Apuntes Ignacianos 32. Ignacio de Loyola y la vocación laical

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Apuntes Ignacianos

Ignacio de Loyola y la vocación laical

CENTRO IGNACIANO DE REFLEXION Y EJERCICIOS - CIRE

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APUNTES IGNACIANOS

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Apuntes Ignacianos

Número 32 Año 11

Mayo-Agosto 2001

Ignacio de Loyola y la vocación laical

CENTRO IGNACIANO DE REFLEXION Y EJERCICIOS - CIRE

Carrera 10 Nº 65-48. Tel. 640 50 11

Bogotá - Colombia

Ignacio de Loyola y la vocación laical

Cabarrús,

Aniversario de los Ejercicios Espirituales Acompañados con laicos

II.¿CÓMO BUSCAR Y HALLAR A DIOS

Un laico común y corriente en la corte del Señor Jesús .................................................. ........ 69

Carlos Ernesto Pérez

Un encuentro inesperado .......................................... 87

Patricia Santamaría

De la niña prisionera de sí misma a una mujer libre para servir: Dios en los Ejercicios Espirituales ...... 92

Gloria María Jaramillo

La ignacianidad como fuente de inspiración ................. 101

Manuel Penagos

La espiritualidad ignaciana, el camino para encontrar el sentido de mi vida .....................................

Sol Beatriz Bedoya de Palacio

Misionera de Jesús, al menos, en mi metro cuadrado .....

Ana Mercedes Saavedra

Oraciones propuestas para la fiesta de san Ignacio .......

Equipo Juniores CIRE

Apuntes Ignacianos 32 (mayo-agosto 2001)

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Presentación

La gran esperanza de la Iglesia para el siglo XXI es que se convierta en el siglo de la madurez espiritual de los laicos. Porque el «tiempo se ha cumplido» para una mayoría de edad que ha de permitirles desplegar su peculiar e indispensable misión en un mundo que bascula y en un país que se «descuaderna». Muchos de ellos y ellas pasan y pasarán a convertirse en testigos privilegiados de la revalorización de todo lo terrestre, ocurrida en la encarnación del Verbo; en continuadores de una creación realizada por Dios pero aún inconclusa; en teólogos de una praxis emparentada con todas las realidades terrestres, tan resaltadas por el Vaticano II. Todo esto, que queda por hacer, es su tarea específica. Son ellos y ellas los que más intensamente tendrán que vivir la singularidad evangélica del «estar en el mundo sin ser del mundo», buscando hacer de él un mundo otro, el mundo nuevo y la tierra nueva que jalonan desde la promesa. Por eso, a ellos y a ellas les compete, como a ningún otro, el saber buscar y hallar a Dios en todas las cosas, no obstante la opacidad de lo terreno.

Al primer anuncio de «el Reino de Dios está cerca» siguió una llamada abierta, en espera siempre de nuevas respuestas. Cada miembro del pueblo cristiano es llamado a ser, a su manera, un «pescador de hombres», en una misión que como a Pedro, el apóstol casado, le hace desbordar los confines familiares. En el Antiguo Testamento se seguía a Yahvé, o a la Ley, nunca a un hombre. En el Nuevo, todo aquél que es llamado a la radicalidad de un seguimiento, se siente fascinado y seducido por una Persona; sigue al hombre Jesús de Nazaret, al Cristo, al Hijo de Dios, para llegar a ser realmente ¡cristiano!

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Presentación

En esto, la espiritualidad ignaciana ha sido y sigue siendo fuente de inspiración e iluminación para muchos laicos cristianos. Y es que Ignacio de Loyola, laico él mismo hasta sus 46 años, vivió y compuso sus Ejercicios Espirituales en calidad de tal, y a través de ellos cualificó la experiencia cristiana de señalados laicos contemporáneos suyos.

La primera parte de esta entrega de «Apuntes» la introduce Gabriel I. Rodríguez S.I. con una nota sobre la evolución y el papel del laico en la Iglesia. Carlos R. Cabarrús, S.I. destaca enseguida cuáles serían las características básicas de la espiritualidad ignaciana como laical; la entrevista a Julio Jiménez, S.I. nos desvela la fuente principal de donde un grupo grande de seglares ha bebido de esta espiritualidad: los Ejercicios Espirituales Acompañados. Después,lapalabralatienenloslaicos,yprimeroparaconversarconelentrañable 'Amigo Ignacio', como lo hace desde su experiencia Carlos J. Cuartas, o para llegar a 'una vida transformada que transforme', en palabras de Héctor Rueda.

La segunda parte es el testimonio íntimo de estos laicos y laicas que, conducidos por la espiritualidad ignaciana, nos descubren de modo vivencial y admirable, cómo buscar y hallar a Dios estando inmersos en el corazón del mundo. La garantía de la búsqueda es el encuentro que todos ellos y ellas han logrado con la Persona de Cristo y su reenvío a los hermanos. 'Un laico común y corriente en la corte del Señor Jesús' de Carlos E. Pérez, nos dibuja de manera muy personal hasta qué punto se puede ser 'caballero del Reino de los cielos' pero con el compromiso de transformar la tierra. 'Un encuentro inesperado' con Dios que se hace el encontradizo, mediante el paso de las sensaciones a las mociones renovadoras, fue el que tuvo Patricia Santamaría. A su vez, la transformación 'de una niña prisionera de sí misma a la mujer libre para servir a Dios y a los demás', fue la historia real de Gloria María Jaramillo, mientrasque Manuel Penagos descubreenlaignacianidad,lafuente inspiradora de su 'ser y hacer' cristianos. El relato de Sol Beatriz Bedoya nos sorprende con la clave que la condujo a la 'resignificación del sentido de toda su vida', personal y familiar. Por su parte, Ana Mercedes Saavedra, la solícita y eficiente diagramadora de estos «Apuntes Ignacianos», nos recuerda que 'el laico debe ser misionero de Jesús, al menos, en su metro cuadrado'.

Todos ellos y ellas aceptaron un desafío y hallaron que la vida, así reencontrada, merece vivirse. Mil búsquedas y mil caminos que surcan el ancho mundo, pero un solo encuentro: el de Aquel que dijo «Yo soy el Camino» y «Nadie va al Padre sino por mí».

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Ignacio, laico convertido, maestro

de laicos

Los laicos y su misión en la Iglesia

Los laicos y su misión en la Iglesia

UN POCO DE HISTORIA1

La palabra «laico» no se encuentra en la Escritura. Es un adjetivo que proviene del sustantivo griego laoV (laós), cuyo significado es «Pueblo consagrado a Dios», que sí se encuentra con frecuencia en la Biblia. En el Antiguo Testamento, laoV aparece contrapuesto a la expresión άέ (ta ethne) que es usado para referirse a otros pueblos. En el Nuevo Testamento, encontramos la expresión «pueblo de Dios» referida a las comunidades cristianas en varias ocasiones2. En ellas, los bautizados en el nombre del Señor tienen diferentes tareas y han recibido diversos carismas que sirven para la construcción de la comunidad. Algunos de esos carismas poseen la responsabilidad de velar por el ordenamiento y el estímulo de la fe, la esperanza y el amor en medio de las comunidades. Sin embargo, el término laico es desconocido en el Nuevo Testamento y, en consecuencia, la distinción entre laicos y clero.

* Asistente para la formación de los jesuitas de la Provincia colombiana y profesor de Teología en la Pontificia Universidad Javeriana.

1 Cfr. CONGAR YVES., Jalones para una teología del laicado. Ed. Estela, Barcelona 19653, 21-43.

2 Romanos 9, 23ss; 2 Corintios 6, 14.

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El primer escrito cristiano que usa este adjetivo, que significa «miembro del Pueblo de Dios», es la Carta de Clemente romano, a finales del siglo I. Allí, Clemente habla de las diversas funciones que realizan los miembros de la comunidad cristiana y, haciendo analogías con el Antiguo Testamento, afirma que «al gran sacerdote le han sido conferidas funciones particulares, a los presbíteros se les ha asignado lugares especiales, a los levitas les incumben servicios propios y los laicos están ligados por preceptos propios de los laicos». En el siglo II, al traducir esta carta al latín, se traducirá «laicos» por «plebeyos» para decir que los bautizados son miembros de la «plebe cristiana» y tal expresión se hará frecuente en los siglos siguientes.

«Laico» no se encuentra en la Sagrada Escritura. Viene de laoV «pueblo consagrado a Dios»

Sin embargo, la situación de los laicos se irá progresivamente definiendo en oposición a la situación del clero. Hacia mediados del siglo tercero encontramos en la Iglesia tres condiciones de vida: laicos, clérigos y monjes. La condición de los laicos es la de los cristianos ocupados en las tareas cotidianas de la vida. La del clero se define por la función que desempeña al ocuparse del cuidado religioso de la «plebe cristiana» y a esta función se accede por «ordenación». La condición del monje es la de un estado de vida de alejamiento del mundo para vivir exclusivamente según Dios y para El.

. Clero es un concepto griego que significa «segregado a suerte» o «escogido a suerte». Progresivamente surge una teología que presenta al clero como un sector escogido en medio del Pueblo de Dios para ser servidor de las cosas de Dios en beneficio del pueblo cristiano conformado por los laicos. La separación se hará más clara en la medida que el clero y los monjes se van identificando entre sí, porque cada uno a su manera, se dedica a las cosas sagradas, en contraposición con el laico que permanece ocupado en las cosas temporales.

Paralelamente, y hacia los siglos IV y V, «laico» será sinónimo de iletrado; esta significación se va a extender a lo largo de la Edad Media

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Los laicos y su misión en la Iglesia occidental. El concepto laico fue adquiriendo la connotación de desconocedor de la verdad religiosa.

Estas consideraciones no impidieron que, desde el siglo IV, algunos laicos tuvieran un poderoso influjo en los asuntos de la Iglesia. Se trata de los emperadores. En muchos casos, con el propósito de ayudar a la Iglesia éstos convocaron concilios y se encargaron de exigir la aplicación de sus conclusiones, construyeron templos, auxiliaron al Papa y a los obispos en sus problemas y ayudaron en la evangelización de pueblos enteros. En muchos casos influyeron en nombramientos y en reformas. El apogeo del poder laico en la Iglesia tuvo su expresión en los siglos IX y X, ocasionándose no pocos desórdenes. La reforma gregoriana, beneficiosa en muchos aspectos para la vida de la Iglesia al buscar, sin embargo, entre otras cosas, la independencia de la Iglesia del control que pretendían ejercer sobre ella algunos príncipes y nobles, contribuyó a alejar a los laicos de los asuntos relacionados con el gobierno de la Iglesia y a identificar a ésta con el clero3 .

En este horizonte, hacia el año 1140, Graciano dirá, en un lenguaje canónico, que la Iglesia está compuesta por dos clases de cristianos: un primer orden integrado por los clérigos y los monjes que se dedican a las cosas de Dios, y un segundo orden de cristianos que se dedican a las ocupaciones temporales. Este último estado es visto como una concesión a la debilidad humana; por ello «se les concede casarse, cultivar la tierra, dirimir las querellas, pleitear, depositar ofrendas ante el altar, pagar los diezmos: así pueden salvarse si evitan siempre los vicios y hacen el bien»4 .

A pesar de esta percepción del laico en la Iglesia, en toda Europa, a partir del siglo XIII, se observa la aparición de una extraordinaria multiplicidad de organizaciones autónomas de laicos, hombres y mujeres, dedicadas a la práctica de la caridad en las formas más diversas e inesperadas: hospitales, hoteles, posadas para acoger y proteger a los peregrinos, constructores de vías y puentes, instituciones de ahorro y crédito,

3 Cfr. HASTENTEUFEL ZENO, «O leigo na perspectiva da Historia eclesiástica» : TEOCOMUNICAÇAO 72 (1986), 7-18.

4 C. 7, c. xii, q. 1, citado por CONGAR Y., op. cit., p. 30.

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etc.; en todas estas iniciativas se destaca el propósito de ayudar a los pobres, a los enfermos y a los débiles. En Italia, en el siglo XV, aparecerán los oratorios del Divino amor; en España en el siglo XVI, surgirán un sinnúmero de «hermandades»5 .

La mencionada visión dual de la Iglesia será contestada por diversos anhelos de reforma expresados desde el siglo XIV al siglo XVI. Uno de los clamores de reforma era precisamente el deseo de acercar la santidad de los clérigos y monjes hasta los laicos.

A partir del s. XIII aparecen múltiples organizaciones de laicos dedicados a las prácticas de caridad

Sin embargo, la contestación generadapor la reformadelosgrupos queseacordó llamar «protestantes» polarizó aún más esadistinción. Mientraslavisiónde laIglesia surgida de la reforma suprimió el clero y enfatizó el sacerdocio común de todos los bautizados, la eclesiología católica en su contrarreforma enfatizó la configuración jerárquico-clerical de la comunidad cristiana, hasta el punto de definir «el todo por la parte», llegando incluso a expresiones extremas.

Es así como, siglos más tarde, Gregorio XVI (1831-1846) consideró que «nadie puede desconocer que la Iglesia es una sociedad desigual, en la cual Dios destinó a unos como gobernantes, a otros como servidores. Estos son los laicos y aquellos son los clérigos». En la misma línea, décadas más tarde, León XIII consideró que «es constante y manifiesto que hay en la Iglesia dos órdenes bien distintos por su naturaleza: los pastores y el rebaño, es decir, los jefes y el pueblo. El primer orden tiene por función enseñar, gobernar, dirigir a los hombres en la vida, imponer reglas; el otro tiene por deber estar sometido al primero; obedecerle, ejecutar sus órdenes y honrarle»6. Y, en el siglo XX, Pío X (1903-1914) fue más allá: «solamente

5 Cfr., MOLLAT MICHEL, Les pauvres au moyen âge, Editions complexe, Bruxelles 1992, especialmente el capítulo VIII, 165-191.

6 LEÓN XIII, Lettre a Monseigneur Meignan, archevêque de Tours, del 17.12.1888, citado en Le Laicat, Descléé, Paris 1956.

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Los laicos y su misión en la Iglesia el colegio de los pastores tiene el derecho y la autoridad de dirigir y gobernar. La masa no tiene derecho alguno a no ser el de dejarse gobernar cual rebaño obediente que sigue a su Pastor»7 .

Sin embargo, las transformaciones sociales y culturales del siglo XX fueron generando un interés por el papel de los laicos en la Iglesia. Este se manifestó con particular fuerza después de la primera guerra mundial. La descristianización de la sociedad hizo pensar a la jerarquía que solo los laicos pueden moverse con agilidad en todos aquellos espacios sociales cerrados a la acción del clero. El llamado a la participación o a la colaboración del laicado en el «apostolado jerárquico» no se hicieron esperar en una Iglesia aún concebida en términos clericalistas.

El vigor de la acción católica, la creciente conciencia del sacerdocio común de los fieles, la participación activa de los laicos en la liturgia, la nueva conciencia eclesial impulsada por la encíclica «Mystici Corporis» de Pío XII y el estudio de los Santos Padres fueron creando la base para las transformaciones eclesiológicas operadas por el Concilio Vaticano II y que traerán como consecuencia una nueva visión de la identidad del laico en la Iglesia.

EL CONCILIO VATICANO II

Tres textos, en el Concilio Vaticano II (1962-1965), devuelven a los laicos su pertenencia plena y su honda significación para la vida de la Iglesia.

Son ellos, la Constitución dogmática Lumen Gentium, particularmente en los capítulos II y IV; la Constitución pastoral Gaudium et Spes, en el n. 43, y el decreto Apostolicam Actuositatem.

Sin duda, es determinante que la LumenGentiumdescriba,ensusegundocapítulo, la Iglesia como «pueblo de Dios» y

7 PIO X, «Vehementer Nos» : ASS 39 (1906), 8-9.

El Vaticano II devolvió a los laicos su pertenencia plena y su honda significación para la vida de la Iglesia

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afirme que éste se encuentra integrado por todos los bautizados, antes de hablar de la función que en la Iglesia cumple la jerarquía. Gracias al bautismo, todos los creyentes participan de la triple función real, sacerdotal y profética de Cristo8 y son enriquecidos por el Espíritu con numerosos carismas9 para el ejercicio de diversos ministerios en la vida de la Iglesia10. Luego, todos los bautizados son iguales en dignidad11, todos son llamados a la santidad, todos son responsables de la Iglesia y todos participan de la misión evangelizadora o del ministerio de Cristo12, aunque a través de variados ministerios y servicios, según los dones personales recibidos del Espíritu13. Es decir, las diferencias entre los miembros de la Iglesia son apenas de orden funcional14 .

Es así como todo bautizado se incorpora a Cristo, recibe su gracia, y se hace cristiano. Tal es la condición fundamental de la que gozan tanto los «laicos» como aquellos que por el sacramento del Orden han recibido un ministerio jerárquico (diaconado, presbiterado, episcopado) y suelen ser llamados «clero». Tan clara es la realidad común que comparten los laicos y el clero, o la jerarquía, que el Concilio no duda en citar a San Agustín para señalar tal condición compartida: «si me aterra lo que yo soy para vosotros, me consuela lo que yo soy con vosotros. Para vosotros soy el obispo, con vosotros soy el cristiano. Aquel es el nombre del cargo, éste el de la gracia; aquel el del peligro, éste el de la salvación»15 .

En efecto, por el sacramento del Orden algunos bautizados reciben la tarea del sacerdocio ministerial, cuya misión es animar, sostener y vigorizar el ejercicio de las responsabilidades propias del sacerdocio común que posee todo bautizado, todo cristiano, o todo miembro del pueblo de Dios y, en consecuencia, todo laico, en medio del mundo, de la sociedad o de la historia16 .

8 Cfr. Lumen Gentium 10, 11, 12, 31, 34, 35 y 36; Presbyterorum Ordinis 2.

9 Cfr. Lumen Gentium 12, 13.

10 Cfr. Lumen Gentium 18, 33; Apostolicam Actuositatem 10, 22; Ad Gentes 15.

11 Cfr. Lumen Gentium 32 bc.

12 Cfr. Apostolicam Actuositatem 2a.

13 Cfr. Apostolicam Actuositatem 1c.

14 Cfr. Lumen Gentium 13c.

15 Sermo 340, I: PL 38, 1483, citado por Lumen Gentium 32 (los acentos son nuestros).

16 Cfr. Lumen Gentium 10; Presbyterorum Ordinis 2b, c, d, 3, 9; Apostolicam Actuositatem 3.

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Los laicos y su misión en la Iglesia

El Concilio es claro en señalar que el bautizado o el cristiano que recibe en la Iglesia el nombre de laico tiene una misión peculiar o propia que se caracteriza por vivir en medio de las realidades seculares, por atenderlas y por entretejer su existencia en las condiciones ordinarias de la vida social y familiar; además, el Concilio considera que la vocación laical es la de tratar los asuntos históricos y seculares ordenándolos según Dios17 .

Al estar situados en el corazón de los asuntos seculares que construyen la historia humana, la tarea de los laicos es ayudar a que la justicia y la solidaridad humanas lleguen a los niveles meta-éticos del don, de la misericordia y del amor; su servicio al Reinado de Dios es su esfuerzo permanente para que tales propósitos lleguen a ser universales, en un mundo cada vez más globalizado, sobrepasando los límites del clan, de la tribu, de la clase social, del partido político, de la propia cultura, de la raza, de la nación o de los aliados del momento18 .

Como

radical

novedad, el Vaticano

II afirma que los laicos tienen el derecho y la obligación de realizar un apostolado por su unión con Cristo y con el Espíritu Santo

Para el Concilio, la vocación cristiana es, por sí misma, una vocación al apostolado19. Y si bien es normal entender que el clero deba ejercer un apostolado, constituye una radical novedad que el Concilio afirme que los laicos tienen el derecho y la obligación de realizar un apostolado por su unión con Cristo20 y con el Espíritu Santo, de quien reciben dones peculiares para el bien de los hombres y la edificación de la Iglesia21. Como es lógico, el mismo Concilio pedirá que la diversidad y la riqueza apostólica en la acción laical, ya sea ésta al interior de la Iglesia o en el mundo, sea ejercida con el espíritu de comunión que debe caracterizar a los miembros del pueblo de Dios: unión con

17 Cfr. Lumen Gentium 31b.

18 Cfr. Gaudium et Spes 43, 57, 60, 72, 88-93.

19 Cfr. Apostolicam Actuositatem 2b.

20 Cfr. Apostolicam Actuositatem 3a.

21 Cfr. Apostolicam Actuositatem 3c.

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los hermanos en Cristo y con los pastores22. De esta manera se evita una acción apostólica descoordinada, sin espíritu de cuerpo, realizada con espíritu individualista o en contra de la comunión eclesial.

A pesar de estos aciertos, otros textos de la Lumen Gentium manifestan la necesidad de una mayor reflexión y maduración de la teología del laicado. Es lo que se observa cuando el Concilio explicita cúal es la identidad de los laicos en la Iglesia. Es así como en el capítulo cuarto de la Lumen Gentium, recurre a un concepto negativo y bipolar para definirlos23; dice que por «laicos se designan aquí todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros del orden sagrado y los del estado religioso aprobado por la Iglesia»24. Es decir, se lo define como aquel cristiano que no es clérigo ni religioso. Como se observará, esta definición tiene su origen en la sociedad medieval, en la que el laico fue definido en contraposición al clérigo y al monje, como se señaló anteriormente.

De igual manera, en el capítulo quinto de la misma Constitución, al definir el estado de los religiosos en la Iglesia, el Concilio afirma que éste «no es un estado intermedio entre la condición del clero y la del laico, ya que, de estos dos estados, algunos fieles cristianos se sienten llamados por Dios para gozar de un don particular dentro de la vida de la Iglesia...»25 . A esta definición de los religiosos subyace una definición unipolar del laico26; es decir, se entiende al laico en contraposición con el clero. Esta definición, como se pudo ver por la evolución histórica presentada anteriormente tiene un origen más moderno.

LA COMPAÑÍA DE JESÚS

La Congregación General XXXIV convocó a todos los jesuitas a ponerse al servicio de este dinamismo conciliar que reconoce el valor de la experiencia cristiana del laicado y que se propone transformar la vida

22 Cfr. Apostolicam Actuositatem 3c.

23 Cfr. HEIMERL H., «Diversos conceptos de laico en la Constitución sobre la Iglesia en el Vaticano II» : Concilium 13 (1966), 452.

24 Lumen Gentium, 31.

25 Lumen Gentium 43b.

26 Cfr. HEIMERL H., op. cit., p. 452.

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Los laicos y su misión en la Iglesia de la Iglesia. Desde entonces, los jesuitas están llamados a ayudar a los «laicos»; es decir, a la mayor parte de la Iglesia, a tomar conciencia de su vocación cristiana y a ejercer la misión apostólica recibida en su bautismo. Esta tarea fortalece el ejercicio de las diversas funciones que existen para la vida de la Iglesia: por un lado, se trata de asumir nuestra más profunda identidad, como religiosos y como sacerdotes, al comprometernos a vivir como servidores, cooperadores y animadores de la vida, de la fe y de la misión del Pueblo de Dios. Por otro lado, y al mismo tiempo, se trata de ayudar a los bautizados a despertar a la realidad más profunda de su vocación cristiana, asumiendo una actitud de apertura y de compromiso ante la misión de acoger y construir el Reino de Dios en la vida de los hombres y mujeres de hoy.

La Compañía de Jesús considera como gracia que los laicos tomen conciencia de su misión bautismal y tengan parte activa y consciente en la misión de la Iglesia y, para ello, quiere ponerse a su servicio

La Compañía considera una gracia de nuestro tiempo que los laicos tomen conciencia de su misión bautismal y tengan parte activa y consciente en la misión de la Iglesia, a través de numerosos ministerios. La Compañía quiere ponerse al servicio de esta gracia dedicándose al servicio de la plena realización de la misión de los laicos y cooperando con ellos en su misión27. Esta orientación sin embargo, no debe interpretarse como una invitación al trabajo exclusivamente intraeclesial; la Congregación General XXXIV también quiere que los jesuitas cooperen con «gente de todos los credos y creencias que intentan construir un mundo de verdad, justicia libertad, paz y amor»28. De esta manera y, en forma precisa, se responde al sentido más hondo de nuestra vocación: ser «hombres para y con los demás»29 .

27 Cfr. Congregación General 34, Decreto 13, n. 1.

28 Congregación General 34, Decreto 13, n. 3.

29 Cfr. Ibíd., n. 4.

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Esta opción significa para los jesuitas que debemos ofrecer a los hombres y mujeres de hoy y, en particular, a los laicos, lo que somos y lo que hemos recibido como patrimonio espiritual y apostólico30; sin embargo, más hondamente se trata de asumir la actitud de compañeros apostólicos ante los laicos: «sirviendo juntos, aprendiendo unos de otros, respondiendo a las mutuas preocupaciones e iniciativas y dialogando sobre los objetivos apostólicos»31 .

De esta manera, el servicio y la colaboración con la misión de los laicos, su formación y la de los jesuitas para esta nueva forma de relación apostólica, abren muchas oportunidades para el futuro. La Congregación General pide a los jesuitas apoyar «la Iglesia del laicado», estimular el liderazgo laico en nuestras obras, buscar la creación de una red apostólica ignaciana y generar formas de vinculación y de unión más estrechas de los laicos con la Compañía32 .

Para nosotros como Provincia colombiana queda entonces el reto de renovarnos personal, comunitaria e institucionalmente, para saber asumir e implementar este elemento constitutivo de nuestro modo de proceder hoy: el «servicio al ministerio de los laicos», el «crear formas de cooperación» y «compartir con ellos la misión» común de acoger, señalar y construir el Reino de Dios. A esto nos llama el Espíritu hoy33 .

30 Cfr. Ibíd., 7, 8.

31 Ibíd., 7.

32 Cfr. Ibíd., 19-25.

33 Cfr. Ibíd., 26.

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La espiritualidad ignaciana, es laical

La espiritualidad ignaciana, es laical.

Apuntes sobre «ignacianidad»1

*

Cada vez más, gracias a Dios, nos encontramos explícito el fenómeno de personas -mujeres y hombres, casadas y solteras- que vibran con lo Ignaciano. Nos las podemos encontrar en instituciones de la Compañía de Jesús o fuera de ellas. Gente que se ha acercado de alguna manera a los jesuitas, a las religiosas que viven esta espiritualidad, o a quienes viven de algún modo lo Ignaciano, y experimentan una cierta sintonía con el modo de proceder de los jesuitas. A todas estas personas les dedico estas líneas que quieren favorecer el poner más en evidencia un carisma legítimo que está por tomar aún más cuerpo dentro del mundo laical2 .

* Director del Instituto Centroamericano de Espiritualidad (ICE), Guatemala.

1 El P ARRUPE, en una Alocución que dirigió a los participantes del Simposio sobre Segunda Enseñanza (13 de septiembre de 1980) empleó esta palabra cuando decía: «la educación que reciban nuestros alumnos les dotará de cierta ignacianidad, si me permitís el término». Hoy quiero recuperar esta formulación del P. Arrupe para hablar de la espiritualidad ignaciana laical.

2 Quiero agradecer a los laicos y laicas ignacianos(as) que de alguna manera, con sus inquietudes vitales, me retaron a escribir estas páginas. También a aquellas personas laicas y jesuitas que leyeron y aportaron a ellas antes de su publicación, y especialmente a Esther Lucía Awad Aubad, sin quien este artículo no tendría la fluidez, el orden y la hondura que ahora tiene.

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Es mi deseo que estas páginas3, puedan significar a la vivencia de la espiritualidad ignaciana por personas laicas, algo similar a lo que significó para los jesuitas, a principios de la década del 80, el documento del padre Arrupe «El modo nuestro de proceder»4 . En aquel entonces (después de la crisis de los años 70) no estaba muy clara la identidad del jesuita en nuestros tiempos... El padre Arrupe revivió las fuentes, redescubrió el discernimiento, y en general, revitalizónuestraidentidad. Algosemejanteestá pasando ahora con la espiritualidad laical desde lo ignaciano, y es una urgencia, trabajar por hacerla más diáfana, y sobre todo, más cercana a un mayor número de mujeres y hombres que puedan encontrar en ella, un «modo de proceder» en el mundo.

