Apuntes Ignacianos 71. Espiritualidad y construcción de la Paz

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APUNTES IGNACIANOS

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Apuntes Ignacianos

Número 71 Año 24

Mayo- Agosto 2014

Espiritualidad

y construcción de la Paz

CENTRO IGNACIANO DE REFLEXION Y EJERCICIOS - CIRE

Espacios para el Espíritu

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Nuestros Números en el 2014

Enero-Abril

XIII Simposio de Ejercicios Espirituales

«Discernimiento y Signos de los Tiempos» Número actual

Mayo-Agosto

Espiritualidad y construcción de la Paz

Septiembre-Diciembre

XIV Simposio de Ejercicios Espirituales Y después de los Ejercicios... ¿Qué?

Espiritualidad y construcción de la paz

Presentación

¡La paz! Todo el mundo habla de ella. Es una de las palabras más usadas y más abusadas hoy en el mundo y especialmente en nuestro país. Pero, ¿de qué paz se trata? ¿De la paz del mundo o de la paz de Cristo que no es lo mismo? Ya el profeta Jeremías lo expresaba dramáticamente en su tiempo, y todavía sigue siendo válido su angustioso grito: «Han curado el quebranto de mi pueblo a la ligera diciendo: ¡Paz, paz! Cuando no había paz».

Cuando Jesús llamaba felices a los que construyen la paz partía del hecho de que no la había y de que era necesario hacerla, establecerla. Su nación estaba invadida por los romanos. ¡Cuanto cuesta hacer la paz! ¿Bastaría la firma de un acuerdo de paz de las partes en conflicto como tan ligeramente se cree? Cuesta nada menos que una conversión del corazón, una reconciliación de los ánimos, una reparación a las víctimas, un no simple olvido del mal recibido para convertirlo, de deseo de venganza, en memoria y en pascua de perdón como Jesús. Una y miles de conversiones, reconciliaciones y reparaciones… ¿Perdón y olvido? Pero precisamente, ¿el simple olvido no ha sido causa de nuevas injusticias y por lo tanto de nuevas violencias? «Lo que mucho vale mucho cuesta» dice el proverbio. ¿Cuánto vale y cuánto cuesta la construcción de la paz? La séptima bienaventuranza (en Mateo), como todas las demás, trata de un sufrimiento superado y transformado en bienaventuranza, en felicidad. Aquí se encierra la el secreto de una «espiritualidad de la construcción de la paz».

Pero ésta es una palabra ambigua, manipulada, puesta a pública subasta, maltratada y malinterpretada. Cuántos intereses creados se esconden, cuántas segundas intenciones se agazapan al interior de este pequeño vocablo.

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Este número de la revista invita a reflexionar, meditar y sugerir acciones sobre la «espiritualidad de la paz» para poder construirla. Partimos de hechos reales de dos pueblos hermanos en Centroamérica. Ricardo Falla nos adentra en los terribles escenarios de masacres y martirio en Guatemala. Reflexionando desde la fe, ¿cómo podemos buscar y encontrar a Dios en este escenario de víctimas y victimarios? La Palabra de Dios ilumina nuestro penoso camino de violencia fratricida. ¿Cómo leen los testigos sobrevivientes y cómo podemos leer nosotros hoy esta acción infernal para poder comprender el hecho y su reparación a la luz del martirio de Jesús? Nunca ha sido fácil el sendero de la reconciliación. Aquí también se trata de llegar a una bienaventuranza como sufrimiento superado a pesar de todas las frustraciones que jalonan la marcha de la reconciliación. Juan Hernández Pico nos revela lo que es una reconciliación frustrada y el medio de superarla, por falta del reconocimiento de la verdad del daño causado. La justicia debe restablecer el respeto al derecho. Es necesario encarar la impunidad genérica e institucionalizada y analizar la permanencia de las causas que motivaron la rebelión y la guerra. No puede haber perdón si no se deja el frío olvido egoísta reemplazado por el cálido recuerdo compasivo del sufrimiento. ¿Cómo puede llegar la reconciliación con Dios y con nosotros partiendo de una situación histórica? No se trata de perdón y olvido sino de recuerdo y perdón.

Este temario nos hace caer en cuenta de la urgente necesidad de recurrir a una «espiritualidad para la construcción de la paz», tema de estos artículos. Darío Restrepo analiza, después de ver la frágil ilusión de una paz superficial, el discernimiento para poder distinguir lo específico de la paz de Cristo que no coincide con la paz que el mundo puede dar. Se trata de una paz con heridas que atestiguan una muerte capaz de resucitar a una vida nueva. Por su parte, Alejandro Angulo concluye que lo único necesario para la construcción de la paz es precisamente la espiritualidad y da tres razones para ello: la paz es problema de relaciones humanas; las relaciones humanas son un problema de emocionalidad que oscila entre el amor y el odio; por lo tanto, no hay otro remedio que transformar los odios en amores y en esto consiste la espiritualidad.

Esta publicación, como gota de agua en el mar de uno de los problemas más vitales del ser humano contribuya a «dirigir nuestros pasos por el camino de la paz»

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Martirio Algunas reflexiones espirituales1 2011

Ricardo Falla, S.J.*

Antes de comenzar con el tema, quisiera decir algunas cosas sobre el enfoque que pienso darle a esta plática. No es una conferencia teológica2. Es decir, no me juzgo en la capacidad de sustituir a Jon Sobrino, que era quien debía estar aquí3. Sólo serán algunas reflexiones, tal vez llámense espirituales.

Otra cosa, no me voy a fijar en personas, sino en multitudes mártires, en lo que se podría concebir como «nube de testigos»4 y tampoco me voy a fijar si son «canonizables». Ésta sería una camisa de fuerza, siento, para la reflexión desde la fe5.

1 Este artículo es originalmente una ponencia del autor. Cfr. cita 2, nde.

* Doctor en Antropología por la Universidad de Texas. Licenciado en Humanidades Clásicas y Filosofía en la Univesidad Católica de Quito. Actualmente trabaja en Santa María Chiquimula, Totonicapán.

2 Ponencia en las Primeras Jornadas Teológicas Centroamericanas y Caribeñas, convocadas por la Red Teológico Pastoral, Amerindia Centroamérica y Amerindia Caribe. Fueron un paso previo al Congreso Continental de Teología en Brasil, 8-11 octubre 2012, con ocasión de los 50 años del Vaticano II. Esta ponencia se tuvo el 28 abril 2011. La asamblea de esa tarde se celebró en el Colegio Belga de la ciudad de Guatemala.

3 Jon Sobrino, Compañeros de Jesús. El asesinato-martirio de los jesuitas salvadoreños, Santander 1989.

4 Heb 12, 1.

5 El nuevo Derecho Canónico (1983) relega el tema de las canonizaciones a una ley peculiar, la Constitución Apostólica Divinus Perfectionis Magister (1983). Véase también el artículo de JoSé María ToJeira, Martirio en la Iglesia actual. Testigos de Cristo en El Salvador, ECA 589-590, Nov-Dic 1997. También se puede encontrar en: http://www.uca.edu.sv/publica/eca/589art1.

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Sin embargo, como telón de fondo tenemos a una persona que creemos que es canonizable, monseñor Juan Gerardi, mártir de la verdad.

Por fin, quisiera indicar que mucho de lo que se puede decir de los mártires en su calidad de testigos de la fe que han muerto por la violencia, también se puede encontrar en multitudes que mueren por desastres naturales, como el terremoto de Haití, para no ir muy lejos, o la deportación de los garífunas hacia islas hondureñas, ya hace poco más de 200 años en 1797.

Entrando en materia, quiero partir de un hecho y de su dinámica que es el que nos servirá para iniciar la reflexión. Se trata de una gran masacre cometida por el ejército de Guatemala el 17 de julio de 1982 en que murieron 376 personas en un día, la masacre de San Francisco, Nentón, Guatemala. Acabo de presentar (12 de abril/13) el libro Negreaba de zopilotes... donde se la analiza en pormenor. Arranco de ella, porque es un hecho que a mí me ha conmovido y me ha servido como evangelio en muchos lugares por donde he caminado. La reflexión, entonces, no parte sólo del hecho, sino de la relación de éste con mi subjetividad y por lo tanto con mi fe. Por eso, digo que éstas son reflexiones espirituales.

Este hecho nos servirá para tocar tres puntos, el primero, la noche oscura del alma que se experimenta en el martirio; segundo, el sentido del genocidio desde la fe; y tercero, la sobrevivencia como resurrección. Tres puntos que evidentemente están relacionados y que aunque no los llame teológicos son semillas para una reflexión más sistemática. Estoy hablando desde una fe de muchos años, la cual, evidentemente no coexiste sola en la cabeza y en el corazón, sino se ha venido revolviendo con pensamientos a la luz de la realidad de este país ensangrentado y a la luz también de la experiencia propia. No sé si a esto se le puede dar el apelativo de «sensus fidei», como dice el Vaticano 2 (LG, 12)6. No tengo los conocimientos teológicos suficientes, por ejemplo, exegéticos, dogmáticos y de la tradición de la Iglesia sobre el tema. html. Allí defiende, desde la experiencia primitiva del martirio, que son mártires no sólo los que mueren violentamente por odium fidei, sino también por «odio a la humanidad».

6 Al revisar el texto de este trabajo en 2013 me encuentro con estas palabras del Papa Benedicto XVI, dichas el 7 de diciembre 2012 a la Comisión Teológica Internacional: «Este don, el ‘sensus fidei’ es para el creyente una especie de instinto sobrenatural que tiene una connaturalidad vital con el mismo objeto de la fe (...) y un criterio para discernir si una verdad pertenece o no al depósito vivo de la tradición apostólica». El Papa advierte que no se le use como una especie de opinión pública contra el magisterio.

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Ojalá que cuanto aquí diga se pueda profundizar más tarde en el Congreso Latinoamericano el próximo año.

EL HECHO: LA MASACRE DE SAN FRANCISCO, 17 DE JULIO DE 1982

Esta masacre fue cometida por el Ejército como parte de una estrategia de arrasamiento que había comenzado en noviembre de 1981 desde cerca de la capital y que pretendía quitarle la base de apoyo a la guerrilla en el occidente montañoso del país. Se dirigía desde el centro hasta las fronteras de Guatemala con México. El arrasamiento, llamado en los manuales norteamericanos de contrainsurgencia, sweep operations, se asemejaba a lo que hace la mujer con la escoba, barrer (sweep) la basura desde el centro de la sala hasta la puerta. La guerrilla, sin su base de apoyo, sería como el pez sin agua. Moriría o se desplazaría fuera del país.

El Ejército, en número de 400 efectivos, cercó a la comunidad de 50 casas ese día sábado. La población no huyó, porque le tenía cierta confianza al Ejército, que había pasado un mes antes y no les había hecho nada; además, no tenía la experiencia de huir en bloque, como otras comunidades; tampoco recibió aviso de que se aproximaba el Ejército, es decir, fue sorprendida. Por fin, no pudo huir, porque se vio cercada. Insistimos en ver las razones por qué no huyó la comunidad, porque más adelante reflexionaremos desde la fe sobre esto. Jesús huyó muchas veces y sobrevivió a una muerte anticipada.

Los militares llamaron a la población que estaba en sus casas dispersas –el cerco fue amplio– y la encerraron en dos locales cercanos, una auxiliatura para los hombres y la iglesita católica para las mujeres con sus hijos. Entonces, comenzaron en orden con las mujeres, sacándolas a las casas, violándolas y matándolas; luego los niños y bebés, cumpliendo así la orden de «acabar a la gente hasta la semilla», abriéndoles a muchos la barriga y estrellando sus cabezas con las piedras; y por fin, los hombres, comenzando por los viejos. Una masacre genocida, hasta destruir la semilla, total y cruel. Un intento de matar en ella al género humano: genus, género; caedo, matar. Parecida al genocidio egipcio de matar a todos los niños israelitas o al de Herodes de matar a todos los menores de dos años.

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Sin embargo, conocemos la historia de cuatro personas que lograron huir del Ejército. El primero, uno que sale por orden del Ejército con otros a buscar un toro para comida de los soldados y ya no vuelve, aunque sus compañeros sí volvieron. El segundo, que después de sentir un como toque de Dios en su mente, abre la ventana de la auxiliatura y se escapa bajo las balas que sólo le rozan la cabeza. Y el tercero, don Mateo Ramos Paiz, un hombre mayor, cuya palabra escuchamos asombrados en el refugio de México, que salió cuando la masacre se había terminado y se encontraba entre los cadáveres dentro de la auxiliatura, sin un rasguño. Se zafa, se hinca ante sus hermanos muertos y les dice «Compañeros, ustedes ya están libres, déjenme ir en libertad». Siente una fuerza interior. Se pone de pie, se quita las botas y abre la ventana de lugar, para arrastrarse sigiloso fuera del control del Ejército que pensaba que ya todos estaban muertos. Por último, una mujer paralítica que fue perdonada por unos soldados, pero cuando otros regresaron buscándola en su casa, ya se había arrastrado y se había escondido. A lo que vamos con la mención de estos sobrevivientes es que a veces exaltamos más a los mártires, las víctimas que ya derramaron su sangre, y menos a los sobrevivientes que lucharon por vivir. Huyeron para vivir.

Compañeros, ustedes ya están libres, déjenme ir en libertad

Cuando don Mateo caminaba el día siguiente hacia México, ¿qué sentía?, Le pregunté yo, ¿iba triste? Me contestó que no, que no iba triste. Iba como bolo7 , como sin sentir nada, iba todo manchado de sangre, como si hubiera destazado un animal, iba hambriento, sin haber probado bocado (esto sí lo sentía), iba sin sombrero, como campesino que sin sombrero se siente raro, que le falta algo. Y añadió algo que a mí me dejó admirado y pensando: «No me miro si está claro». Lo dice en su castellano defectuoso. No mira que haya luz, no mira que ya es de día. Va como en una noche. Por eso, yo le puse para mí el nombre del «hombre de la noche oscura». Noche, por todos los familiares cercanos y lejanos que perdió. Y noche, por la inexplicabilidad del por qué, es decir, el sin sentido de lo sucedido, la imposibilidad de encontrarle una razón. Por eso, me dijo luego, «estoy llorando mi corazón toda la vida». Palabras que a mí me dejaron pensando mucho por la propia experiencia interior mía con la que resonaba.

7 Bolo 3, ebrio, cfr. Drae, adj. Costa Rica y Guatemala.

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A los tres meses de la masacre fue cuando dio su testimonio en un ejido mexicano, solemnemente, sin llanto ni garganta trabada, delante de muchos otros campesinos de idioma chuj, como él. En su gran destitución, nos dejaba a los dos sacerdotes de fuera que lo oíamos asombrados y sin palabra, como dice Isaías de los reyes ante el Siervo de Yahvé8. Adelante tocaremos esto.

Al día siguiente de dar el testimonio, los sobrevivientes que estaban fuera del cerco hicieron con él una lista de casi todos los muertos en la masacre. Sumaban 302. La leímos en la misa. Y luego les pedí que detallaran edades y parentescos para que el mundo creyera. Como el hecho era increíble, había que convencer con la mayor frialdad posible la opinión internacional, a sabiendas que muchos no creerían y dirían que era algo «orquestado» para desprestigiar al régimen guatemalteco. Siempre, la cosa de la fe y la cosa de que estos evangelios que se sustentan en la muerte y la vida de miles de gentes suscitan reacciones en contra, a veces extremas, como les sucedió a los discípulos cuando predicaban a Jesús resucitado.

REFLEXIÓN DESDE LA FE

Al narrar el hecho, ya han ido apareciendo pequeñas referencias para la reflexión desde la fe. Ahora las vamos a explicar más.

La noche oscura del alma

La reflexión, como ya dije, parte de la experiencia del hecho. ¿Cómo me sentí al salir de ese ejido mexicano? ¿Cómo me sentí después de oír a don Mateo? Me sentí como si saliera bañado de sangre, como él. Me sentí como aplastado. Nunca había oído cosa tan grande. Un profesor de literatura nos decía que la forma de distinguir una obra eterna de una de segunda categoría es «cuando te aplasta». Luego oí otra entrevista hecha por don Samuel Ruiz, obispo de San Cristóbal Las Casas (Chiapas), al sobreviviente que recibió el rozón en la cabeza y me tocó la reacción que don Samuel iba teniendo cuando el sobreviviente, también solemnemente, contaba la masacre. Me pegaba a la grabadora para escuchar un «ay», casi inaudible, muchas veces repetido, de don Samuel. Ese hombre de Dios no tenía palabras, para abarcar lo que el

8 Cfr. Is 52, 15.

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testigo le contaba. La fuerza de estos testimonios fue lo que movió una ingente respuesta de solidaridad de su diócesis para con los refugiados en esos días.

Cuando estuve en la montaña un año después y me contaban de otras masacres tuve ratos largos para leer los capítulos 49 y 52 del profeta Isaías, los mismos que servirían luego de presentación a los libros del REMHI leída por monseñor Gerardi dos días antes de ser asesinado. En esos textos fui encontrando el reflejo de ese sentimiento de admiración y anonadamiento. Porque dice que el Siervo era

El despreciado, el aborrecido de las naciones, el esclavo de los tiranos y estaba desfigurado que no parecía hombre, ni tenía aspecto humano. Entonces, al verlo los reyes se pondrán de pie y los príncipes se postrarán y asombrará a muchos pueblos. Ante él los reyes cerrarán la boca, al ver algo que nunca se había visto y contemplar algo inaudito9

Había algo inmenso en la terrible masacre. Nuestro ánimo se ponía de pie en asombro. No podíamos hablar, quedábamos mudos, porque era algo incomprensible. Estábamos ante algo nunca visto y que jamás habíamos oído. Había algo allí que despedía divinidad, si es que se puede hablar así.

Yo estaba viviendo en esos días una crisis espiritual aguda que ya había superado pero que me había dejado un sollozo continuo. Me había separado de la mujer amada. Entonces me identifiqué con el hombre de la noche oscura. Noche de los sentidos, al perder a todos los familiares y quedar solo. Y noche del sentido, al no saber responder al por qué del hecho de la separación y de la muerte. Y encontré en la experiencia de don Mateo ese mismo llanto y sollozo, que no es sólo una reacción sicológica, cuando decía, «estoy llorando mi corazón toda la vida». En ese llanto había una fuerza del Espíritu, una presencia de Dios, porque como dice San Pablo10, todas las criaturas están clamando con grandes sollozos, Abba, Padre. Fui aprendiendo que hay un sollozo que es oración, más aún, que es la oración original, anterior al «Padre Nuestro». Una oración sin palabras, una oración sin idioma y sin cultura que la defina y limite. Una oración por la cual las personas, a través de esta situación de muerte, están naciendo a una nueva existencia, que es la de ser hijos de Dios y hermanos entre sí. El sollozo hace nacer, no

9 Is 49, 7; 52, 14; 49, 7; 52, 15.

10 Cfr. Rom 8, 15; 22-23.

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sólo expresa un nacimiento, es como el grito del niño, que no sólo dice «ya estoy aquí», sino que le permite respirar en el mundo. Fui aprendiendo que ese sollozo es señal de discernimiento por consonancia ante lo más bello perdido y ante la fealdad de la muerte. Es como un canto interior que te dice cuál es el camino que debes seguir en los momentos de grandes y pequeñas dudas en la vida y que después, cuando pasa, te deja en paz, no sólo porque el llanto es desahogo (sicológico), sino porque escogiste lo que te conviene, que es lo que Dios quiere desde dentro para ti. Has nacido a ser hija o hijo de Dios un poquito más.

