

APUNTES IGNACIANOS
ISSN 0124-1044
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Javier Osuna Gil, S.J., Noviembre 13 de 1931 - Agosto 22 de 2015. Óleo de Héctor Osuna Gil
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Apuntes Ignacianos
Número 76 Año 26
Enero-Abril 2016
Discernimiento Espiritual.
In memoriam Javier Osuna Gil, S.J.
CENTRO IGNACIANO DE REFLEXION Y EJERCICIOS - CIRE
Espacios para el Espíritu
Carrera 10 Nº 65-48. Tel. 640 50 11
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Nuestros Números en el 2016
Enero-Abril
Discernimiento Espiritual. In memoriam Javier Osuna Gil, S.J.
Mayo-Agosto
Misericordia y Ejercicios Espirituales
Septiembre-Diciembre
XVI Simposio de Ejercicios Espirituales Inspiración de los Ejercicios Espirituales para el cuidado de la Casa Común
Discernimiento Espiritual.
In memoriam Javier Osuna Gil, S.J.
Presentación
En la mañana del sábado 22 de agosto pasado (año 2015), fallecía de manera totalmente repentina el Padre Javier Osuna, iniciador y durante muchos años alma de este Centro Ignaciano de Reflexión y Ejercicios CIRE.
Como joven jesuita, Javier fue destinado a trabajar en la Provincia del Japón donde permaneció por siete años, el tiempo necesario para internarse en el aprendizaje de la lengua y cursar los estudios de teología, al final de los cuales y después de hacer su tercera probación en los Estados Unidos, fue enviado a la Universidad Gregoriana para especializarse en espiritualidad. Culminó allí sus estudios con su tesis «Amigos en el Señor», expresión que desde entonces se fue abriendo lentamente camino hasta convertirse en fórmula corriente para referirse a los miembros de la Compañía de Jesús.
En ese momento la Provincia colombiana necesitaba de un Maestro de Novicios y Javier fue solicitado para ejercer como tal por unos años, que a la postre derivaron en una permanencia definitiva en nuestro medio. Fue entonces, al comienzo de los años setenta, década en la que estaban surgiendo los Centros de espiritualidad en los diversos países del Continente, cuando Javier dio comienzo al CIRE.
Su trabajo en el Centro estuvo punteado por permanencias más o menos prolongadas en diversas etapas de la formación de los jesuitas, la última de las cuales sería la atención espiritual de los miembros del teologado internacional de Bogotá. Fue también durante algunos años el animador del
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Curfopal, con sede en el Brasil, organizado para brindar a jesuitas de edad avanzada un tiempo de renovación espiritual y teológica.
Conoció Javier la enfermedad a la mitad de su vida, cuando a los 50 años y durante cuatro meses se debatió entre la vida y la muerte. Pero una vez superada esa prolongada crisis de salud, estuvo desde entonces siempre alerta, activo y chispeante, hasta la víspera de su muerte.
Javier fue siempre un seguidor ferviente de cuanto se escribía de espiritualidad ignaciana, para lo cual fue desarrollando un tino certero para descubrir lo que valía o no valía. El dar Ejercicios fue su ministerio preferido, así como la preparación de otras personas para conocerlos y darlos.
Todas estas razones y su compañía, siempre supremamente delicada y atenta al cultivo de la amistad, han hecho que sintamos profunda y cotidianamente su ausencia, pero que nos alegremos de que su amistad en el Señor obtenga ahora el incremento indefectible de la presencia.
El presente número de la Revista Apuntes Ignacianos se concibe como homenaje a la vida y obra de este gran maestro de la espiritualidad ignaciana. Por esta razón, hemos decidido publicar cinco artículos del padre Javier, publicados originalmente entre 1985 y 1988 en la Revista que fue la antecesora de Apuntes Ignacianos: «Reflexiones CIRE». Estos cinco artículos, que reflejan la exquisita sensibilidad del padre Javier, conforman un verdadero «tratado» sobre el discernimiento espiritual.
En el primer artículo, «Tierra fértil de hombres fuertes», el padre Osuna aborda la cuestión de la pobreza, el «hacerse pobre», como criterio, condición y meta del discernimiento ignaciano. Seguidamente, en el artículo intitulado «Reconocer el Amor para entregarle nuestra libertad», el padre Osuna nos regala una riquísima síntesis, que él define como unos «puntos de reflexión», sobre el discernimiento espiritual ignaciano. Este importante escrito describe de forma privilegiada lo que es el discernimiento, sus presupuestos, sus elementos esenciales, criterios y condiciones. El tercer artículo, «El discernimiento»,
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aborda nuevamente la cuestión central de éste número, profundizando lo compartido en en «Reconocer el Amor para entregarle nuestra libertad», pero desde otra orilla. En esta ocasión se nos regala una reflexión teológica centrada en cinco cuestiones: 1. El discernimiento como espiritualidad trinitaria; 2. El discernimiento como contemplación para «reconocer» el Amor y entregarle nuestra libertad; 3. El examen como praxis para descubrir cómo acontece Dios en nuestra vida y cómo respondemos a su acción; 4. El discernimiento como actitud espiritual; y 5. La misericordia, clima de todo discernimiento.
En el cuarto artículo del presente Número de la revista, «El discernimiento apostólico en común», se plasman algunas reflexiones para acompañar la lectura de la Carta sobre la recepción de la CG. XXXIII del padre Kolvenbach. Finalmente, corona este sencillo homenaje un texto fundamental del padre Javier: «Experiencia de Dios». En este escrito el padre Javier nos deja, en sus propias palabras, «experiencias e intuiciones personales que han ido modificando y enriqueciendo mi propia experiencia de Dios». Dejamos en sus manos, con gran satisfacción, este pequeño tratado sobre el discernimiento espiritual, in memoriam del amigo en el Señor, Javier Osuna Gil.
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Tierra Fértil de Hombres Fuertes
«HACERSE POBRE», CRITERIO, CONDICIÓN Y META DEL DISCERNIMIENTO1
M
e propongo desarrollar el tema «pobreza, libertad y discernimiento» en los Ejercicios de San Ignacio, como síntesis de cuanto el Santo propone al ejercitante en el momento en que se dism pone a entrar en elección de vida. Para desarrollar más concretamente esta reflexión, me sitúo en los tres ejercicios de la llamada «jornada ignaciana»: Dos Banderas, Tres Binarios y Tres grados de humildad o amor. En estos tres ejercicios, propuestos para el cuarto día de la segunda semana, que se entrelazan y complementan en una dinámica vigorosa y convincente, confluye un objetivo que recorre todo el itinerario de los Ejercicios: el seguimiento de Jesús pobre y humilde, como camino de libertad para descubrir la voluntad del Padre y conformar con ella nuestro proyecto de vida.
Pretendo en este estudio mostrar que «hacerse pobre», «empobrecerse», es la apremiante tarea que san Ignacio señala al ejercitante como criterio, condición y meta de todo auténtico discernimiento de la voluntad divina. Hacerse pobre es alcanzar la libertad requerida para ordenar nuestra vida según el proyecto del Padre y entregarla, por amor a Jesús, como servicio a la causa del Reino, a fin de que nuestros hermanos tengan vida en abundancia. Lo que quiero decir ha sido expresado lapidariamente en un denso párrafo del Decreto 1 de la reciente Congregación General XXXIII de la Compañía de
1 Publicado en Reflexiones CIRE, Vol XI, 2 (junio 1985) 25-544.
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Jesús: «El Espíritu del Señor nos llamó a la libertad, para poder entregarnos al compromiso con los hombres, y totalmente a su servicio. Pero esta libertad, tal como se nos enseña en los Ejercicios Espirituales2, es absolutamente inseparable de la pobreza, e imposible sin ella»3.
La Congregación General afirma sin reticencias que la libertad a la que nos llama el Espíritu es para el compromiso con los hombres. Libertad y pobreza caminan juntas. Sin pobreza no puede darse la libertad requerida para ordenar la vida a través del discernimiento.
Los Ejercicios van dirigidos, pues, a conseguir, por la acción del Espíritu en nosotros, aquella liberación que nos hace pobres en seguimiento de Jesús pobre, para anunciar una Buena Nueva de liberación a los pobres. «Solo una persona pobre puede destruir la pobreza», ha escrito el P. General. Y añade, completando su pensamiento: la lucha por la justicia, al servicio de los pobres, busca constantemente esa pobreza que Jesús canoniza y consagra4.
¿JORNADA IGNACIANA?
Rápidamente ha ganado aceptación entre algunos directores de Ejercicios el título de «jornada ignaciana» para el día consagrado, en el esquema de ocho días de Ejercicios, a las meditaciones de dos banderas, tres binarios y tres grados de humildad.
Sin pobreza no puede darse la libertad requerida para ordenar la vida a través del discernimiento
Se arguye, no sin alguna razón, que estos tres ejercicios constituyen lo más típico y original de san Ignacio dentro del esquema de los temas de meditación y contemplación. Sin embargo, con la misma razón podrían reclamar ese título meditaciones como el Principio y Fundamento, los pecados con sus repeticiones –particularmente los tres coloquios de la primera semana–, el «traer de los sentidos», el ejercicio del Rey Temporal y del Rey Eternal, los coloquios de las meditaciones de banderas y binarios, la apari-
2 La CG XXXIII cita aquí precisamente la meditación de Dos Banderas, Ejercicios Espirituales 136-147.
3 CG XXXIII, Decreto 1, 23.
4 P. Peter-Hans KolvenbacH, S.J., Homilía en Río de Janeiro y Caracas, oct. 1984.
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ción de Jesús resucitado a su Madre, la contemplación para alcanzar amor. Y, todavía con mayor propiedad, el proceso de discernimiento de espíritus, con sus tiempos, modos y reglas para sentir y conocer los espíritus.
No se ve por qué apropiarse el título de «jornada ignaciana» para esos tres ejercicios que, con toda su importancia dentro del itinerario, no son más que una pieza del método ignaciano de oración, reflexión y examen para buscar y hallar la voluntad de Dios. El mismo san Ignacio les da el modesto nombre de «preámbulo para considerar estados».
«Jornada ignaciana» es, con todo mérito, el conjunto de las cuatro semanas, con sus meditaciones, contemplaciones, discreción de espíritus, notas y adiciones. Es el itinerario completo del ejercitante, que hace una jornada de encuentro con Dios bajo la dirección de Ignacio, a lo largo de treinta días de búsqueda de la voluntad divina sobre su vida.
Los tres ejercicios de banderas, binarios y grados de humildad bien podrían conservar el nombre que les da el texto de los ejercicios: preámbulo para considerar estados. El día consagrado a hacer estos ejercicios es, si se quiere un título, la jornada de «entrada en elección».
LA POBREZA, TEMA CENTRAL DE LOS EJERCICIOS
Los Ejercicios no son otra cosa que un método un instrumento compuesto de meditaciones, contemplaciones, oraciones, exámenes, lecturas, discreción de espíritus, que nos conduce a la experiencia de encuentro con Dios en la que preparamos y disponemos nuestro espíritu para una conversión que ordene nuestra vida según el designio de Dios, buscado y hallado, como gracia, a través del discernimiento de las mociones de su Espíritu en nosotros.
Ellos nos dan la libertad para seguir a Jesús en el anuncio de la Buena Nueva del Reino y nos capacitan para detectar las señales que Dios nos da a cerca de nuestra inserción en el servicio generoso de su Reino. Colaboración nuestra que ha de ser con Jesús y como Él. Nadie podrá ordenar su vida, bajo el impulso del amor más grande a su Señor, si no abraza la invitación a venderlo todo, repartiendo cuanto tiene a los pobres, y a seguirlo pobre, humillado, maldito, servidor de los pobres. La exigencia hecha al joven rico, se dirige también a cada uno de nosotros. Si alguien quiere irse con Jesús
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ha de negarse a sí mismo, cargar cada día con su cruz y decidirse a perder su vida para salvarla5.
Es claro que los Ejercicios nos ayudan a ordenar nuestra vida, no para una satisfacción y tranquilidad privada, individualista, sino para perderla entregándola al servicio de Jesús y del Evangelio. Tienen una perspectiva apostólica: El Reino.
Llegado el momento de entrar en este discernimiento para la elección, San Ignacio aconseja al ejercitante que, sin dejar la contemplación de los misterios de la vida de Jesús («juntamente contemplando su vida»), comience a investigar y demandar en qué vida o estado de nosotros se quiere servir su divina majestad6. Para ello ha de dedicar algún tiempo a la meditación de las dos banderas y los tres binarios y a la consideración de tres grados de humildad.
Concretamente, San Ignacio coloca estos ejercicios en el cuarto día de la segunda semana, como ya dijimos. Desde la media noche hasta la hora de vísperas el ejercitante hará el ejercicio de las banderas, con sus tres repeticiones. El tema de los binarios ocupa el lugar de la última oración del día antes de cenar, y corresponde al «traer de los sentidos» con que concluye cada día de contemplación. No es, pues, una repetición de las banderas. Es un nuevo ejercicio, como el del infierno en la primera semana: una aplicación práctica y concreta de los criterios del discernimiento, aclarados en la meditación de las banderas, a la situación actual del ejercitante, para verificar si tiene la libertad que le permita discernir y elegir con los criterios de pobreza y humildad que deben marcar a los seguidores de la bandera de Jesús.
Para la consideración de los grados de humildad no se señala en las notas de los Ejercicios un tiempo preciso. La instrucción se limita a ponderar la conveniencia y provecho de esta consideración e invita al ejercitante a dedicar a ella ratos, por todo el día, antes de entrar en las elecciones, es decir, el mismo día cuarto. Todo esto para plantar en su corazón un amor apasionado a Jesús, capaz de lanzarlo a «summa pobreza actual» y a compartir con alegría los oprobios y humillaciones de su Señor. Esta consideración ha de ir
5 Cfr. Lc 18; 22 y 9: 23-24; Mc 8: 34-35; Mt 16: 24-25.
6 Ejercicios Espirituales 135.
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acompañada, como las meditaciones anteriores, del triple coloquio en el que se pide a Nuestra Señora, al Hijo y al Padre, la gracia de ser recibido «debaxo de su bandera», para parecerse e imitar más actualmente a Cristo nuestro Señor y para servirle mejor. La petición de «ser elegido» y la conciencia de que es el Señor quien debe «ordenar sus deseos» y «mudar su afección primera», sus miedos y repugnancias, acompaña insistentemente los ejercicios de este día y, de ahí en adelante, todas las contemplaciones de la segunda y de la tercera semana. El ejercitante debe tener muy claro que no puede alcanzar por sí mismo, ni por los esfuerzos de su voluntad, esta identificación con Jesús. Porque «nadie puede llegar hasta mí sí el Padre que me mandó no tira de él»7.
La entrada en elección será inmediatamente después de estos ejercicios, en la mañana del quinto día, con la contemplación de Jesús que se despide de su Madre y viene de Nazaret al río Jordán para ser bautizado8. La idea de san Ignacio de que la elección se hace «juntamente contemplando su vida», se plastifica con esta figura del Señor en el momento culminante –que podríamos llamar de su propia elección de vida–, en que cierra detrás de sí los años de Nazaret y se encamina hacia el ministerio público para cumplir el proyecto de su Padre. Precisamente el día anterior a las meditaciones de las banderas y binarios, el ejercitante ha pasado contemplando su vida oscura de Jesús en Nazaret y su hallazgo en el templo, a la luz de una doble alternativa de vida exemplificada por Jesús:
Ya considerado el ejemplo que Cristo nuestro Señor nos ha dado para el primer estado, que es en custodia de los mandamientos siendo él en obediencia a sus padres; y así mismo para el segundo, que es de perfección evangélica, cuando quedó en el templo dejando a su padre adoptivo y a su madre.’ natural, por vacar en puro servicio de su Padre eternal9.
La necesidad y el deseo de ser elegido en pobreza, de hacerse pobre para acercarse más a Jesús e identificarse con él («ser puesto con el Hijo»), será la petición recurrente y la nota central en todas las contemplaciones y ejercicios durante este tiempo de elección y más adelante, en la tercera semana, cuando buscará la confirmación de sus opciones.
7 Jn 6, 44. Cfr. EE 147, 156-157, 164, 167-68, 159, 199 y anotación 16.
8 Cfr. Ejercicios Espirituales 158-159 y 273.
9 Ejercicios Espirituales 135, Preámbulo para considerar estados.
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Esta intuición de Ignacio al elegir la pobreza y humildad como las características básicas del seguimiento de Jesús, entronca con idéntica penetración de san Pablo cuando, en la Carta a los Filipenses, invita a los cristianos a que:
En vez de obrar por egoísmo o presunción, cada cual considere humildemente que los otros son superiores y nadie mire únicamente por lo suyo, sino también cada uno por lo de los demás para tener así la misma actitud del Mesías Jesús. Él, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente su categoría de Dios, al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, haciéndose uno de tantos. Así, presentándose como simple hombre, se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte en cruz10.
Ambos tienen la misma convicción:
Los que quieren enriquecerse caen en la tentación, en el lazo y en mil afanes insensatos y funestos (engaños, redes y cadenas del mortal enemigo de nuestra humana natura), que hunden a los hombres en la ruina y en la perdición (de estos tres escalones induce a todos los otros vicios); porque la raíz de todos los males es el amor al dinero (primero tentar de codicia de riquezas, primer escalón del despeñadero)11.
Mucho convendría que los directores de Ejercicios y los mismos ejercitantes advirtieran esto muy conscientemente; así se logrará que estas meditaciones y contemplaciones del tiempo de elección, fielmente enfocadas en su genuino significado, obtengan su verdadero objetivo. Es admirable, por ejemplo, el paralelo entre el esquema de las Banderas: Jesús, en lugar humilde, hermoso y gracioso (notas de su pobreza y humildad), escoge apóstoles y discípulos, los envía, y los instruye acerca de cómo deben ayudar y traer a todos a la pobreza y humildad; y el esquema de la contemplación de los misterios de la vida del Señor que acompañan estos ejercicios: despedida de Nazaret, bajada al Jordán, bautismo, tentaciones, elección de discípulos, Sermón del monte y bienaventuranzas. Los movimientos del Espíritu del que está ungido Jesús, y del enemigo que agita y engañan, impregnan por todas partes el ambiente de estos días de oración, facilitando así el discernimiento. Con esta disposición espiritual, la contemplación, forma muy simple y relajada de orar, el ejercitante se hace presente al misterio que contempla y deja actuar al Espíritu. Permanece
10 Flp 2: 3-8.
11 1 Tm 6: 9-10.
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libre como un pájaro planeando en el aire; en tal atmósfera el Espíritu puede entrar y salir en el corazón de la persona mucho más fácilmente que en una forma meditativa de orar; y la persona, como su director, serán más capaces de notar los movimientos de espíritus, las consolaciones y desolaciones que lo afectan en torno a su decisión12.
El discernimiento, para Ignacio, solo es posible desde la libertad de un hombre pobre y humilde
Vemos, pues, cómo la pobreza-humildad, como libertad en orden al discernimiento y en el contexto de un mejor servicio al Reino de Dios, es el tema central de dos banderas, tres binarios y tres grados de humildad. El discernimiento, para Ignacio, solo es posible desde la libertad de un hombre pobre y humilde. Sin esta libertad que confiere la pobreza Y humildad, la persona estará incapacitada para detectar la voluntad del Señor (tema de las banderas), para adherirse a ella (tema de los binarios) y para lanzarse con amor apasionado tratando de alcanzar a Cristo (tema de los grados de humildad).
«HACERSE POBRE», INTUICIÓN CLAVE DE IGNACIO
Jesús pobre y humilde
Totalmente cautivado por la figura de Jesús pobre y humilde desde los días de Loyola y Manresa, decidido a predicar el Evangelio en pobreza por las tierras de Palestina, a la manera de Jesús y su grupo de discípulos, san Ignacio comprende que «hacerse pobre», abrazando la bienaventuranza evangélica: Dichosos los que eligen ser pobres13, es la clave de todo seguimiento de Jesús, de toda posibilidad de ir con Él y como Él en servicio del Evangelio. En esto consistirá ordenar la vida, meta de los Ejercicios.
Hay que notar que el «hacerse pobre» de Ignacio es una tarea inseparablemente unida a la misión apostólica. Es para el servicio del Reino. Es el seguimiento del Enviado, del Mesías ungido para anunciar la Buena Nueva
12 Cfr. JoHn j englisH, S.J. Spiritual Freedom, Loyola House, Ontario 1974. Chapter 9: Contemplation-The hidden life.
13 Mt 5, 3.
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a los pobres. Ignacio contempla a su Señor y Jefe que siendo rico escogió hacerse pobre para comunicar, a través de este camino de debilidad, riqueza y plenitud de vida a sus hermanos los hombres.
Ha desaparecido ya la obsesión de los primeros días de su conversión, de hacerse pobre y humilde, como una imitación ascético-moral de Jesús y un campo abierto a la emulación de los santos. Se trata ahora de un vaciamiento total de sí mismo para seguir a Jesús dando vida a los demás.
Hay quienes se preguntan por qué San Ignacio privilegió estas dos notas de pobreza y humildad en su contemplación de la persona de Jesús. ¿Pueden ellas de veras canalizar la infinita riqueza del Señor? ¿No habría otras «virtudes» más relevantes para caracterizar el seguimiento de Jesús? ¿No fue acaso, por ejemplo, la obediencia al Padre, alimento de su vida y preocupación constante de toda su actividad (yo siempre hago lo que agrada a mi Padre; un hijo no puede hacer nada de por sí, tiene que verlo hacer al Padre14, no fue la obediencia la virtud característica de Jesús y precisamente en cumplimiento de su misión apostólica?
No puede negarse la importancia dada por san Ignacio a la obediencia que consideró virtud característica de la Compañía y sobre la que escribió una carta clásica a los Padres y Hermanos de Coimbra en momentos en que llegaban hasta la casa del General noticias de que los jesuitas portugueses abandonaban la Compañía en gran número y la condescendencia de los superiores había permitido un ambiente de total relajación en materia de obediencia. Sin embargo, la pobreza y la humildad fueron como el sólido fundamento de la imitación y seguimiento de Jesús, tanto para los jesuitas como para el Cuerpo total de la Compañía. Ambas figuran en la parte X de las Constituciones como los dos pilares fundamentales que sostienen, defienden y consolidan a la Compañía en su buen ser y en un su servicio a los hombres. Por eso pide que la pobreza se conserve en su mayor pureza y se destierre de la Orden toda especie de avaricia y que se excluya con grande diligencia la ambición, madre de todos los males15. La Compañía de Jesús es pobre y mínima, porque es la compañía de Jesús pobre y humilde. La misma obediencia requiere este presupuesto de la pobreza y humildad sin
14 Cfr. Jn 8: 29; 5: 19.
15 Cfr. Constituciones 816-817.
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las cuales ella no tendría vigencia. Solo una persona pobre y humilde está disponible para buscar y hallar en todo la voluntad de Dios.
La encarnación, misterio de pobreza
Lo que hay de fondo es una profunda intuición de Ignacio, indudablemente una gracia inefable de Dios contenida en aquella iluminación del Cardoner, que le hace penetrar en el sentido mismo de la encarnación del Verbo, de la kenosis del Hijo de Dios. La encarnación es, en verdad, el misterio del Hijo que se hace pobre y humilde en un camino de acercamiento y solidaridad con los hombres. Un descenso de Dios para manifestar así la incondicionalidad de su amor salvador.
En su ensayo de Cristología, la Humanidad nueva, José l. González Faus, S.J. desarrolla bellamente el tema de la kenosis, como un camino de solidaridad, fecundo para nosotros. El vaciamiento de Jesús tiene un punto de partida, un término de llegada y un propósito:
1. Siendo rico... se hizo pobre... para enriquecemos con su pobreza:
2. Siendo el Mesías... se hizo maldición... para liberarnos de la maldición de la ley :
3. Hijo... en semejanza de la carne de pecado... condenó el pecado en la carne…
4. El que no conocía pecado… fue hecho pecado… para que en él nos convirtiéramos en justicia de Dios;
5. El autor de la salud… participó de la debilidad asumiendo una carne como la nuestra… para destruir al que era fuerte y liberar a todos los que, por miedo a la muerte, pasaban la vida toda como esclavos16.
El misterio de la encarnación es, pues, un camino de empobrecimiento Y humildad que hace de Jesús un hombre sencillo y humilde de corazón pareado en todo a sus hermanos, sujeto a la prueba del dolor y de la muerte, para sacramentalizar así al Dios rico en misericordia que viene a traer auxilio a todos los pobres y sufrientes. Y en el rostro de este hombre, que acampa
16 Cfr. 2 Cor 8-9; Gál 3:13; Rom 8: 3; 2 Cor 5: 21; Hebr 2: 10ss.
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entre nosotros como uno de tantos, podemos contemplar la gloria de Dios, plenitud de amor y lealtad17.
Para Ignacio fue muy claro que el camino del discípulo no podía ser diferente y que era preciso atravesar este itinerario de vaciamiento total de todos sus bienes y comodidades, de su salud, de su prestigio, de su vida, para incorporarse a Jesús, el hombre para los demás, solidario con todos los sufrimientos de sus hermanos. Por esto la pobreza y la humildad centran su contemplación de Jesús, enviado del Padre para traer vida a los hombres. De ahí que, tanto en las dos banderas como en los tres binarios y en los tres grados de humildad, se plantee un despojo escalonado a partir de los bienes, pasando por el propio prestigio hasta alcanzar una humildad que es total olvido de sí para amar hasta la entrega de la vida por los demás.
No cabe duda de que la motivación exclusiva y determinante de Ignacio para escoger pobreza y humildad, es la persona de Jesús. Así lo atestigua el Diario Espiritual:
Se me iba la gana de ver ningunas razones, en esto veniéndome otras inteligencias, es a saber, cómo el Hijo primero invió en pobreza a predicar a los apóstoles, y después el Espíritu Santo, dando su espíritu y lenguas los confirmó, y así el Padre y el Hijo inviando el Espírito Santo, todas tres personas confirmaron la tal misión18.
Al preparar del altar, veniendo en pensamiento Jesú, un moverme a seguirle, pareciéndome internamente, seyendo él la cabeza (o caudillo) de la Compañía, ser mayor argumento para ir en toda pobreza, que todas las otras razones humanas, aunque me parecía que todas las otras razones pasadas en elección militaban a lo mismo19.
Y este Jesús se le manifiesta en pleno contexto misionero: es el jefe, el caudillo que envía, que confirma, para una misión en pobreza.
17 Cfr. José gonzález Faus., La humanidad nueva, (Presencia Teológica 16), Madrid 61984, 185206. Cfr. Jn 1, 14.
18 Diario Espiritual 15.
19 Ibíd., 66.
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Javier Osuna Gil, S.J.
La Carta sobre la pobreza
El sentido apostólico que san Ignacio confiere a su opción por la pobreza y humildad, tiene una explícita traducción en su solidaridad con los pobres, practicada heroica y magnánimamente en Roma, y expresada en otra carta menos difundida y meditada que la clásica carta de la obediencia del año 1553. Es una comunicación enviada seis años antes, en 1547 a los jesuitas de Padua. Redactada también por Polanco bajo la inspiración de Ignacio y en su nombre, como la carta de la obediencia, la supera en sobriedad, concreción e inspiración evangélica.
Los miembros de aquella comunidad, dice san Ignacio, «han elegido» ser pobres por amor de Jesucristo pobre y están sintiendo ahora la necesidad de padecer, en efecto, los rigores de esa pobreza escogida. La carta quiere compartir con sus hermanos la alegría y consolación por esa gracia de la infinita bondad, que les hace sentir la pobreza real en alto grado, tanto a los jesuitas de Padua como a los de Roma.
La pobreza es «gracia», don de Dios muy especial. Dios la ama tanto que su Hijo, «dejando el trono real, quiso nacer en pobreza y crecer con ella Y no solo la amó en vida, padeciendo hambre, sed, y no teniendo dónde reclinar la cabeza, sino también en la muerte, queriendo ser despojado de sus vestiduras y que todas sus cosas, hasta el agua en la sed, le faltasen».
Jesús la eligió, como una joya cuyo valor ignoraba el mundo, para que no pareciese disonante su vida de su doctrina, que proclama dichosos a los pobres y a los que tienen hambre y sed.
También los pobres son grandes en la presencia divina. Principalmente por ellos fue enviado Jesucristo a la tierra: «por la opresión del mísero y del pobre ahora –dice el Señor– habré de levantarme»20; «para evangelizar a los pobres me ha enviado»21. Y tanto los prefirió a los ricos –prosigue– que todos los escogidos y amigos suyos, comenzando por María y los apóstoles y a lo
20 Salmo 12, 6.
21 Lc 4: 18. Sorprende el uso que hace San Ignacio de los mismos textos tan utilizados hoy para apoyar la opción preferencial por los pobres: la proclama en la sinagoga de Nazaret, Lc 4: 14ss; el testimonio ofrecido a los discípulos del Bautista por Jesús como sello de garantía .de que en él se realizaban las profecías mesiánicas: Lc 7: 18 ss. Mt 11: 2ss; el juicio final de Mt 25: 31ss.
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largo de la historia hasta nosotros, «comúnmente fueron pobres, imitando los súbditos a su rey, los soldados a su capitán, los miembros a su cabeza, Cristo». Entre los pobres eligió al colegio apostólico y los constituyó jefes sobre las tribus de Israel y príncipes de su Iglesia. Quiso «vivir y conversar» con los pobres y los nombró «sus asesores».
La pobreza, para San Ignacio, aplasta al gusano de los ricos, que es la soberbia
Esta amistad con los pobres es también nuestra herencia. Ella nos hace amigos del Rey eterno. Los pobres son reyes aun en la tierra: Jesús ha prometido el reino a los que padecen tribulaciones, y se lo ha prometido «ya de presente». Y no solo son reyes, sino que nos hacen participantes del reino, en la medida en que solidarizándonos con ellos en sus tribulaciones «gánense amigos, dejando el injusto dinero»22, seremos acogidos por ellos en las moradas eternas. Estos amigos son los pobres, por cuyos méritos entran los que les ayudan... son aquellos pequeñitos de los cuales dice Cristo: «Cuanto hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeñuelos, conmigo lo hicisteis»23.