Es una urgencia trabajar por hacer más diáfana la espiritualidad ignaciana, acercarla a un mayor número de hombres y mujeres

Sé que estas páginas sólo podrán ser plenamente comprendidas por aquellas personas que han hecho el «itinerario de la ignacianidad»5 , especialmente la experiencia de los Ejercicios Espirituales6, y la experiencia de estar comprometido(a) con la tarea del Reino. A los

3 Este artículo recoge la presentación hecha a laicos y laicas en Fortaleza, Brasil en junio de 1999, y en las CVX en Guadalajara, México en noviembre del mismo año.

4 ARRUPE, PEDRO, La identidad del jesuita en nuestros tiempos, Santander, Sal Terrae 1981, 696.

5 Tal como lo planteamos en el final de este artículo: conocimiento personal profundo como punto de partida; experiencia de trabajo comprometido y/o convivencia con los más necesitados, experiencia de grupo, y de oración; formación en discernimiento; algo de conocimiento de la vida de Ignacio, y vivencia de los Ejercicios Espirituales como experiencia fundante. Cfr. última parte de este artículo.

6 Para quienes se inician en el tema: los Ejercicios Espirituales, son experiencias de oración (de 8 o 10 días generalmente, y de 30 días conforme a como lo escribió san Ignacio), en clima de desierto –apartados del medio en el que se vive y en silencio-. Es una experiencia que siempre debe ser acompañada por alguien que da los temas para la oración y con quien se confronta cada día lo que va aconteciendo en ella. Tienen en sí mismos una secuencia: una entrada ubicadora –el Principio y fundamento-, luego la experiencia de la misericordia, sentirse pecador(a) perdonado(a) e invitado(a) por ello mismo a construir el Reino –Meditación del Reino-. La mejor manera de construirlo es el seguimiento de Jesús –contemplación de la encarnación, nacimiento, vida oculta, y la vida pública, meditación de dos banderas (la de Jesús o contra Jesús), meditación de «binarios» –tipos de gente- (evaluación a la voluntad de

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La espiritualidad ignaciana, es laical laicos(as)7 que han hecho este itinerario, les ayudarán a comprender mejor los rasgos de la espiritualidad que ya han experimentado. A los jesuitas y religiosas formadas en esta espiritualidad, les darán pistas para saber detectar y potenciar esas señales de ignacianidad en las personas que los rodean.

Sin embargo, también quiero que sean una invitación a dejarse afectar, para aquellas personas que apenas empiezan a acercarse a esta espiritualidad... quizá muchas ideas y conceptos no los alcancen a desentrañar todavía; tal vez les sea difícil comprender toda la significación de la experiencia de los Ejercicios; pero, sin duda alguna, será posible que se dejen impresionar e interpelar por los rasgos que caracterizan la ignacianidad, y que posiblemente han visto vivir a otros(as) y se han sentido atraídos(as) por ellos.

EL LAICO IGNACIO DE LOYOLA

Lo primero que quiero resaltar, es el carácter de laico de Ignacio de Loyola cuando experimentó todas aquellas vivencias que luego plasmó en los Ejercicios Espirituales, y finalmente marcaron el modo en la Compañía de Jesús. Ignacio de Loyola era laico, cuando inició su proceso de conversión en Loyola y empieza a reconocer la existencia de diversos espíritus. Eralaico,cuandoviviólaintensaexperienciadeManresa8. Eralaico,cuando experimentó y escribió los Ejercicios Espirituales. Era laico cuando empezó a tener junto a él compañeros a los que les fue dando los Ejercicios, y así, les fue comunicando un modo específico de ser.

seguir a Jesús), consideración de tres maneras de humildad (evaluación de la fuerza del afecto con que se sigue a Jesús). Este seguimiento entraña la experiencia pascual: la cruz y la resurrección. Terminan con el broche de la «contemplación para alcanzar amor».

7 Se entiende por laico(a) –al igual que en la época de Ignacio-, a aquellas personas que no pertenecen al clero, ni a ninguna orden religiosa.

8 Pueblo al cual se desvió Ignacio cuando se dirigía hacía Barcelona en el inicio de su peregrinación a Jerusalén, después de haber velado sus armas ante la Virgen de Montserrat. En esta población junto al río Cardoner, una gruta de poca profundidad, sirvió a Ignacio para sus prácticas de oración y penitencia.

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La espiritualidad Ignaciana, la ignacianidad, nace pues como un carisma9 laical, descubierto por un laico y con una metodología -los Ejercicios- que fueron concebidos desde esta perspectiva. Sólo pasados muchos años y muchas experiencias, los compañeros deciden constituir la Compañía de Jesús, en donde se plasma la espiritualidad Ignaciana cuando ésta se hace congregación religiosa. Pero el origen del carisma Ignaciano, es laical: en Manresa, en 1522, vivió Ignacio la experiencia espiritualmásfuerte(lamismaqueluegoplasma como «método» en los Ejercicios Espirituales) y luego en París, reunió un grupo de compañeros y con ellos se comprometió, en Montmartre (1534), a servir a Jesucristo sin tener todavía un proyecto de fundar una Orden religiosa; es decir, que después de su conversión, vivió su espiritualidad como laico durante casi dieciséis años. La Compañía de Jesús da un modelo de cómo se hace cuerpo un carisma, pero no lo agota, por principio. El carisma Ignaciano puede ser vivido -y es vivido- en personas y en instituciones no jesuitas, con pleno derecho10 .

La «ignacianidad» nace

como un

carisma laical descubierto por un laico y con una metodología, la de los Ejercicios concebidos desde esta perspectiva

Estas afirmaciones, toman fuerza, si miramos detenidamente la historia de Ignacio. La fuente de la espiritualidad Ignaciana se dio en la experiencia de Manresa, justo después de su conversión, y esta experiencia la vivió él como un laico. Como laico, Ignacio escribió los Ejercicios después de haber sido una experiencia vivida en él. El peregrino penitente -laico- que llega a Manresa, sale convertido en un peregrino

9 Carisma es la manera de captar y vivir el Evangelio de Jesús. La genialidad de Ignacio es que su carisma, su modo de captar a Jesús, lo hizo método (en los Ejercicios), y por eso, lo puede difundir. Esta también es la causa por la cual, este carisma sólo puede comprenderse en profundidad, después de haber hecho la experiencia de los Ejercicios.

10 Ignacio mismo lo veía así: en 1543 obtiene la bula de Paulo III para erigir la compañía de Santa Marta -paralas pecadoras arrepentidas-, yen 1546 crea el monasterio de Santa Catarina della Rosa -dirigido por laicos y dedicado a educar jovencitas en peligro de caer en la prostitución, y aunque la bula de aprobación aparece después de su muerte, es una obra tomada muy en serio por sus compañeros. Cfr. RAVIER, ANDRÉ, Ignacio de Loyola funda la Compañía de Jesús, Obra Nacional de la buena prensa, México 1991, 567.

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La espiritualidad ignaciana, es laical apóstol -laico-. Esos once meses son de los más decisivos en la vida de Ignacio y en su obra: durante esa estadía es cuando tiene una de las experienciasmísticasquemásmarcaran aIgnacio: ladel Cardoner11. Allí, -como él mismo lo expresa-:

se le empezaron a abrir los ojos del entendimiento; y no que viese alguna visión, sino entendiendo y conociendo muchas cosas, tanto de cosas espirituales, como de cosas de la fe y de letras; y esto con una ilustración tan grande, que le parecían todas las cosas nuevas. Y no se puede declarar los particulares que entendió entonces, aunque fueron muchos, sino que recibió una grande claridad en el entendimiento; de manera que en todo el discurso de su vida, hasta pasados setenta y dos años, coligiendo todas cuantas ayudas haya tenido de Dios, y todas cuantas cosas ha sabido, aunque las ayunte (junte) todas en uno, no le parece haber alcanzado tanto, como de aquella sola. [Y esto fue en tanta manera de quedar con el entendimiento ilustrado, que le parecía como si fuese otro hombre y tuviese otro intelecto, que tenía antes] Autobiografía 3012 .

Luego, una vez que se ha persuadido Ignacio de que no puede vivir y morir en Tierra Santa, como era su hondo deseo desde su convalecencia, comienza -porque experimenta que lo necesita para poder fundamentar y contagiar su experiencia- la formación intelectual. Allí su vocación laical, la típica suya, comienza a manifestar un elemento importante: búsqueda de compañeros a quienes les va dando los Ejercicios y les va comunicando un modo de ser. Pedro Fabro, uno de sus primeros compañeros, en 1540 es el fundador y animador de uno de estos grupos llamado «congregación del Nombre de Jesús». El objetivo de esta agrupación era la renovación de la vida espiritual de los seglares, el apostolado de enseñar la doctrina cristiana, asistir a los pobres vagabundos y acompañar a los ajusticiados en la hora de la muerte13 .

11 Iba hacia la Iglesia de San Pablo, caminando junto al río Cardoner -en las inmediaciones de Manresa- y se sentó a descansar mirando la profundidad del agua.

12 Las referencias a la Autobiografía, el Diario Espiritual, y las Constituciones, están tomadas de las Obras completas de Ignacio de Loyola, BAC, Madrid 1982.

13 Cfr. BAIZAN, JESÚS MARÍA, «Integración y Solidaridad el camino ignaciano para seglares» : Manresa, Vol. 61, (Julio-septiembre 1989), 214.

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En los colegios, siguiendo la «Ratio» o guía para los estudios, se haría de los estudiantes personas ignacianas, pues así se les transmitiría el carisma ignaciano

Sin embargo, la Compañía de Jesús, por muchas razones históricas, prácticamente se ha adueñado de toda la espiritualidad Ignaciana, de toda la ignacianidad. A pesar de que desde muy tempranamente había instituido las Congregaciones Marianas (agrupaciones estudiantiles que emanaban de la experiencia de los Ejercicios en donde se unían virtud, ciencia y servicio) seguía siendo el carisma algo de pertenencia exclusiva de los jesuitas. De algún modo lo compartían con los laicos en estas Congregaciones, pero que no eran considerados, finalmente, como auténticamente ignacianos. Por otra parte, también desde el mismo inicio de la Compañía, hubo una atracción de aplicar el carisma a institutos religiosos femeninos14, y aunque existieron algunos fundados según este carisma, fueron respaldados por algún jesuita en particular, pero no aprobados por la Compañía de Jesús como tal. Es decir, de cierto modo, «robaban» el carisma Ignaciano, pero no les era legítimamente compartido.

Una de las grandes aplicaciones de esta espiritualidad Ignaciana hecha por los jesuitas para la vivencia del carisma desde los laicos(as), a lo que llamamos ignacianidad, fue la ratio studiorum15. Como es bien conocido, con las primeras Reglas del Colegio Romano se fue elaborando el documento que culminó en esa estructura de los estudios promulgada en enero de 1599. La ratio, fue la guía del sistema educativo de la Compañía por doscientos años16. Esto, en principio, debió ser siempre fuente de ignacianidad, en muchos de nuestros estudiantes. Es decir, siguien-

14 Esta vía siempre fue bloqueada por el mismo Ignacio. Al igual que con el coro, Ignacio lo rechazó para facilitar el trabajo y la disponibilidad a la misión. La razón aducida fue el impedir que los jesuitas estuviesen dedicados a atender a las religiosas con las que habría alguna semejanza carismática, disminuyendo así la disponibilidad para la misión, generado por mala experiencia con las primeras «jesuitas».

15 Plan de estudios que señalaba cómo debía ser la estructura académica en todos los colegios jesuitas.

16 Cfr. VASQUEZ, CARLOS, «La espiritualidad ignaciana en la educación jesuítica», : Ignacianidad, Universidad Javeriana, Bogotá, Colombia (1991), 195. ACHAERANDIO, LUIS, Características de la

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La espiritualidad ignaciana, es laical do la estructura de estudios propuesta por la ratio, se haría de quienes estudiaban en nuestros colegios, 'personas ignacianas', ya que con dicho plan de estudios, se les transmitiría el carisma ignaciano.

El desconocimiento de este documento de la ratio studiorum, el anquilosamiento del modelo, la imposibilidad de un sistema unificado de educación para todos los colegios de la Compañía en el mundo, el avance de la ciencia -que no quedaba asumido en él- y la inquietud de si la educación ofrecida en los colegios de la Compañía cumplía la finalidad apostólica de la misma, lleva primero, al olvido este documento, y luego a una nueva formulación sobre lo que es la espiritualidad ignaciana y la educación de la Compañía17. Posteriormente, estas mismas inquietudes, y la necesidad de hacer más práctico el modo de aplicar la ignacianidad a la educación, hacen que se elabore el Paradigma Pedagógico Ignaciano (PPI): una experiencia educativa formulada desde el mismo esquema de los Ejercicios Espirituales18 .

A pesar de esto, mirándolo sólo desde esta perspectiva, queda reducida la ignacianidad al ámbito educativo, y por tanto a las personas que se encuentran en este campo, o a una herramienta pedagógica19; más que a un modo de vida, a una manera de situarse en el mundo, que es lo que tendría que ser.

Universidad Inspirada por el Carisma propio de la Compañía de Jesús, Universidad Rafael Landívar URL, Guatemala 1994.

17 Cfr. Características de la educación de la Compañía de Jesús, CONED, Madrid 1986. 18 El PPI se plantea en cinco pasos fundamentales: contexto, experiencia, reflexión, acción, y evaluación. Cada uno de estos pasos, es extractado de la dinámica misma de los Ejercicios y aplicados a la educación. Ignacio, antes de comenzar a dar los Ejercicios, deseaba conocer la capacidad y predisposición de la persona -contexto-; hacía énfasis en que se debe «gustar las cosas internamente», conocer por el sentir -experiencia-; lleva al discernimiento, a la clarificación con el entendimiento -reflexión-; genera el compromiso «el amor se debe poner más en las obras que en las palabras» (EE 230) -acción-; y finalmente el examinar de Ignacio, cuyo objetivo fundamental es buscar el magis -evaluación- como medio para irse constituyendo «persona para los demás». Cfr. Pedagogía Ignaciana, un planteamiento práctico.

19 Con el agravante de que en muchas ocasiones, los educadores lo aplican sólo como una técnica pedagógica ya que no brota de su propia vivencia pues no han hecho la experiencia de los Ejercicios, y por tanto, aunque sigan la metodología, no contagian la ignacianidad, ni alcanzan los frutos deseados.

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LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES20

LA CUNA DE LA «IGNACIANIDAD»

Lo básico de la espiritualidad ignaciana es experimentar: sentir, hacer, padecer, gozar... Es la experiencia que se vive principalmente en losEjerciciosEspirituales(EE), perotambién -aunquedimanadelosEjercicios- se puede vivir por sintonía y porque se tiene el carisma.

En los Ejercicios, «experimentar» es fundamental, determinante. Tres verbos ejes son cruciales en el camino de experimentar en los Ejercicios: «sentir» -dejar que mi sensibilidad vibre de la misma manera que vibra la de Jesús-, «hacer» -hacer con y como Jesús, en el horizonte de que venga el Reino- y «padecer» -consecuencia lógica de pretender el Reino a la manera de Jesús, frente al poder de este mundo que lo ahoga-21 ... y sólo se entienden desde la construcción del Reino22, como veremos más adelante.

Para hacer posible este experimentar, Ignacio -gran conocedor de la persona- aprovecha mecanismos psicológicos que posibilitan la experiencia. Por ejemplo, capta el papel de la culpa sana como resorte para vivir la experiencia de la conversión, emplea el mecanismo de la emulación para disponer al compromiso con el Reino desde el seguimiento de Jesús, utiliza la sensibilidad, la inmersión total de la persona en la contemplación y la aplicación de sentidos -ver, oír, gustar...- para posibilitar el conocimiento de Jesús que lleva al seguimiento, «...conocimiento interno del Señor... para que más le ame y le siga» (EE 104), etc.

De todo lo anterior se concluye que esta triple experiencia -sentir, hacer y padecer-, pretendida en la metodología de los Ejercicios Espirituales, constituirá la matriz para formar lo «Ignaciano» en alguien. Eso que estamos llamando «ignacianidad».

20 Cfr. nota de pié de página n. 6.

21 Cfr. RAMBLA, JOSÉ MARÍA, «Hacer y Padecer» : Manresa, op. cit., p. 195-208.

22 El Reino es el proyecto de Dios Padre y Madre para con la humanidad. Implica justicia, igualdad, dignidad, ecología. Empieza en este mundo y termina en el seno de Dios.

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La espiritualidad ignaciana, es laical

Se inicia esta experiencia con el Principio y Fundamento. El objetivo de esta parte de los EE es, ciertamente, ganar la libertad, ganar la «indiferencia»: «...por lo cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas creadas...» (EE 23). Indiferencia entendida como libertad frente a todo, especialmente frente a las grandes sombras de la vida: la muerte, la enfermedad, el dinero, el poder… Esta libertad se convertirá en experiencia fundante y generadora de una serie de actitudes. Ignacio en unas reglas para los jesuitas -poco conocidas23- estipulaba lo siguiente en torno a la libertad.

Conserva la libertad en cualquier lugar, y ante cualquiera, sin tener en cuenta a nadie; sino siempre ten libertad de espíritu ante lo que tienes delante; y no la pierdas por impedimento alguno: nunca falles en esto.

En conclusión,

esta triple experiencia -sentir, hacer y padecer-, pretendida en los Ejercicios constituirá la

matriz para formar lo «ignaciano» en alguien

Por tanto, el que ha captado el carisma ignaciano será la persona libre que no hipoteca su libertad a ningún precio. Gran signo de este nuevo Principio y fundamento es «sentir» ¡la libertad! Obviamente que esta experiencia no va sola. Tiene otras realidades que la complejizan.

Luego, la experiencia de Primera Semana24 es la del(a) pecador(a) perdonado(a). Acá lo que se tiene que vivenciar es cómo ha estado entorpecido nuestro «hacer»; es captar que, por causa de nuestro pecado25 , «se hace» llevar a la muerte a Jesús… Esta experiencia es la que posibi-

23 Son poco conocidas unas reglas presentadas en el volumen XII de las cartas de Ignacio, en el Apéndice 6, p. 678-679. Son siete reglas que describen actitudes que pueden traducirse en normas concretas de comportamiento. Podríamos definirlas como el gran «presupuesto» de todo jesuita si quiere ser instrumento válido para la misión. Debemos este descubrimiento al P. Chércoles. Presentamos la 5ª de estas reglas.

24 Ignacio divide los Ejercicios en «semanas» porque analógicamente los Ejercicios se realizan en un mes. Cada semana -que en la práctica va a ser de duración variable- toca uno de los ejes principales.

25 La insolidaridad hecha a los hombres y por ella hecha a Dios, es la raíz fundamental del pecado que ahoga también, lo más profundo a lo que se es llamado.

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lita el diálogo propuesto por Ignacio: «¿Qué he hecho por Cristo, qué hago por Cristo, qué debo hacer por Cristo?» (EE 53). Aquí nos encontramos con que el sentir se convierte en un hacer, ¡en una tarea!. Es decir, la experiencia fundamental de la Primera Semana es la del(a) pecador(a) perdonado(a) a quien el perdón se le convierte en misión, pues no es a pesar de ser pecadores, sino precisamente por ello (1 Cor. 1, 25 ss) por lo que se nos invita a seguir a Jesús, para ser puestos(as) con Él26, en la tarea de construir el Reino.

La experiencia de ser pecador(a) perdonado(a), es la que matiza y empuja todos los rasgos de la espiritualidad Ignaciana, como lo veremos más adelante. A la manera como nos invita Ignacio a experimentarlo, ser pecador(a) «abierto(a) a Dios» no aleja, sino que acerca a Dios -contra toda la expectativa religiosa habitual-.

A continuación, se tiene la experiencia de la contemplación27 del Reino que nos introduce de lleno a una modalidad del hacer. Es hacerlo todo al modo de Jesús. Y es hacer también nosotros el Reino. Un hacer que es también «dejarse hacer», dejarse afectar -ser puesto, ser elegido-, dejar actuar a la28 Espíritu (la gracia). Con esto se inicia la segunda semana.

Después, la contemplación de la Encarnación nos va a hacer «sentir» lo que experimenta la Trinidad, «viendo» con ella, para luego percatarnos de la extrema solidaridad suya al formular la frase de «hagamos redención del género humano» (EE 107). La contemplación nos invita a ello también. La contemplación de toda la vida oculta, es un camino

26 «Ser puestos con el Hijo», es la petición fundamental que propone Ignacio que se haga al Padre. Él tuvo esta experiencia de ser «puesto con el Hijo», en La Storta, una capilla ubicada a 11 kms. antes de Roma.

27 La contemplación y la meditación, son dos tipos de oración propuestos por Ignacio para conocer a la persona de Jesús y dejarse configurar por Él. La meditación invita a acercarse al texto, empleando fundamentalmente la racionalidad, la voluntad y la memoria; la contemplación, invita a hacerlo más desde la sensibilidad, desde lo intuitivo. Esta sensibilidad se acentúa en «la aplicación de sentidos» -otro modo de orar contemplativamente-: ver, oír, gustar, como si presente me hallase (EE 114).

28 Llamamos «la» Espíritu, porque en hebreo Ruah -espíritu- es palabra femenina, y es lo femenino lo que mejor da cuenta de su actividad. Cfr. CABARRUS, CARLOS RAFAEL, La mesa del banquete del Reino: criterio fundamental del discernimiento, DDB, Bilbao 19992, 163.

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La espiritualidad ignaciana, es laical para aprender a sentir y proceder al modo de Jesús. El método de la contemplación nos invita a tener sus mismos sentimientos y su mismo modo de proceder.

Experimentar la Pasión (de Jesús) es la invitación por excelencia a la solidaridad como consecuencia del amor

Nos encontramos luego con la llamada jornada ignaciana (Banderas, binarios, Tres Maneras de Humildad). Esta nos hace experimentar la comprensión más profunda de los deseos y su dinamismo. Primero, a desear por lo menos desear. Esto sería el nivel de Principio y Fundamento. Luego, de una forma más simple -quizás en el ofrecimiento del Reino- deseando de todo corazón, con «determinación deliberada». Para, en seguida, aprender que la clave está en desear ser puestos(as) con el Hijo. Experimentar este deseo, nos dispone a la vivencia de la pasión -Tercera Semana-.

Experimentar la pasión, es la invitación por excelencia a la solidaridad como consecuencia del amor. Se nos invita a hacer y padecer: «qué debo yo hacer y padecer por él» (EE 197).

Finalmente, la resurrección -Cuarta Semana- es experimentar la esperanza y la alegría de la nueva vida de Jesús: «... queriéndome afectar y alegrar de tanto gozo y alegría de Cristo nuestro Señor» (EE 221) Es aprender a «hacer esperanza» en nosotros y en los demás, sabiendo también, que es gracia a pedir.

CulminanlosEjerciciosconla contemplaciónparaalcanzaramor, que es la gran síntesis de todo. Es experimentar que es el amor lo que debe regir, y también, que el amor se expresa concretándolo en acciones. Esta contemplación deja la clave de la relación con Dios: de amante a amado, de amado a amante (EE 231).

En síntesis, siguiendo la experiencia de los EE, podemos afirmar que el ignaciano, la ignaciana, es alguien que se ha formado en una escuela fundamental que le abre al sentir profundo, al hacer como tarea recibida, como don, y a ser capaz de padecer por ese Jesús encontrado en

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el sufrimiento de la humanidad (EE 195), para vivenciar también su gloria en el contexto del Reino. Es esta vivencia lo que animó a los primeros compañeros de Ignacio a buscar otros compañeros y hacer organizaciones (congregaciones) en donde lo del servicio a los necesitados se hacía crucialdesdeloquese había vividodelencuentro en Ejercicios29 .

La experiencia de los Ejercicios debe estar
acompañada

de

una experiencia retante en lo humano, en lo histórico

Ahora bien, la experiencia de los Ejercicios debe estar acompañada de una experiencia retante en lo humano, en lo histórico. Muchas veces los Ejercicios pierden su mordiente, precisamente porque no son acompañados o precedidos de un haber compartido, por lo menos por espacios serios y significativos, con el dolor de la humanidad, con la injusticia y con el querer devolverle el rostro humano al mundo30. No obstante, esta experiencia de contacto serio con el dolor del mundo -sobre todo para los(as) laicos(as)- no está determinada únicamente por un tiempo largo de contacto con el sufrimiento de las mayorías, sino por un encuentro significativo -por los efectos internos que ella produce- con esa realidad; un encuentro que puede partir de un acontecimiento inesperado o traumático (como la bala de cañón para Ignacio), una experiencia casual pero marcante, un diálogo profundo con alguien que ha compartido de cerca esa realidad, los medios de comunicación, o algo similar. En definitiva, una persona que hahecho la experiencia de los Ejercicios y tiene experiencia de haber compartido de cerca con las mayorías necesitadas, podrá tener seguramente, en su modo de ser y actuar, los rasgos de la espiritualidad ignaciana.

29 Para comprender los Ejercicios como un instrumento de obrar la justicia, véase la ponencia presentada en Bruselas: CABARRÚS, CARLOS RAFAEL, «Les Excercices spirituels: un instrument pour travailler à la promotion de la justice» : La practique des excercices spirituels d´ Ignace de Loyola. IET. Bruxelles (1991), 123ss. Esto aparece también, como introducción del libro Puestos con el Hijo, ICE, Guatemala 1998.

30 Cfr. CABARRÚS, CARLOS RAFAEL, «Por qué no nos cambian los Ejercicios» : ALEMANY, CARLOS Y GARCÍA MONGE, JOSÉ A., Psicología y Ejercicios Ignacianos, 2 volúmenes. Mensajero - Sal Terrae. 19962, 277.

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La espiritualidad ignaciana, es laical

LOS RASGOS CARACTERÍSTICOS

DE LA IGNACIANIDAD

La persona ignaciana, quien viva la ignacianidad, va a manifestar unos rasgos típicos que también se deben encontrar en los jesuitas, pero que no se agota, de ninguna manera en ellos. Estos rasgos son: ser compañero(a), sentirse apasionado(a) por la misión, buscar la mayor gloria de Dios, poder convivir con la paradoja, tener una experiencia de oración muy concreta, caminar superando etapas, y vivir en espíritu de discernimiento.

Rasgos de la 'Ignacianidad': ser compañero, apasionado por la misión, buscar la mayor gloria de Dios, convivir con la paradoja, ser orante, superar etapas y vivir el discernimiento

Ser

compañero(a) de

Jesús

De ordinario, se ha identificado la palabra «compañía» con algoguerreroodearmas (esuna interpretación tardía en castellano y no pretendida en Ignacio); sin embargo, hay una acepción quizás calcada de las lenguas germánicas en la que compañero -y por ende compañía- tiene que ver con el hecho de compartir el mismo pan31. Compañero es «quien come el pan con otro»32. Por esa razón quizás, al buscar el nombre para los incipientes jesuitas, cayó como anillo al dedo lo de Compañía de Jesús, que por lo menos en las lenguas romances, podía mantener esa connotación tan rica.

Por eso también, Ignacio -laico- busca amigos y comparte con ellos los dineros y la comida, en las universidades en que estudió, dándoles los Ejercicios y convidando a la solidaridad con los más necesitados... él hacía muchas diligencias, desde el mismo comienzo, para «remediar a los pobres» (Autobiografía, 57). De ahí también se entiende por qué Ignacio sale siempre en búsqueda de compañeros y compañeras con los(as) cua-

31 Cfr. DELGADO, FELICIANO, «Compañía de Jesús. Análisis filológico del término» : Manresa, Op. cit., p. 249-256.

32 En hebreo, amigo «re ’ha», es aquel con quien se comparte el alimento.

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les podía compartir todas esas experiencias. En este sentido, es interesante considerar cómo la amistad -como expresión y extensión de la relación con Jesús- no llevó al laico Ignacio a solo trato con hombres. Su relación con múltiples mujeres fue siempre muy manifiesta, muy rica y perdurable33. La personalidad de Ignacio, y su sensibilidad y capacidad para el acompañamiento espiritual, fueron influidas seguramente, por su relación amplia y cercana con las mujeres34 .

Este contexto de compartir el pan está también escenificado en el Reino: «por tanto, quien quisiere venir conmigo ha de ser contento de comer como yo, y así de beber y vestir, etc.; asimismo ha de trabajar conmigo» (EE 93). Desde allí, se está modelando al ignaciano(a), como «compañero, compañera» de Jesús.