Estas vivencias de noche oscura se encuentran en muchos momentos límite de la existencia, como en los desastres naturales, terremotos, inundaciones, huracanes, en que el agente de la destrucción, aunque sea natural, destruye y mata de una manera parecida al agente de un desastre no natural, como son las masacres.

Pero los que viven estas catástrofes, ¿son testigos? ¿Cómo se les puede aplicar ese término? Son testigos como lo fue Jesús, el mártir por excelencia, que fue testigo de su Dios en la máxima destitución de la cruz, cuando clamó en profunda soledad, «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»11. Jesús es testigo de su Dios, porque le dice «Dios mío», dos veces se lo dice gritándole, a pesar de sentirse abandonado por Él. Es mártir (testigo) de Dios que muriendo nace a ser su Hijo plenamente, como se manifiesta en la resurrección.

Sentido del genocidio desde la fe

Pasemos a este segundo punto que tiene también el carácter de totalidad y, por eso, ya de entrada parece estar emparentado al anterior.

Partamos de la muerte de los niños y niñas y de los bebés. Los mataron con brutalidad extrema como si fueran animalitos. Se nos erizan los pelos, porque pensamos que alguno de nuestros bebés podría ser tratado así, con un puñal en el estómago y estrellado contra rocas. Es un acto que parte de soldados entrenados a suprimir en sí todo sentimiento de repulsión y a embrutecerse (convertirse en animal) para poder matar a los niños como si

11 Mc 15, 33.

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Lo tremendo es que allí se muestra una intencionalidad biológica y racial de acabar a toda la humanidad

fueran un perro o un pollo. Eran entrenados a comer gallinas crudas y matar perros a mordidas.

Además, los mataron a todos, de todas las edades. No consta que ningún soldado se hubiera llevado uno para adoptarlo o venderlo en adopción. Todos, arrasar con todos. Y es que la razón era que los niños eran «semilla»de ese grupo humano. Había que negar la posibilidad de que esa aldea se reprodujera. Como una mala hierba que se saca de raíz. Pero lo tremendo es que allí se muestra una intencionalidad biológica y racial de acabar a toda la humanidad. Ese tipo de actos amenaza la existencia humana, más cuando hay armas poderosísimas en la actualidad que pueden hacer pasar la intención a la realidad.

Pasemos a la palabra de Dios. En el Éxodo12 encontramos algo parecido a lo que sucedió en San Francisco, aunque el alcance de la intención de destrucción del grupo israelita sólo fuera parcial, porque se reducía a matar a los recién nacidos y no se incluía a las niñas. Matar a todo recién nacido varón. ¿Para qué? Para que el pueblo de Israel no creciera y, si la orden genocida se sostenía indefinidamente, para que el pueblo de Israel fuera desapareciendo y sus mujeres se mezclaran con los egipcios.

Sin embargo, hubo un sobreviviente que le dio más gloria a Dios y más servicio a su pueblo que todos los que murieron. Ese fue Moisés que sacaría a su pueblo de Egipto por la mano poderosa de Yahvé, Misterio Innombrable, que se le había aparecido en la zarza ardiente que no se consumía. Esa figura de la zarza era precisamente su pueblo víctima del genocidio, que sin embargo no se consumía. Para Moisés allí, en ese Siervo de Yahvé, sufriente pero vivo, que diría Isaías siglos después, se le revelaba el «Yo soy quien soy» que lo enviaba a una empresa inconcebiblemente difícil para él, pues era «torpe de boca y de lengua»13.

12 Cfr. Ex 3, 1-10.

13 Ex. 4, 10. Noche oscura y zarza ardiente, dos metáforas de experiencias semejantes.

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El evangelista Mateo14 aplica este relato profético a Jesús, cuando Herodes ordena matar a todo niño (parece únicamente varón) menor de dos años. Es otro genocidio de alcance parcial que sólo afecta a un grupo etario de Belén pero que va a cortar la fuerza reproductora de esa aldea por un tiempo. Lo hace por una razón política, que es impedir que haya alguien que lo destrone, pero también por una razón étnica, que son de Belén.

Pero, como las intenciones tienen objetivos implícitos, esa intención lleva consigo el objetivo de matar al Hijo de Dios, es decir, matar a Dios y truncar el plan de salvación. Esta explicitación no se puede hacer sino desde la fe, de la que Herodes carecía, y de la que un cientista social prescinde al hacer el análisis. Pero aquí estamos reflexionando desde la fe y sabemos que si Herodes hubiera completado su plan genocida, acabando con todos los niños de Belén, sin excepción, entonces hubiera matado también al Mesías, el Hijo de Dios cuya misión era iniciar Su Reino. Podemos hacernos una pregunta, tal vez irreverente ¿Qué hubiera hecho Dios Padre? ¿Hubiera repetido la Encarnación?

Como Moisés, Jesús, vivo, hizo más que los niños que murieron. Sin embargo, también ellos son glorificados por la iglesia que los declaró mártires y que reza en la oración colecta de la misa que «non loquendo sed moriendo confessi sunt», es decir que confesaron a Jesús, no con sus palabras, sino con su muerte, aunque no supieran por qué ni por quién morían. Su muerte en tales circunstancias de genocidio contra Jesús apuntó como señal al Hijo de Dios y como sacramento a la gracia salvadora de Dios. Por eso desde siempre hemos aprendido que el bautismo es un sacramento que puede ser de agua, de sangre y de deseo. En este caso, de sangre.

La Iglesia también lee este día el Salmo 123 del pájaro que sale de la jaula a la libertad. Ese pájaro, podemos entender, es Jesús, que en brazos de su padre o de su madre, o un ratito con él y otro ratito con ella, se escapó del cerco de los soldados de Herodes y, como decimos de alguien que casi muere, resucitó. También se puede aplicar a don Mateo que se hincó ante sus hermanos masacrados y les pidió que no lo detuvieran en la auxiliatura y abrió la ventana y voló a la libertad... quebrando toda intención genocida. El ángel que despertó a José de su sueño para que volara Jesús al exilio y

14 Cfr. Mt 2, 13-18.

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el ángel que levantó a don Mateo de entre los cadáveres de sus hermanos es un ángel de vida, más poderoso que la muerte. Su testimonio, también inconfeso, es decir, sin palabras, no testimonio de la boca, sino de las piernas que huyen, es un testimonio de esperanza, porque la vida es más fuerte que la muerte, Dios es más universal que el genocidio.

La denuncia del genocidio también es un SÍ a la vida. ¿Por qué? Porque no sólo implica la justificación de la víctima, sino su resurrección. Pedro denunció ante los judíos la muerte de Jesús, diciéndoles: «ustedes rechazaron al santo y justo... y mataron al Señor de la vida (arjegon), a quien Dios ha resucitado de entre los muertos y nosotros somos testigos (martyres)»15. La denuncia de Pedro justifica a Jesús como víctima inocente, santa y justa, pero a la vez, para comprobar que era inocente, santo y justo, no argumenta que las autoridades no le pudieron probar delito alguno, sino que apela al testimonio de Dios, quien para comprobar que era inocente lo resucitó. ¿Qué más prueba? Por eso, la resurrección de Jesús es la justificación de su inocencia.

La vida es más fuerte que la muerte, Dios es más universal que el genocidio

Pero más aún, al justificar la inocencia de Jesús, Pedro denuncia a los judíos, dirigiéndose sin ambages a ellos: «¡Ustedes! rechazaron al santo y justo... y [lo] mataron». Estas palabras son tremendamente duras para los oídos de los judíos y necesariamente les arden y suscitan en ellos la persecución contra Pedro y los apóstoles. Si aceptaran las palabras de Pedro y reconocieran su propio delito, entonces habría reconciliación y no los perseguirían. Pero no lo hacen, no porque fuera imposible, ya que Pablo se convirtió y dejó de perseguir a los cristianos, sino porque no aceptan su culpa y al no aceptarla no aceptan la fe en la resurrección de Jesús, ni aceptan el poder y la justicia de su Padre, que lo resucitó.

Todo lo cual ilumina desde la fe las circunstancias en que vivimos, cuando se está intentando llevar a los tribunales a los responsables del delito de genocidio en nuestro país. Suscita amenazas y contradenuncias de querer abrir heridas del pasado y no reconocer nuestros propios delitos. Pedro

15 Hch 3, 14-15.

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parece que quiso mantener esa herida abierta toda la vida, porque en ella se revelaba el poder de Dios.

En cuanto a no reconocer nuestros propios delitos, es cierto que todos debemos aceptar nuestras responsabilidades, pero sin cargar una falsa culpabilidad histórica.

El martirio y la sobrevivencia

Pasemos a este tercer punto que ya ha venido apareciendo en la figura de los que huyeron y sobrevivieron. Pero, ¿de dónde me vino la preocupación a la que quiero responder aquí? Cuando estábamos en la montaña con las Comunidades de Población en Resistencia (CPR), teníamos medidas de seguridad, una de las cuales se llamaba «el plan de emergencia», que consistía en salir huyendo a un lugar definido de antemano, cuando se aproximaba la infantería a la comunidad donde estábamos. Era una movilización muy molesta, porque había que cargar con todo lo que se podía, medio arrastrando a los niños o con ellos a la espalda, también los comales16, los molinos, la ropa, los animales que podía uno llevar, durante dos o tres horas, lejos de donde la infantería avanzaba. A veces, la gente se resistía a dejar el lugar, porque pensaba que el peligro no era tan inminente, pero casi siempre obedecía y salía.

Esto que se instituyó ya como una costumbre en la resistencia a partir de mediados de 1982, fue un problema serio que causó muchas muertes, cuando el Ejército comenzó las masacres a finales de 1981 y principios de 1982 y la gente no tenía ni la disposición, ni la experiencia para movilizarse rápidamente. Lo documenté en la masacre del Centro Nueva Concepción de Cuarto Pueblo y en la del parcelamiento de Xalbal, Ixcán17. Se trataba en ambos casos de grupos carismáticos católicos. En el primer caso, los que no quisieron huir ante «el agente del desastre» (el Ejército era como un huracán) se sentían confiados políticamente por pertenecer a un partido de derecha. En el segundo, la razón explícita para no huir que dio el presidente de los carismáticos fue que «nos ponemos en las manos de Dios». Ambos fueron

16 Comal: Amer Central y Méj: Disco de barro o de metal que se utiliza para cocer tortillas. Cfr. Drae, ndr.

17 Cfr. ricarDo Falla, Masacres de la selva. Guatemala 1992, 71 y 145-150.

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masacrados por no huir, por no ser diligentes a la llamada de vida a través del ángel, como fueron José y María que se levantaron a media noche. No «se pusieron en las manos de Dios», sino que obedecieron para salir corriendo.

En la frase del líder religioso –con el debido respeto y admiración a ese hombre de Dios– había, me parece, la imagen de un Jesús pasivo que se deja matar porque su vida está en las manos de Dios y Dios quiere que muera por el género humano y si huye es porque no está aceptando la voluntad de su Padre. Dándole vuelta por mucho tiempo a lo que habría en la cabeza y el corazón de esta gente, me parece que utilizaban inconscientemente la religión como humo que cubre otras cosas. La verdadera razón que había detrás para no salir huyendo es que si huían, se declaraban, con el solo hecho de huir, enemigos del Ejército y merecedores de que éste les disparara. Entonces, queriendo complacerse con éste, no huyeron. Propiamente, se pusieron en las manos del Ejército, no de Dios, y el Ejército, que llevaba la consigna de matar indiscriminadamente los asesinó.

Se

pusieron en las manos del Ejército, no de Dios, y el Ejército, que llevaba la consigna de matar indiscriminadamente los asesinó

A la vez, esta preocupación me ha llevado a buscar en el evangelio cuál fue el comportamiento de Jesús, con el inconveniente que no poseo el bagaje exegético para distinguir qué es lo realmente histórico y qué está construido por la fe de las comunidades. De todos modos, aunque no llegara al Jesús histórico, intentaría reconstruir el comportamiento de Jesús según la fe de los primeros cristianos en el evangelio.

Agarremos, por ejemplo, el evangelio de San Juan. ¿Qué hace Jesús? ¿Huye o no huye cuando lo quieren matar? Hay dos tiempos en su vida pública, una en que huye o se esconde o sube en secreto a Jerusalén, y otro, que comienza con el capítulo 13 durante la Pascua, en que se deja prender.

Veamos el primero que es más fácil porque adosa claramente nuestro argumento de luchar por la sobrevivencia a todo trance. En este período, Jesús se moviliza continuamente para ponerse a resguardo de los que lo persiguen.

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• Evade el poder saliendo de Judea a Galilea cuando se da cuenta que saben que hace más discípulos que Juan Bautista18.

• Sube a Jerusalén, cura al paralítico en sábado y por primera vez lo intentan matar por curar en sábado y, más aún por decir que Dios es su Padre19. Como reacción, se va otra vez a Galilea, lejos, del otro lado del lago, y cuando quieren hacerlo rey se escapa al monte20.

• Luego se dice que andaba sólo en Galilea, no quería andar en Judea porque querían matarlo21.

• Por tercera vez sube a Jerusalén, pero en secreto, cuando sus hermanos le instan a mostrarse en Jerusalén. Lo intentan prender, pero «aún no había llegado su hora»22 y se esconde en el Monte de los Olivos. Por la mañana vuelve al Templo23, perdona a la mujer adúltera y en el templo dice que antes que Abraham fuera, soy yo. Toman piedras, pero «se escondió y salió del templo y atravesando en medio de ellos se fue»24.

• (Paradójicamente, en ese momento predica la parábola del buen pastor en que habla del asalariado que «ve venir al lobo y deja las ovejas y huye»25. O sea que Él ha estado huyendo, pero no es asalariado, pero puede haber un momento en que si huye se convierte en asalariado).

• Dice luego, que el Padre está en mí y yo en el Padre, y otra vez intentan prenderlo, «pero se escapó de sus manos»26 y se va de nuevo al otro lado del Jordán.

• Desde allí vuelve a Judea, a Betania, cerca de Jerusalén por la muerte de Lázaro. Es un viaje peligroso y Tomás se lo hace notar diciéndole que morirán con él27. Resucita a Lázaro y el Consejo acuerda matarlo28, y «por eso... ya no andaba abiertamente entre los judíos, sino que se aleja a la región contigua al desierto»29.

18 Cfr. Jn Cap. 4.

19 Ibíd., Cap. 5.

20 Ibíd., Cap. 6.

21 Ibíd., Cap. 7.

22 Jn 7, 30.

23 Ibíd., 8, 2.

24 Ibíd., 8, 59.

25 Ibíd., 10, 12.

26 Ibíd., 10, 39.

27 Cfr. Jn 11, 16.

28 Ibíd., 11, 53.

29 Jn 11, 54.

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• Por cuarta vez sube a Jerusalén, por la Pascua, y en Betania, seis días antes de la fiesta, se da la cena del perfume30. Las autoridades acuerdan dar muerte a Lázaro, pero Él se decide a mostrarse y entrar triunfalmente en Jerusalén31. Los griegos preguntan por él y dice «Ha llegado la hora para que el Hijo del hombre sea glorificado»32 y ora diciendo «Ahora está turbada mi alma y ¿qué diré, Padre, sálvame de esta hora? Pero para esto he llegado a esta hora»33. Pero todavía pone en práctica las medidas de seguridad y «se fue y se ocultó de ellos»34.

Hasta aquí encontramos a un Jesús continuamente activo, que no se deja capturar y se aleja a Galilea, y en Galilea del otro lado del Jordán, o se va al desierto, o cuando lo tienen casi entre sus manos se va en medio de ellos, no sabemos cómo. Un Jesús agilísimo que lucha por su propia vida, hasta el último día.

Pero su conducta cambia la noche del jueves de Pascua cuando, antes de lavar los pies de sus discípulos, dice que su hora ha llegado.

Fijémonos si Jesús pudo no ir al huerto donde lo prenden o pudo huir allí. Antes del prendimiento en el huerto, cuatro veces menciona el Evangelio el verbo saber o conocer: Jesús sabía que su hora había llegado35; Jesús sabía quién lo iba a entregar36; Judas, el traidor que lo iba a entregar, sabía dónde se escondía Jesús, el huerto, y por tanto, aunque no lo dice el Evangelio, Jesús sabía que Judas lo sabía37; y por fin, inmediatamente antes de ser prendido, Jesús sabía todas las cosas que le iban a sobrevenir38. O sea que, según el Evangelio, conscientemente Jesús se puso en las manos de los guardias que lo capturaron. Fue al huerto a sabiendas de lo que le sucedería.

Y cuando lo prenden, ¿por qué no forcejeó, como parece que hizo otras veces para zafarse de las manos de sus secuestradores? Lo podía haber hecho,

30 Cfr. Jn cap. 12.

31 Ibíd., 12, 13.

32 Jn 12, 23.

33 Ibíd., 12, 27.

34 Ibíd., 12, 36.

35 Cfr. Jn 13, 1.

36 Ibíd., 13, 11.

37 Ibíd., 18, 2.

38 Ibíd., 18, 4.

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como lo hizo el discípulo que según Marcos dejó su manto y salió huyendo semidesnudo39. ¿Por qué no hizo el último esfuerzo, como el sobreviviente de San Francisco?

Cómo sucedieron históricamente esos últimos momentos de Jesús es difícil saberlo. No sabemos si Jesús cambió su manera de proceder o ya materialmente no tuvo forma de escapar estando en Jerusalén, fuera o no fuera al huerto.

Lo que sí es claro es que Juan quiso mostrar que había un contraste en la forma de proceder de Jesús antes del último día y durante esos momentos finales y que Jesús aduce varias veces antes de ese último día que su hora no había llegado y después, que su hora ya llegó y que la abraza.

Juan está dejando muy claro que Jesús asumía con toda libertad su captura y su muerte. De esto no quiere que quede duda, porque presenta a un Jesús con el poder de escaparse que dice a los que lo van a prender, «Yo soy [y] retrocedieron y cayeron en tierra»40. «Yo soy», nos recuerda a la voz de entre la zarza ardiente. Es la fuerza de la divinidad que el evangelista muestra aquí, para dejar en claro que en estos momentos la divinidad se ocultará por completo y que así tiene que ser, no habrá un milagro que se interponga, Jesús no es así, Jesús se deja llevar por su humanidad, como si Dios no existiera, como si Él mismo no fuera Dios. Parece que Juan está dando por sentado que Jesús ya no podía huir usando su inteligencia y rapidez, como lo hizo en otras ocasiones, sino que ya en esas circunstancias sólo por una intervención externa de Dios, podría haberse escapado, cosa que descarta totalmente.

Pero, cuando Jesús se entrega, pide «si me buscan a mí, dejen ir a éstos»41. Ahora sí se cumple que no es un pastor asalariado que huye dejando a sus ovejas en manos del lobo. Si hubiera huido, hubiera dejado a los suyos solos y podrían haber matado a uno de ellos por no apresarlo a él, cosa no improbable, ya que a Lázaro lo pensaron matar42 como víctima sustitutiva. Jesús no huye en este momento decisivo y revela ahora el amor que les tiene

39 Cfr. Mc 14, 51.

40 Jn 18, 6.

41 Ibíd., 18, 8.

42 Cfr. Jn 12, 10.

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a los suyos al pedir que los dejen ir. Algo, como el capitán del barco que sale de último. Que lo maten a él, pero que no toquen a los suyos. Este es un pasaje tan importante que responde, según Juan, a una profecía. Hay luchas por la sobrevivencia que pueden ser egoístas y hay entregas voluntarias que son acto de amor.