La pobreza, para San Ignacio, aplasta al gusano de los ricos, que es la soberbia, mata la infernal sanguijuela de la lujuria, hace percibir mejor en todas las cosas la inspiración del Espíritu Santo, suprimiendo los impedimentos para escuchar su voz, permite caminar expeditamente como viandante libre de todo peso, hace al hombre libre de la común servidumbre de los grandes del mundo: que todo obedece sirve al dinero24; llena de toda virtud y hace ricos de dones divinos a cuantos voluntariamente se hicieron pobres de cosas humanas.
Este aparte de la carta, especialmente, tiene relación con el tema del discernimiento, de las banderas y binarios. La pobreza aparece como libertad, como medio para discernir mejor la voz del Espíritu, como camino hacia la verdadera humildad y a todas las virtudes.
22 Lc 16: 9.
23 Mt 25: 40.
24 Cfr. Ecl 10: 19.
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Bellamente la llama «tierra fértil de hombres fuertes», evocando al poeta: «fecunda virorum paupertas, pobreza fecunda de varones»25. Es la fragua que pone a prueba la fuerza y la virtud (binarios), el foso que da seguridad a nuestra conciencia, es el fundamento sobre el que Jesucristo demostró que debía edificarse el edificio de la perfección (banderas). Da el ser, nutre y conserva la vida religiosa, así como la afluencia de cosas temporales la debilita, gasta y arruina.
La pobreza voluntaria confiere una paz imperturbable, da seguridad, limpia el corazón y llena de continuada alegría. Pero todo a condición de que este vacío de cosas y comodidades terrenas, sea camino para «llenarse de Jesucristo».
Finalmente, amar y aceptar voluntariamente esa pobreza (pobreza espiritual), significa también «amar el séquito de ella», como el comer, vestir, dormir mal y ser despreciado. Porque si «alguno amara la pobreza, mas no quisiera sentir penuria alguna (pobreza actual), ni séquito de ella, sería un pobre demasiado delicado y sin duda mostraría amar más el título que la posesión de ella». Es una gracia. Hay que rogar a Jesucristo, «maestro Y verdadero ejemplar de pobreza espiritual, que nos conceda a todos poseer esta preciosa herencia que da a sus hermanos y coherederos»26.
¿QUÉ ES HACERSE POBRE?
Pero, ¿qué es hacerse pobre? ¿Quiénes son los pobres? ¿A qué pobres se anuncian las bienaventuranzas en el Evangelio? ¿Qué significa la opción preferencial por los pobres? Estas y otras son preguntas recurrentes en las que encallamos muy a menudo en nuestros diálogos y discernimientos acerca de la pobreza o de la opción por los pobres y por la promoción de la justicia. Son preguntas que empantanan y distorsionan nuestras búsquedas. Hacen recordar aquella de Pilato a Jesús: ¿Qué es la verdad? Y son, en fin de cuentas, como el recurso para mantenemos en situaciones dilatorias de primer binario o para desviarnos a opciones racionalizadoras de 2o. binario. Y, mientras tanto, la pobreza sigue siendo aquello que, como discípulos y apóstoles, nos
25 Lucano. Pharsalia 1.1 v. 165-166.
26 Carta sobre la pobreza, Roma, 7 agosto, 1547. Epp. 1, 572-577.
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inquieta y no nos permite «hallar en paz a Dios nuestro Señor»27. Ha tenido que repetir la CG. XXXIII que:
Todavía no hemos integrado del todo en nuestras vidas las profundas implicaciones de los decretos (de pobreza), ni hemos llegado, bajo su inspiración, a la transformación de nuestra vida personal y comunitaria Y de nuestra actividad apostólica que dichos decretos nos proponen. Por tanto hemos de esforzarnos con nuevo vigor para llegar a ser de verdad, pobres con Cristo pobre, de modo que se pueda decir con todo derecho, que predicamos en pobreza28.
Y a propósito de la misión de la Compañía hoy:
No hemos acabado de entender que teníamos que entregarnos a una misión (la promoción de la justicia) que no es un ministerio entre otros sino el «factor integrador de todos nuestros ministerios29.
Fácilmente podemos dar a la pobreza espiritual, tanto en la lectura de la bienaventuranza de Mateo como en los coloquios de los Ejercicios, un cómodo significado de desprendimiento afectivo sin mayores consecuencias para nuestra vida real. La convertimos en una especie de tabla de salvación a la que nos aferramos para poder militar bajo el estandarte de la cruz, quitando el efecto, pero quedándonos con la «cosa acquisita».
Después de saborear el contenido de la Carta sobre la Pobreza, no debería, sin embargo, quedar la menor duda. Lo que Ignacio nos quiere decir cuando habla de pobreza espiritual y pobreza actual en los Ejercicios, o cuando nos hace presentes a la vida pobre y humilde de Jesús, es lo que expone tan vigorosa y concretamente en aquella carta. La lógica es contundente. La pobreza de la que habla Ignacio es algo real, radical.
1. Pobreza como gracia. Y esto es lo primero que el ejercitante tiene que comprender. El ideal que se le pone por delante no es objeto solo de su decisión y de su esfuerzo. Es, como el Evangelio, gracia de Dios y fuerza de Dios. El presupuesto de Ignacio es que esta perspectiva de hacemos pobres con Jesús pobre es algo que repugna a nuestra naturaleza y a nuestros esquemas mundanos. Y si es verdad que debemos esforzamos por transformar
27 Ejercicios Espirituales 150.
28 Congregación General XXXIII, Decreto 1, 25.
29 Ibíd., Decreto 1, 32.
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nuestra mentalidad y modificar nuestros afectos desordenados, esto solo sucederá como efecto de la acción de Dios que «ordenando nuestros deseos, muda nuestra afección primera»30. El Ejercitante reitera incesantemente su oración para que Dios «lo quiera elegir», para que Dios «lo quiera elegir», para «‘ser recibido debajo de su bandera», para «ser puesto con el Hijo». Y la gran intercesora de esta gracia es María, la mujer que cantó al Dios misericordioso cercano a los pobres, protector de los humildes, liberador de su pueblo. La mujer pobre y humilde, cuya existencia fue totalmente incorporada en el misterio del descenso de Dios.
2. Pobreza espiritual . San Ignacio habla de una doble opción (pobreza espiritual, pobreza actual) a partir de la meditación del Reino. Y la coloca, a la vez, como petición central en el triple coloquio de Banderas y Binarios; pide que se repita a lo largo de todas las contemplaciones de la segunda semana y también en la tercera.
En la meditación del Reino, al momento de hacer su oblación, el ejercitante, que ha meditado sobre el llamado de Jesús: «quien quiere venir conmigo ha de ser contento de comer como yo, y así de beber y vestir, etcétera»31, ha comprendido también muy claramente qué clase de respuesta tiene que dar si quiere hacer una oblación de mayor estima y momento:
Quiero y deseo y es mi determinación deliberada,… de imitaros en pasar todas injurias y todo vituperio y toda pobreza, así actual como spiritual, queriéndome vuestra santísima majestad elegir y recibir en tal vida y estado32.
En el triple coloquio se introduce una palabra que es clave en la interpretación de la pobreza espiritual y la actual:
Para que yo sea recibido debajo de su bandera, y primero en suma pobreza espiritual, y si su majestad fuere servido y me quiere elegir y recibir, no menos en la pobreza actual33.
La pobreza espiritual es presentada como un paso primero dentro del escalonamiento propuesto en el esquema de las banderas. Se trata de una
30 Ejercicios Espirituales 16.
31 Ibíd., 93.
32 Ibíd., 98.
33 Ibíd., 147.
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opción previa y fundamental dentro de una dinámica de gradual empobrecimiento y despojo con Jesús pobre y humilde. Otras opciones seguirán a esta primera, en la medida en que el Señor sea servido y nos quiera elegir y recibir actualmente en esta identificación con el Hijo para el mejor servicio de su Reino.
Es claro que no se trata de un simple desprendimiento espiritual. No es una opción que tranquiliza nuestra conciencia, sin mayores consecuencias en nuestra vida concreta. Aquí se habla de pobreza real, voluntaria, de una opción por la bienaventuranza evangélica: Dichosos los que eligen ser pobres. Es la consecuencia de quien ha contemplado a Jesús en su encarnación y nacimiento:
Mirar y considerar lo que hacen, así como es el caminar y trabajar, para que el Señor sea nacido en suma pobreza, y al cabo de tantos trabajos, de hambre, de sed, y de calor y de frío, de injurias y afrentas, para morir en cruz; y todo esto por mí. Después reflictiendo, sacar algún provecho espiritual34.
El ejercitante ha estado allí, viendo, oyendo, mirando, «hecho un pobrecito y esclavito indigno, mirándolos y contemplándolos y sirviéndolos en sus necesidades, como si presente me hallase»35. Es la kenosis del Hijo de Dios, para enriquecernos con su pobreza. Y se trata de una pobreza bien real y de una humillación bien radical. Jesús ha acampado entre los pobres de su pueblo, hijo de un artesano y una campesina, rodeado de pastores, en el silencio de la gran ciudad donde duermen los poderosos y ha abrazado la suerte de los pobres: sus carencias, sus inseguridades, su abandono, su no ser nadie. Y todo como camino de solidaridad y de liberación. Como sacramento del Dios rico en misericordia.
De esta pobreza real de Jesús, tan concretamente descrita en la Carta de la Pobreza con palabras de hambre y sed, como en los Ejercicios, dice san Ignacio: «Jesucristo, maestro y verdadero ejemplar de pobreza espiritual, nos conceda a todos esta preciosa herencia»36.
34 Ibíd., 116.
35 Ibíd., 114.
36 Carta sobre la pobreza, Epp. 1, 577.
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La pobreza espiritual es, pues, pobreza real, participación de la vida de los pobres. En palabras ignacianas, opción por el séquito de la pobreza: comer, vestir, dormir mal y ser despreciado. Lo espiritual de esta pobreza no hay que ponerlo en un desapego de lo que uno tiene, sino en su dimensión de opción voluntaria y de solidaridad con los pobres para su liberación, como Jesús. Quien hace opción por la pobreza espiritual, «elige ser pobre y humillado» como Cristo y entrega su vida al anuncio de la Buena Nueva a los pobres. La opción por la pobreza espiritual es, en nuestra lectura de hoy, la opción preferencial por los pobres con miras a su liberación integral37. El P. General, Kolvenbach, lo dice densa mente en pocas palabras:
Se trata de aprender a vivir plenamente la paradoja eucarística: solo una persona pobre puede destruir la pobreza: lucha por la justicia al servicio de los pobres, para buscar constantemente esa pobreza que el Señor canoniza y consagra en la Eucaristía.
He aquí las dos exigencias incompatibles desde el punto de vista de un sistema puramente político o económico, pero que la Eucaristía une y quiere unir en el fondo de nuestro ser: ser pobres, con la pobreza de Dios, como un valor esencial del Reino, para combatir aquella pobreza que es un no-valor y que la lucha por la justicia debe suprimir38.
Pobre de espíritu es quien acepta el llamado de Jesús al Reino: «Vende todo lo que tienes y repártelo a los pobres, que Dios será tu riqueza; y ven, sígueme»39. Al abrazar la bienaventuranza de la pobreza, como valor evangélico, abraza también la humildad, propia de los mansos, los curvados, los no-violentos40; se hace misericordioso, sediento de justicia, luchador por la paz; y asume el desprestigio, la calumnia, la descalificación que acompaña a los que trabajan por la causa de Jesús. Elegir y ser elegido en pobreza espiritual equivale a entrar en el Reino y recibir sus bendiciones, por un camino de solidaridad con Jesús y con sus hermanos más pequeños, con los que
37 Puebla 1134.
38 Peter-Hans KolvenbacH, S.J., Homilía en Río de Janeiro y Caracas, octubre 1984.
39 Lc 18: 22.
40 Las tres primeras bienaventuranzas de Mateo parecen indicar diversos aspectos de una actitud de espíritu. Se trata de una misma realidad, y la bienaventuranza de los mansos (curvados, noviolentos, humildes), es un desdoblamiento de la bienaventuranza de los pobres. Cfr. Jacque dupont, Les Beatitudes, T. III J. Gabalda, París 1973, cap. VI y VII, especialmente págs. 469-71, 544.
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en adelante quiere compartir y convivir, acompañándolos en su camino de liberación. Tal vez es lo que expresó el Decreto 4 de la CG XXXII:
Caminando paciente y humildemente con los pobres aprenderemos en qué podemos ayudarles, después de haber aceptado primero recibir de ellos. Sin este paciente hacer camino con ellos, la acción por los pobres y los oprimidos estaría en contradicción con nuestras intenciones y les impediría hacerse escuchar en sus aspiraciones y darse ellos a sí mismos los instrumentos para tomar efectivamente a su cargo su destino personal y colectivo. Mediante un servicio humilde tendremos la oportunidad de llevarles a descubrir, en el corazón de sus dificultades y de sus luchas, a Jesucristo viviente y operante por la potencia de su Espíritu41.
3. Pobreza actual: Dijimos que la pobreza espiritual es un primer paso hacia la pobreza actual, pero que ya ella es opción por pobreza real y participa de las carencias, inseguridades y humillaciones de esa pobreza. La pobreza actual marcaría una meta, siempre buscada, siempre pedida y nunca perfectamente lograda, de acercamiento progresivo al Jesús pobre, humillado y maldito y a sus hermanos más pequeños, crucificados de la historia, con quienes Él se ha identificado. Forman el cuerpo social de Jesús. Es lo que expresa san Ignacio con aquello de summa pobreza espiritual (un deseo nunca satisfecho) y summa pobreza actual (una realidad nunca lograda). San Pablo lo dijo luminosamente: «Continúo mi carrera por ver si alcanzo a Cristo, pues yo fui primero alcanzado por él»42. Jesucristo nos alcanzó cuando nos eligió y recibió en su bandera con la gracia de la summa pobreza espiritual: ahora nosotros caminaremos sin descanso y pediremos ser recibidos cada día más en la pobreza real, para alcanzarlo, para «ser puestos con el Hijo». Lo mismo cabría decir de la opción de solidaridad con la causa de los pobres: es un caminar como lo describe la CG XXXII en el Decreto 4o. que acabamos de Citar. Con paciencia, con humildad, en actitud de servicio y aprendizaje, con el espíritu propio de la Compañía de «ayudar» a quienes son los protagonistas de su propia historia. Siempre conscientes de que nunca podremos ser pobres como ellos, pero siempre acercándonos, solidarizándonos, compartiendo, conviviendo con ellos43 .
41 Congregación General XXXII, Decreto 4, 50.
42 Flp 3: 12.
43 Cfr. Puebla 733-734.
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El paso a la pobreza real no revestirá, única ni primariamente, las características de una vida pobre y austera; los signos de los tiempos nos han conducido a una más profunda inteligencia del misterio de Jesús pobre: hoy la pobreza nos llama a su seguimiento, pero especialmente a «seguir a un Cristo que trabaja en Nazaret, que en su vida pública se identifica con los pobres, que simpatiza cordialmente con ellos, y que sale al paso de sus necesidades; de un Cristo, en fin, generoso en ponerse al servicio de los pobres»44. Cuando la Iglesia urge a todos los fieles hacia un compromiso radical por la instauración de la justicia social –y esto lo ha hecho Puebla con vigor, llamando a todos, sin distinción de clases, a aceptar y asumir la causa de los pobres como su propia causa–45, nos deja entender que esto lo espera, sobre todo, de quienes, mediante un voto de pobreza, lo hemos consagrado todo a Jesucristo, incluso la propia vida46.
La CG XXXII afirma que
Se ha operado una evolución, ya que hoy la importancia de la pobreza no se pone en una perfección ascético-moral que provenga de la imitación de Cristo pobre, sino también, o mejor dicho, más, en ese valor apostólico por el que uno, olvidándose de sí mismo, imita a Cristo en un servicio generoso y libre a toda clase de abandonados47
Se harán necesarias conversiones en nuestras formas y estilos de vida, a fin de que la pobreza, que hemos prometido, nos identifique al Cristo pobre que se identificó él mismo con los más desposeídos48.
Hoy no se puede exponer la meditación de las banderas o binarios una invitación a hacerse pobres viviendo una vida austera pero connotaciones sociales. Sería vivir «una desencarnada espiritualidad pobre»49. Ya no se puede «tolerar la pobreza del pasado, sin la lucha por la justicia»50. Sería desvirtuar la fuerza de los Ejercicios y ser infiel a la interpretación de nuestra pobreza hoy, dada auténticamente por las últimas CC.GG.
44 Congregación General XXXII, Decreto 12, 4.
45 Puebla, Mensaje a los pueblos de América Latina, 3.
46 Cfr. Pablo VI, Exhort. Apost. Evangelica Testificatio, 29 junio 1971, nn. 17 y 18. Citados Por la CG XXXII en su Decreto sobre pobreza para apoyar las afirmaciones que hemos citado.
47 Congregación General XXXII, Decreto 12, 4.
48 Ibíd., Decreto 4, 48.
49 Peter-Hans KolvenbacH, S.J., Homilía en Río de Janeiro y Caracas, octubre 1984.
50 Ibídem.
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Pero esto no quiere decir que el llamamiento a llevar un estilo de realmente pobre y a discernir las repercusiones concretas de la pobreza efectiva que la Divina Majestad ha elegido, «según las situaciones de pos y lugares» no se confíe apremiante y urgentemente a cada jesuita. La vuelta a las fuentes de la Compañía nos exige considerar «siempre mejor más seguro, en lo que a su persona y estado de casa toca, cuanto más cercenare y disminuyere, y cuanto más se acercare a nuestro pontífice, dechado y regla nuestra, que es Cristo nuestro Señor»51.
No se busca ser pobre simplemente por estar con Cristo pobre, sino por servir con Él a la mayor gloria del Padre
Solo que hoy el acento se pone más en el seguimiento de Jesús pobre, servidor de los pobres. La vida realmente pobre es una consecuencia ineludible y consecuente con esa opción. Porque la llamada evangélica es vivir plenamente la paradoja de «no tolerar la pobreza del pasado, predicada sin la lucha por la justicia, pero no pelear la lucha presente por justicia con detrimento de la pobreza que exige el Evangelio para estar Cristo...». Hay que unir las dos exigencias de nuestra misión: «la bienaventuranza de la lucha por la justicia, que debe suprimir la insultante miseria de los pobres, y la bienaventuranza de la pobreza misma, sin la cual no hay auténtica lucha por la justicia, ni verdadera solidaridad con los pobres, ni verdadera liberación del hombre y de la sociedad»52.
4. Pobreza apostólica: Pero la pobreza real está en función apostolado, del servicio, con Jesús, al Reino. Por eso quien ha hecho la opción por suma pobreza espiritual y desea pasar a suma pobreza real, condiciona su deseo a que Dios sea servido y lo quiera elegir y recibir en ella. No se busca ser pobre simplemente por estar con Cristo pobre, sino por servir con Él a la mayor gloria del Padre. Y es el Padre quien determinará la forma concreta como quiere servirse del ejercitante en su designio salvífico. Allí, la oblación se detiene reverente, en total actitud de acatamiento. Solo que el ejercitante pide y desea que el Padre lo quiera elegir para la mayor pobreza y humilla-
51 Ejercicios Espirituales 344. Citado por el P. General KolvenbacH en Carta sobre la recepción de la CG 33 por la Compañía, 3 de marzo, 1985.
52 Peter-Hans KolvenbacH, S.J., Homilía en Río de Janeiro y Caracas, octubre 1984.
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ciones porque quiere prestar un eximio servicio a la causa del Reino. Aquí el Magis tiende a realizarse en un minus53 .
5. Tensión propia de nuestra vocación: en esta dinámica de empobrecimiento surge una tensión entre la pobreza espiritual y la actual, tensión que «brota dentro de nuestra espiritualidad y forma parte de nuestra vocación»54.
Después de una opción sincera por la suma pobreza espiritual, nadie podrá quedar tranquilo. Nadie podrá sentirse en paz, en medio de comodidades, honores, aplauso, poder, insensibilidad al dolor de los pobres. Tal actitud sería indicio preocupante de no haber hecho una auténtica opción. Y, corno aconseja Ignacio en los Ejercicios, tendría que interrogarse mucho acerca de esta ausencia de agitación de espíritus, consolaciones y desolaciones55. Tendría que cuestionarse muy sinceramente si hizo de veras tal opción y cómo la hizo. Porque la opción por la pobreza espiritual es un primer paso que demanda por sí mismo la continuación del camino comenzado. Y, mientras tanto, estará continuamente «agitado» por mociones que lo inducen a desear y pedir el segundo paso: ser puesto con el Hijo, actualmente, en situaciones claramente identificadas con la pobreza, el oprobio y la humillación, para parecerse más actualmente a su Señor en la vida y en el compromiso con los más necesitados.
Entre tanto, la opción le estará exigiendo constantemente actitudes consecuentes en materia de estilo de vida, de compromiso apostólico, de opción por los pobres y de lucha por la justicia. Un discernimiento interrumpido le irá señalando, paso a paso, las consecuencias y concreciones de su primera opción. Como dice el P. General, ni la Compañía ni la Iglesia
Conoce aún todas las consecuencias concretas que se derivarán de él para el ministerio pastoral, para el sector de la educación y también para la actividad social. Tendrá que sopesar incesantemente la autenticidad de sus tentativas y búsquedas, de sus experiencias y esfuerzos por avanzar en el camino que la Iglesia nos muestra56.
53 Cfr. Víctor codina, S.J., Claves para una hermenéutica de los Ejercicios: Manresa 186 y 187 (1976). Un excelente estudio sobre la clave kenótica en la interpretación de los Ejercicios.
54 Peter-Hans KolvenbacH, S.J., Charla en Fordham, USA, 21 Octubre, 1984: Información S.J., (Enero-febrero) 1985.
55 Cfr. Ejercicios Espirituales 6.
56 Peter-Hans KolvenbacH, S.J., Carta sobre la recepción de la CG 33.
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Esta es una tensión que forma parte de nuestra vocación:
Hombres de la Encarnación, tal como quiere San Ignacio que seamos, deberíamos soportar .las tensiones de la Encarnación. Y así, en la segunda semana de Ejercicios, inmediatamente nos presenta la tensión de nuestra propia vida, cuando por una parte pedirnos suma pobreza espiritual y por otra parte decimos al Señor: «ahora la forma de cumplir este deseo, es cosa tuya», y cada año en Ejercicios nos planteamos esta tensión. Esto es lo que le sucedió en Montmartre, cuando Ignacio y sus compañeros quisieron entregarlo todo, pero al mismo tiempo mantuvieron tenso su espíritu apostólico ante la realidad de que no todo se puede realizar aquí y ahora; y así vivieron conforme a un ideal que tuvieron que cuestionar y renovar continuamente, en la tensión que les había infundido el carisma ignaciano57.
6. Pobreza y lucha por la Justicia: Cuanto hemos dicho hasta el momento adquiere connotaciones todavía más concretas y apremiantes tratándose de dirigir o practicar los Ejercicios Ignacianos en un Continente como el nuestro, marcado por el devastador y humillante flagelo de la inhumana pobreza en que viven millones de latinoamericanos, contradicción con nuestro ser cristiano y pecado social tanto más grave por darse en países que se llaman católicos y que tienen la capacidad de cambiar58.
«Hacerse pobre» con Jesús pobre y humillado quiere decir, como ya antes veces lo hemos repetido, ser pobres con la pobreza de Cristo, como un valor esencial del Reino, para combatir aquella pobreza que es un no valor y que la lucha por la justicia debe suprimir59.
En nuestros oídos resuena con especial dramatismo el clamor tumultuoso e impresionante que desde los diversos países del continente está subiendo hasta el cielo: el grito de un pueblo que sufre y que demanda justicia, libertad, respeto a los derechos fundamentales del hombre y de los pueblos60.
Lo que Pablo VI reclamó a los religiosos en 1971, nos toca más impresionantemente a nosotros:
57 Ibíd., Charla en Fordham, USA, 21 Octubre, 1984: Información S.J., (Enero-febrero 1985) 11-12.
58 Cfr. Puebla 28-29.
59 Cfr. Peter-Hans KolvenbacH, S.J., Homilía en Río de Janeiro y Caracas, octubre 1984.
60 Cfr. Puebla 87.
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Más acuciante que nunca, vosotros sentís alzarse el grito de los pobres, desde el fondo de su indigencia personal y de su miseria colectiva... En un mundo en pleno desarrollo, esta permanencia de masas y de individuos miserables es una llamada insistente a una «conversión de la mentalidad y de los comportamientos» en particular para vosotros que seguís más de cerca a Cristo en su condición terrena de anonadamiento... ¿Cómo encontrará eco en vuestra existencia el grito de los pobres? Debe prohibiros, ante todo un compromiso con cualquier forma de injusticia social. Os obliga, además, a despertar las conciencias frente al drama de la miseria y a las exigencias de justicia social del Evangelio y de la Iglesia. Induce a algunos de vosotros a unirse a los pobres en su condición, a compartir sus ansias punzantes. Invita, por otra parte, a no pocos de vuestros Institutos a cambiar, poniendo algunas obras propias al servicio de los pobres... finalmente os impone un uso de los bienes que se limite a cuanto se requiere para el cumplimiento de las funciones a las que estáis llamados61.
Aquí tenemos un vasto campo abierto al discernimiento de quienes movidos por el más grande amor a Jesús, han hecho opción por suma pobreza espiritual y desean ser elegidos y recibidos en suma pobreza actual. Es apenas un ejemplo, que el mismo Papa propone, a partir de las exigencias de nuestro voto de pobreza, por el que elegimos ser pobres con Cristo pobre para anunciar la Buena Nueva a los pobres.
Las meditaciones de banderas, binarios y tres grados de humildad adquieren una actualidad pasmosa, reflexionadas en el contexto de una civilización capitalista y materialista, dominada por el deseo de tener, por la codicia de riquezas con sus placeres y comodidades, por la seducción del prestigio, por la ambición del poder y por la soberbia, como medios de asegurar lo que se tiene. En sociedades en donde el lujo de unos pocos se convierte en insulto a la miseria de las grandes mayorías; en donde el afán de tener y sobresalir (auto, casa, un título, un puesto de poder e influencia, aplauso) insensibiliza ante el dolor del pobre, atropella los derechos humanos más fundamentales y lleva al orgullo de crearse su propio código moral; en sociedades como ésta, las meditaciones de banderas, binarios y grados de humildad tienen que ser experiencias de encuentro con un Cristo que desde el rostro muy concreto de millones de hermanos pobres nos interpela y cuestiona. Son ejercicios que no deben proponerse ni hacerse en forma tal que dejen al ejercitante tranquilo, sin mociones ni agitaciones espirituales.
61 Pablo VI, Exhortación. Apostólica. Evangélica Testificatio, 17-18.
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Desde estos ejercicios debe resonar vigoroso el mensaje evangélico: «Aún te queda una cosa: vende todo lo que tienes y repártelo a los pobres, que Dios será tu riqueza; entonces, ven y sígueme»62.
7. Pobreza, persecución y desprestigio: Hacerse pobre con Jesús conlleva también ineludiblemente una participación en su destino martirial. La bienaventuranza de la pobreza es inseparable de la bienaventuranza de la persecución por el nombre de Jesús.
Si a mí me han perseguido, también a ustedes los perseguirán; si han vigilado mi mensaje, también el de ustedes lo vigilarán… les digo esto para que no se vengan abajo: los excluirán de las sinagogas; es más, se acerca la hora en que todo el que les dé muerte se figure que ofrece un culto a Dios63
Dichosos ustedes cuando los odien los hombres y los expulsen y los insulten y di fundan mala fama de ustedes por causa mía. Alégrense ese día y salten de gozo, miren que les van a dar Dios una gran recompensa: porque así es como los padres de estos tratan a los profetas64
No puede predicarse más el deseo de oprobios y vituperios desligado del hecho de haber tomado partido, como Jesús, por la causa de los pobres. Es una conciencia que se va haciendo cada día más clara a lo largo y ancho de nuestro Continente: hacerse pobres y solidarios de los pobres acarrea el rechazo de una sociedad que no quiere pagar el precio de la nueva humanidad anunciada por Jesús. Optar por este camino es entregarlo todo: no solo bienes, hogar, comodidades, profesión, tiempo, energías. También prestigio, influencia, poder, y aun la libertad y la vida. Y entregarlo, no con resignación pasiva, sino con la alegría de quien paga un precio para comprar el tesoro descubierto en el campo. San Ignacio no habla de «aceptación» sino de elección y deseo de oprobios, descalificación y sufrimiento, por estar más cerca de «Cristo lleno de ellos». El amor a Jesús es la fuerza que dirige nuestra opción.
Jesús eligió el camino del servidor sufriente porque comprendió que tal era el designio del Padre: traer la Vida al mundo, no con la sabiduría, de poder, o la nobleza de este mundo, sino a través de lo necio, lo débil, lo
62 Lc 18: 22.
63 Jn 15: 20; 16: 2.
64 Lc 6: 22·23; Mt 5: 11-12.
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plebeyo, lo despreciado, lo que no existe65. Era preciso hacerse pobre para enriquecemos a todos con esa pobreza.
Él se comprometió decididamente con todos los oprimidos de su tiempo, denunció con valentía los abusos que se cometían contra ellos de parte de los poderosos y de la misma autoridad eclesiástica, pero se mostró inflexible ante quienes esperaban de él, y aun lo presionaban, que realizase un mesianismo de poder, de violencia, de popularidad66. Su destino fue el lógico desencadenamiento de lo que había sido su vida. Y murió como los profetas de su pueblo.
Hoy también la tierra latinoamericana se puebla de mártires: corre sangre, se ahoga la libertad, se conculca el derecho a vivir en su propia patria, desaparecen millares de personas, se silencia y se descalifica, y aun ha llegado la hora en que algunas piensan que con todo esto están rindiendo culto a Dios. Este es el camino de Jesús, que los Ejercicios proponen al Ejercitante: el panorama que le descubren las Banderas, la libertad que le exigen los Binarios, el amor apasionado a que lo apremian los Grados de humildad.