Paraquienesignaciano(a), Jesúsescentral porque así lo ha experimentado en Ejercicios. No solo lo conoce sino que ha llegado -por gracia- a sentir como Jesús para actuar como el centro de la vida es el Señor al que se le experimenta como amigo, compañero, al que se habla como un amigo habla a otro amigo.

El centro de la vida es el Señor al que se le experimenta como amigo, compañero, al que se habla como un amigo habla a otro amigo

El, ha sido llevado a encarnarse con su sensibilidad. Por esto, el centro de la vida es el Señor al que se le experimenta amigo, compañero porque en el coloquio de la oración ha aprendido a hablar con el Señor: «como un amigo habla a otro amigo» (EE 54). Toda la experiencia de la Segunda Semana está transida de este enamorarse de Jesús hasta las últimas consecuencias (Tercera Semana) y de ponerse en su compañía; es «el conmigo» que borda las escenas del Reino.

La experiencia de ser pecador(a) perdonado(a), le da un matiz específico a este rasgo: es pecador(a), y sin embargo, es llamado(a) a ser

33 RAHNER, HUGO, Ignace de Loyola et les femmes de son temps. 2 vol. Colección Christus, DDB 1964.

34 THIÓ, SANTIAGO, «Ignacio, Padre espiritual de mujeres» : Manresa 261 (Vol. 66,1994) 424.

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La espiritualidad ignaciana, es laical compañero(a)... Tal vez es lo más profundo de esto, que precisamente por eso de ser pecador(a) perdonado(a) es llamado(a) a «compartir el pan» justamente porque primero, con su pecado, de alguna manera, traicionó. Esta es también la nueva comprensión, de lo que es ser jesuita y por transposición, de lo que es ser persona Ignaciana: «pecador perdonado llamado a ser compañero de Jesús» (CG. XXXII, 2)35 .

En Ejercicios, la persona ignaciana, aprende a descubrir a Jesús en su Palabra, en la Eucaristía y también en los necesitados: «cómo padece Cristo en la humanidad» (EE 195). La contemplación de Emaús (Lc 24, 13ss) favorece esta múltiple presencia: Jesús como compañero de camino, solidario con el desánimo, desentraña su presencia en las Escrituras y comparte el pan con ellos, manifestándoseles en el símbolo eucarístico.

Esta experiencia hace que el(la) ignaciano(a), fomente la compañía de la persona de Jesús, pero también generando compañía entre los demás. La espiritualidad laical ignaciana es, posee, como algo esencial, el rasgo del compañerismo: del compartir el pan, de compartirse por los demás: de volverse nutrición para otros y otras. La persona ignaciana, de ninguna manera puede ser una personalidad aislada, de alguna forma tiene que tener experiencia de vida con otros por medio de las CVX (Comunidades de Vida Cristiana), los voluntariados jesuitas, o algún otro tipo de pertenencia. En este aspecto, la Congregación General XXXIV propone como una de las líneas de búsqueda para los próximos años, el modo de operacionalizar y concretar esta vinculación de los(as) laicos(as) al cuerpo de la Compañía36 .

35 Congregación General XXXII, decreto 2,1. Congregación General, es la máxima autoridad de los jesuitas: es donde se elige, por ejemplo, al General que es de por vida, y donde se discuten los temas de mayor importancia para la Compañía. En su historia únicamente ha habido 34.

36 Cfr. Congregación General XXXIV, decreto sobre los laicos. En este decreto, especialmente del numeral 21 al 25, presenta la Congregación el reto que esto representa para la Compañía, y la urgencia de buscar modos de vinculación jurídica de laicos y laicas que vivan la espiritualidad ignaciana, y sientan el llamado de una proyección apostólica, p. 300 - 302.

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El rasgo de la pasión por la misión

El

laico que vive la ignacianidad se encarga de los demás, de las obras que solucionen los problemas de las «mayorías»; esta es la «pasión por el Reino»

En la Compañía en la Parte VII de nuestras Constituciones37, el criterio de que «el bien cuanto más universal es más divino» (Const. 622) se vuelve criterio de elección de las tareas apostólicas. Pero esto está inscrito ya en la invitación del Reino: «Mi voluntad es de conquistar toda latierra de infieles»(EE93); «Mi voluntad es de conquistar todo el mundo y todos los enemigos» (EE 95). Ante esta invitación hay varias posibles respuestas. Elignaciano,laignacianaestaránentre«los que mássequerrán afectar yseñalaren todo servicio», entre quienes «harán oblaciones de mayor estima y mayor momento» (EE 97) -es decir, de más entrega y de mayor trascendencia-.

El laico(la) ignaciano(a), se ha dejado forjar en la invitación del Reino. Ahí las grandes hazañas propuestas por ese Compañero que es Jesús, seducen por sí mismas. La meditación del Reino prepara uno de los rasgos más distintivos de la persona ignaciana: «encargarse de los demás», encargarse de las obras que solucionen los problemas de lo que ahora llamaríamos «mayorías». Lo que ahora significamos como pasión por el Reino. Quien vive la ignacianidad, capta el bien de las mayorías como preocupación entrañable, a pesar de tener otras inquietudes y trabajos.

Un principio claro en las Constituciones es hacer obras que atiendan a las personas en su totalidad -bienes espirituales y corporales(Const. 623). Pero todo nace de la pasión por llevar adelante la misión. Se tiene que ir a la parte del mundo «que tiene más necesidad» (Const. 622) y allí realizar obras «más durables y que siempre han de aprovechar»

37 Las Constituciones (Const.) son la regla fundamental de los jesuitas. Constan de diez partes. De alguna manera manifiestan el proceso de incorporación del candidato que quiere ser jesuita: todo el proceso de formación hasta que llegue a hacer parte del cuerpo -grupo de compañeros unidos para la misión-, lo que constituye a ese cuerpo -los votos, la misión- y el modo de gobernarse.

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La espiritualidad ignaciana, es laical (Ibid). En las Constituciones, este rasgo se traduce en otro principio apostólico: la vicariedad, hacer lo que otros todavía no pueden (Const. 623) -o no quieren hacer…, se agrega aquí- La fundación del Colegio Romano, fue para la Compañía una plasmación de esta inquietud: formación de los sacerdotes, que en ese momento carecían de Seminarios instituidos. Toda la actividad concretizada en «fundar colegios» llevó la misma idea: generar instituciones que fueran cambiando y formando personas que incidieran en cambiar el mundo.

La persona ignaciana se apasiona por llevar adelante el Reino y por ello, se dedica a realizar obras, no sólo porque sean buenas, sino porque tocan el corazón de la historia, haciendo allí actividades que la reestructuren y se institucionalizan porque cobran fuerza en sí mismas. Obras, por tanto, que modifiquen el modo como está constituido el mundo, para que acaezca el Reino.

La pasión por la misión, es también un rasgo marcado de manera especial por la experiencia de ser pecador(a) perdonado(a): el perdón hace que se experimente que se estaba sin vida y ahora, se tiene vida!... Esto despierta la pasión por la misión pues se constata que la gran tarea que se tiene afuera, en el mundo, en el Reino, no es imposible porque ya se está viviendo por dentro, en la propia vida, en la realidad personal.

A nivel personal, el laico ignaciano, la laica ignaciana -a ejemplo de Ignacio, laico- trata de llevar de una manera muy estructurada hasta la experiencia de los Ejercicios Espirituales y a una profunda conversión, a cada una de las personas que se le presentan en su vida. Es lo que Ignacio llamó «la conversación espiritual», y es lo que hoy denominamos «acompañamiento espiritual».

Persona de la mayor gloria de Dios

Otro rasgo de la persona ignaciana, que emana del anterior es lo de la mayor gloria de Dios. Eso sí, entendida la gloria a Dios al modo de Ireneo: «Gloria Dei vivens Homo» -que la persona tenga vida!- Quien tiene ese carisma ignaciano no busca el modo bueno, sino el mejor, el que más toque, el que más cambie, el que haga que todas las personas tengan vida, y vida abundante.

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Para ello quien vive la ignacianidad es alguien «excelente» en algún campo. No es que se quiera clasificar a la gente, pero, debe haber una excelencia en la persona -con el criterio más adecuado para cada quien-. En los ambientes de la Compañía y en los que la han rodeado, se hizo siempre mucho énfasis en la excelencia académica y en el comportamiento ético intachable; excelencia, que no se mide ni sigue parámetros humanos, sino que se adquiere al sentirse atraído por un Deus semper maior -Dios siempre mayor-. Es lo que se denominó «virtud y ciencia». Pero obviamente la excelencia fundamental es el excedente de humanidad: lo que supera la norma, lo que va más allá delo lícito, lo razonable... se muestra en una actitud hacia los demás que se acerca a la incondicionalidad en la acogida. Esto lo veía ya Ignacio, aun para el nombramiento del General de la Compañía, donde se decía que, si faltaban otras cualidades humanas no faltara «la bondad mucha (…) y buen juicio, acompañado de buenas letras» (Const. 735).

La excelencia de la ignacianidad, el 'magis', se obtiene al sentirse atraído por el 'Dios siempre mayor'.

La excelencia fundamental es el excedente de humanidad, el tender hacia la incondicionalidad ante los demás

Es decir, que los(as) laicos(as) ignaciano(as), salidos de la contemplación del Reino, manifestarán una espiritualidad de tipo ético y no tanto cultual. Les interesa encargarse «de lo de Dios» a la manera de Mt. 25, en el Juicio de las Naciones: las obras de justicia solidaria son la evaluación fundamental de la acción humana. Esto conlleva la preocupación correlativa de que el nombre de Dios se reivindique, quede bien inscrito en la historia. Y ello como quehacer que atrae y seduce primordialmente. Esto envuelve la desfetichización de las falsas imágenes de Dios y la oferta vivencial -a todos y de la mejor manera- del Dios que Jesús nos manifiesta. Esto vuelve a implicar lo del Reino, sus personas y la misma naturaleza. Lo de Dios para el ignaciano, ignaciana, está transido de la contemplación para Alcanzar Amor en donde todo habla de ese Dios que se entrega en todas las cosas y al que no queda sino devolverle todo, comprometerse por Él, de la misma manera que hace «el amado con el amante» (EE 231).

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La espiritualidad ignaciana, es laical

Por esto, el laico, la laica ignaciana, tiene que estar -física y/o moralmente, con algún vínculo orgánico- en una obra «de punta» que de alguna manera incida para hacer las cosas de otro modo, para servir mejor a más personas, estructuralmente. La persona ignaciana, no puede ser del común, aunque esté en el común; es decir, tiene que distinguirse porque realmente vive la búsqueda de la excelencia, del magis, de la mayor gloria de Dios, con todo lo paradójico que esto entraña.

Una espiritualidad de paradojas

La persona ignaciana tiene que vivir desde el comienzo de paradojas. Vivir la paradoja que implica siempre el seguimiento de Jesús (Dios - hombre), pero acá, tomado como carisma, como modo de ser habitual. A esto invita Ignacio desde la contemplación de la Encarnación donde, por una parte nos hace ver «cómo las tres personas divinas miraban toda la planicie o redondez de todo el mundo»; nos hace contemplar «la su eternidad» de esas tres personas (EE 102), pero en un segundo momento, nos hace verificar «particularmente la casa y aposentos de nuestra Señora, en la ciudad de Nazaret, en la provincia de Galilea» (EE 103). Esta paradoja se resalta también, en la insistencia de Ignacio de que Dios se comunica directamente con quien hace los Ejercicios (EE 15) y sin embargo, se presupone que debe recibirlos de otra persona, y confrontar lo que acontece en su encuentro con Dios, con ella38. Es decir, la persona ignaciana tiene que ser capaz de ponerse desde Dios en toda su apertura infinita, y de poder estar al mismo tiempo frente a una persona concreta con sus necesidades más específicas y particulares.

Pero a esto se educa el(la) ignaciano, ignaciana, cuando aprende que tiene que poner todo de su parte para la oración, siendo muy fiel a las «adiciones»39 (EE 73), persuadiéndose después en la práctica que «sólo es de Dios nuestro Señor dar consolación a la ánima sin causa precedente; porque es propio del Criador entrar, salir, hacer moción en ella, trayéndola toda en amor de la su divina majestad» (EE 330).

38 CODINA, VÍCTOR, «La paradoja ignaciana» : Manresa, vol. 63 (1991) 277.

39 Recomendaciones que hace Ignacio para que quien esta haciendo Ejercicios, se disponga mejor para la experiencia y colabore a la acción de Dios. Tienen que ver con la preparación de la oración, y el ambiente físico y psicológico propicio para ella.

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Vivir la paradoja del seguimiento de Jesús

Quien va a vivir la ignacianidad, va a aprender en la escuela de la oración, la frase que define el modo de Ignacio de «non coerceri maximo, contineri tamen a minimo, divinum est»40 que puede traducirse como «no amedrentarse ante lo más grande y sin embargo encajar en lo más pequeño, eso suena a Dios». También allí aprenderá a «hacer todas las cosas como si dependiesen de nosotros sabiendo que en definitiva dependen de Dios» ¡Dos movimientos paradójicos significativos! Uno dispone a la aparente contradicción de no conocer límites para enfrentar lo más grande, y sin embargopoder estarapaciblementeajustado en lo más pequeño41. El otro, hace referencia a poner toda la confianza en el Señor -a tal punto que no haya la más mínima intimidación ante el emprendimiento de ninguna tarea- y a la vez poner todos los medios humanos para su consecución, consciente siempre de la propia limitación personal42 .

Dios-Hombre. «No amedrentarse ante lo más grande y sin embargo encajar en lo más pequeño, eso suena a Dios»

Esta espiritualidad de paradoja se expresará en poder ser contemplativos en la acción, enrealizarlascosasespiritualesdesdela«pasiva actividad». Nunca pidiendo en directo estar en la bandera de Jesús, sino suplicando «ser puestos» con el Hijo. «Sólo si su divina majestad fuere servido y me quisiere elegir y recibir» (EE 147) Es vivir la tarea -en suma eficacia- pero siempre como un regalo no merecido. Es estar a solas la criatura con su

40 Gaston Fessard, sj en «La Dialectique des Exercices Spirituales de Saint Ignace de Loyola», insertó al final del tomo I un plegable con el «Elogium Sepulcrales S. Ignatii» que contiene dicha máxima. En el mismo tomo plantea que es atribuida por Hölderlin a un jesuita anónimo que compuso dicho Elogio Sepulcral de San Ignacio en el año 1640. Se pensó equivocadamente que era una lápida sepulcral, pero en realidad parece ser una poesía latina en la que aquel jesuita quiso caracterizar, con la remembranza de Ignacio, la espiritualidad ignaciana. Esta documentación sobre el origen de la frase, ha sido investigada y compilada por Javier Osuna, s.j. A él agradecemos el enriquecimiento de este texto.

41 Cfr. RAHNER, HUGO S J., Ignacio de Loyola y su histórica formación espiritual, Sal Terrae 1955, 14.

42 Cfr. WALSH, JAMES, «Work as if Everything Depends on -Who?» : The Way Supplement 70 (1991) 125-136. Citado por TALBOT, JOHN, Como sitodo dependiera de... quién? Noviciado Jesuita, Puerto Rico, [s.p.i.].

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La espiritualidad ignaciana, es laical Criador, pero en discernimiento con las reglas de sentir con la Iglesia (EE 352ss), a solas pero siempre acompañado(a) por una persona testigo de la obra de Dios...

En este rasgo, nuevamente, la experiencia de ser pecador(a) perdonado(a) le da un matiz específico: es el gran resorte de la continua conversión. Captar esto, es requisito para hacer los Ejercicios y por tanto, para vivir la ignacianidad. Es captar la esencia misma del Evangelio en el que al (a la) pecador(a) es a quien más se ama... Es la gran paradoja de sentirse hasta «basura» y a la vez necesitado(a) para la misión, para la tarea del Reino (Cfr. 1 Cor 1, 25ss).

Este rasgode la espiritualidadfavorecerá que lapersona ignaciana realice tareas de frontera y de riesgos extremos, abrazando por ejemplo, cosas que pueden sonar contradictorias en sí mismas: la máxima inculturación, desde la máxima fidelidad al Evangelio -como escandalosamente realizaron los primeros jesuitas misioneros en China, Japón y la India-; que pueda ser revolucionario(a) y cristiano(a), que sea capaz de criticar a la Iglesia y a la vez, sentirse hijo(a) amante de ella...

Laparadoja,paralapersonaignacianalaica,puedeexperimentarse de manera especial en determinados ámbitos. Por ejemplo, el del prestigio profesional y el mejoramiento económico inherente a este, la necesidad de asegurarse un futuro económico, la búsqueda del magis que invita a querer mejorar, a buscar puntos claves de influencia, y a la vez, el ir siempre «hacia abajo», hacia las mayorías desposeídas, hacia el encuentro con los más pobres. Es ayudar a que el pobre crea en el pobre, la máxima paradoja social y política. Otra paradoja, otra aparente contradicción es la de la primacía del actuar, de la participación en la vida social del mundo, y a la vez, la búsqueda de espacios de silencio, desierto y oración, y la opción de la austeridad en el modo de vida, pero no escatimando la excelencia de los medios. Otra gran paradoja a la que se ven enfrentados los(as) laicos(as) está en la incomprensión afectiva de su pareja, cuando es sólo uno de ellos quien ha iniciado o vive el itinerario de la espiritualidad ignaciana, obligando a vivirlo al modo de Nicodemo, en una especie de vida oculta, con el consubstancial conflicto interior que esto conlleva; o la dificultad para conciliar el tiempo que exige la familia con el tiempo que exige -o se quiere dar- al trabajo apostólico.

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Solamente quien ha asumido como carisma la paradoja que implica el seguimiento de Jesús, puede vivir en equilibrio y con suavidadclave del Espíritu de Dios en Ignacio (EE 334, 3)-, la aparente contradicción.

Con un tipo de oración específica

El (la) ignaciano(a) ha recibido un entrenamiento muy fuerte en Ejercicios con un tipo de oración que es de petición, eso sí, pero de petición de lo fundamental: en torno al Reino, en torno a la mayor gloria de Dios, por una parte, y por otra, una oración que está toda ella concatenada. Se pide por donde el Señor ya ha venido dando... de allí que la última oración -y lo que entonces se desarrolló- es el punto de partida de lo que sigue. Es decir, que los puntos de oración los ofrece la oración anterior. Esto da una contundencia muy fuerte a la oración del ignaciano, la ignaciana.

La persona ignaciana ora a veces utilizando la meditación; es decir, el ejercicio de la racionalidad, de la voluntad, de la memoria -la parte más masculina nuestra- pero muchas más veces ora, utilizando la contemplación que es el ejercicio de la sensibilidad, de lo intuitivo, de lo sensible -la parte nuestra femenina-. Esta parte llega a su culminación en «la aplicación de sentidos»: es la puesta en práctica de toda la sensibilidad, es donde Ignacio le da a la sensibilidad, un papel que nunca se le había dado en la iglesia, y que no termina aún de explotarse.

La oración de la persona ignaciana, capta la totalidad humana y privilegia el cuerpo. Adapta el cuerpo a la manera de obtener la gracia: lo mueve, se pone en pié, de rodillas, se tira al suelo (EE 76), pero no necesariamente con posturas estáticas, sino escuchando el cuerpo, moviéndolo hasta que se encuentre lo que se busca. Aún no se han sacado todas las posibilidades de la introducción del cuerpo en la oración. Tal y como está considerado en los Ejercicios, los mismos ayunos y penitencias -que han tenido tantas exageraciones- son un camino de introducir el cuerpo en lo que está aconteciendo (EE 89), pero no como camino de mortificación -ese no es el sentido que propone Ignacio-, sino como medio para que el cuerpo se incluya y haya en él un movimiento que permita captar el movimiento de Dios. La inclusión adecuada del cuerpo, es tam-

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La espiritualidad ignaciana, es laical bién el medio que hace más sensible al dolor de Cristo al padecer en sí mismo(a), de alguna manera, el dolor del pueblo43 .

La oración de la persona ignaciana es contextuada. El esquema de los Ejercicios

es el riel por donde se desliza su experiencia (...) Esta oración la hace 'contemplativa en la acción’

La persona ignaciana está habituada a una oración contextuada. El esquema de los Ejercicios es el riel por donde se desliza su experiencia. La ruta de los Ejercicios es la combinación de la Historia de la Salvación presentada al modo de Ignacio en articulación con la historia de la propia conversión: la biografía espiritual44. Esto se convierte en el camino básico de conducir la oración. Este fenómeno se experimenta más compactadoen losEjerciciosdemes,perotambién es importantísimo -aunque más diluidoenlosEjerciciosenlaVidacorriente. Másaún, estos ejercicios brindan un aspecto más historizante que los compactos, en cuanto se inserta la historia real en ellos45. Ciertamente los Ejercicios en la Vida Corriente (EVC) tienen un aspecto mucho más contextuado en cuanto allí la Historia tal como la vive el pueblo de Dios, constituye un ingrediente estratégico de la espiritualidad. Todo esto nos está indicando el talante de la oración de la persona ignaciana: es una oración que hace a la persona contemplativa en la acción, y en una acción que tendrá repercusión política porque quiere cambiarle el rostro al mundo.

La persona ignaciana está, además, acostumbrada a evaluar la oración. No se concibe, propiamente hablando, una oración que no traiga consigo su propio examen. Más aún, como veremos adelante, es una oración -que por el dinamismo del discernimiento- exige el cotejamiento

43 Cfr. CABARRUS, CARLOS RAFAEL, Puestos con el Hijo: guía para un mes de ejercicios en clave de justicia, Instituto Centroamericano de Espiritualidad, Guatemala 1998, 286-288.

44 El P. Kolvenbach, ha intuido esto cuando habla del Evangelio según Ignacio al examinar la re-lectura del Evangelio propuesta por él en los mismos Ejercicios, en donde selecciona textos, introduce unos nuevos (EE 299), o suaviza otros (EE 277).

45 Véase el capítulo La inserción de la historia en los Ejercicios, en CABARRUS, CARLOS RAFAEL, Puestos con el Hijo..., p. 259.

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con un acompañante espiritual, por una parte, pero también no tiene plena validez sin la confirmación subjetiva: cuánto ha crecido la persona contodoloqueestáviviendo,ysobretodo,la confirmaciónhistórica:cuánto ha producido Reino la oración que se viene llevando.

De allí que, para el (la) ignaciano(a), los Ejercicios, además de ser una escuela de oración, son sobre todo, escuela de vida. Escuela que puede ayudar a invertir el hecho de que como nos comportamos en la vida nos comportamos en la oración, para pasar, después de su entrenamiento, a la posibilidad de que como nos comportemos en la oración nos podemos comportar en la vida. Es decir, que si en la oración en los Ejercicios se aprende a tener un nuevo patrón de conducta, es posible -con la fuerza de la gracia- empezar a ser una persona nueva en la vida. Mas aún si tenemos en cuenta, que la experiencia profunda de encuentro con Dios vivida en los Ejercicios, modifica el inconsciente y por tanto hace posible que se sea realmente una persona nueva46 .

Una espiritualidad procesual y de requisitos

Con todo lo exigente que presentamos lo que puede ser el carisma del ignaciano(a), parecería que todos(as) tuvieran que tenerlo ya en su máxima explicitación. Es inherente, sin embargo, a la misma «ignacianidad» el hecho de vivirse todo en procesos paulatinos, por una parte, y por otra, que llenen ciertos requisitos de posibilidades reales y deseos eficaces. Como también es inherente, el hecho de que ser pecador(a) no aleja sino que dispone, en consonancia con el requisito evangélico de ser pobre y/o pecador(a). Son los pobres y/o pecadores quienes captan el mensaje de Jesús (Mt 11, 25), porque ellos son sus destinatarios por excelencia. Es inherente a la misma 'ignacianidad' el vivirse todo en procesos paulatinos que llenen ciertos requisitos de posibildades reales y deseos eficaces

46 Cfr. CABARRUS, CARLOS RAFAEL, Orar tu propio sueño, UPCO, Madrid 1996, 48-51.

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La espiritualidad ignaciana, es laical

El esquema de Ejercicios, nuevamente nos da la clave de lo procesual. En las Anotaciones -que son las directrices para darlos- encontramos la número 18, en la que se da razón de personas que no pueden entrar de lleno a los Ejercicios y se establece, entonces, criterios según «la edad, letras e ingenio». Hay personas, por otra parte que carecen realmente de deseos; que «sólo quieren llegar hasta cierto grado de contentar a su ánima». Para estas personas a quienes les faltaría lo que Ignacio llama «subyecto»47 (o porque no pueden o porque no quieren ir a más), recomienda «darles algunos destos ejercicios leves» (EE 18).

Este criterio procesual se nota también, claramente, en la contemplación del Reino donde hay una clasificación de personas que se quieren comprometer más que otras (EE 96-97). La persona ignaciana estaría entre «aquellos que se quisieran más afectar» (EE 97), aunque sea deseando desear estar en esa tal situación: teniendo por lo menos «deseos algunos de hallarse en ellos» como se espera en la evaluación a los candidatos a la Compañía (Examen, Const. 102).

Ya hicimos alusión anteriormente a la escalada pedagógica que Ignacio establece respecto a los deseos. Primeramente atreviéndose a por lo menos «desear desear», en seguida, atreviéndose a desear claramente(enlameditacióndelReino),hastallegar-conBanderasy Binariosa pedir «ser recibido debajo de su bandera» (EE 147). Y esto es haber captado la clave de la espiritualidad.

El criterio evaluativo también está muy marcado en los Ejercicios: se distingue a «los que van de pecado mortal en pecado mortal» (EE 314), de «los que van de bien en mejor subiendo» (EE 315). Las reglas de discernimiento de la Segunda Semana, por ejemplo, sólo deben darse una vez pasada la primera (EE 9) y sólo cuando la persona muestre que está ya «de punto» para recibirlas. Más aún, «al que toma ejercicios en la primera semana, aprovecha que no sepa cosa alguna de lo que ha de hacer en la

47 Subyecto es una palabra muy ignaciana pero de difícil traducción. No es sólo «capacidad» ya que lo contrapone a esto precisamente el mismo Ignacio (EE 18). Implica también decisión, ánimo para cosas grandes. Carácter, aptitud e idoneidad, es la manera como Arzubialde traduce esta palabra. Cfr. ARZUBIALDE, SANTIAGO, Ejercicios Espirituales de san Ignacio: Historia y análisis, Mensajero-Sal Terrae, Bilbao-Santander 1991, 29.

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segunda semana» (EE 11). Se hace énfasis, además, en que no se puede pasar a otra semana hasta haber obtenido la gracia de la semana anterior. Es decir, todo está enmarcado en los procesos espirituales de cada ejercitante.

Es bien sabido cómo Ignacio retuvo al mismo Francisco Javier para tener su propia experiencia de Ejercicios por casi dos años. De alguna manera no terminaba de darse el tiempo maduro para esa experiencia fundamental.

Es decir, la ignacianidad, es un proceso que tiene requisitos para vivirse, un camino abierto que se va recorriendo por etapas, de la misma manera que lo fue haciendo Ignacio, el laico peregrino. Es una espiritualidad que implica la experiencia de los Ejercicios, el compromiso con la transformación del mundo desde su quehacer personal concreto y formación intelectual constante, para mejor servir. Experiencia, compromiso y formación, tres palabras que hacen que sea una espiritualidad completamente dinámica pero procesual.

Una espiritualidad de discernimiento

El gran descubrimiento del laico Ignacio es que dentro de sí mismo existían fuerzas o vectores que tiraban de su vida. Unas hacia lo de Dios, otras alejándolo: unas veces de manera clara otras de manera más bien oscura. Ignacio laico es el gran maestro de psicología y de espiritualidad, que se gesta en la pura y profunda observación personal tenida en momentos críticos de la vida: él estaba al borde de la muerte, como consecuencia de la herida recibida por la bala de cañón. Esa crisis lo hace reaccionar de manera novedosa.