Con esto nos quedamos, que el último criterio de la lucha por la sobrevivencia es el amor y que el martirio pleno es el que se asume con amor a los hermanos y hermanas.

El último

criterio de la

lucha por la sobrevivencia es el amor y el martirio pleno es el que se asume con amor a los hermanos y hermanas

Pero Jesús sí huyó... ¿En qué quedamos? ¿Huyó o no huyó? Fue como el pájaro del salmo 123 que sale volando de la trampa, pero se da ya en su resurrección. El pájaro que en la noche oscura del alma cantó sobre los tejados. El pájaro que canta ese canto que es un canto de muerte, cuando grita a su Dios por qué lo ha abandonado. El pájaro que canta un canto de amor porque acepta su muerte sin poner en marcha a su divinidad.

Y al terminar quiero agradecer al hermano Santiago Otero por la presentación que me antecedió de los cuatro catequistas, aún vivos, algunos de ellos sobrevivientes milagrosos del cerco del Ejército o de sus torturas, en el libro Testigos del morral sagrado43. Como que su presentación vino a fortalecer la necesidad de ver siempre a los mártires en relación con los sobrevivientes.

43 Marcelino lópez balan; Marcelino cano SauceDo; Ángel oviDio velÁSquez caSTellanoS; Tiburcio HernÁnDez uTuy. colaboración De SanTiago oTero Díez. Testigos del morral sagrado. Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado 2011.

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¿PUna reconciliación frustrada y su superación*

Juan Hernández Pico, S.J.**

or qué, casi 20 años después de la firma de los acuerdos de paz, no nos hemos acercado a la reconciliación en El Salvador y cómo superaremos este impase?

Creo que hay que buscar las causas al menos a cinco niveles socioteológicos. Y luego proponer la comprensión teológicamente cristiana de la reconciliación (intellectus reconciliationis) y el camino hacia ella a partir de la profundización de esos niveles de la realidad nacional.

FIRMAR LA PAZ NO ES LO MISMO

QUE RECONCILIAR LAS VOLUNTADES

La primera causa la encontramos en la Introducción al mismo informe de la Verdad. En su informe «De la locura a la esperanza» el 15 de marzo de 1993, la Comisión de la Verdad de las Naciones Unidas afirma que entre

* Ponencia en la Cátedra de la Realidad Nacional, 10/11/11 (El Salvador).

** Licenciado en Filosofía de la Facultad Eclesiástica de Filosofía de los Jesuitas de Loyola, España. Licenciado en Teología, del Philosophische und Theologische Hochschule Sankt Georgen, Frankfurt/Mein, República Federal de Alemania. Tiene estudios de Posgrado en Sociología, del Department of Sociology, de la Universidad de Chicago, en Estados Unidos. Es candidato al doctorado (Ph.D) en Sociología, de la misma universidad. Actualmente es profesor de Cristología y Sacramentos I y II en la Universidad Centroamericana «José Simeón Cañas» de El Salvador.

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1980 y 1991 «la República de El Salvador… estuvo sumida en una guerra que hundió a la sociedad salvadoreña en la violencia, le dejó millares y millares de muertos, y la marcó con formas delincuenciales de espanto; hasta el 16 de enero de 1992, en que las voluntades reconciliadas firmaron la paz en el Castillo de Chapultepec, en México, e hicieron brillar de nuevo la luz para pasar de la locura a la esperanza». (negrilla mío).

En este breve párrafo se encierra un grave malentendido: que la firma de la paz implicaba ya la reconciliación de las voluntades. La firma de la paz era más bien el resultado del reconocimiento mutuo de que ninguna de las partes beligerantes podía ganar la guerra militarmente. Se imponía, pues, un final del conflicto en forma de acuerdos de paz, producto de negociaciones difíciles en que cada contendiente pretendía perder lo menos y ganar lo más posible. Pero eso no significaba necesariamente la reconciliación de las voluntades que se habían enfrentado en la guerra. Y tampoco significaba la reconciliación mutua sobre bases de verdad, justicia y perdón entre las grandes mayorías del pueblo salvadoreño y las minorías privilegiadas. Es notable que el mismo informe piense que «la necesidad de ponerse de acuerdo sobre una Comisión de la Verdad, brota del reconocimiento de las partes sobre el desplome del comunismo que alentaba a una de ellas, y acaso de la desilusión de la potencia que alentaba a la otra». Es decir de factores que contribuían a hacer imposible cualquier triunfo militar.

El final de la guerra no coincide históricamente con el logro de la reconciliación. Porque la paz no es solo la ausencia de la guerra, sino que es principalmente la prosperidad del pueblo, una prosperidad lanzada sobre todo por una capaz e incorrupta administración del potencial de desarrollo de un país que privilegiará especialmente a los pobres. Esa es bíblicamente la misión del gobernante justo: «Oh Dios, confía tu juicio al rey, y tu rectitud al hijo del rey. Para que gobierne a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud». ¿Y cuál será el efecto de este gobierno justo? Será la prosperidad propia de esa paz con justicia: «Produzcan los montes bienestar y las colinas prosperidad para tu pueblo; que él defienda a los humildes del pueblo, socorra a los hijos de los pobres y aplaste al opresor»1. Cuando la política y los funcionarios del Estado, ejecutivos, legisladores y jueces, actúen así y así

1 Sal 72, 1-4 .

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salgan al encuentro de las aspiraciones de la gente, entonces avanzaremos hacia la paz que puede conllevar reconciliación.

Así pues, el primer nivel del retraso de la reconciliación en El Salvador es la falta de distinción entre la firma de la paz y la reconciliación. Cuando esta distinción no se hace, se produce un grave desequilibrio: no se concede a la reconciliación el carácter de proceso que caracterizó a la firma de la paz. La paz contenida en la firma de los acuerdos fue el final de un proceso de negociaciones para detener y terminar la guerra y fue también el diseño de un proyecto renovado de convivencia ciudadana, aunque el diseño de nueva convivencia fue de menor calado que los acuerdos para terminar la guerra. Acercar la reconciliación ha de implicar también retomar ese proyecto y llevarlo hasta el final por medio de un proceso de encuentros humanos para revertir la hostilidad entre la ciudadanía en El Salvador y terminar con su enemistad.

LA FALTA DE RECONOCIMIENTO DE LA VERDAD, ESPECIALMENTE DEL DAÑO CAUSADO

En esta Introducción la Comisión de la Verdad enfatiza que «su vocación y su esencia eran la búsqueda, el encuentro y la publicación de esa verdad en los hechos de violencia realizados por tirios y troyanos (negrilla mía). La verdad, toda la verdad y nada más que la verdad… La verdad global y la verdad específica. La verdad resplandeciente pero tranquila…, siempre en el contexto pedagógico de que se contribuya a la reconciliación y a la abolición de aquellos patrones de comportamiento en la nueva sociedad».

Me parece evidente que muchos de los señalados en el Informe de la Comisión de la Verdad como responsables de enormes y brutales violaciones de los derechos humanos y de crímenes de lesa humanidad y contra el derecho humanitario en la guerra, no han reconocido esa verdad y muchas veces la han negado. Y en consecuencia han negado la responsabilidad de los daños causados atribuyéndola únicamente al enemigo. Les faltó esa «honradez con la realidad» que fundamenta la búsqueda y el reconocimiento de la verdad2. Es innegable que la falta de reconocimiento de la verdad investigada por la

2 Jon Sobrino, Jesucristo Liberador, Lectura Histórica-teológica de Jesús de Nazaret, San Salvador 1991, 29-30. Ver del mismo autor Honradez con lo real, en Terremoto, terrorismo, barbarie y utopía, San Salvador, 2006, 67-94; y también El Pueblo crucificado y la Civilización de la pobreza.

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Comisión de la Verdad, la falta de reconocimiento de los resultados del informe, e incluso la negación de esa verdad por el entonces Presidente Cristiani, por la Fuerza Armada, por la Corte Suprema de Justicia, por el partido ARENA y por la Asamblea que decretó la amnistía, lejos de contribuir a la reconciliación la han vuelto más difícil y escabrosa. Cuando la verdad no es reconocida e incluso es negada, la reconciliación se aleja y se producen quiebres y hundimientos en el camino hacia ella. Reconocer la verdad de los resultados contenidos en el informe de la Comisión de la Verdad implica reconocer los daños causados, reconocer que el Estado Salvadoreño incurrió durante la guerra en terrorismo de Estado, puesto que cometió hechos criminales no excepcionales sino normales, que se convirtieron en un patrón de conducta criminal violadora de las normas jurídicas de humanidad exigibles a los contendientes también en la guerra: torturas, desaparecimientos, asesinatos, masacres, etc. Los guerrilleros beligerantes no reconocieron los hechos a ellos imputados por la Comisión de la Verdad, pero tampoco reconocieron el carácter criminal de estos hechos cometidos durante la guerra, que se convirtieron en normales y no fueron excepcionales: especialmente los asesinatos y ejecuciones extrajudiciales. Según la Comisión de la Verdad, el 85% de las denuncias recibidas sobre estos crímenes fue atribuido por los denunciantes a «agentes del Estado», y sólo el 5% fue atribuido «al FMLN». Cuantitativamente se trata de una enorme diferencia. Cualitativamente, sin embargo, ambos contendientes están vinculados en la responsabilidad por haber justificado estas atrocidades como defensa de la patria o de la revolución. Se trata de la justificación de la violencia extramilitar, ajena a los enfrentamientos bélicos. La falta de honradez con la realidad traducida en negación de la verdad tiene graves consecuencias ciudadanas; se vive bajo el imperio del miedo al pueblo y al futuro, se siguen edificando enormes muros para ocultar tras de ellos el lujo de las mansiones, se rodea a estas mansiones de medidas extraordinarias de seguridad que se vuelven ordinarias, se viaja con guardaespaldas por el país, se huye del examen de la constitucionalidad o inconstitucionalidad de la amnistía, etc. Por eso se vive sin auténtica libertad. Porque la negación de la verdad moral

La falta de honradez con la realidad traducida en negación de la verdad tiene graves consecuencias ciudadanas

El ‘Hacerse cargo de la realidad’ de Ignacio Ellacuría, en Fuera de los pobres no hay salvación, Madrid, Trotta, 17-38.

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y de la honradez con la realidad conducen a una vida inauténtica. Por eso se buscan muchas veces huidas en ciertos fundamentalismos que abordan los crímenes por medio del así llamado encuentro con Cristo, convirtiendo lo que debiera ser auténtica conversión en un desahogo de la angustia moral. El Evangelio nos avisa que solo el reconocimiento de la verdad nos hará libres3. Pero historizándolo se trata en concreto de la verdad de los daños causados a las víctimas de la guerra. En El Salvador, ser «honrado con la realidad» y «hacerse cargo» analíticamente de ella fue lo que caracterizó las homilías dominicales de Monseñor Romero durante los tres años en que fue pastor de la Arquidiócesis. Claro que además él «cargó» éticamente con la realidad salvadoreña, iluminándola fraternalmente con sus valores evangélicos, y «se encargó» de ella mostrando con su profetismo y su amor utópico y esperanzado el camino para empezar a transformarla4. Como dice Jon Sobrino, se puede también «ser cargados por la realidad» o «dejarse cargar por la realidad»5. Y Monseñor Romero es también paradigma de esta vivencia de la gracia solidaria en negativo y en positivo: «A mí me toca ir recogiendo atropellos, cadáveres y todo eso que va dejando la persecución de la Iglesia»6. O «con este pueblo no cuesta ser buen pastor… Soy simplemente el pastor, el hermano, el amigo de este pueblo, que sabe de sus sufrimientos, de sus hambres, de sus angustias, y en nombre de esas voces yo levanto mi voz…»7.

Así pues, el segundo nivel del retraso en el proceso de reconciliación en El Salvador es la falta de reconocimiento de la verdad o incluso su negación por causa de la deshonestidad con la realidad. En tales circunstancias es mucho más complicado avanzar por el camino que conduce a convertir la hostilidad en calma y la enemistad en amistad aun siendo adversarios. Sin reconocimiento de la verdad es casi imposible la reconciliación. La dificultad de ese reconocimiento consiste en que reconocer la verdad implica ser honrados con la realidad y «hacerse cargo» de que ambas luchas, la estatal y la

3 Cfr. Jn 8, 32.

4 Cfr. ignacio Ellacuría, Hacia una fundamentación del método teológico latinoamericano, en Escritos Teológicos I, San Salvador, 2000, 187-218, en especial p. 208.

5 Jon Sobrino, Fuera de los pobres no hay salvación. Pequeños Ensayos utópico-proféticos, Madrid 2007, 18.

6 MiguEl cavada díEz, Homilías Monseñor Oscar A. Romero, Tomo I, San Salvador 2006, 149. Ver también MiguEl cavada díEz, El Corazón de Monseñor Romero, San Salvador, p. 9.

7 MiguEl cavada díEz, Homilías Monseñor Oscar A. Romero, Tomo V, San Salvador 2006, 542. Ibíd., I, p. 167. Ver también cavada, El Corazón…, Op. cit., p. 71 y 75.

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revolucionaria, estuvieron atravesadas por crímenes contra la humanidad, que nunca pudieron haberse justificado. La verdad requiere honrada humildad, es decir deponer el orgullo que consiste en la defensa absolutista de una causa. Las causas o banderas por las que se luchó pudieron ser dignas y su defensa, sin embargo, pudo estar atravesada de indignidad. La honradez en reconocerlo hace posible asumir la verdad y caminar hacia la reconciliación.

LA JUSTICIA QUE RESTABLECE EL RESPETO AL DERECHO

La Comisión de la Verdad recuerda además que la investigación de la verdad de los hechos está vinculada con acciones de justicia que restablezcan el respeto al derecho y a las leyes que lo encarnan. Se refiere al Acuerdo de Paz firmado en Chapultepec y recuerda que allá se encomendó a dicha Comisión «la investigación de graves hechos de violencia ocurridos desde 1980, cuya huella sobre la sociedad reclama con mayor urgencia el conocimiento público de la verdad». (Arto. 2º). Continúa recordando que en el artículo 5º se le asigna el «esclarecer y superar todo señalamiento de impunidad de oficiales de la Fuerza Armada». Y se da una explicación: «hechos de esa naturaleza, independientemente del sector al que pertenecieron sus autores, deben ser objeto de la actuación ejemplarizante de los tribunales de justicia, a fin de que se apliquen a quienes resulten responsables, las sanciones contempladas por la ley» (negrilla mía).

Estamos, pues, frente al tema de la justicia. La justicia sobre las acciones de los beligerantes ha sido soslayada en los veinte años que nos separan de los Acuerdos de Paz. Pero en nuestra tradición bíblica sin justicia es imposible la paz. Afirma Isaías lapidariamente: «la paz es efecto de la justicia»8. Pero cuando se les ha planteado a los presidentes de este país buscar la justicia en el asesinato del arzobispo Romero, uno tras otro han hablado de «perdón y olvido» y de «no reabrir heridas del pasado». Cuando al anterior presidente, Antonio Saca, se le recordaron las recomendaciones de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos sobre la necesidad de retomar el proceso sobre el crimen con el que se asesinó a Monseñor Romero, alegó que había sido electo «para gobernar hacia el futuro, no hacia el pasado». Con estas palabras han expresado su temor de que cualquier ejercicio de la

8 Is 32, 17.

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justicia va a engendrar en El Salvador torbellinos de inquietud y desasosiego, que pueden conducir hacia su desestabilización. Muy distinta es la visión del libro de Isaías, que escribe así a continuación de lo que ya hemos citado: «La función de la justicia [es] calma y tranquilidad perpetuas. Mi pueblo habitará en un lugar pacífico, en moradas tranquilas, en mansiones sosegadas»9. Por desgracia hoy no podemos afirmar sin grandes matices que los Acuerdos de Paz sin ninguna clase de justicia para lo sucedido en la guerra, hayan traído la paz a este país. Los índices de violencia son hoy entre los más altos del mundo, si exceptuamos zonas de guerra, como Afganistán, Los Grandes Lagos o Sudán (Darfur) en Africa, por ejemplo. El día 27 de octubre de este año (2011) una comisión de la ONU publicó en Ginebra un informe sobre la violencia en el mundo. El Salvador aparece como el país más violento con una tasa de 62 homicidios por cada 100 mil habitantes. Miembros del gobierno han afirmado que eso se refiere a lo ocurrido durante la presidencia anterior de Antonio Saca. Sin embargo, sea o no así, es una tasa lo bastante reciente como para abrumarnos por su horror.

El Salvador aparece como el país más violento con una tasa de 62 homicidios por cada 100 mil habitantes

Es lamentable que en este país la única justicia con que se ha contado, y que se ha descartado con gran temor, es la justicia penal retributiva, cuyo paradigma fue la drástica justicia de los vencedores en la Segunda Guerra Mundial contra los prisioneros de guerra nazis políticos y militares que se aplicó en Nuremberg. Sin embargo, existen situaciones, como las de una transición entre dictaduras represivas y democracias incipientes o restauradas, donde se ha aplicado una forma distinta de justicia, la justicia transicional. De ella hay ejemplos diversos y muy distintos, desde las leyes de punto final que luego han sido revocadas, y los juicios penales nacionales a los dictadores argentinos pasando por los juicios penales a los genocidas serbios, serbobosnios y liberianos en la Corte Penal Internacional de La Haya, hasta el pacto del olvido frente a los crímenes de la dictadura militar brasileña. Existen además otras formas de justicia. En Sudáfrica se dio una situación en cierta manera similar a la salvadoreña. Ni los defensores del apartheid ni los miembros del Congreso Africano tenían la capacidad de ganar una guerra civil. Se llegó a conversaciones de paz que terminaron

9 Ibíd., 32, 17-18.

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con la supresión del apartheid y la sumisión de todos a elecciones democráticas, que cambiaron a los gobernantes, pues el Congreso Africano superó en ellas a los partidos de base racial blanca minoritaria. Gracias a figuras carismáticas como el arzobispo Desmond Tutu, Premio Nobel de la Paz, y el entonces recién electo presidente Nelson Mandela se llegó a crear la Comisión de la Verdad y Reconciliación, en el seno de la cual se aplicó la justicia restaurativa. Esta última considera posible el encuentro interpersonal entre ofensores y víctimas, con efectos profundamente catárticos, que culminan en ciertas formas no penales de reconocimiento y reparación de la ofensa. En El Salvador el Instituto de Derechos Humanos de la UCA (IDHUCA) ha intentado la justicia restaurativa ya tres años consecutivos, pero sin haber podido lograr el encuentro entre ofensores y víctimas o personas ofendidas, pues ya hemos dicho que aquí existe un casi absoluto déficit de reconocimiento de los crímenes u ofensas. Aquí la catarsis restaurativa de la justicia se logró únicamente porque los relatos de algunas víctimas o personas ofendidas durante la guerra pudieron ser escuchados por magistrados extranjeros y salvadoreños que emitieron sentencias transicionales que otorgaban a las víctimas la razón y les devolvían, con ella, la dignidad humana herida.