Esta es la llamada del Rey Eternal, nuestra única bienaventuranza (EE 91). Los Ejercicios, al proponer, para seguir al Maestro (EE 98), la más grande pobreza del discípulo, no imponen ningún modelo fijo ni excluyen ninguna condición de vida o de trabajo de la posibilidad de ser verdaderamente pobre, artífice de la paz, perseguido por la justicia del Reino. El Rey Eternal nos confía hoy la custodia de las bienaventuranzas, el ministerio de la reconciliación (2 Cor 5:18) para transfigurar las maldiciones del primer hombre en Ciudad de Dios reconciliada con los hombres, que vive del don y del perdón. Solamente en la medida en que nosotros vivamos esta consagración al Reino en una comunión por los pobres y con los pobres contra la pobreza humana, material y espiritual, al pobre se le abre el camino del Reino... Las Bienaventuranzas no nos autorizan a canonizar la desgracia ni a resignamos a la miseria humana. Las Bienaventuranzas no podrán ser anunciadas ni entendidas, y hoy menos que nunca, como algo que está en favor de la reconciliación de los hombres, si ellas no se encaman, a ejemplo del Señor, en la vida concreta y en la acción de todos los días al servicio de los hombres, sus hermanos, donde se desenvuelve su vida y su muerte, su esperanza y su porvenir «pacificando con la sangre de su cruz67.
65 Cfr. 1 Cor 1: 26ss.
66 Cfr. CHristian duquoc, Jesús, Hombre Libre, Ediciones Sígueme, 1976. pp. 87-106.
67 Peter-Hans KolvenbacH, S.J., Homilía en la Basílica de San Pedro, sobre las Bienaventuranzas, octubre 15, 1983.
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«HACERSE POBRE»,
CRITERIO,
CONDICIÓN
Y META DEL DISCERNIMIENTO
Tal vez al acercamos a la conclusión de este trabajo estemos en condiciones de comprender mejor toda la fuerza que el tema de la pobreza tiene para San Ignacio en los Ejercicios y de captar su más profundo significado en la dinámica de la elección. Nadie podrá decir que el ejemplo de los ducados en la meditación de Tres Binarios es solo un ejemplo, cualquier otro, que san Ignacio aduce para ilustrar un apego desordenado del que hay que liberarse. «Hacerse pobre» para tener la libertad de buscar y hallar nuestro mejor servicio al Reino y de entregar nuestra vida por los hermanos, es requerimiento ineludible de cualquier auténtico discernimiento en el seguimiento de Jesús. Y todo esto, porque «hacerse pobre» es entrar en la más íntima participación del misterio de la encarnación, del descenso del Hijo para ser manifestación del amor incondicional y salvador del Padre.
Al proponer Ignacio el triple examen de las banderas, binarios y tres grados de humildad, en perspectiva de identificación con Jesús pobre y humilde para ponerse en incondicional obediencia a la voluntad del Padre, está proponiendo el criterio, la condición y la meta de todo discernimiento. Las tres meditaciones tienen una estructura y un ordenamiento lógicos.
1. Las Dos Banderas, que iluminan y clarifican el criterio y las estrategias de Jesús y del «enemigo de nuestra humana natura», abren los ojos del ejercitante para chequear los criterios con los que se dispone a elegir, para precaverse de los engaños y sutilezas del mal caudillo y asumir, como único criterio válido y garantía de verdad en la elección, el propuesto por Jesucristo, vida verdadera: hacerse pobre y humilde como él.
Aquí el ejercitante tendrá que preguntarse con toda sinceridad a qué Jesús está pretendiendo seguir, cuál es la figura de Jesús que va a dirigir su elección. Y sospechar de sí mismo acerca de la autenticidad de su adhesión a Cristo. No estará admitiendo demasiado tranquilamente un Cristo diferente, un Evangelio diferente, como denuncia san Pablo a los Gálatas y a los Corintios:
Me temo que, igual que la serpiente sedujo a Eva con su astucia, se pervierta su modo de pensar y abandonen la entrega y fidelidad al Mesías. Porque si el primero que se presenta predica un Jesús diferente del que yo prediqué, o
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reciben ustedes un espíritu diferente del que recibieron y un evangelio diferente del que aceptaron, lo aguantan tan tranquilos»68. «Pónganse a prueba a ver si se mantienen en la fe, sométanse a examen. ¿No tienen conciencia de que el Mesías Jesús está entre ustedes? A ver si es que no pasan el examen69.
¿Estaremos optando, de veras, por el Jesús del Evangelio, pobre humillado, maldito? ¿O nos habremos forjado un Cristo a nuestra medida, acomodado a nuestras ideologías, tradiciones, miedos e intereses, que nos permitirá una elección según esquemas de este mundo? ¿No se habrá introducido en nosotros, «igual que la serpiente sedujo a Eva», el espíritu sub angelo lucis, que obnubila la captación de lo que Jesús realmente me pide para seguidores suyos en servicio del Reino?
2. Los Tres Binarios: Como una aplicación concreta y práctica del tema de las Banderas, aquí el Ejercitante es advertido sobre la condición sine qua non para discernir. No basta que tenga claros los criterios de su elección y quiera optar por un camino de seguimiento de Jesús en pobreza y humildad. ¿Está realmente libre para seguir ese camino? Aquí se toma el pulso de la propia voluntad. No se podrá dar un paso en el auténtico discernimiento si no se verifica una condición: alcanzar la libertad frente a la codicia de riquezas, el vano honor del mundo, la ambición del poder. ¿Estaremos como el joven rico, cautivos del deseo de tener y retener? ¿O alcanzaremos la actitud de Zaqueo que se libera de esa servidumbre y opta por ser pobre y solidario con los pobres? Solamente una persona libre podrá hacer las opciones propias del amor.
Pero el Ejercicio de los Binarios no solo descubre la condición indispensable. Ofrece también el camino de la liberación: la gracia de Dios insistentemente pedida, particularmente por la intercesión de María la Virgen del camino; de este camino de encarnación para identificarnos con el Hijo.
Ignacio ha escogido expresamente el tema de las riquezas para esta segunda meditación. Igual que en las escenas del joven rico y de la conversión de Zaqueo, donde Jesús los confronta con la opción de deshacerse de sus bienes.
68 2 Cor 11: 3ss. Cfr. Gal 1: 6ss.
69 2 Cor 13: 5-6.
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La falta de libertad puede llevar a dilatar el momento de un discernimiento, por temor a enfrentar un problema complicado. Es en este ambiente donde surgen aquellas preguntas aparentemente insolubles de ¿quiénes son los pobres? ¿Qué es la justicia? ¿Qué significa «opción preferencial pero no exclusiva»? O puede conducir tal carencia de libertad a discernimiento a medias, con reformismos que nunca dan respuesta a las exigencias del Señor y manipulan a Dios para traerlo a las propias conclusiones. La petición que sugiere San Ignacio aquí es la de enfrentarse a los afectos desordenados y repugnancias y «pedir en los coloquios (aunque sea contra la carne) que el Señor le elija en pobreza actual, y que él quiere, pide y suplica, solo que sea servicio y alabanza de la su divina bondad»70.
3. Los Tres grados de Humildad: Estamos en el horizonte ilímite del amor y seguimiento de Jesús. San Pablo trazará la ruta y apuntará a la meta: «continuó mi carrera, por ver si alcanzo a Cristo, ya que él me alcanzó Primero71. Es una meta que se pierde en la anchura, altura y profundidad del amor de Jesucristo72. Quizás por eso mismo San Ignacio no propone una meditación propiamente dicha, sino una consideración, para hacer a ratos, durante todo el día. Y por eso, también, la consideración de los grados de humildad abre un horizonte inagotable al discernimiento. ¿En qué lugar me quiere, en este momento del camino, Dios nuestro Señor? Un discernimiento incesante y leal, de todos los años, de todos los días. Es el paso nunca plenamente logrado de la suma pobreza espiritual a la suma pobreza actual.
Mientras la meditación de las Banderas se detiene modestamente en trazar criterios y advertir posibles engaños, y la de los Binarios se limita a hacemos indiferentes a riqueza o pobreza, honor o deshonor, vida larga o corta, salud o enfermedad (situación también de la segunda manera de humildad), el tercer grado de humildad nos lanza a la identificación con Jesús pobre, lleno de oprobios, tenido como glotón, eunuco, borracho, amigo de prostitutas y publicanos, hombre que ha perdido el seso, maldito. Locura para los incrédulos ¡Escándalo para los piadosos!
70 Ejercicios Espirituales 157.
71 Flp 3: 12.
72 Cfr. Ef 3: 18-19.
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Es una meta a la que solo se puede tender por una atracción a Jesucristo que, a su vez, es pura gracia73. Por los grados de humildad se va pasando de un amor fundamental y radical (que hace capaz de entregar la vida por el cumplimiento de la voluntad divina: amor a Dios y a los hermanos), a un amor delicado (segunda manera), hasta ese mar abierto de generosidades y de entregas, al que solo llega quien se ha vaciado totalmente por los caminos de las Dos Banderas: desapego de los bienes, del honor, de sí mismo. Es la humildad que hace del hombre un ser para los demás.
La claridad de criterios y la libertad frente a los apegos, no garantizan un discernimiento auténtico. Solo el amor (la discreta caridad de que habla san Ignacio) llevará al Ejercitante con plena generosidad a incorporarse más y más a Jesús, solidarizándose con sus sufrimientos y reproduciendo en sí mismo su muerte. Por eso san Pablo oraba por los Filipenses suplicando ese amor: «y esto pido en mi oración: que su amor crezca todavía más y más en penetración y en sensibilidad para todo; así podrán ustedes acertar con lo mejor y llegar genuinos y sin tropiezos al día del Mesías»74.
Es la humildad que hace del hombre un ser para los demás
No podemos perder aquí, tampoco, el punto de vista de la solidaridad con los hermanos, especialmente con los más pequeños, hacia donde apunta el vaciamiento de Jesús y el de sus discípulos. La tercera manera de humildad o amor conduce a «ser puesto con el Hijo». Y en esta perspectiva, nos coloca en plena opción preferencial por los pobres. ¿Dónde está Jesús con quien deseo ser puesto? En el hambriento, en el sediento, en el desnudo, en el encarcelado, en el enfermo, en el exiliado o refugiado, en el desempleado75. En una palabra, en rostros muy concretos de la vida real en los que podemos reconocer los rasgos sufrientes de Jesús, que se identifican con ellos y hace suyo el grito de los pobres76.
La consideración de los grados de humildad nos coloca en la situación de las comunidades cristianas de Éfeso y Laodicea, que refiere el Apocalipsis. Éfeso es una cristiandad esforzada y constante, ha sufrido por Cristo, no se rinde a la fatiga, ha defendido con valentía la ortodoxia, pero «ha dejado el
73 Cfr. Jn 6: 44.
74 Flp 1: 9-10.
75 Cfr. Mt 25: 31ss.
76 Cfr. Puebla 31ss.
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amor primero» y está a punto de que se extinga su candelabro77. Laodicea es una comunidad próspera en una ciudad autoabastecida y arrogante; sus cristianos están «tranquilos»: piensan que son fieles, que tienen reservas, que nada les falta. Y, sin embargo Jesús les reclama su tibieza en el amor, que le provoca náuseas78. El ejercitante, antes de entrar en elección, debe tomar la temperatura de su corazón. ¿Cómo ama a Dios y a sus hermanos? ¿Hasta dónde lo lleva el amor? ¿A una simple sensibilidad que encuentras excusas y hace rodeos, como el sacerdote y el levita de la parábola? ¿A algunos actos de caridad que tranquilizan su conciencia? ¿A un compromiso prudente y limitado? ¿A la solidaridad, el compartir, la convivencia, la toma de partido y la lucha hasta entregar la vida por amor a los hermanos?
La petición de ser puesto con el Hijo brota aquí como una traducción muy concreta de la opción por la pobreza espiritual. «Escuchada en la Storta, se convierte en la oración de la Compañía de ser puesta con aquellos que encarnan la predilección de Jesucristo, en y para su Iglesia»79.
Como la carrera de Pablo detrás de Cristo, la consideración de los grados de humildad aúna nuestros esfuerzos para comprender cada día «más profundamente Y para realizar en nuestra vida y en nuestro apostolado todas las implicaciones de esta opción preferencial por los pobres»80.
4. El joven rico y el buen samaritano: En estos dos pasajes nos dejó Jesús la recomendación precisa de lo que es aquel mayor amor –dispuesto a demostrarse en la entrega de la vida por los amigos– que propone como meta del discernimiento la consideración de los grados de humildad.
El joven rico aparentemente practicaba, según su propio juicio el primer grado de humildad. Había cumplido todos los mandamientos desde su juventud. El planteamiento de Jesús le descubrirá que el apego a sus bienes había distorsionado sus criterios y esclavizado su voluntad. En la meditación de las Banderas él hubiera descubierto la imagen desfigurada que tenía de Dios y de la ley. J. Jeremías dice que este joven era un fariseo, un hombre piadoso que tenía muy buena opinión de sí mismo, convencido de cumplir
77 Cfr, Ap 2: 1ss.
78 Ibíd., 3: 14ss.
79 Peter-Hans KolvenbacH, S.J., Carta sobre la recepción de la CG 33.
80 Ibídem.
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toda la ley y sin nada, qué reprocharse. Jesús lo pone a prueba: el salvador de los pobres lo coloca ante la necesidad de los pobres, y a la vista del más sencillo de los deberes fraternos, se echa atrás completamente81. Los Binarios lo hubieran encontrado apegado a sus riquezas y por lo tanto incapaz de plantear la pregunta que de hecho hizo a Jesús: ¿qué más debo hacer? A quien intentaba pasar a un segundo grado de humildad, la delicadeza en el amor, Jesús mira con cariño y le abre las perspectivas del tercer grado: venderlo todo, ponerse al servicio de los pobres y correr tras Él. Y todo terminó ahí.
El buen samaritano es la tipificación del amor comprometido que sale de sí mismo, se incomoda, multiplica sus cuidados, movido por la compasión hacia el hombre desconocido y tirado en el camino. A diferencia del «buen fariseo» que parece haber sido el joven rico, tenemos aquí a un «hereje», un excluido. Transeúnte por tierra inhóspita, hubiera tenido todas las razones para abandonar de prisa esa región hostil. Pero era un pobre y humillado, un excluido, una imagen del publicano compungido de la parábola y por eso mismo, estaba libre para amar y amar hasta el extremo.
Su amor y humildad le permitieron salir de sí mismo para descubrir y cumplir la voluntad de Dios: el mandamiento del amor hasta el extremo.
Conclusión
La pobreza voluntaria, afirma la CG 32, «es un esfuerzo del hombre caído para conquistar, frente a todo afecto desordenado, aquella libertad que es condición para un amor a Dios y al prójimo, intenso y libre»82.
La pobreza-humildad, elegida suplicada y conquistada por la acción de la gracia y en lucha contra la propia repugnancia, los amores desordenados y las presiones del mundo, se convierte en «tierra fértil de hombres fuertes», como la llamó hermosamente San Ignacio. Ella produce hombres libres, de
81 J. Jeremías, Palabras desconocidas de Jesús, Salamanca 1979, 53-56. Presenta Jeremías un añadido a la historia del adolescente rico, tomado del evangelio de los nazareos: «y el Señor le dijo: ¿cómo puedes decir: he cumplido lo que está en la ley y los profetas? Pues en la ley está escrito: debes amar a tu prójimo como a ti mismo. Y mira: Muchos de tus hermanos, hijos de Abraham, se cubren con harapos inmundos, mueren de hambre, y tu casa está llena de bienes, y no sale nada de ella para ellos». El autor concede autenticidad plena a estas palabras de Jesús. 82 Congregación General XXXIII, Decreto 12, 9.
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corazón limpio, misericordiosos, valientes hasta el martirio, apasionados en el seguimiento de Jesús, por el Reino de Dios y su justicia Hombres que lo han vendido todo para comprar el tesoro del Reino. Hombres que han repartido y siguen entregado todo a sus hermanos, los pobres. Hombres que han abrazado la pobreza evangélica, como solidaridad con Jesús, para destruir la inhumana pobreza. Es la tierra buena y fértil donde se puede sembrar la semilla del Reino, donde el grano de trigo finalmente se deshace para producir un cielo nuevo y una tierra nueva en los que habite la justicia83.
Hombres que han abrazado la pobreza evangélica, como solidaridad con Jesús

Apuntes Ignacianos 76 (enero-abril 2016) 8-39
«Reconocer» el Amor para entregarle
nuestra libertad
CPUNTOS DE REFLEXIÓN SOBRE EL DISCERNIMIENTO ESPIRITUAL1
on ocasión de breves pero ya numerosos cursos a religiosas y religiosos sobre el tema del discernimiento, he preparado, una y otra vez, diferentes esquemas con los cuales he desarrollado exposiciones que fundamentalmente contienen las mismas ideas, aunque reflexionadas desde diversas perspectivas, omitiendo o agregando aquí y allá aspectos particulares según las circunstancias. He tenido el proyecto de conjugar todos esos esquemas y escribir un ensayo más completo y sistemático sobre el discernimiento espiritual. Desafortunadamente no he logrado disponer del tiempo que ese trabajo requiere y he debido posponer mis deseos continuamente. Por fin me he resignado a elaborar esta edición, un trabajo que se limita modestamente a proponer algunos puntos de reflexión que considero más esenciales. El artículo está pensado a la manera de una ayuda para la reflexión u oración personal o para reuniones comunitarias u otro tipo de encuentros de reflexión sobre un tema de tanta actualidad hoy, no sólo para los religiosos sino para todos los cristianos que se empeñan seriamente en orientar sus vidas según el Espíritu. Cada punto insinúa, rápidamente, ideas para profundizar y desarrollar, cuestionar y complementar. Todos, en su conjunto, constituyen una descripción de lo que es el discernimiento, sus presupuestos, sus elementos esenciales, criterios y condiciones.
1 Publicado en Reflexiones CIRE, Vol. XI, 3 (septiembre 1985) 25-49.
Apuntes Ignacianos 76 (enero-abril 2016) 40-66
«Reconocer» el Amor para entregarle nuestra libertad
He tenido en mente de manera especial a los formadores, queriendo suministrarles los guiones o elementos para un proyecto de formación en el discernimiento. Formar para una espiritualidad de discernimiento me parece una tarea prioritaria que tienen por delante quienes acompañan a los jóvenes que se inician en el seguimiento de Jesús como Parte de una Iglesia misionera al servicio de la evangelización de América Latina.
El punto de partida
La necesidad del discernimiento arranca, como se puede constatar ya en sus más remotos orígenes históricos –en la Escritura y en la tradición de la vida monástica– de una doble vivencia de fe.
1. Dios está presente y actuante en la vida de cada persona, en la historia y en el mundo. Es la presencia de un Amor-misericordia, que trabaja sin cesar, comunicando plenitud de vida. Es el Dios de la vida, el Espíritu vivificante, cuya inmensidad e incomprensibilidad nos abruma y cuya voluntad no podemos comprehender, pero que, sin embargo, se nos comunica y se deja sentir en cuanto prosigue su obra creadora en cada uno de nosotros y en la historia. Somos hechura incesante suya y a cada momento nos toca, nos mueve, nos interpela, nos cuestiona. San Ignacio habla de mociones que se causan en nosotros. Son las señales de su designio creador, con las que interpela nuestra libertad. La Autobiografía del «peregrino» de Dios, fue dictada por el santo para responder al insistente deseo de sus compañeros que ansiaban conocer «el modo como el Señor los fue llevando desde el principio de vuestra conversión»2. En ella Ignacio afirma que «en este tiempo le trataba Dios de la misma manera que trata un maestro de la escuela a un niño, enseñándole»3. Todo el relato está marcado por esas señales o mociones variadas que se causaban alternadamente en su espíritu, produciéndole alegría o tristeza, paz o intranquilidad, entusiasmo o desánimo; señales que jalonaron su camino de peregrino en busca de la «voluntad divina en la disposición de su vida»4.
Descubrir el «modo de proceder» de Dios con nosotros, la manera como nos va conduciendo pacientemente hacia la plenitud de vida, en forma per-
2 Autobiografía, prólogo de Nadal. Original latino en Fontes narr. 1, 354·363.
3 Autobiografía 27.
4 Ejercicios Espirituales 1.
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Osuna Gil, S.J.
sonal e irrepetible, es la tarea que se propone el discernimiento. Parte de la convicción de que Dios se comunica directamente con su creatura, dándole a sentir su voluntad y abrazándola en su amor, y de que es posible para el hombre detectar esas señales divinas.
Se trata de una experiencia trinitaria. La Autobiografía lo expresa con insistencia. Dios Padre, como amor-misericordioso, realiza con un proyecto concreto y lo guía como a un niño. El seguimiento de Jesús su Hijo, en el servicio del Reino, es el camino de realización de ese proyecto, bajo la guía amorosa del Espíritu. En las Constituciones de la Compañía de Jesús, esta experiencia trinitaria se consigna en el mismo Proemio:
La suma sapiencia y bondad de Dios nuestro Criador y Señor es la que ha de conservar y regir y llevar adelante en su santo servicio esta mínima Compañía de Jesús, como se dignó comenzarla, y de nuestra parte, más que ninguna exterior constitución, la interior ley de la caridad y amor que el Espíritu Santo escribe e imprime en los corazones ha de ayudar para ello5.
En los Ejercicios se hablará de ese proyecto en marcha: «el hombre es creado»; la meta es la «salvación de su ánima», es decir, la plenitud de vida, como lo interpreta la Congregación General 32: «La salvación y perfección de las almas o lo que podría llamarse en términos contemporáneos, la liberación total e integral del hombre, que lleva a la participación en la vida del mismo Dios»6. Por eso, el mismo Principio y Fundamento entiende el destino del hombre sobre la tierra como alabanza, servicio y reverencia. La alabanza es la gloria de Dios Padre, que está en que el hombre, todo hombre, tenga Vida; el servicio es la colaboración con el Hijo en el anuncio y la construcción del Reino en la historia; la reverencia es el acatamiento o docilidad a la moción del Espíritu, que guía el seguimiento y servicio de Jesús.
La importancia que Ignacio daba a este discernimiento de la unción del Espíritu, por sobre reglas y avisos, queda clara en lo que escribe al P. Juan Nuñes, Patriarca de Etiopía, al final de una larga instrucción:
Todo esto propuesto servirá de aviso; pero el Patriarca no se tenga por obligado de hacer conforme a esto, sino conforme a lo que la discreta caridad,
5 Proemio de las Constituciones 134.
6 Congregación General XXXII, Decreto 2, 11.
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«Reconocer» el Amor para entregarle nuestra libertad
vista la disposición de las cosas presentes y la unción del Santo Espíritu, que principalmente ha de enderezarle en todas las cosas, le dictaré»7.
2. Junto a esta realidad, percibida en la fe, de la presencia y la acción de la Trinidad en nuestra vida, constatamos también la presencia y la acción del «pecado que habita en nosotros» y nos provoca a la muerte: «Pero advierto otra ley en mi cuerpo que guerrea contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado que está en mis miembros»8. En realidad, nos experimentamos incesantemente movidos y solicitados por otras fuerzas que se interponen, obstaculizan y frustran las mociones con que el Dios del amor nos impulsa hacia la vida. Son las «afecciones desordenadas» que es preciso discernir para rechazar, a fin de que, «después de quitadas», podamos «buscar y hallar la voluntad divina en la disposición de la vida para la salud del ánima»9.
En el forcejeo de estas acciones contrarias: la moción de Dios hacia la vida y la atracción destructora del pecado que nos aparta del proyecto divino, se ubica el discernimiento, como trabajo de «sentir y conocer las varias mociones que en la ánima se causan: las buenas para recibir, y las malas para lanzar»10, como reza el título de las Reglas de discreción de espíritus.
3. Cuando la Congregación General 32 redefinió lo que significa ser jesuita hoy: «Reconocer que uno es pecador y, sin embargo, llamado a ser compañero de Jesús, como lo fue San Ignacio... comprometerse bajo el estandarte de la cruz en la lucha crucial de nuestro tiempo: la lucha por la fe y la lucha por la justicia que la misma fe exige»11, no hizo otra cosa que declararnos más este camino de seguimiento de Jesús, como una tarea de discernimiento incesante y leal, en la que debemos estar siempre alerta para sentir las exigencias de este llamamiento a ser compañeros y las «invitaciones» que nuestra condición de pecadores nos hace para distraernos del camino; y para percibir las fuerzas encontradas en una lucha crucial en la que dos banderas, dos estrategias, se disputan nuestra vida.
7 Instrucción al P. Juan Nuñes, Patriarca de Etiopía. Obras Completas, BAC. 3a. edición. 964.
8 Rom 7: 23.
9 Ejercicios Espirituales 1.
10 Ibíd., 313.
11 Congregación General XXXII, Decreto 2, 1-2.
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Hemos ligado nuestra vida a ese proyecto del Padre y nos sabemos «puestos con su Hijo» como el peregrino12. El sentido y dirección de nuestra vida está de tal manera ligado al de Jesús, que vivir como El, en una continua referencia al Padre, «conducido por el Espíritu», para hacer en cada momento lo que sentimos que agrada al Padre, será la esencia de nuestra espiritualidad. En otras palabras, el discernimiento no es otra cosa que un incesante seguimiento de Jesús, bajo la guía del Espíritu.
4. Importa, pues en primer lugar, conocer el discernimiento de Jesús para proseguirlo en nuestra vida. No como una imitación mecánica de lo que hizo Jesús, sino como una actitud de amor y de fidelidad que nos lleve a sentir y conocer en cada momento y circunstancia aun en los detalles insignificantes de nuestra vida y de nuestra misión, lo que el Padre nos muestra como señal de su voluntad. Teniendo en cuenta que, si somos llamados a «reproducir los rasgos de su Hijo, de modo que este sea el mayor de una multitud de hermanos»13, somos llamados por nuestro propio nombre, es decir con una vocación personal e irrepetible, que nos obliga a conocer –como enseña San Ignacio– el modo propio como Dios nos conduce a cada uno.
Y lo primero que podemos considerar es que Jesús no procede con un programa prefijado de antemano. Se nos presenta como alguien que está en continuo diálogo con la realidad que lo circunda y que en cada momento tiene que decidir, descubriendo en esa realidad las señales de la voluntad de su Padre.
El capítulo 5 de Juan, con el relato de la curación del paralítico, nos ha dejado un diáfano ejemplo de la estructura del discernimiento de Jesús. En el fondo de todo está su experiencia íntima y original de Dios como Padre, que ha vivido en la intimidad de su relación con El. Dios es para él su Padre, el Dios de la vida, que se acerca al hombre como amor-misericordioso,
Sobre todo cuando sufre, cuando está amenazado en el núcleo mismo de su existencia y de su dignidad... Hacer presente: al Padre en cuanto amor y misericordia», «amor que se hace notar particularmente en el contacto con el sufrimiento la injusticia, la pobreza14
12 Ibídem.
13 Rom 8: 29.
14 Juan Pablo II, Carta Encíclica Dives in Misericordia, I, 2. II, 3.
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«Reconocer» el Amor para entregarle nuestra libertad
Está en el núcleo de su discernimiento. Por esa relación con el Padre, Jesús se entiende a sí mismo como sacramento de la misericordia del Padre, como aquel que viene a hacer visible a Dios, rico en misericordia. Ha sido ungido para anunciar la buena nueva,
En primer lugar a los pobres, carentes de medios de subsistencia los privados de libertad, los ciegos que no ven la belleza deja creación: los que viven en la aflicción del corazón o sufren a causa de la injusticia social, y finalmente los pecadores15.
Las palabras con que Jesús responde a los dirigentes judíos que le reclaman por haber violado la ley del descanso sabático poniendo a caminar al paralítico, muestran cuál ha sido el criterio de su discernimiento: es que «Mi Padre, hasta el presente, sigue trabajando y yo también trabajo».
Jesús afirma categóricamente que la creación no ha terminado. Mientras haya hombres privados de vida, medio muertos, reducidos o amenazados en su dignidad, oprimidos, como esa muchedumbre que yace en torno a la piscina, el Padre sigue creando y comunicando vida. Por encima de una ley de descanso interpretada y manipulada por los dirigentes para atar cargas pesadas sobre el pueblo, está el amor misericordioso de Dios, que se inclina hacia el afligido para auxiliarlo. «Un hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al padre; así, cualquier cosa que éste haga, eso lo hace igualmente el hijo… porque como el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere»16. Ver lo que el Padre hace, es el criterio de la acción de Jesús.
Ahora bien, «El Padre quiere al Hijo y le muestra lo que hace»17. En esa relación íntima de amor, Jesús descubre las señales de la voluntad del Padre. Son las «mociones» que acompañan su discernimiento. En el mundo está presente y cercano el Amor, dando vida. Jesús lo siente actuando y ésta es la norma de su decisión de poner a caminar al paralítico.
Nuestro propio discernimiento consistirá, también en estar atentos a lo que el Padre, que sigue trabajando en la historia, hace hoy entre nosotros.
15 Ibídem.
16 Jn 5: 19ss
17 Ibíd., 5: 20.
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Discernir será rastrear esta presencia del Amor-misericordia que continúa dando vida. También nosotros sabemos que el Padre nos quiere y nos muestra lo que hace. El Espíritu, prometido por Jesús, ha sido derramado en nuestros corazones. Y ese Espíritu es el compañero que estará siempre con nosotros, al que el mundo no conocerá pero nosotros sí, porque está con nosotros y vive en nosotros; es el Espíritu que nos lo enseña todo y nos conduce hasta la verdad completa: la memoria viviente de Jesús que nos recordará en cada momento lo que él nos dijo: el intérprete que nos irá aclarando lo que vaya sucediendo; la fuerza que nos permitirá dar testimonio de Jesús; aquel que pondrá en nuestros labios lo que debemos decir ante los tribunales18.
5. «La señal por excelencia que el Señor hace es el mismo Cristo»19. En la persona de Jesús, el Padre nos muestra continuamente lo que Él hace. Dios es Jesús. San Pablo, en la primera Carta a los Corintios nos deja un texto luminoso:
Porque a nosotros nos lo reveló Dios por medio del Espíritu; y el Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios… el hombre naturalmente no capta las cosas del Espíritu de Dios, son necedad para él... en cambio, el hombre de espíritu, juzga todas las cosas... nosotros tenemos el pensamiento (la sensatez) de Cristo20
Se comprende, pues, cómo san Ignacio enmarca todo el proceso de discernimiento en la contemplación de los misterios de la vida de Jesús. El ejercitante, en un momento crucial de discernimiento, para investigar y demandar en qué vida o estado se quiere servir Dios de él, ha de comenzar su búsqueda «juntamente contemplando» la vida de Jesús21.