Aquí late un rasgo importante de la ignacianidad y en el que juega un papel importantísimo, eso que denominábamos subyecto -la decisión, el ánimo para cosas grandes, el carácter, la aptitud, la idoneidad-48. Ese subyecto se engendra a partir de unas cualidades, pero sobre todo de unas experiencias que hacen ahondar en lo humano y en lo divino que

48 Cfr. nota n. 47.

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La espiritualidad ignaciana, es laical hay dentro de nosotros. El subyecto, por tanto, se va gestando consecuentemente.

La persona ignaciana es la persona que es apasionada, como el mismo Jesús, por la voluntad de Dios. La voluntad del Padre definitivamente tiene que ver con el Reino y lo que eso realmente significa: un proyecto del Dios Padre-Madre para con la humanidad, que implica justicia, dignidad, derechos, respeto a la tierra. Pero eso, implica un diálogo constante con Dios y con la humanidad; de ahí, la importancia también del discernimiento comunitario en la promoción del Reino.

El ignaciano, ignaciana es quien ha podido tomar en serio su vida; es quien ha podido ir nombrando los acontecimientos internos e irlos comprendiendo para no dejarse subyugar por ellos. No hay posibilidad de una persona ignaciana verdadera que se desconozca en lo hondo suyo. Discernir va a ser algo connatural a quien viva la ignacianidad, pero para eso debe conocerse y aprenderse a manejar en su propia humanidad.

En este esfuerzo de introspección -hecho necesario y requisito sine qua non- va a poder detectarse eso que Ignacio acaricia tanto: los deseos, que son las fuerzas que emanan de lo mejor nuestro y donde encontrará la posibilidad de que encajen perfectamente los deseos de Dios, los umbrales del Reino. Para eso será necesario saber distinguir «los pensamientos pasados», los deseos de superficie, de los «santos deseos» (Auto. 10), como también cómo unas cosas «le deleitaban mucho» pero luego «hallábase seco y descontento» (Auto. 8), pasado algún tiempo. Como lo aprendió Ignacio:

Hasta que una vez se le abrieron un poco los ojos, y empezó a maravillarse desta diversidad y a hacer reflexión sobre ella, cogiendo por experiencia que de unos pensamientos quedaba triste y de otros alegre, y poco a poco viniendo a conocer la diversidad de los espíritus que se agitaban, el uno del demonio, y el otro de Dios (Autobiografía 8).

Toda la Autobiografía de Ignacio muestra el camino por donde él adquirió la práctica del discernimiento que luego la plasmó en los Ejercicios.

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La

persona

ignaciana conoce y sabe manejar

las reglas de discernimiento porque las ha practicado en los Ejercicios, en su oración habitual y en su examen diario

La persona ignaciana conoce y sabe manejar las reglas del discernimiento porque las ha practicado en los Ejercicios, en su oración habitual y en su examen diario. Con esas reglas puede ir detectando en primer lugar, lo que de verdad experimenta pero sobre todo el «a dónde le llevan» esas vivencias que pueden darse dentro del corazón pero también en el mundo exterior, en la historia. Esta regla básica de discernimiento encuentra en lo que hemos denominado los cuatro pedestales de la mesa del banquete del Reino, los rectos criterios de discernimiento: si algo que experimentamos -dentro o fuera de nosotros mismos- nos lleva a las obras de justicia solidaria (Mt 25, 31ss), si nos conduce a la experiencia de un Dios pura misericordia y que nos invita a ser así misericordiosos (Lc 6, 36); si por estas dos cosas el mundo no nos comprende o nos persigue -a veces hasta el riesgo de la vida- y sentimos; sin embargo, fuerza para enfrentarlo (Mc 8, 34 y paralelos); si -finalmente- esos movimientos (internos o externos) nos convidan a cuidar de nosotros con la dedicación que atendemos a las personas necesitadas (Mt 19, 19), estos cuatro derroteros nos están indicando claramente que tiene a Dios como origen y proveniencia49 .

La persona ignaciana habrá comprendido por propia experiencia, la necesidad de aprender a historizar las mociones50, y por otra parte de impedirquelastretas51 tomen cuerpoy realidad. El ignaciano, laignaciana han entendido que discernir es optar; que todo lo que va manifestándose en su interior o en el exterior, si viene de Dios, son impulsos e invitaciones para que se vaya realizando el Reino. Ha comprendido y sabe emplear las «reglas para en alguna manera sentir y conocer las varias mocio-

49 Cfr. CABARRÚS, CARLOS, La mesa del banquete del Reino... Sobre todo el capítulo IV.

50 Todo impulso, invitación, sugerencia de Dios. Lleva hacia el Señor y su Reino, en general. Es decir, todo lo que venga del Buen Espíritu.

51 Engaños, invitaciones, sugerencias del mal espíritu. Llevan a apartarse de Dios y su Reino; es decir, todo lo que venga del mal espíritu. Es lo que corresponde, en el lenguaje de Ignacio, a las mociones procedentes del mal espíritu.

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La espiritualidad ignaciana, es laical nes que en la ánima se causan: las buenas para recibir y las malas para lanzar...» (EE 313). Ha hecho del discernimiento una actitud vital que le permite discernir «en caliente»; es decir, en el momento mismo que están sucediendo las cosas, o en el momento que las está examinando, justamente porque se ha hecho una persona contemplativa en la acción, y en la acción del Reino.

Por último, la persona ignaciana conoce la necesidad del cotejamiento respecto al discernimiento. Sabe que toda moción (interna o histórica) tiene como objetivo hacer posible el Reino. Por tanto, tiene que haber alguna persona con «densidad eclesial» que lo confronte sobre la idoneidad y adecuación de eso que piensa o experimenta, con los proyectos del Reino. Mientras más envergadura tenga una moción y mayor sea su trascendencia político-social más necesidad habrá de cotejarla. Por otra parte, el ignaciano, la ignaciana aprenderá, como el mismo Ignacio, que la recurrencia a pedir confirmación del mismo Señor está en la esencia del discernimiento. Todo el Diario Espiritual suyo está lleno de esta necesidad de «re-confirmación» de parte de Dios:

Después, al preparar del altar y al vestir, un venirme: Padre eterno, confírmame; Hijo eterno, confírmame; Espíritu Santo eterno, confírmame; santa Trinidad, confírmame; un solo Dios mío, confírmame; con tanto ímpetu y devoción y lágrimas, y tantas veces esto diciendo, y tanto internamente esto sintiendo;…(Diario Espiritual, 48).

La gran confirmación, con todo, es en qué medida las cosas discernidas han jalonado el Reino, por una parte, y por otra, en qué medida todo este esfuerzo -divino y humano- ha generado en nosotros más humanidad nueva.

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ITINERARIO Y MODO DE DETECTAR LA IGNACIANIDAD

Puntualizando todo lo anterior, podríamos concluir diciendo que la persona con ignacianidad se puede encontrar en una institución de la Compañía de Jesús, en un colegio, en una universidad, en una parroquia. Pero puede también descubrírsele en unos Ejercicios Espirituales acompañados. Van a tener todas ellas o ellos los rasgos antes enumerados aunque de manera incipiente. Ya que los jesuitas nunca promovemos «devoción» por san Ignacio, ciertamente los que denoten ignacianidad tendrán que haber tenido acercamiento a las obras de jesuitas o de otraspersonasignacianasparahabercaptado algo de nuestro fundador.

La persona ignaciana puede estar en una institución de la Compañía de Jesús, en un colegio, en una universidad, o en una parroquia. Puede también descubrírsele en unos Ejercicios Espirituales acompañados

Cuando alguien con ese tipo de rasgos -aunquefuesenensemilla-quisieracomenzar un camino ignaciano habría que estructurarle una ruta muy definida. Estoy convencido de que un muy buen conocimientopersonal ymanejodesupropiahumanidadesunrequisitohumanoesencial52 . Pero esta persona, además, o debe estar ya en un trabajo comprometido, o por lo menos vibrar -y tratar a estar articulado orgánicamente- con trabajos de envergadura, en donde la opción por la vida -en todos sus aspectos, y por los pobres y necesitados, sea el eje. Tiene que estar en contacto con lo de lamayor gloria de Dios,yallímostrar apasionamientoporelReino. La personalidad ignaciana tiene que ser también promovedora de «cuerpo» -

52 La propuesta que desarrollamos en el Instituto Centroamericano de Espiritualidad -ICE-, para ayudar a las personas en este proceso, la tenemos sistematizada en el Taller de crecimiento personal -TCP-: una experiencia pascual de profundizar en el propio proceso vulnerado, en la parte herida, para luego ir hacia el pozo de la positividad, hacia el manantial donde está Dios que es el Agua Viva. Es una experiencia de reconocer a «Dios más íntimo que mi misma intimidad» (san Agustín), pero partiendo de la sanación y autoconocimiento de la persona.

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La espiritualidad ignaciana, es laical que para Ignacio es la experiencia de la comunidad-. Esto puede irse haciendo concreción en una CVX (Comunidad de Vida Cristiana), en un grupo de trabajo, apoyando una institución con el carisma ignaciano. Por así decirlo, el ignaciano, la ignaciana, no es una personalidad aislada.

Con todas esas «señales» habría que detectar aún el deseo de una experiencia fuerte de oración, concomitante (antes o después) a una experiencia honda con el dolor del mundo, con las situaciones de injusticia, con la búsqueda de mejores estructuras del mundo y con personas signo de humanidad nueva.

Creemos conveniente que esta persona pase por un taller de discernimiento y comience por experiencias de Ejercicios compactos53, si se puede, o de Ejercicios en la Vida Corriente (EVC) pero siendo muy fieles a ellos y con momentos de vivencia concentrada. No estaría mal el que conocieran una vida de Ignacio. La de Tellechea nos parece muy lograda -aunque prolija- pero además concebida con la libertad de estar hecha por alguien que no es jesuita54 .

Mucho ayudaría, para la explicitación de la ignacianidad, la relación también con jesuitas. A nosotros, en lo que nos toca, la amistad con laicos, con mujeres, con los pobres, como hemos dicho en otra parte55 , nos enseña a ser mejores jesuitas.

Con todo lo anterior, no queda más que reafirmar lo implícitamente expresado: solo en la medida en que la Compañía no se sienta la única heredera de Ignacio, y en la medida que esta espiritualidad ignaciana brote en el mundo laical, se estaría manifestando en plenitud el regalo que Dios dio a su Iglesia y a su pueblo en la figura de Ignacio de Loyola.

53 Una de las formas como realizamos este itinerario en el ICE, es con el taller de un mes, en el que se inicia con diez días de conocimiento personal, se continúa con cuatro días de discernimiento y se termina con 12 días de Ejercicios con acompañamiento personalizado.

54 TELLECHEA, JOSÉ IGNACIO, Ignacio, sólo y a pie, Sígueme, Salamanca 19903 .

55 CABARRUS, CARLOS RAFAEL, «Ser amigos de los pobres, de los laicos, de las mujeres… nos hace amigos en el Señor: los nuevos desafíos de la comunidad jesuítica» : Diakonia XXII-88 (octubre-diciembre 1998) 33.

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Darío Restrepo L., S.I.

XX Aniversario de los Ejercicios Espirituales

Acompañados con laicos

-Entrevista al P. Julio Jiménez, S.I.-*

Darío Restrepo L., S.I.

En el otoño de 1978, el padre Pedro Arrupe, S.J., convocó a jesuitas y laicos de todo el mundo para participar en un curso-taller de animadores de las Comunidades de Vida Cristiana (CVX).

El padre Provincial de Colombia, de aquel entonces, envió a dos jesuitas jóvenes, los padres Fernando Mendoza y Julio Jiménez, a participar en esa experiencia en Villa Cavalleti (Italia).

Con el fin de informar acerca de este servicio a los laicos en la Provincia Colombiana, entrevisté al P. Julio, (Director de Ejercicios Espirituales Acompañados -EEA-).

D.R.:

J.J.:

Julio,puedescontarnosbrevemente¿cómoseinicióesta experiencia de los EEA en Colombia?

Hay que remontarse al año de 1978 cuando fuimos invitados por el Centro Ignaciano de Espiritualidad (CIS) de Roma, a un curso de promotores de las CVX en Villa

* Rector del Colegio San Ignacio de Medellín y Superior de la Comunidad. Iniciador y Director de los Ejercicios Espirituales Acompañados (EEA) a los laicos (as) en la Provincia colombiana.

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D.R.:

J.J.:

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J.J.:

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J.J.:

XX Aniversario de los Ejercicios Espirituales Acompañados con laicos

Cavalleti. El curso duró un mes. Los primeros diez días estaban destinados a realizar los Ejercicios Espirituales de San Ignacio.

¿Qué fue lo que más te llamó la atención de esa experiencia?

En 1978 llevaba trece años en la Compañía de Jesús y no había tenido la oportunidad de tener un Acompañante constante de mi proceso espiritual durante los días de Ejercicios. No niego que las anteriores experiencias me habían ayudado nada menos que a tomar mi gran decisión: ser jesuita. Sin embargo, nunca había profundizado tanto como en aquella ocasión.

¿Qué fue lo que más te ayudó?

Recuerdo que la gracia especial que tuve en esos días consistió en asimilar definitivamente aquello del «Principio y Fundamento». Los diez días profundicé en él, dándome cuenta de que realmente mi vida no estaba muy ordenada. A partir de ese momento me sentí más libre internamente y por lo tanto más dispuesto a amar a Dios en el servicio. Yo creía que había nacido para ser jesuita y que esto era un logro mío. Estaba equivocado. El medio lo había confundido con el fin. Comencé a vivir mi consagración a Dios como un don fundamentado en el amor misterioso del Señor.

¿Por qué te impactó tanto este descubrimiento?

Porque gracias a los reflejos de mi Acompañante detecté que yo no estaba satisfecho con mi vida. Esto lo descubrí gracias a los constantes diálogos, dos al día, que tenía con él. Reconozco ahora que yo sí sentía una sensación de malestar interior. Gracias a los EEA pude detectar ese «virus» que no me dejaba ser yo mismo.

Apuntes Ignacianos 32 (mayo-agosto 2001) 46-54

D.R.: J.J.:

¿Qué más te llamó la atención en esos Ejercicios con un Acompañante con quien debías hablar dos veces en el día?

Yo no había pensado que se podía dar esa modalidad. En primer lugar, me di cuenta de que mi Acompañante respetó mi ritmo; no me presionó para continuar adelante; pocas veces me había sentido tan libre y tan respetado en mi proceso espiritual. Además, hubo algo totalmente novedoso para mí: ver cómo una señora, de Alemania, acompañaba a los jesuitas de esa Provincia. Esto estaba en contra de todos mis esquemas y me preguntaba: ¿cómo un sacerdote podría contarle sus intimidades a una mujer?; ¿tendría ella la suficiente preparación? Realmente, me rebelaba internamente.

Hoy, después de 20 años observo cómo las cosas han cambiado radicalmente. No comprendía el papel del Acompañante en un proceso de discernimiento y confundía el Acompañamiento con una Dirección Espiritual o con una confesión. La presencia femenina en aquel entonces era muy distinta a la actual.

D.R.:

J.J.:

D.R.:

¿Los jesuitas alemanes dieron algún testimonio de su experiencia?

Sí. Su alegría de ser acompañados por una laica abría nuevos horizontes a su apostolado. La evaluación fue extraordinaria. Cuandocomenzamoslaexperienciacon Acompañantes laicos en Colombia, la primera fue una estudiante universitaria. Viajécon ella al Salvador donde acompañó a unas religiosas españolas en sus Ejercicios. Ellasquedaronsatisfechasconesteservicioprestado por una mujer. La mayoría de los Acompañantes en Colombia durante estos 20 años han sido mujeres. Los resultados son muy satisfactorios.

¿Y después, qué sucedió?

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J.J.:

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D.R.:

XX Aniversario de los Ejercicios Espirituales Acompañados con laicos

En 1979 llegué de nuevo a mi trabajo en la Universidad Javeriana como Asesor Espiritual y ese mismo año fui invitado por la Casa de la Juventud de Bogotá a Santiago de Chile para realizar lo mismo que yo había visto en Roma pero en calidad de Acompañante.

¿Qué sucedió en Chile?

De nuevo las sorpresas. La Provincia Chilena ya llevaba muchos años realizando lo que llamaban «Mini-Manila». En la Casa de Retiros «Padre Hurtado», estaban más de 100 jóvenes de parroquias, de colegios y de CVX. Los cursos de formación siempre los iniciaban con los EEA.

¿Qué te impresionó más de la experiencia de Chile?

Que los Acompañantes éramos no solo los jesuitas sino que había también laicos profesionales y sacerdotes del clero secular. Algunos de ellos durante el día iban a Santiagoa trabajar y por la noche, acompañaban ados o tres personas. Yo pensaba ¿por qué no podemos hacer lo mismo en Colombia que tenemos tantas facilidades?

La metodología no era difícil y la infraestructura necesaria estaba a nuestro alcance. Simplemente debía esperar la ocasión y comunicarla a mis compañeros jesuitas.

¿Cuál fue la ocasión?

La Casa de la Juventud de Bogotá, inició unos seminarios con el fin de prepararnos en el conocimiento de los Ejercicios y comenzamos a trabajar con las personas que pedían este servicio.

Durante estos 20 años has coordinado los EEA con laicos. El año pasado los realizaron más de 230 personas durante 9 o 10 días. ¿Cómo y cuándo iniciaste este servicio con profesores y padres de familia?

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J.J.:

D.R.: J.J.:

Cuando realizaba mi Tercera Probación en 1981, tuve oportunidad de prestar este servicio, por primera vez, a líderes campesinos. Con el padre Neftalí Martínez, S.J.(+), dimos los primeros EEA. Después fui destinado al Colegio San Ignacio de Medellín. Me encontré con una antigua discípula que en ese momento estudiaba medicina. Ella quería profundizar su experiencia cristiana y le expliqué en qué consistían los Ejercicios de san Ignacio y durante ocho días hizo y vivió la 'Primera Semana'. Coneltiemposeconvirtióenla primeraAcompañante que trabajó conmigo.

Esta universitaria, mientras hacía sus Ejercicios, ¿dónde residía? ¿con sus padres? ¿en el colegio...?

Ni se me pasó por la mente que ella pudiera residir en uno de tantos cuartos que tiene la comunidad y menos todavía en esa época. Por eso, acudí a un colegio de religiosas cerca al nuestro. Después del almuerzo hacíamos el acompañamiento de las mociones que había tenido durante las oraciones que hacía.

D.R.:

J.J.:

D.R.: J.J.:

¿Cuál fue el resultado de esos EEA?

Ella quedó muy entusiasmada y nos preguntamos si podríamos, entre los dos, ofrecer esta experiencia a universitarios y profesores de nuestros colegios. Así sucedió. Al comienzo la respuesta fue muy tímida. Luego los padres Rectores de ocho de nuestros colegios, apoyaron la iniciativa y comenzaron a enviar profesores de sus respectivos colegios. Más tarde me invitaron a la Universidad Javeriana de Bogotá y de Cali.

¿Y cómo surgieron los Acompañantes jesuitas y laicos?

Les comenté la primera experiencia a mis compañeros, los invité y cada vez nos íbamos dando cuenta de que ese eraelcamino paratrabajar profundamentecon los laicos.

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D.R.:

J.J.:

D.R.: J.J.:

D.R.: J.J.:

XX Aniversario de los Ejercicios Espirituales Acompañados con laicos

En estos 20 años 52 jesuitas y 14 laicos, la mayoría mujeres, han prestado el servicio de acompañantes. El trabajo en equipo y la fraternidad que ha surgido es maravillosa.

¿Qué fueron descubriendo?

Muchísimas cosas. Quizás lo más significativo es que Ignacio de Loyola nos dejó, no solo su experiencia de Dios, sino especialmente unas herramientas, un método, un camino para que aquellas personas que desean abrirse a la gracia transformadora de Dios, lo puedan hacer de una manera maravillosa. Nosotros somos testigos inmediatos de los milagros que hace el Señor.

¿Cómo es posible que laicos que no están acostumbrados a la oración, puedan realizar toda la secuencia ignaciana?

Precisamente porque se respeta el proceso y el ritmo de cada uno. Eso fue lo que aprendí en Roma. La gran mayoría, cuando van por primera vez, realizan lo que podemos llamar unos Pre-ejercicios. Inician el aprendizaje de «El Arte de orar», se reconcilian con la vida, cambian las imágenes falsas o incompletas que tienen de Dios, valoran el sacramento de la reconciliación y punto. Cuando van por segunda vez, ya están preparados para iniciar en forma la secuencia ignaciana. Algunos han realizado sus EEA hasta tres veces y en pocos años hacen todo el mes de Ejercicios.

Seguramente,esaspersonassoncandidatasparaacompañar a otras?

No necesariamente. Porque para ser Acompañante se necesita una vocación que la da el Señor. Los profesores o profesoras más capacitados(as) humana y espiritualmente tienen la posibilidad de hacer un curso de Acom-

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pañamiento Espiritual y Ejercicios en el Centro Ignaciano de Reflexión y Ejercicios (CIRE) de Bogotá.

D.R.: J.J.:

¿Cómo manejan la parte económica y a dónde van durante estos diez días?

En Colombia existen muchas Casas de Ejercicios. Ahora estamos ocupando aquellas que puedan alojar más de 60 personas. Existe una con capacidad para cien personas con cuarto individual.

Laparteeconómicatambiénesimportante,pues,losmaestros no están muy bien remunerados. Acudimos a los Colegios, a la Asociación de Colegios Jesuitas de Colombia (ACODESI) y a las Asociaciones de Padres de Familia. Así se les posibilita hacer la experiencia. Lo contrario sería prácticamente imposible. El maestro paga la tercera parte y la abona en cuotas quincenales que le favorezcan.

D.R.: J.J.:

¿Cuáles son los aspectos más positivos de tu larga experiencia?

Estos 20 años han sido toda una escuela de aprendizaje. Me encantaría escribir y publicar algunos resultados pero las ocupaciones administrativas lo impiden. Algún día lo haremos. Por ahora puedo decir que tenemos muy bien estructurado lo que llamamos los Preejercicios, la Primera y Segunda Semana. Las siguientes, seguimos estrictamente el libro de los Ejercicios.

La iniciación de la experiencia para cada ejercitante no es fácil pero tanto las guías que reciben como el ambiente que se forma, juntamente con la liturgia y algunas conferencias que damos por la noche, son factores de los que se vale el Señor para iniciar un proceso serio.

Además descubrí a Ignacio como extraordinario pedagogodeesa«ciencia»quellevaalascriaturashaciaDios.

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D.R.: J.J.:

D.R.: J.J.:

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XX Aniversario de los Ejercicios Espirituales Acompañados con laicos

Entendí por qué una revista española (Padres y Maestros) dice de él: «El Maestro que nunca fue profesor». Esta es una gran verdad.

Ordinariamente no se relaciona los Ejercicios con un sistema pedagógico. ¿Quisieras informarnos un poco sobre este punto?

Ahora comprendo porqué la EDUCACION PERSONALIZADA fue descubierta por un jesuita francés. Hace algunos años me propuse investigar cuáles eran los elementos principales del proceso de aprendizaje que aparecían en los Ejercicios y me admiré encontrarme con el verdadero «Maestro» Ignacio. Ha sido una hermosa coincidencia saber que tanto en las Universidades como en los Colegios se está trabajando sobre este punto: la experienciadelosEjercicioscomofuentedelaPropuesta Educativa jesuítica. Esto nos está llevando a verdaderas innovaciones educativas.

¿Esto quiere decir que el conocimiento y la práctica de la espiritualidad ignaciana se está actualizando?

Efectivamente. Nuestra Propuesta Educativa se entiende si nuestros colaboradores realizan los Ejercicios de san Ignacio en su forma original, es decir, con un Acompañante durante un tiempo prolongado. Hacer otra cosa es permitir que la propuesta se quede en un nivel puramente conceptual e ideológico y por lo tanto muy pasajero.

Pero,¿cómoabarcara tantaspersonasquetrabajan con nosotros?

Si estamos convencidos uno crea las circunstancias. Por ejemplo, en mi Colegio (San Ignacio) son 130 profesores de los cuales ya más de 60 han realizado la experiencia de 8 ó 10 días.

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D.R.:

J.J.:

D.R.:

J.J.:

¿Cuáles han sido los frutos de este trabajo apostólico?

Innumerables. Por ejemplo, el encuentro de cada ejercitante con Dios es invaluable y supera toda estadística; los colegios se han oxigenado con nuestra espiritualidad; la Universidad está iniciando el proceso; la Propuesta Educativa adquirió vida, los profesores asumen sus responsabilidades pastorales; los jesuitas, con quienes formamos el equipo de Acompañantes, nos unimos más en la misión. Algunos profesores forman susgruposdeoraciónygruposapostólicoscomolaCVX. El material que hemos elaborado es todo un tesoro, digno de publicarse porque surgió de la experiencia. Varias veces lo hemos corregido.

¿Algunos proyectos?

Sí, muchísimos: establecer las CVX con profesores y padres de familia; invitar a otros jesuitas a la experiencia; que en cada ciudad se formen equipos de acompañantes y que durante la Semana Santa puedan prestar ese servicio abriendo la cobertura a Padres de Familia, Directivas, Empleados; publicar el material que poseemos y que tiene una validez de muchos años; invitar a profesores de Fe y Alegría; ampliar el número de grupos en el año; abrir nuestras comunidades a personas que durante el año escolar deseen hacer sus EEA.

D.R.:

J.J.:

D.R.:

Finalmente, ¿cómo piensas celebrar este XX aniversario?

Como se celebran los grandes acontecimientos espirituales: en el silencio de una Eucaristía. Esto no es mío, esobradelSeñor. Seguiremos adelante...También pensamos reunirnos en cada ciudad con aquellos que quieran profundizar más en su espiritualidad.

Julio: muchas gracias por tu servicio de tanto futuro y, sin duda alguna, de mayor gloria de Dios.

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Amigo Ignacio

En los labios inertes y fríos de la noche, estatua que había salido de un bloque amorfo de mármol sometido dócilmente, hora tras hora, al cincel y al martillo, su creador puso estos versos:

«Grato me es el sueño y más el ser de piedra mientras el daño y la vergüenza duran, no ver, no sentir es mi gran ventura. No me despiertes, no. ¡Habla bajo!»

Miguel Angel1 se refería así a la dificultad que conlleva ver y sentir, despertar y ser sensible. No es pequeña la tentación de permanecer dormido y convertirse en piedra, imperturbable y ajena al devenir, que asalta al hombre sumido en la aflicción. Renunciar a la vida, al riesgo de ser herido y de sufrir, pero también a la oportunidad de ser curado y de gozar, renunciar a la posibilidad que tiene todo ser humano de curar y de herir, siempre será un anhelo, más que una real alternativa, en los momentos de desolación que llegan incluso a quienes triunfan. No de otra

* Ingeniero civil de la Pontificia Universidad Javeriana, Decano del Medio Universitario de la Facultad de Artes y miembro del Consejo Directivo Universitario de la misma Universidad.

1 MIGUEL ANGEL. En Pinacoteca Universal Multimedia -CD ROM, F&G Editores, S.A. España.

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Amigo Ignacio
Carlos Julio Cuartas Ch.*

forma se puede explicar el lamento de Buonarroti, el insuperable creador de belleza, el hombre que a los 23 años, hace 5 siglos, concluyó la Piedad, y en 1521 a los 46, el Cristo sereno y erguido que triunfa sobre la muerte y enarbola la cruz en la que entregó su postrer aliento.

En ese mismo año, en 1521, el Papa León X, apenas pocos meses antes de morir, concedió al rey de Inglaterra el título de «Defensor de la Fe» en reconocimiento por la publicación de su libro sobre los siete sacramentos, frente a los postulados de Lutero, excomulgado por el Pontífice en ese año también. Sí, Enrique VIII, entonces de 30 años de edad, acataba y defendía desde su trono la autoridad de la Iglesia, la misma que desconocería años después cuando la soberbia venció a la sensatez.