Sin aplicación de ninguna clase de justicia para las víctimas es casi imposible la reconciliación

Así pues, el tercer nivel del retraso en el proceso de reconciliación en El Salvador es la falta de aplicación de cualquier forma de justicia. En estas circunstancias –repitámoslo– es mucho más complicado avanzar por el camino que conduce a convertir la hostilidad en paz y la enemistad en convivencia tranquila. Sin aplicación de ninguna clase de justicia para las víctimas es casi imposible la reconciliación. El temor a reconocer la ofensa ha llevado al Estado Salvadoreño a negar todo tipo de justicia. Detrás está probablemente la gran dificultad de aceptar que miembros de la Fuerza Armada y prominentes miembros de la sociedad civil –estos últimos bajo la máscara de miembros de los escuadrones de la muerte u organizadores o financiadores de ellos–, cometieron en la guerra crímenes de lesa humanidad. El orgullo y la ceguera disfrazados de patriotismo llevaron a la negación de la justicia. Mientras tanto, queda patente que el camino para gobernar hacia el futuro no es olvidar el pasado sino esforzarse por superarlo sanándolo, y eso no se puede lograr sin alguna forma de justicia.

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ENCARAR LA IMPUNIDAD GENÉRICA E INSTITUCIONALIZADA

La Comisión de la Verdad añade en la Introducción a su informe que la necesidad de un acuerdo sobre la misma Comisión surge también de «la urgencia de encarar el tema de la impunidad genérica e institucionalizada, que… ha minado [a la sociedad salvadoreña] en su más íntima entraña, puesto que al amparo de los organismos del Estado pero al margen de la ley se sucedieron violaciones reiterativas de los derechos humanos por integrantes de la Fuerza Armada; y transgresiones de esos mismos derechos por los guerrilleros» (negrilla mía). Hemos visto en el punto anterior que la Comisión recordaba que en el artículo 5º [del Acuerdo de Paz] se le asigna el «esclarecer y superar todo señalamiento de impunidad de oficiales de la Fuerza Armada». Y se da una explicación: «hechos de esa naturaleza, independientemente del sector al que pertenecieron sus autores, deben ser objeto de la actuación ejemplarizante de los tribunales de justicia, a fin de que se apliquen a quienes resulten responsables, las sanciones contempladas por la ley».

Estamos, pues, frente a esa lacra social y política encarnada en la impunidad. Esa impunidad sigue veinte años después minando la «más íntima entraña» de la sociedad salvadoreña. La equivocada equivalencia de la firma de la paz con la reconciliación, la ausencia de reconocimiento de la verdad y la falta de cualquier tipo de justicia afianzan esa impunidad. El resultado es una sociedad que intenta superar la guerra sin sanar sus heridas, situándose así en peligro de provocar una gangrena, una tremenda pudrición del cuerpo social. O, tal vez peor aún, provocando la sobrevivencia y perpetuación de un resentimiento irredento que conduce por diversos caminos a la situación de violencia que hoy nos aqueja en El Salvador después de veinte años de la firma de la paz. La impunidad quedó entronizada en el sistema legal salvadoreño cuando la Asamblea Nacional votó la Ley de Amnistía amplia e incondicional el día 20 de marzo de 1993, cinco días después de haber sido publicado el Informe «De la Locura a la Esperanza» por la Comisión de la Verdad. Es decir, con absoluta aceleración e irreflexión de sus consecuencias.

Así pues, el cuarto nivel del retraso en el proceso de reconciliación en El Salvador es la permanencia de la impunidad. Sin resolver de alguna manera socialmente válida el problema de la impunidad es imposible caminar hacia la reconciliación. Además, si el Informe de la Comisión de la Verdad

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no poseía carácter de obligatoriedad jurídica para el Estado, no se ve por qué la Asamblea Nacional consideró necesario votar la Ley de Amnistía. Era en realidad una confesión de culpa que pretendía lo que el lenguaje popular conoce como curarse en salud. Por lo demás, la amnistía no debería haber tenido ninguna aplicación constitucional para los funcionarios públicos civiles o militares del Gobierno de Alfredo Cristiani, respecto de crímenes cometidos durante ese periodo de gobierno durante el cual se votó la ley. Así lo dice el artículo 224 de la Constitución de El Salvador. De todas maneras, al decretar esta Ley de Amnistía unilateralmente desde el poder sin ningún diálogo con las víctimas de los crímenes amnistiados, se iba directamente en contra del proceso de reconciliación. La sombra de aquel acto motivado por el miedo a la realidad desenmascarada en el informe se ha alargado hasta hoy. Lo acabamos de ver en la forma evasiva como la Corte Suprema de Justicia ha tratado las órdenes de detención de los acusados en el asesinato en 1989 de los jesuitas de la UCA emitidas por la Audiencia Nacional de España a través de Interpol. Ya el entonces Presidente Cristiani afirmó por su cuenta y riesgo en el mensaje dirigido a la nación el 18 de marzo de 1993 que «en esta materia del fomento de la reconciliación, consideramos que el informe de la Comisión de la Verdad no responde al anhelo de la mayoría de salvadoreños, que es el perdón y el olvido de todo lo que fue ese pasado tan doloroso, que tanto sufrimiento trajo a la familia salvadoreña». Pasar «una página dolorosa de nuestra historia», como el mismo Cristiani dijo, sin entrar en un proceso humanamente serio y honrado con la realidad, iba a provocar precisamente lo contrario de la reconciliación, como lo muestra el abismo de violencia en que aún estamos hundidos.

LA PERMANENCIA EN EL SALVADOR DE LAS CAUSAS QUE MOTIVARON LA REBELIÓN Y LA GUERRA

• El quinto nivel del retraso en la reconciliación, que no suele ser tocado habitualmente, es la permanencia de una distancia grande entre los pocos ricos y los muchos pobres. Es el escándalo de la enorme desigualdad. Se mide la desigualdad en un país por medio del coeficiente de Gini, donde cuanto más cercano está de cero el coeficiente, mayor igualdad hay en un país, y hay mayor desigualdad cuanto más cercano de 100 está el coeficiente. Según el Informe de Desarrollo Humano del PNUD de 2009, el coeficiente de Gini para El Salvador es 49.7. La desigualdad en El Salvador es mucho mayor que en los países escandinavos: alrededor del 25% Dinamarca (24.7),

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Suecia (25.0), Noruega (25.8) y Finlandia (26.9). Y entre los países industrializados sólo en los Estados Unidos es mayor de 40 (40.8). Por otro lado, en Centroamérica solo Costa Rica tiene una desigualdad menor (47.2) que la de este país. De aquellos países de América Latina de donde tenemos datos, solo Venezuela (43.4), Uruguay (46.2) y México (48.1) son menos desiguales que este país. La gran lacra de los países del Continente Americano, con la excepción de Canadá (32.6), es su gran desigualdad, destacando a igual fecha Haití (59.5) Colombia (58.5), Bolivia (58.2), Brasil (55), y Guatemala (53.7). Solo en África se dan desigualdades gigantescas, semejantes o mayores que las de América: Sudáfrica (57.8), Botswana (61) y Namibia (74.3)10. Pero la comparación de nuestro país con los países escandinavos, los menos desiguales del mundo, es muy pertinente porque todos ellos eran pobres hace cien años, al comienzo del siglo XX, y su enriquecimiento no ha conllevado la apertura de una gran brecha de desigualdad.

• Esta desigualdad se traduce también en el índice de pobreza humana. El Salvador ocupa el puesto 106º sobre 182 países en el Índice de Pobreza Humana y de Ingresos, es decir 15 puestos más abajo de la mitad. Este índice mide las privaciones en las tres dimensiones básicas que componen el índice de desarrollo humano: vida larga y saludable, conocimientos y nivel de vida digno. Es un índice compuesto que mide la probabilidad al nacer de no vivir hasta los 60 años, el porcentaje de adultos que carecen de aptitudes de alfabetización funcional, el porcentaje de personas que viven por debajo del umbral de pobreza (en El Salvador el 37.2%), y la tasa de desempleo a largo plazo. Desde 1998 a 2009 este país ha avanzado solamente 8 puestos en este índice. En 1998 ocupaba el puesto 114 y hoy ocupa el puesto 10611.

• La misma desigualdad admite traducción también en la corriente migratoria hacia los Estados Unidos. En 1989, basado en una encuesta del IUDOP, Segundo Montes calculó que vivían en los Estados Unidos 950,255 personas, mientras que en El Salvador vivían 6,271,087, es decir vivían en Estados Unidos el 15.13% de los que vivían en El Salvador. En el año 2000 tanto el total de los que vivían en Estados Unidos como el porcentaje respecto de los que vivían en El Salvador se mantiene prácticamente constante. Pero

10 PNUD, Informe sobre Desarrollo Humano 2009, Superando Barreras, Movilidad y Desarrollo Humano, Grupo Mundi-Prensa, Madrid, Barcelona, México, 2009, 209-212.

11 Ibíd., p. 190-192 y Informe sobre Desarrollo Humano 1998, 146-147.

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en 2008 vivían ya en los Estados Unidos 1,591,640 salvadoreños según el Census Bureu American Community Survey, y en El Salvador 6,122,413 según la Dirección de Estadística y Censos, para una tasa de gente viviendo en Estados Unidos del 25.99% de los que vivían en El Salvador12. El salto hacia adelante es impresionante. En términos de su importancia económica, los datos nos dan que en 1989 los salvadoreños en Estados Unidos enviaron 327 millones de dólares en remesas o el 6.6% del PIB. Pero en el año 2008, antes de que se hiciera marcar el descenso por efecto de la primera gran crisis de la globalización, los salvadoreños enviaron 3 mil 787 millones y medio de dólares o el 17.1% del PIB. Las circunstancias de la guerra, de la pobreza y sobre todo del bloqueo del ascenso socioeconómico han hecho que la exportación de personas trabajadoras se haya convertido en la más importante del país13. Con el costo humano de dolor y sacrificio que esto ha representado.

Así pues, el retraso en los procesos de reconciliación tiene que ver también con la gran desigualdad imperante en este país, con el alto porcentaje de pobreza humana y con la grande y creciente corriente migratoria hacia los Estados Unidos. Tiene que ver en último término con una «civilización del capital», que privilegia desmesurada e inequitativamente al capital por encima del trabajo, y con una «civilización de la riqueza»14, que supervalora el enriquecimiento insaciable de pocos e infravalora la pobreza permanente de muchos. No es extraño que este tipo de civilización, opuesta al bienestar propio de la paz, produzca resentimiento y aleje de la reconciliación. El lema de la celebración del aniversario de los mártires este año reza así: «Solo utópica y esperanzadamente podemos tener ánimos para intentar con los pobres y oprimidos del mundo revertir la historia»15. Son palabras del antiguo rector de la UCA, Ignacio Ellacuría, pocos días antes de ser asesinado con sus compañeros jesuitas y las dos mujeres que esa noche paradójicamente se refugiaron en su casa. Revertir la historia significa imprimirle otra dirección, una dirección que la haga caminar hacia el acercamiento del cumplimiento de la esperanza de los pobres16. En este país los acuerdos de paz hicieron

12 laura carolina ruiz, El Salvador 1989-2009. Estudios sobre Migraciones y Salvadoreños en Estados Unidos desde las categorías de Segundo Montes, San Salvador, Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, PNUD Desarrollo Humano y Migraciones 2011, 12.

13 Ibíd., p. 76-77.

14 ignacio Ellacuría, Ignacio, El desafío de las mayorías populares, en Escritos Universitarios, San Salvador, 1999, 300-301 y 305.

15 ignacio Ellacuría, El desafío de las mayorías populares , Op. cit., p. 301.

16 Cfr. Sal 9, 19.

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surgir una poderosa corriente de esperanza en las mayorías. Esa esperanza podría ser bien interpretada con las palabras del libro profético que lleva el nombre de Isaías:

Miren, yo voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva; de lo pasado no quedará recuerdo ni se lo traerá a la memoria, más bien gócense y alégrense siempre por lo que voy a crear; miren, voy a transformar a Jerusalén en alegría y a su población en gozo…; ya no habrá allí niños que mueran al nacer ni adultos que no completen sus años… Construirán casas y las habitarán; plantarán viñas y comerán sus frutos, no construirán para que otro habite, ni plantarán para que otro coma… No se fatigarán en vano, no engendrarán hijos para la catástrofe…17.

¡En este país aún se engendran hijos para la catástrofe! Casi todos los años la vulnerabilidad natural se multiplica por la vulnerabilidad ecológica y la vulnerabilidad social y política, y los huracanes o las tormentas tropicales o los terremotos hacen que mucha gente se haya fatigado en vano, porque el Estado es débil, porque los ricos no pagan impuestos correspondientes a su riqueza y el Estado, en consecuencia, carece de medios para dragar el río Lempa, para rellenar y nivelar las cárcavas, para reconstruir los puentes, para edificar contrafuertes en los taludes que bordean las carreteras, para reedificar los centros de salud y las escuelas derruidas, y para importar los granos necesarios para poder competir en los mercados con los especuladores privados. La carga tributaria de este país era en la última década del siglo XX de 12% del PIB, mientras que era de 19% en los Estados Unidos, de 20% en Chile, de 21% en Panamá, de 22% en Costa Rica, de 24% en Nicaragua, de 28% en Uruguay, sin hablar de Suecia (33%), Reino Unido (34%), Dinamarca y Alemania (35%), Francia (38%), Y Holanda y Croacia (43%)18. Y ni en Chile ni en Costa Rica o Nicaragua, ni por supuesto en Francia u Holanda se oye hablar de que los inversionistas nacionales, agobiados por la carga fiscal, huyan de su país en estampida de capitales.

17 Is 65, 17-23.

18 PNUD, Informe sobre Desarrollo Humano 1998, Mundi-Prensa, Madrid, Barcelona, México, 1998, 182-183 y 204.

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NO EL FRÍO OLVIDO EGOÍSTA, SINO EL CÁLIDO RECUERDO

COMPASIVO DEL SUFRIMIENTO, ES EL CAMINO AL PERDÓN

Es preciso abandonar el tremendo equívoco escondido en la frase «perdón y olvido». Hay que dar un fuerte desmentido al olvido como camino al perdón. El verdadero camino al perdón y, por él, a la reconciliación, es el recuerdo, la memoria histórica del corazón. Hay dos clases de recuerdo o memoria.

• Una memoria basada en el resentimiento y la venganza. No es esta una memoria sanadora de las ofensas. En el Salmo 137 tenemos un ejemplo sobresaliente e impactante de este tipo de memoria. Parece que lo cantaban los israelitas deportados de su patria o los que, ya retornados, recordaban el tiempo del exilio. Escuchemos:

¡Cómo cantar un canto del Señor en tierra extranjera!

Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me paralice la mano derecha, que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti, si no exalto a Jerusalén como colmo de mi alegría.

Así se celebra el triunfo de la nostalgia patria. Pero el salmo no termina ahí. Los exiliados profieren una «bienaventuranza sarcástica»19 que alcanza en el corazón a los que han sido causa de su desgracia. El horizonte está, pues, cargado de deseos de venganza:

¡Capital de Babilonia, destructora, dichoso el que te pague el mal que nos has hecho!

¡Dichoso el que agarre y estrelle a tus hijos contra la peña!

19 Así comenta La Biblia de Nuestro Pueblo, Bilbao 2007, 1479.

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El deseo de venganza, sin dejar de ser histórico, es un recuerdo podrido, es la base del resentimiento en las víctimas y puede llegar a transformar el deseo de liberación en odio o en eterna victimización. Y el deseo de venganza engendra, además, violencia. Una nueva violencia; por ejemplo, en este país la violencia de las pandillas juveniles, llamadas «maras», o «la mara 18» y «la mara 13». ¿Qué significan estos números? Es bien sabido: son las calles de Los Ángeles, en California, donde los adolescentes y los jóvenes exiliados y emigrantes durante la guerra en El Salvador encontraron una pertenencia que los rescataba de la soledad familiar producida por el trabajo a destajo de sus padres y de la pérdida de la escolaridad por la dificultad de la lengua, y donde reprodujeron a la vez, con su violenta rivalidad, el conflicto armado que desgarraba a su país. Retornados luego muchos de ellos, es decir sometidos a una nueva deportación por sus fechorías juveniles, mantuvieron en los barrios marginados y en los cantones rurales tanto la violencia como la rivalidad. Y los que habían quedado sin emigrar reprodujeron la estructura de las maras por la vía de la intercomunicación.

Sin embargo, es fácil y simplista responder al problema de las maras (pandillas) con el mismo resentimiento y un deseo de justicia, que en realidad es de venganza social. Un gran jesuita fallecido en 2006, el P. Manolo Maquieira, enfrentó este problema en un barrio marginado infestado de maras en Guatemala, llamado el Puente de Belize. Creó un proyecto educativo-laboral que otros jesuitas continúan hoy. Su visión de este tipo de marginación y de la violencia inherente a ella tiene rasgos profundamente sabios. Lo cito textualmente:

El barranco20 es otro ‘sacramento’ muchas veces. Hay dos mundos, el mundo de los de arriba y el mundo de los de abajo. Me da la impresión que la gente casi no echa de menos los servicios básicos a veces, porque tienen un concepto de sí mismos tan bajo que creen que esos servicios básicos son para gente de dinero, son para los de arriba, no son para los del barranco. Los del barranco somos el submundo éste en el que no tenemos ni derecho a nada y lo mejor que podemos hacer es morirnos. La pregunta siempre es por qué los jóvenes de aquí no tienen capacidad de crítica social o ni siquiera de envidia social, no van a pelearse con los jóvenes ricos, no van a pelearse a la salida de los colegios con los jóvenes de un colegio de pago. No. Se pelean entre ellos. Estamos en lo de siempre: ‘basura contra basura’. Es el sentimiento de que

20 En la Ciudad Capital de Guatemala, los barrios marginados está no pocas veces en barrancos invisibles o invisibilizados.

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cada vez que un joven nuestro mata, yo creo que en el fondo se está suicidando. Es como estar viendo a la gente…, como no tenemos nada que perder, ni tenemos nada, no me importa que esta gente se muera.

El P. Maquieira da una visión del ingreso a las maras profunda y trágica:

Es una salida para la propia impotencia; el hombre no querido y, además, que sabe que no va a ser querido nunca y que se va sintiendo incapaz de querer, por lo menos para salvar… algo de lo que lleva dentro, busca ser temido, por lo menos ser temido. Y luego, busca el grupo. Entonces la violencia por un lado es muy grupal y la violencia también da fuerza, da poder para el desposeído que es incapaz de buscar poder por otro sitio, pues lo encuentra… sobre todo en el grupo violento: causa miedo y eso le hace sentirse alguien, yo creo, individualmente pero sobre todo como grupo…, esa pertenencia al grupo sustituye la falta de identidad que tiene él.

Pero esa identidad es falsa, piensa Maquieira:

Hay [bastantes] jóvenes con unos destrozos personales por falta de experiencia de amor, porque llegan a la adolescencia sin haberse sentido queridos profundamente nunca… sin seguridad, sin una figura paterna que tendría que darles seguridad en el futuro; porque llegan como sin identidad y demasiado abiertos a que sea un grupo el que les dé la identidad que no tienen; como no hay identidad, se sustituye por una pertenencia a algo, que por ser malo como es el caso de las maras, le acaba quitando más todavía la identidad, en vez de devolvérsela21.

