La Gualdra 674

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Sumergirse en la poesía lopezvelardeana también se siente así, como llamado, como si sus textos estuvieran aguardando por nosotros, será porque, “sus recuerdos son nuestros recuerdos y el cielo cruel es el cielo que nos cubre en las mañanas de provincia. Los aromas de la tierra mojada, del pan recién horneado, del rompope, del azahar de las bodas, de la iglesia y del crisantemo se respiran en el preciso instante en que surge su palabra. Así es y será siempre la literatura lopezvelardeana: secreta, clara”, dice Sofía Ramírez, Premio Iberoamericano Ramón López Velarde 2025. [Texto de Zoar Román]

Sofía Ramírez, Premio Iberoamericano Ramón López Velarde 2025. Foto de Joaquín Trujillo.

La Gualdra No.

Vengan a ver la farsa, el decorado roto, la peluca mal puesta, palabras de cartón y pantomima. Son malos siglos para la justicia. No existe majestad en la casa del rey. Luis García Montero

Inicio con este fragmento del poema de Luis García Montero porque vino a mi memoria a partir del título Una farsa es la mañana, nombre de la próxima exposición de Óscar Édgar López, escritor, promotor cultural y artista plástico zacatecano. Óscar es Licenciado en Letras y Maestro en Investigaciones Humanísticas y Educativas, por la Universidad Autónoma de Zacatecas, y es, desde hace muchos años, un promotor cultural nato que, a partir de su generosa creatividad empezó a imaginar un mundo en el que el arte tocara todas las aristas de su vida.

Lo primero que conocí de él fueron sus textos, los que hace más de una década tuvo a bien mandarme para que fueran publicados en La Gualdra. Y así fue. Luego, conocí su producción plástica y lo primero que me generó fue una cálida sorpresa, porque vi cómo su trabajo literario podía adivinarse también ahí, en sus imágenes. Plástica y literatura convergen en lo que hace; múltiples influencias artísticas pueden intuirse no sólo en lo que escribe sino en lo que pinta, dibuja y graba porque Óscar Édgar tiene la facultad de hacer que ambos lenguajes confluyan de manera natural.

“Porque el terror del día es durar lo que dura una flama: una farsa es la mañana; expresión de pesimismo álgido, no podríamos sentirnos de otra manera en un mundo siempre concentrado en la aniquilación. Sí, vivir puede ser dulce y aún están las uvas, las mañanas frescas, las complicidades de la alcoba, pero el ser humano es incontrolable en su afán autodestructivo o quizá sea únicamente su camino, habremos de suprimirnos para promover el surgimiento de eso otro que aún no entendemos”, dice el artista a propósito del nombre de su exposición, y cuando leo esto no puedo evitar recordar a los pintores expresionistas del siglo pasado, como Kirchner, Munch y Emile Nolde particularmente.

Óscar Édgar encuentra en la literatura y las

artes plásticas la manera de plasmar una realidad distorsionada, suya y a la vez nuestra; ésa que alude a temas del día a día, pero descarnados, por momentos sórdidos y llenos de color y emoción. Ella ama lo puerco que soy, Solo y sin bolsillos para meter las manos antes de llorar, Cuando los locos ya no se crean Napoleón, Seis palabras para un mundo deshabitado son algunos de los títulos de libros de su autoría que recuerdo ahora mientras veo las imágenes de la obra que presentará el sábado 28 de junio, a las 19:00 horas, en la Galería Vetagrande, ubicada en la calle Ameca de Vetagrande, Zacatecas. Menciono los títulos anteriores de sus libros porque la obra que forma parte de la exposición Una farsa es la mañana estará a la venta y lo que se recaude será destinado al financiamiento de su próxima novela Un oso amoroso es un ser monstruoso, editada por la editorial independiente Stultifera Navis del estado de Morelos (que también editó el año 2022 su libro Flor de sangre sembrada por el amor). La novela aparecerá este año, nos dice su autor que ya se están maquilando los primeros ejemplares, así que habrá que estar pendientes de su presentación.