La herida de Ignacio en Pamplona desató un proceso vital, con consecuencias para él mismo y también para la humanidad

También en ese año, lejos de Roma, un cortesano y gentilhombre vasco, contemporáneo del rey tudor, -había nacido como él en 1491-, empuñaba su espada y su puñal en la defensa de Pamplona frente al ataque de los franceses. A los 30 años, Íñigo López, caballero de Loyola, «con un grande y vano deseo de ganar honra» era apenas conocido por los suyos, no tenía la fama que entonces Miguel Angel y, por supuesto, el monarca inglés ya poseían por razones bien distintas. Sin embargo, fue en esa batalla donde empezó a cambiar el curso de su vida y surgió el camino hacia la gloria, que lo consagraría como adalid de la fe y lo llenaría de honra, dentro de una concepción bien distinta de la abrigada por él en esos tiempos. La herida en la pierna, que años después podemos reconocer como operación a corazón abierto, no fue sino una oportunidad para entregarse definitiva e incondicionalmente a los brazos de Dios, abiertos allí donde menos lo esperamos, allí donde más cuestionamos su inexplicable y sentida ausencia.

Ese acontecimiento, que no figura entre los hechos del Imperio Español registrados en libros de historia universal, desató un proceso vital en aquel hombre, que no solo trajo consecuencias para él como individuo, sino para la humanidad entera, incluso en los más remotos confines del mundo. De otra forma no podríamos explicarnos la celebra-

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Amigo Ignacio

ción anual de su fiesta en lugares tan diversos como Goa y Porto Alegre, Arequipa y Tokyo, Washington y Varsovia, Kampala y Beirut. De otra forma no podríamos comprender su presencia activa en el mundo contemporáneo, su compañía cercana a tantos hombres y mujeres por el mundo dispersos, entre ellos, nosotros, un puñado de jesuitas y laicos, unidos en la respuesta a una convocatoria varias veces centenaria.

La amistad que me une a Ignacio no es tan antigua ni tan curtida como algunos creen, como yo mismo quisiera que hubiera sido. Pero el poder del corazón nos hace a veces atrevidos e incluso, irreverentes.

En la red de los afectos, a la que no escapa ningún ser humano, -no hay alas que valgan para alejarnos de ella-, los amigos muertos, que son aquellos separados inexorablemente de nosotros por la época en quevivieron, sonimportantes,tantocomolos amigosvivos,quesonaquellos unidos a nosotros en la contemporaneidad. Una diferencia sustancial entre unos y otros radica en la imposibilidad que tienen los primeros para cometer ausencia2. Sí, solo de uno depende que el amigo muerto permanezca a nuestro lado, que la relación se fortalezca cada día y tenga efectos en el diario acontecer. En el caso de los amigos vivos se necesita la convergencia de dos, de pareceres y sentimientos, que no siempre es posible. La ausencia llega y en ocasiones obedece a decisión del otro, incluso contrariando nuestro propio sentimiento y desconociendo nuestra necesidad de su amistad y compañía. Además, como «vivir es cambiar», -lo aprendí de Newman3 y lo he confirmado en la práctica-, el amigo vivo, a diferencia del amigo muerto, está en camino, aún no llega a su destino, incluso, puede que ni lo tenga claro, tiene relaciones con terceros que a veces interfieren en la que a él nos une. Todo ello aumenta el

2 Otra diferencia importante se refiere a la incidencia que tienen en los amigos los defectos de uno y otro. En la relación con el amigo vivo, estos interfieren, causan disgustos y nos hacen reaccionar, crear conflictos. No ocurre lo mismo en una relación con el amigo muerto: los de uno y otro caracterizan la relación, más no tienen consecuencias ni en ella, ni en los sujetos, mucho menos en el muerto. Sobre las virtudes y defectos de Ignacio es interesante leer el texto «¿Cómo era San Ignacio?» : Imágenes de la fe 168, 5.

3 NEWMAN, JOHN HENRY CARDENAL, en «An Essay on the Development of Christian Doctrine», 34-6, 38-40. Citado en KER, Ian, JOHN HENRY NEWMAN, a biography. Essex, Oxford University Press, 1988, 304.

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Carlos Julio Cuartas Ch.

riesgo de la ausencia. Hay amigos muertos que no dejan de vivir, así como hay amigos vivos que insisten en morir y mueren: ya no son amigos vivos, tampoco amigos muertos.

Hay, sin embargo, algo común a los amigos, a ellas y a ellos, no importa que sean muertos, que sean vivos: es su presencia recurrente. No solo se halla el amigo delante de nosotros en el mismo sitio que ocupamos, sino que no pasa inadvertido, su presencia afecta el ánimo, nos da motivos, también razones que confrontan nuestros propios motivos y razones, nos incomoda, nos exige, in-fluye como los rayos de luz que acarician los días y que añoran las noches.

Algo común a los amigos, vivos o muertos, es su presencia recurrente; in-fluyen en nosotros como los rayos de luz que acarician los días y que añoran las noches

Ignacio de Loyola ocupa lugar de privilegio entre mis amigos muertos, pues solo un año antes de la celebración del IV centenario de su muerte, en 1955, tuvo lugar mi nacimiento. El primer recuerdo que guardo de él es el de una pequeña estampa con su imagen, adherida a la puerta de mi casa y en la que leía: «Al demonio: ¡No entres!». Pasaron los años y no hubo nada nuevo. Llegué a la Javeriana, estuve 5 años, me gradué y empecé a trabajar en ella. En esos años conocí a Maldonado, supe que era un gran hombre, que era jesuita. Pero sobre Ignacio y la Compañía de Jesús, nada aprendí. Años después, regresé a la Universidad, fui Decano. Entonces me pareció de elemental responsabilidad conocer y entender los símbolos y la historia de la Universidad, qué significaba el IHS4 de nuestro escudo, quién era el hombre cuya imagen aparecía en nuestro sello. Encontré luego a otros dos Padres de la Compañía, Manuel Briceño y Jaime Bernal, cómplices maravillosos que no dudaron en irse conmigo de viaje al pasado, recorriendo páginas amarillas y enfrentando con valor polillas y carcoma. De repente se hicieron presentes en mi vida más hombres de la legión de Loyola, aparecieron

4 La lectura correcta de estas tres letras corresponde a la de las mayúsculas en griego, Iota, Eta y Sigma, que son la primera, segunda y última letras de la palabra 'Jesús'.

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uno a uno5, y se quedaron conmigo. No solo pude conocer y entender los símbolos y la historia de la Universidad y renovar mi pasión por ella, sino que nació el amor a la Compañía de Jesús, mi admiración y afecto hacia el Fundador y General. De esta manera Ignacio se hizo a un lugar estratégico e invulnerable en mi vida y empezó a acompañarme con fidelidad. Como ocurre con los amigos vivos, creo saber qué le gusta y qué no, qué piensa y qué sugiere, a dónde va y a qué, qué quisiera que yo hiciera y qué no. Como ocurre con los amigos vivos, a veces le fallo y lo molesto, también a veces, solo a veces, lo hago feliz.

Quienes se acercan a Ignacio, reconocerán su compromiso con la excelencia, el «magis», tan familiar para sus compañeros y amigos.

ElencuentroconIgnaciotraeamipensamiento la idea de la perfección. Célebre es su carta a los Hermanos estudiantes de Coimbra6, escrita en Roma el 7 de mayo de 1547, en la que se refiere a los estímulos para avanzar. Advierte Ignacio a los jóvenes jesuitas: «... mucho habéis de extremaros en letras y virtudes, si habéis de responder a la expectación en que tenéis puestas tantas personas, que... con razón esperan un muy extraordinario fruto». En este breve texto descubrimos dos palabras clave. La primera, extremarse; es decir, ir al extremo, hacerse uno el más excelente en su género. Quienes se acercan a Ignacio, así sea de manera ligera, reconocerán con facilidad su compromiso con la excelencia, asociado al término latino magis, tan familiar para sus compañeros de aventura y para sus amigos. La excelencia, por él comprendida como la mayor gloria divina, fue su blasón. Según nos dice el padre Pedro de Ribadeneira, «el niño mimado» de Ignacio, «querido y venerado Padre y Maestro espiritual»7, 35 años mayor que

Esta excelencia, comprendida por él como 'la mayor gloria divina', fue su blasón

5 Entre ellos no puedo dejar de nombrar a Gilberto Arango y por supuesto, a Marino Troncoso, confesores, hombres extraordinarios, de una sensibilidad inmensa.

6 IGNACIO DE LOYOLA, Obras de san Ignacio de Loyola, BAC, Madrid 19976, 797.

7 GARCÍA-VILLOSLADA, RICARDO, San Ignacio de Loyola. NuevaBiografía, BAC, Madrid 1986, 12, 15.

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Amigo Ignacio

él: la mayor gloria divina «era el blanco a que miraban todas sus acciones, cuidado e intentos... porque no se contentaba en que no hubiese ofensa de Dios en lo que hacía, sino que Dios fuese glorificado; y cuando se ofrecían dos cosas del servicio del Señor, siempre escogía aquella de que él pensaba se le seguiría mayor gloria»8 .

La otra palabra que debemos destacar en la cita textual de esa carta es responder; es decir, satisfacer a lo que se propone o pregunta, a lo que se espera, a lo que esperan, -y con razón, dice él-, tantas personas de nosotros. A la respuesta se opone el silencio y la quietud, la ausencia de vida, la muerte. La amistad de Ignacio nos exige, pues, acción; es decir, fructificar, producir resultados. «No seáis... remisos9 ni tibios;advierte también Ignacio en la carta-, que como dice [Salomón], el aflojamiento quiebra el ánimo, como la tirantez el arco... el contentamiento que en esta vida puede haberse, la experiencia muestra que se halla, no en los flojos, sino en los que son fervientes en el servicio de Dios». De esta forma, une Ignacio la excelencia a la alegría, al contentamiento.

Ahora bien, quien debe ser excelente y dar respuesta es un ser humano, «creado a imagen y semejanza de Dios», pero con afecciones; es decir, aficiones, inclinaciones y apegos, que en el lenguaje de la patología, tienen la connotación de alteración de la salud y causa de enfermedad; un ser humano también con mociones, entendidas como inspiración interior y que en el lenguaje antiguo se usaba para hacer referencia al tiempo en que corría el viento favorable para una navegación. Sí, a la excelencia, que viste de oro, está llamado un ser humano, hecho de barro, que se enfrenta a sí mismo, a sus contradicciones, a sus amores y sus odios, y que al final se hace historia al decidir, al elegir. He aquí otro concepto que recurre al pensamiento ante la presencia de Ignacio: la elección, asunto que está íntimamente unido al discernimiento espiritual que no es lo mismo que la prudencia humana10 .

8 RIBADENEIRA, PEDRO DE, S J., Vida del glorioso Patriarca san Ignacio de Loyola, Fundador de la Compañía de Jesús. En TORRUBLA, PEDRO TOMÁS, Práctica de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, Librería de Garnier Hermanos, París 1887, 383.

9 Remiso, según el Diccionario de la Real Academia, 1992, significa: Flojo... detenido... en la resolución... de una cosa.

10 FUTRELL, JOHN CARROLL, S J., El discernimiento espiritual, Sal Terrae, Santander 1989, 8.

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Algunos creen que 'vencer a sí mismo' y 'ordenar la vida' implica dejar de ser humano. ¡No! Es reconocernos en lo que precisamente somos y podemos ser para tratar de serlo

Estos términos nos conducen necesariamente a un texto muy conocido, el de los Ejercicios Espirituales, que empezó a escribir Ignacio en Manresa en 1522 y concluyó en los primeros años de su vida en Roma, hacia 1541, que a instancias de Francisco de Borja, Duque de Gandía y luego, jesuita y tercer General de la Compañía de Jesús, Paulo III aprobó el 31 de julio de 1548, -hace 452 años-, por medio de Bula Pontificia (Pastoralis officii), luego de cuidadoso examen que de él hicieron tres de los mayores hombres de la Iglesia en ese tiempo11. Esta obra de Ignacio, de enorme influencia en toda la espiritualidadcristianaposterior12 consiste en «un conjunto ordenado de ejercicios de oración»13 que tienen la siguiente meta, según palabras del padre Futrell14: «conducir a una completa libertad espiritual, poder servir a Dios con un corazón libre para poder encaminar únicamente a Dios todos los deseos y toda la vida, en respuesta plena a la palabra de Dios en cada momento». El mismoautor, arenglónseguido, aclara:«Los Ejercicios presentan el dinamismo que permite descubrir la propia identidad en Cristo (la «elección») y la creación continua, progresiva, de esa identidad, discerniendo el modo de vivir con autenticidad y en todo momento sus consecuencias». En esta descripción sobresale otro concepto clave, a mi modo de ver, asociado a Ignacio: la libertad, que alcanza quien logra «vencer a sí mismo y ordenar su vida, sin determinarse por afección alguna que desordenada sea», objetivos de los Ejercicios Espirituales, según reza en el título de los mismos. Algunos creen que vencer a sí mismo y ordenar la vida implica dejar de ser humano. ¡No! Es reconocernos en lo que precisamente somos y podemos ser para tratar de serlo.

11 RIBADENERIA, Op. cit., p. 117, 118.

12 ROYO MARÍN, ANTONIO, Los Grandes Maestros de la Vida Espiritual. Historia de la espiritualidad cristiana, BAC, Madrid 19902, 376.

13 METTS, RALPH, S J., Ignacio lo Sabía, Iteso, México 1997, 222.

14 FUTRELL, Op. cit., p. 43.

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Amigo Ignacio

Ignacio murió a los 65 años, a los 35 años después de su conversión, 21 después de su doctorado en París y 19 desde su ordenación sacerdotal.

Durante 46 años su obra fue, pues, la de un laico

El General de la Compañía de Jesús, P. Peter-Hans Kolvenbach, S.J., nos advierte15 que «no estamos ante un libro como tantos otros, con una doctrina o una teoría teológico-espiritual: nos hallamos ante un camino hacia el evangelio, que Ignacio recorrió y quiso indicar a los demás... Lo que [él] sugiere es la movilización de todas las posibilidades humanas para que cada uno realice en su vida concreta la vocación a la que es llamado». La amistad que me une al Peregrino, -así se consideró Ignacio-, me habla siempre de camino, de movilización; es decir, de unavidasin certezasnireposodedicadaalaconquista de la libertad. Para ser fieles a su amistad «nos es necesario, -como señala Futrell16 -, desaprender nuestros sueños y perder las seguridades que hemos adquirido del pasado, para ir hacia delante, olvidándonos de lo que queda atrás... Debemos perder nuestras ataduras a los éxitos del pasado, renunciar a defender un privilegio de ayer, para ponernos modestamente, con audacia, al servicio del presente». ¡Qué maravilla de ideal! Hacernos ligeros de equipaje y correr el riesgo de vivir.

Ignacio de Loyola, amigo vivo de Francisco Javier, Francisco de Borja y Pedro de Ribadeneira, murió un viernes, el 31 de julio de 1556, «una hora después de salido el sol»17, a los 65 años de vida, 35 de conversión, 21 de haber recibido el grado de Doctor de la Universidad de París y apenas 19 de haber recibido la ordenación sacerdotal. La obra de Ignacio durante 46 años es, pues, la de un laico. A lo largo de 15 años, 3 meses y 9 días, -lo dice Ribadeneira18-, fue Prepósito General de la Com-

15 KOLVENBACH, PETER-HANS, S J., Fieles a Dios y al Hombre. Entrevista de Renzo Giacomelli, Ediciones Paulinas, Madrid 1991, 21.

16 FUTRELL, Op. cit., p. 100, 101.

17 RIBADENERIA, Op. cit., p. 327.

18 Ibid., p. 324.

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Amigo Ignacio

pañía de Jesús. Afirma su primer biógrafo19 que «no se pueden fácilmente creer las cosas que cargaban sobre los hombros de este gigante, y el valor y el espíritu con que los llevaba en un cuerpo flaco y cargado de enfermedades... sustentado de la poderosa mano del Señor, que le daba fuerzas para todo... cuando más flaco y enfermo, y más solo, y sin las ayudas que para tan grande carga había menester; tanto parecía que estaba más fuerte, y que en su flaqueza se descubría y resplandecía más la virtud de Dios».

Ignacio, mi amigo muerto, que no deja de vivir, fue un hombre para los demás: «... aunque era superior, -cuenta Ribadeneira20-, se igualaba en todo a sus súbditos, y no solamente se igualaba con ellos, pero aun se sujetaba aellos con admirablemansedumbre y humildad». Y sin embargo, fue el líder nato, que supo rodearse de hombres de primera talla. Fue un hombre profundamente sensible. «Su austeridad y dureza, -nos explica Rambla Blanch21- se debían más a la renuncia que a la sequedad natural. Esta sensibilidad muy presente, pero contenida, es la que hace de los Ejercicios Espirituales una pedagogía del 'sentir y gustar'»22 .

La presencia de Ignacio en mi vida no es la de un nombre ni la de unos datos que recuerdo, tampoco es la de unas imágenes que reconozco23 ni la de unas frases que repito o de unos libros que conservo

19 Ibid., p. 326.

20 Ibis., p. 381.

21 RAMBLA BLANCH, J MA., El Peregrino. Autobiografía de san Ignacio de Loyola, Mensajero - Sal Terrae, Barcelona 1983 (Colección Manresa 2), 29.

22 Muchos rasgos de Ignacio se podrían enunciar. Uno que me llama mucho la atención y que no quisiera dejar de registrar es el estudiado por JAVIER MELLONI RIBAS en su escrito Ignacio de Loyola, un pedagogo del misterio de la Justicia, Cristianisme i Justicia, Barcelona 1990. (Colección Cristianisme i Justicia 35). Presenta el autor a Ignacio como «un mistagogo y no como un profeta de la justicia». Su aportación, -advierte Melloni-, no son sus denuncias concretas, sino «el método (que en griego significa camino.), que unifica la experiencia con Dios con la transformación interior y la incidencia en el mundo». Mistagogo, «en la cultura helénica, era aquel que iniciaba, que introducía a los fieles en el misterio».

23 De manera especial debo citar la hermosa obra «Vida de san Ignacio de Loyola en grabados del siglo XVII de PETER PAUL RUBENS», con 80 imágenes, publicada en 1609 y 1622, reeditada por Ediciones Mensajero en 1995. También debo hacer referencia a la publicación de una biografía ilustrada por MIGUEL BERZOSA MARTÍNEZ, publicada por la misma editorial en 1991, con ocasión del V centenario del nacimiento de san Ignacio.

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Carlos Julio Cuartas Ch.

y a ratos leo, no es la de ese pequeño fragmento que hizo parte de su cuerpo y ahora me acompaña como reliquia. ¡No! Su presencia es la del amigo fiel, que permanece a nuestro lado. Él no cambia, es siempre el mismo, solo tengo posibilidad de conocerlo más y mejor, de escucharlo y confiarme a él, sin temores ni riesgos. En mi vida él es una obligante y permanente invitación a la felicidad, que solo alcanza quien se hace libre. Celebro su compañía cercana, las horas compartidas, su fidelidad a toda prueba. Él no deja de animarme a ver y sentir, me impide dormir y ser de piedra. Con él llega siempre la alegría de vivir, de gustar24, porque en todo siempre podemos «amar y servir».

24 A la larga, Ignacio procura que la persona, el ejercitante, guste y se deje afectar profundamente por la voluntad de Dios, y que actúe en consecuencia. Él decía que «no el mucho saber harta y satisface al ánima, mas el sentir y gustar de las cosas internamente» (EE 2). No se trata, pues, de hacerse indiferentes de manera absoluta, sino, por el contrario, de desear y elegir «lo que más nos conduce para el fin que somos criados» (EE 23); es decir, llenarse de entusiasmo, de motivos, para poder disfrutar de la vida.

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La espiritualidad también es un compromiso del laico

l llamado universal de Jesús a construir su Reino, nos compromete en serio a todos los que hemos decidido aceptarlo y seguirlo en el llamado especial que nos hizo en el Bautismo. ¿Pero quién acepta y sigue a alguien si no le conoce?

Aceptar es decir sí dentro de la libertad y por lo tanto asumir con responsabilidad ese sí, como lo hizo María; esto nos indica que el sí que dimos en el bautismo nos impone un acercamiento permanente y continuo al Dios que nos dijo 'sí', primero. De ahí la necesidad de la oración diaria, del contacto con el Creador, del descubrirlo en el día a día de nuestra vida y en la de los demás.

Pero no es suficiente hacer la oración diaria, sino que ésta nos invita a la transformación de la vida misma, desde esa experiencia de Dios, no para ser más buenos solamente, sino para que la vida transformada, transforme; la vida espiritual, espiritualice nuestras relaciones y así podamos ir contemplando a Dios desde la vida misma, en la bondad, en la tristeza, en la desgracia del otro y en la alegría que nos produce el servicio a todos los que se encuentran afligidos.

* Licenciado en Filosofía y Ciencias Religiosas. Coordinador de Grupos Apostólicos, Colegio San Pedro Claver, Bucaramanga.

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La vida espiritual no está diseñada para ser enclaustrada, sino para abrirse al mundo en las acciones concretas que nos permitan presenciar al Dios de la vida, de la justicia, de la paz y del amor; es decir, que la vida espiritualestáhechaparatodoslosbautizados(laicos)quequieranhacerreal su misión de ser sacerdotes, profetas y reyes, como nos invita el Vaticano II.

La invitación es a todos los laicos (...) a realizar la experiencia de los Ejercicios Espirituales

Desde lo que hagamos, en las casas, en las comunidades, en los colegios y desde lo que somos como humanos, tenemos que asumir el llamado que Dios nos hace a construir su Reino, más en un mundo como el nuestro, donde nos inunda la sensación de vacío permanente, de cambio de lógica en las cosas, de desesperanza. Ennuestrasmanosestáhacerquelosotros crean, esperen, y vuelvan a las categorías del amor que acepta al otro, lo reconoce como otro y como hermano; por eso, no lo maltrata, no lo discrimina, no lo mata. En nuestras manos está que el otro nos acepte como distintos y quiera unirse a la misión que tenemos de hacer posible el mundo de justicia, amor y paz que Jesús, máxima expresión del amor de Dios, nos anunció. Si no miramos nuestra vida desde Dios y, si no renovamos permanentemente el sí que le dimos en el momento del Bautismo, es difícil sostenerse en su lógica.

Por eso, la invitación es a todos los laicos que de una u otra manera tenemos un llamado especial a trabajar como compañeros laicos en la misión de la Compañía de Jesús, a realizar la experiencia de los Ejercicios Espirituales, a arriesgarse a vivir la fe en comunidad desde la experiencia de las Comunidades de Vida Cristiana (CVX), a mantenerse firme en la oraciónyelexamendeconcienciadiario,aparticipardelavidasacramental y a ser agente activo en los programas especiales de servicio al pobre.

Nadie da lo que no tiene, ¿cómo entregar entonces a nuestros estudiantes, hijos y compañeros de misión a un Jesús que hoy más que nunca necesita ser presentado con una fuerza que nos permita renovar la Iglesia? La misión es de todos como comunidad eclesial.

Que el Dios de la vida y de la historia nos fortalezca en la búsqueda de la Verdad, el Camino y la Vida desde la experiencia íntima con Jesús y desde allí, descubrir el amor del Padre que nos creó primero.

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¿Cómo buscar y hallar a Dios en el mundo?

Un laico común y corriente en la corte del Señor Jesús

Un laico común y corriente en la corte del Señor Jesús

INTRODUCCIÓN

Por algún tiempo creí que la responsabilidad de hablar del Reino de Dios y, más aún, de construirlo, era de los sacerdotes, los religiosos, las monjas y todas aquellas personas que habían optado por un estado de vida en esa dirección. Luego, en la medida en que me he comprometido con mi formación personal, espiritual y profesional y me interesaba por la realidad concreta que vivimos en el país, empecé a sospechar (y más tarde a corroborar) que estaba equivocado: Yo, padre de familia y empresario, estoy siendo llamado a construir un mundo nuevo al estilo de Jesús.

Dos preguntas me han dado pistas respecto de mi lugar y responsabilidad:

1. ¿Quiénes han tomado las decisiones que nos han llevado a la situación actual? ¿Quiénes son los responsables de tomar las decisiones y acciones para corregir el rumbo? No es necesario profundizar mucho para llegar a la conclusión de que los principales actores han sido y serán laicos. Y si nos preguntamos por sus niveles de educa-

* Ingeniero eléctrico. Magister en Administración de la Universidad de los Andes. Directivo de «Tecnología y Gerencia».

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ción, rápidamente llegamos a la conclusión de que no son precisamente los analfabetas, ni aquellos que no pudieron terminar su bachillerato. Los responsables de nuestra sociedad han sido y son, en gran parte, laicos con educación secundaria e incluso universitaria... ¡y aquí clasifico yo!, así que me descubro dentro del grupo de personas que han tenido y tienen parte de la responsabilidad de tomar las buenas decisiones que nos llevarán a la construcción de un país más justo, en vías de progreso, competente, dinámico.

2. ¿En qué institución se dan los valores fundamentales y la formación básica que ha de desembocar en hombres que construyan o no, la sociedad? Por supuesto, en la familia, y yo soy cabeza de una de ellas: soy esposo y padre.

Mi llamado, entonces, toma forma concreta en dos de los cinco subsistemas1 a través de los cuales se puede describir nuestra sociedad:

· El social y en particular mi hogar.

· El económico y mi actividad como empresario y consultor. Otros tendrán responsabilidades específicas en los otros tres: el político, el de los recursos naturales y el del conocimiento.

Sin embargo, como lo señalé al principio, ha sido largo el camino hasta llegar a darme cuenta de que he sido llamado a participar en la construcción del Reino desde el lugar específico que hoy ocupo en la sociedad (como laico), y el ir precisando cada vez con más finura el cómo hacerlo.

En principio, puedo decir que dos fuerzas interiores me han llevado por este camino de descubrimiento y lectura de mi vocación: mi pasión por crecer como persona y mi pasión por las cosas de Dios, que me atrae como un imán.

Dado lo anterior, quisiera enfocarme en este artículo en compartir la claridad que tengo respecto de:

1 Colombia un país por construir. Universidad Nacional de Colombia. Director del proyecto PEDRO JOSÉ AMAYA, Junio 2000, p. 101.

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Un laico común y corriente en la corte del Señor Jesús

· mi participación como laico en la construcción del Reino, es decir, la acción específica que me corresponde como hijo del Padre (numeral 1), y

· mi experiencia interior del Reino, en particular las claves que he encontrado en mi camino (numeral 2).

MI PARTICIPACIÓN COMO LAICO EN LA CONSTRUCCIÓN DEL REINO

Existen tres acciones o dimensiones concretas de mi llamado: esposo y padre, empresario, y asesor.

Esposo y Padre

El regalo más grande que me ha podido dar el Padre es mi hogar: mi esposa y mis hijos. Pero este regalo viene acompañado de una responsabilidad tan grande y natural que he tardado algún tiempo en comprender sus dimensiones y alcances, porque como el pequeño pez que preguntaba al grande en dónde estaba el océano, ha sido para mi un procesoel«comprenderdesdemiinterior»quelacélulaprimariadenuestra sociedad es la familia, y que en la medida que formemos hombres «nuevos», éstos construirán naturalmente un mundo nuevo. Así de sencillo: no hay mundo nuevo sin hombres nuevos, y a nosotros (a mi esposa y a mi) nos fue entregada la responsabilidad de construir un hogar en el que formemos y acompañemos a dos de ellos.

Se abren, entonces, dos canteras de trabajo: nuestra relación de pareja y la educación de nuestros hijos.

Nuestro ser de pareja

Poco a poco nuestro amor ha ido madurando y ha quedado al descubierto nuestro lazo profundo. Yo me siento de la misma «madera» que ella, como dos flechas que apuntan a la misma dirección, de la misma «familia» de seres, «parecidos», hechos para estar juntos y construir juntos. Para mí ha sido una gran bendición el contar con una esposa que me comprende cada vez más a fondo y me impulsa a progresar, a formar-

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me, a avanzar; una esposa que invita a poner los medios para que nuestra relación se desarrolle y fructifique. Así, estamos comprometidos en un proceso de formación de parejas que, como señalé antes, tiene la perspectiva de construir una célula de mundo nuevo en este tejido en que estamos comprometidos a construir: el Reino.