• Frente a esta memoria de pudrición de sueños e identidad contaminada, vista, sin embargo, con compasión y con un proyecto para rescatarla de su desgracia, y no con el único deseo de exterminarla, hay otra memoria en la Biblia cristiana que recuerda que la vida vale la pena sólo cuando la memoria de la opresión y de la injusticia conduce a la entrega de la vida sin fundamentarse en el odio, sino fundándose en el amor, un amor simbolizado en la mesa compartida, que hace realidad la promesa de igualdad del pasado «no habrá pobres entre los tuyos»22 y compromete fraternalmente la libertad

21 Las tres citas son de: grEgorio váSquEz, S J , Manolo Maquieira: un sueño, un proyecto que abre futuro a los jóvenes urbano-marginales, en Amigos de Jesús, Testigos del Reino de Dios: Diakonía, año XXXI, No 124 (octubre-diciembre 2007), 66, 65-66 y 63-64

22 Dt 15, 4-11.

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hacia el presente y el futuro «hagan esto en memoria mía»23. El Evangelio de Lucas lo narra así:

Cuando llegó la hora, se puso a la mesa con los apóstoles y les dijo: Cuánto he deseado comer con ustedes esta Pascua antes de mi pasión.

Les aseguro que no volveré a comerla hasta que alcance su cumplimiento en el reino de Dios.

Jesús de Nazaret, pues, en la hora en que se da cuenta claramente de que lo van a asesinar, no renuncia al sueño de su Padre, el reino que ha sido el proyecto de su vida. Y deja este sueño y este proyecto del reino en herencia para sus seguidores. Lucas continúa:

Tomando pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Esto es mi cuerpo que se entrega por ustedes.

Hagan esto en memoria mía. Igualmente tomó la copa después de cenar y dijo:

Esta es la copa de la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por ustedes24.

Se trata de una memoria que deberá recordarse en una convivencia de emulación por el fraterno servicio mutuo de compañeros y no en la lucha por el poder disfrazado por la ideología de la beneficencia. Lucas lo expresa así:

Luego surgió una disputa entre ellos sobre quién de ellos se consideraba el más importante.

Jesús les dijo:

Los reyes de los paganos los tienen sometidos y los que imponen su autoridad se hacen llamar benefactores.

Ustedes no sean así; al contrario… [Estén a la mesa como quien sirve, como yo estoy en medio de ustedes sirviendo]25.

23 Lc 22, 19.

24 Ibíd., 22, 14-16. 19-20.

25 Ibíd., 22, 24-27.

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¿Cómo es posible compartir semanalmente esta memoria en la Misa dominical y continuar manteniendo el corazón endurecido frente a la pobreza que deshumaniza a las multitudes?

LA RECONCILIACIÓN CON DIOS Y ENTRE NOSOTROS, Y SU HISTORIZACIÓN EN EL SALVADOR

Lo que la memoria histórica nos ha enseñado, en cambio, desde la experiencia de Centroamérica –nos lo podría haber enseñado también desde Somalia o Ruanda o Filipinas, p.ej. o desde el contacto con los heroinómanos sin empleo de El Bronx, como se lo enseñó primordialmente a Dean Brackley antes de que viniera a El Salvador–, es que los cristianos podemos aportar a la lucha por la justicia y al combate por el reino de la igualdad y de la libertad, una cosa muy humilde que se llama el servicio mutuo con amor: «En todo amar y servir», diría Ignacio de Loyola26. Eso es lo que nos dejaron como ejemplo los mártires centroamericanos, Rutilio Grande, Oscar Arnulfo Romero, Ignacio Ellacuría y sus compañeros, Julia Elba y Celina, y una gran multitud de testigos de la fe y la esperanza que dieron su cuerpo y su sangre con amor para buscar la justicia y la paz. Hoy debemos continuarlo con el servicio, lleno de amor, al proceso de reconciliación.

• ¿Qué significa cristianamente la reconciliación? ¿Cuál es su comprensión (intellectus reconciliationis)? Tiene que ver con un cambio profundo, con una conversión que nos hace llegar a ser una «nueva criatura», es decir una persona renovada y novedosa, en medio de este mundo ambiguo y muchas veces directamente perverso, que fomenta la hostilidad y la enemistad, a través de la lucha por la mayor competencia, la mayor ganancia y el mayor consumo. También los autores del informe de la Comisión de la verdad querían una «paz nueva». Lo novedoso de esa paz era que estuviera «fundada, levantada, edificada sobre la transparencia» de la verdad de lo ocurrido en la guerra, «para que esa verdad no sea instrumento dócil de impunidad sino de justicia». Lo novedoso de las personas y del mundo cristianamente recreado es precisamente que convivan reconciliadas. Así lo expresa la fe cristiana y lo teologiza san Pablo. Para ello es preciso que Dios cree en nosotros «un corazón puro» y que nosotros ofrezcamos «un espíritu quebrantado, un corazón

26 Ejercicios Espirituales 233.

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arrepentido y humillado»27. Nosotros, dice san Pablo, somos servidores de la reconciliación y Dios nos ha confiado este mensaje. Tanto en la historia previa a la guerra en este país, la historia de explotación y de represión, como en la historia misma de la guerra, y en la historia posterior donde se reprivatizaron los bancos ofreciéndolos a precios de quiebra a las familias poderosas de este país, ha habido gravísimas mentiras y deshumanizaciones –injusticias homicidas- que teológicamente han de ser conocidas como «pecado del mundo»28, «pecado social»29, «violencia institucionalizada»30, y como efecto de ellas el pueblo ha sido la víctima principal.

Somos servidores de la reconciliación y Dios nos ha confiado este mensaje

Teológicamente la reconciliación es en primer lugar obra de Dios, el único que perdona los pecados31 y quita el pecado del mundo32. Pero ¿cómo nos ha reconciliado Dios? Gracias a su vida humana en medio de nosotros, a la vida de Jesús de Nazaret, su hijo, y en especial a su lucha contra el pecado del mundo y a su ejecución en el patíbulo de la cruz como blasfemo33 y agitador34 mientras ponía su suerte y su vida en manos del Padre35. Es el modo preciso y concreto de vivir y morir de Jesús de Nazaret, de vivir y entregar la vida, el que se ha vuelto medio de reconciliación entre nosotros, el mundo y Dios. Esta tremenda figura del Hijo y del hombre por antonomasia36, Jesús de Nazaret, tratado por los poderes de este mundo como un delincuente peligroso y como un pecador ejecutado en la cruz, es la vida y la muerte por medio de la cual Dios nos ha reconciliado. Pero hace falta que nosotros en el corazón y también en el mundo con sus estructuras nos dejemos reconciliar con Dios.

27 Sal 51, 12 y 19.

28 Jn 1, 29.

29 PuEbla, Comunión y Participación, Madrid, BAC 1982, 432.

30 MEdEllín. La Iglesia en la actual transformación de América Latina a la luz del Concilio, Bogotá, Secretariado General del CELAM 1969, 72.

31 Cfr. Mc 2, 1-11.

32 Cfr. Jn 1, 29.

33 Cfr. Mc 15, 63-64.

34 Cfr. Lc 23, 1-5.

35 Ibíd., 23, 46.

36 Cfr. Jn 19, 5.

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Escuchemos ahora el trozo concreto de Pablo que nos anuncia la buena noticia de nuestra reconciliación:

Si uno es cristiano, es criatura nueva. Lo antiguo pasó, ha llegado lo nuevo. Y todo es obra de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo y nos encomendó el ministerio de la reconciliación. Es decir, Dios estaba, por medio de Cristo, reconciliando el mundo consigo, no apuntándole los delitos, y nos confió el mensaje de la reconciliación. Somos embajadores de Cristo y es como si Dios hablase por nosotros. Por Cristo les suplicamos: déjense reconciliar con Dios. Al que no supo de pecado, por nosotros lo trató como pecador, para que nosotros, por su medio, fuéramos inocentes ante Dios37.

Es necesario historizar esto hoy. Y creo que lo debemos historizar así: «Dios estaba, por medio del Pueblo crucificado de El Salvador, y por medio de todos los pueblos crucificados de la historia, reconciliando el mundo consigo, no apuntándole los delitos…».

• En virtud de la hermandad auténtica y solidaria de Jesús de Nazaret con todos los crucificados de la historia, son estos los protagonistas auténticos de la reconciliación, son la presencia por la que Dios nos reconcilia. En los crucificados y crucificadas de este país y de la historia Jesús de Nazaret, el Cristo, está presente y por eso afirma el Evangelio de Mateo que «todo lo que se hace a ellos, se le hace a Jesús mismo» y todo lo bueno que se omite hacer a los crucificados de este mundo, se omite hacer a Jesús mismo38. No es «como si» se hiciera a Jesucristo o «como si» se dejara de hacer con él, sino que se hace o se deja de hacer realmente a Jesucristo. Esta manera de ver las cosas en el Evangelio fundamenta evidentemente la obligación de ser compasivamente solidarios con los hambrientos y todos los que sufren otras injusticias semejantes, que injusticias son hablando con honradez y no solo desgracias.

Por eso el obispo Pedro Casaldáliga se ha atrevido a decir que en la vida y en la historia hay dos absolutos: «Dios y el hambre». En el mundo de hoy –ha dicho Jean Ziegler, relator de la ONU contra el hambre– «un niño que muere de hambre, muere asesinado»39. Por eso también la consideración teórica del sufrimiento humano o la ausencia por ignorancia u ocultamiento teóricos califican dos tipos de economía: la economía personal y globalmente

37 2 Cor 5, 17-21.

38 Mt 25, 34-45.

39 En El País, Madrid 9/05/2005, p. 40.

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solidaria y la economía del capitalismo globalmente salvaje. Si se lee, por ejemplo, a un economista como Paul Krugman, Premio Nobel, se puede ver cómo termina su reciente comentario sobre los acuerdos a los que los líderes de la Unión Europea llegaron el día 26 de octubre de este año (2011) en Bruselas y los compara con el modo de actuar diferente de los líderes en Islandia:

Aquí hay una gran lección para los demás entre nosotros: el sufrimiento que tantos de nuestros ciudadanos están afrontando es innecesario. Si esta es una época de increíble sufrimiento y si vivimos en una sociedad mucho más dura, eso ha sido una opción. No tenía y no tiene por qué ser así40

Se puede leer, por el contrario, el editorial del Diario de Hoy también del 28 de octubre de 2011. Su título es «Promuevan inversiones para reconstruir daños». No hay en este editorial una sola consideración del sufrimiento que esos daños han causado. Se propone para la reconstrucción la misma receta que para cualquier otro tipo de producción, eso sí «con el menor número de… impuestos». Y que sea la empresa privada únicamente la que reconstruya, porque no existen «reconstructólogos».

Hasta aquí estamos acostumbrados tal vez a ver así las cosas cristianamente: en los pobres, en los humillados y ofendidos, nos encontramos con Jesús.

• Pero la historización de la reconciliación no significa únicamente el ejercicio de la fraternidad jesuánica con las víctimas de la historia. Significa además que estas víctimas, «el pueblo crucificado», es, junto con el Señor crucificado, el medio por el que Dios se reconcilia al mundo. Son ellos, los crucificados con espíritu, los que toman a veces la iniciativa de «perdonar lo imperdonable» y de hacer una «opción fundamental por el enemigo», como escuché del jesuita teólogo Xavier Melloni, hablando de la tesis que defendería en Lovaina otro jesuita que había trabajado con ruandeses en los campos de refugiados de Los Grandes Lagos en el corazón de África. Los crucificados de la historia y los crucificados aquí en El Salvador son, como pensaba Ignacio Ellacuría, «el signo de los tiempos principal» en cada época41, al igual que el Crucificado del Gólgota fue el «signo de los tiempos» privilegiado para

40 Paul KrugMan, The path not taken: The New York Times (octubre 28 de 2011) página de opinión. 41 ignacio Ellacuría, Discernir el ‘signo’ de los tiempos, en Escritos teológicos II, San Salvador, 2000, 134.

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los primeros cristianos42 y lo sigue siendo para nosotros a un nivel análogo de trascendencia. Como Jesús crucificado fue «escándalo para los judíos y locura para los griegos»43, los crucificados en El Salvador y en el mundo son escándalo para el capital y locura para su riqueza, pero en ellos y ellas está escondida «la fuerza y la sabiduría de Dios»44. Ellos y ellas han sido tratados por el mundo como si fueran miserables, haraganes, borrachos, subversivos, en una palabra como si fueran pecadores45 y malditos46, como fue tratado Jesús por los ricos y poderosos de su tiempo, pero en ellos que son hermanos de Jesús de Nazaret47 encontramos muchas veces la iniciativa de la reconciliación y la construcción de los puentes que necesitamos para encontrarnos como hermanos y hermanas sobre el río de esta vida socialmente tan revuelta, injusta y violenta. En su vida de trabajo y de sobria y a veces atenazante y asfixiante austeridad encontramos la inspiración para la reconciliación con nuestros hermanos de humanidad y con nuestra hermana la tierra. Escuchemos más pronto que tarde la exhortación, el clamor que se alza tumultuoso desde su vida crucificada: «¡Déjense reconciliar con Dios. Dejémonos reconciliar entre nosotros!»48

Los crucificados en El Salvador y en el mundo son escándalo para el capital y locura para su riqueza, pero en ellos y ellas está escondida

«la

fuerza y la sabiduría de Dios»

No se trata, pues, de «perdón y olvido». Se trata de recuerdo y perdón. Para que no vuelva todo lo que se olvida en una especie de horrible y eterno retorno. Para que no se vuelvan a cometer los mismos crímenes por causa de su olvido. Se trata de un recuerdo que pone también las cosas en su lugar, que rompe la misma ambigüedad de la memoria. Porque la memoria puede también tergiversar el corazón y endurecerlo: es lo que está pasando con no pocos israelíes, víctimas de la shoah, frente a los palestinos, aunque no con

42 Hch 2, 23 y 32.

43 1 Cor 1, 23.

44 Ibíd., 24

45 Cfr. 2 Cor 5, 21.

46 Cfr. Gal 3, 13.

47 Cfr. Hebr 2, 11.

48 Obviamente me he inspirado en ignacio Ellacuría, El Pueblo Crucificado, en ignacio Ellacuría y Jon Sobrino, Mysterium Liberationis II, Madrid 1990, 189-216.

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todos los israelíes; sólo con aquellos que además de haber sido víctimas o herederos de las víctimas absolutizan su victimización, sin dejar que la memoria de la catástrofe se vuelva re-cuerdo, memoria histórica que vuelva fraterno el corazón. No se trata de soslayar que, en palabras del poeta español José Ángel Valente (1929-2000),

De cuantos reinos tiene el hombre el más oscuro es el recuerdo.

De esta oscuridad del recuerdo, cuando solo se queda en memoria y no recrea el sufrimiento en un corazón quebrantado y la crucifixión en una esperanza de resurrección, nos liberan Jesús de Nazaret, nuestro Dios crucificado, y los pueblos crucificados del mundo, aquí y hoy el pueblo crucificado de El Salvador, que perdonan a los que supieron lo que hacían y a los que no lo supieron49, y en ese modo humanizante de vivir y morir reciben el reconocimiento del mundo que cree en su resurrección: «verdaderamente estas personas eran hijas de Dios». Porque solo la crucifixión de nuestros pueblos no trae salvación ni otro mundo posible. Solo su crucifixión con su resurrección trae salvación en la historia. Por eso, delante de Jesús crucificado, en los Ejercicios, Ignacio Ellacuría incitaba a preguntar: ¿Qué he hecho yo para bajar de la cruz a mis hermanos crucificados? ¿Qué hago yo hoy? Y ¿Qué he de hacer como proyecto de vida para bajar de la cruz fraternalmente a las personas crucificadas y ayudarlas solidariamente a ponerse en camino de resurrección? Al practicar así el amor eficaz esperanzado, nos adentraremos en el camino hacia la verdad que libera, la justicia que restaura, la superación de la impunidad, y la reconciliación en la paz que hace vivir con dignidad y bienestar.

No podemos olvidar el comienzo de la primera carta de Pablo a los Corintios:

Nosotros anunciamos un Cristo –es decir un Mesías– crucificado, escándalo para los judíos, locura para los paganos, pero para los llamados…, un Cristo que es fuerza y sabiduría de Dios50.

49 Cfr. Lc 23, 34.

50 1 Cor 1, 23-24.

Apuntes Ignacianos 71 (mayo-agosto 2014) 19-42

Como sólo por medio de Jesús crucificado nos reconcilió Dios consigo mismo, sólo por medio del pueblo crucificado de El Salvador, imagen histórica real de Jesús crucificado, nos irá reconciliando en este país para que aquella reconciliación cristológica se prolongue en reconciliación hoy en la historia. Tampoco podemos olvidar el final de la misma primera carta a los Corintios: «…Cristo ha resucitado de entre los muertos…, el primero de los que han muerto»51.

No hay salvación por el mero hecho de la resurrección y de la muerte: sólo un pueblo que vive, porque ha resucitado de la muerte que se le ha infligido, es el que puede salvar el mundo52.

Precisamente por esta fe, es necesario reconocer la verdad de la crucifixión de este pueblo, y también tratar de irlo bajando hoy fraternalmente de sus cruces y dejar que los crucificados con espíritu nos aporten, desde su resurrección, ya en esta historia y más allá de ella, un corazón nuevo a través de su propio corazón traspasado por el hambre y la inundación, por la desigualdad, la pobreza y la migración, pero tenso hacia la esperanza responsable y organizada en comunidades multiformes de solidaridad. Y así también nos aportarán su deseo de estructuras nuevas que hagan acercarse en medio de nosotros, en esta tierra, señales del reino53, es decir inicios fehacientes de ese otro mundo posible que Jesús mostró cuando «pasó haciendo el bien y librando a todos los poseídos por el mal»54.

51 Ibíd., 15, 20.

52 ignacio Ellacuría, El Pueblo crucificado, Op. cit., p. 215.

53 Lc 17, 21.

54 Hch 10, 38.

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«Bienaventurados

«Bienaventurados los que trabajan por la paz…»
¿Cuál paz?

Darío Restrepo L., S.J.*

La palabra «paz» es una palabra devaluada y ambigua sobre todo en nuestra patria con los famosos «diálogos de paz». Es la palabra más nombrada en la prensa, radio y televisión pero también la más gastada. Ya casi no significa nada de tanto usarla. Preguntado un sabio chino que haría él si por un minuto tuviera el dominio del mundo respondió: ‘Yo haría solamente una cosa: devolverle a las palabras su sentido original’. Por eso, ante todo, debemos tratar de devolver a la palabra ‘paz’ su verdadero sentido.

La ‘paz’ siempre ha sido una palabra esquiva y resbalosa. Se la quiere manipular pero ella no se deja. Por todos deseada y buscada y por muy pocos hallada y conquistada. La manosean los de un bando y los del otro, incluso empuñando las armas. ¡Cuántos crímenes se han cometido en el nombre de la paz! Cuando se piensa tener ya la paz entre las manos se esfuma insensiblemente. Ya lo anunciaba Jeremías de modo profético e impactante: «Han curado el quebranto de mi pueblo a la ligera diciendo: ¡Paz, paz! Cuando no había paz»1. Y sin embargo, paradójicamente, la paz es la ausencia más sentida y al mismo tiempo la conquista más deseada por los humanos.

* Licencia en Filosofía y Teología de la Pontificia Universidad Javeriana en Bogotá. Doctor en Teología del Instituto Católico de París. Miembro del Equipo CIRE. 1 Jr 6,14.