Por lo pronto, yo los invito a que el próximo sábado 28 asistan a la inauguración de esta exposición en la que mostrará su trabajo producido durante el primer semestre del año y cuyas piezas nos motivan a explorar un mundo donde los símbolos, las formas y los colores dialogan con las historias, los mitos y las emociones; y nos invitan, además, a reflexionar sobre temas como la vida, la transformación, la identidad y el paso inexorable del tiempo.

Estoy segura que recorrer esta exposición con la sensibilidad abierta a los símbolos, las historias y las emociones que este artista zacatecano ha plasmado en su obra será una gran experiencia porque podremos constatar cómo el arte se convierte en un espejo que refleja las complejidades, los mitos, misticismos y verdades que nos unen como seres humanos. Ahí nos vemos.

Que disfrute su lectura.

Jánea Estrada Lazarín lagualdra@hotmail.com

Lira Saade Dir. General Raymundo Cárdenas Vargas Dir. La Jornada de Zacatecas direccion.zac@infodem.com.mx

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Jánea Estrada Lazarín Dir. La Gualdra lagualdra@hotmail.com

Sandra Andrade Diseño Editorial

Juan Carlos Villegas Ilustraciones jvampiro71@hotmail.com

Premio Iberoamericano
Ramón López Velarde 2025 a Sofía Ramírez Por Zoar Román
La poesía, sílaba a sílaba Por Mario Alberto Medrano
Acerca de Los inocentes, de Hiram Ruvalcaba Por Carlos Martín Briceño
Territorio de sombras… Por Álvaro Luis López Limón
The phoenician scheme, de Wes Anderson Por Adolfo Nuñez J.
Desayuno en Tiffany’s, mon ku Indigesta sátira: Eddington, de Ari Aster Por Sergi Ramos

Premio Iberoamericano

Ramón López Velarde 2025 a Sofía Ramírez

Porque mis cinco sentidos vehementes penetraron los cinco Continentes, bien puedo, Amor final, poner la mano sobre tu corazón guadalupano...

López Velarde

Detective de las palabras es la poeta, detective de documentos, pistas y fechas la investigadora. Conocer la búsqueda de la palabra perfecta para el poema y saber también del regocijo del archivo perdido y encontrado en la biblioteca es una afortunada coincidencia.

Recolector de palabras, Ramón López Velarde buscaba con el vocablo preciso descubrir y descubrirse. Su empresa era mágica, en palabras de Octavio Paz: quería obligar a las cosas, por medio de la metáfora, a volver sobre sí mismas para que sean lo que realmente son.1

Este encanto se extendió a todo lo que tocó con su poesía: muchachas, personajes, plazas, iglesias, calles, pianos, caballos, insectos.2 Un sortilegio que nos obsequia una nueva mirada del mundo, pero también, uno que revela su esencia y, con ello, la esencia de todos nosotros.

Sofía Ramírez es consciente de ello, de lo enigmático de López Velarde y del trabajo detectivesco de encontrar maneras de nombrar la realidad y develarla y recrearla mediante la poesía.

“Quien nos revela la magia del mundo es el propio López Velarde porque todo en él cobra otro sentido al ser bautizado con su lenguaje: sus palabras nos descubren lo que a simple vista no habíamos apreciado y nombran aquello que creíamos desconocido”,3 dice la propia Sofía.

Intelectual meticulosa, sabia como su nombre, entusiasta y apasionada, se vuelve rastreadora de los pasos de Velarde. Consciente de que tenemos acceso a cierta parte de la vida de Velarde y también de que hay rincones ocultos, íntimos, que siempre nos permanecerán en misterio.

Ella sabe, por ejemplo, que Ramón López Velarde era aficionado a la magia y al esoterismo; conoce de memoria la leyenda de que una gitana predijo la muerte del poeta, una muerte por asfixia para ser más precisa; por supuesto que ha pensado en la fecha de superstición del poema “Día 13” y en todas las lecturas que puede tener el número 33. Sofía es la quinta lopezvelardeana en ganar este reconocimiento. La mujer número cinco. Cinco como las grafías que componen su nombre, cinco como los sentidos, cinco como los continentes, cinco como los panes que multiplicó Jesús. Me parece que el poeta que afirmaba que nada podía entender ni sentir sino a través de la mujer y que aseveraba tener un corazón retrógrado, habría reparado en este número cinco que hoy nos reúne. Y,

1 Paz, Octavio, El camino de la pasión, 2001, p. 27.

que debo decir, fue elegido por unanimidad y con mucho entusiasmo por los seis miembros del jurado.

