Apuntes Ignacianos 69-70. Discernimiento y signos de los Tiempos

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APUNTES IGNACIANOS

ISSN 0124-1044

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Apuntes Ignacianos

Número 69-70 Año 23-24

Septiemebre 2013 - Abril 2014

Discernimiento y

Signos de los Tiempo

XIII Simposio sobre Ejercicios Espirituales de San Ignacio

de Loyola

CENTRO IGNACIANO DE REFLEXION Y EJERCICIOS - CIRE

Espacios para el Espíritu Carrera 10 Nº 65-48. Tel. 640 50 11

Bogotá - Colombia

Nuestros Números en el 2014

Enero-Abril

XIII Simposio de Ejercicios Espirituales

«Discernimiento y Signos de los Tiempos» Número actual

Mayo-Agosto

Espiritualidad y construcción de paz

Septiembre-Diciembre

XIV Simposio de Ejercicios Espirituales

Y después de los Ejercicios... ¿Qué?

Discernimiento y Signos de los Tiempos

Identificación con Cristo y Discernimiento Ignaciano ............

Gustavo Baena, S.J.

Las Reglas de Discernimiento en sus contextos de 1a y 2a Semanas ...............................................

Iván Restrepo, S.J.

El Discernimiento Espiritual en el conjunto de los Ejercicios y en la vida cotidiana ............................................

Nora Kviatkovski, R.J.M.

3

18

40

Contribución de la perspectiva teologal de los Signos de los Tiempos a la práctica situada de los Ejercicios y contribución de los Ejercicios al Discernimiento de los Signos de los Tiempos .... 70 Pedro Trigo, S.J.

«¿Qué está haciendo Dios y a qué nos llama su acción en Colombia?» ............................................

Luis Guillermo Guerrero

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Paneles

Un encontrón con el Discernimiento

Gina Paola Sánchez González

Ana María Navarro Mora Una

Pbro. Wilson Mejía Naranjo

Discernimiento y la acción de Dios en el mundo empresarial:

Presentación

«El hombre es criado…», nos enseña San Ignacio en el Principio y Fundamento de los Ejercicios Espirituales. Su formulación en presente y no en pasado, suscita desde el principio de los Ejercicios la pregunta por el cómo de esa creación continua de Dios que somos nosotros. La creación divina de esto que somos como personas, como sociedad y comunidad en nuestro entorno maravilloso al cual estamos vitalmente unidos es la acción permanente de Dios a través de nosotros mismos. Esa acción creadora es la salvación continua que él nos ofrece, es decir, es la oportunidad permanentemente ofrecida para vivir en unidad con Él, habiéndola ya hecho posible en nuestra realidad por medio de Jesucristo y de tantos seguidores y seguidoras suyos a lo largo de la historia. Creación, salvación y redención son sinónimos; es la misma acción divina permanente en favor de nuestra felicidad como hijos y hermanos, de nuestra libertad para construir una sociedad equitativa y un mundo que sea verdaderamente otro. Sabemos, pues, que otro mundo sí es posible porque Dios mismo sigue actuando desde abajo en nuestra historia y desde dentro del ser humano. Nuestro compromiso es trascendental.

Ahora bien, ¿cómo podemos discernir esa concreta acción creadora de Dios en nuestra sociedad, particularmente en la colombiana? En otras palabras, ¿qué está haciendo Dios hoy en Colombia? ¿Cómo sigue adelante con su creación de unos seres humanos concretos, a su imagen y semejanza, es decir, según el primogénito de muchos hermanos, Jesucristo? ¿Qué acciones o procesos concretos podemos identificar hoy en los cuales reconocemos lo que hemos llamado «signos de los tiempos», es decir, acciones especialmente

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portadoras de la acción liberadora de Dios (acciones kairóticas), constructoras de una nueva humanidad en una nueva sociedad, que señalan caminos prometedores de un futuro equitativo, igualitario, fraterno y solidario, con el objetivo de unirnos a ellas de forma consciente y deliberada para ser eficaces colaboradores de la Misión de Cristo?

Con el XIII Simposio sobre Ejercicios Espirituales hemos querido desde el CIRE, la Facultad de Teología y el Centro de Pastoral de la Pontificia Universidad Javeriana colaborar en la búsqueda de respuestas a esas preguntas sobre criterios de discernimiento de los signos de los tiempos (la acción creadora de Dios hoy) y sobre lo que Dios está haciendo Dios en concreto en nuestra sociedad. Pero este discernimiento no se improvisa. Por ello esta reflexión se hace en el contexto de un simposio sobre Ejercicios, pues ellos no sólo proveen herramientas para estar permanentemente entrenados para discernir, sino que son ellos mismos en su esencia discernimiento de la voluntad de Dios que es acción creadora continua.

Desde la Sagrada Escritura, la Teología y desde los mismos ejercicios, hemos buscado no sólo aportar elementos para el discernimiento de los signos de los tiempos dentro del contexto de planeación regional de la Provincia Colombiana de la Compañía de Jesús, sino también aventurarnos a dar pistas sobre algunos hechos que nos muestran lo que Dios está haciendo hoy en nuestro país.

En este número de Apuntes Ignacianos tenemos el gusto de presentar las ponencias e intervenciones de los panelistas que han enriquecido la reflexión acerca de la acción de Dios hoy como lo hemos planteado más arriba.

Esperamos que la lectura de estos escritos estimule una mejor comprensión del actuar divino en nuestra realidad e impulse a un mayor compromiso con el Reino de Dios ya presente en medio de nuestro mundo.

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Identificación con Cristo y Discernimiento Ignaciano

Gustavo Baena, S.J.*

1.EL ENCUENTRO DE IGNACIO CON CRISTO

lpunto de arranque de la pasión de San Ignacio por la persona de Jesús se debe situar en algo enteramente ocasional, durante la convalecencia en su casa de Loyola, por las heridas sufridas en el ataque de los franceses contra la fortaleza de Pamplona. Ignacio quería pasar este tiempo leyendo libros mundanos que eran de su agrado y por eso pidió que le trajeran libros de caballería, pero lo único que encontraron en esa casa fue algunos libros piadosos: un antigua Vida de Cristo de Ludolfo de Sajonia denominado el Cartujano y otro de vidas de santos. Este casual encuentro de Ignacio con Cristo a propósito de tales lecturas, suscitó en él experiencias de sentimientos encontrados que lo movieron a fondo a tomar la decisión, lo más pronto posible, de seguir las huellas de Jesús viajando a Jerusalén, y al mismo tiempo empeñarse en la imitación de los grandes santos, particularmente Santo Domingo de Guzmán y San Francisco de Asís. Pretendía, pues, servir a su Señor Jesús realizando grandes esfuerzos tal como lo hicieron los santos y castigando su cuerpo con toda clase de penitencias por sus pecados cometidos en su vida pasada.

* El padre Gustavo es Doctor en Teología por la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. Diplomado en Sagrada Escritura por la Escuela Bíblica de Jerusalén. Actualmente trabaja en la Orientación teológica y espiritual del Centro de Fe y Culturas en Medellín, Antioquia.

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Pero la pasión de Ignacio por Jesucristo tiene un punto culminante en la experiencia de la contemplación del Rey Eternal, tal como se describe en sus Ejercicios. Aquí no solo se alista en un servicio a su Señor, trabajando con él y ofreciendo la totalidad de su persona sino fundamentalmente identificándose con él «en todas sus injurias y todo vituperio y toda pobreza»1. No solo servirle sino ser como él. Por eso, este Jesús es el hombre que constituye el criterio fundamental de Ignacio para medir cómo debe ser su existencia sino la de todo ser humano, según la voluntad de Dios.

2.EL HOMBRE QUE DIOS REVELA EN EL NUEVO TESTAMENTO

Ahora la tarea será precisar quién era ese Jesús, con el cual San Ignacio quería identificarse, pero ahora a partir de la revelación. Tenemos por sabido, desde el Nuevo Testamento, que en el hombre Jesús, Dios nos revela, no solo lo que es el hombre deseado por él, sino cómo es el comportamiento humano de Dios o la existencia humana, visible y experimentable del Misterio inimaginable e incomprensible, inaccesible a las capacidades del conocimiento humano. Sin embargo lo que es más extraño, y al parecer contradictorio frente a nuestra racionalidad, estaría en que ese misterio inabarcable se haga cercano, inmediato y sensible a la experiencia profunda de Jesús y de todo hombre. El incomprensible, el infinito Dios, sin límites de espacio y tiempo, es, sin embargo, experimentable para nosotros, seres limitados espacio temporales. ¡Esto sí que es el Misterio incomprensible de Dios!

Si nos preguntamos, entonces, ¿cuál es la particularidad de Jesús con relación a los demás seres humanos, en qué radicaría su originalidad? tendríamos que afirmar: Jesús vivió siempre en un estado de experiencia inmediata del acto creador continuo de Dios en él, y se agarró de manera absoluta e incondicional a Él, en la realización de su existencia terrena. Esto quiere decir, que Jesús vivía de la certeza de la realidad de Dios, no solo en él, sino en todo ser humano. Por primera vez, en nuestra ya larga historia en el planeta – quizás un millón de años – se nos revela la gran verdad: El real Dios no es un Dios lejano que vive en un mundo más allá, sino acá en este mundo que es el suyo y lo está creando personalmente.

