Novena a San Ignacio de Loyola

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NOVENA A San Ignacio de Loyola

Autor: Padre Diego Alberto Uribe C.

Texto autorizado por el Padre Carlos Eduardo Correa, SJ Provincial de la compañía de Jesús (2014 - 2020)

+ Por la señal de Santa Cruz +… Jesús mi Señor y Redentor, yo me arrepiento…

Oración para todos los días

Señor, Dios nuestro, autor de todo bien, fuente de paz y de todo consuelo, que fortaleciste a tu Iglesia con un valioso auxilio por medio de San Ignacio de Loyola servidor fiel de Jesucristo y encendido en ardiente amor a la Iglesia, llenos de confianza acudimos a ti por su intercesión para que nos fortalezcas en la fe, mantengas viva nuestra esperanza y acrecientes nuestra caridad, de modo que procuremos en toda la mayor gloria de tu nombre, el bien de la Iglesia y la paz del mundo entero. Por Jesucristo Nuestro Señor.

Amén Padre Nuestro, Ave María, Gloria. San Ignacio de Loyola. R/ Ruega por nosotros.

Tiempos oscuros

Concédenos, Señor, una fe viva en tus divinos misterios y la gracia que te pedimos en esta novena.

Iñigo, quien después se llamaría Ignacio, nació en 1941 en casa de la familia Loyola, en el país Vasco (España). Poco se sabe de su vida hasta los 30 años, pero si hay certeza de que recibió una formación religiosa en su infancia y, habiendo quedado huérfano cuando era apenas un adolescente, se inició muy temprano en la carrera militar, en la cual fue ascendiendo muy rápido al servicio de distintas casas de la nobleza española.

Joven disipado, rico y dado a las vanidades del mundo, se deleitaba en el ejercicio de las armas, en enredos con mujeres y poseía un grande y vano deseo de honores terrenos. Gracias a la influencia de algunos parientes y su agilidad mental había ejercido varios cargos administrativos; pero ante el avance de los ejércitos franceses sobre Pamplona es reclutado para la defensa de la ciudad. En 1521 Pamplona cae en manos de los franceses e Ignacio, gravemente herido en una pierna y más herido aún en su honor por la derrota, es entregado a los vencedores quienes unos días más tarde, tal vez ante lo delicado de su salud y movidos a compasión, lo envían de regreso a su casa.

Aquí empezará una nueva y definitiva etapa en la vida de Ignacio. Padece grandes tormentos y se va recuperando con lentitud. Distrae las horas y los días de su larga convalecencia con la lectura de lo único que había a la mano para leer en aquella casa: nada de romances y caballería (que eran su afición), sólo una vida de Jesucristo y una vida de los santos. Allí empieza el Espíritu su labor. Es una ocasión propicia para la reflexión y la meditación… y poco a poco el Señor le va abriendo el corazón. Ignacio va encontrando la paz interior que no le habían dado ni los honores ni las armas. Se inquieta, reflexiona y ora sin cesar.

“Dios escribe derecho en líneas torcidas”. Las dificultades, los tropiezos y fracasos de este mundo son muchas veces la ocasión propicia para revisar nuestra vida, enderezar el rumbo y reencontrarnos con el Señor.

* Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. R/ Como era en el principio… San Ignacio de Loyola. R/ Ruega por nosotros.

DÍA
PRIMERO

GOZOS

Soldado que en la guerra fue vencido, por el dardo de Jesús crucificado, herido, en el amor eres curado. A la lid de la fe te lanza raudo, apóstol, misionero, fiel testigo, a mayor Gloria de Dios, te has dedicado, Ignacio, que de Cristo eres amigo.

Rta. A mayor gloria de Dios Condúcenos, Ignacio, fiel testigo.

La soledad de Montserrat y de Manresa labraron en tu alma un nuevo rumbo, de oración y silencio un gran camino. Peregrino en la patria del Maestro decidiste volverte su testigo. A mayor gloria de Dios, te consagraste, Ignacio que de Cristo eres amigo.

Ejercicios de silencio preparaste para formar del Espíritu el camino, que de espinos te trenzó el destino. Mas la fe prevalece, tú lo has dicho, y triunfó en la piedad tu nuevo estilo: a mayor gloria de Dios te has entregado Ignacio que de Cristo eres amigo.

