La Gualdra 681

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José Esteban Martínez nació en 1951, fue un artista zacatecano -fresnillense, para mayores señas- nacido en Cuernavaca por azares del destino y que hizo de esta tierra colorada su hogar desde que tenía 8 años de vida. Pintar para él fue tan vital como respirar; y su lenguaje estuvo permeado de elementos lúdicos y de un profundo sentido crítico: nada en su obra es fortuito. Falleció el 19 de agosto en la tierra del Santo Niño, lugar en el que permaneció hasta el final de sus días. Siempre lo recordaremos en La Gualdra.

José Esteban Martínez (1951-2025). Ciudad de perros. Óleo sobre tela. 2021.

La Gualdra No.

La labor de José Esteban Martínez (1951-2025) estuvo relacionada siempre con el trabajo constante alrededor de las artes; sus estudios en artes visuales realizados en la UNAM fueron un detonador para explorar las múltiples posibilidades que, relacionadas con la imagen, se encuentran a cada paso en sus procesos creativos. Como diseñador profesional fue autor de diversos trabajos en el área editorial sobre todo enfocados a publicaciones para niños, de ello da cuenta su trabajo plasmado en la Enciclopedia Infantil Colibrí que tenía como objetivo primordial la promoción de la lectura.

Directorio

Además de su labor como artista plástico, José Esteban incursionó en la producción de programas de televisión y en proyectos de divulgación científica y de cine; continuó haciendo lo que más le gustaba hasta el final de sus días. Falleció el 19 de agosto en la ciudad de Fresnillo, Zacatecas, y quienes colaboramos en La Gualdra expresamos nuestras más sentidas condolencias a su familia y amigos.

Jánea Estrada Lazarín lagualdra@hotmail.com

Carmen Lira Saade Dir. General

Raymundo Cárdenas Vargas Dir. La Jornada de Zacatecas direccion.zac@infodem.com.mx

La irrupción de vibraciones lumínicas… frente a un silencio abrumador Por Álvaro López Limón 3 8 6 4 5 7

Jánea Estrada Lazarín Dir. La Gualdra lagualdra@hotmail.com

Sandra Andrade Diseño Editorial

Juan Carlos Villegas Ilustraciones jvampiro71@hotmail.com

Otras claridades, de Nadia Contreras: sismo y depresión Por Armando Salgado
Familiar extrañeza: Miroirs n°3, de Christian Petzold* Por Sergi Ramos
El cansancio adelantado Por Juan Carlos Macías Berumen
Umbral, de Roberto Abad Por Valeria Esparza
Los libros de Gamoneda que nos esperan Por Mario Alberto Medrano
Weapons, de Zach Cregger Por Adolfo Nuñez J.

Los libros de Gamoneda que nos esperan

Antonio Gamoneda tiene 94 años. Es uno de los poetas españoles más representativos no de una generación, sino de una estética, la de la poesía que nombra, la de la poesía hermética, la de la poesía que le permite al poeta sólo conocer lo que sus propias palabras le permiten entender.

A Gamoneda lo he leído con mucha calma, sin prisa. Vuelvo a él sólo si es necesario, si hay una necesidad de adentrarme en el terreno de la sombra, de una tristeza y una sabiduría, la del hombre que rumia sus soledades. Pareciera que cada libro último, incluso cada poema, es un testamento, el último de sus testimonios:

Siento el crepúsculo en mis manos. Llega a través del laurel enfermo. Yo no quiero pensar ni ser amado ni ser feliz ni recordar.

Sólo quiero sentir esta luz en mis manos y desconocer todos los rostros y que las canciones dejen de pesar en mi corazón

y que los pájaros pasen ante mis ojos y yo no advierta que se han ido.

una duda: o hay una fuerza, atraída por la edad y la paciencia del escritor, o sólo nos quedará como un testimonio extra de la vida de un poeta que ha legado un puñado de libros imprescindibles. El tiempo nos permitirá saberlo.