1 Cfr. Ejercicios Espirituales 95-98.

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Identificación con Cristo y Discernimiento Ignaciano

Esto significa que Dios, el Misterio, está implícito en todo ser humano y constituye el fundamento de la estructura de nuestras posibilidades de existencia. Dios crea la humanidad de Jesús, y por lo tanto la de todo hombre, haciéndose hombre, humanizándose; y puesto que el hombre es mundano, porque procede de este mundo, habría que admitir también que Dios crea el mundo, implicándose en él, mundanizándose, sin dejar de ser Dios, y por ello sometiéndose a las leyes naturales de un mundo, que él mismo ha creado. Frente a este proceder misterioso de Dios tendríamos que preguntarnos, ¿qué pretende con esta manera tan extraña de crear?

El acto creador continúo de Dios, o lo que es igual, voluntad de Dios sobre el hombre, no es propiamente un proyecto predeterminado que ya tiene, algo así como entendemos por proyecto en nuestro lenguaje común, una figura bien calculada junto con las posibilidades que se tienen para realizarla en un futuro. En este sentido, Dios no hace proyectos; su acción creadora, que es voluntad, siempre está sucediendo y la estamos experimentando y, al mismo tiempo, la vamos interpretando al poner en acción libremente nuestra vida cotidiana.

De aquí, quizás se podría deducir, que cuando ponemos libremente en acción nuestras posibilidades de existencia o simplemente estamos existiendo de hecho, siempre interpretamos auténticamente el acto creador o la voluntad de Dios. Sin embargo esto es claramente inadmisible. ¿Quién puede afirmar que todo lo que hace al realizar su existencia es siempre interpretación auténtica de la voluntad de Dios? Pero surge otra pregunta ¿Cómo distinguir la autenticidad de tal interpretación existencial?

De la misma revelación se desprende un criterio para medir esa voluntad de Dios en nuestra vida, a saber: el carácter propio de la personalidad de Dios en su acto creador radica en que crea, él mismo saliendo de sí, renunciando a su infinitud y situándose personalmente en este mundo espacio temporal, y siempre en función de nosotros. Esto significa que si somos fieles a esa orientación de Dios creador, estamos interpretando auténticamente su voluntad. O en otras palabras el criterio para medir nuestra manera de existir, habría que radicarla en la orientación de nuestras operaciones intencionales libres hacia los otros, nuestros hermanos. Precisamente en esto consiste una real experiencia de Dios, cuando sentimos, que nuestros propios actos intencionales libres, están orientados siempre en función de los otros.

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Si comparamos la percepción que Jesús tenía de Dios, implícito en él y la experiencia inmediata de la acción creadora en él, con las concepciones de Dios, que se tenían en el Antiguo Testamento y en judaísmo tardío, encontraríamos que la percepción de Jesús es original, y más original aún, si la comparamos con las concepciones de Dios que nos hemos hecho a partir de nuestra racionalidad. Entonces ¿cómo se explicaría esa originalidad de Jesús en su percepción y experiencia inmediata de Dios? Y seguramente responderíamos que Dios mismo se la revelaría. Pero ¿cómo se hizo Jesús a esa revelación? A esta última pregunta no podíamos responder sino diciendo que Jesús se encuentra con la realidad de Dios actuando en él, replegándose, él mismo sobre sí mismo, en cuanto que es espíritu, esto es, en cuanto ser humano, volviéndose sobre sí reflexivamente.

Quiero ampliar un poco más el por qué Jesús, y todo ser humano es espíritu, al replegarse sobre sí mismo reflexivamente. Esta operación humana es la que identifica el punto más elevado al cual ha llegado la evolución del universo y del hombre, hasta ahora conocida. En el hombre la materia espacio temporal ha llegado a tal grado de complejidad molecular, que eso espacio temporal, que somos, nuestro propio yo, se repliega sobre ella misma, como si fuera otro yo, lo penetra y se siente dueño de sí mismo, y descubre que puede poseerse disponiendo libremente de la realización de su propia existencia. Por esto somos espíritu y por tanto seres libres.

Estamos diciendo que Jesús hombre como espíritu, se encuentra en él mismo con el Misterio de Dios actuante en él, pero no solo lo encuentra, sino que tiene experiencia inmediata de su acto creador. Ahora surge la siguiente pregunta: ¿cómo explicar esa experiencia inmediata? La respuesta la encontramos en palabras del mismo Jesús: «Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios»2. Aunque Dios está implícito en todo hombre, sin embargo no podemos asegurar, que por ese mismo hecho, ya todos estamos experimentando de manera inmediata el acto creador continuo. Lo que se interpone en nuestro propio interior, u obstaculiza esa experiencia inmediata, es el pecado, tal como lo entiende San Pablo, o las afecciones desordenadas según San Ignacio. El propósito fundamental de los Ejercicios es precisamente lograr, que al quitar las afecciones desordenadas3 el ejerci-

2 Mt 5, 8.

3 Cfr. Ejercicios Espirituales 1.

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tante se encuentre «inmediate» con Dios su creador y se sienta directamente movido por él4 y experimente con inmediatez el acto creador qué está sucediendo en él.

Jesús al ser absolutamente fiel siente por experiencia inmediata, el acto creador de Dios que lo mueve hacia donde él quiere

Pero aún más, nos podíamos preguntar: ¿por qué aparece en este mundo ese hombre Jesús, el completamente limpio de corazón o el absolutamente fiel a la voluntad de Dios? ¿Será algún privilegio exclusivo? Gran sentido tiene que el evangelio de Mateo remonte los antepasados de Jesús hasta Abraham, pasando por David5 o hasta Adán según Lucas6 a fin de hacer entender que Jesús es descendiente de un pueblo, que durante más de mil años, se ha autointerpretado como pueblo de la voluntad de Yahveh y con una larga historia de motivación y de exigente obediencia a la voluntad de ese mismo Dios, en sus numerosos y sucesivos códigos, que constituyen, en su conjunto, el derecho exclusivo la voluntad de Yahveh. Por eso no debe resultar extraño, que por fin aparezca, en ese pueblo de la voluntad de Yahveh, un individuo absolutamente fiel a la voluntad de ese mismo único y exclusivo Dios. Este es el fondo que explicaría, por qué Jesús al ser absolutamente fiel siente por experiencia inmediata, el acto creador de Dios que lo mueve hacia donde él quiere.

Pero si como dije antes, Dios está implícito en Jesús y en todo ser humano, esto quiere decir, que ese Dios implícito constituye el fundamento de la estructura de las posibilidades de existencia del ser del hombre, de donde se sigue, que existir, por parte del hombre, consiste en poner en acción libremente tales posibilidades. Sin embargo, en el caso de la experiencia inmediata del acto creador continuo, en donde la criatura se siente directamente movida hacia donde el Creador quiere, cabe preguntarse entonces, ¿cómo quedaría la libertad de Jesús y la del hombre?

Permítanme una digresión. Las posibilidades de todo ser creado en cuanto tal, son limitadas; el hombre al ponerlas en acción, tiende naturalmente a cerrarse sobre sí mismo en su propio límite y sería incapaz de salir

4 Ibíd., 15.

5 Cfr. Mt 1, 1-16.

6 Cfr. Lc 3, 23-38.

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incondicionalmente de sí mismo, en función de sus hermanos. ¿Quién no ha experimentado personalmente esta tendencia a centrarse sobre su propio yo? ¿Quién no ha comprobado hasta la saturación, a dónde han llegado los humanos en su afán desproporcionado y violento de poseer y retener lo que encuentran a su paso, ya sea personas, o cosas, o ellos mismos, volviéndose esclavos de sus propias ambiciones, o se han convertido en los peores depredadores de humanidad?

Dios crea a Jesús del mismo modo como ha creado desde siempre a todos los seres humanos

En cambio en el hombre que se nos revela en Jesús, el ser de Dios se encuentra implícito en el ser humano y lo que pretende, al crearlo de esa manera, es liberarlo de sí mismo, hacerlo capaz de romper su límite creatural y volverlo trascendente, en función de sus hermanos. Esto quiere decir que somos incapaces de ser hombres por nuestra propia autosuficiencia, sin contar con el acto creador implícito en nuestro propio ser. Si, pues, como acabo de decir, ese Dios implícito es el fundamento de nuestra estructura de existencia, entonces existir es poner en acción, por medio de nuestras operaciones intencionales libres, esa estructura, o en otros términos, existir es disponer libremente del acto creador continuo. Dios no impone al hombre su voluntad o su acto creador; es el hombre el que puede disponer libremente de la acción creadora de Dios

Nuevamente aquí nos encontramos con el misterio de Dios: la incomprensibilidad de su misma libertad que, gratuitamente implícita en nuestro propio ser, pretende hacer unidad de voluntad con nosotros, pero contando al mismo tiempo con nuestra libre aceptación de esa gratuidad. ¿Cómo es posible entender que la libertad de Dios quede sometida a una libre aceptación de un ser creatural, dejando inerme el poder de Dios o al menos reducirlo solo a aquello que le permitimos hacer?

