hotmail.com

Sandra Andrade Diseño Editorial

Juan Carlos Villegas Ilustraciones jvampiro71@hotmail.com

La Gualdra
Lira Saade
Jenny Saville: La anatomía de la pintura [en el Museo de Arte Moderno de Fort Worth, TX]
Por Jánea Estrada Lazarín
A
Por Pedro Gómez Molina
Humo: narrar una dictadura latinoamericana
Por Mario Alberto Medrano

Humo: narrar una dictadura latinoamericana

Gran parte de la obra literaria de Gabriela Alemán (Río de Janeiro, 1968) tiene como punto de encuentro la historia y la atmósfera de Paraguay, país en el que vivió en la adolescencia. Justamente es lo que sucede en Humo, su última novela hasta el momento. En esta historia, de elipsis y saltos temporales, se cuenta sobre dos personajes centrales: Andrei y Gabriela, unidos desde una distancia a veces memoriosa, otras mediante las astillas luminosas del lenguaje.

La historia de América Latina podría sintetizarse con un epitafio, breve, sin posibilidades de malinterpretación o doble sentido: Dictadura. La de Paraguay no se escapa, por supuesto. En Humo, Alemán analiza desde todos sus personajes, no sólo los protagonistas, la Guerra del Chaco, disputa entre Paraguay y Bolivia, o la mítica guerra de la Triple Alianza, aquel enfrentamiento entre Brasil, Uruguay y Argentina contra Para-

guay. Pero también, y con un ojo muy crítico, da un repaso por la dictadura de Alfredo Stroessner. Hasta aquí, la novela tiene ese perfil latinoamericano, de las exitosas obras del boom. Pero sería injusto decir que así se queda, que en ese espacio tan amplio se encuentra la obra. Ahora, viene la intimidad, primero espacial. La protagonista, Gabriela, vuelve a Paraguay. Se instala en la casa que fuera de Andrei, ahí justo es donde inicia el relato y la acción de ella, pues en esta casa comienzan a suceder hechos fantásticos, nacidos de cierta somnolencia, de un letargo acumulado como el polvo. Es aquí, en esta intimidad del duermevelas, del recuerdo, de la nostalgia por un encuentro, por una amistad, por un éxodo (otro gran tema de la novela, la inmigración), donde se centra la gran calidad literaria de la escritora ecuatoriana.

Ambas historias, la de Gabriela, en un presente, la de Andrei, en el pasado, son contadas por un narrador

omnisciente, quien se da licencias para escudriñar por los pensamientos y sentimientos de los personajes, es un narrador con muchas intervenciones, un testigo entrometido, incluso, pero capaz de ver los espacios más mínimos. Ahí, en la narración, en el punto de vista, radica un gran acierto: da libertad a los personajes para actuar más cómodamente, ya que el encargado de contar es otro, un francotirador.

Ganadora del Premio Joaquín Gallegos Lara en 2017, otorgado por el municipio de Quito, Ecuador, Humo se puede entender como el rescate de las fronteras, físicas y lingüísticas, pues recupera una cartografía de Paraguay (pero también de Latinoamérica), así como el guaraní. Aquí conviven las distancias, la polarizada idea del extranjero ante el nativo, del colonizador español frente a lenguas autóctonas, algunas veces perdidas y menospreciadas. Ese ritmo que Alemán impone en la obra, marcado por una constante

puntuación (sobre todo punto y seguido), es francamente acelerado. Es una respiración rápida, acorde a como parece que vive Andrei, a salto de mata: recorre a pie un poblado, para después abordar un barco, luego subirse en un auto, bajar y volver a caminar. Además, de todas las confesiones y acciones políticas. Por su parte, Gabriela, con ese miedo que le sube como araña en esa casa, que pareciera tener un secreto enterrado muy adentro.

Autora de los libros de cuentos Maldito corazón, Zoom, Fuga permanente, Álbum de familia, La muerte silba un blues (también ganador del Premio Joaquín Gallegos Lara), así como de novelas como Body Time y Poso Wells, Gabriela Alemán es un referente de la literatura ecuatoriana, quizá una de las primeras novelistas en ese país en confrontar, en ser muy original en su manera de expresarse, de posicionarse ante la crítica y los halagos, ya que no es una mujer que esté detrás del aplauso.