La razón es clara, y para ello tomo palabras de Marco Antonio Campos: “Si alguien ha conservado la memoria de López Velarde en Aguascalientes con datos fidedignos, es decir sin invenciones ni falsas leyendas de café, es Sofía Ramírez”.4

La profundidad de su investigación: la revisión de archivos, la búsqueda de fuentes directas es una muestra de su compromiso. Sus textos claros y amenos, son ejemplo de su talento. Dolores Castro (la primera mujer en obtener esta presea) afirmó: “Escribir poesía no era un adorno, ni para los fines de semana, era responder a una vocación, a un llamado”. Sumergirse en la poesía lopezvelardeana también se siente así, como llamado, como si sus textos estuvieran aguardando por nosotros, será porque, “sus recuerdos son nuestros recuerdos y el cielo cruel es el cielo que nos cubre en las mañanas de provincia. Los aromas de la tierra mojada, del pan recién horneado, del rompope, del azahar de las bodas, de la iglesia y del crisantemo se respiran en el preciso instante en que surge su palabra. Así es y será siempre la literatura lopezvelardeana: secreta, clara”,5 dice Sofía.

Esa secrecía que necesita de agudos detectives y esa claridad que busca lectores sensibles que se

2 Campos, Marco Antonio, La grulla del refrán, Nota introductoria, 1999, p. 7.

3 Ramírez, Sofía, La edad vulnerable, p. 15.

Ramón López Velarde

identifiquen. El poeta obliga una lectura compleja y comprometida por su dificultad; pero también íntima, como con quien compartimos secretos. Y es que al leerlo se tiene la seguridad de que al revelársenos él nos descifra también a nosotros mismos. Un lector de Velarde nunca sale ileso.

En una tradición como la nuestra, tan acostumbrada a volver de bronce a cada persona célebre, alejándola para siempre de nosotros, colocándola en un espacio aparte, reservado para unos cuantos, llega un poeta que deja claro en cada verso que siente, sufre y goza, y que se conflictúa por sentir y gozar tan intensamente. Un escritor que trasciende por la conexión que logra establecer con sus lectores. Leer a Velarde es siempre una experiencia que deja marca y en muchas ocasiones el estigma nace de lo que desnudándose él, ha desnudado de nosotros. En cada lectura el poeta nos revela de nuevo al mundo, su mundo y el nuestro.

Tal vez sea así que consagramos a nuestros autores predilectos, por su capacidad de nombrar eso que ya había en nosotros pero que no sabíamos decir hasta que llegan ellos y lo dicen a su manera, aunque por todos. La ganadora del Premio Iberoamericano Ramón López Velarde 2025, Sofía Ramírez dice sobre el poeta: “Encierra un todo que nos es propio, íntimamente propio”.6

4 Campos, Marco Antonio, La Jornada Semanal, https://semanal.jornada.com.mx/2022/09/11/ramon-lopez-velarde-en-la-201cciudad-maestra201d-2371.html

5 Ramírez, Sofía, Op. Cit., p. 101.

6 Idem, p. 106.

*Texto leído en Jerez, Zacatecas, durante la entrega del

Sofía Ramírez. Foto de Joaquín Trujillo.

La poesía, sílaba a sílaba

El primer recuerdo que tengo de Fernando Fernández es como profesor de Poesía o (como él solía decir) Poesía 0. En las viejas instalaciones de Sogem, en Héroes del 47, Fernando daba clases a su primer grupo. Fueron varias sesiones de conocer las cuestiones básicas que componen un poema, desde las técnicas hasta las líricas.