3.LA ORIGINALIDAD DE LA EXISTENCIA DE JESÚS

a)Jesús en un ser humano enteramente como todos nosotros. Dios crea a Jesús del mismo modo como ha creado desde siempre a todos los seres humanos. Sin embargo Jesús tiene una particular originalidad, que se desprende precisamente de su experiencia absolutamente inmediata del acto creador continuo, al cual él se aferra de manera también absoluta. Por

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eso al realizar su existencia terrena manifiesta una imagen humana que no coincide con la imagen de hombre, tal como la concibe su propia religión judía; y la razón es clara: toda religión, como institución es cultural, y siempre se ha de tener, por principio obvio, que en toda cultura subyace siempre una imagen de hombre.

Por otra parte, toda religión se ocupa, a nombre de sus divinidades, de establecer, de manera permanente, una regulación exigente y programática sobre la manera como sus fieles deben relacionarse con la divinidad y rendirle culto. En Jesús las cosas son diferentes: aunque es un hombre enteramente religioso, sin embargo su religiosidad no está centrada en cumplir las normas religiosas reguladoras de la relación del judío con Dios; ni el mismo Jesús, desde su creatividad, se construye un comportamiento normativo particular para relacionarse con Dios su Padre. Al contrario, para Jesús ser religioso es acoger absolutamente la relación de Dios creador con él, ya dada en él, por encima de cualquier cosa, inclusive por encima de su vida y de una muerte violenta.

Jesús interpreta esta relación en un comportamiento existencial, dentro de un esquema de hijo incondicionalmente fiel a Dios, que él denomina como Padre. Diríamos con simplicidad, que Dios mismo al contemplar a Jesús, habría exclamado gozosamente: ¡por fin aparece en este mundo, que estoy creando, un ser humano absolutamente conforme a mi voluntad!

b)La misión de Jesús, el anuncio del Reino de Dios, como acontecimiento histórico, no era un plan preconcebido automático, sino abierto a las posibilidades de aceptación o rechazo en su contexto judío del momento. Sin embargo, el contenido de su anuncio no coincidía con la categoría teológica de Reino de Dios de la apocalíptica judía; su mensaje era enteramente original, Jesús anuncia la soberanía o posesión del acto creador en su criatura, tal como él lo experimenta en su inmediatez y lo explica con sus palabras y su testimonio. Para Jesús, la única posibilidad que tenemos los seres humanos, para cambiar radicalmente nuestras vidas y convertirnos en seres humanos y no inhumanos, es acoger la soberanía del acto creador en nosotros, o Reino de Dios, como una oferta gratuita.

c)Lo más sorprendente de Jesús en los Evangelios es su disposición de acercamiento y perdón de los pecadores y su actividad de servicio miseri-

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cordioso a los excluidos de la sociedad, pero sobre todo, de la religión judía, religión, que solo era de varones adultos, dejando por fuera a las mujeres y a los niños y a todos los que estuvieran contaminados por innumerables y menudas razones de impureza legal. No es casual que Jesús frecuentara lugares de curación, donde se apiñaban los enfermos, o los caminos de entrada o salida de las aldeas, donde permanecían, por ser excluidos o por la necesidad de mendigar, o lugares solitarios o cementerios donde se refugiaban dementes o poseídos por espíritus malos o impuros. Siempre estando en contacto directo con hombres dolientes y excluidos.

d) En varios lugares los evangelistas hacen notar, con términos, que solo se emplean en el caso de Jesús y que expresan en forma directa la motivación de sus comportamientos con los más desfavorecidos: sentía dolor físico, dolor de entrañas o compasión frente a los dolientes y arruinados, y este sentimiento lo impulsaba, desde dentro, a hacer misericordia. Esto permite entender, que la compasión es la concreta experiencia del amor verdadero; solo cuando estamos en contacto directo con los demás y nos duelen, nos movemos a hacer hasta lo imposible.

e) Jesús perdona los pecados, a pesar de la censura y aún escándalo de los escribas y fariseos, y se expone por ello, a ser tenido por irreverente e irreligioso y transgresor de las leyes sagradas, porque también en el día del Señor, el sábado, atiende a los enfermos y a otras necesidades de la gente.

f) Es extraño que Jesús no aparezca participando en la función cultual central del templo de Jerusalén, los holocaustos y sacrificios para expiación de los pecados. Más aún, Jesús, dentro de un oficio sinagogal aparece haciendo algo muy diferente a los demás piadosos judíos y además prohibido en el día del sábado: mientras los judíos se ocupan de la alabanza del Señor con cánticos y rindiendo culto a la palabra de Dios en las Escrituras, Jesús en cambio y dentro del mismo recinto de la sinagoga, atiende un endemoniado7.

Aquí la pretensión del evangelista Marcos es, sin duda, mostrar cómo Jesús vive desde su fe la santificación del día del Señor, el sábado, pero sobre todo, en qué consiste el verdadero culto debido a Dios. Para Jesús, el Dios vivo se encuentra implícito en el ser humano y desde allí, particularmente

7 Cfr. Mc 1, 21-28.

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desde el pobre, grita clamorosamente provocando sentimientos de compasión, que lo mueven a responder a ese ser humano haciendo misericordia. En esto consiste el culto debido a Dios y la verdadera santificación del día del Señor. Poner los ojos donde Dios los pone. Preocuparse por aquello que más preocupa a Dios, los débiles y los pecadores.

Si el real fundamento de dignidad humana radica, en que en ella Dios está existiendo humanamente, el culto que se nos revela en Jesús, es el reconocimiento de esa dignidad humana de los pobres humillada y rechazada, sirviéndolos y entregándose de manera incondicional, haciéndoles sentir el amor misericordioso de Dios.

4. RECEPCIÓN Y RELECTURA

EN EL CONCILIO VATICANO II

Ahora quiero precisar, aunque brevemente, una relectura que hace el Vaticano II sobre el Jesús del Nuevo Testamento:

En realidad, el misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado…Cristo el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación8.

Quizás se esté entendiendo, de manera frecuente, el misterio de la Encarnación en el sentido de que Dios asume al hombre Jesús y lo diviniza, lo vuelve Dios. Parecería, según esta comprensión de la Encarnación, que lo más ortodoxo sería exagerar la divinidad de Jesús, con el peligro de opacar, reducir o hacer desaparecer su real humanidad. Esto significaría no haber entendido la economía de la salvación de Dios, según fórmulas ya fijadas en el Nuevo Testamento9, en las que se afirma que somos salvados por la obediencia absoluta del hombre Jesús, y por lo tanto, en él el Verbo queda sometido también a esa obediencia. Con esto se nos está revelando, entonces, que la salvación es mediada por lo humano de Jesús y por esa misma razón todos estamos comprometidos y somos responsables de la salvación de los otros.

8 Gaudium et Spes 22.

9 Cfr. Rom 5, 19; Heb 5, 7-9.

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Y somos tanto más efectivos en la salvación de los demás, cuanto seamos más fieles a la voluntad de Dios.

Dios está creando el hombre encarnándose en él, implicándose personalmente en él

En este texto del Concilio, el hombre es entendido como misterio y lo es porque en él mismo está implícito el misterio de Dios, como lo está en Jesús, el Verbo encarnado. En Jesús no es el hombre el que se hace Dios, sino al contrario, es el Verbo el que se hace hombre, y este hombre es, entonces, la existencia humana de Dios. Esto significa que el hombre Jesús, desde su libertad, no opone resistencia alguna para que el Verbo pueda también, contando con su libertad, existir humanamente. Pero existir humanamente implica que Dios, el Verbo, quede sometido a lo humano, lo infinito sin espacio ni tiempo sometido a nuestra estrechez espacio temporal y sus consecuencias limitantes, la incertidumbre, el dolor y la muerte misma.

De lo anterior se desprende que Dios está creando el hombre encarnándose en él, implicándose personalmente en él. Ahora la gran pregunta es: ¿Qué pretende Dios al crear el hombre de esa manera tan incomprensible, tan desproporcionada y hasta contradictoria, desde nuestra racionalidad? La Respuesta no pude ser otra: Dios pretende con el hombre hacerlo trascendente como él, rompiendo la barrera de su propio límite creatural, que lo encierra en una búsqueda exclusiva de sí mismo y lo impulsa a realizar su existencia valiéndose de sus posibilidades también limitadas de manera autosuficiente. Trascenderlo, pues, significa hacerlo capaz de disponer libremente de sí mismo, de tal manera que pueda ponerse al servicio incondicional de los demás. En esto consiste el amor verdadero. Somos, pues, hechos esencialmente para ser instrumentos dóciles en la creación y salvación de nuestros hermanos. Somos el amor concreto de Dios en el mundo.