Libros

Cada nuevo volumen es una declaración de principios, como lo es su libro autobiográfico La pobreza, donde da cuenta de su paso por España, su infancia, la adolescencia. En declaraciones recientes, Gamoneda ha revelado que tiene dos libros preparados: Catálogo de olvidos, de memorias, y Cancionero de la indiferencia, de poesía. Del primero, advierto una de las obsesiones del poeta: el olvido. Palabra que aparece en su obra una y otra vez, “el olvido es mi patria vigilada”, escribía en Descripción de la mentira, su poema de largo aliento, con una gran carga de denuncia, de inconformidad social. Del título de poesía, se suma a una serie ya muy lograda, sobre todo algunos que me parece muy destacados: Sublevación inmóvil, Libro del frío y Blues castellano, además del ya citado arriba.

viene de unos versos de César Vallejo: ¡Cuídate de la víctima a pesar suyo,/ del verdugo a pesar suyo/ y del indiferente a pesar suyo!”.

Con la poesía de Gamoneda me sucede algo singular: siento que aún es posible reinventarse y perfeccionar el verso. La suya, una poesía que apela a la desaparición como forma de invención, me mantiene en un estado de calma, vuelvo a sus versos, muchos de ellos de una cálida nostalgia, y necesito reafirmar mi existencia con esa lectura. Ejemplo, son estos versos:

En entrevista hecha por medios españoles, Gamoneda anticipa: “Tengo una extensión de mis memorias con el título de Catálogo de olvidos. Y también poemas nuevos para un libro con el título de Cancionero de la indiferencia, que

Soy el que ya comienza a no existir y el que solloza todavía.

Qué cansancio ser dos inútilmente

Que regrese su obra, inédita, impone una felicidad (para sus lectores) y

“A lo largo de mi vida he aprendido bien lo que son las necesidades totales, las que no cabe evitar y es necesario satisfacer para seguir en pie. Por eso dudo que la poesía en mí sea necesidad. Le diré que es consuelo, me realiza y en la noche voy mejor a la cama si he escrito. Con la poesía cerca se vive y se convive mejor”, dijo en la entrevista.

Lector de San Juan de la Cruz y perteneciente a una generación que vivió en el plomo y la resistencia, Gamoneda es el más longevo de los poetas españoles en activo. Junto a él, hay un par de poetas de la península europea que han dejado una intención en lo que yo escribo: José Ángel Valente, Claudio Rodríguez y agregaré un libro muy específico: Ángel fieramente humano, de Blas de Otero.

En Antonio Gamoneda he buscado siempre un consuelo y la pregunta que derive en otra pregunta más oportuna. No sé si haya respuestas en la suya, pesimista, otras lóbrega, entre la lápida y el aire. Acaso el intento más destacado por celebrar una vida es su libro Cecilia, de una enorme belleza, casi hasta lo entrañable.

Otras claridades, de Nadia Contreras: sismo y depresión1

1Otras claridades de Nadia Contreras, es un libro de poemas que remite a las dos superficies que habitamos continuamente: el mundo subterráneo de las sombras, los precipicios personales, la contraluz, el dolor, la enfermedad, la caída y sus opuestos: el piso firme, la luz como materia de revelación, la claridad que rodea el alba, los momentos de júbilo, la estabilidad emocional. Umbral extenso donde la vida a veces sigue en su saco amniótico y, otras tantas, es expulsada al abismo donde no sucede, no hay latidos, no hay espacio para el jardín de la niñez, para crecer bajo el sol, sino en los campos oscuros del sobrepensamiento en tanto a lo que pudo ser. Este libro es un diálogo con múltiples capas donde diferentes personajes deambulan sobre su percepción de este umbral, dentro y fuera de lo roto, donde el día no termina, donde el recuerdo y la reconstrucción de las piezas no permite completar ningún acto de prestidigitación. Dice Nadia Contreras: “El límite: una sobredosis de anestesia”. El sobrepensamiento no tiene límites, el dolor expuesto en este acantilado personal, a la vez colectivo, tampoco.

Ambas diatribas complementan la cordura y su desnivel, la demencia y su éxtasis, de forma sistemática y poética, donde se mezclan registros de escritura. Nadia Contreras logra una polifonía de voces que interactúan en un espacio fracturado, dando paso a la escritura híbrida, al descenso personal donde lectores.as y la autora, construyen una sinfonía de claroscuros -rúbrica que mide la locura individual- como una hogaza de pan mojada en las emociones, como el verso que desentumece aquella idea no dicha, como quien arroja un primer avistamiento de una semilla que dará a luz un sitio fértil e íntegro, frente a los rayos del sol. Ambas caras, como parte de un mismo desfiladero son las preocupaciones de Nadia Contreras en este libro de poemas.