Una gracia que viene de lo alto

Hemos descubierto que en este proceso de convertirnos en padres, no estamos solos, tenemos compañía, hemos recibido el don del amor incondicional hacia nuestros hijos. Esta es la experiencia de amor más profunda y maravillosa que hemos vivido. Ahora entendemos que no hay amor más grande que el que da la vida por otro, y eso es precisamente a lo que estamos dispuestos nosotros: a dar la vida por nuestros hijos. Así, el don de ser padres nos ha abierto a una nueva comprensión de cómo nosama el Padre... ¡hasta la muerte!Vivimos, entonces, en nuestro hogar esa clase de amor que nos pidió Jesús: el amor incondicional, ¡la clave en la construcción de su Reino! Nuestra tarea es profundizarlo, expandirlo, desarrollarlo para poder entregarlo a los otros.

Por otra parte, el trabajo de formar y acompañar no ha resultado sencillo. No llegaron los hijos con su manual de funcionamiento, como llega un electrodoméstico...; cada hijo ha sido un misterio que descifrar y esta es nuestra labor, el estar atentos a cada uno de ellos, a sus capacidades y dones específicos para favorecer su emergencia con nuestras actitudes, palabras y medios concretos. Así nos sentimos colaboradores con el Espíritu y centrados en nuestra misión, formadores de hombres nuevos, de personas-columna en las que la sociedad se pueda sostener en su momento.

Empresario

Me encuentro involucrado en una de las organizaciones que dan vida a nuestro país a través del subsistema económico que señalé en la introducción: soy accionista de una empresa, y trabajo en ella. También pertenezco a un grupo de empresarios que denominamos la Célula Empresarial. Nos reunimos quincenalmente para compartir nuestras vi-

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Un laico común y corriente en la corte del Señor Jesús vencias y buscar la integración de nuestras vidas en sus dimensiones personales, espirituales y laborales. Más adelante hablaré un poco de este grupo y su lugar en mi vida.

Ahora, para compartir mi llamado en este territorio de las empresas, tengo que remitirme forzosamente a la síntesis que hemos ido elaborando en la Célula empresarial, respecto del fenómeno de las empresas y su lugar en la dinámica del mundo actual y en particular de mi país Colombia.

El fenómeno de las empresas

Un fenómeno nuevo

Ante todo hay que decir que las empresas, tal como las conocemos hoy, son un fenómeno nuevo en la historia de la humanidad (aún no llegan a cumplir 150 años de edad), y solo hasta hace cerca de 70 años empezamos a profundizar y comprender su funcionamiento, la dinámica humana al interior y sus efectos en la sociedad. Las ciencias administrativas, por tanto, son nuevas en la historia de la ciencia: somos observadores de un fenómeno que emerge y hasta ahora hemos descifrado una pequeñísima parte de las leyes que la rigen. No es de sorprender, entonces, que sea un territorio en el cual el Señor ponga su mirada e invite a sus discípulos a trabajar: «Entonces dice a sus discípulos: La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies, que envíe obreros a su mies» (Mt 9, 37-38).

El ser humano en el centro

¿Cuál es la razón de ser de las empresas? Un esfuerzo teórico puede arrojar luz; sin embargo, prefiero responder esta pregunta tratando de imaginar lo contrario: ¿cómo sería nuestra vida si no existieran las empresas? No habría ropa para todos, ni neveras, ni estufas, ni teléfono, ni energía eléctrica, ni agua en las casas, ni sanitarios, ni automóviles, ni transporte masivo, ni libros, ni lápices, ni universidades, ni colegios, ni medicamentos, ni equipos de diagnóstico médico... Así, se comprende que las empresas son necesarias en nuestro mundo actual porque ellas son las responsables de suministrarnos los bienes y servicios que necesitamos para alimentarnos, vestirnos, cuidar de nuestra salud, educarnos,

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desarrollar nuestras capacidades intelectuales, transportarnos, transferir conocimientos,divertirnos, etc. Enconclusión, lasempresasexisten para satisfacer las necesidades del ser humano, para servir al ser humano, lo cual suena sorprendentemente coincidente con la invitación que Jesús hace a sus discípulos de servir más que ser servidos. (cfr. Mt 20, 28).

La generación de riqueza en la sociedad

Por otro lado, la empresa ha sido un descubrimiento importante porque ha demostrado que un grupo de personas

· que disponiendo de un capital (tierra, dinero, equipos, tecnología, conocimiento...),

· se organizan (en empresa) alrededor de un objetivo común (producir y ofrecer un producto o servicio),

· para satisfacer las necesidades de otras personas (clientes) que están dispuestas a pagar por dichos productos o servicios, pueden llegar a generar riqueza (bienes, servicios, y más capital) más allá de lo que harían por sí solas.

Es decir, las empresas tienen la propiedad de producir la riqueza que permite el desarrollo y progreso de la humanidad.

El hecho de que esta generación de riqueza sea aprovechada por algunos accionistas únicamente para su propio enriquecimiento, solo confirma lo expuesto arriba: que no hemos comprendido plenamente el lugar de la empresa en la evolución del mundo, en los planes del Creador de llevarnos al punto omega, al mundo nuevo, a la nueva Jerusalén. Así pues, tenemos una gran tarea por delante...

Un espacio para desarrollar aptitudes y vocación

Es claro que el ser humano trae consigo capacidades, aptitudes y habilidades que le harán feliz en la medida en que las pueda actualizar (desarrollar y poner en actos) y colocar al servicio de los demás: es una ley de la creación; por eso no sorprende la insistencia de Jesús de colocarse al servicio del otro, porque es la única forma de realizarse en la vida.

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Un laico común y corriente en la corte del Señor Jesús

Dado lo anterior, la empresa se constituye en un espacio privilegiado de nuestra sociedad para descubrir y desarrollar (con método o a tientas) esas potencialidades. El resultado será actuares específicos (llamados, vocaciones) que colaborarán en la producción y venta de los bienes y servicios que se pondrán a disposición del público.

Esta tarea o responsabilidad personal, encontrará su mejor aliado en la formación (personal, espiritual, humana, intelectual...), la cual le ayudará a comprender que estamos en un proceso de búsqueda de nuestro actuar, y a tener la claridad para tomar las decisiones necesarias para avanzar hacia el lugar en que se siente más efectivo, feliz y con sentido de vida: así respondemos al mandato del servicio que nos dejó Jesús.

Por otra parte, esta comprensión me ha ayudado a precisar algunos de mis llamados como directivo:

· formarme yo mismo;

· facilitar los medios de formación que ayuden a cada uno a descifrarse (comprenderse, descubrirse y crecer) y

· colocar a cada cual en el lugar (de la estructura organizacional) en donde pueda dar lo mejor de sí.

Así he comprendido las palabras del Señor cuando dijo «¿Quién es, pues, el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para darles a su tiempo su ración conveniente?» (Lc 12, 42).

Mi actuar de empresario dentro de la situación Colombiana

Nuestro país (y cada país en particular) vive una situación específica que afecta mi actuar y precisa mi llamado como empresario.

La dinámica de la situación-problema

¿Cuál es la dinámica de la situación-problema que se vive en Colombia y en dónde puedo yo actuar como empresario para ser parte de la solución?

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Para el caso colombiano, podríamos describir la dinámica del problema en cuatro elementos clave que presentan mutuo influjo y dependencia:

Las consecuencias: Violencia, secuestro, inseguridad, drogadicción, desempleo, pobreza, desplazados, éxodos, impunidad.

Principales grupos causantes directos y relacionados entre sí: guerrilla, narcotráfico, paramilitarismo y delincuencia común.

Causa: la injusticia en todos los frentes: social, económica, educativa, etc.

Fuente

de esta injusticia:

1. La indiferencia

2. Las decisiones que tomamos en la vida corriente y que buscan el interés personal por encima del bien común (corrupción, instalarse en la comodidad, no denunciar).

Dos conclusiones desde mi óptica de empresario

1. La situación del mundo y de Colombia (en mi caso) nos exige tomar una decisión consciente y comprometernos con ella. La indiferencia o evasión ya no son alternativas válidas.

2. Existen dos dimensiones en las que necesariamente hay que tomar decisiones e ir a los actos:

a. En los síntomas que vivimos: violencia, desplazados, inseguridad, delincuencia, narcotráfico, corrupción, secuestros, maltrato infantil, pobreza, injusticia.

b. En las causas fundamentales del problema: la indiferencia y las decisiones que subordinan el bien común a la ambición personal.

Ejes de mi compromiso como empresario

Hemos precisado (en la célula empresarial) cinco ejes de acción que responden a las dos dimensiones de trabajo que se mencionaron en

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Un laico común y corriente en la corte del Señor Jesús el numeral anterior, y en los cuales nos podemos comprometer los empresarios para la construcción del mundo nuevo o la reconstrucción de nuestro país en el caso Colombiano, (ver gráfica Nº 1).

1. La relación con Dios en el centro

Este es el elemento básico y fundamental. En la medida en que mi relación, mi común – unión con Dios y mi capacidad de escucha de su Voluntad se vaya desarrollando, podré tomar las decisiones empresariales concretas en mi vida cotidiana que construirán un mejor país. Una de las manifestaciones de esto será la construcción de una cultura empresarial cimentada en valores cristianos (coherencia, transparencia, justicia, verdad, equidad, honestidad...) que redundará en relaciones y estructuras económicas «nuevas», más justas y evolucionadas.

2. Administrar la riqueza para ponerla al servicio del bien común

Hemos descubierto que no somos dueños sino administradores. Venimos al mundo con unos talentos específicos para producir, generar y administrar riqueza para ponerla al servicio del bien común. Este eje nos invita a:

a) Producir utilidades en las empresas que dirigimos.

b) Distribuir en tres partes las utilidades que se decretan repartir: los accionistas, los empleados (en su crecimiento como personas, bienestar personal y de sus familias, capacitación...) y los grupos sociales más necesitados, cuidando siempre la eficacia de estos dineros.

Este último punto abre la perspectiva de un «asocio» con empresarios sociales serios que dedican su vida a mitigar los dolores causados por la injusticia. Yo sueño con el día en que cada empresaeconómicasuscriba un acuerdocon una empresasocialpara intercambiar riquezas, porque la experiencia nos muestra que esta relación no es en una sola dirección (uno que da y otro que

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Un laico común y corriente en la corte del Señor Jesús recibe). Por el contrario, ambas resultarán ganadoras si se permite que los empleados de la empresa económica conozcan la acción social, se comprometan (con algún tiempo libre o con un porcentaje de su salario) y sientan la felicidad de sentirse construyendo un mundo nuevo desde su lugar de trabajo.

3. Ser y desarrollar lo que soy

Nuestra tarea como empresarios es desarrollar el don que nos fue dado: generar riqueza, progreso, ser verdaderos administradores, liderar, generar empleo. En este sentido, nosotros mismos somos unadenuestras prioridades. Podríamosdecir, entonces, quenuestra formación personal (humana, espiritual, técnica, profesional) es ineludible.

4. Denunciar y anunciar

El cuarto eje de acción nos invita a salir del silencio cómplice y denunciar la corrupción, la injusticia, la mentira, la iniquidad, la deshonestidad; es una invitación a tener el valor de no aceptar las prácticas que destruyen el bien común, aun cuando, implique el «perder» negocios: «Si alguno quiere venir en pos de mi, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame» (Lc 9, 23).

El segundo matiz de este eje es el anuncio; es decir, el invitar a otros empresarios a iniciar (o continuar) un proceso de reconciliación con Dios (eje #1), a asumir su formación personal (eje #2), a generar riqueza con una perspectiva de distribución para el bien común (eje #3), a denunciar las prácticas que no construyen un mundo nuevo (eje #4) y a vivir una vida comunitaria empresarial (eje #5).

5. Tener una vida comunitaria empresarial

Este eje de la vida comunitaria, invita a compartir la vida empresarial en un espacio de acogida, respeto, compañía, apoyo.

Específicamente, en la Célula empresarial a la que pertenezco, buscamos:

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· El sentido profundo de nuestra vida en el trabajo y de nuestro trabajo en la vida.

· Reunirnos para compartir entre nosotros, sentir la solidaridad y lacompañíadepersonasparecidas,ensusresponsabilidades,compromisos y dificultades, en un ambiente que nos vitaliza para podernos expresar libremente.

· Aligerar las cargas propias de nuestra responsabilidad al compartirlas.

· Vivir la experiencia de una comunidad que se reúne y anima a la luz de la Palabra. Sentir la presencia del Espíritu actuando y animándonos en nuestra vida de empresa.

· Tener espacios de encuentro en verdad, autenticidad y transparencia, despojados de la carga de las imágenes que a veces queremos o creemos tener que proyectar hacia los otros con fines particulares (sean clientes, socios, proveedores, competidores, etc.).

· Hacer un alto en el camino, para desconectarnos de nuestros compromisos cotidianos y situarnos desde otro lugar para tener otra mirada hacia lo que vivimos en la empresa.

· Integrar lo espiritual y lo humano para irnos unificando paulatinamente y de esta forma ir integrando nuestro crecimiento espiritual a nuestra responsabilidad, siendo coherentes en lo que vivimos en nuestra vida de empresa, nuestra vida de fe y nuestros valores personales.

· Actualizar la presencia y las enseñanzas de Jesús en nuestro rol de directivos/empresarios.

· Ser directivos/empresarios con mayor conciencia del efecto de nuestras decisiones sobre los demás.

· Vivir la experiencia de la solidaridad gratuita frente a las situaciones de vida que afrontan los otros miembros de la célula.

· Tocar el compromiso, desde nuestro lugar de directivos/empresarios, para la transformación de la sociedad y así acercarnos cada vez más a una Colombia más humana .

También tenemos claro lo que no somos:

· No somos un grupo de filántropos que van a realizar inversiones en obras de caridad. Lo que no significa que no se pueda respon-

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Un laico común y corriente en la corte del Señor Jesús der a iniciativas que surjan en este sentido (como de hecho se han dado).

· No somos un grupo de inversionistas, no estamos allí para hacer negocios. Lo cual no significa que se puedan gestar ciertas iniciativas hacia las cuales algunos de los miembros se sientan interesados en participar.

· No somos un grupo de presión que se reúne para defender intereses particulares.

· Tampoco somos un grupo de estudio de Biblia, ni de teología, ni de oración, lo cual no significa que no recurrimos a algunos de estos medios para vivirlos dentro de la célula.

Asesor

Es la tercera dimensión de mi llamado. Se trata del actuar que corresponde a las capacidades y riquezas que Dios me ha regalado.

En este artículo solo me basta compartir que la constancia en mi trabajo de formación humana y espiritual, y la voluntad en poner medios concretos (como los Ejercicios Espirituales de san Ignacio en la vida corriente y el PRH ) me han ayudado a conocerme y precisar las riquezas con que vengo.

Así pues, puedo decir que los aspectos esenciales que vivo hoy en mi actuar profesional son:

· Mi orientación (como un imán que me atrae) a Dios.

· Mi aspiración a construir un mundo nuevo: el Reino de Dios.

· Mi capacidad de diagnóstico.

· Mi capacidad de análisis, en particular para descifrar sensaciones (mociones) interiores.

· Mi intuición para captar nuevos caminos, relaciones, lo que vale la pena, cuando tomar distancia...

· Mi creatividadpara generarnuevos caminos, nuevasalternativas...

· Mi capacidad de síntesis.

· Mi pedagogía para ayudar a otros a avanzar, comprender y decidir.

· Mi capacidad de escucha para comprender de fondo.

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· Mi capacidad de ayudar a otros a discernir y decidir frente a una situación concreta.

· Mi capacidad de ver globalmente situaciones.

· Mi capacidad de relación humana en igualdad, sin distancias.

De tal forma que reconozco que mi llamado a construir el Reino de Dios se encarna en mi ser de:

1. Explorador, investigador sobre cómo progresar las personas y los grupos.

2. Pedagogo que facilita a los otros avanzar, a ver más claro, a discernir y decidir.

3. Asesor, acompañante en discernimientos a adultos y en particular a personas que se encuentran en situación de dirección, liderazgo, responsabilidad.

LA EXPERIENCIA DEL REINO DENTRO DE MÍ

Los descubrimientos acerca de mi responsabilidad en la construcción del mundo nuevo y la fuerza para emprender acciones concretas en el mundo no han surgido de la noche a la mañana, sino que son el resultado de vivir actitudes y colocar los medios convenientes para mi crecimiento.

Quisiera referirme a dos medios (mi vida comunitaria, y la Sagrada Escritura - Oración) y una actitud (La escucha de la Voluntad de Dios) que han sido claves en mi experiencia.

Mi vida comunitaria

Además de la experiencia en la célula empresarial que ya describí, vivo mi vida comunitaria en una organización internacional de origen francés inspirada en los nuevos vientos que trajo el Concilio Vaticano II para los laicos: Fundaciones para un Mundo Nuevo (FMN).

Se trata de una organización de laicos, ecuménica, bajo la aprobación de la Jerarquía Católica, en la que participan los sacerdotes o reli-

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Un laico común y corriente en la corte del Señor Jesús giosos desde su lugar de seres humanos como cualquier otro, acompañantes y representantes de la Jerarquía de la Iglesia más que como responsables totales y únicos.

Hay dos dimensiones (4 prioridades al interior de la comunidad y 4 líneas de acción hacia el mundo) de la propuesta que hacen las FMN que se ajustan a mis sueños de mundo nuevo y han sido transformantes para mí, además de ser una alternativa coherente para un laico como yo, frente a la situación que se vive en el mundo, y especialmente en nuestro país:

1. Cuatro prioridades al interior de la comunidad:

a. La relación con Dios: se plantea como una búsqueda personal y comunitaria del Dios que nos habita y nos salva. No vivimos a Dios como un dogma o grupo de principios y conocimientos, sino fundamentalmente como una relación que se puede experimentar y que hay que construir paso a paso. En este contexto, cada uno tendrá que aprender a navegar en su interior, abierto a la manifestación del Dios que mora en él, tal como lo señala (Jn 14, 23): «Jesús le respondió: Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él».

b. La formación: para nosotros es claro que el Espíritu está construyendo el mundo nuevo y necesita de nuestra mejor colaboración en su Obra. Consecuentemente, nuestra responsabilidad es poner los medios de formación humana, espiritual, intelectual, etc., que sean necesarios para desarrollar nuestras capacidades al máximo, para erigirnos en toda nuestra dimensión de hombres y mujeres, para llegar a la madurez conforme a la plenitud de Cristo (Cfr. Ef 4, 13).

c. La vida comunitaria: la vida comunitaria es un espacio privilegiado en el que claramente el Espíritu actúa en nosotros sanando, acompañando,liberando, anunciando; esdecir, la comunidadcristiana es una primicia del mundo nuevo, es un lugar de amor y acogida que transforma y nos acompaña en nuestra vida corriente. A mí personalmente me ayuda mucho la experiencia de compartir la vida entre nosotros; es decir, de tomar nuestras viven-

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cias cotidianas (angustias, dolores, inquietudes, incertidumbres, alegrías, nuevas comprensiones, experiencias) como fuente o materia prima para entrar en el tiempo de oración comunitaria y escucha del Espíritu.

d. El anuncio a otros: la cuarta prioridad se refiere al compartir y despertar en otros la conciencia del Dios que vive en ellos. El llamado es a utilizar todos los medios posibles para comunicar al hombre en el lenguaje actual la buena nueva de Jesús.

2. Cuatro líneas de acción

El anuncio se ha de complementar con un servicio (una acción) en el mundo. La invitación es que cada cual descubra, poco a poco, en qué eje de acción está su llamado:

a. La pobreza

b. Los jóvenes

c. La familia

d. Los responsables de la sociedad

En mi caso personal, como se puede deducir de las líneas anteriores, he encontrado mi llamado en las últimas dos líneas de acción.

La oración y la Escritura

La SagradaEscrituraylaoraciónhansidoelementosinsustituibles en mi vida desde que hice un descubrimiento sorprendente: ¡Dios está interesado en mi vida corriente! Sí, descubrí que Dios está interesado en lo que yo siento (angustia, rabia inquietud, incertidumbre, duda, alegría) y aún más, tiene una luz, un consuelo, una palabra, una invitación que hacerme para mi vida corriente. Así pues, mi vida cotidiana se volvió la materia prima para mi tiempo de oración y la oración y la Escritura se volvieron el medio por el cual me encuentro con el Dios que me ama y se preocupa por mi vida cotidiana, tal como lo muestra la gráfica. (ver gráfica Nº 2).

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Gráfica Nº 2

Un laico común y corriente en la corte del Señor Jesús

Así pues, la oración no es un tiempo en el que «tengo que dejar a un lado» todas mis preocupaciones, ansiedades, interferencias etc., sino por el contrario es el momento de retomarlas para avanzar en el descubrimiento de mí mismo y del Dios que me creó para que trabajara en su Proyecto de construcción de un mundo mejor en mi vida corriente. El resultado de este encuentro con el Señor, además de profundizar nuestra relación de amor y como consecuencia de ello, casi siempre trae consigo claridades, luces e invitaciones a acciones concretas para mi vida.

Por supuesto, esto ha venido acompañado con tiempos de formación en Lectio Divina, Oración y conocimiento de la Sagrada Escritura que me ayudan a no caer en trampas y a ser más efectivo durante mi tiempo de oración.

Un segundo matiz de mi vivencia de la oración tiene que ver con la intercesión. Es nuevo para mí el intuir como la oración por otros puede mucho, y me siento invitado a explorar esta nueva dimensión que me permite:

· Actuar sobre situaciones muchas veces «fuera» de mis manos.

· Acercarme en amor a muchos, cercanos y lejanos.

· Hacer comunión y solidarizarme con otros.

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· Ocuparme de la conversión de tantos políticos, hombres de negocio, paramilitares, guerrilleros, que viven muertos.

· Amar a los que nos hacen daño.

· Hacer comunión con los que ya murieron.

· Etc.

La escucha de la Voluntad de Dios

En el momento actual de mi vida y luego de avanzar en reconocer con alguna precisión mi llamado a participar en la construcción del Reino, tengo una pasión, un objetivo: entrenarme en escuchar la Voluntad de Dios en mi vida corriente.

Llevo años observando este fenómeno, preguntándome cómo escucharlo mejor, concientizando qué en mí, no me deja escuchar fluidamente y disfrutando cuando conscientemente me doy cuenta de sus invitaciones y respondo a ellas.

He descubierto que Dios tiene un estilo particular de comunicarse con cada persona. En mi caso particular ese estilo se ajusta a la experiencia de Elías en el monte Horeb, cuando descubrió que el Señor no estaba en el viento fuerte, ni en el terremoto, ni en el fuego, sino en una suave brisa (1 Reyes 19, 11ss). Conociendo esto, he privilegiado los medios de formación que me entrenan en la lectura interior, en descifrar las mociones o sensaciones interiores a través de las cuales el Señor se comunica conmigo, en hacer el silencio suficiente en mi mente para mantener una escucha activa de mi interior y del exterior. Presto especial atención a mi conciencia profunda, lugar de escucha de la voz de Dios y continúo desarrollando mi capacidad de análisis y lectura de los signos externos con que el Espíritu se comunica conmigo. Por último, me he preocupado por curar esas heridas del pasado que causan interferencia en mi relación con Dios, por el ruido y dolor con que se manifiestan en mi cuerpo y mi sensibilidad.

Estoy plenamente convencido que esta es la clave para mi vida de ahora en adelante: los pies en la tierra y los oídos puestos en el Dios que me ama y que tiene un plan hermoso para esta humanidad.

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Encuentro inesperado

Encuentro inesperado

Me invitan a que escriba algo acerca de mi compromiso cristiano como laica. La idea me emociona. Luego surgen dudas: ¿qué puedo decir yo? Seguramente hay muchas más personas, laicos y laicas, mejor formados y con un camino largo en materia espiritual. Gente que ha pertenecido a diversos movimientos y espiritualidades. Gente que maneja la Biblia al derecho y al revés. En fin...

Bueno, pero como Dios escoge a veces los más pequeños tal vez por eso me brindó esta oportunidad. Y quiero aprovecharla para compartir algo de mi camino espiritual, que aunque corto, puedo decir con gratitud, que ha sido denso e inmensamente regalado.

Quiero compartir:

- Cómo se da mi descubrimiento de Dios como Presencia interior y - Cómo se ha traducido, en hechos concretos de mi vida, esa intensa vivencia de su Presencia en mí.

* Psicóloga de la Pontificia Universidad Javeriana, Directora Administrativa y Financiera de «Tecnología y Gerencia», madre de familia.

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CÓMO SE DA MI DESCUBRIMIENTO DE DIOS COMO PRESENCIA INTERIOR

Empecemos por decir que no soy una de esas «convertidas» de la noche a la mañana. No se me ha aparecido la Virgen (por lo menos no externamente, es más, ¡creo que me moriría del susto!). No he tenido un acontecimiento doloroso en extremo de esos que Jesús usa a veces para que nos acerquemos a El,... no. Más bien, mi vida ha sido relativamente suave.

Yo era una de esas católicas comunes y corrientes: nací en una familia que me bautizó recién llegué al mundo (esa era la costumbre hace treinta y tantos años), hice mi primera comunión a los 8 años, luego me confirmaron (no recuerdo cuándo, la verdad). Estudié en un colegio de monjas, allá nos hablaban mucho de Dios, nos llevaban a misa… Mi vivencia de Dios era la de un Padre del cielo, allá lejos, al que me acercaba cuando estaba preocupada, cuando necesitaba que me sacara de algún apuro o cuando estaba muy triste. Con El me encontraba en la misa los domingos y a veces entre semana lo invocaba frente a un cuadrito de la Virgen que mi mamá tenía colgado arriba de la cama. Dios estaba fuera de mí.

Así las cosas, por estar fuera de mí (o, más bien, por creerlo fuera de mí), también fue más fácil esconderme de El, rehuirle, en mis años de adolescencia y juventud. Como mi Dios era un Dios moralista y castigador, se dieron momentos de mi juventud en las que me sentí indigna de El, no digna de su mirada ni de su amor. Cuando me sentía más «reconciliada» conmigo misma lo buscaba y cuando sentía que me alejaba de sus preceptos lo evitaba fácil. Hubo momentos de mi juventud en las que viví mucha angustia y confusión, creyendo que estaba haciendo lo correcto, pero con mucha desazón interior (creo que esto lo llamarían «desolación» los jesuitas, ¿cierto?). Lo reconfortante de todo esto es que, hoy, puedo reconocer que El sí estuvo presente siempre, dentro y fuera de mí, y fue el que finalmente me sacó del «abismo»de angustia, oscuridad y confusión. Aunque en esos momentos, cuando tuve la claridad y fuerza para salir de esa desolación, no le

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Encuentro inesperado reconocí, simplemente salí por un impulso de vida. Hoy sé que era El tendiéndome la mano.

Por eso hoy puedo dar testimonio de que El nos ama y quiere nuestrasalvación. Quiere que lleguemos aEl , quiere que aprendamos a tomar las buenas decisiones, aquellas que nos acercan a El. También puedo decir que El nunca se rinde ni se cansa de nosotros. Siempre está ahí y entre más perdidos nos vea, más «medios» pone para que le encontremos: personas, situaciones, libros... Es ingenioso y perseverante, pero sobre todo, inmensamente amoroso, respetuoso, paciente y misericordioso.

Dios nos lleva a El por los caminos más insospechados. Sería precisamente mi gusto por el auto-conocimiento interior, por la introspección, por «conocerme» y «entenderme» lo que me llevó a estudiar psicología y luego, «encarretarme» con un método que me invitaba a la exploración interior utilizando como medio las «sensaciones»: toda reacción que se produjera en mí tenía algo que mostrarme, enseñarme de mí hoy e incluso de mi pasado. Empecé entonces a distinguir las sensaciones de carácter más «sensible» -como la rabia, la alegría, la angustia, la tristeza, la emoción- de las sensaciones más «profundas»: la paz profunda, la plenitud, la «llenura» interior, la sensación de estar habitada por esa paz y rebosada; la sensación de estar llena de algo que me desborda y me da infinita paz, como nunca la había sentido. Sensaciones inefables, difíciles de describir, la palabra «paz profunda» se queda cortica pero es la que más se acerca. Bueno y ahí empecé a «dialogar» interiormente con esas sensaciones profundas: ¿De dónde vienes?; ¿Quién eres en mí?; ¿Qué puedo hacer hoy para resolver tal o cual situación?... y es como si esa misma 'sensación' tuviera vida propia, me respondía, recibía luces, empecé a manejar mejor mi vida. En este método, este tipo de sensaciones son llamadas «conciencia profunda»; tardé un tiempo en reconocerla como «Dios, que habita en mi interior».