Es responsabilidad del director proponer al ejercitante, según las circunstancias concretas de su proceso espiritual, éste o aquel pasaje de la vida del Señor que más le ayuden en su búsqueda de seguimiento concreto de Jesús. Para ello San Ignacio deja al final del texto de los Ejercicios un compendio de los misterios de Jesús en forma de puntos para meditar y contemplar. ¿No fue así como nacieron los Evangelios, tomando pasajes de
18 Cfr. Jn 14: 16-7 y 26: 15, 26; 16: 12-14; Mt 10: 19-20.
19 P. Peter-Hans KolvenbacH, S.J., Reunión de superiores en Galloro (30.1.85): Información S.J. (marzo-abril 1985) 51 .
20 1 Cor 2: 10-16.
21 Ejercicios Espirituales 135.
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las diversas tradiciones de las comunidades que les ayudaran para su seguimiento concreto de Jesús?
San Ignacio escoge la contemplación de la vida histórica de Jesús, relevando así la importancia que ella tiene para discernir concretamente su seguimiento. Pero propone una experiencia de encuentro con el Resucitado, Rey eterno y Señor universal. La contemplación no ha de ser un recuerdo histórico, muerto, de un acontecimiento pasado. El ejercitante no tendrá que esforzarse artificialmente con su imaginación para retroceder siglos en la historia. Ha de «hacerse presente» al misterio que contempla: ver las personas, escuchar los diálogos, mirar lo que hacen y reflexionar sobre sí mismo para sacar provecho concreto de su experiencia espiritual. Jesús resucitado por su Espíritu, se hará también presente con el ejercitante para vivir con él e interpretarle el misterio que se considera.
Discernir desde una resurrección sin cruz es una tentación peligrosa
El discernimiento ignaciano se practica desde la luz del CrucificadoResucitado. Porque discernir desde una resurrección sin cruz es una tentación peligrosa que fácilmente conduce a falsas opciones: al olvidar el camino kenótico de Jesús de Nazaret, pobre, humillado y tenido por loco, quedarnos expuestos a los engaños que denuncia la meditación de las banderas y podemos ser sutilmente arrastrados a hacer discernimientos con criterios de codicia de dinero, seducción del prestigio, ambición de saber y de poder. Al revés, discernir a la luz de la cruz sin resurrección, puede matar la esperanza y conducir a una resignación pasiva y a un seguimiento sin alegría y dinamismo. Esta doble tentación se ha vivido en algunos momentos en la Iglesia: imitar a un crucificado sin proyectar sobre él la fuerza liberadora de la nueva humanidad resucitada («vamos y muramos todos con él»), o seguir a un Mesías triunfante, excluyendo la locura y el escándalo de la cruz («Pedro lo tomó aparte y empezó a regañarlo diciendo: ¡lejos de ti, Señor, de ningún modo te sucederá eso!»).
6. El «magis» reclamado por el servicio eximio y el «minus» solicitado al seguidor de Jesús pobre y humilde como participación en el descenso solidario de Dios, rico en misericordia, a la historia, deben estar dialécticamente presentes en todo discernimiento. Así lo señaló la CG. 32 al recordar
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a las instituciones apostólicas la necesidad de discernir su funcionalidad y eficiencia con los criterios propios de quienes hemos sido enviados a «predicar en pobreza»:
Los Superiores y Di rectores, recordando que el Señor ‘nos ha enviado a predicar en pobreza’, procuren con todo cuidado que nuestras instituciones apostólicas, rechazando cualquier forma de suntuosidad, se mantengan dentro de los límites de lo funcional, tomando como criterio las instituciones y obras análogas de la región, y teniendo siempre en cuenta la propia finalidad apostólica de las nuestras. Los Provinciales han de determinar cuanto sea necesario para que las instituciones apostólicas pertenecientes a la Compañía manifiesten siempre su carácter apostólico y sean signo de pobreza evangélica22.
LA CONTEMPLACIÓN PARA ALCANZAR AMOR Y
EL DISCERNIMIENTO
7. Con las reflexiones anteriores podemos entender por qué la Contemplación para alcanzar amor debe ser considerada como la oración propia del discernimiento.
San Ignacio la propuso corno una pedagogía para mantenemos siempre en el espíritu de la Cuarta Semana, es decir, viviendo inmersos en la presencia de Jesús resucitado que está todos los días con nosotros hasta el fin del mundo por medio de su Espíritu. Así, la contemplación nos capacita para vivir continuamente atentos al Amor que actúa silencioso pero eficazmente en nosotros. Infelizmente se habla de una «quinta semana»: un descenso de las alturas de la experiencia espiritual vivida, para reemprender las tareas ordinarias, como abandonados a nuestras propias fuerzas para poner trabajosamente en práctica los propósitos tomados; y como si el Señor se hubiese quedado allá en la montaña de la contemplación hasta que volvamos a encontrarlo en los próximos retiros ¡No! La Contemplación para alcanzar amor nos permite seguir caminando con el Resucitado, buscarlo y hallarlo
La Contemplación para alcanzar amor debe ser considerada como la oración propia
del discernimiento.
22 Congregación General XXXII, Decreto 12, 33.
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«Reconocer» el Amor para entregarle nuestra libertad
en todas las cosas, prolongar la experiencia espiritual de la unión con El en la actividad cotidiana. Esencialmente, esta contemplación consiste en una penetración profunda de la realidad –la nuestra interior, la del mundo y la de la historia en que nos movemos–, para descubrir en esa realidad, con ojos nuevos, la permanente presencia del Espíritu de Jesús, amor creador que nos invade por todas partes, haciendo la nueva humanidad. Hermosamente escribe Teilhard de Chardin:
Con los que quieran seguirme volveré al Agora. Y allí, todos juntos, oiremos a san Pablo decir a las gentes del Areópago: Dios que ha hecho al hombre para que éste le encuentre –Dios, a quien intentamos aprehender a través del tanteo de nuestras vidas–, este Dios se halla tan extendido y es tan tangible como una atmósfera que nos bañará. Por todas partes Él nos envuelve, como el propio Mundo. ¿Qué os falta, pues, para que podáis abrazarlo? Sólo una cosa: verlo. Este librito, en el que no se hallará sino la lección eterna de la Iglesia, pero repetida por un hombre que cree sentir apasionadamente con su tiempo, querría enseñar a ver a Dios por todas partes: verlo en lo más secreto, en lo más consistente, en lo más definitivo del mundo. Lo que estas páginas proponen y encierran es sólo una actitud práctica, o, más exactamente acaso, una educación de los ojos. No discutamos, ¿queréis? Pero situaos, como yo, aquí y mirad. Desde este punto privilegiado que no es la cima difícil reservada a ciertos elegidos, sino la plataforma firme construida por dos mil años de experiencia cristiana, veréis, con toda sencillez, operarse la conjunción de los dos astros cuya atracción diversa desorganizaba vuestra fe. Sin confusiones, sin mezclas, Dios, el verdadero Dios cristiano, invadirá ante vuestros ojos el Universo. El Universo, nuestro Universo de hoy, el Universo que os asustaba por su magnitud perversa o su pagana belleza. Lo penetrará como un rayo penetra un cristal, y a favor de las capas inmensas de lo creado, se hará para vosotros universalmente tangible y activo, muy próximo y, a la vez, muy lejano23.
Difícilmente puede encontrarse una interpretación más densa de lo que es la Contemplación para alcanzar amor que la de esta página asombrosa de un jesuita profundamente inmerso en el mundo y, a la vez, totalmente penetrado por la presencia del Amor.
Esta contemplación nos permite internarnos progresivamente en la presencia del Amor creador que sigue cuidando y perfeccionando su creación sin descansar un instante. «Tu guardián no duerme; no duerme ni reposa el guardián de Israel. El Señor te guarda a su sombra, está a tu derecha; de día
23 Pierre teilHard de cHardin, El Medio Divino, Introducción, Taurus 1967.
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el sol no te hará daño ni la luna de noche. El Señor te guarda de todo mal, el guarda tu vida: el Señor guarda tus entradas y salidas, ahora y por siempre»24.
¿A dónde iré lejos de tu aliento, a dónde escaparé de tu mirada? Si escalo al cielo, allí estás tú; si me acuesto en el abismo, allí te encuentro; si vuelo hasta el filo de la aurora, si emigro hasta el confín del mar, allí me alcanzará tu izquierda, me agarrará tu derecha. Si digo: «que al menos la tiniebla me encubra, que la luz se haga noche en torno a mí», ni la tiniebla es oscura para ti, la noche es clara como el día25.
En un primer esfuerzo de penetración repaso la historia de mi vida para encontrarme envuelto por la acción bienhechora del Amor: todo es don de Dios; su providencia misericordiosa cuida de mí y coopera en todas las cosas para mí bien. Aún los acontecimientos dolorosos, los aparentes fracasos, mi propia historia de pecado, son caminos misteriosos por los que Dios me conduce calladamente hasta que se me pueda dar El mismo definitivamente. En un segundo paso de profundización contemplativa descubrimos su habitación permanente en la creación entera, dando ser, vegetando en las plantas, censando en los animales, haciéndome entender y constituyéndome en templo de su permanente presencia en mí. Sigue un tercer momento de contemplación para comprender el trabajo humilde, silencioso y paciente con que Dios adelanta nuestra creación, portándose como un obrero, luchando difícilmente contra las resistencias que el pecado, que habita en nosotros, opone a la acción vivificante de su amor. Es El en persona,
Quien afianza los montes con firmeza, ceñido de poder; quien reprime el estruendo del mar y el tumulto de los pueblos; y es también el humilde agricultor que cuida de la tierra, la riega y la enriquece sin medida; llena su acequia de agua y prepara sus trigales, riega los surcos, iguala los terrones, su llovizna los deja esponjosos y bendice sus brotes; corona el año con sus bienes, sus carriles rezuman abundancia, las colinas se orlan de alegría, las praderas se cubren de rebanas y los valles se visten de mieses que aclaman y cantan26.
Por fin, en un cuarto momento, de profundísima mística, nos revela su divinidad asomándose por todos los poros de la creación, convertida en transparencia de su mismo Ser.
24 Sal 121.
25 Ibíd., 139.
26 Ibíd., 65.
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«Reconocer» el Amor para entregarle nuestra libertad
Entonces, san Ignacio nos invita a reconocer el amor que nos da señales por todas partes. Es un «conocimiento interno» que hemos de suplicar como gracia, para que «enteramente reconociendo pueda en todo amar y servir a su divina majestad»27. Y entonces, viene el momento de la respuesta generosa: la entrega de nuestra libertad, de todo cuanto somos y tenemos, para que El disponga de nuestra vida conforme a su voluntad.
Reconocer el Amor supone en nosotros una sensibilidad connatural y espontánea, fruto de un previo conocimiento interior
Y aquí hemos tocado el punto en donde el discernimiento y la contemplación para alcanzar amor se encuentran y se confunden. Por el discernimiento buscamos y hallamos los signos de la voluntad divina sobre la disposición de nuestra vida y hacemos las opciones y elecciones que ordenan nuestro camino por donde nos quiere llevar el Señor. Por la contemplación para alcanzar amor «reconocemos» el Amor y le entregamos incondicionalmente nuestra libertad para que corra en adelante según el dictamen de su designio creador.
8. Reconocer el Amor supone en nosotros una sensibilidad connatural y espontánea, fruto de un previo conocimiento interior. Sólo una persona que tiene una rica experiencia del Espíritu de Jesús puede encontrar lo y reconocerlo entre las múltiples voces y señales, a veces ambiguas, contrarias y contradictorias, que solicitan su vida. Este es el conocimiento tan bellamente insinuado por Jesús en la descripción del Pastor y sus ovejas: «Conozco mis ovejas y mis ovejas me conocen a mí, escuchan mi voz y me siguen, y a todas las conduzco28. San Pablo pide a los Filipenses tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús para caminar como El29. El P. Arrupe insistía en la necesidad de tener el «sensus christi» como garantía de nuestra autenticidad y armadura de la libertad con que el jesuita tiene que estar en medio del mundo, sin pertenecerle, y desprovisto de muchas protecciones exteriores. Y todo esto es don de Dios: «Nadie puede llegar a mí si el Padre que me mandó no tira de él»30. Don que Pablo suplica a Dios para esos cristianos, a quienes pide revestirse de las mismas actitudes de Jesús: «Y esto pido en mi oración:
27 Ejercicios Espirituales 233.
28 Cfr. Jn 10: 14-16.
29 Cfr. Flp 2: 5.
30 Jn 6: 44.
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Javier Osuna Gil, S.J.
que su amor crezca todavía más y más en penetración y en sensibilidad para todo: así podrán ustedes acertar con lo mejor y llegar genuinos y sin tropiezo al día del Mesías, colmados de ese fruto de rectitud que viene por Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios»31.
En este sentido describe muy propiamente el discernimiento espiritual José M. Castillo, S.J.:
El discernimiento consiste en una experiencia estrictamente personal, la experiencia del amor cristiano. Este amor que invade la vida afectiva del creyente, hace brotar en el hombre una sensibilidad y un conocimiento penetrante (Flp 1, 9-10) que descubre, con una cierta connaturalidad y espontaneidad, lo que agrada al Señor32.
El discernimiento supone, pues un entrenamiento y una práctica, una especial finura y sensibilidad que nos permite «reconocer» las señales de Dios y discernirlas de otros movimientos y solicitaciones «que en la ánima se causan». Lejos de ser un método o una técnica, se trata de una experiencia espiritual y requiere una rica vida de oración y de contemplación. San Ignacio habla de «sentir», de «conocer» (experimental e internamente), de «mociones». Pero tampoco él se atreve a dar una técnica acabada para la discreción de estas mociones. Las Reglas que escribe en el texto de los Ejercicios llevan esta prudente precaución en el título: «Reglas para en alguna manera sentir y conocer...»33. A este respecto escribe con mucha razón William Peters:
¿Significa esto que Ignacio no se considera como el gran maestro en el discernimiento de mociones, que no estaba demasiado seguro del valor de sus reglas, que era consciente de que el verdadero discernimiento es don y obra de Dios hasta el extremo de limitarse a señalar algunos hechos fácilmente observables y algunos errores que fácilmente se cometen, a dirigir la atención hacia unas condiciones indispensables y unos obstáculos siempre presentes? De hecho, una lectura objetiva de las reglas nos convence de que eso es precisamente lo que hace Ignacio. El conjunto de las reglas no constituye un método o técnica para discernir mociones. Apenas sí nos sirven para otra cosa que para advertirnos sobre lo que fácilmente podría ocurrir, sobre los errores que se suelen cometer, sobre los asuntos importantes que se descuidan por ligereza. Lo que hacen principalmente las reglas es poner las bases para un adecuado discer-
31 Flp 1: 9-11.
32 J. m castillo, s.J., La «imitación de Cristo» y «camino»: del discernimiento privatizado a la anulación del discernimiento: Concilium 139 (1978) 540-41.
33 Ejercicios Espirituales 313.
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«Reconocer» el Amor para entregarle nuestra libertad
nimiento de las mociones, indicando las condiciones y tratando de remover los obstáculos. Fuera de eso no se puede ofrecer método alguno: para discernir de dónde vienen y a dónde van las mociones hay que permanecer en la luz. De este modo, Ignacio subraya que la madurez espiritual es un factor importante. . .34 .
Todo esto bastará para advertir sobre la discreción con que se ha de proceder en materia de discernimiento. Por una parte, no se puede reducir el discernimiento, como a veces parece que lo hacen algunos, a una simple búsqueda de la voluntad de Dios por el tercer tiempo y los modos de elección propuestos por san Ignacio para ese tiempo. El tercer tiempo en que puede hallarse el ejercitante en el momento de discernimiento, llamado tiempo tranquilo, se da cuando la persona no siente la agitación de varios espíritus y usa de sus potencias naturales libera y tranquilamente35. Pero es sólo uno de los modos de discernir y de ninguna manera se agota allí el discernimiento. Todo lo contrario, el modo más característico de discernir es el que se da en el segundo tiempo «cuando se toma asaz claridad y conocimiento por experiencia de consolaciones y desolaciones y por experiencia de discreción de varios espíritus»36. Por otra parte, nadie puede pretender lanzarse a un discernimiento personal ni embarcar una comunidad en proceso de discernimiento sin esa madurez espiritual fruto de una intensa vida de oración que nos capacita para «sentir», «discernir» y «reconocer», entre las varias mociones y los diferentes espíritus, la voz del Señor que nos interpela y cuestiona. Por fin, nadie podrá hacer solo el discernimiento, sin la ayuda de un director espiritual, adiestrado en el conocimiento de las diversas mociones, que acompañará a la persona como «testimonio del Espíritu» en ese reconocimiento. Toda la importancia que San Ignacio da al director de Ejercicios radica en este acompañamiento, como queda muy claro en las Anotaciones.
EL EXAMEN, INSTRUMENTO DE DISCERNIMIENTO
9. Si la contemplación para alcanzar amor es una pedagogía que nos lleva a esa madurez espiritual necesaria para saber «reconocer» la presencia y las señales del Amor que dirige nuestra vida, y ha de servirnos como modo frecuente de hacer oración, el examen es la oración cotidiana que ha de
34 William a. Peters, S.J., Ignacio de Loyola y la «discreción de espíritus»: Concilium 139 (1978) 535-36.
35 Cfr. Ejercicios Espirituales 177.
36 Ejercicios Espirituales 176.
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acompañar nuestro discernimiento. El examen, entendido no como un repaso de nuestros pecados o un registro de nuestro progreso en virtudes particulares, sino como un encuentro con ese Amor creador que incesantemente nos conduce, para discernir sus mociones y para descubrir los obstáculos y resistencias que estamos oponiendo a su acción creadora en nosotros. El examen es como una pequeña Contemplación para alcanzar amor, que comienza precisamente con un «reconocimiento» amoroso y agradecido –«ponderando con mucho afecto»– de la acción bienhechora de Dios sobre nosotros en el espacio de nueva vida que examinamos. Pasa luego a una súplica para reconocer también, por la gracia, nuestros pecados, el desorden de nuestras operaciones y para tener un «conocimiento del mundo» en que nos movemos que no es otra cosa en realidad que el discernimiento acerca de las fuerzas que se oponen a la acción del amor. Mirando entonces ese espacio de nuestra vida, con todo lo que hemos hecho, pensado o propuesto, podemos comprender si estamos caminando en la dirección de la voluntad de Dios, unidos con El en la acción; si estamos actuando como compa ñeros de Jesús. Comprenderemos nuestras «distracciones» a esa unión con Dios en la acción, que vienen a ser todos los pasos que hemos dirigido hacia nuestro propio proyecto, desviándonos del proyecto de Dios. Y re-ordenaremos nuestro camino, convirtiendo la dirección hacia la corriente del Amor.
El examen es la oración cotidiana que ha de acompañar nuestro discernimiento
¿Cómo me está llevando Dios? ¿Cómo voy respondiendo a su Amor creador? Es todo un cuestionamiento acerca de los criterios las motivaciones, las actitudes que dirigen mi vida. ¿En qué manera el amor-misericordia que actuaba en Jesús está actuando en mi propia vida? El examen supone también una continua actitud, alerta a la interpelación del Espíritu que gime dentro de mí con gemidos sin palabras, que es preciso interpretar. ¿Estoy haciendo de mi vida una escucha permanente del Espíritu?
De ahí la importancia vital que tiene el examen para quien quiere hacer del discernimiento una espiritualidad que acompañe todos los momentos de su vida. Basta recordar que san Ignacio lo practicaba cada hora y que no dispensaba de él a los enfermos.
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CONDICIONES PARA EL DISCERNIMIENTO
10. Trataré largamente sobre este tema en el artículo «Tierra fértil de hombres fuertes»; tocaré sólo brevemente un punto de capital importancia, sin el cual es imposible intentar un serio discernimiento. Por causa de no «disponerse» a discernir poniendo las condiciones que San Ignacio exige, arriesgamos llegar a conclusiones que no tienen nada que ver con lo que Dios quiere de nosotros con el agravante de engañarnos, pensando que hemos discernido fielmente la voluntad del Señor. No se puede adelantar un auténtico proceso de discernimiento sin una previa rectificación de nuestros criterios, sin una purificación de los afectos desordenados de nuestro corazón que nos haga verdaderamente libres (indiferentes) para buscar y para hallar lo que Dios quiere, y sin un grado de amor a Jesús pobre y humilde que nos incline a identificamos estrechamente con El. Cuántas veces emprendemos el discernimiento y lo llevamos adelante, cubriéndolo simplemente con la celebración de la Eucaristía o algunos momentos de oración, pero sin cuidarnos de haber arrancado el pecado que habita en nosotros. San Ignacio pide un corazón limpio, una mirada pura, para elegir lo que solamente nos dicte el amor de Dios.
Todo discernimiento tendrá que guiarse por los mismos criterios y actitudes de Jesús pobre y humillado
Como preámbulo para entrar en discernimiento, el ejercitante se detiene todo un día en dos meditaciones: de Dos Banderas, ejercicio practicado a media noche y otra vez a la mañana, con dos repeticiones a la hora de misa y a la hora de vísperas37; y de Tres Binarios, como último ejercicio de la jornada, en lugar de la aplicación de sentidos. Además, dedica momentos durante todo el día a la consideración de los Tres Grados de Humildad o amor. Los tres ejercicios, juntamente, están encaminados a que el ejercitante se desnude delante de sí mismo para descubrir los obstáculos que pueden impedirle buscar y hallar la voluntad de Dios, y para removerlos con ayuda de la gracia, instantemente pedida.
La primera condición es la rectificación de sus criterios de elección, a través de la meditación de las Dos Banderas. Todo discernimiento tendrá que guiarse por los mismos criterios y actitudes de Jesús pobre y humilla-
37 Cfr. Ejercicios Espirituales 148.
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do. Cristo crucificado es el único camino que se ofrece a su seguidor para servir a Dios nuestro Señor. ¿Cuál es la figura de Jesús que va a dirigir mi discernimiento? ¿El auténtico Jesús del Evangelio, o un Jesús que me he fabricado a mi acomodo, en complicidad con los criterios y valores de este mundo: codicia de riqueza, seducción de prestigio ambición de poder? La advertencia de Ignacio a los engaños del enemigo de natura humana que ‘sub angelo lucis’ nos propone un seguimiento de Jesús con esquemas y valores del mundo, coincide con la que hace Pablo a los cristianos de Corinto:
Me temo que, igual que la serpiente sedujo a Eva con su astucia, se pervierta su modo de pensar y abandonen la entrega y fidelidad al Mesías. Porque si el primero que se presenta predica un Jesús diferente del que yo prediqué, o reciben ustedes un espíritu diferente del que recibieron y un evangelio diferente del que aceptaron, lo aguantan tan tranquilos38.
Para prevenir tal engaño recomienda encarecidamente Pablo a los Romanos:
Los exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcan su propia existencia como sacrificio vivo, consagrado, agradable a Dios, como su culto auténtico; y no se amolden a los esquemas de este mundo, sino que vayan transformándose con la nueva mentalidad, para que sean capaces de distinguir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno lo que le agrada, lo acabado39.
Rectificados los criterios para disponemos a discernir según «la verdadera vida» que nos ofrece Cristo nuestro Señor, se pasa a la verificación de la siguiente condición: alcanzar la libertad frente a los afectos desordenados que nos esclavizan: apegos a riquezas, saber, prestigio, influencias, poder, personas, lugares, tradiciones, ideologías, compromisos, connivencias. Cualquiera de estas ataduras puede hacemos diferir por largo tiempo la búsqueda de la voluntad de Dios sobre algún aspecto no debidamente integrado en su proyecto (lo. Binario); o a practicar discernimientos que son más bien «racionalizaciones» que nos impiden ir «derechos a Dios», para hacer «que Dios venga derecho» a nuestras afecciones desordenadas40. Tal ejercicio de liberación nos dispone para no elegir sino aquello que «Dios nuestro Señor le pondrá en voluntad y a la tal persona le parecerá mejor para servicio y alabanza de
38 2 Cor 11: 3-4.
39 Rom 12: 1-2.
40 Cfr. Ejercicios Espirituales 169.
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«Reconocer» el Amor para entregarle nuestra libertad
su divina majestad»41. En la Anotación 16 sugiere San Ignacio a la persona que está «afectada e inclinada desordenadamente», que se mueva, poniendo todas su fuerzas para venir a la disposición contraria, y que inste en oraciones y otros ejercicios espirituales pidiendo que el mismo Dios nuestro Señor «ordenando sus deseos, le mude su afección primera». La libertad es fruto de la gracia; el Señor personalmente «mueve» e induce la transferencia afectiva que es necesaria para que la persona pueda elegir según Su voluntad.
La tercera condición es que el ejercitante sea atraído a un amor apasionado a Jesús pobre y humilde. Este grado de amor lo impulsará a desear y pedir «ser puesto con el Hijo», para imitarlo y parecerse más actualmente a su Señor pobre, colmado de oprobios y tenido por loco y vano. Aquí tampoco se trata de una pura conquista humana, sino de un don gratuito. Buscando sólo la mayor gloria de Dios, el ejercitante insiste en la oración para ser admitido en esta condición de anonadamiento que lo asemeje más a Jesús.
En el Examen General que propone a los candidatos a la Compañía, Ignacio les presenta este ideal, propio de quienes desean caminar en el espíritu y seguir de veras a Cristo nuestro Señor. Pero admite que, por la humana flaqueza, un candidato puede no encontrarse en tan encendido deseo. Entonces le pregunta si al menos «se halla con deseos algunos de hallarse con ellos»42. Sin embargo, lo que es tolerado en los candidatos –o quizás en un caso particular de mediocridad espiritual– no se consiente a los jesuitas formados, de quienes se espera y presupone que, después de largo tiempo y probación de vida, hayan llegado a ser «personas espirituales y aprovechadas para correr por la vía de Cristo nuestro Señor»43. Consecuentemente se regirán siempre por los dictados de la «discreta caridad» y, habiendo optado por la suma pobreza espiritual y actual, acompañarán ineludiblemente sus discernimientos con un deseo eficaz de «ser puestos con el Hijo», si así lo quiere Dios para un servicio más eximio y significante en su Reino.
Sin este deseo, convertido en opción deliberada, todo discernimiento se quedará siempre a mitad del camino del amor. Dominará sobre nosotros el temor, o la prudencia mezquina, o la mediocridad. Antes de discernir será preciso, pues, tomar la temperatura de nuestro corazón: ¿Cuánto amamos
41 Ejercicios Espirituales 155.
42 Cfr. Constituciones 44-45.
43 Constituciones 582.
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a Dios y a nuestros hermanos? ¿Qué atracción ejerce sobre nosotros Jesús pobre, humillado, desprestigiado, solidario y servidor de sus hermanos más pequeños? ¿Hasta dónde nos impulsa ese amor? ¿Nos mantendrá en una sensibilidad inoperante, pronta a encontrar excusas y rodeos como el sacerdote y el levita del Evangelio de Lucas? ¿Solamente a ciertos actos de compasión y caridad, tranquilizadores de conciencia? ¿A compromisos «prudentes» y recortados?
Esta condición adquiere para nosotros carácter apremiante ante la reciente exhortación del P. General a toda la Compañía para asumir seria y concretamente la pobreza y la opción preferencial por los pobres y a luchar «en nombre del Evangelio de la bienaventuranza de la pobreza, contra toda injusticia y pobreza»44. Si en algún momento se toleró el «deseo de deseos», por nuestra humana flaqueza hemos sido convocados a realizar en nuestra vida y en nuestro apostolado todas las implicaciones de esta opción preferencial por los pobres, cuyas consecuencias concretas la Compañía no conoce aún. Son palabras del P. General, quien afirma que «la petición de Ignacio de ser puesto con el Hijo, escuchada en la Storta, se ha convertido en la oración de la Compañía, de ser puesta con aquellos que encarnan la predilección de Jesucristo, en y para su Iglesia»45.
LA DISCRETA CARIDAD
11. Esta expresión que aparece tardíamente en los escritos de su generalato y falta en el primer texto de las Constituciones, la acuña San Ignacio para formular el criterio último de proceder que ha de tener un jesuita formado46. La caridad, juntamente con la prudencia, han de inspirar las decisiones importantes, como despedir a un jesuita o imponerle una severa penitencia47, Un superior en tales casos, comenta Nadal, debe proceder con la «prudens charitas», es decir: «con afecto que brote juntamente del amor a Dios y al prójimo y que sea, a la vez, prudente y discreto, apurando tanto la prudencia que aquel afecto no se desvíe de lo que postula la verdadera
44 Peter-Hans KolvenbacH, s.J., Carta sobre la recepción de la CG 33: Información S.J., 96 (marzo-abril 1985) 42.
45 Ibíd., pág. 43.
46 Cfr. Constituciones 582. Texto añadido por Ignacio de su propia mano.
47 Ibíd., 209, 211 (caridad indiscreta), 237, 269, 754 («prudente caridad» del General).
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«Reconocer» el Amor para entregarle nuestra libertad
La discreta caridad es el fruto maduro del discernimiento ya que éste consiste precisamente en sentir, discernir y acatar la unción del Espíritu que nos endereza en todo por la interior ley de la caridad y amor que El mismo escribe e imprime en nuestros corazones. La discreción y la consideración prudente de la realidad («vista la disposición de las cosas presentes y la unción del Santo Espíritu») guiarán todas aquellas decisiones en que es preciso tener en cuenta las circunstancias particulares de personas, tiempos y lugares. Todo se remite al «discreto celo» de quienes tienen la responsabilidad de una decisión sobre sí mismos o sobre otras personas. Es la libertad de espíritu, que brota de ese amor dirigido por la prudencia sobrenatural que, como hemos visto, Nadal considera parte del carisma de nuestra vocación.
La discreta caridad pertenece a la madurez espiritual a la que se llega tras una larga probación marcada por la purificación de los afectos, la docilidad, la generosidad y la experiencia. Por eso San Ignacio no la señala como norma de conducta sino a los superiores y a los religiosos formados. Caridad y prudencia son don de Dios. Ignacio no las enseña: las remite a la acción del Santo Espíritu.