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Las conquistas de la guerra son más fáciles y frecuentes que las conquistas de la paz. El mundo llama paz al «equilibrio de las fuerzas armadas» y cínicamente habla de «armas para la paz». Esa es la paz que el mundo conoce y la que él sabe dar. Hablan de paz los países más preparados para la guerra, según el viejo proverbio romano: «si quieres la paz, prepara la guerra». La paz armada es un pingüe negocio, una fabulosa mina de dinero por la venta de armas. Ellos ponen las armas y nosotros ponemos los muertos. Pensemos en Afganistán, en Irak, y su petróleo. ¿Se acabó el terrorismo y llegó la paz con las invasión militar de Estados Unidos a esos países? Lo único que quedó claro fue el fracaso de la razón y el triunfo de la fuerza prepotente. Y ahora, ¿el turno le toca a Siria, Palestina o a algunos países africanos? Pensemos en los diálogos de paz de Colombia desde hace muchos años y las pingües ganancias del narcotráfico de la guerrilla. Los últimos Papas se han pronunciado nuevamente y de manera categórica sobre la inmoralidad de la guerra y la necesidad de trabajar por la paz. ¿Ha desaparecido la violencia en Colombia…? Más bien, lo que está en grave riesgo de desaparecer es la esperanza de conseguirla en el corazón de mucha gente por los enemigos internos de esta paz negociada. Y lo peor de todo es que la pérdida de la esperanza está produciendo una indiferencia ante los desastrosos resultados de la guerra, y en primer lugar, una indiferencia ante la vida. Ya lo decía Martín Luther King: «No temo la malicia de los malos sino la indiferencia de los buenos».

Alcanzar la paz, ¿será una misión imposible? Lo será cuando, presas de la desesperanza o de la indiferencia, dejemos de comprometernos con el trabajo para lograrla. A nosotros, los bautizados nos dice el apóstol Pedro que estemos «siempre dispuestos a dar razón de nuestra esperanza a todo aquél que nos la pidiere»2. Por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, Dios nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva3. Mientras Cristo resucitado esté vivo siempre existirá esta esperanza.

Jesús nos dijo: «Bienaventurados los que trabajan por la paz porque ellos serán llamados hijos de Dios»4.

Las bienaventuranzas no pertenecen a la Ley sino al Evangelio. Por lo tanto son «buena noticia» en estilo paradójico y constituyen su quinta esencia,

2 1 Pe 3, 15.

3 Cfr. 1 Pe 1, 3-9.

4 Mt 5, 9.

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«Bienaventurados los que trabajan por la paz...» ¿Cuál paz?

la nueva justicia del Reino. Se trata siempre de una felicidad que proviene de un sufrimiento superado. El trabajo por la paz hace sufrir. En Jesús, el Reino es realidad y las bienaventuranzas, las actitudes para formar parte de él. El primer grupo de bienaventuranzas5 constata situaciones. La bienaventuranza de la paz pertenece al segundo grupo6 en el que se proponen, no situaciones, sino actitudes que hay que asumir.

Debemos ser misioneros de la paz

La paz, de la que habla esta bienaventuranza, no se refiere a los ‘pacíficos’, a los que tienen un carácter suave y sereno sino de los que «construyen»la paz («eirenopoios») con esfuerzo, siendo instrumentos de reconciliación entre los hermanos y con todos los hombres. Según San Lucas, debemos ser misioneros de la paz, casa por casa7. La paz es ‘un valor’ para nosotros. Valor es lo que vale, lo que tiene un precio, por el que se da lo que sea, hasta la vida. ¿Cuál es su costo-beneficio?

Quien trabaja por la paz –dijo Jesús– será hijo(a) de Dios. El fundamento de este título es la doctrina paulina. La adopción filial era uno de los privilegios de Israel, pero los cristianos lo son en un sentido más fuerte por la fe en Cristo8. Tienen en sí el Espíritu que los hace hijos y deben reproducir en sí mismos la imagen del Hijo único de Dios9. Al trabajar por la paz reproducimos la imagen y la misión del Príncipe de la Paz, Cristo.

Necesitamos, por lo tanto, buenos espacios de oración profunda para explorar humildemente hasta dónde llega nuestra esperanza y «para dirigir nuestros pasos por el camino de la paz»10 .

5 Ibíd., 3-6.

6 Ibíd., 7-11.

7 Cfr. Lc 10, 5ss.

8 Cfr. Gal 3, 26; Ef 1, 5.

9 Cfr. Rm 8, 29.

10 Lc 1, 79.

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¿DE

QUÉ PAZ SE TRATA AQUÍ?

Lo primero que tenemos que recordar, y por no hacerlo se dan tantas graves equivocaciones, es que la paz como la piensa y realiza el mundo no coincide con la paz de Cristo, «Príncipe de la paz», quien nos dijo claramente: «Les dejo mi paz, mi paz les doy; no se las doy como la da el mundo»11. Fijémonos bien en lo que dice: «no se las doy como la da el mundo». Solo Cristo, por su cruz, puede reunir a los hombres separados por el egoísmo y hacer de todos los enemigos un solo pueblo. La hora de Dios llega a nosotros porque cada instante de nuestra vida encierra la eternidad de Dios y sus designios de paz.

Pero, ¿dónde está lo específico de la paz de Cristo y por qué no coincide con la paz del mundo? Para descubrirlo, vamos a tomar el texto de Juan 20, 19-23, en cuyo comentario sigo, en parte, al P. Timothy Radcliffe, O.P.12.

Dice el texto de S. Juan:

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: ‘La paz sea con ustedes’. Dicho esto les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron al ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: ‘La paz con ustedes. Como el Padre me envió también yo los envío a ustedes’. Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo: ‘Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos’.

El Señor no viene en el huracán, ni en el terremoto, ni en el fuego. Viene en la brisa suave13 de la paz.

El estado de ánimo de los discípulos después de la muerte de Jesús es deplorable: puertas cerradas, tristeza, incomunicación y duda radical sobre Jesús. Empezaba a anochecer cuando él se presentó, pero ya era noche cerrada en el corazón de estos discípulos. No basta saber que Jesús había anunciado su resurrección. Es necesario sentir y gustar su presencia resucitada entre nosotros para poder actuar.

11 Jn 14, 27.

12 P. TimoThy Radcliffe, o.P., El Oso y la Monja, Peligroso Dios, Salamanca 32001, 89ss.

13 Cfr. 1 Re 19, 11-14.

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«Bienaventurados los que trabajan por la paz...» ¿Cuál paz?

Se trata de tener una paz en Él, unidos a Él. «Les he dicho estas cosas para que tengan paz en mí. En el mundo tendrán tribulación. Pero, ¡ánimo!, Yo he vencido al mundo»14. Solo si permitimos que Jesús venza al mundo con su evangelio tendremos paz.

Los discípulos estaban encerrados en la habitación superior de la casa y la causa era el miedo a los judíos. Es el primer rasgo personal que encontramos en la narración. Muertos de un miedo paralizante, no hacen nada sino encerrarse con la puerta trancada dentro de la habitación y encerrarse cada uno dentro de sí mismo. Los otros, no les interesan con tal de que ellos se salven. Para que no pase nada, no hago nada; que lo hagan otros, que lo haga el gobierno. Los discípulos se habían encerrado en la casa porque deseaban la paz. Pero, ¿cuál paz?

Deseaban la paz que es producto de la seguridad. Pensaban que podrían construir una paz basada en la exclusión de los enemigos. Su deseo era, sobre todo, sobrevivir. Pero irrumpe Jesús y les ofrece otra paz. ¡Mi paz les dejo mi paz les doy! Todos deseamos la paz. Pero nosotros, como los discípulos, la buscamos cerrando las puertas y dejando afuera a aquellos que podrían molestarnos. Es una frágil paz, pues nos obliga a estar siempre en guardia para repeler a los que quieran invadir nuestro castillo. Es una paz de muerte. Es la paz de las tumbas.

Ahora bien, solo existe una paz que en definitiva nos puede satisfacer, la paz de Dios. Pero para conseguirla tenemos que arriesgarnos a abrirnos a los demás, a ser heridos. Es la paz vulnerable de Cristo: ¡La paz esté con ustedes! Dijo Jesús y les mostró sus manos y su costado15.

Comenta el P. G. Baena, S.J.:

La paz tal como aparece en la Biblia es el supremo estado de la existencia humana que vive en armonía con la naturaleza, consigo mismo, y con Dios. No es el producto de una seguridad existencial jurídica y política, ni tampoco una resultante de la relación entre el individuo y la sociedad; más bien éstas realidades terrenas se fundan en la paz misma y por lo tanto ésta es una realidad previa, que existe desde siempre en el hombre mismo, es el don de Dios en él… La paz no es una cosa distinta de Dios mismo… (Ella) es un existencial divino que dinamiza la armonía del hombre con sus hermanos, con el mundo, y con Dios en la medida en que cada ser humano se haga consciente de esa

14 Jn 16, 33.

15 P. TimoThy Radcliffe, Op. cit., p. 89.

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realidad, se abra a ella sin oponer resistencias y creativamente se convierta en un agente de esa misma armonía con los otros16.

En boca de Jesús, el saludo habitual de los judíos ‘shalom’, –paz–asume un significado más denso. No se trata de un simple augurio; la paz, él realmente la da. Y no se trata de cualquier paz, sino que se trata de «su» paz. Ya en el Antiguo Testamento la paz tenía un significado más denso del que le dan, en general, nuestras lenguas occidentales: significaba la plenitud de vida y salud, la perfección y el gozo, el éxito en cada empresa y el cumplimiento de los deseos. En la historia de la salvación, la paz asumía un significado religioso profundo: significaba el cumplimiento de las promesas mesiánicas, el éxito de la Alianza entre Dios y su pueblo, la conquista definitiva de una comunión sin fin entre Dios y su Pueblo.

Un componente esencial y bien supremo de la paz era la presencia de Dios en medio de su pueblo17. ¿Está Dios, en medio de nuestro pueblo hoy? Él dijo que siempre quiere estar con nosotros18. ¿Pero, dejamos a Dios estar hoy en medio de nuestro pueblo? ¿Y a quiénes principalmente les toca hacerlo presente por vocación y misión? A nosotros, que decimos seguir a Jesús

La paz de Cristo que muestra sus heridas a los discípulos, es la paz de alguien que ya ha luchado por conseguir esta paz, es la paz de alguien que ya ha sido herido en la lucha por obtenerla, no la paz de quien por miedo se queda encerrado un rincón, la paz de quien ha excluido a los otros, y al primero que ha excluido es precisamente a este Cristo herido y vencedor:

Por eso tuvo (Cristo) que asemejarse en todo a sus hermanos… Pues habiendo sido probado en el sufrimiento, puede ayudar a los que se ven probados19

¿Podemos ayudar a nuestros hermanos porque también nosotros hemos sido probados por los sacrificios que nos impone la violencia? ¿Tenemos, como Cristo resucitado, heridas que mostrar al hacer la paz? Si no podemos afrontar los peligros de muerte, como apóstoles, ¿qué tenemos que decir a la gente sobre el Señor de la Vida que resucita después de ser asesinado?

16 GusTavo Baena, s.j., Apuntes (inéditos)

17 Cfr. Is. 52, 7.

18 Cfr. Mt 28, 20.

19 Heb 2, 17-18.

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«Bienaventurados los que trabajan por la paz...» ¿Cuál paz?

Como los discípulos, encerrados y llenos de miedo no van a Cristo, Él es quien irrumpe en sus vidas atravesando las puertas cerradas, es decir, sus mecanismos de defensa para no ser heridos en el combate. Si tenían miedo a la muerte que podían infligirles los judíos ahora ven que nadie puede quitarles la vida que Él les comunica; la permanencia de las señales en sus manos y costado les indica la permanencia de su amor. Estas son las manos que dan seguridad a los discípulos, las que representan la potencia de Jesús que los defiende.

Dios irrumpe en nuestras vidas

Para alterar nuestra agradable, tranquila paz de muertos. ¡Por mucho que cerremos las puertas y bloqueemos con barras las ventanas, Dios se las arreglará para entrar y ofrecernos su inquietante paz! Pensemos en la Palabra de Dios que tranquilamente leemos. (Dios) es peligroso en extremo20.

La Palabra de Dios leída y escuchada en la Eucaristía (Liturgia de la Palabra) en el oficio (Liturgia de las Horas), en la Biblia (‘lectio divina’) nos tiene que meter en crisis de purificación, de conversión cada día. Y si la Palabra de Dios no nos mete en crisis de cambio cada vez que la escuchemos, seremos nosotros los que meteremos en crisis a los demás por nuestro comportamiento no evangélico, no pacífico.

La Palabra de Dios –como este texto de Juan–

Está llena de pequeñas bombas que pueden dar un vuelco a nuestras vidas. ¡Vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres! ¡Ofrece la otra mejilla! ¡Bienaventurados los pobres! La Biblia debería incluir el aviso sobre la salud, que aparece en los paquetes de cigarrillos: Este libro puede producirle serios trastornos. Si desea una paz tranquila, ¡no lo abra!.

Cristo irrumpe en la habitación, donde nos hemos encerrado de modos muy diversos. Viene a nosotros en aquél que golpea a nuestra puerta a pedirnos nuestro tiempo. Viene en el pobre que, como Cristo, nos muestra sus heridas21.

Viene quizás en la persona de un guerrillero o guerrillera camuflada a contarnos su tragedia y su deseo de reinserción y su temor a que la guerrilla lo elimine por ese motivo. Viene en aquél que nos llama para enterrar un

20 P. TimoThy Radcliffe, Op. cit., p. 90.

21 Ibídem.

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asesinado por la subversión pero quizás estamos demasiado encerrados por miedo «a los judíos». Viene en un desplazado muerto de hambre, sin trabajo.

Viene en el joven que quiere cambiar nuestras vidas, cambiar nuestra liturgia dominical para hacerla más viva, más alegre, más juvenil, más comprensible para la gente de hoy. Y puede ser un atentado para nuestro tradicionalismo. Nos encerramos por miedo, para nos ser heridos, para no tener que dar nada, para no cambiar. Preferimos quedarnos solos por miedo al otro.

Nosotros podemos defendernos con una serie de tácticas para cerrar la puerta a ese peligroso Dios. Podemos cerrar la puerta con llave y ajustar las ventanas de nuestra casa, de nuestra familia. Dios es más peligroso cuando pide nuestra colaboración incondicional en el compromiso por la paz. A veces sentimos ganas de decirle que no nos importune porque estamos demasiado ocupados viviendo una paz aséptica, encerrada en una campana de vidrio por miedo al contagio.

Estamos demasiado ocupados en asuntos muy importantes para poder atender la invitación de Cristo a abandonar las habitaciones de arriba, y ponernos en camino. Podemos incluso utilizar la oración como medio para mantener a Dios afuera. Podemos dedicar horas a la oración recitando muchas palabras, sin ofrecer a Dios la posibilidad de decirnos algo que altere nuestra paz.

Cristo se aparece a sus discípulos y les dice: ¡La paz sea con ustedes!, y ellos se llena de alegría. La buena nueva del Evangelio… es que por muchas barras que pongamos para mantener afuera a Dios, él entra en nuestras vidas y nos ofrece su paz. La paz que anhelamos y nos llena de alegría22.

Pero se trata de una alegría que nos puede costar caro, que nos desinstala, que nos saca de nuestro encierro y nos manda a nuestros hermanos que sufren las heridas de la guerra. Y podemos repetir la escena del sacerdote de la parábola de buen samaritano: «Casualmente, bajaba por aquél camino un sacerdote y al verle (al que estaba medio muerto) dio un rodeo»23.

Si preferimos nuestra seguridad a la inquietante inseguridad de Cristo en nuestros hermanos,

22 P. TimoThy Radcliffe, Op. cit., p. 91.

23 Lc 10, 31.

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«Bienaventurados los que trabajan por la paz...» ¿Cuál paz?

No conoceremos la paz de Cristo. El no sobrevive. El muere y resucita. No nos ofrece la protección para evitar ser heridos, pues nos muestra sus heridas. Esa paz nos abre al otro, a sus necesidades y deseos. Nos invita a salir, sin saber hacia dónde vamos a ir.

La paz más profunda… es la de aquellos… que se han atrevido a abrir las puertas y se han expuesto a ser golpeados. Tienen heridas que mostrar, pero son testigos de la paz de Dios…24.

A un párroco, muy apostólico, amenazado de muerte por la guerrilla le dijo una de sus feligresas: ‘Padre, le pido a Dios que no lo vayan a matar por estar saliendo tanto a las veredas. Es mejor no ir allá’. A lo cual respondió el cura, con gran paz, serenidad y convicción: «Gracias señora por sus buenas intenciones, pero sin embargo recordemos que el Padre dejó morir a su Hijo en la cruz, ¿no es verdad? Él fue allá y allí lo asesinaron». Este cura había entendido muy bien cuál es la paz que Cristo vino a traer, completamente distinta de la paz del mundo. ¿Podría ser un P. Rutilio Grande o un Mons. Oscar A. Romero?

¿Cuál es la paz que Cristo nos trae? ¿Qué quiso enseñarnos cuando al dar su paz a los discípulos les mostró sus heridas? La paz que da Cristo como nadie más la puede dar es la paz de un hombre que ha luchado, que ha sido herido, que ha sido asesinado y que sin embargo está vivo para proseguir en la lucha que ha de conducir a su paz. El es nuestra paz25. ¿Cuántas heridas contamos nosotros por anunciar la paz del Señor? ¿Cuánto nos ha costado hasta ahora este trabajo por la paz? El estuvo tres días enterrado antes de resucitar… Nosotros estaremos más tiempo antes de resucitar… en la paz de Cristo. Dice la Palabra de Dios: «No han resistido todavía hasta llegar a la sangre en su lucha contra el pecado»26 y el pecado de nuestro pueblo colombiano y latinoamericano es la violencia.

La paz no se reduce a una ausencia de guerra, fruto del equilibrio siempre precario de fuerzas. La paz se construye día a día en la instauración de un orden querido por Dios, que comporta una justicia más perfecta entre los hombres27.

24 Ibídem.

25 Cfr. Ef 2, 14.

26 Heb 12, 4.

27 Populorum Progressio 76.

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Continúa el texto del evangelio de Juan: «La paz sea con ustedes (por 2ª vez). Como el Padre me envió, también los envío yo»28. Es decir la Paz que el Padre dio a Cristo para que nos la entregara, ahora Cristo nos la confía para darla a nuestra patria, sedienta de paz desde hace más de 50 años. Al juntar paz y misión, Cristo parece decirnos que nos hace «misioneros de la paz» –como lo veremos luego–. Y para ello nos entregó el Espíritu Santo.

Primero nos quita el miedo paralizante como lo hizo con sus discípulos; ahora, esa seguridad y paz que él les da, y nos da, deberá acompañarnos en nuestro trabajo pastoral. Su paz es paz presente y futura en medio de las dificultades en el mundo. Esa misión nuestra es la misma que la de Jesús: una misión de paz: «Igual que a mí me enviaste al mundo, también yo los he enviado al mundo»29. Esta tarea confiada por él, debe ser cumplida como él la cumplió demostrando el amor hasta el final con las manos llagadas y el costado abierto.

Este texto de Juan que hemos escogido termina:

Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo: ‘Reciban el Espíritu Santo. A quienes les perdonen los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos.