Jenny Saville: La anatomía de la pintura

[en el Museo de Arte Moderno de Fort Worth, TX]

La anatomía de la pintura es el nombre de la exposición de la artista británica Jenny Saville, que actualmente se exhibe en el Museo de Arte Moderno de Fort Worth, Texas. Se trata de una muestra retrospectiva que incluye medio centenar de piezas realizadas desde la década de 1990 hasta nuestros días; muchas de ellas son pinturas al óleo de gran formato, pero también se incluye una selección de dibujos realizados con carboncillo. El edificio del museo inaugurado en 2002, en la zona conocida como Distrito del Arte en esa ciudad texana, es autoría de arquitecto japonés Tadao Ando, quien obtuvo entre otros muchos, el premio Pritzker en 1995, y es autor en México del Centro Roberto Garza Sada, Escuela de Arte, Arquitectura y Diseño de la Universidad de Monterrey.

Toda la planta alta del Modern -como también se le llama al museo- está destinada a exhibir esta muestra de la artista británica nacida en 1970 quien forma parte del movimiento Young British Artists (YBAs) /

Jóvenes Artistas Británicos al que también pertenecen Damien Hirst y Marc Quinn. El primero es autor de la instalación de 1991 La imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien que vive, en la que aparece un tiburón conservado en formol; y el segundo es autor de Self, una especie de autorretrato realizado con su propia sangre congelada. De acuerdo con información de la Galería Gagosian, Saville, originaria de Cambridge, Inglaterra, “asistió a la Escuela de Arte de Glasgow de 1988 a 1992, pasando un período en la Universidad de Cincinnati en 1991. Sus estudios centraron su interés en las ‘imperfecciones’ de la carne, con todas sus implicaciones y tabúes sociales”,1 y son estas aparentes “imperfecciones” en el cuerpo humano las que destacan en su obra mostrando el cuerpo tal y como es; de hecho, la exposición recibe al espectador con su cuadro Propped, de 1992, un autorretrato en el que la artista se muestra de cuerpo entero, sentada, de frente, como si se mirara en un espejo y en el que se

vislumbra un claro homenaje a la belleza femenina, tal y como lo hizo Rubens en su momento.

De ahí en adelante todo será sorpresa y descubrimiento de su pasión por la pintura, la textura y el arte figurativo. Blue Pieta, un óleo sobre tela realizado en 2018, es una obra estremecedora, por ejemplo; en esta obra aparece un hombre sosteniendo un cuerpo inerte; tal y como ocurre en La Piedad, de Miguel Ángel, en donde la virgen carga a su hijo muerto, en esta pieza Saville logra capturar una escena que continúa repitiéndose en la actualidad en diferentes partes del mundo.

“Saville revitalizó la pintura figurativa contemporánea desafiando los límites del género y planteando preguntas sobre la percepción de la sociedad del cuerpo y su potencial”,2 y esto puede observarse en cada una de las 50 piezas que conforman esta exposición organizada por la National Portrait Gallery de Londres, la curadora sénior de colecciones contemporáneas Sarah Howgate, y supervisada en el Modern

Jenny Saville. Arco. 2020-2021. Carboncillo y pastel sobre panel de yeso. Colección particular.

1 Jenny Saville, en: https://gagosian.com/artists/jennysaville/ 2 Ídem. 3https://www.themodern.org/exhibition/jenny-savilleanatomy-painting

por la curadora principal Andrea Karnes.

“Jenny Saville: The Anatomy of Painting fue creada en estrecha colaboración con el artista, e incluye obras tomadas de importantes colecciones públicas y privadas de todo el mundo. La exposición va acompañada de una publicación completa, con textos de Emanuele Coccia, el Dr. Nicholas Cullinan, John Elderfield, Roxane Gay y Karnes, y una conversación entre Saville y Howgate”, puede leerse en la página del Modern, en donde la exposición permanecerá en exhibición hasta el 18 de enero de 2026.

En marzo del próximo año Jenny Saville expondrá en la Galería Internacional de Arte Moderno de Venecia en Ca' Pesaro. Por lo pronto, los invitamos a conocer más de la obra de esta extraordinaria artista en la página del Museo de Arte Moderno de Fort Worth, Texas, y si le es posible, visite la exposición en la próxima temporada vacacional.