El Espíritu te pide que convoques para gloria de Dios unos discípulos, llamaste ejército de paz y sacrificio y en el monte de los mártires de Cristo, bajo el sol destellante parisino, A mayor gloria de Dios los dedicaste Ignacio que de Cristo eres amigo.

Compañía de Jesús llamarse quiso, de discípulos un grupo bien exiguo. Discípulos de Cristo y sus testigos formados con rigor y amor rendido. Y en misión, ciencia, virtud formaste hijos, que a mayor gloria de Dios han florecido, Ignacio, que de Cristo eres amigo.

Y tras brillar cual centella en nuestra tierra a la gloria te remontas peregrino, mientras dejas en la tierra tus lecciones de piedad y de fe, de amor rendido. A la causa de Dios que es nuestra causa, a mayor gloria de Dios llévanos pronto, Ignacio, que de Cristo eres amigo.

Sea a Dios y sólo a Él la gloria eterna y a su Hijo que se hizo nuestro amigo y al Espíritu que llena nuestra vida, con la ráfaga de amor que es fuego vivo, Sea también la gloria por los siglos. A mayor gloria de Dios, brilla encendido Ignacio, que de Cristo eres amigo.

El encuentro con Dios y a los pies de María

Concédenos, Señor, una esperanza cierta de salvarnos, afianzada en las buenas obras y en la gracia que de ti procede. Ignacio ya recuperado toma la firme determinación de dejarlo todo para ir en busca de Dios e inicia un largo e impredecible peregrinar, tratando de encontrar los senderos que lo llevan a ese encuentro con el Creador. En un primer momento quiere llegar hasta Tierra Santa y, andando sin rumbo fijo, un poco a la deriva, llega al monasterio de Nuestra Señora de Monserrat en lo alto de la montaña. Allí tiene largas jornadas de oración, hace una meticulosa confesión general y deposita su daga y su espada en el altar de Nuestra Señora, ante la cual se compromete a no ser más caballero de ningún señor de este mundo, sino en adelante sólo un fiel caballero de Dios. Ya movido por el Espíritu del Señor ha cambiado sus sueños de vida mundana por sus sueños místicos, haciendo el arduo camino de una verdadera conversión.

La víspera de la fiesta de la Anunciación (24 de marzo de 1522) hace la vigilia nocturna al pie del altar de la Virgen y bien entrada la noche se fue del monasterio en el mayor secreto posible despojándose de todas sus pertenecías. Se dirige a la cercana población de Manresa donde buscó hospedaje de caridad en un hospital en el que prestaba a cambio algunos servicios. Loco para algunos, santo para otros, amable y servicial para todos, vestía una túnica de tela burda y mantenía la cabeza rapada en señal de penitencia.

Para Ignacio esta fue una época de penurias físicas, pero más que eso de grandes tentaciones, de dudas y escrúpulos; a la vez que de importantes manifestaciones de la gracia de Dios, iluminaciones internas y gran convicción de fe que se iba fortaleciendo por su participación frecuente en la Sagrada Eucaristía, la oración constante, lecturas piadosas, agotadoras penitencias y de manera muy especial en el ejercicio constante de la caridad.

La oración constante, la Eucaristía y el acercamiento humilde a la Palabra de Dios, nos ayudan a fortalecernos en la fe, hasta poder decir como María: “Hágase en mi según tu Palabra”.

*Gloria al padre, al Hijo y al Espíritu Santo. R/Como era en el principio… San Ignacio de Loyola. R/ Ruega por nosotros.

DÍA
SEGUNDO

Con destino a Jerusalén, tras las huellas de Cristo

Concédenos, Señor, imitar a San Ignacio en el infinito amor con el cual dirigía todas sus palabras, pensamientos y obras.

Ignacio había pensado quedarse sólo unos días en Manresa, mientras organizaba en su cuaderno de notas algunas mociones que Dios le había hecho sentir en Monserrat. Pero allí lo atacan sentimientos de culpa, escrúpulos morales, le asaltan las dudas, los temores. Entonces redobla las penitencias, intensifica la oración, se confiesa con excesiva frecuencia. Así permanece un año entero en Manresa, hasta que un confesor inteligente le ordena moderar esos excesos y no estar mirando más a su vida pasada. Ignacio obedece y se repone física y moralmente, acogiéndose humilde a la misericordia de Dios.