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La distimia, mejor conocida como la depresión social, reúne ambas caras de la luz. Se necesita socialmente es-

tar bien, mantener buenas relaciones, buenas compañías, aunque por dentro quienes padecen esta condición de salud mental sostienen que todo se desploma. Son casos de silencio, situaciones que pasan desapercibidas, una superficie invisible que comparte la fragilidad del ocaso. Lo dice Nadia Contreras al inicio del primer apartado: “Podría permanecer en este laberinto de estrías, recovecos, espirales, túneles, celosías. ¿Qué delgados son los extremos? La locura, lo que inicia, es así” […] ¿Qué detonantes hay para escribir un libro con estas cavidades? Vivimos en una sociedad aciaga donde prevalecen dos enfermedades: la depresión y la ansiedad, siendo los dos principales trastornos de salud mental; dice Laura Lucía Romero Mireles que: “Según cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS), alrededor de 280 millones de personas sufren depresión alrededor del planeta y en nuestro país, de acuerdo con el Institu-

to Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), aproximadamente 35 millones han experimentado algún episodio depresivo. En tanto, los trastornos de ansiedad afectaron a 301 millones de personas (2019) según el mismo organismo internacional”. Cifras récord, tópicos silenciosos dentro de la cultura de prevención de la salud en México, lo que representa un estado fallido, en cuanto a gestión de emociones, estrés, pérdidas y distintos problemas de esta vida agitada. Lo complementa Nadia Conteras: “En la nueva rutina, no somos responsables, nadie sabe lo que viene, lo que se asoma como si fuera un dado o una baraja. La mirada se corta, se separa, se mueve. Hay un espacio ahí, la domesticación del desequilibrio o la tragedia”. Diría Wislawa Szymborska, en su poema “Sobre la muerte, sin exagerar”: “La muerte / siempre llega con ese instante de retraso. // En vano golpea la aldaba / en la puerta invisible. / Lo ya vivido /

no se lo puede llevar”. Así la tragedia envuelve Otras claridades y trastoca los elementos esparcidos en nuestra vida, en este libro y en cualquier penumbra. Complementa Nadia Contreras: […] “darle prisa al cansancio, al invierno; / hablar incluso de una carne nueva / como una piedra hundiéndose / en el centro funesto de la cama”. Amanece en la portada de este ejemplar publicado por Buenos Aires Poetry y en dicha luz nace también el ocaso.

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Nadia Contreras expone una tabla de salvación entre los personajes que aparecen a lo largo del libro, siendo el poema su telón de fondo. Hay una directriz hacia el desfiladero colectivo donde el boleto para dicho viaje es la lectura a cuatro manos, una pistola que apunta cuatro veces, un incendio voraz que consume la mente, el Síndrome de burnout donde no existe tregua entre descanso y enfermedad: ahí la mente está quemada y el cuerpo es solo ceniza. Otra claridad tiene en sí diversos actos de magia, esos resquicios para detener el pulso y levitar como último acto en el teatro de sombras que habita nuestra mente. Lo dice Nadia Contreras en estas líneas: […] “escribo el boceto de un nuevo truco. / Si me buscas tras la puerta o en el espejo minúsculo, / si insistes al pie del arcoíris, / o en la fronda del árbol aromático, / habré llegado a la penumbra de una nueva escena”. Porque en medio de este caos de contrastes, también hay espacio para la volver a comenzar.

Nadia Contreras nos ofrece un libro perturbador y sanador al mismo tiempo. Exige revisar la sintomatología clínica de la salud mental, expuesta en estos poemas y en nuestro reflejo. Antepone un diálogo resiliente en una atmósfera por momentos onírica, donde reúne referencias artísticas en este ir y venir por distintos tiempos, frente a la diáspora de la pérdida, la anti brújula de la inestabilidad y un margen para que diferentes inicios convivan en un mismo delirio, radiografía de un mapa poblado de ausencia, en busca de otra claridad, que nos complete.