Su sabiduría lo lleva, sin embargo, siempre cauteloso y prudente para que nos guardemos de las ilusiones del demonio en nuestras devociones, a hacer discernir la caridad. La frase inmortal de Agustín: «Ama y haz lo que quieras» señala la libertad con que nos liberó Jesús para que sigamos los pasos del Espíritu y produzcamos los frutos del amor, la alegría, la paz, la generosidad...50. Sin embargo, Ignacio habla también de una «caridad indiscreta». Así comenta William Peters este problema:
No convendría, dada la multitud y variedad de movimientos que se dan en la Iglesia de nuestros días, separar el discernimiento de mociones y el interés y el valor de la espontaneidad, íntimamente asociada a veces con el movimiento de renovación carismática. Con harta frecuencia se confunde la espontanei-
48 Nadal, Scholia in Const. (sobre el n. 209). Traducción del latín.
49 Ibíd., (sobre el número 582).
50 Cfr. Gal 5.
Apuntes Ignacianos 76 (enero-abril 2016) 40-66 caridad»48. La «discreta caridad» viene a ser entonces para Nadal «el afecto guiado por aquella prudencia que recibimos en Cristo como gracia propia de nuestro Instituto»49.
Osuna Gil, S.J.
dad con la moción del Espíritu Santo, como si fuera una efusión del mismo Espíritu, «quod demonstrandum est»... En sus relaciones con otras personas (Ignacio) había podido observar con pena, cómo incluso en la Iglesia, algunos santos se habían extraviado, llegando a extremos lamentables y desastrosos. Nos referimos a los inquisidores, muchos de los cuales se guiaban por el amor a la Iglesia, se movían por el vehemente deseo de conservar la doctrina en toda su pureza y ni siquiera ponían en duda que sus mociones proviniesen de Dios. Hoy podemos ver las cosas con mayor claridad. Ignacio sabía que el discernimiento no resultaba más fácil, pero sí mucho más urgente, en una época en que los cristianos estaban expuestos a una gran complejidad de mociones, que ejercían una poderosa atracción por el influjo del Renacimiento y de la Reforma y la Contrarreforma. Sabiduría, cautela, prudencia y vida de oración, forman la base del discernimiento ignaciano de las muchas mociones a que se halla expuesto el hombre»51.
Al hablar de la consolación sin causa precedente, en la que es propio del Creador «entrar, salir, hacer moción en el alma, trayéndola toda en amor»52. San Ignacio advierte, sin embargo, que la persona espiritual
Debe con mucha vigilancia y atención mirar y discernir el propio tiempo de la actual consolación del siguiente... porque en este segundo tiempo, por su propio discurso, o por el buen espíritu o el malo, forma diversos propósitos y pareceres... que han de ser mucho bien examinados antes de que se les dé entero crédito, ni que se pongan en efecto53.
LA MISERICORDIA, EN EL CORAZÓN DEL DISCERNIMIENTO
El amor de Dios presente y actuante en el mundo, con el cual el discernimiento nos lleva a coincidir y cooperar, se revela ante todo como misericordia y ternura de Dios, especialmente inclinada hacia los más débiles y los pequeños. El papa Juan Pablo II lo expresa con riqueza de pensamiento:
En el cumplimiento escatológico, la misericordia se revelará como amor, mientras que en la temporalidad, en la historia del hombre –que es a la vez historia de pecado y de muerte– el amor debe revelarse ante todo como misericordia y actuarse en cuanto tal; ...precisamente porque existe el pecado en el mundo,
51 William a. Peters, S.J., Op. cit., p. 537-538.
52 Ejercicios Espirituales 330.
53 Ibíd., 336.
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al que Dios amó tanto... que le dio su Hijo unigénito, Dios que «es amor» no puede revelarse de otro modo si no es como misericordia54.
Jesús vino a hacer visible esa cercanía de Dios con los pobres y los pequeños. Se hizo sacramento de la misericordia, ungido y volcado por el Espíritu sobre toda miseria humana para sanarla. La compasión, o mejor, la misericordia, lo llevaron constantemente a tomar decisiones en favor de los enfermos y pecadores que encontraba en su camino. La misericordia fue para él un principio permanente de discernimiento, corno se percibe en sus milagros y en sus parábolas55, El hace siempre lo que ve hacer al Padre; y su Padre es el Dios de los pobres, el Dios que se acordó de su misericordia de generación en generación, desbaratando los proyectos de los soberbios, destronando a los poderosos de sus tronos, despidiendo a los ricos con las manos vacías, para levantar a los humildes y colmar de bienes a los hambrientos56.
La moción fundamental del Espíritu, su carisma más
excelente, nos conduce, pues, a ser portadores del amor-misericordia
A sus discípulos les exigió «que a su vez se dejasen guiar en su vida por el amor y la misericordia. Esta exigencia forma parte del núcleo mismo del mensaje mesiánico y constituye la esencia de ethos evangélico. El Maestro lo expresa bien, sea a través del mandamiento definido por él como «el más grande», bien en forma de bendición, cuando en el discurso de la montaña proclama: «Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia»57. El programa de seguimiento de Jesús se concentra en «ser misericordiosos como el Padre es misericordioso»58.
La moción fundamental del Espíritu, su carisma más excelente, nos conduce, pues, a ser portadores del amor-misericordia. Hacernos misericordiosos, solidarios, a ejemplo de Jesús, especialmente con los más pobres y desheredados, será una constante de discernimiento, particularmente en nuestras opciones por la justicia. El grito de los pobres, que sentimos alzar-
54 Juan Pablo II, Carta Encíclica Dives in Misericordia, V, 8. VII, 13.
55 Cfr. Mt 9: 36; 14: 14; 20, 34; Mc 6: 34; 8: 2; Lc 7: 13; 10: 33; 15: 20.
56 Cfr. Magníficat, Lc 1: 47ss.
57 Juan Pablo ii, Carta Encíclica Dives in Misericordia, II, 3.
58 Lc 6: 36.
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Javier Osuna Gil, S.J.
se más acuciante que nunca, como un clamor claro, creciente, impetuoso y en ocasiones amenazante, desde el fondo de su indigencia personal y de su miseria colectiva, es «una llamada insistente a una ‘conversión de la mentalidad y de los comportamientos’ en particular para vosotros que seguís ‘más de cerca’ a Cristo en su condición terrena de anonadamiento», dice Pablo VI a los religiosos59. Y añade: «Y entonces, ¿cómo encontrará eco en vuestra existencia el grito de los pobres»60, trazando a continuación todo un programa de discernimiento sobre nuestras actitudes y compromisos, guiado por la misericordia.
La misericordia está en el corazón del discernimiento desde tres ángulos principales:
¾ Como motivación, que nos saca de nosotros mismos rompiendo la dureza de nuestro corazón y «abriéndonos a nuestra propia carne» para sensibilizamos ante el dolor del hermano y acudir a solidarizamos, compartir y aun convivir con él. El samaritano que iba de viaje llegó hasta donde estaba el hombre asaltado por los bandidos «y al verlo, sintió compasión y se acercó». Fue la misericordia la que lo sacó de sí mismo –mientras el sacerdote y el levita hicieron un rodeo– y lo llevó a hacerse prójimo del hombre tirado en el camino;
¾ Como acompañante y continuo punto de referencia que nos dicta el talante de nuestras acciones y nos lleva a proceder con los mismos sentimientos de Cristo Jesús. No sólo nos indica lo que debemos hacer sino también como hacerlo en el espíritu de las bienaventuranzas. Porque sin este amor-misericordia todo nuestro quehacer será como campana ruidosa o platillos estridentes. En cambio, guiados constantemente por ella, actuaremos con paciencia y afabilidad, sin envidia ni jactancia, con decoro, sin buscar nuestro propio interés, sin irritamos ni tomar en cuenta el mal, no simpatizando con la injusticia sino alegrándonos con la verdad disculpando, confiando, esperando, soportando siempre61;
59 Pablo vi, Exhortación Apostólica Evangélica Testificatio 17. Cfr. Puebla 87-89.
60 Ibíd., 18.
61 Cfr. 1 Cor 13: 1ss.
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«Reconocer» el Amor para entregarle nuestra libertad
¾ Como trascendencia de un mero trabajo por la justicia, conduciéndonos más allá, hacia una justicia superior que apunta «a la liberación integral del hombre, que es la ciudad de Dios-con-nosotros»62 en la plena comunión y participación de hermanos reconciliados y sentados a la mesa del Padre común para compartir solidariamente los bienes de la creación.
Conclusiones
Al final de estos puntos de reflexión sobre el discernimiento cabe una descripción del mismo, formulada por el P. Arrupe y utilizada por él mismo en diversas ocasiones. Descripción que hizo suya el nuevo P. General en su reciente carta sobre la recepción de la CG 33 por la Compañía.
El mero recoger e interpretar los datos acerca de los hechos, por más que sea esencial, no es todavía hacer el discernimiento; hablando con propiedad, es una reflexión hecha en la oración sobre la realidad humana –que hemos tratado de captar lo más clara y objetivamente posible– a la luz de la fe, y teniendo el siguiente objetivo: modelar nuestras vidas y orientar nuestras acciones respecto a tal realidad sólo y únicamente según lo indique el Espíritu63.
Esta descripción abarca, a mi manera de ver, las modalidades que tiene el discernimiento según los diversos tiempos y modos de elección propuestos en el texto de los Ejercicios. En realidad, la «indicación» del Espíritu puede captarse, según san Ignacio, en tres diversos tiempos:
¾ Cuando Dios mueve y atrae la voluntad tan clara y fuertemente, que la persona no duda ni puede dudar en seguir «lo que le es mostrado». Aun en este primer tiempo se requiere un discernimiento para tener la certeza de que se trata de una moción divina;
62 P. Peter-Hans KolvenbacH, S.J., Homilía en Río de Janeiro y Caracas, octubre 1984.
63 Pedro arruPe, s.J., La Iglesia de hoy y del futuro, Bilbao 1982, 322. Cfr. también en el mismo libro, pág. 72 y 651. El P. KOLVENBACH, al hacer suya esta descripción, la modifica un poco: «Es una reflexión, en oración, sobre la realidad humana concreta, percibida lo más clara y objetivamente Posible, a la luz de la fe, en el Espíritu y en su Iglesia, para introducir en las exigencias apostólicas inamovibles del carisma propio de la Compañía, las orientaciones de futuro, a las que llama el Espíritu, en y para su Iglesia
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¾ El discernimiento, en su momento más característico, se da en este «segundo tiempo», es decir, cuando se logra suficiente claridad y conocimiento de la moción divina por experiencia de consolaciones y desolaciones y de discreción de los varios espíritus que mueven a la persona;
¾ La tercera modalidad, a la que Ignacio apela sólo cuando no se ha logrado discernir en los tiempos anteriores, por no tener el espíritu agitado por diversas mociones, discierne el querer divino con el ejercicio de las potencias naturales, tranquila y libremente. Aun en este «tercer tiempo», la persona ha de pedir a Dios que quiera «mover» su voluntad y «poner» en su alma lo que debe hacer, discurriendo luego, bien y fielmente con el entendimiento y eligiendo conforme a la «sanctísima y beneplácita voluntad». Y una vez terminada la deliberación, debe ir la persona con mucha diligencia a la oración, delante del Señor, y ofrecerle lo que ha decidido para que Ella «reciba y conforme». Esta confirmación, que por lo demás termina todo proceso de discernimiento, se busca a través de consolaciones, hasta encontrar «un juicio pleno y una voluntad suave y libre», en la paz y gozo del Espíritu, para hacer lo que se ha decidido64.
También Pablo VI en Octogesima Adveniens invita a las comunidades cristianas al discernimiento, señalando los grandes elementos del proceso, que la CG 32 recomienda a los jesuitas:
Frente a situaciones tan diversas, nos es difícil pronunciar una palabra única, como también proponer una solución con valor universal... Incumbe a las comunidades cristianas analizar con objetividad la situación propia de su país, esclarecerla mediante la luz de la palabra inalterable del Evangelio, deducir principios de reflexión, normas de juicio y directrices de acción... A estas comunidades cristianas toca discernir, con la ayuda del Espíritu Santo, en comunión con los obispos responsables, en diálogo con los demás hermanos cristianos y todos los hombres de buena voluntad, las opciones y los compromisos que conviene asumir para realizar las transformaciones sociales, políticas y económicas que se consideren de urgente necesidad en cada caso65.
64 Cfr. Ejercicios Espirituales 175-178. 180, 183.
65 Pablo VI, Carta Apostólica Octogésima Adveniens 4. Cfr. CG 32, Decreto 4, 73.
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«Reconocer» el Amor para entregarle nuestra libertad
El discernimiento no es, pues, una técnica ni un método de deliberación puramente prudencial. Tampoco es un apéndice de nuestra vida espiritual. Ni un recurso extraordinario sólo para momentos muy trascendentales de nuestra vida; si bien en esas decisiones más cruciales se requiera un proceso más acurado, con el recurso a todos los medios enseñados en el texto de los Ejercicios. El discernimiento es una experiencia espiritual que pertenece a la práctica misma del seguimiento de Jesús y que ha de acompañar y dictar nuestras opciones y nuestro talante cristiano aun en los asuntos más pequeños de nuestra vida y de nuestro trabajo. En ninguna cosa, por minúscula que sea, podemos escapar de preguntarnos qué le agrada al Señor; y en todas ellas podemos esperar que Él nos dé a sentir su voluntad.
Es, por lo demás, fruto de una larga escuela de oración y contemplación, de experiencia de Jesús, en la que vamos adquiriendo el «sensus Christi» que nos permitirá «sentirlo» y «reconocerlo» en todas las personas y acontecimientos como por connaturalidad.
Requiere, por lo mismo, una específica formación espiritual para discernir, en la que entran: la oración en forma de Contemplación para alcanzar amor, a fin de aprender a buscar y hallar a Dios-amor en todas las cosas y estar unidos con El en la acción; la contemplación de la persona de Jesús, prototipo de todo discernimiento; el examen constante, entendido como lo describimos anteriormente; un entrenamiento para sentir, discernir y reconocer mociones, bajo la guía de un experto director; y la práctica real de discernimiento, apoyada y estimulada por superiores y formadores, que deberían propiciar oportunidades para que los jóvenes tomen decisiones por este medio. Pero sobre todo se requiere una gran humildad para comprender que discernir no es una manera expedita de aprisionar la voluntad de quien es el Inmenso e Incomprensible, el Dios siempre mayor, que nos interpela en forma novedosa e insospechada y a quien podemos experimentar solamente en la medida en la que graciosamente se nos quiera comunicar, tocándonos, moviéndonos, poniendo deseos, para usar el lenguaje ignaciano. En una palabra, el discernimiento es simplemente para buscar la más fiel y recta respuesta, en un paso concreto, a lo que sentimos que el Señor quiere de nosotros aquí y
El discernimiento es una experiencia espiritual que pertenece a la práctica misma del seguimiento de Jesús
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ahora. No podemos estar seguros de cuál es su voluntad precisa, y su ruta nos es desconocida. Sabemos que trabaja calladamente en nosotros para hacemos hijos en el Hijo y que lucha con paciencia contra las resistencias que le opone el pecado que habita en nosotros. Caminamos paso a paso en la fe, como Abraham, que obedeciendo a la indicación de Dios salió para el lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba. Corremos la aventura, «fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe»66; atentos, como El, a lo que hace el Padre en nosotros y en la historia: conducidos, como El, por su Espíritu, el amor que «no nos deja escapatoria»67. Y «reconociendo» el Amor, le entregamos nuestra libertad para que se sirva de ella como quiera. Es tan sencillo lo que nos declara el discernimiento como lo que explicó el profeta Miqueas a Israel que preguntaba lo que debía hacer para aplacar al Señor: ¿Un millar de cameros? ¿Diez mil arroyos de aceite? ¿Mi primogénito?:
Hombre, ya te he explicado lo que está bien, lo que el Señor desea de ti: tan sólo practicar la justicia, amar con ternura y caminar humildemente con tu Dios68.

66 Hebr 11: 8. 12: 2.
67 2 Cor 5: 14 (Charitas Christi urget nos)
68 Miq 6: 8.
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El Discernimiento
ESPIRITUALIDAD DE SEGUIMIENTO DE JESÚS, CONDUCIDOS POR EL ESPÍRITU, PARA MAYOR GLORIA DE DIOS1
Me propongo desarrollar el tema de la espiritualidad del discernimiento haciendo una reflexión teológica en unos pocos puntos:
1. El discernimiento como espiritualidad trinitaria;
2. El discernimiento como contemplación para «reconocer» el Amor y entregarle nuestra libertad;
3. El examen como praxis para descubrir cómo acontece Dios en nuestra vida y cómo respondemos a su acción;
4. El discernimiento como actitud espiritual;
5. La misericordia, clima de todo discernimiento.
Voy a enunciar brevemente la reflexión sobre cada punto, dejando espacio para su profundización en la oración y en el compartir comunitario. Remito a los lectores a un artículo mío, con el título: «Reconocer» el Amor para entregarle nuestra libertad».
1 Publicado en Reflexiones CIRE, Vol XII, 3-4 (julio-diciembre 1986) 79-93.
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UNA ESPIRITUALIDAD TRINITARIA
No debemos pensar que el discernimiento es un apéndice de nuestra espiritualidad, un complemento importante aunque marginal en nuestra vida cristiana. El discernimiento pertenece a las entrañas mismas de la espiritualidad cristiana. Es, en síntesis, la práctica del seguimiento de Jesús, conducidos por el Espíritu, para anunciar y hacer realidad el reinado del Padre. Reinado de Dios en nuestra propia vida personal, en nuestro trabajo apostólico, en el proceso histórico de nuestros pueblos.
En el discernimiento está comprometida nuestra relación con el Dios que nos reveló Jesús, Dios de la vida y del amor, Dios creador, cuya voluntad es que todos tengamos vida en abundancia por medio de su Hijo; Dios rico en misericordia, protector de los pobres y de los pequeños.
Jesús se nos propone en primer lugar como camino de nuestra propia vida, pionero y consumador de la fe. Puestos los ojos en él, estamos invitados a «correr con fortaleza la carrera que tenemos por delante, dejando a un lado todo lo que nos estorba y el pecado que nos enreda, renovando las fuerzas de nuestras manos cansadas y de nuestras rodillas debilitadas para buscar el camino derecho, para que sane el pie que está cojo y no se tuerza más»2.
En el discernimiento está comprometida nuestra relación con
el Dios que nos reveló Jesús
Jesús es el servidor del Padre. Enviado al mundo, no para realizar un proyecto personal suyo, sino el proyecto (la voluntad) de su Padre: que todos tengamos vida y que la vida nos desborde. Toda la vida de Jesús, el alimento que la sustenta, se sintetiza en esta tarea de anunciar y hacer realidad ese designio amoroso del Padre al que él llama «el reinado de Dios»: su cercanía misericordiosa, como un río formidable cuya corriente sanea y trae vida a cuanto baña3.
Sus discípulos hemos sido convocados a compartir la misma misión, a ser con El y como El, servidores del reinado de Dios y su justicia.
2 Hebr 12: 1, 12.
3 Cfr Ez 47.
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El Padre es así glorificado por este servicio de Jesús y de nosotros, sus seguidores. La gloria del Padre consiste en que todos tengamos plenitud de vida. Es esto a lo que Jesús llama el proyecto, el designio, la voluntad del Padre. Que no consiste en un proyecto eterno y arcano que debamos descubrir trabajosamente, sino que es más bien su mismo actuar creador y re-creador en la historia y en el corazón de los hombres. Una voluntad que se descubre, por lo tanto, en la historia misma, donde Dios acontece amorosamente, sin cesar, silenciosamente. «Mi Padre trabaja siempre y yo también trabajo»4. Jesús no hace nada por su propia cuenta.
Su vida se despliega en un continuo «mirar lo que hace el Padre» para hacerlo también él. Está seguro de que el Padre lo ama y le muestra siempre lo que hace. Este es su incesante discernimiento. Los Evangelios nos lo muestran en estrecha comunicación con su Padre, a solas en oración, particularmente en los momentos de sus grandes opciones, como en los días de las tentaciones del desierto, antes de elegir a los doce, la víspera de prometer la eucaristía, en la transfiguración o en el momento de preguntarles qué piensan de él. El Padre es la brújula de todas sus acciones: lo que hace su Padre.
Al terminar su vida, Jesús puede dirigirse a Dios diciendo: «Y o te he glorificado aquí en el mundo, pues he llevado a cabo lo que me mandaste hacer: dar vida eterna a los que tú me diste»5. La gloria de Dios, expresada bellamente por San Ireneo con aquella frase tan conocida: «gloria Dei, vivens homo» e interpretada por Monseñor Romero: «la gloria de Dios es que el pobre viva», esa gloria de Dios, ha sido la pasión de Jesús y el sentido exclusivo de su vida. Por ella se volcó hacia las multitudes desprovistas de vida y de esperanza que encontró por sus caminos. Él no se entendió a sí mismo más que como sacramento del Dios rico en misericordia. Hizo presente al Padre como amor y misericordia. Y el Dios que «habita una luz inaccesible» se nos manifestó en su «filantropía»6 mediante esta revelación de Cristo. Pudimos «verlo especialmente cercano al hombre, sobre todo cuando sufre, cuando está amenazado en el núcleo mismo de su existencia y de su dignidad»7. Esta presencia de la gloria del Padre entre los hombres, fue manifiesta en primer lugar con aquellos «carentes de medios de subsistencia, los privados de libertad,
4 Jn 5: 17.
5 Ibíd., 17: 4, 2.
6 Tit 3: 4.
7 Juan Pablo II, Dives in misericordia 2.
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Osuna Gil, S.J.
los ciegos que no ven la belleza de la creación, los que viven en aflicción de corazón o sufren a causa de la injusticia social y finalmente los pecadores». Se hizo patente «en el contacto con el sufrimiento, la injusticia, la pobreza; en contacto con toda la ‘condición humana’ histórica, que de distintos modos manifiesta la limitación y la fragilidad del hombre»8.
Todo esto lo realizó Jesús ungido por el Espíritu. Fue así como hizo su presentación mesiánica en la sinagoga de Nazaret, proclamándose enviado por el Padre con la fuerza de ese Amor-misericordia, para anunciar la buena nueva a los pobres. La unción del Espíritu lo hizo conmoverse en sus entrañas ante el dolor de su pueblo, ante las multitudes carentes de pastor, ante los ciegos, los paralíticos, los pecadores. San Pedro pudo resumir su vida ante Cornelio con aquellas hermosas palabras: «Dios llenó de poder y del Espíritu Santo a Jesús de Nazaret y pasó haciendo el bien y sanando a todos los que sufrían bajo el poder del diablo»9.
Este Espíritu de amor-misericordia es el don del Padre y del Hijo para «llevar a plenitud su obra en el mundo». Conducida por el Espíritu, la Iglesia toda y cada uno de los seguidores de Jesús, recibimos la inspiración, el consejo y la fuerza para continuar la misión de Jesús. Prometido por Jesús como «compañero» que estaría siempre con nosotros y en nosotros, como «maestro» que nos conduciría hasta la verdad completa, como «memoria viviente» de Jesús, como «intérprete» que nos indicaría lo que fuera sucediendo, como «fuerza» de testimonio en medio de un mundo que nos odiaría como al Maestro, el Espíritu es quien nos apremia (la caridad de Cristo no nos deja escapatoria) y nos orienta para acertar en todos nuestros discernimientos y para asegurar nuestra fidelidad en el seguimiento de Jesús para gloria del Padre. Es El quien va llevando en la historia el ritmo del Proyecto del Padre, anunciado por Jesús y continuado por nosotros.
En el discernimiento tenemos, pues, una espiritualidad trinitaria, que nos relaciona de manera muy específica y particular con las tres personas divinas: con el Padre para glorificarlo, dando vida: dejando que la vida nos penetre a nosotros a través de la acción vivificante del Espíritu y comunicando vida a nuestros hermanos, en todas sus dimensiones. Con el Hijo, como
8 Ibíd., 3.
9 Hch 10: 38.
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colaboradores del Servidor del reino, haciendo de nuestra vida un servicio como el suyo. Y con el Espíritu, en docilidad total a su unción, a fin de que ese servicio sea un auténtico seguimiento de Jesús y una realización verdadera del querer del Padre. La ley fundamental de nuestra vida sería pues, la interior ley del amor que el Espíritu escribe e imprime en nuestros corazones y que tenemos que discernir continuamente entre las múltiples y ambiguas solicitaciones que asaltan nuestro espíritu.
EL DISCERNIMIENTO, CONTEMPLACIÓN PARA RECONOCER EL AMOR
Para quienes han hecho los Ejercicios de San Ignacio es suficientemente conocida la «contemplación para alcanzar amor» con que ellos usualmente culminan. Esta contemplación no es otra cosa que una síntesis de la espiritualidad de buscar y hallar a Dios en todas las cosas, de la unión con Dios en la acción.
La espiritualidad del discernimiento está orientada a buscar y encontrar al Dios actuante en la vida
Hemos dicho cómo Jesús, buscó y encontró a su Padre en el retirado silencio de la oración, en las montañas, al amanecer, especialmente en los momentos cruciales de sus opciones. Allí el Padre que tanto lo amaba, le mostraba «lo que El hacía», para que Jesús también lo hiciera. Pero igualmente nos enseñó Jesús que a su Padre no sólo se le encontraba en la oración retirada. Él lo encontró a cada paso de su vida. Todo le hablaba del reinado de su Padre: el grano de mostaza, la levadura que fermenta una masa, la mujer que busca angustiosamente una moneda, unos niños que jugaban en la plaza, unas bodas, la multitud de enfermos que yace junto a una piscina. Jesús era un contemplativo en la acción. Sabía escrutar los signos de los tiempos para descubrir el ritmo de su Padre y actuar en consecuencia. Vivió siempre en diálogo con la realidad desde la que el Padre le hablaba y le dictaba su voluntad. Esta fue la estructura básica de su discernimiento.
A Dios se le encuentra en la vida, en los acontecimientos, en la historia. Porque es allí donde acontece su actuar creador, donde realiza incesantemente su voluntad, su designio salvífico. Por eso la espiritualidad del discernimiento está orientada a buscar y encontrar al Dios actuante en la
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Osuna Gil, S.J.
vida, que se transparenta y se manifiesta en toda realidad, en todo acontecimiento y desde allí nos cuestiona y nos interpela.
Podríamos resumir, con San Ignacio, en cuatro aspectos o perspectivas esa presencia actuante del Amor en la realidad: en primer Jugar, es un Amor que se da siempre, un don total y continuo para el hombre. «Dios coopera en todas las cosas, para el bien de los que lo aman»10. En cualquier acontecimiento nuestro, bueno o malo, gratificante o frustrante, podemos descubrir el Amor que actúa dando vida, rescatando al hombre de las fuerzas de muerte que lo asedian. En segundo lugar, es un Amor siempre presente, que nos invade totalmente, que sustenta nuestra vida: «en verdad no está lejos de cada uno de nosotros. Porque en El vivimos, nos movemos y existimos»11. El salmo 139 expresa bellamente esta presencia íntima y amorosa de Dios, de la que no podemos escapar. Israel comprendió muy bien que su Dios era un guardián fiel, que velaba sobre la nación las veinticuatro horas del día:
¡Nunca permitirá que resbales! ¡Nunca se dominará el que te cuida! No, él nunca duerme; nunca duerme el guardián de Israel12.
En tercer lugar, es un Amor laborioso. «Se habet ad modum operantis», decía San Ignacio. Se porta como un obrero, que está sirviendo humildemente al hombre, su creatura privilegiada. El Padre, con su misteriosa providencia sobre el mundo y la historia; el Hijo con su vida hecha servicio, fatiga, sufrimiento Y muerte; el Espíritu, huésped del alma, fuente incesante que salta hasta la vida eterna. El salmo 65 cantó poéticamente a este Dios trabajador: ahora como ingeniero que mantiene firmes las montañas con su poder y su fuerza y que contiene el mar impetuoso; ahora como sencillo jardinero que empapa los surcos de la tierra y nivela sus terrones, hace crecer los trigales y reverdecer los pastos. Finalmente, es un Amor que se transparenta a través de la creación y nos deja señales de su presencia y de su acción en todas las creaturas y en los acontecimientos. Por eso llama la Sabiduría «faltos de inteligencia» a todos los hombres que vivieron sin conocer a Dios.
A pesar de ver tantas cosas buenas, no reconocieron al que verdaderamente existe... si con la belleza de esos seres tanto se encantaron que llegaron a
10 Cfr. Rom 8: 28.
11 Hch 17: 27-28.
12 Sal 121.
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tenerlos por dioses, deberían comprender que mucho más hermoso es el Señor de todos ellos, pues él, el autor de la belleza fue quien los creó... pues partiendo de la grandeza y de la belleza de lo creado se puede reflexionar y llegar a conocer a su creador13.
El discernimiento está enderezado a buscar y a encontrar esta presencia de Dios que se transparenta y manifiesta en los acontecimientos de la vida. La realidad, la historia, no son sólo un lugar para poner en práctica esa voluntad buscada y hallada en el retiro de la oración. Son lugar hermenéutico para descubrirla. Contemplar al Dios Amor que actúa en la historia «reconocerlo» para entregarle toda nuestra libertad. Es ahí donde coloca San Ignacio la oración del «Tomad, Señor y recibid»: «pedir conocimiento interno de tanto bien recibido, para que yo, «enteramente reconociendo, pueda en todo amar y servir a su divina majestad... como quien ofrece afectándose mucho»14. Dios tomando nuestra libertad, ofrecida incondicionalmente, la hace coincidir con la suya, creadora y vivificante.
Amor
El discernimiento es, pues, una contemplación en la vida para reconocer entre todos los complejos movimientos del mundo y de la historia, la corriente vivificante del Amor que los baña y para tirarnos en ella para recorrer el mismo camino de ese amor que da vida a todas las cosas. En síntesis, cada discernimiento no es otra cosa que reconocer por dónde va el Amor («ver lo que hace el Padre») para caminar en esa dirección. Estar unidos con Dios en la acción es vivir al unísono con el Amor de Dios; así como estar distraído de esa unión es caminar en contravía del Amor.