Decide ir en peregrinación a Jerusalén. En febrero de 1523, pidiendo limosna por el camino, se dirige a Barcelona y ahí se embarca hacia Roma, donde celebra la Pascua. Luego se marcha a Venecia, sigue hacia Chipre hasta llegar a Jerusalén en agosto de 1523.

No dejó de visitar ninguno de los santos lugares y era tan grande el amor que le infundía el estar en los sitios donde Jesús desplegó su vida terrena, que encontraba en ellos gran consolación y una alegría que no le parecía natural, al punto que decidió quedarse para siempre allí. Pero otros eran los caminos que le había preparado el Señor. Ante el grave peligro que podía correr por parte de los mahometanos, el prudente padre guardián de los frailes franciscanos, que tienen bajo su custodia los Santos Lugares, le ordena que regrese a Europa. Una vez más Ignacio obedece y se acoge a los designios de Dios. Renuncia a quedarse en Jerusalén y regresa a Europa, aunque no tenía ni la más remota idea de lo que iba a ser de él. Todo lo deja en las manos de Dios.

No siempre nuestros caminos son los caminos de Dios, por mejores que sean nuestras intenciones. Una guía espiritual oportuna y prudente es siempre de gran ayuda para seguir los caminos que el Señor nos va trazando.

* Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. R/ Como era en el principio… San Ignacio de Loyola. R/ Ruega por nosotros.

DÍA
TERCERO

Ignacio, un hombre de su tiempo

Concédenos, Señor, una caridad ardiente que nos lleve a trabajar con espíritu generoso por el bien de los hermanos, especialmente por los más necesitados de tu misericordia.

A su regreso de Jerusalén Ignacio, decepcionado por no haber podido realizar su sueño, toma la decisión de dedicarse al estudio para saber más de las cosas del espíritu y poder así servir mejor en la difusión del Evangelio. Como es un hombre ya mayor y no tiene el hábito del estudio, debe enfrentar muchas dificultades y pasar por muchas fatigas para lograr su objetivo. Se dirige primero a Alcalá de Henares y luego a Salamanca, sin mucho éxito. Decide entonces ir a París a la mejor universidad del mundo en aquella época.

En París carece de recursos económicos y el régimen de estudios no le permite ni trabajar ni pedir limosna en la ciudad. Durante el verano va a mendigar en otros lugares y reúne algunos ahorros para su sostenimiento durante el tiempo de estudio. Las dificultades son muchas, pero Ignacio es un hombre decidido, con una enorme fortaleza de espíritu y está dispuesto a afrontarlo todo.

En la universidad con su perseverancia, su conversación y ejemplo, se gana la admiración y la amistad de algunos de sus más calificados compañeros; amistad que se irá consolidando en el estudio y la oración. En este grupo Ignacio ejerce un innegable liderazgo espiritual y va sembrando la simiente de lo que más tarde será la Compañía de Jesús. Va haciendo su labor de “pescador de almas” con inteligencia, serenidad y paciencia. El interrogante que desde el Evangelio más fuertemente lo motivó para emprender los caminos del Señor, es el mismo que le plantea a sus compañeros: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si al fin pierde su alma?”.

Quien se hace discípulo de Cristo, necesariamente se hace también misionero, “pescador de hombres” para el reino de Dios y la mejor manera de anunciar el Evangelio es nuestro ejemplo de vida auténticamente cristiana.

* Gloria al Padre, al Hijo y al espíritu Santo. R/ Como era en el principio... San Ignacio de Loyola. R/ Ruega por nosotros.

DÍA CUARTO

QUINTO Ignacio y la Compañía de Jesús

Concédenos, Señor, una invencible paciencia en las penas Y trabajos de esta vida, buscando siempre y en todo hacer tu santa voluntad.