Jenny Saville. Eve. Óleo, acrílico y pastel sobre lino. 2022-2023. Colección Arora.
Jenny Saville. Propped. 1992. Óleo sobre tela. 213 x 183 cm. De la exposición The anatomy of painting. Modern. Fort Worth, TX.
Jenny Saville. Una de dos (simposio). 2016. Carboncillo y pastel sobre lienzo. Colección particular.

Cuando todos se vayan a otros planetas de Magdiel Torres Magaña

6Por César Báez

Cuando todos se vayan a otros planetas, de Magdiel Torres Magaña, plantea una aproximación a la soledad, pero no a través del desamparo, sino del autoconocimiento en grupo. De la búsqueda de sentidos en una especie de road trip postapocalíptico que intima en el imaginario de los personajes en cada uno de los cuentos. Si bien es cierto que los textos que aquí convergen funcionan como unidades independientes, el autor tiende puentes visibles que los hermana en una especie de congregación de soledades. Sin embargo, aunque es la desolación su punto de partida, este libro es todo menos doloroso; la poesía del día a día, la camaradería, la música y el empeño en dejarse sorprender están presentes a lo largo de la obra. Torres Magaña realiza una búsqueda a través de sus cuentos, y los seres que crea, a su vez, buscan en el intrincado mundo al que fueron arrojados un sentido para seguir avanzando. Sin urgencia, estos relatos navegan las aguas mansas después de la tormenta, una que se ve lejana, pero no por ello menos real. Pequeños trozos de vida que el autor nos regala siempre con un guiño de astucia literaria que asombran y atrapan al lector.

“Las tardes longevas” [del libro Cuando todos se vayan a otros planetas] Por Magdiel Torres Magaña

El primero que llegó fue mi abuelo Ramón. Mamá le abrió la puerta y lo saludó con sincera euforia. Todos nos levantamos de nuestros asientos y fuimos a saludarlo. En la casa estábamos comiendo, así que no se hizo esperar la clásica broma de que había llegado a tiempo. Hubo un momento de incertidumbre. No sabíamos si continuar de pie o regresar a nuestros lugares en el comedor. Mi abuelo, como era de esperarse, pues era el de mayor autoridad, zanjó el problema sentándose a la mesa. Mi mamá le sirvió de comer.

La tarde se desenvolvió con la naturalidad de los primeros días de la llegada del abuelo. Nos entregó a cada quien un regalo y nos sentamos para que nos contara las historias y los chistes con los que siempre nos entretenía. A nadie le pareció importunarle saber que el abuelo llevaba ya cinco años de muerto.

Cuando llegó la noche nos fuimos a dormir y mi abuelo ocupó la misma cama que utilizara cuando estaba vivo y nos hacía la visita. Sospecho que las cosas hubiesen seguido su curso con la misma naturalidad que ya habíamos conquistado a fuerza de ignorar que el abuelo estaba muerto. Al día siguiente, sin embargo, llegó también mi abuelo Ángel, acompañado de mi abuela Piedad y mi abuela Vita. Mi abuelo Ángel saludó a mi abuelo Ramón y se fueron al patio a hablar de la cacería de venados, de tabaco y de caballos. Así que fueron las mujeres las que nos dieron certezas. Por otro lado, la certeza que trajeron consigo mi abuela Piedad y mi abuela Vita no explicaba con satisfacción ese peculiar regreso de la muerte. Según su relato, tras caminar en la neblina, se encontraron con el camino a casa y llegaron con nosotros, como solían hacerlo cuando estaban vivos. Mis abuelos eran conscientes de que habían estado muertos o más aún, de que probablemente aún lo estaban. No era la primera vez que mis abuelos se encontraban en casa. Cuando aún vivían era común que coincidieran. Mi abuelo Ramón, papá de mi padre, dormía en nuestro cuarto y mis abuelos Ángel y Piedad, padres de mi mamá, en el de mi hermana. Ahora la novedad era mi abuela Vita que había llegado caminando como si la polio no la hubiese dejado inválida cuando era una niña. Ella se quedó también con mi hermana, al fin y al cabo mis abuelos Ángel y Piedad eran sus primos.

Aquella noche hablamos de mi abuela Bartola, que aún vivía y que fue esposa de mi abuelo Ramón. Éste, fiel a una picardía que la muerte no había vencido, agradeció que siguiera viva porque así no podía encontrarla esa noche ahí. Todos reímos su chiste, hasta papá.