Me parece oportuno, así sea brevemente, precisar ¿qué se entiende en la revelación del Nuevo Testamento por salvar y salvación? ¿De qué somos salvados? Y la respuesta parece ser única: somos salvados o liberados del poder del pecado y de su consecuencia la muerte definitiva. Jesús mismo es salvado de la muerte10 y en consecuencia también del pecado. Sobre todo,

10 Heb 5, 7-9.

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Identificación con Cristo y Discernimiento Ignaciano

según Pablo, el pecado no es un hecho puntual, sino una tendencia que mueve al hombre a cerrarse sobre su propio límite creatural, valiéndose autosuficientemente de sus posibilidades también limitadas, en la realización de su existencia. Por eso salvar al hombre es liberarlo de sí mismo y hacerlo trascendente, capaz de salir de sí mismo incondicionalmente en función de los demás.

Lo anterior nos está indicando que el Concilio al releer el caso de Jesús, tal como se nos manifestaba en el Nuevo Testamento, abrió más claridad sobre el sentido del misterio de la Encarnación.

La pasión de San Ignacio por la vida de Jesús era alcanzar la identificación con el vaciamiento o liberación de sí mismo de Jesús «en todas injurias y todo vituperio y toda pobreza»11. He intentado mostrar cual es la lógica, el por qué y para qué del vaciamiento de sí mismo de Jesús dentro del propósito de Dios tal como se nos revela en el Nuevo Testamento y en su recepción y relectura en el Concilio Vaticano II.

5. EL VACIAMIENTO DE SÍ MISMO, DE JESÚS COMO CRITERIO BÁSICO DEL DISCERNIMIENTO

Pienso que este recorrido por el Nuevo Testamento y el Concilio, nos permite precisar el objetivo de la espiritualidad ignaciana y más concretamente, el papel que ese vaciamiento de sí mismo de Jesús, en cuanto criterio básico del discernimiento; a saber lo que el hombre es y para qué. Es esto precisamente lo que subyace en la meditación de las dos banderas12, en la de los tres binarios13 y en la tercera manera de humildad14.

¿El vaciamiento es algo buscado por Jesús o más bien es algo que le es exigido por su misión y en cuanto mediador e instrumento de salvación? ¿Por qué la eficacia de esa instrumentalidad depende del vaciamiento del instrumento? Podríamos ir más lejos, ¿esta instrumentalidad es la función propia y esencial de todo hombre? Si en el caso Jesús Dios nos está revelan-

11 Cfr. Ejercicios Espirituales 98.167.

12 Ibíd., 136-148.

13 Ibíd., 149-157.

14 Ibíd., 167-168.

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Es menester hacernos indiferentes con relación a lo que nos es permitido elegir libremente

do lo que esencialmente somos como seres humanos, y ese Jesús está hecho esencialmente para los demás y no para sí mismo, se entiende mejor el vaciamiento de sí mismo como condición para la entrega total al servicio de los otros, particularmente los más débiles.

San Ignacio no está buscando la identificación con Jesús vaciado de sí mismo como criterio básico del discernimiento, como si tal vaciamiento tuviese independientemente algún valor en sí mismo; más bien es enteramente funcional, es condición de servicio, y es todavía más exigido, cuando se trata de los más débiles. En suma, lo que San Ignacio está visualizando es el mayor servicio al hombre mismo; y en esto consiste el verdadero culto debido al Dios vivo, que se concreta, y se hace real en la entrega total al servicio de los otros.

Es aquí, en el vaciamiento de sí mismo, como criterio básico de nuestro discernimiento individual y comunitario, en donde encontramos infinidad de razonamientos y bien convincentes que reducen y condicionan ese mismo vaciamiento. Cuando decimos que el ser humano es hecho esencialmente para los demás y no para sí mismo, lo que nos pone dificultad es la afirmación: «el hombre no es hecho para sí mismo» o porque nos parecería inalcanzable o como una artificialidad autosuficiente, buscada por nosotros mismo o como algo contradictorio, con relación a la plena realización debida a la existencia humana.

El problema no está, pues en el vaciamiento en sí, se centra, más, bien, con relación al uso de las cosas en cuanto que «son creadas para el hombre y para que le ayuden en la prosecución de su fin para el cual es creado» incluyendo el cuidado y desarrollo de nuestra propia vida. San Ignacio sale al encuentro de esta dificultad diciendo: «es menester hacernos indiferentes con relación a lo que nos es permitido elegir libremente»15. Por eso el problema del discernimiento no se centra tampoco en la valoración de las cosas que estamos buscando o rechazando, sino en la indiferencia frente a ellas, y esto solo se mide diferenciando con finura las razones de fondo que

15 Ejercicios Espirituales 23.

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Identificación con Cristo y Discernimiento Ignaciano

nos impulsan hacia ellas: o bien un afecto o tendencia hacia ellas o por el contrario, el mayor servicio a los demás, sobre todo a los más desprotegidos.

Pablo recoge de la tradición de la comunidad una fórmula ya fijada muy semejante y también referida a Jesús cuando dice: «se vacío de sí mismo tomando condición de esclavo»16. Por otra parte el mismo Pablo declara expresamente, refiriéndose a lo que había sucedido en su propia conversión: el vaciamiento de su privilegiada justificación por la ley, convirtiéndolo en otro Jesús y esta vez crucificado:

Juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura… hasta hacerme semejante a él en su muerte17.

Es esto lo que subyace en algunos criterios prácticos que el mismo Pablo propone para que lo imiten en su identificación con el crucificado vaciándose de sí mismo, y muy semejantes a los criterios del discernimiento ignaciano:

Nada hagáis por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada cual a los demás como superiores a sí mismo, buscando cada cual no su propio interés sino el de los demás18.

He tratado de mostrar ¿cuál es la lógica, el por qué y para qué? del vaciamiento de sí mismo de Jesús no solo en el Nuevo Testamento y en su recepción en el Concilio Vaticano II, y además en los Ejercicios de San Ignacio. Pero ¿qué papel desempeña esta identificación con el crucificado, vaciado de sí mismo, dentro de todo el orden de creación del mundo y salvación del hombre? Más concretamente: ¿qué pretende Dios al crear al hombre de esa manera: saliendo él mismo de sí e implicándose personalmente en el ser del hombre?

Si nos fijamos en Jesús como revelador de lo que el hombre es y para qué, tenemos que entender que el propósito de Dios con el hombre es hacer unidad con él, hasta llevarlo definitivamente a la vida de infinitud con él, esto es, liberarlo de la estrechez de su límite creatural que le es propio y lo

16 Flp 2, 7.

17 Ibíd., 3, 8ss.

18 Ibíd., 2, 3ss.

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encierra en sí mismo, incapacitándolo para trascenderse en los demás y al mismo tiempo inhabilitándolo para ser instrumento de creación y salvación de sus hermanos.

Es aquí altamente significativo considerar la situación del hombre con relación a todo el universo. Que Dios esté realizando su creación en un proceso de evolución lento y prolongado, parece ser una evidencia. Por otra parte, que en esa ya muy avanzada evolución, las condiciones de posibilidad de vida, en nuestro planeta, y más aún de vida inteligente, asciendan a un muy alto número de millones, es algo constatado. Pero es más significativo aún, que el fenómeno humano, según lo conocido hasta ahora, sea el punto más elevad de todo el proceso de evolución. Esto quiere decir que es la obra más esplendida de toda su creación, por eso es el logos, la palabra más diáfana con la cual Dios se dice o se expresa: el Verbo humanizado.

El cristianismo, más que una religión, es no solo la más sublime concepción de hombre, tal como Dios lo quiere, sino la mediación única con la cual Dios crea y salva

He traído estas consideraciones, no solo para acentuar la magnitud de la dignidad humana, sino para valorar lo que significamos como instrumentos de Dios de los cuales se vale para crear y salvar a esos mismos seres humanos, siempre bajo la condición de docilidad o vaciamiento de sí mismos, en cuanto instrumentos.

Por eso el cristianismo, más que una religión, es no solo la más sublime concepción de hombre, tal como Dios lo quiere, sino la mediación única con la cual Dios crea y salva. Y Jesús por su vaciamiento absoluto es el absoluto salvador.

Los más altos logros buscados por San Ignacio fueron la aprobación pontifica de la Fórmula del Instituto de la Compañía por Paulo III en 1539 y la aprobación, también pontificia del Libro de los Ejercicios, igualmente por Paulo III en 1548. ¿Por qué tenía tanta importancia para San Ignacio la aprobación y recomendación pontificia de este libro? Él sabía hasta la saturación que el propósito de Dios creador estaba absolutamente centrado en el hombre como instrumento dócil de creación y salvación. También sabía por experiencia personal cuales eran las operaciones y modos de proceder que

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Identificación con Cristo y Discernimiento Ignaciano

dispusieran al ejercitante, a un vaciamiento de sí mismo, hasta experimentar con inmediatez el acto creador19, que lo moviera hacia donde Él quería.