Una vez terminados los estudios, Ignacio y sus compañeros salen de París y toman la decisión de llamarse “Compañía de Jesús”. Ignacio vive una experiencia mística especial en la capilla de una pequeña población cercana a Roma llamada la Storta y allí se reafirma en su decisión de imprimirle a esa fraternidad un carácter esencialmente cristológico: Jesús y no otro será el modelo. El apostolado y toda la vida de un jesuita (miembro de la Compañía de Jesús) consistirán en una permanente imitación de Cristo. No se trata, pues, de un simple compromiso social o político ni de mera filantropía, sino de vivir a profundidad el Evangelio, de vivir el hoy como lo viviría Cristo.

Uno de los rasgos más característicos de la fisonomía espiritual de San Ignacio es la búsqueda permanente de la voluntad divina, y así lo enseña a sus compañeros. El grupo ya estaba bien consolidado y, para reafirmar su pertenencia plena a Dios, decide ir unido a la pequeña capilla del monasterio de Montmartre, en las afueras de París, la mañana de la fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen, el año de 1534. allí emitieron los votos de pobreza y de castidad en medio de la celebración eucarística presidida por Pedro Fabro, quien era el único sacerdote entre ellos.

Junto con los votos, habían hecho el compromiso de peregrinar a Tierra Santa, pero por causa de las guerras no pudieron realizar su plan. Entonces deciden ir a Roma y presentarse al Papa Paulo III, haciendo voto de especial obediencia al Romano Pontífice. Una vez realizados todos los trámites requeridos, fue aprobada la nueva orden por el Sumo Pontífice el 27 de septiembre de 1540. Nace oficialmente la Compañía de Jesús, de la cual Ignacio es nombrado su primer superior general y que hoy se encuentra esparcida por el mundo entero anunciando el Evangelio.

Docilidad al Espíritu ha sido una constante en la vida de los santos. Debe ser también una constante en la vida de cada cristiano para lograr la santidad a la que todos somos llamados y ... “Si los santos pudieron, ¿por qué no yo?”.

* Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. R/Como era en el principio… San Ignacio de Loyola R/ Ruega por nosotros.

DÍA

Los Ejercicios Espirituales

Concédenos, Señor, el don de la oración perfecta en el grado que más convenga para nuestra salvación.

En París, Ignacio se había dedicado con mucho esmero a sus estudios, sin dejar de lado sus largas jornadas de oración, ni sus duras penitencias, ni su esmero por “pescar hombres” para Dios. Desde tiempo atrás había venido anotando sus experiencias de encuentro con el Señor y de cómo había ido encontrando el sentido para su vida. Esas notas las fue organizando y estructurando para su uso personal; pero vio la utilidad de compartirlas con sus compañeros, aquellos que llegaron a llamarse “compañeros de Jesús”. Estas notas constituyeron la base de lo que hoy se conoce como “Los Ejercicios Espirituales”, que tanto bien ha hecho a incontables personas en su búsqueda de la más auténtica libertad interior en la fidelidad a Dios y el servicio a los demás.

Los Ejercicios Espirituales están estructurados en un prólogo y lo que Ignacio llama las cuatro semanas, que no son propiamente tales, sino períodos de tiempo para hacerlos juiciosamente en un lapso de 30 días, siempre con el acompañamiento de un guía espiritual, en diálogo permanente.

El prólogo o “Principio y Fundamento” está orientado a mirar lo que debe ser la vida, partiendo del principio de que “el hombre es creado para alabar, reverenciar y servir a Dios nuestro Señor”. La primera semana se dedica a reflexionar sobre el pecado y las verdades eternas. La segunda, a meditar sobre la encarnación, nacimiento, vida privada y pública de Jesús. La tercera, sobre la pasión y la cuarta sobre la resurrección.

Los Ejercicios no son un libro de teología ni de consejos espirituales; sino que van mostrando un camino para que las personas puedan experimentar en sí mismas la presencia de Dios y el sentido de la propia vida.

La oración, la meditación y la contemplación son para el fiel cristiano como el pan de cada día. La fe sin oración es una fe raquítica y fácilmente se torna superstición, autosugestión o simple ideología. La fe verdadera es siempre orante.

* Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. R/ Como era en el principio... San Ignacio de Loyola. R/ Ruega por nosotros.

DÍA SEXTO

Concédenos señor, total disposición a seguirte como camino que conduce al Padre y total docilidad al Espíritu.