Él tiene una fascinación por desenredar los hilos que tejen un poema, suele ir a la médula, desde el sintagma, a la sílaba, el verso, la rima, la consonancia, asonancia, estructura, versificación, metáfora o recurso literario. Y en esencia, eso es lo que nos muestra en su más reciente libro, La poesía (Seminario de Cultura Mexicana, 2025).

Este pequeño libro, pues sólo consta de 58 años páginas, apenas supera la extensión de una plaquette, es una urdimbre calculada para ofrecer al lector un panorama breve, pero detallado, de cuestiones fundamentales de la métrica de un poema. Fernández comienza dando ejemplos de la anáfora y las posibilidades de la rima asonante, con algunos ejemplos simplemente ilustrativos.

Cuando el libro comienza a tomar vuelo es en el momento en que entra a escena una figura central de la poesía en español: el jovencísimo Garcilaso de la Vega (1501-1536). Uno de los primeros poetas en practicar el endecasílabo, en aquel entonces inexplorado verso italiano. Bien conocidos los tres primeros versos de la Égloga 1:

¡Oh más dura que mármol a mis quejas y al encendido fuego en que me quemo más helada que nieve, Galatea!

A Garcilaso de la Vega se unen poetas de la categoría de Juan Bosca, otro de ellos primero en ejercitar el endecasílabo, Francisco de Aldana, Lope de Vega, Adolfo Béquer, Sor Juana Inés de la Cruz y, en un lugar muy especial, Luis de Góngora.

El lenguaje con que Fernández escribe este libro se aleja mucho de la poesía, es decir, recae más en la profundidad y el análisis. No gasta el tiempo en poetizar el ensayo o ensayar la poesía narrativa, sino que atiende las necesidades del lector de poe-

sía, es decir, aclarar los elementos que componen un verso y un poema.

La poesía aporta en sencillez y claridad. Muchos son los libros que tratan sobre los elementos básicos de la poesía, pero pocos los hacen con la pedagogía con que lo hace Fernández. Sí, podría decirse, aunque lo advierte desde el inicio, este libro se queda “corto” en ambición, pues creo que el autor podría haber aportado mucho más al campo de estudio, como sí lo hace en sus libros de ensayo Ni sombra de disturbio y La majestad de lo mínimo, especialmente.

Otro de lo destacado de este breve volumen es la elección de los poemas que sirven como ejemplo ilustrativo. Uno muy frecuentado por él (y también por Octavio Paz) es “Mi prima Águeda”, de Ramón López Velarde, del cual explica la reiteración en la vocal “o”, a partir de la aparición de la palabra “nosotros”, para otorgarle al poema “un misterio de los insondable”:

Mi madrina invitaba a mi prima Águeda a que pasara el día con nosotros, y mi prima llegaba con un contradictorio prestigio de almidón y de temible luto ceremonioso. Águeda aparecía, resonante de almidón, y sus ojos verdes y sus mejillas rubicundas me protegían contra el pavoroso luto...

Yo era rapaz y conocía la o por lo redondo,

y Águeda que tejía mansa y perseverante en el sonoro corredor, me causaba calosfríos ignotos... (Creo que hasta la debo la costumbre heroicamente insana de hablar solo.)

A la hora de comer, en la penumbra quieta del refectorio, me iba embelesando un quebradizo sonar intermitente de vajilla y el timbre caricioso de la voz de mi prima.

Águeda era (luto, pupilas verdes y mejillas rubicundas) un cesto policromo de manzanas y uvas en el ébano de un armario añoso.

Sin duda, y lo repito, pareciera que le faltaron páginas al libro, sobre todo para ampliar el radio de acción de los ejemplos. Se queda corto. Pero no se limita a profundizar, lo que permite conocer algunos aspectos fundamentales de la versificación. Este libro es, a su manera, un manual de lecciones de poesía.

Otro elemento que podría criticar es su manera súbita de terminar, aunque lo hace con un poema de Eduardo Lizalde. Siento que da un hachazo al libro y nos deja con la sensación de estar incompleto. Una especie de frustración.

Este nuevo ensayo de Fernando Fernández cumple con su propósito: despertar el interés del lector por la poesía y por el ejercicio de la versificación.