No se niega aquí la importancia y la necesidad de la oración retirada para el discernimiento. Pero se le da un lugar de interpretación, de profundización y enriquecimiento del encuentro realizado en la vida, de las mociones experimentadas en la praxis cotidiana. Gracias a este discernimiento, convertido en coherencia de vida, nos vamos identificando con el Amor y, por lo tanto, haciendo de nuestra vida: don de nosotros mismos para los demás, presencia continua para ellos («hacernos prójimos», especialmente sensibles al dolor de los pobres), amor laborioso y transparencia de Dios.
13 Sab 13: 1ss.
14 Ejercicios Espirituales 234. Cada discernimiento no es otra cosa que reconocer por dónde va el
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EL EXAMEN, PRAXIS PARA DESCUBRIR EL ACONTECER DE DIOS EN NOSOTROS
En el artículo del P. Darío Restrepo: «Tiempos fuertes y tiempo cotidiano del discernimiento espiritual», que aparece en este mismo número, se hace una reflexión más pormenorizada del examen cotidiano. No obstante, quiero poner aquí unas cuantas líneas de reflexión que sirvan como aperitivo para entender mejor lo que él dice, así como para completar la temática del presente artículo sobre la espiritualidad del discernimiento. Tanto en el acontecer diario de nuestra vida como en el retiro de la oración, «se causan» en nuestro espíritu, usando el lenguaje ignaciano, diversas mociones de consolación y desolación, de alegría, temor, generosidad, miedo, turbación, agresividad. Es preciso examinar el origen de tales mociones, en el retiro de la reflexión, para poder desentrañar la «unción» del Espíritu que nos conduce y nos inspira para un seguimiento fiel de Jesús. De allí la importancia de este tiempo de reflexión o examen al que San Ignacio daba una importancia tal que eximía a veces de la oración a los enfermos y débiles, pero jamás del examen. El examen nos va a permitir ver cómo acontece Dios en nuestra vida, cómo nos va conduciendo el Señor por medio de su Espíritu. Es continuación de cuanto acabamos de decir sobre nuestra vida como una continua contemplación para reconocer el Amor. El examen es el momento fuerte en que tomamos mayor conciencia de esa presencia del Amor y la discernimos entre otras solicitaciones que se causan en nuestro espíritu. ¿Cómo se ha manifestado el Amor de Dios sobre mí hoy, en este pedazo de mi jornada que examino? ¿Cómo he percibido el actuar creador de Dios en mí y en cuanto me rodea? ¿Ha pasado desapercibida para mí esa presencia actuante? ¿Le he sabido responder dócilmente?
Este examen comienza con un reconocimiento agradecido de ese acontecer del Amor en mí. ¿Cómo se ha dado, cómo se ha hecho presente, cómo ha trabajado, cómo se ha transparentado? Siguiendo las cuatro características de la contemplación para alcanzar amor. Conocimiento agradecido, porque toma también conciencia de la gratuidad de ese amor, que actúa muchas veces a pesar de mi insensibilidad, de mi indiferencia y de mi pecado. Que se da totalmente gratis.
En un segundo momento debo pedir luz para discernir ese Amor y para comprender cómo le he respondido. El discernimiento es un don; no
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podemos ni reconocer la presencia del Espíritu de Jesús, ni saber cómo hemos respondido, si no es con la gracia. «Nadie puede venir a mí si el Padre no lo trae»15. No es un simple razonamiento, sino una penetración para conocer las cosas del Espíritu, lo que solo podemos hacer si tenemos dentro de nosotros la «sensatez» (la mente) de Cristo16.
Entonces se pasa al examen propiamente tal, que es la propia tarea del discernimiento, el «reconocimiento» del Espíritu entre todas las mociones, y la sincera confrontación con nosotros mismos para ver si hemos acatado al Espíritu o al pecado que habita en nosotros. Aquí aparecerán los datos positivos y negativos: del influjo del Espíritu y de la acción deletérea del pecad o que ha obstruido la acción creadora del amor.
El momento siguiente es el de la conversión al amor. Dar gracias por lo positivo y pedir perdón por lo negativo. La conversión ha de traducirse en una praxis para retomar el camino del Espíritu del que me he distraído, realizando mí proyecto personal y no el de Dios del reino. Aquí es donde el examen se transforma en un instrumento de inmensa ayuda para mantenernos unidos con Dios en la acción.
EL DISCERNIMIENTO COMO ACTITUD ESPIRITUAL
Lo que quisiera mostrar aquí es que el discernimiento no es una técnica o un proceso, ni un instrumento muy útil para descubrirlo que Dios quiere de nosotros e n un momento dado de nuestra vida. Es verdad que tiene un proceso, una técnica, una dinámica, que hay que aprender en la práctica. Pero por todo lo que hemos dicho podemos comprender que en su esencia es algo más: es una actitud del espíritu. Una manera de ser propia del cristiano, que lo lleva a actuar siempre consultando el querer de Dios bajo la conducción del Espíritu, es decir, del Amor-misericordia de Dios.
Como actitud espiritual, que se identifica con la vida de Jesús, ungido por el Espíritu, es algo que crece y madura. Es el resultado de una intensa vida espiritual, de una íntima experiencia de Dios que nos da la capacidad de descubrir con cierta connaturalidad y espontaneidad la voz del Señor dentro
15 Jn 6: 44.
16 Cfr. 1 Cor 2: 14-16.
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Fruto de un largo caminar, nadie puede pretender que una persona o una comunidad, simplemente armados de una técnica aprendida en un curso o seminario, esté en capacidad de emprender un proceso de discernimiento. Tanto las personas como las comunidades han de someterse a un paciente proceso de crecimiento espiritual, propio de toda otra tarea en la vida cristiana. Hacemos, por ejemplo, votos de pobreza, castidad y obediencia. Pero ellos, más que una promesa de guardar fidelidad, son un penoso caminar de pecadores detrás de Cristo, tratando de llegar a ser pobres, vírgenes, obedientes como él. Es un camino de empobrecimiento, de virginización, de identificación con el proyecto del Padre: «Sigo mi carrera por ver si alcanzo a Cristo, ya que él me alcanzó a mí primero»17.
En el capítulo quinto de la carta a los Hebreos, leemos este reclamo a los cristianos:
Ustedes son lentos para entender. Al cabo de tanto tiempo ya deberían ser maestros; en cambio, necesitan que se les expliquen de nuevo las cosas más sencillas de las enseñanzas de Dios. Han vuelto a ser tan débiles, que en vez de comida sólida, tienen que tomar leche. Y los que se alimentan de leche son como niños de pecho, incapaces de juzgar rectamente. La comida sólida es para los adultos, que con la práctica tienen una sensibilidad entrenada para distinguir lo bueno de lo malo18
La carta habla de una sensibilidad entrenada a base de la praxis. Una capacidad connatural de reconocer la voz del Señor entre muchas otras voces. Como hablaba Jesús de sus ovejas:
Así como mi Padre me conoce a mí y yo conozco a mi Padre, así también yo conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mi... Las ovejas me siguen porque reconozco en mi voz19.
17 Flp 3: 12.
18 Hebr 5: 11-14.
19 Jn 10: 14-15, 4.
Apuntes Ignacianos 76 (enero-abril 2016) 67-82 de nosotros. Es una finura espiritual que nos permite «tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús», en frase de San Pablo; el «sensus Christi», como solía decir el P. Arrupe.
Saber distinguirlo que es del Señor y lo que no es; cosa que, por lo demás, todos tenemos experiencia de haber hecho en muchas circunstancias de nuestra vida.
Para alcanzar esta madurez, esta sensibilidad y connaturalidad, es preciso crecer en el amor, es decir, compenetrarnos del Espíritu de Jesús. Y esto, ante todo, es un don que ha de ser pedido con insistencia. San Pablo oraba en este sentido por los cristianos de Filipos:
Y esto pido en mi oración: que su amor crezca todavía más y más en penetración y en sensibilidad para todo; así podrán ustedes escoger siempre lo mejor y vivir una vida limpia y no habrá nada que reprocharles cuando Cristo regrese, pues ustedes presentarán una abundante cosecha de buenas acciones gracias a Jesucristo, para honra y gloria de Dios20.
Un cristiano, dice Pablo en otro lugar, a los Corintos, es un hombre que tiene el don del Espíritu, la sensatez de Cristo, para discernir. Pero esto no es otra cosa que un don:
Solamente el Espíritu de Dios sabe lo que hay en Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para que entendamos las cosas que Dios en su bondad nos ha dado. Hablamos de estas cosas con palabras que el Espíritu de Dios nos ha enseñado, y no con palabras que hayamos aprendido por nuestra propia sabiduría... El que no es espiritual no acepta las cosas que son el Espíritu de Dios, porque para él son tonterías. Y tampoco .las puede captar porque hay que juzgarlas con el criterio del Espíritu. Pero aquel que tiene el Espíritu puede juzgar todas las cosas y nadie lo puede juzgar a él. Pues la Escritura dice: «¿quién conoce la mente del Señor, para poder darle lecciones?» Sin embargo, nuestro modo de pensar es el de Cristo21.
Gracias a que hemos recibido este don (el nous, la mente, de Cristo) podemos discernir, podemos acertar en nuestras opciones, movidos por el mismo Espíritu de Jesús que ha llenado con su amor nuestro corazón22. Por eso, cuando el Espíritu nos mueve, podemos reconocer por connaturalidad su acción amorosa en nosotros, que nos unge como a Jesús, para pasar por el mundo haciendo el bien y sanando toda dolencia. Pero se trata de un don
20 Flp 1: 9-11.
21 1 Cor 2: 11-16.
22 Cfr. Rom 5: 5.
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que hemos de alimentar en nosotros, cultivarlo Y hacerlo creer, de tal manera que adquiramos un «sentido» espiritual, instrumento que nos permitirá captar en cada momento la acción del Espíritu. Tal es el sentido de la oración de San Pablo que acabamos de citar. Hemos de tener un corazón limpio para no extinguir, ni acallar la voz del Espíritu. José María Castillo S.J. recogiendo toda esta línea de pensamiento, describe así el discernimiento:
El discernimiento cristiano consiste en una experiencia original y profunda (estrictamente personal). La experiencia del amor cristiano. Este amor, que invade la vida afectiva del creyente, hace brotar en el hombre una sensibilidad y un conocimiento penetrante (Flp 1: 9-10) que descubre, con una cierta connaturalidad y espontaneidad, lo que agrada al Señor... este descubrimiento no se hace a partir de un código o reglamento legal, que se aplica a la situación concreta (no se trata, por consiguiente del mecanismo de una deducción racional), sino a partir de la experiencia de la acción del Espíritu en la propia conciencia23.
Habla de una experiencia estrictamente personal. Nadie puede discernir por nosotros. El que tiene el Espíritu es capaz de enjuiciarlo todo y nadie lo puede enjuiciar. Aunque se precisa la ayuda de personas que tengan una experiencia espiritual y que nos adviertan sobre la autenticidad de nuestro discernimiento, como puede ser un superior o un asesor espiritual. Experiencia estrictamente personal aun tratándose del discernimiento comunitario, puesto que en comunidad se busca el consenso, la comunión en torno a la voluntad de Dios, percibida a través de la experiencia personal de quienes están juntos discerniendo lo que sienten en el Señor sobre un problema.
Es la experiencia cristiana del amor, que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu. Es cuanto hemos dicho antes: una experiencia que consiste en «reconocer» el amor que nos unge y nos apremia, invadiendo la vida afectiva del creyente.
El discernimiento va, pues, en una línea afectiva, no es una deducción racional. Y de ahí el peligro de reducir el discernimiento al tercer tiempo de elección, por razones en pro y en contra, que propone san Ignacio cuando no se puede descubrir lo que Dios quiere por experiencia de mociones de consolación y desolación, y que es sólo un recurso final.
23 José María Castillo S.J., El Discernimiento cristiano. Por una conciencia crítica, (Verdad e Imagen 87), Salamanca 1984, 152.
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Es la presencia del Espíritu que produce en mí sus frutos de gozo, paz, alegría, generosidad, fortaleza, dominio propio; que hace brotar en mí una sensibilidad y un conocimiento penetrante para descubrir con cierta connaturalidad y espontaneidad lo que agrada al Señor.
Pero para poder descubrir esta voz del Espíritu es necesario tener una escala de valores y unos criterios auténticamente evangélicos. Los valores del mundo, con los cuales frecuentemente discernimos sin damos mucha cuenta, nos llevan a distorsionar nuestros discernimientos. Una persona que tiene como criterios de discernimiento el éxito, el prestigio, el poder, la riqueza, la comodidad, no posee instrumentos para discernir lo que agrada al Señor y fácilmente se autoengaña tomando y consagrando como voluntad del Señor lo que no es otra cosa que el fruto de su propio egoísmo, de su ideología.
Es la presencia del Espíritu que produce en mí sus frutos de gozo, paz, alegría, generosidad, fortaleza, dominio propio
De ahí que San Pablo advierta a los romanos: «No se dejen modelar por los esquemas de este mundo: renuévense o vayan transformándose con la nueva mentalidad, para que sean capaces de discernir la voluntad de Dios, lo que es bueno, lo que le es grato, lo perfecto»24. Solamente en la medida en que nos dejamos transformar por la nueva mentalidad, que es el espíritu de las bienaventuranzas, estaremos capacitados con criterios evangélicos para discernir la voluntad del Señor. Allí está lo que Mario Gutiérrez s.j., llama la piedra de toque de la autenticidad de nuestra fe.
LA MISERICORDIA, CLIMA DE TODO DISCERNIMIENTO
Este último punto corre el riesgo de abundar demasiado en cuanto se ha dicho, pero puede ser una conclusión de todo.
Voy a hablar de la misericordia y voy a hacerlo desde la perspectiva en que habla de ella el Papa Juan Pablo II en su hermosa encíclica Dives in misericordia.
24 Rom 12: 2.
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Jesús, sobre todo con su estilo de vida y con sus acciones, ha demostrado cómo en el mundo en que vivimos está presente el amor, el amor operante, el amor que se dirige al hombre y abraza todo lo que forma su humanidad. Este amor que se hace notar particularmente en el contacto con el sufrimiento, la injusticia, la pobreza; en contacto con toda la «condición humana» histórica, que de distintos modos manifiesta la limitación y la fragilidad del hombre, bien sea física, bien sea moral. Cabalmente el modo y el ámbito en que se manifiesta el amor es llamado «misericordia» en lenguaje bíblico... En el cumplimiento escatológico, la misericordia se revelará como amor, mientras que en la temporalidad, en la historia del hombre –que es a la vez historia de pecado y de muerte– el amor debe revelarse ante todo como misericordia y actuarse en cuanto tal25.
La misericordia es la revelación, en Jesús, del amor creador y vivifican te del Padre en una historia marcada por el sufrimiento y el pecado. Es un amor que se hace solidario con el hombre disminuido o amenazado en su existencia, para ofrecerle la vida. No es una compasión benevolente ofrecida desde arriba, que humilla a quien es objeto de misericordia. Es un amor humilde, que se agacha, que tiende la mano, un amor tierno y generoso. Es el amor que llenaba a Jesús y que lo volcaba sobre los pobres y desheredados de su pueblo. Es el Espíritu del que estaba ungido para anunciar la buena nueva a los pobres.
Este amor lo experimentó Israel como ternura y fidelidad de Dios con su pueblo. Fue un amor liberador que no se olvidó de la alianza a pesar de la infidelidad del pueblo y de su idolatría. En el Nuevo Testamento, la comunidad cristiana experimenta ese amor también en la persona de Jesús, sacramento de la misericordia del Padre: el amor compadecido que vino a ofrecer vida y abundancia de vida allí donde había muerte, sufrimiento, marginación y condena. El amor-misericordia, expresado tan bellamente en Jeremías y en Oseas como un «darle un vuelco el corazón, conmoverse las entrañas de Dios»26 aparece en cada página del Evangelio: es Jesús compadecido de los ciegos, de la viuda de Naím, de las multitudes abandonadas, del paralítico de la piscina, de los leprosos que le piden compasión. Es el amor del buen samaritano, desviando su camino, mientras hacían un rodeo el sacerdote y el levita; es el amor del Padre al regreso de su hijo pródigo.
25 Juan Pablo II, Dives in Misericordia 3 y 8.
26 Jer 31: 30 y Os 11: 8.
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El mismo amor ha sido derramado en nuestros corazones. Es el amor que inspira nuestros discernimientos y nos mueve a actuar con los mismos sentimientos de Cristo Jesús. Si estamos ungidos por el mismo Espíritu con que Jesús fue llevado a anunciar la buena nueva a los pobres, a dar vista a los ciegos, a liberar a los cautivos, a proclamar la libertad a los oprimidos, será la misericordia la que ha de dirigir en primer lugar nuestros discernimientos. Y esto tiene una validez especial para nuestros discernimientos cristianos en un continente marcado por la injusticia y la opresión. Porque quien nos mueve es el Espíritu de misericordia, de libertad y de vida. Como cristianos, discípulos y seguidores de Jesús, nuestra misión es continuar la suya, siendo portadores de misericordia, mensajeros de un Evangelio que es mensaje de libertad y fuerza de liberación.
La misericordia es, pues, una moción del Espíritu que actuará continuamente sobre nosotros, especialmente en todo lo referente a la opción preferencial por los pobres, en el compromiso con la justicia y con la liberación. Ella nos llevará a esa conversión a la que nos llaman los obispos en Puebla: asumir la causa de los pobres como si fuera nuestra propia causa, la causa de Cristo. Y una moción a la que hemos de ser especialmente sensibles, porque será la manifestación más patente del Espíritu en nosotros.
Un mal discernimiento hicieron el sacerdote y el levita que haciendo un rodeo evitaron al hombre tirado en el camino. No los movía el amor-misericordia y obraron sobre ellos mociones que les parecieron más importantes, quizás el temor a la impureza legal La mente de Jesús era diametralmente opuesta. El enseñó a «impurificarse» acercándose al leproso para limpiarlo, a un leproso proscrito higiénica, social y religiosamente. Denunció la hipocresía de quienes pagan el impuesto de la menta, del anís y del comino, pero no hacen caso de la enseñanza más importante de la ley que es la justicia, la misericordia y la fidelidad. Y proclamó un Dios que se complace en que seamos compasivos y no en que ofrezcamos sacrificios27 .
Somos hijos del Espíritu y debemos actuar guiados por el Espíritu. Este Espíritu es el amor-misericordia del Padre, Espíritu de amor, de alegría, de paz, de generosidad, de cordialidad, de paciencia, de comprensión.
27 Mt 23: 23. 9: 13.
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Como clima de todo discernimiento, la misericordia ha de ser inspiración, guía y meta de nuestras búsquedas de la voluntad de Dios. Como inspiración, será el amor que nos sensibilice ante el dolor del hermano y sacándonos de nuestra frialdad nos permita «abrir el corazón a nuestra propia carne» y hacernos prójimos de los hermanos predilectos de Jesús, desde los cuales él nos cuestiona e interpela28. Como guía de nuestros discernimientos, nos dictará continuamente el talante evangélico de nuestras acciones, nos examinará sobre la ternura y la justicia, nos enseñará que lo que agrada al Señor es que practiquemos la justicia, amemos con ternura y caminemos humildemente con nuestro Dios29. Como meta, será un amor que nunca conoce límites, que estará siempre apremiándonos para actuar con los mismos sentimientos de Jesús hasta identificarnos con él y con sus hermanos más pequeños. Este amor-misericordia se expresará en nosotros con el tercer grado de amor que señala San Ignacio al Ejercitante como clima ideal para su elección: estar identifica-dos con Jesús pobre y humillado; «ser puestos con el Hijo». Ideal que el actual General de los Jesuitas ha presentado a sus compañeros, en esta hora de la historia, invitándolos a hacer de él una súplica insistente: «La petición de Ignacio de ser puesto con el Hijo, escuchada en La Storta, se convierte en la oración de la Compañía de ser puesta con aquellos que encarnan la predilección de Jesucristo, en y para su Iglesia»30. Oración que no se agota en los jesuitas, que tiene todo su sentido para los cristianos de este continente a la hora de la opción preferencial por los pobres, y que se confunde con la petición de Pablo por los cristianos de Filipos: que crezca más y más nuestro amor en penetración y en sensibilidad, para que podamos conocer la interpelación del Espíritu de amor y misericordia que nos vuelca hoy, como a Jesús, a tomar partido por los pobres, a solidarizarnos con ellos y a ponernos generosamente en su servicio. Fundamental criterio de discernimiento para concretizar las opciones que nos exige hoy la Iglesia para ser auténticos cristianos en el presente y en el futuro de América Latina.
La misericordia ha de ser inspiración, guía y meta de nuestras búsquedas de la voluntad de Dios
28 Cfr. Puebla 31ss.
29 Miq 6: 8.
30 Peter-Hans KolvenbaCH, S.J., Carta sobre la recepción de la CG 33: Información S.J., 96 (marzoabril 1985) 43.
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El Discernimiento
Apostólico en Común
REFLEXIONES PARA ACOMPAÑAR LA LECTURA DE LA RECIENTE CARTA DEL P. GENERAL DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS1
or vocación, la Compañía asume la opción preferencial por los pobres. Pero tendrá que pasar por un período de aprendizaje y de experimentación real en todos los sectores de su actividad apostólica. Porque la Compañía, como la Iglesia, aun aprobando el compromiso por la justicia al servicio de la fe, no conoce aún todas las consecuencias concretas que se derivarán de él para el ministerio pastoral, para el sector de la educación y también para la actividad social. Tendrá que sopesar incesantemente la autenticidad de sus tentativas y búsquedas, de sus experiencias y esfuerzos por avanzar en el camino que la Iglesia nos señala en sus documentos más recientes2.
Período de aprendizaje y experimentación, desconocimiento de las consecuencias futuras que tendrá la opción por los pobres y por la justicia, necesidad de sopesar incesantemente los diversos pasos del camino. En pocas palabras, la Compañía tendrá que empeñarse en los años futuros en un serio discernimiento apostólico que nos compromete a todos como cuerpo.
1 Publicado en Reflexiones CIRE, Vol. XIII, 1 (enero-abril 1987) 51-68.
2 Así escribía el 3 de marzo de 1985 el P. Kolvenbach a toda la Compañía de Jesús. Peter-Hans KolvenbacH, S.J., Carta sobre la recepción de la CG. XXXIII: Información S.J. 96 (marzo-abril 1985), 42.
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En este esfuerzo por comprender y realizar en nuestra vida y en nuestro trabajo todas las implicaciones del compromiso por la justicia y por la causa de los pobres «la petición de Ignacio de ser puesto con el Hijo… se convierte en la oración de la Compañía de ser puesta con aquéllos que encarnan la predilección de Jesucristo, en y para su Iglesia»3. Nuevamente se expresa aquí la necesidad de un caminar orante y atento para captar cómo nos va poniendo el Padre, mediante la unción del Espíritu, más y más cerca de nuestros hermanos más pobres.
Las palabras del P. General me evocan aquellas de Nadal con las que describía la búsqueda humilde y dócil de Ignacio en su camino hacia la fundación de la Compañía:
El tiempo que permaneció en París no sólo lo dedicó a estudios literarios, sino que simultáneamente encaminó su ánimo donde el Espíritu y la vocación divina lo conducían: a la fundación de una orden religiosa. Aunque con singular docilidad seguía al Espíritu que lo conducía, no se le adelantaba. De este modo era llevado con suavidad a donde no sabía, porque para entonces ni siquiera pensaba en la fundación de una orden; y sin embargo, poco a poco se le abría el camino y lo iba recorriendo sabiamente imprudente, poniendo con simplicidad su corazón en Cristo4.
Así desea el P. General que camine la Compañía: en búsqueda orante, con voluntad dispuesta a dejarse conducir por el Espíritu hacia donde está Jesucristo, identificado con los rostros muy concretos de hombres y mujeres que sufren, y cuestionándonos e interpelándonos desde ellos5.
Esta es la apremiante tarea Que se nos impone. Una actitud de discernimiento apostólico en común «indispensable para el apostolado de la Compañía... sin la cual todo el proceso de discernimiento, elaborado por la CG anterior se desvanece… Lo que no se integre en este movimiento del Espíritu, desaparecerá; la obra apostólica que se integra en él por el discernimiento apostólico, prolongando así la elección de los Ejercicios, sellará la incorporación de la Compañía a la acción pascual del Señor, muerto para resucitar»6.
3 Ibíd., p. 43.
4 nadal, Diálogos 17; FN II, 252.
5 Cfr. Puebla 31.
6 Peter-Hans KolvenbacH, S.J., Carta sobre la recepción de la CG. XXXIII. Op. cit., p. 43-45.
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Sólo pocos días antes el P. General había invitado a un grupo de superiores a formar comunidades de discernimiento «porque solo de esta manera podremos vivir el Evangelio, vivir verdaderamente el carisma ignaciano»7.
La preocupación del P. General por poner en práctica la voluntad de tres Congregaciones Generales de la Compañía, ha sido una de las notas características de su gobierno desde los primeros días. Acerca del discernimiento «La CG 31 ha afirmado su necesidad, la CG 32 habla del método de discernimiento, y finalmente la última CG habla de la actitud habitual para el discernimiento»8, explicaba.
No nos extraña, pues, que recientemente se haya vuelto a dirigir a toda la Compañía con una larga carta sobre el discernimiento apostólico en común, para apremiarla a ponerse «en estado de discernimiento» y para estimularla a crecer en esta actitud espiritual.
Hay una conciencia creciente de la importancia espiritual y apostólica del discernimiento
La Carta, que es una reflexión sobre las respuestas dadas por toda la Compañía acerca de la situación real del discernimiento como práctica habitual de búsqueda de la voluntad de Dios sobre nuestra vida y trabajo, procede según el conocido método de observación de la realidad, reflexión a la luz del Evangelio y del carisma ignaciano y proyección hacia la práctica.
La primera parte se extiende en una revisión del camino y recorrido en estos años por toda la Orden para redescubrir, comprender y practicar un instrumento de búsqueda de la voluntad de Dios que pertenece al núcleo de su carisma. Hay una conciencia creciente de la importancia espiritual y apostólica del discernimiento y en toda la Compañía se realizan experiencias válidas, si bien imperfectas. Pero subsisten dificultades, inquietudes y cuestionamientos que su puesta en práctica ha suscitado, sobre todo en relación con la integración del discernimiento comunitario en la forma propia de gobierno de la Compañía y en el ejercicio de la autoridad. Algunos se preguntan si cierto modo de ser del jesuita y ciertas características de nues-
7 Ibíd., p. 50.
8 Ibídem.
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tras comunidades reales no hacen imposible la práctica del discernimiento apostólico en común.
No me voy a detener en esta primera parte, cuya simple lectura personal o comunitaria ayudará muchísimo para que todos reconozcamos nuestra propia situación en este proceso de crecimiento, los interrogantes y obstáculos que nos plantea concretamente el discernimiento en nuestra vida real. Es a partir de este examen como podremos todos aprovechar mejor el contenido de las reflexiones y las orientaciones prácticas de la segunda y tercera Parte de la carta.
Aclarando conceptos
En la segunda parte, una primera reflexión se centra sobre la expresión que titula la Carta: El discernimiento apostólico en común.
Y ante todo, una precisión terminológica. Hasta hace poco no había mucha claridad acerca del contenido de algunas expresiones relativas al discernimiento. Discreción de espíritus, discernimiento, deliberación, se tomaban con frecuencia como términos con contenidos diferentes. La «discreción de espíritus» hacía referencia a la pericia en detectar y analizar las diversas mociones, de consolación y desolación, causadas en el alma, para acoger las del buen espíritu, siguiendo las reglas que para ayudar en esta tarea propuso san Ignacio en el texto de los Ejercicios. La discreción de espíritus sería, pues, una parte del proceso de búsqueda de la voluntad divina, más propia para el segundo tiempo de elección, por conocimiento de consolaciones y desolaciones. La «deliberación» sería el método de discernimiento utilizado para el tercer tiempo de elección, por valoración de razones en pro y en contra; tiempo «tranquilo» sin agitación de espíritus. En este sentido se habla de la Deliberación de los primeros padres para la fundación de la Compañía, en 1539, contraponiéndola equivocadamente, como método de búsqueda por razones, a la discreción de espíritus propuesta en la elección de los Ejercicios. Para otros, la deliberación sería el momento final del discernimiento: la toma de determinaciones. Finalmente, el discernimiento espiritual, había llegado a ser en la práctica un método de búsqueda orante de la voluntad de Dios por razones en pro y en contra. La práctica de discernir mociones para encontrar la unción del Espíritu, había casi desaparecido.
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El P. General hace una precisión muy importante, llamando la atención sobre el uso del término en las últimas Congregaciones Generales, que de esta manera establecen una gran claridad para la intelección y el uso actualizado de tales términos en la Compañía.
El discernimiento, aclara el P. General, no se limita a la discreción de espíritus según las reglas ignacianas, sino que «se extiende a todo lo que él designa cuando habla del proceso de las «elecciones» que, por lo demás, coincide con la finalidad misma de los Ejercicios definida en el n. 1 de libro: buscar y hallar la voluntad de Dios».
El discernimiento es, pues, la búsqueda de la voluntad de Dios siguiendo el proceso indicado por los Ejercicios (nn. 169-189: preámbulo para hacer elección): disposición del corazón, purificación de intenciones, materia legible, tiempos y modos para hacer elección. O si se quiere, comprende desde el n. 135, llamado por san Ignacio «preámbulo para considerar estados». Momento que el ejercitante «juntamente contemplando» los misterios de la vida de Jesús, utiliza para comenzar «a investigar y a demandar en qué vida o estado se quiere servir Dios de él», y que comprende las meditaciones de Dos Banderas, Tres Binarios y la consideración de los grados o maneras de humildad. Estas tres piezas de los Ejercicios constituyen otros tantos procesos para disponer el sujeto del discernimiento, mediante la verificación de los auténticos criterios evangélicos con que se debe discernir, la libertad de afectos desordenados que puedan empañar la búsqueda y desvirtuarla, y la adhesión del corazón para buscar una identificación mayor con Jesús.