1Otras claridades, Nadia Contreras, Buenos Aires Poetry, 2025, 59 páginas.

Hay relatos que nos envuelven y nos hacen querer encontrarlos en todo momento, en todo lugar; en Umbral descubrimos historias que nos poseen, que nos hacen desconocernos y cuestionarnos, incluso nuestra propia existencia. Roberto Abad escribe 13 relatos en este libro; desde un padre que se desvive por cuidar a su hija de un mal que la acecha, hasta una rutina familiar, un poco ilegal, que marca el comienzo a las peores pesadillas. Abre diferentes narrativas que llevan al lector a un viaje con voz suave, escenarios cotidianos, y sorpresas en cada historia, pero no de las sorpresas que se dan después de partir el pastel en un cumpleaños, sino de aquéllas que terminan en una cama de hospital o en una morgue. Cuando se abre este libro, se abre el hogar a lo desconocido, como dice el autor, a la última etapa de la evolución: mono –homosapiens– phantasma. Algo (o alguien) posee al lector, y lo envuelve hasta el fin. El libro no sólo se conforma de letras, lo acompañan símbolos e imágenes de probabilidad. Un oráculo que se abre al abrir la primera página. Entonces Umbral no nada más una recopilación, es el inicio de una probabilidad que se convierte en una realidad, la misma que se crea de tormentas y oscuridad.

Abad se dirige a las casas de sus personajes, a los peluches de los niños, a la planeación de los regalos de Navidad, al fuego perpetuo o a un tutorial en YouTube para aprender a jugar a la ouija. Esta voz camina y camina, pero

Umbral, de Roberto Abad

siempre alerta, porque se cuestiona si la noche es otra forma de luz, o si Antonio, Emilia, Fabiola, el hermano Santiago, o el tío Marcos aparecerán para llevarlo al inicio de todo: un juego de probabilidad, que incluye un integrante que no habita con nosotros, pero que vive de nosotros. Y ahí está el horror, sin aviso ni salida. El autor convierte las letras en una vivencia que forma parte de la vida, con tonos cotidianos y giros inquietantes. Retrata lo común como algo extraño, la superstición como un alimento del día a día. Maneja un tono que pareciera susurrarnos una historia que poco a poco se oscurece, y sin darnos cuenta, nos encontramos con la irrupción de lo extraño. Su voz no nace de las estructuras y las ideas tenebrosas que algún día un canon literario estableció, sino que lo hace desde los giros que nacen de lo común.

Umbral se compone de 13 secciones: una bienvenida, diez cuentos, una despedida y una teoría ante la comunicación de los fantasmas en el plano terrenal. El número 13 es considerado un “número del mal”: en la Última Cena en el cristianismo, Judas fue el decimotercer invitado; en el tarot, la carta 13 es la muerte; en una leyenda nórdica el dios Loki provocó la muerte de Baldur, que basta mencionar que Loki fue el decimotercer asistente en la cena. No es coincidencia que este número también se haga presente en la obra de Roberto, el símbolo de lo maldito o la conexión con el terror, alimenta el misterio en su lectura. Invita al lector a cuestionarse: ¿hasta dónde estaría dispuesto a llegar para proteger a un familiar… o incluso a mí mismo? Los personajes y sus relaciones se vuelven esenciales: lo cercano se convierte en amenaza, el lugar seguro se transforma en el núcleo del

mal. La empatía que se genera a raíz de la preocupación, o los lazos que se rompen para que nazca una pesadilla. La ambigüedad se vuelve protagonista en este libro, el lector se enfrenta a la función de los personajes, puede ser víctima, cómplice o el origen. Es esto lo que atrapa al lector para leer los cuentos y perderse en el tiempo, pero cuidado, quizá ya no regresas.