Fernando Fernández en Zacatecas.
La poesía de Fernando Fernández.

Acerca de Los inocentes, de Hiram Ruvalcaba

6 Por Carlos Martín Briceño

Hace unos días volví a leer el cuento Un hombre bueno es difícil de encontrar, de Flannery O´Coonor, la escritora norteamericana que, de continuar con vida, estaría cumpliendo este año una centuria. El relato, acaso el más famoso de la escritora, transcurre en la década de los cuarenta del siglo pasado y trata de una familia de clase media que decide viajar en automóvil desde algún poblado del estado de Georgia hasta Florida. La abuela no desea ir, ha leído en el periódico que a Florida también se dirige también “El desequilibrado”, un peligroso asesino cuya fotografía circula en prensa porque acaba de escaparse de una cárcel en Georgia. En el camino, por culpa de la abuela, la familia sufre un accidente. Cuando logran reponerse de la volcadura, un auto se detiene a ayudarlos. Este vehículo es conducido, nada más y nada menos, que por “El desequilibrado” y otros dos sujetos igual de orates. Lo malo es que la abuela, en vez de quedarse callada al reconocer al prófugo, lo primero que hace es decirle que sabe de quién se trata. A partir de ese instante, la familia entiende que sólo les quedan unos minutos de vida. Estos inocentes no podrán escapar de ninguna manera a su destino. Y el lector comienza a sentir cómo sube de velocidad el golpeteo de su corazón antes de llegar a las últimas líneas. Cuento lo anterior porque cada vez que estaba por finalizar alguno de los ocho relatos que integran Los inocentes (Ediciones Era 2025) del jalisciense Hiram Ruvalcaba, me embargaba una sensación similar: ansiaba conocer el desenlace, pero una mezcla de angustia y conmiseración por los protagonistas me impedía continuar la lectura.

Pongo como ejemplo el caso de Finales felices, uno de mis favoritos. Se trata de la historia de Jorge, un hombre de mediana edad que en medio de la madrugada recibe la visita inesperada del hijo con el que no guarda una buena relación. Feminicidio, crimen pasional, celos enfermizos. Llámenle como ustedes gusten. El caso es que el muchacho acaba de matar a su novia. Sin saber qué hacer con el cadáver que trae en el automóvil, recurre al padre.

Los inocentes, de Hiram Ruvalcaba.

¿Qué destino les espera? ¿Podrán deshacerse del cuerpo? ¿Denunciará el padre al hijo? Ambos están metidos en un buen lío. Por si fuera poco, el suegro del feminicida es el distribuidor de droga más importante de Tlayolan, el pueblo ficticio de Jalisco donde suceden estas desgracias que cuenta Ruvalcaba.

En Cuchillos japoneses, otro ejemplo, la protagonista Mireya, harta de soportar las vejaciones del marido, decide envenenarlo. El problema es que la víctima, un hombrón con sobrepeso, resulta ser un hueso duro de roer. Porque luego de embutirse una opípara cena aderezada con harto veneno, duerme. ¿Duerme? ¿O finge dormir?, se pregunta la esposa. Entonces a Mireya se le ocurre pedir por teléfono ayuda a Jimena, una amiga casada con la que sostiene una relación lésbica. Lo malo es que, mientras las amigas se ponen de acuerdo en cómo van a deshacerse del cuerpo, el tipo “resucita”. ¿El resto de la historia? Ya se imaginarán: digno de una película de Quentin Tarantino. Violencia, soledad, desesperanza…, en los cuentos de Hiram Ruvalcaba no hay cabida para la felicidad. Los grises habitantes de Tlayolan, que puede ser cualquier villorrio del centro de México, parecen haber perdido el rumbo desde hace tiempo. No por nada Manuel, alias “El Manoplas”, el policía homofóbico que protagoniza Los últimos hombres, al momento de debatirse entre las ganas de violar o matar a la pareja gay que encuentra en un coche haciendo de las suyas, resulta tan patético. “Hijos de su puta madre”, gritó, “¡Son putos! ¡Con razón el pinche coche me olía a cagada!”.