San Pablo como testigo de la justificación cristiana por medio de la fe, al identificarse con el crucificado, dice que la cruz o el crucificado es el «poder de Dios» y al mismo tiempo la «sabiduría de Dios»20, en contraposición a la sabiduría y al poder autosuficiente del mundo. La sabiduría de Dios consiste en esa manera tan extraña y tan rara en su proceder de crear y salvar, a saber: Él mismo saliendo de sí mismo para hacer unidad con nosotros, despojándose de su infinitud y situándose en el límite de nuestra creaturidad espacio temporal.

El gran mérito de los Ejercicios está en haber puesto históricamente, de manera metódica y práctica la sabiduría misma de Dios, su modo de proceder en la creación y salvación de los seres humanos.

19 Cfr. Ejercicios Espirituales 15.

20 1 Co 1, 24.

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Las Reglas de Discernimiento

en sus contextos de 1ª y 2ª Semanas

Iván Restrepo, S.J. *

Antes de que este Simposio se abra sobre su segundo término – los Signos de los Tiempos – pareció importante detenernos en las reglas de discreción de espíritus que Ignacio compuso con tanto cuidado. Aun sabiendo que es ésta una temática muy familiar para la inmensa mayoría de ustedes, ¿cómo prescindir de ellas o darlas simplemente por supuestas, tratándose del discernimiento espiritual ignaciano? Intentémoslo

En ese conjunto de veintidós reglas se atrevió Ignacio a resumir una tradición secular de la espiritualidad cristiana. Heinrich Bacht dice que «Ignacio resumió en un compendio todas las cosas sustanciales que en el antiguo monacato el padre espiritual comunicaba a sus discípulos a lo largo de años de instrucción activa». Pero lo hizo basado en su propia experiencia reflexionada y de manera muy suya.

El hecho básico es que se da en nuestra conciencia un coro de voces interiores distintas y discordantes que se confrontan y que nos empujan o nos retienen. Para Ignacio, estamos ante una interioridad sometida a una

* El padre Iván Restrepo es Doctor en Teología de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Licenciado en Filosofía por la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. Antiguo Director del CIRE y actualmente Miembro del Equipo CIRE.

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Las Reglas de Discenimiento en sus contextos de 1a y 2a Semanas

conflictividad proveniente de dos espíritus contrarios1. Ya los filósofos griegos que se ocuparon de buscarle un sentido a la existencia, se preguntaban cómo actuar ante esas fuerzas que interiormente los movían. Para Platón esas fuerzas se llamaban «sofrosine» (armonía y control) e «hybris» (exceso y desenfreno); y seguir esas diversas atracciones encaminaba la persona por senderos muy diversos. S. Justino, reflexionando al respecto, pensaba que el evangelio era la filosofía griega llevada a su perfección, puesto que en el evangelio aparece esa misma confrontación en símbolos de vida o muerte: «El que busca ganar su vida la perderá»2, «Si viven según los instintos morirán»3, «si el grano de trigo no muere permanece infecundo»4. El Espíritu Santo despliega su misión invisible en la forma de una relación amorosa con Dios, pero enfrentada a la acción insidiosa del que Ignacio denomina el «enemigo de la naturaleza humana».

A este propósito decía el abad Casiano en sus «colaciones»:

¿Cómo explicar, pues, que aun a pesar nuestro, y lo que es más, sin advertirlo, los pensamientos inútiles se deslizan en nosotros de una manera sutil y solapada, que no solo constituye una gran dificultad rechazarlos, pero incluso tener conciencia de ellos?5.

Por el testimonio del Diario Espiritual de san Ignacio (DE) nos consta del meticuloso cuidado que ponía él en expresar lo que ‘sentía’ y cómo buscaba la palabra precisa que mejor describiera su experiencia. Observaba finamente los efectos que tenían en sí mismo y en sus estados anímicos los movimientos interiores que sentía y de allí sacó la seguridad necesaria para formular estas reglas que luego confirmaría al escuchar lo que acontecía en muchas otras personas muy distintas a él.

Es propio de la tradición judeo-cristiana consignada en la Escritura, representar la vida interior como un combate espiritual6; y lo que hay de bello en la práctica de los Ejercicios es que propician un contacto con la Escritura,

1 Cfr. Ejercicios Espirituales 32.

2 Mt 16, 25ss.

3 Rom 7, 12-15.

4 Jn 12, 23-26.

5 J. Casiano, Colaciones, Ediciones Rialp, Madrid 1958, 64.

6 Ef 6, 10-17.

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no como información sino como revelación personal; una revelación que, por encima de cualquier información sobre el depósito de la fe, incluye la atracción que el Padre y el Hijo ejercen en la persona por virtud del Espíritu. Los Ejercicios son una gracia que trae el evangelio a nuestros oídos para cambiar el corazón, son una gracia que siento en mí, pero que viene de más lejos y que va para más lejos, e Ignacio, que fue un místico, pero con una de las mentes más poderosamente prácticas, empleó toda su capacidad en retratar de manera dramática en la meditación de Dos Banderas y en la composición de este grupo de reglas, que comienzan precisamente por tipificar las mociones de consolación y de desolación, la confrontación que se da en la conciencia.

El discernimiento trata de obtener un conocimiento valorativo de esa variedad de vivencias experimentadas, para poder actuar en consecuencia, es decir, para ‘recibir’ unas y ‘lanzar’ otras. Parte importante del trabajo de esa discreción de espíritus es reducir esa variedad de vivencias interiores a la diferencia fundamental de su procedencia del buen o del mal espíritu.

Los

Ejercicios son

una

gracia que trae el evangelio a nuestros oídos para cambiar el corazón

Es conveniente advertir que el tema delicado de la causa ‘eficiente’ de esas mociones no es un campo en el que Ignacio incursiona y que parece dejarlo abierto diciendo simplemente «se causan», es decir, se producen, acaecen, ocurren, acontecen. A Ignacio, más que la causa eficiente que las produce o el cómo, lo que le importa es si nos apartan o nos conducen al fin propuesto, su ‘intencionalidad’, es decir, para dónde van y no tanto de dónde vienen. Por eso en las mociones no hay connotación moral sino relación a Cristo como camino, verdad y vida. Lo que empuja a algo distractivo o menos bueno, dirá7, ha de ser rechazado. Lo que facilita y quita todo impedimento para que se proceda adelante8, es bueno y ha de ser acogido.

Es así como la búsqueda de la voluntad de Dios a través de la experiencia de esas consolaciones y desolaciones se convierte en un aporte suyo importante, por ser el único ensayo detallado y sistemático de dicha búsqueda. Su contribución consistió en que, un posible nuevo nombre para la unión con

7 Cfr. Ejercicios Espirituales 333.

8 Ibíd., 315.

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Las Reglas de Discenimiento en sus contextos de 1a y 2a Semanas

Dios pudiera ser la elección de un estado de vida o de una reforma de la vida, a la que es posible llegar gracias a las experiencias de consolación y desolación. Se conformaría así algo muy característico, que crea la actitud básica propia de una espiritualidad de la acción. El discernimiento, que es siempre una búsqueda y no un estado adquirido, es algo propio de alguien poseído por Dios que deja que sea Él quien actúe a través de su propio accionar.

La finalidad de estas reglas es, pues, en primer lugar, caer en la cuenta, sentir y conocer las varias mociones espirituales significativas, entre todo ese coro de voces interiores que se perciben en nuestra conciencia. Por eso el primer paso es sentir esos movimientos interiores y poner atención a los sentimientos producidos. Por esa razón, en los Ejercicios, esos sentimientos se formulan claramente en forma de «petición» al comienzo de cada oración, los puntos son simplemente caminos y formas de acceder a ellos y explicitarlos y los coloquios el momento propicio para volver sobre ellos en un diálogo íntimo con Dios; y si el examen invita a registrarlos, es para poder volver sobre ellos en asiduas repeticiones que tienen como finalidad incrementarlos e ir más al fondo de ellos. Es, pues, éste un aprendizaje que se hace en la oración, para poder luego detectarlos también en la vida ordinaria cuando vienen mezclados con nuestras múltiples actividades y con reacciones de todo género. La voz del Señor es delicada y requiere toda nuestra atención.

El discernimiento, que es siempre una búsqueda y no un estado adquirido, es algo propio de alguien poseído

por Dios que deja que sea Él quien actúe a través de su propio accionar

Esto lo experimentó Ignacio en Manresa y le produjo un gran asombro: ¿qué nueva vida es esta que agora comenzamos?9; y de allí le brotó otra pregunta: ¿cuál es el significado de todo esto que siento? Y después de esas experiencias, de ese asombro y esas preguntas vino para él el convencimiento asombrado de que se trataba de alguien que le amaba y que ese alguien era Dios mismo quien a través de su Espíritu producía en él estos movimientos. En un primer momento, sin embargo, era esa solo una hipótesis de cuya validez surgían muchas preguntas: ¿si será el Espíritu Santo o seré más bien yo que me hablo

9 Autobiografía 21.

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a mí mismo? Quien haya acompañado unos ejercicios habrá sido testigo del surgimiento casi infaltable de esta pregunta.