Creo que más de uno empezó a temer que la presencia de mis abuelos muertos no se debía a un regreso del más allá. Empezamos a sospechar que nuestra casa había entrado al ancho universo de la muerte.

Supusimos que estábamos muertos cuando dos días después de la visita de mis abuelos maternos llegaron los papás de mi abuelo Ramón: Margarito y Guadalupe. En esa ocasión fui yo quien abrió la puerta. Los ancianos tenían la piel áspera como si hubiesen estado bajo el sol durante mucho tiempo. Su voz me parecía apenas audible y si supuse que eran mis bisabuelos fue por un extraño reconocimiento mutuo. Mi bisabuela Guadalupe fue muy cariñosa, me dijo que era ya todo un hombre. Mi abuelo Ramón se conmovió hasta las lágrimas cuando vio a su mamá. Pocos minutos después estaban todos en la sala hablando de personas que yo no conocía. Cuando horas después llegaron los padres de mi abuela Piedad, mis bisabuelos Eulogio y Josefa, aquello ya tenía tintes de fiesta. Mi papá y mi abuelo fueron a conseguir leña y mis abuelas empezaron a preparar la carne para el pozole. Mi bisabuelo Eulogio dijo que se les había hecho tarde porque una de las bestias en que viajaban se había quebrado la pata. Tuvo que darle un balazo al pobre animal para que no sufriera.

Al anochecer mis bisabuelos Antonio y Guadalupe, papás de mi abuelo Ángel, trajeron garrafas de mezcal. Los hombres se entretuvieron en contar sus hazañas, inspirados por el alcohol. Esas historias que ya había escuchado de mis padres, ahora las oía por la boca de sus protagonistas y con la exageración de sus egos. Nadie durmió esa noche, ¿en dónde podrían hacerlo si la casa no era tan grande? De cualquier forma, mis papás siempre se distinguieron por su hospitalidad. Mi padre solía decir que, una vez cruzado el umbral de la puerta, todo el espacio restante era una cama. A su vez, mi abuelo Ángel argumentaba que, para dormir, el sueño era un buen colchón. El colmo de la hospitalidad no llegó ni siquiera con los papás de mi bisabuelo Antonio, padre de mi abuelo Ángel: Juan y Pasimina. La piel de mis tatarabuelos estaba casi pegada a los huesos. Sus cuerpos parecían espectros de una película de terror. Sin embargo,

algo más allá del reconocimiento, una mezcla de cariño y complicidad, nos hacía tener por esas personas un amor inconmensurable.

Nadie pareció quejarse de tener tanta gente en un espacio tan pequeño. Además, no se sabe por qué estratagema de la muerte, la casa parecía tener el número exacto de habitaciones. La noche que siguió a la fiesta, mis abuelos por parte de padre entraron a nuestro cuarto. En él encontraron puertas que los llevaron, sospecho yo, a otras habitaciones.

Lo mismo sucedió en la estancia de mi hermana, con los parientes de mi madre.

En el comedor también se dio una metamorfosis singular. Todos cabíamos en la mesa. Era común ver a una de mis abuelas traer un altero de tortillas amarillas o a otra traer un altero de tortillas azules. Así, en esa aparente anarquía, uno comía de esto o de aquello. Yo probé por primera vez la carne de venado y comí, obligado por mi abuela Vita, un caldo de iguana. "Te va a ayudar a limpiarte la sangre", me dijo.

Fue por entonces que no lo dudé más, mis abuelos no habían regresado de la muerte, como sospechamos en un principio; ni nosotros nos habíamos muerto, como temimos después. Nuestra casa había entrado en el inmenso espacio de la muerte. Era como si la construcción hubiese naufragado en esa rara manera que tiene los objetos de soñar y de viajar. Parecía que la muerte había conquistado más territorio, ése en donde nuestra casa estaba instalada. Esto lo pudimos comprobar más tarde, cuando salimos de la casa y hablamos con nuestros amigos del vecindario. Los Campos, que vivían frente a nosotros, también habían instalado en su casa a sus abuelos muertos. Con los bisabuelos, la comunicación les era imposible, pues todos ellos sólo hablaban purépecha. Los García habían descubierto que su abuela no era hija de quienes ellos creían. Los Gutiérrez mostraron orgullosos que su abuelo era un italiano de noble cuna que llegó a México a instalar un sistema de riego. Nosotros pactamos con los Zepeda impedir que su bisabuelo y mi bisabuelo Eulogio cruzaran palabra, pues su pariente era cristero y el nuestro, un federal. Sólo la explicación del más pequeño de los Campos nos conmovió: los abuelos habían regresado, dijo, porque con la nueva enfermedad no habían tenido tiempo de despedirse. Gerardo, como se llamaba, estaba feliz porque su abuela, a quien no había visto desde que se la llevaron al hospital, estaba otra vez en casa. Nuestros amigos nos hicieron caer en cuenta que los muertos no eran para todos los mismos. Mis padres veían a mis abuelos más jóvenes de los que nosotros los veíamos. Asimismo, mis abuelos encontraban a sus padres y a sus abuelos menos viejos de lo que aparentaban estar para no-