La palabra umbral no sólo funciona como título de esta obra, se convierte en uno de los tantos símbolos que encontramos, marca un límite entre las dualidades: lo real y lo irreal, la vida y la muerte, lo cotidiano y lo siniestro. Provoca miedo e incomoda, juega con una probabilidad que cuestiona, y encuentra lo terrorífico en lo familiar. Umbral inicia con la pregunta al oráculo la verdad se expande hacia un sinfín de posibilidades y, por tanto, nos deja saber que no es una sola realidad la que nos rige, sino varias a la vez, y termina con la despedida de este los múltiples umbrales cuentan con su propia naturaleza.

Cada cuento, cada sección, permite un final abierto para la interpretación del lector, deja un eco permanente que cruza un límite personal al leer estas historias, transforma la mirada sobre lo cotidiano. No es sólo un libro de entretenimiento, es una experiencia que deja al lector con la sensación de cruzar el umbral, uno del que quizá, siempre hemos pertenecido. Así que volvemos a cuestionar: ¿hasta dónde estarías dispuesto a llegar por protegerte a ti mismo?

Libros

Familiar extrañeza: Miroirs n°3, de Christian Petzold*

6 Por Sergi Ramos

Las películas del realizador alemán Christian Petzold comparten un punto en común en su relación con la realidad. Parten de un juego en el que las reglas de lo real son levemente modificadas, introduciendo o desplazando un elemento, lo que introduce un tono de extrañeza que flota a lo largo del metraje. Como el realizador explicó después de la proyección en la Quincena, cuando empieza la escritura del guion, siempre acude a una metáfora: “en este caso una balsa, al lado de un barco hundiéndose”.

Después del accidente

En Miroirs n° 3 (Espejos n°3, referencia a una pieza de Maurice Ravel), esta modificación no resulta tan importante como en algunas de sus anteriores películas, como Transit (2018), en la que la ocupación nazi estaba filmada en la Marsella actual. “Me parece que mis historias se vuelven más sencillas, más simples. No hablo de la historia de Alemania, sólo de una casa, un coche… La estructura es más simple, pero permite un desa-

Igual que todos los otros viernes, de regreso a casa, subió al camión nocturno saboreando ya el descanso que prometían sábado y domingo. En la pantalla del autobús se reproducía la adaptación que Edgar Wright hizo de Orgullo y Prejuicio. Por supuesto que la había visto antes, pero en ese momento no la estaba esperando. Afuera, las luces de la carretera destellaban intermitentes, recordándole que su vida avanzaba con igual monotonía, adentro el murmullo del motor acompañaba los diálogos, y él, rendido, se dejó llevar por la historia que ya le era conocida. Durante las escenas de la visita de Elizabeth a Pemberley pensó en las célebres diez mil libras que recibía el Sr. Darcy cada año y no pudo evitar pensar lo que para él significarían. Claro es que al día de hoy valdrían mucho menos, pero aun así, se puso a pensar en cómo cambiaría su vida con la certeza de un ingreso que no se escurriera entre pasajes, cuentas y cansancio. Soñó que con ese dinero podría leer versos hasta el amanecer, manchar un lienzo con colores, o esperar en un café a alguien que quizás no llegaría, las posibilidades parecían infinitas. Fue en esa breve ensoñación que comprendió que toda su vida se

rrollo complejo. Las grandes novelas tienen una trama sencilla, pero son complejas”.

Laura, la joven protagonista presa de una inexplicada crisis existencial, tiene un accidente de coche en el que muere su novio. Es recogida por Betty, una mujer madura, que la acoge en su casa. A pesar de la gravedad de lo que le acaba de suceder, Laura parece olvidar rápidamente el trauma y hacerse un hueco naturalmente en su nueva familia.

“Nunca sabemos los apellidos de los personajes. Cuando uno se enamora

nunca pregunta por los apellidos ni el empleo. Toda la película es sobre estos nombres y como se reúnen estos nombres. Laura ha nacido con este accidente, sus sentidos se despiertan, todo vuelve a ser una primera vez para ella. Su primer paseo en bicicleta, su primera tarta de ciruelas… Después de un tsunami, mucha gente muere, pero los sobrevivientes dicen que han renacido”, explicó Petzold.

Secretos de familia

Pero la relación entre Laura y la fami-

El cansancio adelantado

lia de Betty esconde un secreto, que abre un misterio y produce una tenue extrañeza, aunque la película de las suficientes pistas desde el principio para que el espectador intuya lo que está ocurriendo.