El encuentro con Dios en todas las cosas como actitud permanente de vida, tiene en Ignacio una obligada referencia a Jesús. Al Dios Uno y Trino sólo se llega por Jesús. En Jesús de Nazaret encuentra a Dios y a la vez encuentra en su estilo de vida la manera concreta de seguirlo. El amor y la identificación con Cristo llevan a Ignacio a la plena disponibilidad para un servicio permanente a la Iglesia, bajo la autoridad del Vicario de Cristo en la tierra. Unido a esto, un entrañable amor a la iglesia será una de las notas distintivas de su espiritualidad: “… entre Cristo Nuestro Señor, esposo y la Iglesia, su esposa, es el mismo espíritu que nos gobierna y nos rige”.

Conocer y seguir a Cristo es la quintaesencia de los Ejercicios Espirituales, que lleva a descubrir la voluntad de Dios, a través de un proceso de purificación, para lograr la libertad interior y la disponibilidad del espíritu.

La oración contemplativa de los misterios de la vida de Jesús, debe llevar a una real identificación con la persona y el estilo de Cristo, pues, cada misterio es una llamada al seguimiento concreto de Jesús, para vivir como Él, amar como Él, servir como Él.

Esta identificación con Cristo debe ser plena, debe llegar hasta los momentos del dolor y la resurrección, “para que siguiéndole en la pena, también se le siga en la gloria”.

La experiencia espiritual debe culminar en un compromiso con la realidad humana, siguiendo a cristo en el mundo, en medio de las estructuras religiosas, sociales y políticas, culturales y económicas, para encontrar y remarcar en ellas las huellas de Dios y contribuir así efectivamente a la humanización de la sociedad.

Identificarnos con Cristo cada vez más en el diario vivir es nuestra mayor responsabilidad y hay que asumirla con entusiasmo y alegría. Ideal del cristianismo es poder llegar afirmar con el apóstol Pablo: “Para mí la vida es cristo”.

*Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. R/ Como era en el principio… San Ignacio de Loyola. R/ Ruega por nosotros.

DÍA SEPTIMO
Cristocentrismo

Un corazón misionero

Concédenos, Señor, un espíritu generoso para anunciar siempre el Evangelio con la palabra y la vida, “con ocasión y sin ella”.

Ignacio y sus compañeros habían hecho los votos que hacían entonces en todas las congregaciones religiosas: pobreza, castidad y obediencia; pero tienen la audacia de comprometerse con un cuarto voto: asumir cualquier MISIÓN o cometido que el Papa tenga a bien asignarles. Es un voto de disponibilidad total, un “SI” incondicional a los requerimientos de la Iglesia bajo el impulso del Espíritu, llegando incluso hasta el martirio si fuere necesario. Desde su comienzo la Compañía de Jesús hizo efectivo este “voto de misión” y fueron tantos los “SI”, que esto mismo permitió la expansión de la Compañía incluso en territorios no cristianos como Asia, el “Nuevo Mundo”, África y el Oriente Próximo.

El pionero en este compromiso misionero fue San Francisco Javier, el más cercano al corazón de Ignacio, quien aceptó ser enviado a la Indias Orientales, donde desplegó una intensa y ardorosa labor evangelizadora, constituyéndose en uno de los más grandes misioneros de la Iglesia en toda su historia.

Para el año 1549 se va a producir la misión en Brasil, la cual constituirá una verdadera revolución en lo que a organización comunitaria e impulso de las artes y la cultura se refiere. Vendrán también importantes misiones en Etiopía y el norte de África.

Ni los fracasos ni los peligros lograron frenar el impulso misionero de Ignacio y sus compañeros. Cuando Ignacio de Loyola muere, la Compañía de Jesús está al frente de nueve misiones confiadas a su cuidado. Para su espíritu y voluntad incontenibles, la misión era tal vez su vocación más concreta, fruto de su decisión de seguir radicalmente a Cristo.

La Iglesia o es misionera o no es la Iglesia. La misión, el anuncio gozoso del Evangelio, es tarea de todos los bautizados. Cada uno de nosotros está llamado a anunciar el Evangelio con las palabras y con la vida. Este es un compromiso que podemos eludir.

* Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. R/ Como era en el principio... San Ignacio de Loyola. R/ Ruega por nosotros.