sotros. A mí y a mis hermanos, mis tatarabuelos nos parecían espectros de ultratumba. Con el tiempo el vecindario empezó a ser más movido de lo que era en otras épocas. El tianguis que se ponía a escasas cuadras de la casa se llenó de comerciantes y compradores. Se instalaron nuevos puestos que traían diferentes productos que nunca habíamos visto en la vida. Además, para nosotros, los más jóvenes, las calles nos parecían estar invadidas por zombies, pues los más viejos se nos seguían pareciendo cadáveres andantes.

Nuestros abuelos comenzaron a encontrarse con otros parientes. Así fue como conocí a mi tío Chiote, hermano de mi abuela Bartola, madre de mi papá, que andaba precisamente buscándola. Pareció entristecerse al saber que seguía viva. No pude comprender, en el caso de mi tío Chiote, porque seguía como mojado. Sabía que se ahogó al intentar cruzar el río, pero mi abuela Vita, a quien recuerdo inválida por la polio, apareció con sus piernas sanas. Más aún, al jugar con nosotros hacía gala de una buena forma física.

También conocí a Viviano, el hermano de mi abuelo Ramón, que había llegado a visitarlo. Se quedaron toda una tarde bebiendo del mezcal que mis bisabuelos hacían y fumando del tabaco que sembraron al fondo del patio. El lugar era fértil y había extendido su longitud hacia territorios insospechados. “La muerte debió cansarse de nosotros”, argumentó mi abuelo, todavía incrédulo por aquellas tardes inauditas; “Pos vaya, qué bueno”, dijo mi tío Viviano.

Sólo mis hermanos y yo, y nuestros amigos, estábamos preocupados ¿a dónde iríamos a parar con la llegada de tanto y tanto antepasado? Quizá no nos habíamos acostumbrado a esta victoria del pasado y seguíamos obsesionados con el futuro. Para colmo, una tarde me llamó mi prima Eréndira. Me dijo que allá en su casa también habían llegado mis abuelos, es decir, los mismos que estaban con nosotros. Eso nos hizo pensar que un par de abuelos habían llegado a la casa de cada uno de sus hijos. De la misma manera, los bisabuelos visitaron a cada uno de sus bisnietos. Y así, sucesivamente.

Una tarde, contradiciendo mis afectos y mis rutinas, fui a visitar a la abuela Bartola que vivía con mi tía Kita, la menor de las hermanas de mi papá. Mi abuela Bartola no había fallecido y, por lo tanto, creí que sería la única cuerda en todo ese asunto de antepasados aparecidos. Me recibió con extrañamiento, pero con educación. Una vez instalado en su sala hablamos de su salud; desmejorada, decía y cada vez más parecida a un suplicio. A pesar de que era su conversación habitual, esta vez sentí con empatía su sufrimiento. Estaría mejor muerta, pensé. No sabía yo cómo tocar el tema has-

Magdiel Torres Magaña.

Magdiel Torres Magaña (Tepalcatepec, Michoacán, 1982). En 2020 se convirtió en papá de Balam Camilo. Ganó el Premio Nacional de Cuento de la Universidad Autónoma de Campeche en 2025, el Premio Nacional de Cuento Juegos Florales de Lagos de Moreno en 2023, el Premio estatal de Cuento Xavier Vargas Pardo en 2015 y el de Poesía Carlos Eduardo Turón en 2011. Es autor de los libros Los días con el otro (Secum, 2011), ¿Tiene usted la Biblia en casa? (Secum, 2015), Una tumba para el Santa Elizabeth (IVEC, 2019), La rebelión de los Baldíos (FEQ, 2024) y Cuando todos se vayan a otros planetas (Letra Capital, 2025). Entre 2018 y 2019 fue becario del Programa de Estímulos a la Creación y Desarrollo Artístico de Michoacán en la categoría de Creadores con trayectoria. Se ha desempeñado como escritor, profesor y periodista cultural.