La finalidad de estas reglas es ir más allá y examinar cuidadosamente todos esos cambios experimentados para quedarse con lo bueno, como dice Pablo10. Las reglas son pues el verdadero descubrimiento de Ignacio y sin ellas no habría propiamente Ejercicios.

El Espíritu del Señor reside en nosotros de una manera tan íntima como nadie más lo puede estar; «porque vive con ustedes y estará en ustedes»11, y «ha sido derramado en nuestros corazones»12, es decir, en ese centro de la vida sensible, intelectual y moral, en la sede de los afectos, las pasiones, la alegría y la tristeza, las decisiones santas y los deseos perversos. Por esta razón, como acostumbraba señalar Ignacio, la persona que más se deje influir por el Espíritu se hará cada vez más consciente que de su parte es todo obstáculo e impedimento a esa acción del Espíritu en ella.

Las Reglas han sido agrupadas en cuatro temáticas según su función respectiva. Esos cuatro grupos son:

1. Consolación (seis Reglas)

(316) ¿Qué es la consolación?

(330) Consolación sin causa precedente

(336) Segundo momento de la consolación sin causa precedente (331) Consolación con causa

(323-3249) ¿Qué hacer en la consolación?

2. Desolación (seis Reglas)

(317) ¿Qué es la desolación?

(318-321) ¿Qué hacer en la desolación)

(322) Causas y provechos de la desolación

10 Cfr. 1 Tes 5, 19-21.

11 Jn 14, 16-18.

12 Rom 5, 5 y 2 Co 1, 22.

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3 Actuación del mal espíritu (seis Reglas)

(325-327) Tres tentaciones manifiestas y como defenderse

(332-334) Tres tentaciones bajo apariencia de bien y como actuar

4 Actuación de los espíritus según el estado de la persona (cuatro Reglas)

(314-315) Tendencia de la persona a largo plazo y actuación de los espíritus

(335) Estado habitual de la persona y actuación de los espíritus

(329) Criterio universal de la consolación

PRIMER GRUPO SOBRE LA CONSOLACIÓN

Ignacio comenzó a hacer claridad en su vivencia interior distinguiendo dos experiencias fundamentales y contrastantes por él denominadas consolación y desolación. Muy probablemente la descripción de estas dos experiencias constituyó el núcleo original de todas estas reglas. El término consolación llega a ser uno de los más característicos de la experiencia de Ignacio y de su espiritualidad. Es la vivencia sensible y espiritual a través de la cual el ser humano capta que Dios le ama o que Dios es amor. La verdadera consolación produce certeza, ánimo, confianza y alegría, y se convertirá para él en índice orientador de su originalmente confuso y conflictivo mundo interior.

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La consolación está descrita en los registros de la sensibilidad; se da de ella una representación subjetiva, sicológica y concreta, en la que el lenguaje de Dios viene expresado por lo que el ser humano experimenta, por el reflejo en su sicología de la intensificación de los vínculos de comunión con Dios.

En los pocos renglones que la describen, Dios (y más concretamente Cristo), es mencionado en cinco ocasiones como el «Criador y Señor» que afecta y mueve al ser humano hasta inflamarlo en su amor. Esto produce en la persona una certeza y la constatación sorprendida de una realidad que le está habitualmente oculta: Dios está con él y le ama gratuitamente. Es una experiencia que ilumina, unifica e integra al ser humano, desatándolo del apego a las criaturas y llevándolo a buscar las cosas de Dios y su camino de salvación.

La descripción de la consolación se hace en tres frases, cada una de las cuales representa un grado de amor. Se habla en la primera de «inflamarse en amor de su Criador y Señor». La segunda incorpora todo lo que tiene que ver con el dolor y el sufrimiento y hace que la consolación sea mucho más real y conectada con todos los aspectos de la vida, pues sería inexacto y muy incompleto pensar que la consolación tuviera únicamente que ver con la paz y la alegría, pues las lágrimas son otra bella manifestación del amor que a la vez distienden capas endurecidas de nuestro siquismo. Son las lágrimas propias de la compunción que contribuyen a reorganizar dolorosamente a un yo pretenciosa e ingenuamente cerrado sobre sí mismo. La tercera frase relaciona la consolación con un plano más profundo y teologal y la presenta como «aumento de esperanza, fe y caridad, y toda Leticia (alegría) interna que atrae a las cosas celestiales y a la propia salud de su ánima, quietándola y pacificándola en su Criador y Señor»13.

La inmediatez del amor que aquí se detecta equivale al ser creado de lo alto 12 o al nacer de nuevo que Jesús le revelaba a Nicodemo14. La consecuencia o efecto inmediato de ese amor es la ordenación de la relación con las cosas, en la cual consiste la verdadera libertad. Es la invitación a ver todas las cosas, aún las ordinarias y cotidianas, como «celestiales», es decir, en cuanto «descienden de arriba»15 y al mismo tiempo como ayudas para llevarnos a Dios, esto es, como vinculadas estrechamente al Criador y

13 Ejercicios Espirituales 316.

14 Cfr. Jn 3, 7.

15 Ejercicios Espirituales 337.

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Las Reglas de Discenimiento en sus contextos de 1a y 2a Semanas

procedentes de Él. Este tercer nivel explica cómo la consolación pueda darse a través de las cosas reales de este mundo, todo lo cual confluye finalmente en la alegría interna, la paz y quietud en la consolación.

Hay por último un estado como intermedio, no mencionado explícitamente en las reglas, centradas como están en la consolación y la desolación. Es el TIEMPO TRANQUILO, al cual se alude expresamente al hablar de los tiempos propicios para una elección y se lo describe como un tiempo en que la persona no es agitada de varios espíritus y usa de sus potencias naturales libre y tranquilamente16.

Pero la consolación no es solo paz y quietud sino que lleva hacia algo, es invitación a una creación continua que ha de ser encauzada hacia el Reino de Dios. Por eso ha de estar siempre acompañada por la pregunta, ¿hacia dónde me lleva?

A quien experimenta la consolación todo le parece fácil, aún lo dificultoso. Dios no solo muestra lo que hay que hacer, sino que da la fuerza para realizarlo. Así que la consolación es concedida en vistas a un compromiso apostólico en el cual puede estar muy mezclada la tribulación, como lo expresa bellamente Pablo en su segunda carta a los cristianos de Corinto17 y como el mismo Ignacio lo consigna en la regla 315:

Propio del buen espíritu dar ánimo y fuerzas, consolaciones, lágrimas, inspiraciones y quietud, facilitando y quitando todos impedimentos, para que en el bien obrar proceda adelante18.

Todos los ejercicios son, por tanto, un proceso y una pedagogía para disponerse a entrar en la consolación, y si hay, como veremos, un alargarse en las tácticas del enemigo y en la forma de enfrentarlas, será precisamente para favorecer el pensamiento de que presto será consolado19.

Junto a esta primera regla fundamental de la consolación forman grupo con ella otras cinco, dos se refieren a posibles clases de consolación

16 Cfr. Ejercicios Espirituales 177.

17 Cfr. 2 Co 1, 3-7.

18 Ejercicios Espirituales 315.

19 Cfr. Ejercicios Espirituales 321.

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en la segunda semana: una «sin causa»20 y otra «con causa»21. Esa denominación un poco técnica y extraña de «consolación sin causa precedente» ha abierto un amplio campo para varias tesis doctorales dedicadas a investigarla (Bakker, Gil, Egan).

¿Qué decir de ella en pocas palabras? La regla 330 precisa los tres elementos que la conforman:

1) «Solo es de Dios nuestro Señor dar consolación sin causa precedente» (sin que preceda ninguna causa),

2) «porque es propio del Criador entrar, salir, hacer moción en ella»,

3) «trayéndola toda en amor de su divina majestad».

Los títulos que se le dan allí a Dios indican la función que se le atribuye: «DIOS NUESTRO SEÑOR» da consolación, el «CRIADOR» entra, sale, hace moción en el ánima y «SU DIVINA MAJESTAD» la trae toda en su amor. Y enseguida se explica que este tipo de consolación no es atribuible al conocimiento o sentimiento previo alguno de un objeto.

Es, pues, una gracia que le llega al ejercitante más allá de todo lo que quiere y desea; una gracia causada por Dios mismo, para la cual no estaba preparado, pero que lo induce a quedar arrobado en su amor. Se expresa así en ella, de manera admirable y dramática, la inmediatez con que Dios se comunica a su criatura. El núcleo de la experiencia allí descrita está en el fuego del amor que la abrasa y en el abrazo que unifica todo su ser, como lo anunciaba ya la admirable Anotación 15ª. Esta regla 330, junto con la 336 que describe lo que puede acontecer una vez pasado ese primer momento, cuando pueden surgir otros pensamientos que ya no provienen directamente de Dios, fueron por algún tiempo las dos únicas reglas de la segunda semana. Pero se añadieron otras.

La regla 323 - En una primera época en que la consolación solo es propiciada por el buen espíritu, se puede confiar en ella sin tantas salvaguardas como habrá que hacerlo en una segunda época en la que el mal espíritu podría disfrazarse en ella. Por eso al consolado de esta primera época solo

20 Ibíd., 330.

21 Ibíd., 331.

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Las Reglas de Discenimiento en sus contextos de 1a y 2a Semanas

se le recomienda que la aproveche, y que piense en qué y cómo hará en la desolación que después vendrá.