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CÓMO SE HA TRADUCIDO, EN HECHOS CONCRETOS

DE MI VIDA, ESA INTENSA VIVENCIA DE SU PRESENCIA EN MÍ

De ese gran descubrimiento ya hace 11 años más o menos. Puedo decir que el haber tomado conciencia de su existencia como una fuerza llena de vida que está dentro de mí, que me acompaña, que me ama pero también me exige ha sido transformador y revelador.

Desde entonces, puedo decir que:

 …. esta Fuerza de Vida en mí es bien exigente, no en el sentido «tenso» de la palabra, sino en el sentido de que me invita a ser coherente y consecuente. Me invita a ser luz y testimonio de Jesús, me invita a ser «humilde y mansa de corazón». Así, procuro que mis decisiones pasen siempre por el «test»: ¿siento paz profunda con esta decisión?. Es fácil para mí detectar hoy rápidamente los síntomas de una decisión mal tomada e inevitablemente cuando acepto que opté mal, esa misma fuerza de vida en mí me «obliga» a enderezar el camino. O sea, me toca trabajo doble por haberme equivocado.

….. esta Fuerza de Vida en mí me invita a dar de lo que he recibido. Me ha hecho ver que estoy en un mundo rodeada de gente, no en una isla; que todo lo que me ha dado en regalos espirituales es para compartirlo con otros; me pide ser canal suyo, limpio y transparente para que por medio de lo que soy, de lo que hago, sea testimonio de El. Esto se ha traducido en ser semilla, junto con otras personas, de una comunidad de laicos (pequeña por ahora) en la que nos comprometemos a: colocar a Dios en el centro de nuestra vida, a orar diariamente a solas, y comunitariamente varias veces al mes, a formarnos personal y espiritualmente y a llamar a otros para que se acerquen a Jesús, para que lo puedan experimentar interiormente y se hagan dóciles a su Voluntad. En esta pequeña comunidad invitamos a dejar «ablandar el alma» para que su dueño, el alfarero, pueda amasarla a su antojo.

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Encuentro inesperado

…. esta Fuerza de Vida en mí me acrecienta el gusto y la necesidad de encontrarme con El, de dejarme amar por El, de conocerle más. Esto se ha traducido en darme más tiempo de oración personal y en tener recientemente mi primera experiencia de EjerciciosEspiritualesAcompañadosdeunasemana. Fueuntiempo esclarecedor, un oasis donde me llené de su Presencia y donde me invitó a «ordenar» mi vida en aspectos muy cotidianos. Desde esta experiencia de los EEA no puede faltar mi pausa ignaciana por las noches; creo firmemente que este examen de conciencia diario es el camino a la santidad, a la que estamos llamados todos los seres humanos.

….y, finalmente, esta Fuerza de Vida en mí me insta a establecer relaciones más justas, más humanas, donde yo sea realmente una colaboradora de Su Obra. Esto se traduce en actitudes concretas en mis diferentes roles:

- Como esposa: ser compañera de camino de mi esposo, ser más apoyo y menos obstáculo en la realización de su misión.

- Como mamá: ser realmente una compañía activa en la formación de mis dos pequeños hijos, compartir con ellos lo que viven, despertarles al Dios que habita en su interior y que aprendan a referirse a El en todo momento de su existencia.

- En mi trabajo: cómo decidir y actuar con prudencia y justicia en mis responsabilidades frente a las personas sobre las que tengo influencia;

La vida vista desde esta perspectiva de fe se vive diferente; se me aclara mi fin último que es volver al Padre y así todo cuanto realizo lo hago a la luz de esta verdad.

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Gloria María Jaramillo C.

Gloria María Jaramillo C.*

L De una niña prisionera de sí misma a una mujer libre para servir: Dios en los Ejercicios Espirituales

a vida nos ofrece diferentes caminos, cada uno con aprendizajes que cambian el significado de nuestra existencia, de tal manera que nos llevan a optar por determinadas decisiones que afectan nuestra manera de ser, sentir y actuar. En algunos momentos sentimos vacíos por las huellas que permanecen con dolor sin saber cómo sanarlas.

Hay espacios donde hacemos ciertos «pares» que nos conducen a buscar la trascendencia de nuestra historia y la relación con el otro, con el Padre Creador.

Expresar la experiencia espiritual, como transformación que renueva la razón de ser de la persona humana, es hablar del sentido más profundo de nuestras vidas, es encontrar la esencia de Dios como parte viva de nuestra realidad.

Por lo tanto tengo que iniciar con mi proceso, hacer un reconocimiento de quién era yo antes de vivir los Ejercicios Espirituales Acompañados, cómo se evidenciarían los cambios y cuáles serían mis acciones

* Licenciada en Didáctica y Dificultades del aprendizaje escolar; Coordinadora académica del Colegio de san Ignacio de Medellín.

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De una niña prisionera de sí misma a una mujer libre para servir

concretas donde sentiría un Dios Trinitario que me convocaría a trabajar en comunidad.

Cuando llegué por primera vez al Colegio san Ignacio de Medellín, tenía un solo propósito: ser una profesora de Lengua Castellana, cuyo centro era la lógica, la razón, la arrogancia frente a lo intelectual, porque era allí donde me escondía del mundo, ya que sentía un gran temor por expresarme ante los demás.

Dios era lejano, y aunque siempre he recibido de mi familia experiencias cristianas significativas; sin embargo, había un aislamiento y no entendía quién era Jesús de Nazareth en mi vida; la racionalidad no me lo permitía.

Viví momentos dolorosos, como la pérdida de mi padre que nunca pude verbalizar, era algo así como un silencio que me alejaba de Dios y me perdía en la oscuridad. Todo esto se manifestó en una enfermedad del sistema inmunológico que expresé como: «tener defensas bajitas; es decir, ser alérgica a la vida».

En este proceso conocí personas que me ayudaron significativamente. Además, en el aspecto profesional, me asignaron cargos como coordinadora del área de Lengua Castellana, Coordinadora de Constructivismo y finalmente Coordinadora Académica.

Con estos cambios puedo decir que Dios me guiaba, porque me llevaba a resignificar lo que era el sentido comunitario, pero primero tenía que cambiar mi mirada ante los demás.

En el año 1998 tuve mi primera experiencia de los Ejercicios Espirituales. Fui con la crisis más aguda de salud que he tenido en toda mi vida. En todos los discernimientos siempre aparecía una necesidad de sanación, de sentir a Dios, de dejarme tocar, de reconocer cuál era su mensaje.

Mi acompañante jesuita tuvo la gran lucidez de sugerirme que iniciara un proceso de psicoanálisis sin alejarme de mi parte espiritual. Me rebelé ante esta sugerencia que fue determinante, me hizo entrar en

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oración para buscar la causa de mi resistencia y fue aquí donde sentí a Dios por primera vez de la manera más profunda, porque apareció una luz interna que me clarificó cómo durante toda mi vida había actuado la niña interna que habitaba en mí y cómo la mujer adulta solo se expresaba de forma pasiva sin reaccionar ante las actitudes de aquella niña que no terminaba de llorar su dolor por la desaparición del padre.

En esa moción sacudí a la mujer adulta y acepté iniciar dicho proceso psicoanalítico; fue duro pero siempre permanecí con mis oraciones, porque no quería ser la Gloria María de antes, era necesario revivir a Dios en todo el proceso.

El primer año fue muy difícil porque aparecían muchas resistencias, pero me exigí para descubrir causas, resolver situaciones del pasado y así empecé a sentirme sana poco a poco, a recobrar una serenidad que nunca había experimentado.

En el año 2000 volví a vivir por segunda vez los Ejercicios Espirituales. En esta experiencia sentí una resurrección, me descentré un poco y pude mirar a Jesús de forma más clara en mi vida.

Me acompañaba una gran consolación, serenidad y una gran paz. Ese Jesús me mostraba la importancia de servir a los demás, de reconocer mis potencialidades con bondad para ofrecerlas a la comunidad. También pude amar mis limitaciones y comprender «que hay que morir para vivir», lo que me ayudó a hacer un recorrido por mi vida; con amor acepté el dolor de un pasado, me sentí renovada y con una gran esperanza me di cuenta que esa Jerusalén histórica la vivimos permanentemente, pero que lo más importante era ver en cada persona a ese Jesús. El solo tomar conciencia de esto cambia la mirada y la actitud de cualquier persona.

Sentí que era necesario poner mi granito de arena por el proceso de paz en Colombia, por Antioquia, por el colegio, por mi familia y por todas las personas que hay a mi alrededor. Era necesario concretar esta experiencia de Dios en la cotidianidad, desde lo más sencillo sin sentirme salvadora, subjetiva ni romántica.

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De una niña prisionera de sí misma a una mujer libre para servir

En esta ocasión, mi acompañante jesuita, una persona con una sabiduría espiritual que me impactó, me orientó con claridad y pude darme cuenta que la construcción de la imagen de Jesús era de liberador de los pecados; pero lo más importante fue cómo dentro de mí viví una resurrección que me invitaba al cambio permanente. Solo allí sentí la necesidad de trabajar con los demás y para los demás. El Jesús sanador y liberador habitaba dentro de mí, concreté mi misión. Él no me pedía conformar grupos cristianos que tuvieran una proyección hacia la educación popular. Solo quería que mi desempeño como Coordinadora Académica estuviera centrado en la participación de sacar adelante el bienestar de los profesores y la aplicación de la Propuesta Educativa del Colegio.

Comprendí en ese momento cómo Jesús me señalaba mi cotidianidad, porque era necesario entender lo que yo hacía con una nueva mirada renovadora; solo desempeñarme con excelencia y calidad, pero con un referente que no podía dejar pasar: ver a Dios en todo lo que yo hacía y en todas las relaciones; así, cambié la imagen que tenía de los demás, ya no había prevenciones ni apegos desordenados. Fue un año de cambios significativos en mi vida.

El diálogo en la oración ya no era la invocación para pedir cosas, era detenerme, mirarme y encontrar qué era lo que Dios quería decir en todo lo que hacía. Aprender a escucharlo no es fácil, porque estamos llenos de ruidos que nos lo impiden.

El discernimiento y la «Pausa Ignaciana» (examen diario de conciencia espiritual) me enseñaron a detenerme y a tomar conciencia de las elecciones u opciones importantes. Identifiqué que si todo en la vida no tiene un verdadero sentido, si no hay una recta intención ni un norte claro, Dios, nunca podremos ver o develar nuestras justificaciones, nuestros deseos y sentimientos que nos conducen a diferentes concepciones.

Lo antes mencionado me permitió renovar mis acciones y actitudes, percibí que la espiritualidad es un enfoque que cada uno construye de acuerdo con las experiencias que vive y de la forma como concebimos el sentido de nuestra existencia; de ésta última depende que algunas veces se dé un estancamiento que permanece en una aridez en nosotros, y que con gran dificultad se puede salir adelante.

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Con la segunda experiencia sentí la necesidad de ser coherente en todo lo que hacía. La propuesta educativa del colegio me invitaba a conocerla profundamente y sobre todo a mirarla desde lo más concreto, sencilloy dinámicoennuestroquehacerpedagógico. Con estoresignifiqué la función principal de mi cargo: era reconocer en la práctica educativa de los maestros cómo aquellos elementos de la propuesta hacían parte de un salón de clases, solo que faltaba «tomar conciencia de los pilares». Todavía falta; sin embargo, siento que hay avances importantes.

Solo podemos hablar de lo que conocemos, por consiguiente sentía una gran necesidad de seguir ahondando en lo espiritual como fuente inspiradora de la Compañía de Jesús. El conocimiento interno de Jesús, es cada vez mi razón de ser, me lleva a vivir con claridad mi misión.

Loselementosesencialesquepermitenunavivenciaquetrasciende toda dimensión y que san Ignacio utilizó en los Ejercicios para clarificar elcaminohaciaDios,son:lacontextualización,la experiencia,lareflexión y la confrontación, vitales en todo momento. Ellos nos regulan ante los desórdenes del espíritu y nos tranquilizan porque nos muestran la luz que puede aparecer como algo nuevo en el camino.

La acción y la evaluación concretan el compromiso que aparecerá en todos los discernimientos.

Todos estos momentos de alguna manera los vivimos, lo más importante es utilizarlos siempre para volvernos agudos en la observación y comprensivos con los procesos en los que estamos comprometidos.

Cuando queremos avanzar es porque hay una apertura para los cambios; aunque primero vivamos crisis o dificultades, lo fundamental es no permanecer en los problemas, sino salirnos rápidamente.

De lo anterior puedo decir que aparece una lectura distinta después de haber vivido una segunda experiencia.

En Semana Santa de este año –2001 – tuve mi tercera experiencia, sentía que era un espiral, cada vez más amplio, más profundo, más real.

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De una niña prisionera de sí misma a una mujer libre para servir

Aparece todo el tiempo la imagen de un Dios Trinitario: un Padre Creador, que no termina su obra que se prolonga día a día, porque somos nosotros los co-creadores, los que tenemos el compromiso de continuar el desarrollo de ese plan de Dios.

Aquí fue necesario volver a detenerme en el Principio y Fundamento que san Ignacio explica de una forma particular y aparece la gran pregunta: ¿para qué fuimos creados? Para ser felices; ¿pero cómo concretar ese sentido de felicidad a la luz de Dios? A partir de estas preguntas traté de desglosar los postulados de Iñigo y los apliqué en mi vida:

RECONOCER EL AMOR DE DIOS EN TODO

Desde el comienzo de este texto expresé la importancia de saber que todos hacíamos parte de Él, no nos creó para que fuéramos destructores ni violentos ni inquisidores, solo para que fuéramos felices. Lo apliqué en mi vida para identificar cuáles eran mis intenciones de saber vivir, cómo mis actitudes afectaban a los otros y hasta dónde me daba cuenta de mi compromiso con Dios.

Estas preguntas nunca van a tener respuestas absolutas ni finales, pero eso no es lo que importa; solo interesa que permanezcan para ser reflexivos, observadores y actuantes en la vida.

SEGUIR SU SANTA VOLUNTAD

Durante los discernimientos aparecía como algo reiterativo, ¿cómo aprender a seguir su santa voluntad? Observé que esto tenía que ir siempre con la recta intención que tengamos de lo que hacemos y del discernimiento y la pausa ignaciana.

La oración era ese diálogo donde aparecían algunas repeticiones o imágenes recurrentes que me daban mensajes o luces importantes, pero discernirlas era depurarlas, sopesarlas, elegirlas. La Pausa Ignaciana era detenerme para sacar los frutos del día, casi volver a refinar para seleccionar aquello que el Señor me mostraba de forma clara y sencilla.

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Así aprendí a aproximarme para reconocer cuál era su mensaje, sin preocuparme hacia dónde me guiaba. Todo lo que viene de Él es excelente.

SERVIR A LOS DEMÁS

Es concretar los dos postulados anteriores en el servicio. Aquí aparece todo lo que hacemos por Él, pero proyectado hacia una comunidad.

Servir significa ser feliz, con la búsqueda permanente de un bienestar comunitario, implica despojarme de mis apegos e intereses, ya que mi visión siempre será una proyección en Cristo que vive en cada uno de nosotros.

El servicio con calidad me hace más persona, mi comprensión ante el mundo es la construcción de la historia de la humanidad, la esencia del ser humano, su razón de ser es ese Padre, Hijo Liberador y un Espíritu Santo, como fuerza de amor que permanece en nuestros corazones. Es así como participamos de todos los procesos que nos comprometen a actuar por Dios y para Dios.

Jesús es la relación más cercana del Padre, por Él conocimos a Dios. Cristo es la representación de una historia que nos convoca día a día y nos muestra el verdadero amor por los demás.

Jesús de Nazareth nos elige para que participemos en los cambios de la humanidad, es el referente que aparece siempre como una prolongación de la libertad, la justicia y la paz. A través de Él encontramos el verdadero sentido de lo que es comunidad.

En esta experiencia integré al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo porque era necesario entender que de ellos nacía el sentido comunitario que siempre hemos tratado de vivir con muchas imitaciones. Así, nunca podremos ser sin los demás, ya que el Dios Trinitario vive en cada uno de distintas formas, convocándonos a buscar intenciones claras, buenas, con una proyección para sacar adelante la felicidad de los seres humanos.

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De una niña prisionera de sí misma a una mujer libre para servir

Un Espíritu Santo que representa la fuerza, el amor que me mueve para hacer las cosas con excelencia para el bienestar de los demás

La imagen del Espíritu Santo es como la parte que cada día me recuerda lo que hago por Jesús y cómo lo hago. Es el dinamismo del amor, no permite que olvide el compromiso con Jesús historia, con Jesús liberador y con Jesús maestro.

El Padre se manifiesta en nosotros a través del Espíritu Santo, nos lo da como un don especial para que su huella permanezca en nuestra existencia y así construyamos una memoria colectiva de nuestra misión: continuar su obra creadora.

En esta experiencia, mi acompañante fue otro hijo de san Ignacio, un sacerdote inteligente, claro y objetivo que me orientó hacia la necesidad que tenemos de trabajar por una espiritualidad que falta en nuestro país. Con él pude comprender y sentir un Jesús que aparecía en todas las situaciones dolorosas de nuestro contexto, que era necesario aplicar todo mi proceso en una vida simple, sencilla, pero que se va llenado de la presencia del Señor con cada situación que vivo en una Colombia que se empeña en resaltar la desesperanza. Pero es aquí precisamente donde este proceso me compromete a participar en el legado que nos dejó Cristo: el amor, los valores y el proceso de paz.

ElacompañanteestuvohastaconcluirtodalasecuenciaIgnaciana. Este año es de cierres importantes que me exigen proyectar mis cambios; terminé mi proceso en psicoanálisis y sentí una gran coherencia, todo esto nació de los Ejercicios y finaliza con ellos.

En mi proyecto de vida concreté la necesidad de resignificar lo que es un acompañamiento, debido a que surge como un interés importante de centrar ese caminar junto a los profesores de una manera distinta; es cualificar la comprensión con el quehacer pedagógico de los otros y poder participar, de forma esencial, donde demuestre el verdadero trabajo en equipo y comunitario.

Para quienes nunca han vivido la experiencia de los Ejercicios Espirituales Acompañados, solo puedo decirles que hay una lucha inter-

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minable en nuestro corazón; podemos pasarnos toda la vida elaborando excusasperosinorompemosnuestrascadenasquenos esclavizan,nunca vamos a vivir plenamente esa liberación en Jesús.

Cuando san Ignacio construye o sistematiza sus Ejercicios Espirituales, solo tiene un propósito: aprender a combatir contra lo peor de nosotros mismos, esto es, luchar por una emancipación, romper con los temores de los apegos, sentir la valentía de pararnos en un tiempo determinado, establecer distancia con todos los vicios, desórdenes afectivos y entrar en un silencio donde solo quedamos Dios y yo.

Así aprendemos a vaciarnos para disfrutar este encuentro que día a día será distinto.

La vida no nos puede pasar de largo, hay una gran necesidad de vivir una Jerusalén, una resurrección, una pregunta por la razón de ser de nuestra existencia y ante todo guiados por un Dios que nos invita a ser comprometidos y participativos en una historia cristocéntrica cuyo propósito fue la salvación y liberación de la humanidad, que aún no termina por conocerse. Por lo tanto, la búsqueda de Dios será siempre nueva y dinámica.

Vivir esta experiencia es profundizar en el conocimiento de mi vida a la luz de Jesús de Nazareth, de un Espíritu Santo como fuerza que nos impulsa a identificar la voluntad de Dios y nos compromete con los demás en acciones que nos llevan por un recto camino.

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La ignacianidad como fuente de inspiración

La ignacianidad como fuente de inspiración

Manuel Alfonso Penagos M. *

La fuerza con que llegaron los Ejercicios Espirituales Acompañados (EEA) en el año 1997 a mi historia personal, me impulsó a un cambio de actitud frente a la vida, fue definitivamente una experiencia que marcó y dividió mi existencia. También despertó el interés por seguir profundizando en el conocimiento personal y en comprender cuál es el sentido de la existencia, el papel a cumplir en este mundo, siempre a la luz de la fe cristiana, de la presencia de Dios en la vida como amigo y acompañante.

Muchos pueden llegar a pensar que las palabras anteriores son simplementeunamanerademanifestarunasensaciónmomentánea,pero el camino recorrido después de los primeros EEA, me ha mostrado que estáncargadasdesentidoysignificado,comprensiblesolamenteporquienes hayan vivido experiencias profundas de contacto con su interioridad y con la trascendencia; es decir, para quien haya decidido sentir internamente la acción del Espíritu Santo para hacer la voluntad divina, para servir a los cercanos y así comenzar a concretar la construcción del Reino de Dios, aquí y ahora.

* Economista y Magister en Educación, actual Asesor en Gestión Social y Prácticas Sociales de la Vicerrectoría Académica de la Pontificia Universidad Javeriana.

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El camino ha sido un constante ir y venir, un peregrinar, por la vida interior y su conexión con la sociedad, tanto en lo laboral como lo familiar, fraternal, profesional, etc., con el alimento del amor como esencia de la consciencia que se toma a partir de la reflexión y constante evaluación de la vida, desde lo que puede parecer lo más ínfimo hasta lo que de hecho es trascendental.

Tomar consciencia del lugar que uno tiene en el mundo, en esta sociedad colombiana, es un asunto serio y que a la luz de la fe comienza a ser una realidad construida en la interacción con los demás, que suena a utopía para la gran mayoría pero que poco a poco va mostrando algunos frutos y va sembrando más y más semillas, convirtiéndose todo en alimento de la esperanza hacia un mundo justo, respetuoso, equitativo.

Pero también hay que aceptar que este camino no es solo pétalos de rosa; por supuesto que tiene varias aristas y no todas son del todo agradables. El darse cuenta de las incoherencias personales es una realidad que aplaca y cuestiona, que me ha mostrado la debilidad de mi finitud y fragilidad, pero a la vez, con el acompañamiento al estilo ignaciano, esas sombras se han transformado en luces.

El camino se ha ido configurando poco a poco, cada vez es más inquietante y a la vez más iluminador; el horizonte en la formación es amplio y requiere tomar la decisión con firmeza para no echar para atrás y asumir las responsabilidades que van emergiendo en lo personal tanto como en lo social o colectivo.

Este peregrinar por un camino de crecimiento espiritual, que se convierte en integral, conlleva a asumir una postura frente a la vida donde se van relativizando muchos asuntos que parecían ser importantes desde una perspectiva poco crítica y bastante ingenua de la realidad social. También se comienza a tener una rutina donde uno se pregunta por la presencia de Dios y por Su voluntad, en busca de la permanente consciencia de la presencia Divina en todas las cosas y así también surge un lenguaje para leer la vida y para escribirla, empujando la historia con la guía del Dios de la Vida.

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La ignacianidad como fuente de inspiración

Pero la ignacianidad no es solo la inspiración o el pretexto para apostarle a un mundo nuevo, es ante todo una 'filosofía' que permite descubrir y sanar la vida propia y el mundo interior, indagar por el sendero recorrido hasta el momento y que libremente se va escogiendo. Esta forma de afrontar la existencia requiere aceptar un proceso en el cual no hay final; es un constante reflexionar y evaluar de la acción propia, de la historia vivida, del sentido que se le da a todo ello junto y la forma en que nos ha ido constituyendo.

Pero uno empieza a comprender que «no importa lo que pasó sino lo que haga con lo que me pasó»; así, no es que se alivien las heridas sino que se asumen de otra manera, buscando los aprendizajes que traen todas las experiencias vividas. Esto solo se logra si uno se decide a trabajarse a sí mismo, y para ello es necesario hacer evidentes los defectos, las debilidades, los fracasos. El trabajo interior es vital para poder hacer un proceso de crecimiento en lo personal, que debe ser acompañado por diversos compañeros y compañeras, por fraternos amigos y amigas que están en el mismo camino y con los cuales se van tejiendo lazos que poco a poco se convierten en redes de apoyo y de esperanza.

El trabajo interior, personal, requiere profundizar en las heridas que nos han hecho en las primeras etapas de vida y cómo nos han configurado la personalidad, en los daños que hemos causado por las marcas que tenemos, el comprender mejor las limitaciones propias, la insignificancia de lo que hacemos cuando no es en función del servicio a los otros. Al ir teniendo estas claridades, uno se va dando cuenta de lo cíclico y repetitivo de su interacción social, de la repetición de los mismos mecanismos de defensa y ataque; pero a la vez que esto permite valorar todo lo que es la virtud y la bondad que se tiene, una de las sensaciones más espléndidas es el sentirse acogido y amado por lo Trascendente a pesar de los errores cometidos.

Reconciliarse con la vida, con los demás y con uno mismo, es la mejor manera para tener integralidad, para tener el corazón ordenado y así un interactuar llevado por el camino del amor, del Espíritu, de la gratuidad, donde la Providencia es quien va definiendo lo que deba suceder y uno simplemente se pone en sus manos para cumplir la Voluntad divina. Aprovechar la formación para ser una persona cada vez más

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integrada, es un asunto de capital importancia cuando uno quiere superar su lado débil e iluminarlo, no solo con la fe sino con la reconciliación humana; asumir por completo todo cuanto somos y de donde venimos, para que nos aceptemos y podamos canalizar la energía y las acciones en pro de la justicia y el seguimiento a Jesús.

Así, la propuesta ignaciana permite darle cada vez más sentido a la existencia; pero ello está necesariamente articulado a la acción que se lleva a cabo, a ese polo a tierra que cada quien tiene en su vida y que es de una variada gama. En mi caso particular, el polo a tierra es una propuesta educativa que quiere ser la inserción de la academia en la compleja realidad social con dos fines básicos: de una parte, la transformación social por medio de hechos y acciones concretas que construyan un nuevo mundo; de otra, la formación de personas con responsabilidad y compromiso social, para que sean artesanos y obreros de una sociedad renovada y con base en valores humanos, que están ligados a los profesados por el Evangelio y la fe cristiana.

Claramente, esta propuesta tiene el sello de san Ignacio, es su propuesta formativa vigente a pesar del paso del tiempo y el cambio de las sociedades y la cultura, haciendo eco de su planteamiento de adaptación a personas, lugares y tiempos. La convicción de hacer posible y concretar esta propuesta se fue realizando, como conversión, a la luz de los EEA, de la formación y crecimiento personal, del examen diario, de la consciencia de los toques diarios de Dios, en una misión aceptada con libertad y en busca de mayor sabiduría intelectual, espiritual y sentimental, lo cual permite día a día hacer más amigos en el Señor, sentirse parte de una mística que alimenta la vida y que quiere apostarle a la Trascendencia.

Para terminar, puedo decir quela Espiritualidad Ignacianaes para mí una propuesta vigente para toda persona que desee ser más integrada en su interior y más consecuente y coherente en su actuar en la sociedad. Por supuesto que adoptar la Espiritualidad Ignaciana es una forma de asumir la responsabilidad y construcción de sociedad a la luz de la Bandera del Reino, para cumplir con serenidad y seriedad la misión que cada quien tiene en esta vida y en este mundo.

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La espiritualidad ignaciana, el camino para encontrar el sentido de mi vida

La espiritualidad ignaciana, el camino para encontrar el

sentido de mi vida

Sol Beatriz Bedoya de Palacio*

Una de las megatendencias de este siglo que comenzamos, es la del papel fundamental al que estamos llamados los laicos (as) a desempeñar en la Iglesia actual.

La Congregación General 34 expresa en uno de sus artículos, la importancia de nuestra misión como servidores de la Iglesia, fundamentados en la espiritualidad ignaciana.

El Padre Arrupe, (como lo indicó C. R. Cabarrús, S.I.) al comienzo de la década del 80 en su documento «El modo nuestro de proceder», revitaliza la identidad jesuítica y al revivir la esencia de la espiritualidad ignaciana desencadena un proceso que permite el desarrollo de la ignacianidad en el laico.

Estoy convencida de que éste es el regalo más hermoso que recibimos, primero de Ignacio y luego de la Compañía de Jesús quienes a través de estos años, han trabajado para hacer esta propuesta más asequible a nosotros los laicos. Ésta se constituye en una eficaz alternati-

* Socióloga, Licenciada en Enfermería; Directora Ejecutiva de Asofamilia Ignaciana; Coordinadora del Programa de Formación y Acción Social del Colegio san Ignacio de Medellín.