El discernimiento es, pues, la búsqueda de la voluntad de Dios siguiendo el proceso indicado por los Ejercicios
Advierte el P. General que el discernimiento abarca tanto la búsqueda por mociones como por razones, y los tres tiempos diversos de hacer elección.
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EL DISCERNIMIENTO EN LAS
CONGREGACIONES GENERALES
Lo más importante sobre el discernimiento que han dicho las tres últimas Congregaciones Generales probablemente sea lo contenido en el Decreto 2 de la CG. 32 sobre la identidad del jesuita en nuestro tiempo. El jesuita realiza su misión «en Compañía», dice. «Pertenece a una comunidad de amigos en el Señor». Esta comunidad es el cuerpo total de la Compañía, dispersa por todo el mundo. Y cada comunidad local es simplemente la expresión concreta de esa fraternidad extendida por el mundo que es la Compañía. La comunidad en la Compañía tiene algunas características peculiares: es comunidad apostólica, contemplativa; comunidad para la dispersión; koinonia; comunidad de discernimiento:
Las misiones, a que son enviados los jesuitas individualmente o en grupo, no nos eximen de discernir juntos la manera y los medios de realizar estas misiones. Esta es la razón de que abramos nuestras mentes y corazones a nuestros superiores y de que nuestros superiores, a su vez, formen parte en el discernimiento de nuestras comunidades, siempre en el común entendimiento que las decisiones finales recaen en aquellos que llevan el peso de la autoridad9.
Definida la Compañía como comunidad de discernimiento, todo su modo de proceder, su misión y la manera de realizarla, estarán siempre sometidas a una búsqueda orante de la unción del Espíritu, según lo establecido en las Constituciones: «Más que ninguna exterior constitución, la interior ley de la caridad y amor que el Espíritu Santo escribe e imprime en los corazones»10 ha de ayudar a conservar, regir y llevar adelante a la Compañía.
Es lo que hermosamente aconsejaba san Ignacio al P. Juan Nuñes, patriarca de Etiopía. Al finalizar una larga carta con instrucciones, le escribe: «Todo esto propuesto servirá de aviso; pero el Patriarca no se tenga por obligado de hacer conforme a esto, sino conforme a lo que la discreta caridad, vista la disposición de las cosas presentes y la unción del Santo Espíritu, que principalmente ha de enderezarle en todas cosas, le dictare»11. Consejo que
9 Congregación General 32, Decreto 2, 15-19.
10 Constituciones 134.
11 MHSI, Epp. 8, 690. Obras Completas de San Ignacio, BAC, tercera edición, p. 964.
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da también al P. Urbano Fernandes, recientemente nombrado rector del escolasticado de Coimbra:
Cuanto a lo que manda escribir de algunas como máximas para en lo que toca el gobierno, etc., yo no me hallo idóneo ni aun para decir de las mínimas; pero el Santo Espíritu, cuya unción enseña todas las cosas a los que se disponen a rescibir su santa ilustración, y en especial en lo que incumbe a cada uno de parte de su oficio, enseña a V.R; y espero lo hará, pues le da tan buena voluntad de acertar en lo que es mayor servicio suyo12.
La misma CG. 32 entiende el discernimiento como un proceso de reflexión, examen y revisión apostólica para descubrir las vías de acción apropiadas; proceso orante inspirado en la tradición ignaciana del discernimiento espiritual, que sigue las grandes líneas descritas por el Papa Pablo VI en la Octogesima Adveniens: experiencia, reflexión, opción, acción, en una constante interrelación, según el ideal del contemplativo en la acción13.
En esto la Compañía quiere seguir las orientaciones de la Iglesia y se inspira explícitamente en la enseñanza del Papa Pablo VI. En la Octogesima Adveniens el Papa, considerando la diversidad de situaciones en que se encuentran comprometidos los cristianos en el mundo, según las regiones, los sistemas socio-políticos y las culturas, invitaba a todas las iglesias a convertirse en órganos de discernimiento:
Incumbe a las comunidades cristianas analizar con objetividad la situación propia de su país esclarecerla mediante la luz de la palabra inalterable del Evangelio, deducir principios de reflexión, normas de juicio y directrices de acción… A estas comunidades cristianas toca discernir, con la ayuda del Espíritu Santo, en comunión con los obispos responsables, en diálogo con los demás hermanos cristianos y todos los hombres de buena voluntad, las opciones y los compromisos que conviene asumir para realizar las transformaciones sociales, políticas y económicas que se consideren de urgente necesidad en cada caso14
Y para obedecer esta invitación del pontífice, dirigida a toda comunidad cristiana, la Compañía vuelve a su carisma y desentraña el discernimiento, como su arma más apropiada para buscar el mayor servicio divino.
12 MHSI, Epp. 3,499-503. Obras Completas de San Ignacio (BAC 86), Madrid 61997, 891.
13 Cfr. Congregación General 32, Decreto 4, 71-74.
14 Pablo vI, Carta Apostólica Octogesima Adveniens 4.
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Ponerse la Compañía «en estado de discernimiento» y esforzarse por crecer en la práctica del discernimiento apostólico en común, como desea el P. General en su carta, no es otra cosa que responder a su condición de «comunidad de discernimiento» y asumir la tarea que Pablo VI señaló a toda comunidad cristiana en este momento de la historia. Para eso, la carta del P. General traza «la imagen de lo que cada jesuita debería tender a vivir, de lo que cada comunidad debería esforzarse por realizar, de cuál debería ser el papel del Superior y el proceso que debería seguir para realiza el discernimiento apostólico en común recomendado por las más altas autoridades de la Compañía».
La CG. 32, citando al P. Arrupe, habla igualmente de la «‘discreción espiritual en común’, como búsqueda corporativa de la voluntad de Dios desde una reflexión participada sobre los signos capaces de apuntar hacia dónde nos impulsa el Espíritu de Cristo»15. Aquí aparece el discernimiento como una interpretación de los signos de los tiempos, para descubrir en ellos cómo nos impulsa (nos unge) el Espíritu. Porque nadie debería engañarse pensando que automáticamente un signo de los tiempos es un signo de Dios, advertía el P. General a los superiores en Galloro.
Ciertamente es una señal, pero, para nosotros ¿qué quiere decir esta señal? Eso, el Señor lo deja al discernimiento que nosotros hagamos, con su Espíritu, con nuestros hermanos. Nuestra Iglesia parroquial está vacía. ¿Es un signo de los tiempos? ¡Entonces es normal! Pero ciertamente nosotros debemos decir algo, y también es normal que la comunidad se reúna para preguntarse: ¿qué quiere decir esto? Y no solamente a nivel humano, como se hace en una empresa, sino siempre con el Espíritu del Señor16
Es aquí donde la CG. 32 propone utilizar un método análogo al propuesto por san Ignacio para tomar una decisión personal en materia de importancia. Hay que dar un alcance comunitario al discernimiento de los Ejercicios, cosa que por lo demás no es nueva, ya que fue esto lo que hicieron los primeros padres en sus Deliberaciones de 1539.
Discernimiento comunitario, discreción espiritual en común, discreción comunitaria, son términos usados indistintamente para señalar este proceso de buscar juntos la voluntad de Dios, diferente de un simple diálogo comu-
15 Congregación General 32, Decreto 11, 21.
16 Peter-Hans KolvenbacH, S.J., Carta sobre la recepción de la CG. 33. Op. cit., p. 51-52.
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nitario y que se refiere más a materias de importancia y necesita verificar previamente una serie de requisitos para que la búsqueda sea acertada.
La CG. 33 pone el énfasis en una «actitud de discernimiento» apoyada en el examen la oración y el diálogo. Es el discernimiento comunitario y apostólico, «característico de nuestro modo de proceder» y que «brota de los Ejercicios y de las Constituciones»17. Tal actitud requiere la escucha atenta de la Palabra de Dios, el examen y deliberación según la tradición de N.S.P. Ignacio, la conversión personal y comunitaria para llegar a ser verdaderamente contemplativos en la acción, el esfuerzo por vivir la indiferencia y disponibilidad necesarias para poder encontrar a Dios en todas las cosas, y el cambio de las formas habituales de pensar mediante la constante integración de experiencia, reflexión y acción18.
Tal actitud puede fracasar si no se tienen en cuenta también cierta condiciones prácticas que han de ser cultivadas tanto en la formación inicial como en la permanente: una mayor inserción en la vida cotidiana de los hombres de tal manera que «los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias de los hombres de hoy, especialmente de los pobres y afligidos sean a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo; igualmente, abrimos a las nuevas formas de vida y de pensamiento, que nos obligan a cuestionar nuestras formas habituales de ver y de Juzgar; asimilación gradual de la pedagogía apostólica ignaciana; y finalmente, un análisis social y cultural fundado en el conocimiento objetivo de la realidad»19. Sin estas condiciones, la actitud habitual de discernimiento puede correr el riesgo de ser una búsqueda abstracta y alienada de la voluntad de Dios, una «espiritualización» de nuestras elecciones.
Nosotros, que muy frecuentemente nos encontramos aislados, corremos el riesgo de no poder entender la interpelación de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, estamos urgidos por la CG. 32 a acercarnos a los pobres para caminar paciente y humildemente con ellos para aprender en qué podemos ayudarles y poder llevarles a descubrir en el corazón de sus dificultades y de sus luchas, a Jesucristo viviente y operante por la potencia de su
17 Cfr. Congregación General 33, Decreto 1, 12.
18 Ibíd., 39-40.
19 Ibíd., 41.
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Espíritu. Será esta la única manera de hacer nuestras sus preocupaciones, sus temores y sus esperanzas20.
De este discernimiento, que es una actitud espiritual acompañada de un proceso de búsqueda, con unas condiciones muy precisas, habla el P. General como de algo «constitutivo de toda vida cristiana» y con «un puesto central en la espiritualidad ignaciana».
DISCERNIMIENTO EN COMÚN
A partir de las Congregaciones Generales, la Compañía ha ido comprendiendo que debe utilizar el discernimiento no sólo para las elecciones personales en tiempo de Ejercicios o fuera de ellos, sino también y particularmente para sus búsquedas comunitarias.
El P. General pone toda la fuerza de su Carta en que se trata de un discernimiento comunitario y apostólico. Y recuerda que es algo más que la puesta en común de una serie de discernimientos personales. El grupo mismo se convierte en «sujeto del acto mismo de discernir». El Espíritu actúa sobre la comunidad, que tiene consolaciones y desolaciones. Y recuerda cómo el P. Arrupe, en una Instrucción al comienzo de la CG. 32 subrayaba «la presencia activa (en medio de la comunidad que discierne) de espíritus opuestos»:
Nos es necesario reavivar desde la fe una lectura de este libro del mundo de hoy, que nos lleve a descubrir las profundas corrientes de pensamiento y praxis que actúan en él conformándolo, a discernir la ambivalencia de miles de fenómenos de vida que presenciamos y a identificar entre las fuerzas operantes la presencia activa de espíritus opuestos (Ef 6: 12)… descubriendo, como Jesucristo (cfr. por ejemplo, Lc. 13, 16; Mt. 13, 28; 16, 23; Lc 22, 3.31) los puntos neurálgicos de esta confrontación de espíritus21
La participación de toda la comunidad en esta búsqueda, de ninguna manera debilita el ejercicio de la autoridad. Al superior corresponde la toma de decisiones al concluir la búsqueda. Pero todos los miembros de la comunidad toman parte en la «preparación» de la decisión y así son co-creadores de ella.
20 Cfr. Congregación General 32, Decreto 4, 35, 49-50.
21 Congregación General 32, Alocución del P. General, El desafío del mundo y la misión de la Compañía, p. 290.
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Para la comunidad o grupo que busca en común la voluntad de Dios, dice el P. General, ha de preguntarse también en cuál de los tres tiempos de elección se encuentra, para discernir de acuerdo a las indicaciones dadas en los Ejercicios.
Una comunidad madura espiritualmente, con la práctica tiene una sensibilidad entrenada en discernir
Puede suceder que, pensando en el discernimiento en común, lo reduzcamos a un procedimiento correspondiente al tercer tiempo, en el cual ocupa más espacio la valoración de los diversos aspectos de una cuestión, sobre todo a nivel racional. Pienso que la mayoría de los discernimientos comunitarios que hacemos hoy en la Compañía se limitan a este tercer tiempo. Hacemos oración previamente, invocamos la luz del Espíritu Santo tratamos de estar en actitud de indiferencia y ponderamos los motivos según los criterios del Evangelio, de las Constituciones y decretos de las Congregaciones Generales. Pero nos enfrascamos en discusiones de prudencia humana valorando los pros y contras de las diversas alternativas, sin acudir a examinar las mociones de consolación y desolación que podamos experimentar como grupo en el curso del discernimiento.
El P. General recuerda que San Ignacio no excluía la posibilidad de una elección común según el primer tiempo, concretamente al atar de la elección del General: «Y si todos con común inspiración eligiesen a uno, sin esperar orden de votos, aquel sea el Prepósito General, que todas las órdenes y conciertos suple el Espíritu Santo, que los ha movido a tal elección»22. Y si es verdad que nunca se ha elegido General en la Compañía de esta manera, no es menos cierto que en ciertas materias puede una comunidad sentir la moción del Espíritu con toda claridad y evidencia hacia una opción. Una comunidad madura espiritualmente, que con la práctica tiene una sensibilidad entrenada en discernir23, puede encontrarse en situaciones en las que el «sensus Christi» indique con cierta connaturalidad lo que se debe hacer en un momento dado.
22 Constituciones 700.
23 Cfr. Heb 5: 14.
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No menos importante es que la Compañía se capacite para discernimientos según el segundo tiempo, «cuando se toma asaz claridad y conocimiento por experiencia de consolaciones y desolaciones, y por experiencia de discreción de varios espíritus»24. Parece haber sido éste el tiempo preferido y deseado por san Ignacio para toda elección, hasta el punto de que las elecciones por el tiempo «tranquilo», requerirían la búsqueda de confirmación divina por experiencias de segundo tiempo. Toda comunidad discerniente habrá de tener pericia, no sólo para valorar argumentos, sino también mociones.
DISCERNIMIENTO APOSTÓLICO
Pone énfasis el P. General en que el discernimiento es apostólico. Se podría decir que aquí no hay nada nuevo. Todo discernimiento en la Compañía, que es una comunidad apostólica, tiene que estar referido a la misión. Porque la Compañía está orientada hacia afuera, no hacia adentro, y su empeño se centra en el servicio que está llamada a prestar a los hombres25. Todo discernimiento, aun aquel que se hace personalmente y que se refiere más a la vida espiritual de cada jesuita, es en orden a la misión y por lo tanto apostólico. Se busca una identificación mayor con Jesús para poder colaborar más fielmente con El y como él en el servicio al anuncio del Reino de Dios.
Con todo, es importante la advertencia de que las Congregaciones Generales cuando hablan del discernimiento, no se refieren tanto a las elecciones que tienen que hacer el jesuita sobre su propia vida, o la comunidad sobre su estilo y ritmo de vida, sino directamente sobre la misión misma, su manera de realizarla. Discernimiento propio de toda obra apostólica, hecho entre jesuitas y también, en cuanto sea posible, con los laicos que colaboran en las obras.
Sobre la importancia de este discernimiento apostólico he citado ya al Papa Pablo VI en Octogesima Adveniens. El Documento de Puebla en el preámbulo a las opciones preferenciales, trae también un bello texto que convendría reflexionar en este momento: «El Espíritu del Señor impulsa al Pueblo de Dios en la historia a discernir los signos de los tiempos y a descubrir en los más profundos anhelos y problemas de los seres humanos el plan de Dios
24 Ejercicios Espirituales 176.
25 Cfr. Congregación General 32, Decreto 2, 17.
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sobre la vocación del hombre en la construcción de la sociedad, para hacerla más humana, justa y fraterna»26.
Si el discernimiento es un instrumento central de nuestro carisma y pertenece a lo más profundo de nuestra espiritualidad, no solamente deberíamos ser maestros en el arte de discernir la voluntad de Dios para nosotros, como discípulos de Jesús o como comunidad misionera. Uno de nuestros más importantes ministerios habría de ser también el de ayudar a todos los hombres a adquirir pericia en el discernimiento espiritual, como camino para todas sus opciones.
Precisamente, los obispos en Puebla al reflexionar sobre la Iglesia dicen que debería ser «la escuela donde se eduquen hombres capaces de hacer historia, para impulsar eficazmente con Cristo la historia de nuestros pueblos hacia el Reino»27 . Y presentan como modelo de esta formación a Jesús:
En El culminó la sabiduría enseñada por Dios a Israel. Israel había encontrado a Dios en medio de su historia. Dios lo invitó a forjarla juntos, en Alianza. Él señalaba el camino y la meta, y exigía la colaboración libre y creyente de su Pueblo. Jesús aparece igualmente actuando en la historia de la mano de su Padre... Como el Padre es el protagonista principal, Jesús busca seguir sus caminos y sus ritmos. Su preocupación de cada instante consiste en sintonizar fiel y rigurosamente con el querer del Padre. No basta conocer la meta y caminar hacia ella. Se trata de conocer y esperar la hora que para cada paso tiene señalada el Padre, escrutando los signos de su Providencia. De esta docilidad filial dependerá toda la fecundidad de la obra28
Forjar hombres capaces de hacer historia por medio de un entrenamiento en el discernimiento espiritual, que siguiendo la estructura del discernimiento de Jesús permita conocer y sintonizar fielmente con el querer del Padre, es una dimensión ineludible del discernimiento apostólico, que todos los jesuitas deberíamos asumir.
26 Puebla 1128.
27 Ibíd., 274.
28 Ibíd., 276-277.
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UNA COMPAÑÍA EN ESTADO DE DISCERNIMIENTO
De la reflexión sobre el discernimiento apostólico en común a la luz del carisma ignaciano, pasa el P. General a trazar las condiciones que requiere la compañía para crecer en su capacidad de discernir y a indicar un camino práctico tanto para las personas como para la construcción de comunidades discernientes y para los superiores. Finalmente indica los elementos y etapas que se han de seguir en un proceso de discernimiento apostólico en común.
Reuniendo el conjunto de los textos que sobre el discernimiento han producido las Congregaciones Generales y las enseñanzas del P. Arrupe, el P. General quiere «sacar una imagen de lo que cada jesuita debería tender a vivir, de lo que cada comunidad debería esforzarse por realizar, de cuál debería ser el papel del Superior y el proceso que se debería seguir para realizar el discernimiento apostólico en común».
No requiriendo especial reflexión esta parte, dada la precisión y claridad de su desarrollo, me limitaré a hacer una síntesis, a manera de guión de lectura, que nos ayude a su reflexión particular y comunitaria.
1. Exigencias personales:
Ante todo, crecer en libertad. El hombre del discernimiento es una persona que endereza su vida en seguimiento de Jesús, bajo la conducción del Espíritu, para mayor gloria del Padre. «El régimen del Espíritu de la vida te ha liberado del régimen del pecado y de la muerte… ya no procedemos dirigidos por los bajos instintos sino por el Espíritu... El Espíritu de Dios habita en ustedes... hijos de Dios son todos y solo aquellos que se dejan conducir por el Espíritu» nos enseña san Pablo en la Carta a los Romanos29. «El Espíritu del Señor nos llamó a la libertad y no podemos dejarnos atar de nuevo al yugo de la esclavitud. Pero esta libertad –agrega la CG 33–, tal como se nos enseña en los Ejercicios Espirituales (136-147), es absolutamente inseparable de la pobreza, e imposible sin ella»30.
29 Rom 8: 1-17.
30 Congregación General 33, Decreto 1, 23.
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El camino del discernimiento es, pues, un camino de «hacernos pobres» mediante un incesante proceso de desprendimiento y abnegación de los afectos desordenados, de los criterios y esquemas del mundo, y de opción por los caminos del tercer grado de humildad, para no desear otra cosa que identificamos con Jesús pobre y humilde, servidor de los pobres. Esta es la verdadera libertad que nos permitirá discernir con un corazón limpio («el ojo de nuestra intención debe ser simple») e ir «derechos a Dios en lugar de pretender «que Dios venga derecho a (nuestras) afecciones desordenadas».
«No se amolden a los esquemas de este mundo, enseñaba Pablo, sino váyanse transformando con la nueva mentalidad, para ser capaces de discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, conveniente y acabado»31.
El discernimiento es un camino de «hacernos pobres» mediante un proceso de desprendimiento y abnegación de los afectos desordenados
A esta libertad se accede, como enseñan los Ejercicios, mediante la práctica de la oración personal, el examen de conciencia y la dirección espiritual.
En segundo lugar, armonizar trabajo y reflexión. Esta es la situación de la persona verdaderamente contemplativa en la acción, unida a Dios en el trabajo. La contemplación para alcanzar amor nos muestra precisamente cómo vivir en esta actitud de encuentro con Dios en todas las cosas, partiendo de una visión de la realidad en la que sabemos «reconocer» la presencia del Amor vivificante que colabora en todas las cosas para el bien de los que lo aman. De esta manera nos liberamos, tanto de una oración abstracta y alienante, como de un activismo desgastador. Esta reflexión sobre la realidad supone «la importancia del conocimiento y conciencia histórica de la realidad humana y social en la que se desarrolla el compromiso apostólico», para permitirnos captar lo más objetivamente esa realidad sobre la que queremos hallar la voluntad de Dios.
En tercer lugar, integración en el cuerpo de la Compañía. Lo cual supone un diálogo fraterno con aquellos con quienes comparte su vida y su trabajo y la apertura sincera a superiores y directores espirituales. Esta integración es tanto más importante cuanto el jesuita está comprometido en misiones más
31 Rom 12: 1-2.
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aisladas o en situaciones y estructuras ajenas a la fe. En tales circunstancias «tanto más debe reforzar su identidad religiosa y su unión con todo el cuerpo de la Compañía por medio de la comunidad local»32. El P. General invita a superar toda forma de individualismo, olvido de los demás, intolerancias, y a radicarse en el cuerpo de una Compañía ampliamente diversificada.
2. La construcción de la comunidad:
Siguiendo las líneas del decreto 2 de la CG 32, se trata de construir una comunidad apostólica, para la dispersión, pero verdadera koinonia, y una comunidad discerniente.
Toda comunidad debe tender a hacer nacer y crecer una comunión de espíritus y una vida común que fomente la amistad en el Señor. La confianza, el interés mutuo, el respeto, el intercambio y la colaboración, serán las características de esta amistad.
Ha de propiciarse «un cierto estilo de vida comunitaria en el que se pueda vivir una actitud permanente de búsqueda de fidelidad a la voluntad de Dios».
No siempre será posible que la comunidad reúna las serias condiciones exigidas para un proceso completo de discernimiento. Será un ideal hacia el que toda comunidad debe crecer, guiada por su superior. Pero en el camino, podrá siempre vivir experiencias de búsqueda, con elementos de discernimiento que serán «camino de preparación progresiva para un tal estado de vida comunitaria». Para ello se recomienda la oración compartida en comunidad, intercambios de fe sobre la base de experiencias vividas en común, la revisión de vida, la evaluación de los trabajos apostólicos y el examen de conciencia ignaciano aplicado a los trabajos apostólicos por una comunidad.
3. El papel del Superior:
Ha tenido que preocuparse el P. General por resolver algunas inquietudes planteadas por el discernimiento respecto al ejercicio de la autoridad y al estilo de gobierno de la Compañía.
32 Congregación General 33, Decreto 1, 33.
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¿Es realmente jesuítico el discernimiento apostólico en común, como manera de gobernar propiamente nuestra? Parece que las Constituciones no hablan sobre él ni se encuentra en nuestra historia una práctica semejante de gobierno. ¿No se debilita el ejercicio de la autoridad, tendiendo a convertir la Compañía en una comunidad capitular? Parece como si muchos superiores no encontraran su papel en la práctica del discernimiento. ¿Cómo decidir en sentido contrario a la mayoría sin temor de parecer ir contra el Espíritu? ¿Cómo mantener decisiones jerárquicas, según la concepción ignaciana de la autoridad, ante la tendencia a una «práctica democrática»?.
Ya la CG. 32 había hablado del papel que corresponde al Superior en el discernimiento comunitario: debe fomentar las disposiciones requeridas por la comunidad y las personas; convocar el discernimiento y definir la materia; de tomar parte activa en él como vínculo de unión, y tomar la decisión final, a la luz del discernimiento realizado, pero con toda libertad porque la comunidad discerniente no es en la Compañía un cuerpo deliberativo o capitular, sino sólo consultivo, cuya función consiste en ayudar al Superior en su determinación33.
Ahora el P. General retoma casi literalmente esta orientación de la CG. El discernimiento no pone límite alguno al ejercicio de la autoridad. Por el contrario, le ofrece una ayuda valiosa para su gobierno en la «preparación de las decisiones».
El superior en la Compañía tiene un encargo y una misión específica en el cuerpo y en particular una responsabilidad de ayudarlo a crecer en el discernimiento sobre su apostolado. Si todo jesuita debe vencer obstáculos en el camino del discernimiento, también el superior puede encontrar dificultades y limitaciones. Por eso se traza para él «la imagen del superior» que quiere invitar a una comunidad o grupo apostólico a discernir en común.
Ante todo se exige de él una disposición y una práctica habitual del discernimiento, un conocimiento de la situación socio-cultural en la que se desarrolla el trabajo apostólico, sentido del diálogo personal y comunitario. El deberá conducir el discernimiento y exigir las condiciones propias para que se realice auténticamente, preparará los datos e informaciones necesa-
33 Cfr. Congregación General 32, Decreto 11, 24.
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rias, procurará la unidad del grupo y al tomar las decisiones buscará abrir el grupo apostólico al conjunto del cuerpo de la Compañía.
En una comunidad que discierne, el hecho de que todos hayan tomado parte en la creación de la decisión, permitirá que más fácilmente se asuma la opción y se consiga la humanidad para la acción.
4. Elementos y etapas del discernimiento apostólico en común:
Todo discernimiento habrá de tener un primer momento de preparación. Tanto los agentes del discernimiento como la materia sobre la cual se discierne necesitan ser acondicionados.
La materia ha de ser bien definida, explicitando claramente las alternativas. Esta determinación irá acompañada de un análisis suficiente de la realidad que permita captar la materia lo más objetivamente posible, con mediación de las ciencias humanas y el conveniente recurso a personas expertas que puedan ayudar sin ninguna clase de presión o manipulación.
Los sujetos del discernimiento han de apropiarse las condiciones exigidas para entrar en un auténtico proceso de búsqueda de la voluntad de Dios en común. Y ante todo, la libertad o indiferencia, buscada a través de las meditaciones de Dos Banderas, Binarios y tres maneras de humildad.
La comunidad requerirá una madurez espiritual, oración y diálogo, distensión, respeto, libertad y generosidad.
Seguirá un segundo momento de reflexión orante. Cada uno procurará iluminar la materia de discernimiento con la Palabra de Dios. Hay que meter el Evangelio en la realidad y dejarle que hable. Igualmente se examinará a la luz del carisma, las Constituciones, las CCGG. Es un discernimiento personal, aplicando las indicaciones de San Ignacio sobre los diversos tiempos de elección.
El tercer momento es la puesta en común. Tiempo de encuentro e intercambio, ante todo de escucha de los demás. Se comparten los argumentos racionales y los sentimientos (mociones) espirituales que cada uno ha
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reflexionado y sentido en el Señor. Cada uno expresará lo que «siente en el Señor» sobre la materia. No es tiempo de debates y controversias.
Viene un cuarto momento de reflexión y oración en común. Todos se preguntarán cómo han sido afectados por la escucha de los demás. ¿Qué se siente ahora en el Señor y cómo el discernimiento de los demás ha contribuido a confirmar, matizar o cambiar nuestra opinión? Será también el momento de detectar y discernir las consolaciones y desolaciones que experimenta la comunidad como tal.
En un quinto momento se entabla un diálogo en busca del consenso, de la comunión de todos en el sí que ha de darse al Señor. En el momento final, corresponde al superior tomar la determinación. La acogida de esta por parte del grupo constituye la unanimidad de la comunidad.
Vendrá luego un último momento, el de la ejecución y la confirmación, sea exterior, por parte de la autoridad y de la experiencia, sea interior por la paz y gozo en el Espíritu que experimenta la comunidad.
Estas breves reflexiones, que no hacen más que seguir la Carta del P. General y leerla desde mi propia experiencia de discernimiento, no han pretendido otra cosa que acompañar una lectura de la misma para concretar nuestros diálogos comunitarios acerca del discernimiento. Ojalá puedan prestar una sencilla ayuda a que la Compañía crezca en su capacidad de discernir en común sobre su misión y se convierta así en una verdadera «comunidad de discernimiento».
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Experiencia de Dios1
Este texto contiene experiencias e intuiciones personales que han ido modificando y enriqueciendo mi propia experiencia de Dios en los últimos años, gracias al contacto con muchas comunidades religiosas de América Latina que caminan con el pueblo, comprometidas en los procesos cristianos de liberación. Recoge también la reflexión de varios teólogos que han intentado una primera sistematización de la espiritualidad de la liberación partiendo de las vivencias de fe de las comunidades cristianas de sus países. Estos teólogos son, principalmente, Jon Sobrino, S.J., Gustavo Gutiérrez, Leonardo Boff, José Comblin, Marcello Azevedo, S.J., Benjamín González Buelta, S.J., Pedro Casaldáliga, Clodovis Boff.
Hay aquí una propuesta de integración de esa experiencia espiritual dentro de los grandes valores de la espiritualidad cristiana vivida por los seguidores de Jesús en el decurso de la historia.
Tomamos la espiritualidad como la forma concreta de vivir el Evangelio, de seguir a Jesús, conducidos por su Espíritu. La espiritualidad es sustancialmente afinidad con Jesús; es estar junto a Él y trabajar en la historia con El y como El, en cercanía misericordiosa y liberadora con los hombres. Es «ser puestos con el Hijo» donde él se encuentra. Y hoy, como dice el P. General, de la Compañía de Jesús, «la petición de Ignacio de ser puesto con el Hijo, escuchada en La Storta se convierte en la oración de la Compañía de
1 Publicado en Reflexiones CIRE, Vol XIV, 2-3 (mayo-diciembre 1988) 11-22.
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ser puesta con aquellos que encarnan la predilección de Jesucristo, en y para su Iglesia»2.