La regla que sigue, 324, retrata bellamente el contraste entre quien está consolado y desolado. El consolado ha de humillarse y pensar en cuán para poco es en la desolación y, al contrario, el desolado piense que puede muCho para resistir a todos los enemigos con el auxilio que Dios le da, aun estando en desolación y aunque no lo sienta presente. Y es que la consolación y la desolación, aun siendo estados interiores opuestos, están muy referidos el uno al otro. Es como el que rema de lado y lado según el rumbo que vaya tomando la barca. Cuando ésta gire hacia la izquierda remará por la derecha y viceversa; lo mismo habrá que comportarse en las alternancias de consolación y desolación; en la consolación humildad, en la desolación confianza.

SEGUNDO GRUPO: LA DESOLACIÓN

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En el segundo grupo abordamos la realidad opuesta de la desolación. La palabra ‘desolación’ es utilizada por Ignacio casi exclusivamente en los Ejercicios. Valiéndose de ella el enemigo busca poner todos los inconvenientes posibles en el camino comenzado y por eso la persona entra en gran sequedad y piensa que todo lo que ha hecho carece de valor. Se incrementa su desconfianza, su temor y su flaqueza y experimenta oscuridad de alma, turbaciones, agitaciones y tentaciones. Esto trae como consecuencia dejarse ir por el camino del menor esfuerzo y volver a poner la esperanza y el amor en las cosas bajas y terrenas. De ella salen pensamientos que invitan a detenerse y a claudicaciones que desvían, como sería, en los Ejercicios, acortar las oraciones, distraerse, etc. En ella es fácil el engaño, el deslizamiento, la desconfianza y la falta de amor. O sea que en la primera semana la tentación aparece con color de desolación y como fruto de ella. Se podría decir entonces que la desolación es una alerta naranja!

Tanto la consolación como la desolación son estados que suponen una cierta duración e intensidad. Un pensamiento pasajero se podría calificar de tentación pero no califica como ‘estado’ de desolación.

La desolación se describe con una serie de sentimientos amontonados y confusos; el alma está perezosa, tibia, triste, y como separada de su Criador y Señor. Si en general la consolación es un tiempo de Dios, en la desolación suele acometer el mal espíritu por la mayor confianza que entonces tiene de vencer. La desolación nos ofrece un cuadro simétrico y contrario al de la consolación.

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Las Reglas de Discenimiento en sus contextos de 1a y 2a Semanas

Ante esto, hay dos líneas de acción muy claras sugeridas por Ignacio, y son: no hacer mudanza en las determinaciones anteriores tomadas en consolación (318), pero hacer mudanza y reaccionar decididamente contra la negligencia en la oración que podría ser una de sus posibles causas (319).

El consejo más conocido es el de «no hacer mudanza» en tiempo de desolación, pues guiarse por lo que ella sugiere implicaría dejarse arrastrar por un «dinamismo descendente». Dicho en palabras llanas, no hay que tomar decisiones en tiempo de crisis - algo que muy frecuentemente hacemos, arrastrados por cierto grado de desesperación.

Una buena descripción de ese estado de desolación nos la proporciona el P. Jerónimo Nadal cuando, habiendo desechado la llamada que sintió del Señor estando en París, se vuelve a su tierra como huyendo de ella.

Navegué (escribe) hacia Barcelona. Aquí hay que advertir en cuantos peligros y dificultades caí, después que partí de París. Y recuerdo qué grande era mi tristeza: no me entregaba a los estudios ni a la predicación. Me dolía el estómago, me dolía la cabeza, todo me desagradaba, en ningún sitio encontraba o descanso o consolación...

Considero un gran beneficio de Dios el que, habiendo vivido siete años en mi patria, ni un día, ni una hora, ‘que digo día u hora’, ningún momento viví sin una gran ansiedad de ánimo, perturbación y amargura: siempre me dolía la cabeza, siempre el estómago, siempre estaba melancólico, de modo que todos mis amigos se admiraban y sospechaban que me había vuelto misántropo, siempre entre médicos y medicinas. Me resultaba pesado a mí mismo. Me entristecía, porque no me iba bien en la predicación...22.

No hay que seguir pues los consejos emanados de la desolación, y se da la razón: porque en la desolación nos aconseja más el mal espíritu (que el bueno), con cuyos consejos no podemos tomar camino para acertar. Ambos espíritus trabajan siempre, pero en la consolación está más en primer plano el bueno y en la desolación el malo. Y por eso es difícil atravesar un estado de desolación prolongado.

22 miguel Ángel Fiorito, s.J. Discernimiento y lucha espiritual. Buenos Aires, Argentina 1986, 141-142.

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En desolación los ejercicios espirituales pierden su gusto y con ello nos entra el deseo de dejarlos. Esta regla exhorta a «mudar» esos deseos de abandono de la oración por una determinación firme de ser fiel a ellos, empleando calificativos fuertes, como: «mucho», «intensamente», «instar más en», «alargarnos». Es decir, invita no solo a resistir al enemigo sino a vencerlo, como lo insinuaba ya la anotación 13ª.

Las dos reglas siguientes, que han de ser tomadas conjuntamente, indican cómo manejar la desolación y cómo reaccionar a ella (320 y 321).

El Señor le ha dejado en prueba en sus potencias naturales para que resista al enemigo. La «prueba» es para hacer emerger y constatar la capacidad de una persona. Se invita a resistir y a estar en paCienCia, que no es pasividad sino capacidad de soportar (υπομενη); la paciencia a la que Pablo exhorta y que debe eventualmente convertirse en esperanza23. Junto con esto, piense y

23 Cfr. Rom 5, 3-5.

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Las Reglas de Discenimiento en sus contextos de 1a y 2a Semanas

Considere el desolado que será presto consolado y ponga las diligencias indicadas para reaccionar contra la desolación.

La desolación nos hace conscientes de lo poco que somos y valemos sin la consolación

Pero sobre todo, haga pie en que puede muCho con el auxilio divino que siempre le queda aunque no lo sienta

Estas cuatro reglas (318-321) muestran a las claras el espíritu combativo de Ignacio y presuponen la típica sinergia siempre vigente en toda la estrategia recomendada por él: si Dios no actúa, nada es posible; pero la colaboración del hombre hace posible la acción de Dios. Es este un rasgo de la espiritualidad ignaciana que más adelante se encapsuló en esa máxima paradójica que dice: «cuando estás confiando en Dios, actúa como si todo dependiera de ti. Y cuando te dedicas a realizar algo, hazlo con la seguridad de que su logro depende todo de Dios».

Así que la lección que Dios nos da por la desolación no es menos valiosa que la de la consolación. Fuera de que, alternada con la consolación, se convierte en la materia prima del discernimiento, puesto que gracias al contraste de los pensamientos que salen de ambas se puede adquirir mucha luz para una elección por el segundo tiempo.

Precisamente para sacar todo el provecho de esta lección de la desolación añadió Ignacio la última regla de este grupo que indica sus posibles causas (322).

1) Si fuese consecuencia de nuestra negligencia espiritual, habrá que verla como una sacudida saludable, como una sanción pedagógica que sirve de estímulo para salir de ella mediante las mudanzas de la regla 319: oración, penitencia, examen. Es pues una invitación a la seriedad en la amistad con Dios.

2) La desolación nos hace conscientes de lo poco que somos y valemos sin la consolación. Es la manera que Dios tiene de probar el amor que le tenemos y cuánto nos alargamos en su servicio sin la gracia de la consolación; pone en evidencia si nuestro amor es desinteresado o si solo amamos a Dios cuando las cosas van bien. La desolación enseña a apreciar la consolación como la enfermedad la salud.

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3) Por último, nos hace caer en cuenta que la consolación es un don y no mérito nuestro, con lo cual nos enseña a ser profundamente agradecidos por ella.

Es pues marcado el carácter pedagógico de la desolación y tres son sus grandes lecciones: nos hace diligentes al invitarnos a reaccionar contra ella; humildes y realistas en el cargar la cruz del Señor y profundamente agradecidos al constatar que toda consolación es un don. También en la desolación habla Dios y hay que entender su silencio que nos purifica de la frivolidad. No todo es malo en la desolación ni todo bueno en la consolación; se complementan. Es un lenguaje de Dios que ha de ser interpretado.

TERCER GRUPO: LAS TÁCTICAS DEL MAL ESPÍRITU

Conocimiento de las tácticas del mal espíritu para poder enfrentarlas (325-327. 332-334).

Entramos ahora al grupo de seis reglas que puntualizan la actuación del mal espíritu y sus tácticas, para poder desmontarlas, pues el discernimiento se hace de ordinario en la lucha de la vida; si no hay contraste de mociones no es posible la discreción por sustracción de materia24. Dice Agustín: «Nuestro progreso se realiza por medio de la tentación, y nadie puede conocerse a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni puede vencer si no ha luchado, ni puede luchar se carece de enemigo y de tentaciones»25.