En cuanto a la imposibilidad de la pareja, otro de los temas recurrentes de Hiram Ruvalcaba, allí están El truco del sombrero y Paseo nocturno, dos historias que no parecen tener similitud, pero en las que una vez más el autor coloca a sus protagonistas, Manuel y Justina, en situaciones límite. El primero en la fiesta infantil de su único hijo, donde no es bienvenido, pues su ex esposa preferiría excluirlo para siempre de su vida; la segunda en una carretera solitaria, con su amante, cuando acaban de atropellar a un niño que se atravesó en el camino. Sea cual sea la decisión que tomen, terminará por hundirlos.

Finalmente me referiré a los dos relatos que cierran este volumen: Los cachorros y Los inocentes. Es en ellos donde se despliega todo el estilo ruvalcabiano en su máximo esplendor. ¿Los protagonistas? Muchachos imberbes mal tratados por el sistema, adolescentes que surgen del lumpen y que sueñan con tener una mejor vida a costa de lo que sea; asalariados del narco, carne de cañón que alimenta sitios como Teuchitlán, el rancho donde se entrenaban a diario los soldados del narco.

Aunque no toda la literatura que narre hechos violentos se propone erigirse en un acto de rebeldía contra la injusticia, cuando uno cierra este libro, resulta inevitable pensar en la enorme cantidad de asesinatos y desapariciones que sufrimos a diario en nuestro país. A pesar de que nuestros gobernantes digan lo contrario, vivimos una espiral de violencia que no parece tener fin. Como los inocentes de estos relatos o la familia del cuento de Flannery O´Coonor, los mexicanos tampoco tenemos salida.

Hiram Ruvalcaba, foto de Ediciones Era.

Territorio de sombras…

Opinión

Habitamos o somos habitados por la hidra capitalista. Apuntamos a desvelar la incógnita de un sistema social que desde su origen instituyó la apropiación de todo, la devastación y explotación de la naturaleza, la destrucción de las formas de vida, incluida la vida humana. Cuantificando, etiquetando y clausurando el acceso a bosques y tierras comunes, en el pasado y en el presente, sigue esclavizando y asesinando a millones de seres humanos. Apropiándose de nuestros saberes y alienando nuestros cuerpos, ha convertido el trabajo en el instrumento que nos esclaviza, los afectos y las emociones –ahora instrumentos del consumo–, devinieron en trabajo impago. Lo natural se hizo artificial, el territorio se convirtió en fuerza productiva, en

capital; la tierra y nuestras vidas, en sitios de expropiación y la vida en un vertedero de desechos tóxicos. Habitamos en escenarios de renovada disputa e incesante mutación. Tres actos exhiben parte del desamparo. Primer acto, conflictos territoriales que no frenan: Azerbaiyán y Armenia por Nagorno-Karabaj, en la región etíope de Tigray, en Afganistán, Libia, Siria, Yemen, Ucrania, conflicto Árabe-Israelí, y ahora mismo, ante la reedición por el derecho a la autodeterminación, estamos frente al conflicto israelí-palestino. Segundo acto, hemos aprendido a registrar acontecimientos, cartografiar relaciones y experiencias, permanecer al acecho. Sabemos vivir con el pasaporte en la mano, y sin embargo, hemos olvidado la historia nómada de nuestros ante-

pasados que –como una estética de la memoria– nos recuerdan que no habitamos los territorios, los generamos con nuestra presencia. Habitamos un presente que se forja a partir de lo que no tiene sentido, de lo que saca al territorio de su lugar, no para reforzarlo, lo desterritorializa, tampoco para reafirmar el lugar de lo conocido, lo reterritorializa, sí, pero no como refuerzo de lo propio o creación de lo nuevo. Al huir, hemos experimentado el saber del abandono, el movimiento que provocan las energías que desestabilizan el mundo para desnaturalizarlo, para favorecer la desfamiliarización con las formas de ser y saber previamente implantadas. Tercer acto, en nuestro entorno las violencias cabalgan sobre las costillas de otras violencias y, aunque el temor y el odio afloran,