Como en la anterior Phoenix (2014), Miroirs n°3 gira en torno al cambio de identidad. Mudar de piel para deslizarse en la de otro, como una salvadora experiencia de abandono de sí mismo. Una oportunidad de reparar sus heridas, como los autos que el marido y el hijo de Betty arreglan en su taller. El realizador trata el tema con ternura, adoptando un tono de comedia ligera. Petzold comentó que había tenido que cambiar el final, para proponer una visión más adecuada de la familia: “Tiene algo que ver con la realidad, con Ucrania, con Trump. Era inmoral. Hace 2000 años que tenemos esta imagen de la familia alrededor de una mesa y hace 2000 años que todo va mal”. El resultado es una película sencilla pero conmovedora.

* Presentada en la Quincena de los cineastas del Festival de Cannes 2025.

había reducido al simple hecho de mantenerse vivo, sin alcanzar nunca el lujo de averiguar quién era en verdad.

Al llegar a su destino, asomó por la ventana y ésta le devolvió el reflejo de un rostro que parecía ya cansado

de antemano, como si la experiencia llegara tarde a un cuerpo que nació rendido. Él llevaba consigo ese cansancio cada día, en los viajes de ida y de regreso, en las horas que se consumían para mantener apenas encendida la lámpara de

la existencia. Al bajar del camión, aceptó que quizá esas diez mil libras nunca llegarían y puede que además no le darían la tranquilidad con que soñaba ni alterarían su persona, pero la idea, ciertamente, lo había hechizado en cuerpo y alma.

Chatsworth, casa y puente. En Wikimedia commons
Fotograma de Miroirs nº3 de Christian Petzold

Weapons, de Zach Cregger

En años recientes, el cine de terror se ha encaminado hacia un estilo de características más autorales, enfocado en el drama íntimo de sus protagonistas por encima del efecto que puedan producir los jumpscares o sustos fáciles tan comunes en el género. El llamado por muchos “terror elevado”, utiliza el suspenso y lo macabro como una representación que conceptualiza en la condición humana, a menudo enfocada en experiencias traumáticas o inquietudes de índole psicológica.

Esta predominación de un cine de terror más alegórico en el panorama actual, alimenta la falsa noción de que dicho género no puede funcionar de manera efectiva como mero escapismo, ni mucho menos cohabitar con otros géneros y estilos como la comedia y el absurdo. Cineastas como Joe Dante, Sam Rami y hasta John Carpenter, han demostrado lo contrario, al proponer en varias de sus obras una clara relación entre el terror y la comedia, por su capacidad en común para generar reacciones tan inmediatas como calculadas en el espectador.

Realizadores mucho más contemporáneos como Jordan Peele y Zach Cregger, también han logrado que exista este diálogo de ambos géneros en sus respectivas obras. Respecto a este último, se trata de un director que tomó a muchos por sorpresa al debutar en el cine de género con Barbarian (2022); estupendo trabajo que, además de jugar de manera muy creativa con el suspenso y el absurdo, también brilla por su habilidad para subvertir las expectativas del espectador de manera continua. A su vez, el filme de Cregger se trata de una interesante

exploración sobre un nuevo tipo de temor, uno que se percibe más en sintonía con el presente: el miedo a la otredad y a los espacios ajenos; sitios apacibles y cotidianos en el exterior, pero capaces de albergar los

secretos más oscuros y monstruosos en su interior.

Todos estos elementos, en mayor grado de ambición, se encuentran presentes en Weapons (2025), la más reciente cinta del realizador. La pe-

lícula toma lugar en los suburbios de Maybrook, Pennsylvania y sigue el misterio alrededor de la desaparición de 17 niños, todos compañeros en el mismo salón de clase. La policía y el FBI investigan todas las pistas a su alcance, los padres revisan una y otra vez las imágenes tomadas por sus cámaras de seguridad, pero de lo que no hay duda es que todos los pequeños salieron de sus casas a las 2:17 AM y se fueron por voluntad propia.