Al dar el Espíritu, el aliento de vida, a sus discípulos –y a nosotros–, nos capacita para la misión y nos la confiere. Es el Espíritu, «Señor y dador de vida» quien da la vida en un país de muerte. Es el Espíritu el que hace resucitar –como Jesús– después de haber sido asesinados por el trabajo por la paz. Es el soplo de la vida, como el soplo de la creación30. El Espíritu que Jesús comunica, crea en los suyos la nueva condición humana, la de ser «espíritu» («el espíritu nace del Espíritu»31). Así los discípulos dejan de pertenecer al mundo, es decir, dejan su miedo, rompen con todos los esquemas de injusticia, de violencia y de muerte y se hacen portadores de la vida.

28 Jn 20, 21.

29 Jn 17, 18

30 Cfr. Gn 2, 7.

31 Jn 3, 6.

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«Bienaventurados

Cristo resucitado unió el sacramento del perdón de los pecados con su paz. Antes de dar a sus discípulos el poder de perdonar los pecados les da dos veces su paz.

No puede

existir

verdadera paz

si no está

fundada en el sacramento de la reconciliación

La paz verdadera, la paz de Jesús solo puede ser dada por el Espíritu Santo, el Espíritu de la pascua, el Espíritu de la reconciliación. Y «pascua» significa pasar perdonando. El ángel exterminador pasó (en el Éxodo) perdonando la vida de los primogénitos en las casas de los israelitas marcadas con la sangre del cordero pascual. Jesús, que en la cruz, celebra su pascua, pasa perdonando a sus asesinos: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». Esa es nuestra tarea: pasar por nuestra familia, por nuestra oficina, por nuestra sociedad y por nuestro sitio de misión perdonando. Pero, ¿celebramos el perdón en un país de odio? Antes de desarmarnos de las armas tenemos que desarmarnos de nuestras palabras violentas. Esta es la paz que Cristo nos vino a atraer y que nos mandó celebrar: una absolución para el perdón de los pecados.

No puede existir verdadera paz si no está fundada en el sacramento de la reconciliación que supone la conversión del corazón y en la palabra de la reconciliación que supone el perdón. Esta es la paz de Cristo que el mundo no puede y no sabe dar.

El pecado en Juan es ante todo la injusticia32, que es precisamente la base de la violencia. Ante la labor de paz de los discípulos habrá quienes la acepten y den su adhesión a Jesús y quienes se endurezcan en su actitud hostil al hombre, rechacen el amor y se vuelvan contra él, llegando incluso a perseguir y dar muerte a los discípulos en nombre de Dios. Pedro y los apóstoles son azotados y tienen heridas que mostrar por anunciar la paz de Cristo. Pablo, azotado por proclamar la reconciliación de Cristo, también tiene heridas que son testimonio de su predicación33. No es misión de ellos, como no lo era de Jesús, ni nuestra, juzgar a los que a su juicio, son pecadores. Se

32 Cfr. Jn 1, 29; 8, 21.34.

33 Cfr Hch 5, 40; 2 Co 11, 23-24.

Apuntes Ignacianos 71 (mayo-agosto 2014) 43-56

trata solo de comprobar y confirmar el juicio que el hombre da de sí mismo y de su arrepentimiento34. La misericordia es la fuente de la reconciliación.

La paz de Cristo nace pues de su misericordia, de la reconciliación, del perdón y del amor por el enemigo por quien, además, hay que orar.

Han oído que se dijo: ‘Amarás a tu amigo y odiarás a tu enemigo’. Pero yo les digo: ‘Amen a sus enemigos y rueguen por los que los persigan para sean hijos del Padre celestial…35 .

Parte muy importante de la paz que sólo Cristo puede dar es el perdón, que debemos ofrecer a quien nos ha ofendido de algún modo. El Papa Juan Pablo II, que perdonó a Alí Acca quien atentó contra su vida hiriéndolo gravemente, que ha pedido perdón repetidamente y en varias naciones por todos los pecados de la Iglesia, tituló significativamente su mensaje para la Jornada de la Paz (del 1° de enero de 1997): «Ofrece el perdón, recibe la paz». Y lo explica así:

…No podrá emprenderse nunca un proceso de paz si no madura en los hombres una actitud de perdón sincero. Sin este perdón las heridas continuarán sangrando, alimentando en las generaciones futuras un hastío sin fin, que es fuente de venganzas y causa de nuevas ruinas. El perdón ofrecido y aceptado es premisa indispensable para caminar hacia una paz auténtica y estable.

Resumiendo este punto del perdón, respecto al texto analizado, puede decirse:

Juan no concibe el pecado como una mancha sino como una actitud del individuo: pecar es ser cómplice de la injusticia encarnada en el sistema opresor. Cuando el individuo cambia de actitud y se pone a favor del hombre, cesa el pecado…36

Jesús el Cordero de Dios, quita el pecado del mundo. Crea así un espacio donde en lugar de la injusticia reina el amor mutuo. Si queremos dar la paz de Cristo tenemos que ayudar a los hombres a salir del sistema que los lleva a cometer la injusticia.

34 Cfr. Jn 3, 17; 12, 47 y 5, 24; 3, 18.

35 Mt 5, 43-44.

36 j. maTeos – j. BaRReTo, El Evangelio de Juan, Análisis lingüístico, y comentario exegético. Ed. Cristiandad, Madrid 1982, 871.

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«Bienaventurados los que trabajan por la paz...» ¿Cuál paz?

La paz es también un valor humano que hay que realizar en el plano social y político pero es ante todo un don de Dios que hay que suplicar humildemente porque tiene sus raíces en el misterio de Cristo. La paz, antes de ser tarea nuestra, que por supuesto lo es, es un don gratuito de Dios que hay que suplicar humildemente.

Pidan la paz para Jerusalén: en calma estén los que te aman, haya paz en tus muros37

O la petición que hacemos en la Eucaristía antes de la comunión:

Señor Jesucristo que dijiste a tus apóstoles: mi paz les dejo mi paz les doy; no mires nuestros pecados… concédenos la paz y la unidad…

La paz de Cristo es la paz del hombre; es simplemente «la paz» y vale la pena dedicar la vida a buscarla y alcanzarla después de pedirla. Un camino para obtenerla es restablecer una relación de lealtad y fidelidad en nuestras relaciones con Dios, con nosotros mismos y con los demás.

La paz entre los hombres nace de la gloria que ellos le dan a Dios; la gloria de Dios es la única verdadera paz… Poniéndonos de rodillas ante Dios…cumplimos el acto más directo, más constructivo, más creativo de la fraternidad humana –Cardenal Suenens–

John F. Kennedy, citado por Pablo VI38, decía algo muy importante que debemos aplicar a la situación de nuestro país: «La humanidad debe poner fin a la guerra o la guerra pondrá fin a la humanidad». ¿Cambiará alguna vez esta cultura de muerte y violencia en que vivimos? Sí, pero no sin la paz que solo Cristo da, no sin nuestra conversión, no sin nuestro perdón y reconciliación. Lo que será destruido es el mundo del mal: egoísmo, dolor, violencia, muerte. Hay que alegrarse de ello: es el encontrarse en un «mundo nuevo y una tierra nueva», que es ser hombres siendo humanos, y ser humanos siendo cristianos. Pero todo esto tenemos que «apresurarlo» con nuestro compromiso y trabajo pastoral.

Teniendo en cuenta lo dicho, los tan mencionados «Diálogos de Paz» del gobierno con los grupos insurgentes serán bienvenidos siempre y cuando

37 Sal 122, 6.

38 Discurso a la ONU, 4-10, 1965.

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que no caigan como llovidos del cielo sino que comprometan a cada uno de los hombres y mujeres que claman por la paz. No basta gritar ¡paz, paz, paz!; no basta ‘firmar’ la paz entre las partes beligerantes. Es necesario hacer, construir la paz. Pero, ¿«cuál paz»? se preguntaba, y con razón, el profeta Jeremías. La paz de los hombres es como flor de un día. Solo la paz de Cristo, que la da no como la da el mundo, la paz del Sermón del Monte de las Bienaventuranzas es la paz verdadera, basada en la nueva justicia para una convivencia fraterna y plenamente humana. Así seremos de verdad, hijos de Dios. Paz con heridas, como las heridas del Resucitado, heridas causadas por la reconciliación, la reparación y el perdón. Y no un «perdono pero no olvido» (como recuerdo de la sed de venganza) sino un no-olvido que poco a poco queda superado evangélicamente (no sin dejar de herir), por una memoria consciente del mal recibido que en lugar de guardar la sed de venganza, la transforma en la memoria consciente de un perdón sufrido. Un perdón sufrido, herido, que desde el corazón clama como Cristo crucificado: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». Las heridas del Cristo resucitado «no teniendo en cuenta (no recordando) nuestros delitos», nos regalaron el sacramento de la reconciliación el día de Pascua.

Oración y trabajo personal, pagando personalmente un precio por la paz de Cristo para que llegue a ser la paz del hombre. Esta es la síntesis. De parte nuestra se construye día a día, pero el cumplimiento total es obra del Señor que hace converger todo el trabajo en la realización del «Reino», aunque no nos demos cuenta. San Ignacio de Loyola nos ofrece la formulación de esta síntesis:

Debemos trabajar de tal manera como si todo dependiera de nosotros y nada de Dios. Pero luego, debemos confiar en Dios de tal manera como si todo dependiera de él y nada de nosotros.

«Bienaventurados los que construyen la paz; serán llamados hijos de Dios»39.

39 Mt 5, 9.

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Espiritualidad y construcción de paz

Alejandro Angulo Novoa, S.J.*

Lo único necesario en la construcción de la paz es la espiritualidad, por tres razones: la paz es un problema de relaciones humanas, las relaciones humanas son un problema de emocionalidad, la emocionalidad oscila entre el amor y el odio. Ahora bien, si pretendemos mantener la emocionalidad del lado del amor, o en otras palabras si queremos construir la paz, no tenemos otro remedio que apelar a la capacidad del ser humano de transformar sus odios en amores. Y esto es la espiritualidad. Vamos por partes.

LA PAZ ES UN PROBLEMA DE RELACIONES HUMANAS

En el discurso superabundante y superabstracto sobre la paz, tan corriente hoy en nuestro país, sustantivamos la paz: Colombia quiere la paz. Hagamos la paz. De igual manera, cuando hablamos de la vida interior decimos: No tengo paz. Pedro perdió la paz. Los Ejercicios Espirituales nos dan paz. En esta forma de hablar, la paz se convierte en una entidad concreta, una cosa que las personas o algunos grupos humanos han perdido y que hay que recuperar, o una cosa que, usando la metáfora de la industria de

* Doctor en Demografía de la Universidad de París. Magister en Sociología de la Universidad de California en Berkeley. Licenciado en Filosofía y Teología de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. Alejandro Angulo Novoa, sj, recibió el Premio Nacional a la Defensa de los Derechos Humanos en Colombia Versión 2013, en la categoría «A toda una vida». Vinculado al CINEP desde su fundación. Actualmente profesor en la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana y de la Universidad Externado de Colombia en Bogotá.

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la construcción, no tienen pero que pueden construir si se les dan las herramientas y los materiales. También, cuando se aplica a la paz personal la metáfora de la cosa perdida, hay hombres y mujeres que pierden la paz y, por tanto, el remedio que se les propone es que la busquen, o que busquen a alguien que les ayude a encontrarla. Para lo cual se han escrito cientos de instructivos que se comercializan bastante bien.

Sustantivar la paz, aunque haga parte del lenguaje corriente, no tiene mucha utilidad para lograr la paz social ni tampoco la paz interior y personal. Para obtener un concepto útil es más adecuado pensar la paz como las relaciones humanas armónicas. Por consiguiente, trabajar por la paz es empeñarse en la transformación de las relaciones conflictivas, o sea, la sustitución de los desencuentros por relaciones amistosas o, por lo menos, respetuosas. Ahora bien, concebir la paz como relaciones pacíficas vuelve más complejo el concepto, pero al mismo tiempo es la manera más adecuada de conocer lo que hay en el fondo de la palabreja y, por consiguiente, lo que se debe hacer para ‘construir la paz’.

Las relaciones pacíficas no son una cosa sino una manera de interactuar. E interactuar es una acción recíproca que, en el caso de las relaciones humanas, supone dos sujetos que se enfrentan y que intercambian ideas o acciones: una persona con otra persona, una persona con un animal, una persona con un vegetal, una persona con un mineral y viceversa. La parte más importante de la frase anterior es la viceversa, o sea, el hecho de que las relaciones suponen siempre acción y reacción. Si tú te relacionas con otra persona, esa persona se relaciona contigo, si tú te relacionas con una planta, esa planta se relaciona contigo. Lo cual, a su vez, supone que si tú actúas, el otro, sea lo que sea (hombre, perro, planta), también actúa como respuesta a tu acción. Toda acción produce una reacción. Y si no lo notamos el problema es nuestro.

La complejidad de esta forma de pensar consiste en que no tenemos siempre consciencia de esa bipolaridad de las relaciones ni siquiera con las personas, mucho menos con los animales, las plantas o los minerales. Somos egocéntricos. Y como no tenemos esa consciencia tampoco notamos las reacciones del otro lado de la relación. Y esa inadvertencia respecto a los demás nos vuelve ignorantes de muchas reacciones a nuestras acciones. Es un simple problema de inconsciencia que genera ignorancia, ignorancia

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que engendra la desconsideración, desconsideración que provoca la tensión, tensión que engendra el conflicto, conflicto que pare la violencia.

Como se ve, perder la paz no es perder una cosa, sino entrar en un proceso degenerativo de las relaciones humanas que las precipita a la guerra, es decir, a la violencia como sistema de relaciones. Y aquí aparece otra complejidad de este concepto de paz como relación: el proceso degenerativo configura, a su turno, un sistema de relaciones agresivas y destructoras que se realimenta y se expande. No solamente se deterioran las relaciones humanas propiamente dichas, sino que se malogran también las relaciones con todo el entorno, con la misma naturaleza. Este desprecio de la naturaleza es también un problema de inconsciencia que genera ignorancia, que produce desprecio, que provoca tensión…

Darnos cuenta de la paz como proceso creativo de relaciones humanas que configuran un sistema virtuoso de intercambios pacíficos, nos ilustra sobre otro aspecto de los procesos y sistemas que constituyen la convivencia armónica o la violencia institucionalizada. Por tratarse de comportamientos de seres vivos, la repetición del comportamiento amable, así como la del violento son adictivos: a medida que se repiten las colaboraciones, o las agresiones, se va consolidando dentro de nosotros y de nuestras sociedades un sistema colaborativo o agresivo. Aprendemos una forma de comportarnos que produce respuestas automáticas en una o en otra dirección.

Esta es una de las claves del trabajo por la paz. A medida que se logra la transformación de unas relaciones agresivas por otras pacíficas, el sistema se va realimentando de acciones amistosas en lugar de acciones agresivas y esos insumos de solidaridad y de creatividad van creciendo y transformando todo el sistema de relaciones destructoras en un sistema de relaciones creativas. De esa misma propiedad de generar adicción surge la gran dificultad para erradicar la violencia cuando se ha constituido como sistema de procesos agresivos y destructores, los cuales también se refuerzan con la práctica, como se observa, sin lugar a dudas, en el ejemplo colombiano. Con todo, ni es imposible, ni hay que inventar los métodos de lograrlo porque ya están inventados. Lo que sí hay que hacer es ejercitarlos.

El inconveniente de usar una metáfora impropia para hablar de la paz, como el objeto perdido, o la construcción de una casa, es que nos cierra

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el camino a la comprensión de la bipolaridad de las relaciones humanas. Si no tenemos claro que al construir la paz se trata de una acción recíproca, podemos con facilidad embocarnos en los callejones cerrados de las iniciativas de paz unilaterales que pueden, tal vez, tranquilizar la mala conciencia cívica, pero que no modifican en nada las enormes tensiones que soportan los conflictos armados. Se habla de paz, pero no hay paz. Se marcha por la paz, pero no hay paz. Se firma la paz, pero no hay paz.

Se habla de paz, pero no hay paz. Se marcha por la paz, pero no hay paz. Se firma la paz, pero no hay paz

Nuestra incapacidad para percibir la reciprocidad de la relación pacífica es el obstáculo principal, porque el egoísmo humano es un reflejo instintivo de autodefensa que se dispara siempre que tenemos intereses encontrados con los demás seres. Controlar ese reflejo y sustituirlo por el reconocimiento y la aceptación del otro en vistas a negociar esos intereses, requiere un esfuerzo consciente para aprender a reaccionar de manera amistosa y una actitud adquirida frente a los derechos ajenos que son tan derechos como los propios. Por tratarse de dominar una reacción automática en la defensa de lo propio, nos cuesta mucho trabajo ver el punto de vista del otro en la negociación de sus intereses, a menos que nos hayamos ejercitado para lograrlo. Los programas educativos debieran colocar un énfasis particular en este entrenamiento. La socialización en la familia también.

Sin embargo, en el sistema educativo damos preferencia a la competitividad sobre el altruismo y en las familias exaltamos la defensa de los egoísmos y premiamos el «valor» excluyente de la consanguinidad. Estamos, pues, mal preparados para distinguir la doble vía de las relaciones humanas y más bien pavimentamos una sola calzada egocéntrica con el único carril de nuestro interés individual, casi siempre miope.

El principio de la relación pacífica es, por tanto, la solidaridad, cuyo eje no es otro que la triple articulación del reconocimiento, el respeto y el amor. Son tres niveles de la misma capacidad de darnos cuenta de que el interlocutor, sea el que sea, es igual a nosotros, razón por la cual tiene derecho al mismo respeto que exigimos nosotros a las demás personas y que, bien miradas las cosas, ese interlocutor merece que le otorguemos nuestra confianza. Tal vez no sea tan aparente que este último nivel de la confianza

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es ya, el comienzo del amor. Debido al uso que hacemos y al abuso que cometemos, a diario, de la palabra amor, hemos terminado por no saber qué es lo que significa. Por eso tampoco entendemos que el amor comienza con un acto de confianza, dado que el amor, en último término, es la entrega de sí al otro. Donde no hay confianza no hay entrega. Y donde hay confianza existe la posibilidad de que se perfeccione la entrega y florezca el amor.

Todos estos niveles de relación tienen un máximo y un mínimo. Y justamente lo que se pretende señalar aquí es que la construcción de la paz es lograr ese mínimo de confianza que representa el mínimo del amor. Sólo entonces podremos empezar a hablar de perdón y reconciliación, escalando así los niveles de la relación pacífica. Intentarlo, sin esta preparación interior y exterior es perder el tiempo. La paz es un problema de relaciones humanas.

LAS RELACIONES HUMANAS SON UN PROBLEMA DE EMOCIONALIDAD

En apariencia, esta afirmación es un lugar común. En la práctica no lo es, como se demuestra en el tratamiento que aplicamos a nuestros desencuentros, amontonando teorías y consejos para «mejorar» las relaciones, como si se tratara de corregir conceptos errados y no de modificar sentimientos agresivos.

De hecho, este desenfoque teórico es un producto de largos años de educación libresca, cuyos orígenes y remedios son otra historia que debe ser contada en otro sitio. Para esta reflexión basta con apuntar que la emocionalidad es la raíz de la acción humana y que, por consiguiente, la acción violenta tiene más que ver con el manejo de las emociones que con el de las ideas.