ta que apareció mi abuela Basilia, su madre, que fue a abrazarme, efusiva. Me tomó del rostro con ambas manos y me apretó la quijada, volteó a ver a mi abuela Bartola y le dijo, sorprendida: “Se parece a Ramón” ante la mueca de desprecio de la abuela Bartola. Después se fue con la encomienda de llamar a su esposo para que viniera a ver a aquel prodigio que estaba en la sala de su hija: yo, su bisnieto. Cuando se fue tuve oportunidad de preguntarle a la abuela Bartola sobre sus impresiones de lo que estaba pasando. No entendió. Le dije que todos los abuelos muertos habían regresado, pero sólo le inquietó saber que mi abuelo Ramón estaba en la casa. Me agradeció que le hubiera ido a avisar, para evitar visitarnos. De todas formas, pensé, nunca iba a visitarnos. Sin embargo, creyó que mi gesto había sido de solidaridad con ella y tuvo para mí un trato diferente que evidenció en el tono de su voz.

Aprovechando la complicidad mal entendida, volví a plantear el problema y aunque por fin pude hacerme comprender, ella creyó que yo fantaseaba. Se conmovió. Me miró de medio lado, de esa forma única que tienen las abuelas para verlo a uno, una mirada llena de vida, cargada también de la muerte venidera, y me dijo que no me preocupara. Me dijo que ya sabía que yo quería ser escritor, como si lo que le estuviera contando fuera novelería y me regaló un par de libros. Ni siquiera eran libros de literatura. Era un libro de oraciones y otro sobre el misterio de las apariciones de la virgen de Fátima, de la que era fiel devota. Al rato llegó la abuela Basilia con el abuelo Pedro. La abuela Basilia me señaló con el dedo desde el umbral

de la puerta que dividía la sala de la cocina y el abuelo Pedro, mucho menos efusivo, me echó una mirada inquisidora. “Se parece a Ramón”, dijo como para comprobar sus sospechas y se fue.

Al entender que no sacaría nada en claro con esa visita, me despedí de mis dos abuelas. A la salida, después de dejar atrás a mis ancestros, me encontré en la calle y lista para entrar a la casa, a mi tía Kita. Venía del mercado con algunos paquetes. Se le veía fastidiada, por eso me aventuré a decirle “Qué desastre”. “Ni me lo digas”, respondió, “Primero sube el precio del gas y ahora esto”, dijo. Al llegar a casa no le dije a nadie que había ido a visitar a la abuela Bartola. Yo mismo, leyendo los regalos que me había dado, me preguntaba si había servido de algo, más allá de la carga emocional de la que ahora no podía deshacerme.

Esa noche se filtró de unas de las habitaciones que le habían nacido a la casa, el inconfundible sonido de una fiesta. Algunos de mis abuelos fumaban y bebían mezcal. Mis hermanos parecían dormir tranquilamente, incluso cuando más tarde el sonido fue en aumento y pude escuchar un diálogo estridente acompañados de carcajadas. Me paré de la cama y me fui para el patio.

En el patio, sentada en una silla de bejuco, mi abuela Vita estaba cepillándose el cabello. “Ven acá mijo –me dijo—dame un fuerte abrazo porque quién sabe cuándo deje de soñar la Tierra y ya no volvamos a vernos”. La abracé como a la madre que siempre fue para mí, a pesar de la lejanía de la muerte. En sus brazos supe que yo también habría de volver algún día a mi verdadera casa.

Cuento

A propósito de la COP30, ¿existe la sustentabilidad?

Medio Ambiente

En unas semanas se llevará a cabo uno de los mayores eventos climáticos del mundo, la denominada “Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático” (COP30). El sitio es la ciudad de Belém, una maravillosa metrópoli enclavada en el norte de Brasil perteneciente al estado de Pará. Es considerada la puerta de entrada a la Amazonia, quizá el reservorio ecológico más importante del planeta.

El evento reunirá a más de 190 países —en el cual México tendrá una participación relevante—. Los temas generales que se abordarán son: los principios de la sustentabilidad, justicia social, cooperación, atender tratados internacionales, protección de los ecosistemas, mitigación del cambio climático, entre otros.