Con una estructura coral que presenta a múltiples personajes y tramas entrelazadas, similar a filmes como Pulp Fiction (1994) o Magnolia (1999), que a su vez remite a algunas novelas de Stephen King como Salem’s Lot (1976) e It (1986), Cregger narra su relato desde diferentes puntos de vista, con situaciones que por momentos se repiten o se cruzan entre sí, al mismo tiempo que van enriqueciendo la narración, respondiendo las diferentes interrogantes que se plantean y creando nuevas en el camino.

En dicho trayecto, la cinta cuenta por momentos con imágenes perturbadoras, incómodas y desconcertantes, pero también abraza el exceso, el delirio y el desenfado, logrando sentirse distintiva y con la suficiente personalidad e intriga para atrapar al espectador y mantenerlo interesado durante sus poco más de dos horas de duración. En su peculiar propuesta, Weapons abre la puerta e invita a cruzar el umbral para sumergirse en un universo tétrico y perverso, pero al mismo tiempo lleno de un sentido del humor negro y completamente desinhibido. Todo parte del sello distintivo de Zach Cregger, quien como guionista y director comienza a consolidarse como una de las voces más interesantes y propositivas en el terreno del fantástico y el terror.

Fotograma de Weapons, de Zach Cregger.

La irrupción de vibraciones lumínicas… frente a un silencio abrumador

6 Por Álvaro López Limón

Es sorprendente la importancia que tiene la música en la pintura de Zóbel; su obra muestra la influencia del sonido en la materia, crea patrones, estructuras geométricas, contornos difuminados, diáfanos y, una paleta rica en recursos formales de exquisito ingenio, de vibraciones acústicas entre tonos que nos permiten ver el sonido. Zóbel implanta con su obra, Jardín seco, tres posibles escenarios que coexisten en una aparente contradicción. En primer lugar, el título de la obra se refiere a algo que aparentemente no es. No es un jardín seco lo que estos trazos parecen evocar, sino una mariposa aleteando. Además, aunque de colores otoñales, la pintura sugiere un signo visual, una realidad alejada de la sequedad y aridez que evoca el nombre asignado.

En segundo lugar, el cuadro es atravesado por una línea vertical que se origina de una mancha negra que insinúa una nota musical, la línea divide el cuadro en dos mitades verticales –casi simétricas

e independientes– con luminosidad propia y movimiento diferente. Vemos que la zona de la izquierda queda mucho más iluminada y estática; una luz blanquecina impregna esa mitad izquierda del lienzo, mientras que la de la derecha queda manchada de gris amarillento, con trazos negros semiondulados de contornos difuminados. La tonalidad grisácea se apodera del cuarto superior izquierdo. Si concentramos nuestra mirada en zonas pequeñas del cuadro, podremos comprobar el salto lumínico y tonal que se verifica a uno y otro lado de la citada línea vertical, como si de un corte o una grieta en el lienzo se tratase, casi se deja ver una luz que se esconde detrás de la tela, que alumbra de derecha a izquierda. Aquí, Zóbel busca captar el instante, esculpir las oscilaciones lumínicas protagonistas en Jardín seco, se apropia de la luz y de esa vívida sensación de movimiento.

En tercer lugar, pensamos con Josep Maria Guix, que la pintura es un lenguaje visual, lo primero es

dar una oportunidad a la observación, contemplar la realidad, no deslizarse sobre la superficie, sino esperar en actitud paciente y abierta a que se nos revele su espíritu sonoro; así encontramos en la obra de Zóbel que la concentración cromática del cuadro, no es sólo el resultado de advertir la similitud de colores con los pigmentos de las alas de la mariposa monarca, es también la irrefrenable sensación de movimiento que desprende todo el conjunto, y que al ser ilustrada con tanta nitidez, nos deja sin palabras.

En fin, en medio del pacífico vacío del cuadro, emerge un gesto pictórico que desvela el desorden y el azar de la naturaleza. El apreciable silencio que suscita ese gran vacío se ve alterado por un breve aleteo, sutil pero perceptible, que no desentona ni distrae. La serenidad no se ve perturbada por irrupciones lumínicas, pues al contrario, la gracia de esa vibración relaja lo que de otra forma sería un silencio abrumador.

Fernando Zóbel. El jardín seco. 1969.

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La Gualdra 681 by La Jornada Zacatecas - Issuu