DÍA OCTAVO

Libertad en la obedienciaObediencia en libertad

Concédenos, Señor, un espíritu libre para servirte con fidelidad y alegría hasta la muerte.

Para Ignacio es muy importante la obediencia, pero siempre dentro de un espíritu de auténtica libertad; más todavía, la obediencia como un acontecimiento de soberana libertad, al estilo de Jesucristo que “no hizo alarde de su categoría de Dios” y “se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz”. Por eso Subrayaba siempre la responsabilidad personal respecto a la libre iniciativa de emprender nuevas tareas apostólicas, lo cual es a la vez una muestra de la gran confianza que depositaba en aquellos a quienes había encomendado alguna labor pastoral; lo que en el fondo es plena confianza en la unción del Espíritu, desde luego, hecho previamente el debido discernimiento.

La disponibilidad para el servicio llevará en más de una ocasión a los discípulos de Ignacio a vivir en soledad, lejos de sus compañeros, pero siempre unidos por un cariño entrañable de verdaderos “amigos en el Señor”. Esta disponibilidad y esta unidad afectiva-espiritual son como dos alas desplegadas que permiten al jesuita remontar su espíritu para servir libre y amorosamente donde quiera que Dios le llame.

El espíritu se mantiene fuerte, pero el cuerpo se va debilitando. Las duras penitencias, las prolongadas jornadas de oración, el arduo trabajo en la dirección de la orden, van haciendo mella en la salud de Ignacio, que siempre fue frágil, sobre todo después de Salamanca. Viendo ya extinguirse sus fuerzas, en el lecho de enfermo pide la bendición del Papa. El 31 de julio de 1556, viernes al amanecer, es acogido por el Padre en las mansiones eternas. Sobre su tumba se lee: “Murió cuando había cumplido su misión”. Para un fiel cristiano la vida tiene sentido cuando es una vida de entrega a Dios y de servicio a los hermanos. En todo amar y servir, procurando siempre la mayor gloria de Dios fue la divisa de San Ignacio y debe ser nuestro proyecto de vida.

* Gloria al Padre, al hijo y al Espíritu Santo. R/ Como era en el principio… San Ignacio de Loyola. R/ Ruega por nosotros.

DÍA NOVENO

Oración final (Oración de confianza)

Toma, Señor y recibe toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, toda mi voluntad.

Todo lo que tengo y poseo lo he recibido de tu divina majestad.

Tú, Señor, me lo diste, a ti, Señor, lo devuelvo.

Todo es tuyo. Dispón de todo según tu voluntad. Dame tu amor y tu gracia que ello me basta. Amén.

Bendición final

Señor, tú estás delante de mí para guiarme.

Tú estás detrás de mí para defenderme.

Tú estás debajo de mí para sostenerme. Tú estás sobre mí para bendecirme.

Tú estás a mi lado para acompañarme.

Tú estás dentro de mí para darme vida.

Señor, que en todas partes te encuentre; Que en todas partes te ame; Que en todas partes te sirva. Amén.

Nos bendiga ahora y siempre el Dios Misericordioso: +Padre +Hijo +y Espíritu Santo. Amén.

Oración de los cinco dedos

1.El dedo pulgar es el que está más cerca de ti. Así que comienza orando por aquéllos que están más unidos a ti. Son los más fáciles de recordar. Orar por los que amamos es “una dulce tarea”.

2.El próximo dedo es el índice: Ora por los que enseñan, instruyen y curan. Ellos necesitan apoyo y sabiduría al conducir a otros por la dirección correcta. Mantenlos en tus oraciones.

3.El siguiente dedo es el más alto. Nos recuerda a nuestros líderes, a los gobernantes, a quienes tienen autoridad. Ellos necesitan la dirección divina.

4.El próximo dedo es el del anillo. Sorprendentemente, éste es nuestro dedo más débil. Él nos recuerda orar por los débiles, enfermos o atormentados por problemas. Ellos necesitan tus oraciones.

5.Y finalmente tenemos nuestro dedo pequeño, el más pequeño de todos. El meñique debería recordarte orar por ti mismo. Cuando hayas terminado de orar por los primeros cuatro grupos, tus propias necesidades aparecerán en una perspectiva correcta y estarás preparado para orar por ti mismo de una manera más efectiva.

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