Cuando se dijo, más arriba, que «se habla de paz pero no hay paz», la intención era dejar ya sentado, de entrada, ese precepto didáctico que aconseja a los maestros, lo mismo que a todos los activistas, empezar por «ganarse la benevolencia», bien sea de sus alumnos, bien sea de sus seguidores. Es un precepto sabio porque parte esa conexión que existe entre lo que llamamos la voluntad de hacer y el hacer. En los ambientes colectivos hablamos de la voluntad política para significar que no basta el discurso promisorio, ni tampoco el amontonar leyes, para lograr los efectos. Se requiere la acción eficiente y eficaz. Solamente los hechos soportan las palabras,

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de lo contrario se las lleva el viento. Ya lo cantó Mina desde el siglo pasado: palabras, palabras, palabras…

En el campo de construir la paz no han faltado las palabras, ni tampoco han faltado las ideas. Pero, al menos en el caso colombiano, el control de las emociones no se ha ejercitado sino en pocos y muy raros casos. Por el contrario, se ha tratado, a menudo, de exacerbar desde los distintos rincones de la coyuntura, la emocionalidad destructiva que rompe las relaciones humanas y las transforma en guerra. La descalificación recíproca no ha faltado ni siquiera en La Habana, donde el supuesto de partida es el reconocimiento mutuo. No se diga nada de los medios de comunicación masiva en los cuales se podría encontrar material suficiente para muchos estudios sobre la manera de desacreditar al adversario y exacerbar la pugnacidad.

Las discusiones en torno a la paz solamente se pueden concordar si se llevan a cabo en un ambiente emocional favorable

Habría que pensar más bien en favorecer iniciativas como la que se describe con la expresión: desarmemos el lenguaje. Ahí sí hay una intuición certera de la verdadera naturaleza emocional del problema y una propuesta útil de empezar su resolución con el rechazo del lenguaje derogatorio. En efecto, el uso de palabras respetuosas hacia el adversario tiene como efecto cambiar el signo de la emocionalidad y hacer que los sentimientos de odio empiecen su metamorfosis hasta lograr relaciones amistosas y aun armónicas. Ese es el camino de la paz: las emociones positivas, los deseos constructivos, los buenos sentimientos.

No parece posible construir paz sobre la base del desprecio mutuo. Aun suponiendo que se lograra un momentáneo cese al fuego, este no duraría mucho, si al silencio de los fusiles siguieran las mutuas recriminaciones. La recriminación no es una relación pacífica sino un ataque verbal que puede pasar, sin transición, a la agresión física.

Las discusiones en torno a la paz solamente se pueden concordar si se llevan a cabo en un ambiente emocional favorable. De lo contrario, la neutralidad fingida de las palabras iniciales terminará minada por la fuerza de las emociones. Por esa razón, la negociación es una de las formas de co-

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menzar la construcción de relaciones pacíficas si en ella se logra mantener el perfil emocional en su nivel positivo. El presidente Santos tuvo un gran acierto al proponer ese método y al condicionar al acuerdo total todas las otras discusiones. La hipótesis es que la mutua consideración a lo largo de las conversaciones es el requisito indispensable para que la negociación pueda coronarse con éxito. Esa mutua consideración supone un control emocional de ambas partes con el fin de evitar la interrupción del diálogo y el retirarse de la mesa.

Es desde luego utópico pensar que la población entera pueda controlar sus propias emociones en torno a una posible negociación, porque las circunstancias de cada ciudadano del país frente al conflicto armado son distintas y porque la capacidad real de entender el conflicto armado es distinta en todos por esa mismísima razón. Lo cual pone de relieve la dificultad intrínseca de la construcción de la paz, pero al mismo tiempo muestra cuál sería el camino para llegar allí. Hay que poner en práctica una estrategia regional y aun local.

El trabajo que el país tiene por delante, no solamente los gobiernos, sino todos los ciudadanos de Colombia en este momento, es emprender el ejercicio del reconocimiento y respeto recíprocos, con miras a una posible reconciliación. Y como queda dicho, este trabajo es un entrenamiento de las emociones, que se podría y se debería realizar en las escuelas, colegios y universidades, en las iglesias y en los clubes, en los estadios y en las cárceles. En otras épocas se hablaba de la urbanidad. Hoy esa palabra puede ser tildada de ficticia y aun hipócrita, sobre todo por las generaciones jóvenes. Sin embargo, en esa palabra se tocaba el fondo de la cuestión: el trato urbano significaba el trato respetuoso del otro, el esfuerzo por volver favorable cualquier contacto humano, gracias al reconocimiento del otro como persona, titular de derecho al reconocimiento de su dignidad. La urbanidad era el manejo de las emociones en el juego de las relaciones humanas. Un buen ejercicio pacificador.

Ese reconocimiento de la otra parte presupone algún conocimiento de la historia por ambas partes, porque cada parte tiene su propia versión de la historia y solamente tomando en serio las dos versiones se puede empezar un diálogo tranquilo y fructífero. Y esta escucha mutua es el primer ingrediente del entrenamiento para lograr el reconocimiento recíproco de los

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seres humanos. Cada historia tiene al menos dos versiones. A veces más. Y prepararse para una negociación exige conocer y aceptar las dos o más versiones y poder hablar sobre sus peripecias de manera civilizada. O sea, que la primera acción del diálogo sincero es escuchar. Como todos bien sabemos, no es esta la manera en que nos enseñaron la historia. Por eso nos acostumbramos a una sola versión de la historia, que además defendemos a mordiscos. Y cuando se trata de las historias políticas, no hay que olvidar que, por lo general, disponemos tan solo de la versión de los vencedores. Los vencidos suelen estar amordazados o muertos. De aquí la inevitable urgencia de las comisiones de la verdad, que no son otra cosa, cuando han servido a la paz, que un ejercicio consciente de reconocimiento recíproco entre víctimas y victimarios para intentar llegar hasta la mutua aceptación. Solamente ahí se puede pensar en el perdón y, con suerte, avanzar hasta la reconciliación.

Aunque parezca un camino erizado de púas, es una vía posible. Hay más de un ejemplo y el estudio de los ejemplos puede ayudarnos a comprender que los éxitos en esos ejercicios se deben a personajes extraordinarios que han sabido convertir sus sentimientos personales en emociones creativas y constructivas. Es posible, entonces, construir la paz. Al mismo tiempo hay que notar que esos personajes son extraordinarios porque han logrado esa transformación emocional por distintos motivos, pero todos con el mismo horizonte, la creación de un mundo vivible por el cual vale la pena pagar el precio que sea.

LA EMOCIONALIDAD OSCILA ENTRE EL AMOR Y EL ODIO

No cabe duda de que el esfuerzo para adoptar otro punto de vista distinto del nuestro propio es una ardua faena; si así no fuera, la erradicación de la violencia tendría fácil solución. Y no es exagerado denominar proeza al control de sí mismo, acompañado de la capacidad de total comprensión del otro, porque la historia y la literatura nos muestran que ese control y comprensión juntos son un bien escaso. Se han requerido muchos años y muchos esfuerzos para lograr niveles aceptables de convivencia entre los humanos, pese a lo cual, esos niveles están siempre expuestos al riesgo de perderse de golpe por la incapacidad muy común de ejercer dicho control.

Desde el comienzo de esta reflexión, se ha enfatizado la importancia de la formación de la consciencia porque ella es la facultad que permite distinguir esa continua oscilación de nuestras emociones entre el amor y el odio, el

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gusto y el disgusto, la aceptación y el rechazo. La consciencia es la facultad que nos permite saber en qué lugar del péndulo nos encontramos en cada momento, dado que ese péndulo no se detiene jamás y nunca estamos en el mismo lugar. De aquí la dificultad que a menudo encontramos para reconocer nuestros sentimientos, tanto más cuanto que nuestros propios pensamientos nos engañan con frecuencia en ese dominio. El conocimiento de sí mismo también es un producto exquisito y poco común, porque también requiere esfuerzo y valor para aceptarse como uno es. Paradójico pero real, como lo prueba la demanda de asistencia psicológica y psiquiátrica.

Sin espiritualidad no es comprensible el perdón ni aceptable la reconciliación

Entonces, la construcción de la paz, comienza por aprender a conocer el péndulo de las emociones, a situarse en su oscilación y a transformar su impulso destructor en un movimiento constructivo. Es posible, tanto en el nivel personal como en el colectivo, pero supone ejercicio y guías. No basta con un puñado exiguo de negociadores, por hábiles que sean estos. Se requiere un propósito nacional en el que tienen que comprometerse todas las organizaciones que llamamos las fuerzas vivas de la sociedad, pero que hasta el momento, no han entendido ni asumido de manera eficaz su responsabilidad.

Semejante propósito nacional incluye la superación del odio y la instalación del respeto mutuo entre los ciudadanos. Esto solo se logra con la espiritualidad. Los sentimientos del rechazo y de la venganza, con todas sus modalidades más o menos destructoras, solo se superan mediante el ejercicio consciente del perdón. Y las heridas causadas por esos sentimientos destructores solamente se sanan con la reconciliación.

Esta capacidad de trascender el propio dolor, de superar el propio deseo de vengarse, de reconocer los propios errores, de aborrecer la repetición de los comportamientos que perjudican a los demás es lo que llamamos la espiritualidad. Porque solamente la espiritualidad nos permite reconocer en el otro nuestra propia entidad. Solamente la espiritualidad nos hace sentir cómo hacerle daño al otro es dañarnos a nosotros mismos. La ciencia también nos lo dice, pero no lo entendemos. La espiritualidad nos lo esculpe en nuestros propios huesos. Sin espiritualidad no es comprensible el perdón ni aceptable la reconciliación.

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Ahora bien la espiritualidad no recomienda el olvido: es preciso recordar. Es un deber recordar. Nuestra memoria es nuestro tesoro. Y el recuerdo de los crímenes es el principio de la sabiduría cuando las relaciones humanas se transforman por la espiritualidad. Postular el olvido como medio para la reconciliación es absurdo. La espiritualidad trasciende gracias a que no olvida. Ese es el contenido profundo del “Perdónales, Padre, porque no saben lo que hacen”. La espiritualidad de Jesús logra trascender el odio de sus victimarios y transformarlo en ignorancia, salvando así la racionalidad humana de la trampa de su emocionalidad incontrolable.

La capacidad de reconocer las diferencias entre los seres humanos, de aceptarlas y de respetarlas, a pesar de los sentimientos instintivos de rechazo que cada uno de nosotros ha interiorizado a lo largo de su vida, requiere una claridad de consciencia y una fuerza espiritual que logre mantener las emociones a raya, por las consideraciones superiores del bien de todos. Pero renunciar al desquite, a la ley del talión, a cobrarse las deudas por la propia mano exige, además de esa claridad de consciencia, la fuerza espiritual del amor que no solamente controla los impulsos destructores sino que los transforma en la entrega de la confianza. La espiritualidad trasciende esa fuerza imparable del sentimiento destructor y la convierte en amor, la fuerza constructiva, la que engendra la vida por la entrega en la unión.

En nuestro lenguaje sobre la reconciliación y el perdón la justicia ocupa el lugar prominente. El discurso sobre la justicia es la herramienta conceptual que los seres humanos hemos fraguado para manejar las relaciones pacíficas. En nuestros ‘foros de paz’ el tema primordial son los derechos. Pero basta con mirar a nuestra propia historia para verificar, sin la menor duda, que ese solo discurso y el sistema de justicia, aun en los lugares en donde funciona, no bastan para ‘construir la paz’. La definición elemental de justicia como la disposición de dar a cada quien lo que le corresponde, puede servir, con demasiada facilidad, y sirve, con demasiada frecuencia, de pantalla para cubrir nuestros deseos incontenibles de venganza. Solamente la espiritualidad puede prevenir y evitar la venganza. Pero así como, desde la infancia, el discurso sobre la justicia hace parte de nuestro vocabulario, aunque no de nuestra práctica, así mismo el discurso y sobre todo el ejercicio de la espiritualidad no ha logrado salir del ambiente esotérico, misterioso, reservado a unos pocos, como si el espíritu hubiera sido distribuido con nuestros sistemas económicos. La espiritualidad no impregna nuestras relaciones

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culturales y así nos hacemos excluyentes, no penetra en nuestras relaciones económicas y así nos hacemos codiciosos, no toca nuestras relaciones sociales y así nos hacemos enemigos, cultores del odio y practicantes de la violencia. Y a pesar de todo ello, hablamos de paz. Pero no hay paz.

Este es un desafío mayúsculo para todas aquellas organizaciones grandes y pequeñas, públicas y privadas, religiosas y laicas que ondean el estandarte de los bienes públicos, de la participación, de la transparencia, de la honestidad, de los valores, de la ética, de la moral. Todos esos conceptos son palabras que se materializan únicamente en el dominio de la espiritualidad. La experiencia nos muestra que fuera de ese dominio no tienen ninguna consistencia, son palabras, palabras, palabras…

Es evidente que detrás de la violencia colombiana están las grandes injusticias flagrantes en todos los niveles: cultural, político y, sobre todo, económico. Y es evidente que sin justicia tampoco habrá perdón ni reconciliación. No puede haberlos ni debe haberlos. Pero es que el problema de la justicia como el de la paz es también el problema de las relaciones humanas. La justicia es el resultado de la consideración del otro ser humano como persona. La relación justa es reconocerle al otro sus títulos por su dignidad como ser humano. Esa es toda la teoría de los derechos humanos. Y por eso todo lo dicho hasta ahora es aplicable a las relaciones justas. Las relaciones individuales y sociales justas son las relaciones pacíficas y viceversa.

El problema de la justicia como el de la paz es también el problema de las relaciones humanas

La espiritualidad ni es abstracta ni es ingenua. Una espiritualidad que pueda sostener las relaciones pacíficas supone, desde luego, que esas relaciones tienen las demás condiciones que sustituyen la amable convivencia a la lucha de las especies. De lo contrario estaríamos delirando. El énfasis en la espiritualidad que se ha hecho en este ensayo, no intenta devaluar las iniciativas de paz realizadas por muchos con muy buena voluntad, sino todo lo contrario, procura señalar un instrumento que contribuiría a que todas esas iniciativas adquieran mayor consistencia. Lo que se propone aquí es completar lo que ya estamos haciendo con ineficiencia debida al descuido generalizado de esa dimensión del amor que es la que mueve a los humanos.

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Seducidos por el brillo de nuestra razón nos sumergimos en el infierno de nuestra sin razón. Hablamos de paz, pero no hay paz.

El postconflicto colombiano es la última oportunidad que tienen dichas entidades para obtener sus credenciales. A veces pareciera que no nos hemos dado cuenta de ello. Deambulamos sumidos en una inconsciencia culposa, en una patología maligna de irresponsabilidad crónica, chapoteamos en un magma de rencillas de toda índole, esperando que la paz se nos aparezca en el camino sin que tengamos que hacer ningún cambio en nuestras relaciones humanas desfiguradas por los odios grandes y pequeños de nuestros diminutos egoísmos. La espiritualidad puede sacarnos del marasmo para que al hablar de paz tengamos paz.

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Alejandro

Colección Apuntes Ignacianos

Temas

Directorio de Ejercicios para América Latina (agotado)

Guías para Ejercicios en la vida corriente I (agotado)

Guías para Ejercicios en la vida corriente II (agotado)

Los Ejercicios: «...redescubrir su dinamismo en función de nuestro tiempo...»

Ignacio de Loyola, peregrino en la Iglesia (Un itinerario de comunión eclesial).

Formación: Propuesta desde América Latina.

Después de Santo Domingo: Una espiritualidad renovada. Del deseo a la realidad: el Beato Pedro Fabro. Instantes de Reflexión.

Contribuciones y propuestas al Sínodo sobre la vida consagrada.

La vida consagrada y su función en la Iglesia y en el mundo.

Ejercicios Espirituales para creyentes adultos. (agotado)

Congregación General N° 34.

Nuestra Misión y la Justicia.

Nuestra Misión y la Cultura. Colaboración con los Laicos en la Misión. «Ofrece el perdón, recibe la paz» (agotado)

Nuestra vida comunitaria hoy (agotado) Peregrinos con Ignacio. (agotado)

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Temas

El Superior Local (agotado) Movidos por el Espíritu.

En busca de «Eldorado» apostólico. Pedro Fabro: de discípulo a maestro. Buscar lo que más conduce...

Afectividad, comunidad, comunión. (agotado)

A la mayor gloria de la Trinidad (agotado)

Conflicto y reconciliación cristiana.

«Buscar y hallar a Dios en todas las cosas» Ignacio de Loyola y la vocación laical. Discernimiento comunitario y varia.

I Simposio sobre EE: Distintos enfoques de una experiencia. (agotado) «...Para dirigir nuestros pasos por el camino de la paz» La vida en el espíritu en un mundo diverso.

II Simposio sobre EE: La preparación de la persona para los EE.

Conferencias CIRE 2002: Orar en tiempos difíciles. 30 Años abriendo Espacios para el Espíritu.

III Simposio sobre EE: El Acompañamiento en los EE. Conferencias CIRE 2003: Los Sacramentos, fuente de vida.

Jesuitas ayer y hoy: 400 años en Colombia.

IV Simposio sobre EE: El “Principio y Fundamento” como horizonte y utopía.

Aportes para crecer viviendo juntos. Conferencias CIRE 2004.

Reflexiones para sentir y gustar... Índices 2000 a 2005.

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Temas

V Simposio sobre EE: El Problema del mal en la Primera Semana.

Aprendizajes Vitales. Conferencias CIRE 2005. Camino, Misión y Espíritu.

VI Simposio sobre EE: Del rey temporal al Rey Eternal: peregrinación de Ignacio de Loyola, Francisco Javier y Pedro Fabro.

Contemplativos en la Acción.

Aportes de la espiritualidad a la Congregación General XXXV de la Compañía de Jesús.

VII Simposio sobre EE: Encarnación, nacimiento y vida oculta: Contemplar al Dios que se hace historia.

La V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe en Aparecida, Brasil Congregación General XXXV: Peregrinando más adelante en el divino servicio.

VIII Simposio sobre EE: Preámbulos para elegir: Disposiciones para el discernimiento. Modos de orar: La oración en los Ejercicios Espirituales. La pedagogía del silencio: El silencio en los Ejercicios Espirituales.

IX Simposio sobre EE: «Buscar y hallar la voluntad de Dios»: Elección y reforma de vida en los EE.

Sugerencias para dar Ejercicios: Una visión de conjunto. Huellas ignacianas: Caminando bajo la guía de los Ejercicios Espirituales.

X Simposio sobre EE: «Pasión de Cristo, Pasión del Mundo»: desafíos de la cruz para nuestros tiempos. Presupuestos teológicos para «contemplar» la vida de Jesús. La Cristología «vivida» de los Ejercicios de San Ignacio.

XI Simposio sobre EE: La acción del Resucitado en la historia «Mirar el oficio de consolar que Cristo Nuestro Señor trae» (EE 224).

Preparación para hacer los Ejercicios Espirituales. Disposición del sujeto (I)

Preparación para hacer los Ejercicios Espirituales. Disposición del sujeto (II)

XII Simposio sobre EE: Contemplación para Alcanzar Amor «En todo Amar y Servir»

Educación y Espiritualidad Ignaciana. I Coloquio Internacional sobre la Educación Secundaria Jesuita.

Caminos para el encuentro con Dios.

XIII Simposio sobre EE: Discernimiento y Signos de los Tiempos.

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Espiritualidad y construcción de la Paz

Martirio. Algunas reflexiones espirituales 2011 3

Ricardo Falla, S.J.

Una reconciliación frustrada y su superación

Juan Hernández Pico, S.J.

«Bienaventurados los que trabajan por la paz...»

¿Cuál paz?

Darío Restrepo L., S.J. Espiritualidad y

Alejandro Angulo Novoa, S.J.

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