En cuanto al anfitrión, Belém se convirtió un rico campo de diálogo y reflexión desde distintas instituciones y esferas de la sociedad en torno a la modernidad, la cultura y la protección ambiental. A lo largo del año, este evento ha permeado en todos los estratos de la población. No obstante, para ciertos sectores representó una efímera oportunidad de crecimiento económico, otros cuestionaron su elección como sede, considerándola inapropiada —algo que, desde mi punto de vista, resulta absurdo—. El gobierno brasileño invirtió en modernización urbana e infraestructura.

Por otro lado, grupos ambientalistas criticaron las potenciales emisiones de aviones que llegarán a Belém, aunado a que la apertura de carreteras y pistas áreas deforestaron decenas de hectáreas de la selva amazónica, algo contradictorio en un evento ambiental. A su vez, líderes indígenas indican que la conferencia no atiende las causas reales de los desequilibrios ambientales.

Por ello, surge el cuestionamiento, ¿realmente hay interés en la sostenibilidad? Este concepto apareció como un paradigma dogmático que pretende regular nuestra forma de producir y relacionarnos con nuestro entorno. Ante ello, quiero hacer una reflexión basada en la obra de Enrique Leff llamada Racionalidad Ambiental (2004). ¿Es posible el crecimiento económico y la protección de la naturaleza? La realidad es que la acumulación de capital ha generado una “gran aceleración”, extinción masiva de especies, alteración de los ciclos biogeoquímicos, marginalización, agotamiento de recursos, alteración del clima, entre otros impactos negativos.

Pero, ¿es un problema técnico o científico? Tal vez no. Hay algo que escapa de una mera solución tecnológica, la conciencia. El hiperconsumo ha propiciado una desvinculación del mundo real; existe una imperante manipulación constante del deseo producto de la mercadotecnia y una imperiosa necesidad de producción que confronta los límites de la naturaleza Por tanto, el discurso sobre la sustentabilidad resulta ser una cortina de humo ante la crisis global. La sustentabilidad se convierte en un maquillaje de la economía para el control de los medios de producción y para legitimar a la apropiación degradante de la naturaleza. La disociación atenúa que no haya una apropiación del entorno, no cuidamos aquello que parece alejado de nuestra cosmovisión. Leff, aboga por una racionalidad ambiental que consiste en recuperar el orden simbólico del mundo y darle el verdadero valor a lo natural.

Nuestras acciones están llevando a una muerte entrópica del planeta, es decir, el fin de la energía para producir. Gastamos energía por más de 4,600 millones de años —aproximadamente la edad de la Tierra—. Durante este tiempo, día tras día, la Tierra

recibe una considerable entrada de calor; una parte se regresa al espacio y otra permite las diferentes variedades climáticas, la diversidad biológica y los ecosistemas. El potencial energético es tal que ni con todo el gasto anual de energía de la humanidad en un año nos acercamos a la energía calorífica que recibe en un solo día en la tierra.

Bien, de acuerdo con el informe del IPCC (International Panel of Climate Change) en 2019 las concentraciones de bióxido de carbono superan a las estimadas en dos millones de años; estamos sobrepasando de 1 °C de aumento promedio de temperatura global; el nivel del mar es el más alto desde 1900; y tan solo de 1960 a la fecha, se ha extinto un 35% de especies conocidas… y los datos catastróficos continuarían. Examinemos, ¿el modelo de sustentabilidad es realmente viable? ¿Por qué se adoptó con éxito? ¿Realmente responde a crear una conciencia ambiental?

No pretendo enfundar miedo ante un cataclismo global; en cambio, considero necesario replantearnos nuestra manera de convivir con el entorno. La sustentabilidad debe incorporar soluciones a la desigualdad social, la corrupción en la administración pública, la obsolescencia programada, la marginalización centro-periferia, el desabasto de agua, la migración forzada, la extinción masiva de especies, el tráfico de sustancias ilícitas, los impactos negativos de la tecnología y el cambio de uso de suelo. Finalmente, ¿qué entendemos por crecimiento? En su caso, ¿puede haber crecimiento con límites ambientales? Probablemente, el modelo actual está obviando las condiciones lógicas de nuestro planeta y su finitud en muchos sentidos.

* Estudiante del DEN UAEH, UAZ .

Pedro Gómez. Santuario de aves restadas

Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.