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va frente a la variada gama de opciones que ofrece el postmodernismo, ante la búsqueda de lo trascendente que tenemos todos los seres humanos, en mayor o menor intensidad.

Quiero expresar a través de este artículo con toda sencillez, pero al mismo tiempo con gran emoción, el proceso de transformación de una laica, esposa y madre de tres hijos, beneficiaria de la espiritualidad ignaciana que encontró como fruto de esa vivencia, una nueva manera de situarse en el mundo y así resignificar el sentido de su vida.

UN SENDERO... SIN PENSAR

Uno de los maravillosos descubrimientos revelados a lo largo de este caminar espiritual, es el de encontrar cómo el Señor ha estado presente a lo largo de toda mi vida.

Desde muy temprana edad estuve ligada al Colegio san Ignacio por varios motivos: mi amistad con alumnos, participación en los grupos juveniles de la época con el Padre Alberto Silva, S.J., el cine foro, el posterior noviazgo y matrimonio con un alumno ignaciano. Estas situaciones me acercaron poco a poco a la propuesta de este colegio y en ella admiraba, en ese tiempo, su proyección social y su manera de transmitir la religión. Aunque pasaba por un período de «ateísmo», todo esto determinó el que eligiera a esta institución como opción educativa para mi hijo mayor.

El ser madre de un alumno ignaciano me permitió vincularme a la Asociación de Padres de Familia, donde en compañía de mi esposo trabajamos con entrega y alegría en el Programa por la Paz; luego, ejercí el cargo de directora ejecutiva.

En todos estos momentos veo la presencia de Dios, quien me iba revelando su camino, pero hasta allí no era muy consciente de lo que estaba pasando con mi historia.

Como hija de la postmodernidad buscaba intensamente en otras espiritualidades la satisfacción de mi necesidad de trascendencia sin hallar la plenitud.

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La espiritualidad ignaciana, el camino para encontrar el sentido de mi vida

EJERCICIOS ESPIRITUALES ACOMPAÑADOS UNA

PROPUESTA

DE RENOVACIÓN PARA LOS LAICOS

En la vida de los seres humanos hay sucesos que definitivamente nos marcan, nos hacen redimensionarla y abren nuevos horizontes en el camino de las búsquedas que emprendemos a lo largo de nuestra propia historia.

Cuando estaba en la coordinación del Programa por la paz, un padre de familia que ya había realizado los Ejercicios Espirituales Acompañados (EEA), dirigidos por el Padre Julio Jiménez, S.J., me invitó a vivir la experiencia y me sentí atraída hasta el punto de inscribirme en junio de 1992. En esta ocasión entré en contacto con algunas heridas de mi infancia y mi adolescencia, descubrí que me escudaba en el papel de víctima para no enfrentar mis conflictos. Experimenté el amor incondicional de Dios Padre, lo cual me llevó a cambiar la imagen del Dios juez y castigador que había en mi interior como consecuencia de las experiencias de autoridad de mi niñez.

Más adelante, en 1996 y 1997 tuve la oportunidad de asistir por segunda y tercera vez a los EEA y así como «una esponja porosa abierta a la acción de Dios» mi vida siguió el curso de un proceso intenso de transformación. Con el sabio acompañamiento de un jesuíta, conecté «polo a tierra» y logré aterrizar de una espiritualidad impersonal y etérea a una que me colocaba en el seguimiento de un Dios encarnado, de un Jesús vivo y presente en mí, en mi familia, mis amigos, mis compañeros y muy especialmente en las personas que sufren la pobreza y la marginación.

¡Que hermoso fue el ejercitarme en los diferentes tipos de oración! Ese «sentir y gustar internamente» que propone Ignacio para escuchar a Dios que se comunica de una manera personalizada con cada uno de nosotros, en nuestra propia realidad corporal y afectiva. Y una de las oraciones que más me impactó fue la de contemplación: «escuchar lo que hablan, mirar lo que hacen y reflectir para sacar provecho» en las escenas de los pasajes bíblicos por los que tan magistralmente

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nos va guiando Ignacio; me fue llevando poco a poco a un conocimiento más profundo de Jesús y a amarle cada vez más.

Completé la experiencia de las cuatro semanas de los Ejercicios Espirituales. Sentía un impulso interior que me llamaba a ser apóstol de Jesús, a proyectar su amor no solo en mi familia y en quienes conformaban mi entorno de entonces, sino también en los seres más necesitados debido a sus carencias materiales y afectivas. Además, sentía un llamado especial a acompañar a otros en su crecimiento espiritual.

Fue así, producto del discernimiento y de la oración, como comenzó mi labor en el equipo de Pastoral desde la coordinación del Programa de Formación y Acción Social (F.A.S.) en el Colegio san Ignacio, cargo que desempeño hasta el día de hoy y que mantiene viva mi capacidad de asombro al sentir el amor sencillo, descomplicado y generoso de los pobres; lo mejor de la personalidad de los jóvenes y los (as) niños (as) del colegio; me ejercita en el amor sin condiciones; me permite percibir con mis alumnos a Cristo muerto y resucitado en el rostro del marginado y oprimido de nuestra sociedad.

En 1998, bajo la presión de una fuerza interior que me impulsó a vivir nuevamente la experiencia de los EEA, fui admitida para realizarlos, con el acompañamiento del director y organizador de estos mismos Ejercicios quien, iluminado por sus intuiciones, me condujo a dar un paso más en mi crecimiento personal y espiritual: una mayor aceptación de mi ser, integrando mi pasado doloroso, mis cualidades y mis limitaciones ante la presencia de un Dios amoroso y misericordioso; identificándome plenamente con la pasión, muerte y resurrección del Cristo que se reveló en mí a través de mi historia personal.

La niña sola, desprotegida, afligida dejó de ser un fantasma, sentí con toda intensidad su dolor, el cual me identificaba con el propio dolor de Jesús y al mismo tiempo con el de las personas que han sufrido carencias afectivas. De esta manera se inició un proceso de sanación y paulatinamente con mi «niña interior» acompañándome en el proceso de los EEA, renací y experimenté en carne propia la Palabra de Dios: «El que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios» (Jn 3, 3) y «Tenéis

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La espiritualidad ignaciana, el camino para encontrar el sentido de mi vida que nacer de lo alto» (Jn 2, 7). Con este renacimiento llegué a la dicha de la Resurrección.

Siento una gran emoción al mirar el camino recorrido: los Ejercicios Espirituales, que me llevaron a vivir la experiencia de ser pecadora perdonada, a desear con todas mis fuerzas el «conocimiento interno de Jesús que por mí se hizo hombre para más amarlo y seguirlo», a experimentar su pasión y hacerme más solidaria con el dolor del que sufre y finalmente a concretar la proyección de todo el amor recibido en acciones, comprometiéndome a vivir la esperanza y transmitirla con gozo.

Esta experiencia también me lanzó a formar comunidad y es así como entré a ser, junto con mi esposo, parte de los EAS, comunidades cristianas comprometidas, muy semejantes a las CVX (Comunidades de Vida Cristiana). En ellas compartimos el ser y el hacer, nos ejercitamos en el «amor gratis para siempre pase lo que pase», buscamos la compañía de Jesús en la convivencia con nuestros hermanos de comunidad.

ACOMPAÑAR: UN SUEÑO HECHO REALIDAD

Gracias a los frutos del Concilio Vaticano ll, -«volver a las fuentes»-, y a la iniciativa del P. Julio Jiménez, S.J., muchas personas nos hemos beneficiado con los EEA; además, hemos tenido la posibilidad de ver realizado nuestro sueño: ser acompañantes espirituales.

A partir de la transformación que sentía en todo mi ser y al hecho de ver la participación de acompañantes laicas en los EEA, nació en mí el deseo de ser Acompañante. En la experiencia de Ejercicios de 1997 y durante ese año, se hacía presente en mis oraciones un llamado permanente a acompañar los procesos de encuentro consigo mismo y con el Señor. ¡Quería prepararme! En ese mismo año y al siguiente asistí a dos cursos intensivos de Acompañamiento Espiritual, dirigidos por el Centro Ignaciano de Reflexión y Ejercicios (CIRE) de Bogotá.

El año de 1998 fue especialmente significativo en mi vida: inicié mi trabajo en la pastoral del colegio, realicé por cuarta vez los EEA (ex-

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periencia intensa en mi crecimiento integral, tal como lo había relatado anteriormente) y por primera vez fui invitada a ser ACOMPAÑANTE; ¡por fin, ese sueño se hizo realidad!

Los EEA son toda una propuesta pedagógica que se viene realizando en su forma original desde hace veinte años, tanto en los colegios como en la Universidad Javeriana, para acercar a los laicos (particularmente a los profesores, padres de familia y personas allegadas a los jesuitas) a la espiritualidad ignaciana. La experiencia se vive durante diez días en un lugar que favorece el silencio externo e interno, con un equipo de acompañantes conformado por jesuitas y laicos, quienes se responsabilizan del acompañamiento de 6 ó 7 ejercitantes, dos veces al día. El hecho de ser personalizados, o sea, de acuerdo al ritmo de los participantes, permite efectuar las cuatro semanas de los Ejercicios Espirituales en diferentes oportunidades, debido a que muchos de ellos se ven en la necesidad de repetir la Primera Semana para sanar heridas, reconciliarse consigo mismos y con Dios.

Durante estos cuatro años, he tenido la maravillosa oportunidad de formar parte del equipo de acompañantes de los EEA, mínimo una vez por año, llena de alegría y entusiasmo; pero especialmente con el gozo de un sentimiento espiritual de consolación durante cada experiencia. Ser ACOMPAÑANTE es ser testigo de la acción del Señor en cada uno de los ejercitantes, percibir su transformación al experimentar profundamente el amor misericordioso de Dios, apoyarles en sus procesos de aceptación y perdón, y ver cómo se sienten parte de un proyecto de amor infinito. A partir de ahí, ellos construyen su propio proyecto de vida, iluminados por el discernimiento espiritual.

Ser una ACOMPAÑANTE me posibilita sentir la acción del Espíritu Santo en los procesos de los acompañados, tener la certeza de que es Él quien actúa y me impulsa a orar para que «no sea impedimento» en el encuentro del ejercitante con el Dios de Jesús que se revela en su historia. Me pone en contacto con la sensibilidad de mi ser femenino para entregar el amor del Dios-madre, que acoge al hijo que...“estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado» (Lc 15, 24). Me permite facilitar procesos en algunos ejercitantes, que se iden-

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La espiritualidad ignaciana, el camino para encontrar el sentido de mi vida tifican desde su quehacer diario como laicos(as), esposos(as), padres o madres de familia deseosos de superar sus «afectos desordenados», de experimentar el amor de Dios, y así optar con claridad por el seguimiento de Jesús desde la cotidianidad de sus vidas.

Me invade una inmensa gratitud hacia Dios, al sentirme elegida para colaborar en la obra de su redención, a pesar de mis limitaciones, pero permitiéndome reconocer con humildad los dones que Él me regaló para proyectar su amor.

SER UNA MUJER IGNACIANA, UN RETO PARA VIVIR CADA DÍA

Hoy, me considero una mujer feliz por estar en un proceso de realización, capaz de entregarme con amor a mi familia, mis amigos, mis compañeros de trabajo y a las personas que sufren la marginación y la pobreza de cualquier tipo: afectiva y/o material.

Los Ejercicios me lanzan a vivir la actitud del «peregrino»: en la búsqueda permanente de la voluntad de Dios, a través de la oración diaria y el discernimiento espiritual, a partir de una recta intención en todo lo que hago y de examinar diariamente si mi actuar me conduce a Dios o me aleja de Él, si estoy realizando su proyecto de amor o por el contrario, lo estoy destruyendo con mis acciones.

Vivir la ignacianidad es ejercitarme día a día en «buscar y hallar a Dios en todas las cosas», contemplarlo en lo concreto de mis propias realidades, como esposa, madre, trabajadora y constructora de paz; hallarlo y buscarlo en el rostro del oprimido, para así sentir su dolor y trabajar por la fe y la justicia para todos; hallarlo y buscarlo en los estudiantes y compañeros, acompañándolos en las alegrías, en las tristezas y en lo profundo de sus soledades.

Ser ignaciana es querer vivir la excelencia, desear hacer las cosas cada vez mejor, con el «Magis», «a mayor gloria de Dios». Es «orar como si todo dependiera de Dios y actuar como si todo dependiera de

Apuntes Ignacianos 32 (mayo-agosto 2001) 105-112

mí». Es sentirme pecadora perdonada y así vivir en continua actitud de conversión; pecadora pero a la vez necesitada para la misión.

La espiritualidad ignaciana tiene tanta fuerza en su proyección que, no solo he contado durante estos años con el apoyo de mi familia, sino que al mismo tiempo ellos se han contagiado: mi esposo ha realizado dos experiencias de EEA y el hijo mayor desea vivirla también; la hija menor participó el año pasado en un Curso-taller, una experiencia de crecimiento integral basada en los Ejercicios que potencia el liderazgo en los jóvenes.

Finalmente, quiero expresar un profundo agradecimiento a todos los jesuitas que de una u otra manera me han enriquecido con su acompañamiento, su sabiduría, su acogida, su amistad. Ellos me han brindado su apoyo y su confianza y, especialmente, me han aceptado en una tarea tan delicada y de tanta seriedad, como lo es el ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL en los Ejercicios de san Ignacio de Loyola.

Apuntes Ignacianos 32 (mayo-agosto 2001) 105-112

Sol

Misionera de Jesús, al menos, en mi metro cuadrado

Misionera de Jesús, al menos, en mi metro cuadrado

Somos cristianos y a partir del bautismo entramos a formar parte de la Iglesia. Desde el día en que nos confirmaron fuimos conscientes de la obligación de ser también apóstoles. Recibimos los dones del Espíritu que nos ayudan a realizar y entender mejor las cosas de Dios, y nos proporcionan la capacidad para soportar con valor las dificultades y vencer los obstáculos, para llegar a ser testigos de Dios; nuestra misión no es otra que la misma de Jesús: anunciar el Reino de Dios.

El Espíritu Santo es quien constituye a los bautizados en hijos de Dios y, al mismo tiempo, en miembros del Cuerpo de Cristo. El Espíritu Santo «unge» al bautizado, le imprime su sello indeleble (cf. 2 Co 1, 21-22), y lo constituye en templo espiritual; es decir, le llena de la santa presencia de Dios gracias a la unión y conformación con Cristo. De esta manera, mediante la efusión bautismal y crismal, el bautizado participa en la misión de Jesús el Cristo, El Mesías Salvador1 .

* Secretaria General. Secretaria del CIRE. Madre de familia.

1 JUAN PABLO II, Exhortación apostólica post-sinodal Christifideles Laici, Ed. Librería Vaticana, Ciudad del Vaticano 1988, 26 y 28.

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Pero en este mundo actual, donde no cesa la violencia, donde las masacres a nuestros hermanos son más intensas, crueles e impunes; donde vivimos cada día la angustia e incertidumbre del secuestro, la pobreza y el desempleo, ante todo este horror, me surgieron preguntas como éstas: ¿Dios dónde estás? ¿Por qué permites esta tribulación? En consecuencia, comencé a cuestionar mi fe.

En mi grata experiencia de los Ejercicios Espirituales Acompañados, me impactó de modo especial el pecado social en Colombia, del que todos somos responsables. Me hice un nuevo cuestionamiento: ¿Y yo, qué estoy haciendo para que todo esto no suceda?. Allí fui más consciente de mi compromiso cristiano. Salí persuadida de que debía empeñarme en trabajar en «mi metro cuadrado», como me repetía frecuentemente mi Asesora o Acompañante de Ejercicios. Me parecía que Jesús me decía interiormente: 'estoy en ti para que por medio tuyo esté también en mis hermanos'.

Ante la dolorosa situación de nuestro país, y los cuestionamientos que de allí surgen, pienso que tener fe es creer en Dios y confiar en El, pues Dios nos ama tanto que mandó a su Hijo a este mundo para que nos salvara, muriendo en la cruz por todos nosotros. A El también como a muchos hermanos nuestros, lo torturaron, lo coronaron con espinas y a pesar de que sabían que era inocente, lo sometieron a un juicio quizás con testigos comprados y lo condenaron a muerte, pero Dios lo resucitó y esta en cada uno de nosotros.

Por esta razón, estoy convencida de que desde nuestro entorno de hombres, mujeres, esposos y padres, podemos contribuir al plan de Dios, pues la familia es primordial en la vida de todo cristiano y desde aquí podemos dar testimonio de fe con nuestro ejemplo. Mi amor de esposa y de madre contribuye a que nuestro hogar sea realmente feliz, buscando acrecentarlo cada día más.

Los esposos unidos por el sacramento del matrimonio, representamos el amor de Cristo por su Iglesia. Nos comprometemos a respetarnos mutuamente, a comprendernos, a dialogar, a evitar el egoísmo, y todo lo que pueda causar rupturas que llevan a problemas familiares, dolor, separación y destrucción de la misma sociedad.

Apuntes Ignacianos 32 (mayo-agosto 2001) 113-118

Misionera de Jesús, al menos, en mi metro cuadrado

El matrimonio y la familia constituyen el primer campo para el compromiso social de los fieles laicos. Es un compromiso que sólo puede llevarse a cabo adecuadamente teniendo la convicción del valor único e insustituible de la familia para el desarrollo de la sociedad y de la misma Iglesia. La familia es la célula fundamental de la sociedad, cuna de la vida y del amor en la que el hombre «nace» y «crece»2 .

Otro punto que me marcó de la espiritualidad ignaciana fue aquello del saber 'buscar y hallar a Dios en todas las cosas'. Esta fue una sorpresa. Cuando me imaginaba que Dios estaba muy lejos de mí, allá en el cielo, resulta que no solo está en mí sino que puedo encontrarlo en mi esposo, en mis hijos, y en todas las personas que comparten conmigo mi diario vivir.

El más bello y hermoso regalo de Dios a la pareja son los hijos, verdadera imagen de Dios. En ellos descubro la grandeza y el gran amor que Dios nos tiene. Me asombro ante el don de poder dar la vida; es un misteriomaravillosoquecomopadrestenemosqueeducar,proteger,amar, respetar, tolerar. Y por supuesto, como cristianos, tenemos la misión de evangelizarlos. Cuando la pareja no vive estos valores, se corre el riesgo de sembrar en sus corazones semillas de rencor y desconfianza que más tarde darán frutos amargos de violencia y opresión.

Nuestro país se afana por encontrar las causas de toda esta situación de violencia en la política, en la economía, en la historia. Pero soy consciente de que existen otras causas que están más relacionadas con nosotros y que no vemos tan fácilmente: las que nacen de nuestras propias relaciones personales y sobre todo familiares.

Sabemosqueexistenhogaresdondeseviveenarmonía,amor,comprensión, respeto mutuo; pero desafortunadamente en muchas familias se sufre la angustia de la violencia, de la incomunicación y del maltrato diario. Ser padres hoy, es un desafío; desde la fe, trato por todos los medios posibles de vivir esta realidad según las enseñanzas de Jesús:

2 Ibid., p. 117.

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Bienaventurados los pobres. Si eres padre o madre en estos tiempos, es casi seguro que te cuesta llegar con el presupuesto a fin de mes. Además, qué pobres de espíritu se pueden sentir los padres ante los enormes desafíos que deben enfrentar para educar a sus chiquillos en un mundo de valores contradictorios e ideales cambiantes. La realidad de ser padre trae con ella la gracia de la humildad.

Bienaventurados los tristes. ¡Con cuánta frecuencia deben los padres lidiar con las penas de la vida! Pueden ser grandes o pequeñas, pero son la materia de que se compone su vida diaria.

Bienaventurados los compasivos. Los padres deben perdonar una y otra vez. «No siete veces, sino setenta veces siete». Uno de los mayores regalos que un padre puede dar a un hijo es enseñarle a perdonar.

Bienaventurados los mansos de corazón. Los padres deben mantenerse mansos de corazón, para ayudar a sus hijos a llegar a la madurez, de modo que puedan pararse en sus propios pies y tomarsulugarenlasociedad. Otradesalentadoratareaenunmundo cambiante.

Bienaventurados los que hacen la paz. ¿Cuántas riñas y peleas has evitado o terminado entre tus hijos? Los padres se pasan la mitad del tiempo tratando de calmar las aguas turbulentas.

Bienaventurados los perseguidos; reciben con alegría los insultos. ¡Con qué frecuencia los padres sienten verdadera presión de sus hijos! Algo particularmente cierto cuando se trata de adolescentes. Tras cualquier discusión o conversación, está el supuesto tácito por parte del hijo o hija de que sus padres no lo dejan hacer lo que quiere, lo que hacen todos los demás. Los padres no lo llamarán persecución, pero sin duda hay presión y acoso aquí3 .

3 DANIEL J FITZPATRICK, S J., «Hacia una espiritualidad para los padres» : Progressio 3-4 (2000) 33-34.

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Misionera de Jesús, al menos, en mi metro cuadrado

Nos percatamos de que debido a los cambios científicos y a la tecnología hemos perdido muchos de nuestros valores vitales, materiales, intelectuales,estéticos, éticos, morales,religiososyespirituales. Aquí encuentro yo una tarea: cultivar y dar a conocer, empezando por mi familia, virtudes como: la templanza, la justicia, la moderación, la sinceridad, la calma, la fe, la tolerancia, etc. Hacemos publicidad de los valores implícita y explícitamente; es decir, desde nuestro testimonio de vida.

Si nosotros queremos un país donde se viva la armonía, la alegría y por supuesto la paz, estoy convencida de que nosotros, como padres y familias comprometidas con el plan de Dios, tenemos que cultivar los valores en nuestros hijos (futuros hombres y mujeres) y con las personas con quienes convivimos.

El compromiso apostólico de los fieles laicos con la familia es ante todo el de convencer a la misma familia de su identidad de primer núcleo social de base y de su original papel en la sociedad, para que se convierta cada vez más en protagonista activa y responsable del propio crecimiento y de la propia participación en la vida social4 .

Considero que los valores son los principios y los fines que fundamentan y guían nuestro comportamiento humano, social e individual, que crecen si los alimentamos mediante una pedagogía familiar. Los valores son cualidades que dan sentido a nuestra vida; por tanto, nos interesan a todos como personas, constituyen un bien para cada uno de nosotros. Lo típico del valor es todo aquello que nos perfecciona, que nos hace más personas, para el bien de un grupo social.

Me parece de suma importancia que aceptemos libremente los valores y que optemos por ellos afectivamente y en coherencia con la razón. Vivir de acuerdo con estos valores humanos y cristianos nos producirá placer y felicidad, pues dará sentido y significado a las diferentes facetas de nuestra existencia, actuarán como medio de control y de presión social, nos proporcionarán los medios para juzgar la sociabilidad de

4 JUAN PABLO II, Op. cit., p. 117-118.

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las personas y nos ayudarán a saber en qué puesto nos hallamos ante los ojos de Dios y de los demás.

No podemos perder el ánimo ni el entusiasmo; la vida vale mucho y con exigencia conseguiremos la excelencia y nuestra plena realización como personas. La vida es un valor que constituye la base, el soporte y el fundamento para que cualquier otro valor pueda desarrollarse en su proyección personal y social. Igualmente, nos permite entrar en diálogo con todas las personas de cualquier ideología o creencia. La vida es un valor sagrado, es un don, porque mi vida y la de los demás no es una propiedad privada, sino un regalo de Dios que nos la ha dado para bien de nosotros mismos y para el servicio de los demás. La vida corporal de cada individuo esta confiada a su libertad como un talento valiosísimo.

Como padres cristianos, ¿estamos haciendo de nuestras familias un lugar de convivencia, tolerancia, diálogo y paz? Mi fe del bautismo y mi obligación de anunciar el Reino de Dios de mi confirmación me comprometen a respetar nuestros deberes y a defender nuestros derechos y el de nuestros semejantes. Vivo con la seguridad de que a pesar de los muchos obstáculos que se presenten en nuestro camino, si estamos con Dios en la oración y en la unidad, no habrá barreras insuperables.

Apuntes Ignacianos 32 (mayo-agosto 2001) 113-118

Oraciones porpuestas para la fiesta de san Ignacio

Oraciones propuestas para la fiesta de san Ignacio

Equipo Juniores CIRE

ORACIÓN PERSONAL EL DISCERNIMIENTO

 MOTIVACIÓN: Retomemos uno de los valores centrales legados por Ignacio, el discernimiento. Para ello, oremos un fragmento de la autobiografía.

 DISPOSICIÓN: Entrar en la presencia del Señor recitando el Salmo 139 (138) «Homenaje a Aquel que lo sabe todo».

 PETICIÓN CENTRAL: Pedir gracia al Señor para reconocer su presencia en nuestra vida a través del discernimiento.

 LECTURA PAUSADA: Realizar una lectura tranquila de este fragmento de la autobiografía.

(...) cuando pensaba en aquello del mundo, se deleitabamucho; mas cuando después de cansado lo dejaba, hallábase seco y descontento; y cuando en ir a Jerusalén descalzo, y en no comer sino hierbas,

Apuntes Ignacianos 32 (mayo-agosto 2001) 119-121

Equipo Juniores CIRE

y en hacer todos los demás rigores que veía haber hecho los santos, no solamente se consolaba cuando estaba en los tales pensamientos, mas aun después de dejado, quedaba contento y alegre (...)1 .

Puede orientarse la meditación del texto con las siguientes preguntas.

¿Nuestro modo de proceder es orientado por las mociones interiores que tenemos en nuestra oración y vida cotidiana?

 ¿Qué momentos dedicamos a realizar un examen de nuestra vida, para captar esos movimientos internos que experimentamos como los experimentó Ignacio?

 PARA TERMINAR: Realizar una oración dirigida al Padre pidiéndole la gracia para reconocer sus llamados interiores y seguirlos. Terminar con un Padre Nuestro.

ORACIÓN COMUNITARIA LA EXCELENCIA DE NUESTRA VOCACIÓN

 MOTIVACIÓN: Ignacio siempre estuvo pendiente de que sus hermanos mantuvieran presente las profundas motivaciones de su vocación. Este esquema de oración quiere recoger una de las cartas enviadas por Ignacio a los escolares de Coimbra para recordar cuáles son las excelencias de la vocación. Retomemos un fragmento para orar acerca de los mismos puntos.

 DISPOSICIÓN: Ponernos en la presencia del Señor compartiendo juntos el salmo 63 (62) “Sed de Dios”.

 PETICIÓN CENTRAL: Pedir gracia al Señor para reconocer las riquezas de nuestro carisma.

1 IGNACIO DE LOYOLA, Obras de San Ignacio de Loyola, BAC, Madrid, 19916, 103-106.

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Oraciones porpuestas para la fiesta de san Ignacio

 LECTURA PAUSADA: Realizar una lectura tranquila y personal del fragmento para ver en qué toca nuestra vida como religiosos.

(...) Porque no tuviesen [las] cosas bajas ocupado vuestro entendimiento y amor, ni lo esparciesen en varias partes, para que pudiésedes todos unidos convertiros y emplearos en aquello para que Dios os crió, [que] es la honra y gloria suya y la salvación vuestra y ayuda de vuestros prójimos. Y aunque a estos fines vayan enderezados todos los institutos de la vida cristiana, Dios os ha llamado a éste, donde, no con una general dirección, pero poniendo en ello toda la vida y ejercicios de ella, habéis de hacer vosotros un continuo sacrificio a la gloria de Dios y salud del prójimo, cooperando a ella, no sólo con ejemplo y deseosas oraciones, pero con los otros medios exteriores que su divina providencia ordenó para que unos ayudásemos a otros2 .

Puede orientarse la meditación del texto con las siguientes preguntas.

¿Qué aportes concretos hacemos a la Iglesia como comunidad, que se ven reflejados en nuestro diario vivir?

 ¿Nuestra vida interior es coherente con nuestro testimonio de vida?

 COMPARTIR: Poner en común espontáneamente, las mociones que nos haya dejado la meditación.

 FINAL: Se puede terminar la oración con un canto apropiado o una acción de gracias a manera de coloquio al fundador del instituto.

2 IGNACIO DE LOYOLA, Obras de San Ignacio de Loyola, BAC, Madrid 19916, 797.

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