perecen inevitablemente en el olvido. El día de hoy, a pesar de que la gente sigue huyendo de sus hogares –para no ahogarse en su propia sangre–, se amontonan muertos y más muertos, muertes terribles, infortunadas, ruines e inauditas; hay algunos muertos que se nos muestran y otros que se nos ocultan; al parecer, no nos cansamos de tantos muertos. El mundo sigue cargando obsesivamente el hedor de sus cadáveres; en este mundo, como lo ratificaba uno de los héroes de la épica griega, Áyax Telamón: [en este mundo], no compartimos la vida sino las tumbas. Al habitar en un territorio de sombras, somos testigos del mundo, tomemos o no conciencia del compromiso que significa la vida, del olvido del ser o de una potencial apertura a los misterios del tiempo y la existencia.

© 2023 Mustafa Hassona/Anadolu a través de Getty Images, tomada de amnesty.org

The phoenician scheme, de Wes Anderson

En la actualidad, son pocos los realizadores con un estilo tan inconfundible como el de Wes Anderson. Basta con ver breves imágenes de su trabajo para reconocer de inmediato su sello particular, con elementos que incluyen una simetría calculada al grado de la obsesión, así como el uso de colores pastel en el diseño de sus espacios. Con cada nuevo trabajo, el cineasta ha ido puliendo cada vez más dichos elementos y apropiándose de este sello autoral, con resultados tan alabados por sus fieles seguidores como criticados por sus más severos detractores.

En su etapa más reciente, que conforma títulos como The french dispatch (2021), Asteroid City (2023) y The wonderful story of Henry Sugar (2024), el director ha hecho uso de todo tipo de recursos, desde la meta-narrativa, la mezcla entre diversos formatos como la animación, el cine tradicional y el teatro, pasando por los diferentes niveles de la puesta en abismo. Éstos van relacionados con todo lo que hay detrás de la creación de una historia, en cómo dicho proceso es más importante que el resultado que otorgue y cómo esos mismos relatos son los que le dan sentido y forma al mundo que habitamos. De tal forma, los

protagonistas de estas historias son personajes atormentados, tanto por un vacío existencial ante la falta de certezas, como por una crisis de espíritu, reflejo del contexto en el que se desenvuelven.

En The phoenician scheme (2025), su más reciente trabajo, el realizador desarrolla dichas inquietudes dentro de un relato de intriga, desengaños y mucha comedia de enredos. La cinta toma acción durante la década de los 50 y sigue la historia de Zsa-zsa Korda (Benicio del Toro), magnate industrial y uno de los hombres más ricos de Europa, que ha amasado su fortuna a base de negocios ilícitos, estafas, chantajes a funcionarios y toda clase de actos repudiables. Su influencia es tan grande que empresarios de distintos países se han unido en su contra, utilizando todos los medios a su alcance para detenerlo. De tal manera, Korda ha sobrevivido a un sinfín de atentados contra su vida, entre ellos media docena de explosiones dentro de su avión privado. Con la muerte como una probabilidad cada vez más cercana, el oligarca toma la decisión de desheredar a sus hijos varones, a los que jamás les ha mostrado interés o cariño, y termina nombrando como su única heredera

a Liesl (Mia Threapleton), su hija de 20 años con la que también mantiene una relación distante. Ella, por su parte, ha decidido tomar los hábitos para volverse monja. Entre ambos se irá desarrollando un incipiente vínculo, que toma lugar en diferentes partes del mundo, mientras Korda trata de completar la financiación del proyecto más ambicioso de su vida, llamado “Esquema de Infraestructura Fenicia por Tierra y Mar de Korda”. A este viaje los acompaña Bjorn (Michael Cera) el tutor de Liesl, de origen sueco y con una peculiar fascinación por los insectos.