Así comprendida, la espiritualidad no puede quedar restringida a un aspecto, privilegiado sí, pero particular, de nuestra vida: el que se refiere a la oración, a las prácticas de piedad, a la ascesis, al cultivo de las virtudes. Enraizada en lo más profundo de la persona, no es intimista, sino histórica, abierta a la interpelación que nos dirigen los hombres y mujeres de nuestro tiempo, articulada con su lucha efectiva por una vida más humana y más justa.
La espiritualidad es una actitud vital que informa la totalidad y el detalle de nuestra existencia y compromete nuestra propia historia, nuestras relaciones con el mundo, con la sociedad con las personas. Nos hace interpretar la vida, el mundo y la historia en referencia a Dios, al Padre, al Hijo y al Espíritu y obrar coherentemente con esa visión de fe.
La única espiritualidad cristiana, la que vivió y nos mostró Jesús, pionero y consumador de la fe, no se puede vivir, sin embargo, al margen de la historia, sin mediación de la realidad en que se desenvuelve la vida de los cristianos en cada época. Por eso hoy se prefiere hablar de seguimiento de Jesús, mejor que de imitación. Por eso también, a lo largo de la historia surgen diversas espiritualidades que responden a la continua manifestación de Dios y a la interpelación de su Palabra en los distintos contextos históricos, socio-económicos, políticos, culturales. El llamamiento universal de Jesús a seguirlo en el espíritu de las bienaventuranzas, es confiado a la conducción de su Espíritu: «Ellos irá guiando hasta la verdad completa... y les interpretará lo que vaya sucediendo»3. En cada época los seguidores de Jesús practican su fe, dan razón de su esperanza y cumplen el mandato del amor, bajo la unción del Espíritu de Jesús que vive y actúa en la historia.
También la espiritualidad de la liberación, que sustenta el compromiso cristiano en los procesos de liberación, brota en un momento concreto de
2 Peter-Hans KolvenbacH, s.J., Carta sobre la recepción de la CG. 33: Información S.J. 96 (marzoabril 1985) 43.
3 Jn 16: 13.
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la historia como experiencia vital de los cristianos que han escuchado una nueva manifestación de Dios y tratan de responder con fidelidad a ella.
El Espíritu del Señor impulsa al Pueblo de Dios en la historia a discernir los signos de los tiempos y a descubrir en los más profundos anhelos y problemas de los seres humanos el plan de Dios sobre la vocación del hombre en la construcción de la sociedad, para hacerla más humana, justa y fraterna4.
En el origen de la espiritualidad de la liberación hay, pues, una íntima experiencia de Dios, iniciativa suya, que conservando su carácter trascendente y las inalterables exigencias de su llamada al hombre, se articula en el contexto histórico de una sociedad injusta donde inmensas mayorías pobres y oprimidas elevan hasta el cielo un grito cada vez más tumultoso desde el fondo de su indigencia personal y de su miseria colectiva.
Esta experiencia conlleva un doble imperativo: la vigilancia critica para mantener la fe en el Dios de Jesús, sin confundirla con los «esquemas de este mundo» (ver Dos Banderas) y 5el reto de no vivir una espiritualidad desencarnada, ahistórica, al margen de los gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los hombres de nuestro tiempo.
¿Cómo caracterizar esta experiencia de Dios, fuente y raíz de la espiritualidad de la liberación? ¿Cómo purifica esta experiencia ciertas imágenes falsas o ambiguas de Dios, que «consagran y legitiman la permanencia de estructuras injustas», para permitirnos «encontrar mejor y ayudar a los otros a encontrar, más allá de los ídolos destruidos, al Dios verdadero: a Aquel que, en Jesucristo, ha escogido tomar parte en la aventura humana y ligarse irrevocablemente a su destino»6 ¿Cómo alimentar esta experiencia desde la espiritualidad ignaciana, a la que Gustavo Gutiérrez considera tan cercana a la espiritualidad de la liberación? Estas u otras preguntas, podrían encauzar la reflexión de nuestro seminario hoy.
4 Puebla 1128.
5 Cfr. Gaudium Et Spes, 1
6 Congregación General XXXII, decreto 4, 26.
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EL CAMINO DE LA EXPERIENCIA DEL ESPÍRITU
En el punto de partida de esta nueva experiencia de Dios encontramos una intuición y una toma de conciencia de la realidad de miseria y opresión de las gentes mayorías de América Latina.
Desde el seno de los diversos países del continente está subiendo hasta el cielo un clamor cada vez más tumultuoso e impresionante. Es el grito de un pueblo que sufre y que demanda justicia, libertad, respeto a los derechos fundamentales del hombre y de los pueblos… La Conferencia de Medellín apuntaba ya, hace más de diez años, la comprobación de este hecho: «un sordo clamor brota de millones de hombres, pidiendo a sus pastores una liberación que nos les llega de ninguna parte» (Pobreza de la Iglesia, 2). El clamor pudo haber parecido sordo en ese entonces. Ahora es claro, creciente, impetuoso y, en ocasiones, amenazante7
Los cristianos que se han acercado a esta realidad desde el horizonte de su fe y de los valores fundamentales que la nutren: el amor, la solidaridad con los pobres testimoniada por Jesús, el anhelo de justicia, la búsqueda del Reino, han experimentado la conmoción del amor cristiano: la misericordia (literalmente: «se les revuelven las entrañas»). Brota entonces una indignación ética y una reacción profética ante la presencia de la opresión y la urgencia de la liberación. Pablo VI expresaba esto dramáticamente en su Exhortación Apostólica a los religiosos sobre la renovación de la vida consagrada:
Más acuciante que nunca, vosotros sentís alzarse el «grito de los pobres», desde el fondo de su indigencia personal y de su miseria colectiva. ¿No es quizá para responder al reclamo de estas creaturas privilegiadas de Dios por lo que ha venido Cristo, llegando incluso hasta a identificarse con ellos? En un mundo en pleno desarrollo, esta permanencia de masas y de individuos miserables es una llamada insistente a «una conversión de la mentalidad y de los comportamientos» en particular para vosotros que seguís «más de cerca» a Cristo en su condición terrena de anonadamiento... ¿Cómo encontrará eco en vuestra existencia el grito de los pobres?8.
Se ponen en juego las energías del espíritu para comprometerse vitalmente en la lucha por la justicia y por los derechos de los oprimidos. Se desencadena una praxis de amor comprometido y eficaz (el «amor político»
7 Puebla 87-89.
8 Pablo vI, Exhortación Apostólica Evangelica Testificatio 17-18.
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de que hablara Pío XI), en la opción por un tipo de sociedad distinta, más humana y más fraterna.
El Espíritu suscita una conversión que no es sólo la conmiseración del corazón. Conversión a la solidaridad con el prójimo oprimido, con las clases populares explotadas. Transformación radical de maneras de pensar, de sentir, de relacionarse, de actuar, para estar como Jesús, presentes en el hombre despojado. Ruptura con nuestras solidaridades e intereses, con todo lo que entrabe nuestro compromiso real con los que sufren la injusticia. Cambio de lugar social, como lo describe lúcidamente Marcello Azevedo:
Se trata de asumir, en la lectura e interpretación de la realidad, un nuevo ángulo o punto de partida. Cambiar de lugar social quiere decir para la Iglesia, y para los religiosos en ella el esfuerzo serio por mirar el mundo, la sociedad, la propia Iglesia y toda la humanidad a partir de los pobres, de sus urgencias y necesidades, de sus valores y llamadas, de su posible y válida contribución en su propia promoción y en la deseada construcción de una sociedad justa. Solo esta percepción nueva y distinta de la realidad, a partir de los pobres, hará posible el cambio efectivo en los criterios y procesos de decisión, sea en el plano eclesial, social o cultural, político y económico. Este nuevo referencial es el que permitirá poner al servicio de los pobres, y por tanto, de la transformación efectiva del mundo actual, directa o indirectamente, la cualidad de nuestra presencia y la totalidad de nuestro apostolado9.
Hay quienes insertándose generosa y lealmente en este proceso de cambio y buscando la nueva sociedad, en una opción por los oprimidos que es a la vez opción contra la forma de sociedad explotadora actual, no encuentran suficiente apoyo en la espiritualidad que alimentó hasta entonces su fe. El Dios de su oración y de su praxis, pierde sentido ante el nuevo compromiso y desaparece de su horizonte. Hay también quienes se debaten en la angustia de integrar su fe en Dios, su propia experiencia de encuentro con El, sus prácticas de vida espiritual, dentro de la radicalidad de su opción.
¿Dónde está Dios? ¿Qué hace ese Dios a quien creemos presente y actuante en la historia y en el mundo a través de Jesús resucitado, por su Espíritu? ¿Cómo encontrarnos y relacionarnos con El para discernir su vo-
9 Marcello azevedo de carvalHo, Los Religiosos, vocación y misión, enfoque exigente y real, Atenas 1985, 73-75.
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luntad en esta hora de la historia en la que el clamor de los pobres sacude acuciantemente nuestra conciencia?
Estas preguntas, vivamente planteadas por el cristiano que quiere hacer de su participación en los procesos de liberación un camino de fe, de esperanza y de amor eficaz, lo llevan a buscar nuevas maneras de orar, de encontrarse con Dios, de seguir a Jesús en el compromiso por el Reino, de acercarse a las Escrituras, de celebrar la Eucaristía de vivir el espíritu de las bienaventuranzas. Confrontado con el entorno social en el que despliega su existencia concreta, busca nuevas dimensiones de la fe, nuevos énfasis en aspectos olvidados de la exigencia evangélica, para apoyar, alimentar, acompañar y criticar sus opciones y su praxis cristiana.
Se experimenta como una necesidad de «nacer de nuevo» por la acción del Espíritu.
Estamos presenciando una reaparición de la experiencia del Espíritu Santo hoy en la Iglesia y muy fuertemente en América Latina
Y esta es la primera experiencia de Dios, sentida interiormente, aunque no siempre tan conscientemente advertida como tal. Cuando nosotros «no sabemos a ciencia cierta lo que debemos pedir el Espíritu viene en auxilio de nuestra debilidad... y en persona intercede por nosotros con gemidos sin palabras»10.
Estamos presenciando una reaparición de la experiencia del Espíritu Santo hoy en la Iglesia y muy fuertemente en América Latina. Esta experiencia sobre todo en las comunidades eclesiales de base, va ligada a un cambio profundo en la lectura de la Biblia por el pueblo, en la oración, en la vitalidad de las comunidades, en la capacidad de solidarizarse para luchar efectivamente contra las formas de opresión. «Él les recordará todo lo que yo les he dicho», prometió Jesús. Como memoria viviente de Jesús, compañero interior («otro paráclito»), maestro, consejero, intérprete fuerza de testimonio, está despertando conciencias ante el drama de la miseria Y de las exigencias sociales del Evangelio y de la Iglesia, sensibilizando los corazones, impulsando los compromisos, acompañando los procesos, comunicando valentía
10 Rom 8, 26-28.
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para el testimonio y fuerza en la persecución Y el martirio. Las comunidades cristianas sienten fuertemente esta presencia que las reúne, las solidariza y las pone a caminar vigorosamente en el camino del seguimiento de Jesús pobre, servidor y liberador de los pobres.
El Espíritu se manifiesta como el Amor-misericordia del Padre y del Hijo. Amor que, como escribe Juan Pablo II: «En el cumplimiento escatológico... se revelará como amor, mientras que en la temporalidad, en la historia del hombre -que es a la vez historia de pecado Y de muerte... debe revelarse ante todo como misericordia y actuarse en cuanto tal»11. Se manifiesta como Espíritu de vida y libertad. Un nuevo acercamiento a la Escritura, tanto al Antiguo como al Nuevo Testamento, nos hace descubrir cómo el Espíritu está indisolublemente vinculado a la justicia y a los pobres. El Mesías se anuncia en los textos proféticos como el vástago sobre el que «se posará el espíritu del Señor» para «juzgar con justicia a los desvalidos y sentenciar con rectitud a los oprimidos»; «Sobre él he puesto mi espíritu para que promueva el derecho en las naciones... yo te he llamado para la justicia... para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión y del calabozo a los que habitan en tinieblas»; «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar una buena noticia a los que sufren...»12.
La experiencia del Espíritu de Jesús en la espiritualidad de la liberación, es una experiencia de misericordia, entendida como solidaridad especialmente con el hombre amenazado o disminuido en su vida y en su dignidad13.
Este Espíritu, Amor-misericordia que libera y da vida, está presente en los procesos de liberación suscitándolos, acompañándolos y plenificándolos:
1. Como iniciador, rompe la dureza de los corazones, sacándolos de su insensibilidad y haciéndolos «conmoverse en sus entrañas» (misericordia) ante la opresión de las mayorías pobres. Como el samaritano que «sintió compasión» y se desvió de su camino para hacerse prójimo del hombre herido, el Espíritu nos saca de nosotros mismos para hacemos prójimos de las muchedumbres saqueadas y despojadas de vida y dignidad. Es el origen de las conversiones
11 Juan Pablo II, Dives in misericordia, 8.
12 Is 11: 1ss; 42: 1ss; 61: 1ss.
13 Cfr. Dives in misericordia, 9, 13, 15, 19, 28; con nota 52, 42.
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de tantos hombres y mujeres que se han sumado a los procesos de liberación; es el inspirador de la opción preferencial por los pobres, registrada en Puebla como la tendencia más notable de la vida religiosa latinoamericana; es el despertador de la conciencia del pueblo ante la realidad de su miseria, y quien les descubre que Dios está cerca, que ha visto la opresión de su pueblo, ha oído sus quejas, se ha fijado en sus sufrimientos, y ha bajado a liberarlos14 .
Es aquí precisamente, dice Gustavo Gutiérrez, donde radica la seguridad que abriga todo el pueblo y cada uno de sus miembros en la misericordia divina, que se puede invocar en circunstancias dramáticas (Dives in misericordia, 4). Es el camino por el cual el Espíritu lleva a través de la historia al nuevo «pueblo mesiánico» que es la Iglesia»15.
2. Como acompañante del camino, la unción del Espíritu Santo conduce todos los momentos del proceso, para garantizar que sean realizados en el espíritu de las bienaventuranzas y así el compromiso sea un auténtico seguimiento de Jesús. Como Jesús, «ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, pasó haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el diablo»16, su misión liberadora proseguirá en la historia contra las fuerzas de muerte y de pecado, bajo la unción del Espíritu.
El compromiso evangélico con los pobres «debe ser como el de Cristo... La Iglesia debe mirar, por consiguiente a Cristo cuando se pregunta cuál ha de ser su acción evangelizadora»17. Discernir la luz y la consolación del Espíritu de Jesús para acertar con el querer del Padre en la busca del Reino y su justicia, será tarea prioritaria de una espiritualidad de la liberación. Discernimiento en la escuela de la meditación de dos banderas, para ir logrando el cambio de lugar social y liberamos de las trampas del poder no evangélico, creando «espacios libres de ambición, del ansia de hacer carrera y de la búsqueda del prestigio, del juego de los grupos de presión... situando a los pobres activamente en la raíz misma de la criteriología de nuestros análisis, evaluación e interpretación de la realidad, en el centro de nuestro discernimiento y elaboración
14 Cfr. Ex. 2: 7-8.
15 Gustavo GutIérrez, Beber en su propio pozo, Salamanca 1986, 98.
16 Hch 10: 38.
17 Puebla 1141.
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La
contemplación
del camino histórico de Jesús nos ha permitido redescubrir su vida pobre
de decisiones, en el foro de irradiación de nuestro ser y nuestro hacer apostólico como religiosos en busca de un suelo más humano y, por tanto, más justo»18.
El Espíritu nos dictará el talante de Jesús, nos examinará sobre la ternura y la justicia, nos enseñará que lo que agrada al Señor es que practiquemos la justicia, amemos con lealtad y caminemos humildemente con nuestro Dios19.
3. Como quien conduce hasta la plenitud, el Espíritu hará que la liberación avance por un camino que lleva más allá del mero restablecimiento de la justicia, hasta la «justicia superior» que realiza la «liberación integral del hombre, que es la ciudad de Dios con nosotros»20. Esta es la dirección hacia la plenitud de la liberación cristiana y el término del encuentro final con esa realidad personal que es el Padre de una numerosa familia de hermanos, cuyo primogénito es Jesucristo21.
LA RECUPERACIÓN DEL JESÚS HISTÓRICO
En la experiencia de Dios que da origen a la espiritualidad de la liberación hay que colocar, junto a la experiencia del Espíritu, la recuperación del Jesús histórico por las comunidades cristianas de América Latina y por la reflexión teológica que acompaña y sistematiza esa experiencia. La contemplación del camino histórico de Jesús nos ha permitido redescubrir su vida pobre, conflictiva, solidaria con el dolor de sus hermanos más pequeños; su paso por el mundo, ungido por el Espíritu para anunciar la buena noticia del Reino a los pobres y oprimidos, su acción liberadora frente a los poderes religiosos, económicos y políticos que esclavizaban a su pueblo; la libertad de su palabra profética para denunciar la mentira y proclamar la verdad, la verdad que nos hace libres, su enfrentamiento con todos los que entrababan la cercanía del Reino, en una lucha sin cuartel sostenida por la fuerza de un
18 Marcello azevedo de carvalHo, Op. cit., p. 74-75.
19 Cfr. Miq 6: 8.
20 Peter-Hans KolvenbacH, s.J., Homilía en Río de Janeiro, octubre 8 de 1984: Información S.J. 94 (noviembre-diciembre 1984) 188.
21 Cfr. Rom 8: 29.
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amor llevado hasta el extremo de entregarlo todo, hasta su vida, por la gloria del Padre y la vida de sus hermanos.
Jesús pionero y consumador de la fe, que nos revela a Dios como cercanía de un Padre misericordioso cuya gloria es la vida del hombre, y que nos revela al hombre y nos enseña cómo se experimenta a Dios, cómo se acerca a Él y se le responde, nos ha despejado un camino de seguimiento desde los pobres, en la proclamación de un Evangelio que es mensaje de libertad y fuerza de liberación. Jesús de Nazaret, cercano a la realidad de su pueblo y de sus mayorías oprimidas, sin dignidad, portador de una buena noticia, liberador, presente en loa crucificados de todos los tiempos, constituye una experiencia de Dios que transforma y convierte nuestras mentalidades y nuestros comportamientos; al hacernos confrontar con nuestra propia historia, como confrontó Él la suya, mirando siempre «lo que hace el Padre» (que es dar vida) para sintonizar fiel y rigurosamente con su querer22, renueva nuestra espiritualidad y la enruta radicalmente bajo la unción de su Espíritu.
La espiritualidad del seguimiento del camino histórico de Jesús, se alimenta de una nueva lectura del Evangelio, de los textos preferidos por la teología de la liberación, como la proclamación mesiánica de Nazaret23, el testimonio ante los enviados de Juan Bautista24, el buen samaritano25, el juicio de las naciones26, las bienaventuranzas (desde la perspectiva, por ejemplo, de la interpretación que hacen Juan Mateos y Fernando Camacho27. Y en general de toda la praxis de Jesús, como sacramento de la misericordia del Padre, que se manifiesta particularmente ante el hombre que sufre, que es víctima de la injusticia, que está amenazado o disminuido en su vida y en su dignidad.
22 Cfr. Puebla 277.
23 Cfr. Lc 4: 14ss.
24 Ibíd., 7: 18ss.
25 Ibíd., 10: 25ss.
26 Mt 25: 31ss.
27 Cfr. Juan Mateos y Fernando caMacHo, El Evangelio de Mateo. Lectura comentada, Madrid 1981, 52-59.
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LA EXPERIENCIA DEL PADRE: CERCANÍA DEL DIOS DEL REINO
A través de este seguimiento de Jesús somos llevados al misterio del Padre explicado como cercanía del Dios que es rico en misericordia, Dios de la vida, protector de los pobres y de los oprimidos, que escucha su clamor y toma partido por ellos. Ese Dios que se reveló a Moisés como liberador de su pueblo, que habló por los profetas reclamando la fidelidad de su pueblo a la justicia y a la misericordia, que dijo que «conocerlo» es hacer justicia a los pobres e indigentes28 y que «no hay conocimiento de Dios en el país» cuando se miente, se asesina, se roba y se adultera29; ese Dios finalmente nos habla por su Hijo, que pone su tienda de campaña entre nosotros y nos permite contemplar su gloria, gloria propia del hijo único del Padre, plenitud de amor y de lealtad30.
Jesús nos enseña dónde está Dios, dónde se le encuentra, por quién toma partido, en que consiste su gloria. Nos enseña que Dios vive entre los hombres («¿Maestro, dónde habitas? Vengan y lo verán»), en medio de los pobres, luchando contra el dolor, la injusticia y la opresión, buscando un reino de justicia y de paz.
Jesús nos lleva a caminar hacia Dios para hacernos afines a Él, como bellísimamente escribe Jon Sobrino en un texto que vale la pena colocar aquí:
El hombre de la verdad, del amor y de la esperanza se va haciendo en la historia afín a Dios. Al Dios de la verdad se accede por afinidad, reconociendo, sin someterla, la verdad de las cosas; denunciando claridad el pecado; manteniendo la limpieza de corazón para ver la verdad cambiante de los procesos y proyectos. Al Dios de la creación, de la vida, de la justicia y de la liberación se accede por afinidad en la práctica de dar vida y propiciar la justicia. Al Dios Padre bondadoso y misericordioso, con más ternura que una madre, se accede en la compasión y en la misericordia. Al Dios encarnado, increíblemente cercano a los pobres y oprimidos en el escándalo de la cruz, se accede por afinidad en la encarnación entre los crucificados de la historia, en la persecución, en la entrega de la propia vida con y por ellos. Al Dios de la esperanza de la cercanía del Reino, de la resurrección, del nuevo cielo y la
28 Cfr. Jr 22: 16.
29 Cfr. Os 4: 1-2.
30 Jn 1: 14.
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nueva tierra, se accede por afinidad en la terquedad de la esperanza, en, a través y en contra de la historia... Por otra parte, esa afinidad con Dios no es nunca posesión de Dios, pues éste sigue siendo misterio insondable e inmanipulable. Acceder a Dios es ir hacia Dios dejándole ser Dios, y la espiritualidad es por ello verdadero camino hacia Dios31.
Mucho más podría decirse acerca de la experiencia de Dios que nutre la espiritualidad de la liberación. Creo, sin embargo, que esta reflexión hecha en perspectiva trinitaria, es suficientemente abarcadora de la experiencia vivida en las comunidades cristianas del continente y tematizada por los teólogos de la liberación. Muchos otros aspectos de la experiencia de Dios se irán enfatizando al desarrollar los distintos temas del seminario.
A manera de síntesis podríamos decir que la experiencia de Dios en la espiritualidad de la liberación consiste en descubrir el Amor-misericordia del Padre que actúa en la historia dando vida y libertad y responderle con la entrega total de nuestra libertad. Es seguir a Jesús, pobre y servidor de los pobres, bajo la unción del Espíritu para la mayor gloria del Padre, que es el Reino de justicia, donde el hombre tenga vida. La gloria de Dios es que el hombre tenga vida y la vida del hombre consiste en la visión de Dios, decía San Ireneo. Desde América Latina pensaba Monseñor Romero, la gloria de Dios es que el pobre tenga vida y la vida del hombre es que llegue el Reino del Padre, como cercanía de amor, de justicia, de fraternidad y de paz.
Cuando esta experiencia de Dios se mira desde la espiritualidad ignaciana, los puntos de coincidencia no pueden ser más dicientes. No hay espacio aquí para desarrollar esta convicción, pero no me resisto a señalar algunos puntos.
¾ La espiritualidad de buscar y hallar a Dios en todas las cosas presente en la historia como amor liberador y vivificante; «contemplativos en la liberación» (Leonardo Boff);
¾ La contemplación para alcanzar amor: ‘reconocer’ el Amor que actúa en la historia dando vida y liberando, para entregarle toda nuestra libertad, nuestra memoria, entendimiento y voluntad, todo cuanto
31 Jon sobrIno, Liberación con Espíritu. Apuntes para una nueva espiritualidad, (Presencia Teológica 23), Santander 1985, 53-54.
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somos y poseemos para que se haga su voluntad, que consiste en que el hombre tenga vida y la tenga en abundancia;
¾ El discernimiento de «lo que hace el Padre»; bajo la unción del Espíritu de Amor-misericordia, como el discernimiento de Jesús en la curación del paralítico de la piscina: «Un hijo no puede hacer nada de por sí, tiene que verlo hacer al Padre Así cualquier cosa que éste haga, también el hijo la hace igual, pues el padre quiere al hijo Y le muestra todo lo que él hace... así igual que el Padre levanta a los muertos Y les da vida, también el Hijo da vida a los que quiere»32;
¾ La unción del Espíritu, «la interior ley de la caridad y amor que el Espíritu Santo escribe e imprime en los corazones» como ley fundamental de la vida de la Compañía, que Gustavo Gutiérrez enfatiza tanto en el itinerario espiritual de un pueblo;
¾ El conocimiento, amor y seguimiento de Jesús de Nazareth, tal como se nos presenta en el Evangelio, Jesús pobre, humillado, servidor de los pobres; confrontando luego su camino histórico con en nuestro (reflictiendo sacar algún provecho), en un camino humilde de súplica para ser «puesto con el Hijo» y «con aquellos que encarnan la predilección de Jesucristo, en y para su Iglesia»33.
32 Jn 5: 19-21.
33 Peter-Hans KolvenbacH, s.J., Carta sobre la recepción de la CG. 33: Información S.J. 96 (marzoabril 1985) 43.
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Colección Apuntes Ignacianos
Temas
Directorio de Ejercicios para América Latina (agotado)
Guías para Ejercicios en la vida corriente I (agotado)
Guías para Ejercicios en la vida corriente II (agotado)
Los Ejercicios: «...redescubrir su dinamismo en función de nuestro tiempo...»
Ignacio de Loyola, peregrino en la Iglesia (Un itinerario de comunión eclesial).
Formación: Propuesta desde América Latina.
Después de Santo Domingo: Una espiritualidad renovada. Del deseo a la realidad: el Beato Pedro Fabro. Instantes de Reflexión.
Contribuciones y propuestas al Sínodo sobre la vida consagrada.
La vida consagrada y su función en la Iglesia y en el mundo.
Ejercicios Espirituales para creyentes adultos. (agotado)
Congregación General N° 34. Nuestra Misión y la Justicia.
Nuestra Misión y la Cultura. Colaboración con los Laicos en la Misión. «Ofrece el perdón, recibe la paz» (agotado)
Nuestra vida comunitaria hoy (agotado) Peregrinos con Ignacio. (agotado)
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Temas
El Superior Local (agotado) Movidos por el Espíritu.
En busca de «Eldorado» apostólico. Pedro Fabro: de discípulo a maestro. Buscar lo que más conduce...
Afectividad, comunidad, comunión. (agotado)
A la mayor gloria de la Trinidad (agotado)
Conflicto y reconciliación cristiana.
«Buscar y hallar a Dios en todas las cosas» Ignacio de Loyola y la vocación laical. Discernimiento comunitario y varia.
I Simposio sobre EE: Distintos enfoques de una experiencia. (agotado) «...Para dirigir nuestros pasos por el camino de la paz» La vida en el espíritu en un mundo diverso.
II Simposio sobre EE: La preparación de la persona para los EE.
Conferencias CIRE 2002: Orar en tiempos difíciles. 30 Años abriendo Espacios para el Espíritu.
III Simposio sobre EE: El Acompañamiento en los EE. Conferencias CIRE 2003: Los Sacramentos, fuente de vida.
Jesuitas ayer y hoy: 400 años en Colombia.
IV Simposio sobre EE: El «Principio y Fundamento» como horizonte y utopía.
Aportes para crecer viviendo juntos. Conferencias CIRE 2004.
Reflexiones para sentir y gustar... Índices 2000 a 2005.
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Temas
V Simposio sobre EE: El Problema del mal en la Primera Semana.
Aprendizajes Vitales. Conferencias CIRE 2005. Camino, Misión y Espíritu.
VI Simposio sobre EE: Del rey temporal al Rey Eternal: peregrinación de Ignacio de Loyola, Francisco Javier y Pedro Fabro.
Contemplativos en la Acción.
Aportes de la espiritualidad a la Congregación General XXXV de la Compañía de Jesús.
VII Simposio sobre EE: Encarnación, nacimiento y vida oculta: Contemplar al Dios que se hace historia. La V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe en Aparecida, Brasil Congregación General XXXV: Peregrinando más adelante en el divino servicio.
VIII Simposio sobre EE: Preámbulos para elegir: Disposiciones para el discernimiento. Modos de orar: La oración en los Ejercicios Espirituales. La pedagogía del silencio: El silencio en los Ejercicios Espirituales.
IX Simposio sobre EE: «Buscar y hallar la voluntad de Dios»: Elección y reforma de vida en los EE.
Sugerencias para dar Ejercicios: Una visión de conjunto. Huellas ignacianas: Caminando bajo la guía de los Ejercicios Espirituales.
X Simposio sobre EE: «Pasión de Cristo, Pasión del Mundo»: desafíos de la cruz para nuestros tiempos. Presupuestos teológicos para «contemplar» la vida de Jesús. La Cristología «vivida» de los Ejercicios de San Ignacio.
Temas
XI Simposio sobre EE: La acción del Resucitado en la historia «Mirar el oficio de consolar que Cristo Nuestro Señor trae» (EE 224).
Preparación para hacer los Ejercicios Espirituales. Disposición del sujeto (I)
Preparación para hacer los Ejercicios Espirituales. Disposición del sujeto (II)
XII Simposio sobre EE: Contemplación para Alcanzar Amor «En todo Amar y Servir»
Educación y Espiritualidad Ignaciana. I Coloquio Internacional sobre la Educación Secundaria Jesuita.
Caminos para el encuentro con Dios.
XIII Simposio sobre EE: Discernimiento y Signos de los Tiempos.
Espiritualidad y construcción de la Paz.
XIV Simposio sobre EE: Y después de los Ejercicios... ¿Qué?
Escritos Ignacianos I. Víctor Codina, S.J.
Escritos Ignacianos II. Víctor Codina, S.J.
XV Simposio sobre EE: Aporte de los Ejercicios Espirituales al Proceso de Perdón y Reconciliación