Anderson utiliza esta premisa para dar vuelo a sus múltiples recursos visuales y narrativos. Por otra parte, el arco de redención de Korda termina remitiendo a otros protagonis-

tas de su filmografía, tales como los de The royal Tenenbaums (2001) y The life aquatic with Steve Zissou (2004). Al igual que ellos, Korda también es un padre ausente que busca eximir su culpa, no con promesas sin cumplir ni intenciones vacías, sino con acciones concretas que tengan un efecto en el mundo terrenal. De tal forma, The phoenician scheme es una invitación hacia un terreno familiar y reconocible. Como volver a leer una novela muy querida, siempre es un placer encontrarse con una película de Wes Anderson, dueño absoluto de una estética y una forma de pensar, sentir y hacer del cine algo estrictamente personal, un artista en plena forma, con el control de todos y cada uno de sus elementos; algo cada vez más atípico en el cine actual.

6 Por Adolfo Nuñez J.
The phoenician scheme de Wes Anderson.

Desayuno en Tiffany’s, mon ku Indigesta sátira: Eddington, de Ari Aster

Festival de Cannes

Es curiosa la evolución de Ari Aster, autor de dos pilares del último cine de terror, Hereditary y Midsommar. Como manda la ley de género, el estadounidense se dedicaba a someter a sus personajes a suplicios inconmensurables, suscitando el regocijo de los fans.

Una irrefrenable carrera hacia lo artificial

Su siguiente filme, Beau tiene miedo, operaba un cambio de registro, para convertir a Joaquín Phoenix, protagonista de la cinta, en un pelele al que apaleaba sin cesar durante las tres horas de duración. No se trataba tanto de adoptar otra perspectiva del cine fantástico como de construir un mundo completamente alejado de la realidad. Un espacio moldeado a imagen de la mente del personaje, en el que la violencia sufrida se presentaba como el correlato de sus traumas sicológicos.

Observando el marco general, esto sucedía aproximadamente en el momento en que la productora A24, nuevo faro del cine indie estadounidense, conseguía el Oscar con la indigerible Todo en todas partes al mismo tiempo, uno de los cénits de un cine tan grandilocuente como vacuo, marca de fábrica de una parte de su catálogo. Una creación de mundos artificiales que sólo funcionan como juguetes cinematográficos.

Una relectura del Trumpismo pandémico Presentada en la competencia oficial del Festival de Cannes [Competencia por la Palma de oro], Eddington certifica un paso adelante en esta dirección. Para construir su sátira, inventa la pequeña ciudad de Eddington, un decorado tan imaginario como irreal, versión en miniatura de los Estados Unidos. Estamos en 2020, durante el inicio de la pandemia. Ted García (Pedro

Pascal), el corrupto alcalde de la ciudad, se vuelve a presentar a las elecciones. Su baza consiste en construir un centro de datos que creará puestos de trabajo, a cambio de arrasar con los recursos naturales de la región. Por otro lado, el sheriff Cross (Joaquín Phoenix), negacionista convencido, decide presentarse contra García, movido egoístamente por una antigua rencilla amorosa.

Esta trama sirve de base para que

Aster bombardee al espectador con una acumulación de los ingredientes que convirtieron el primer mandato Trump en un esperpento delirante y explosivo a la vez: la universalización del complotismo y el negacionismo gracias a las redes sociales, los enfrentamientos raciales, la autodefensa armada, las sectas, los escándalos de pedofilia, el wokismo y el antiwokismo…

Trazo grueso

La voluntad paródica de ponerlo todo en el mismo saco, sea cual sea su sesgo ideológico, conduce a elaborar curiosas deformaciones, presentando por ejemplo al movimiento Antifa como una poderosa organización ultra equipada. Y aunque la película aúlle su incorrección política, ridiculizando a los movimientos de defensa de los derechos y libertades en su vertiente anticolonial, resulta extraño que no aparezcan por ningún lado otros movimientos surgidos en ese momento, como el MeToo… Es bien sabido que la sátira no suele ser un género dado a sutilezas, pero Aster se dedica a ametrallar sin ton ni son a su espectador, repitiendo algunas bromas hasta la saciedad, llevando la caricatura hasta su extremo. La interminable parte final de la película se convierte en una insoportable escabechina, inspirada por la estética del videojuego, en la que el realizador vuelve a dar rienda suelta a su afición favorita: aporrear a su personaje protagonista.

Fotograma de Eddington, de Ari Aster. Cortesía del Festival de Cannes 2025.
Eddington, de Ari Aster.

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