De lo mejor y más útil de estas reglas se encuentra en las tres últimas de la primera semana; a la vez las más extensas por la amplitud de los ejemplos que utilizan, tomados de la relación hombre-mujer y de la guerra26.

(325) – La primera comparación es con una mujer que riñe, y que al ver que su contrincante es débil se envalentona. Aunque el mal espíritu es débil ante el bueno, aparenta ser muy fuerte en sus ataques, y si quien es tentado se amilana, el enemigo se crecerá sin medida.

24 Cfr. Ejercicios Espirituales 6.

25 Comentario al Sal 60, 2-3.

26 Cfr. Ejercicios Espirituales 325-327.

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Las Reglas de Discenimiento en sus contextos de 1a y 2a Semanas

En una riña quien pierde ánimo y se acobarda está vencido. Esto lo resume Ignacio en la regla diciendo: «el enemigo es flaco por fuerza y fuerte de grado». Es débil ante la firmeza y fuerte ante la debilidad. Débil con los fuertes y déspota con los débiles. Todo va a depender entonces de cómo reaccione el atacado. Si pone mucho rostro y lo enfrenta con una actitud enérgica, firme y segura, el mal pierde ánimo y retrocede. Pero si pierde ánimo y comienza a huir, la ira, venganza y ferocidad del mal espíritu crecerá sin medida, aunque detrás de ese furor solo haya apariencia.

Ya en la primera vida de un santo ponía San Atanasio en boca de San Antonio estas palabras:

Cuando vienen (nuestros enemigos) actúan como nos encuentran… si nos ven llenos de miedo y de pánico, inmediatamente toman posesión como bandoleros que encuentran la plaza desguarnecida…, si nos ven temerosos y acobardados van a aumentar nuestro miedo lo más que puedan…, pero si nos encuentran alegrándonos en el Señor (…) considerando que todo está en sus manos (…) no tienen poder sobre nadie absolutamente27.

Y Santa Teresita en su prolongada crisis de fe al final de sus días confesaba: «Me porté valientemente haciendo entonces más actos de fe que en toda la vida». Y comentando otra situación, sin duda más frecuente, escribía:

Hay en la comunidad una Hermana que tiene la habilidad de desagradarme en todo; sus modales, sus palabras, su carácter me parecían muy desagradables (…). No queriendo ceder a la antipatía natural que sentía (…) me preocupé de hacer por esta Hermana lo que hubiera hecho por la persona más querida. Siempre que la encontraba rogaba a Dios por ella (…). No me contentaba con rezar mucho por la Hermana que me proporcionaba tantos combates, trataba de hacerle todos los servicios posibles, y cuando me tentaba responderle de una manera desagradable, me contentaba con ofrecerle mi más amable sonrisa y procuraba desviar la conversación (…). Como ella ignoraba totalmente mis sentimientos hacia ella, jamás sospechó los motivos de mi conducta, y está persuadida de que su carácter me resulta agradable.

(EE. 326) – La segunda comparación es con un seductor o falso amante que, ante todo, desea ser secreto y no descubierto para poder salir con la suya. ¿Cuál sería la reacción conveniente en este caso? Aquí, el opósito per diametrum será la transparencia y la sinceridad; sacar de su escondite

27 san atanasio, Vida de San Antonio: Cuadernos Monásticos 10 (1975) 214-215.

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todos esos sentimientos negativos que parecen tan poderosos y constatar cómo pierden su aparente poderío al ser expuestos a la luz del día. Todo este género de tentaciones guardadas en secreto no harán más que agudizarse. «No estás más enfermo de lo que están tus secretos», fue la manera de poner esta regla para los alcohólicos anónimos.

El ataque busca mantener ese ámbito intimista, afectivo, que evita la dimensión social sana. Lo mismo si estoy muy seguro de mí mismo y le quito importancia, estoy haciendo caso de esta insinuación de dejarla en secreto. Por el contrario, si consciente de mi propia debilidad y con confianza en el otro, comparto y la descubro oportunamente, la situación se tornará más plenamente humana y el mal espíritu colegirá que no podrá salir con la suya. Lo fundamental en este caso es no estar solo.

(EE. 327) – La tercera imagen es la del caudillo que estudia cuidadosamente los puntos débiles de su objetivo. «“El enemigo de natura humana (...) mira entorno (...) y por donde nos halla más flacos y más necesitados para nuestra salud eterna, por allí nos bate y procura tomarnos», dice Ignacio. O sea que el mal espíritu nos atacará por donde somos más vulnerables. Y, ¿cuál será entonces la mejor defensa? Prestar especial atención a nuestros puntos débiles y por allí vigilar. «Espabílense, que su adversario el diablo, rugiendo como un león, ronda buscando a quien tragarse. Háganle frente, firmes en la fe»28.

En resumen, nuestra respuesta a estos ataques ha de ser enérgica, abierta al otro y vigilante. La única fuerza del enemigo es nuestra debilidad y nuestro secreto. Al comienzo, cuando uno esté más inseguro, se necesita una fe intrépida y confianza en sí mismo. Durante el proceso, cuando uno tiende a asegurarse, hay que tener una humildad radical, desconfianza de sí y apertura al otro; y siempre, conocimiento propio y vigilancia. La experiencia da que solemos hacer lo contrario: al comienzo no acobardamos y corremos en busca de protección (cuando habría que reaccionar con fuerza y seguridad en sí mismo). Y cuando el asunto avanza a situaciones ambiguas pero aparentemente intrascendentes, nos surge el pensamiento, ¿para qué voy a comunicar esto? Al inconsciente le interesa restarle importancia, cuando habría que acudir a otro experimentado. Para que una conversión sea real

28 1 Pe 5, 8-9.

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Las Reglas de Discenimiento en sus contextos de 1a y 2a Semanas

se requieren entonces la decisión, la transparencia y la vigilancia, no tomadas de manera voluntarista, sino como reacciones a la tentación, puesta la confianza en el poder del Señor.

Pero abordemos la otra táctica que el enemigo emplea cuando se encuentra con alguien que ha dado un paso importante y que ahora busca responder al Señor y emplearse de lleno en los asuntos del Reino. Esa transición va a repercutir claramente en el tipo de tentaciones padecidas, como claramente se advierte en las anotaciones 9ª y 10ª. La nueva táctica será enmascararse en los atuendos del buen espíritu, por lo que será menester una «mayor discreción», pues las tentaciones ya no aparecen ‘abiertamente’ sino encubiertas. El mal espíritu adopta la apariencia de un «ángel de luz»29; «propio es del mal ángel, dirá Ignacio, entrar con la ánima devota y salir consigo».

Estas reglas fueron las últimas en ser redactadas (1537-39), cuando Ignacio hizo la separación entre unas reglas para la primera semana y otras para la segunda. Se encuentran allí verbos en parejas: entrar y salir, subir y descender, crecer y enflaquecerse, con los cuales se describe el deslizamiento paulatino que se da en el proceso. Por eso en todas ellas habrá que acudir al ‘discurso’ o evolución de los pensamientos, su principio, su medio y su final, pues al principio entra con el ánima devota, al medio poco a poco se va apartando y al fin sale con la suya. Por eso dice la regla, si ese primer pensamiento «acaba en algo malo, distractivo o menos bueno, o si enflaquece, inquieta o conturba el ánima», clara señal es del mal ángel. Solo es íntegramente bueno lo que termina bien (All’s well that ends well, decía Shakespeare).

Se discierne el todo por el final, ¿en qué acaba?, y así se descubre si la consolación inicial era falsa.

Fue esta una lección aprendida por Ignacio en la experiencia límite de los escrúpulos.

Y como ya tenía alguna experiencia de la diversidad de espíritus con las lecciones que Dios le había dado, empezó a mirar por los medios con los que aquel espíritu le era venido; y así se determinó con gran claridad de no confesar cosa de las pasadas. Y así en adelante quedó libre de aquellos escrúpulos30.

29 Cfr. 2 Co 11, 14.

30 Autobiografía 25.

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La madurez espiritual del que discierne se aprende por los fracasos. Y tanto le llamó la atención a Ignacio este proceder, que luego quiso usarlo para el bien.

CUARTO GRUPO: LA ACCIÓN DE LOS ESPÍRITUS

SEGÚN EL ESTADO DE LAS PERSONAS

Son las reglas de apertura y de cierre con el colofón de la verdadera alegría y el gozo espiritual, como signo del buen espíritu. (314.315.329.335).

Hemos mirado hasta el momento tres grupos de seis reglas cada uno, para un total de dieciocho. Antes de decir una palabra sobre el grupo de las cuatro restantes, hagamos una observación importante.

De los tres grupos ya vistos, uno fue sobre la consolación y dos sobre la desolación y las tácticas del mal espíritu. La proporción es de dos a uno, y podríamos con razón preguntarnos ¿qué sentido tiene concederle un mayor espacio a la acción del mal espíritu? Ciertamente no fue consecuencia de un cierto pesimismo de parte de Ignacio, un hombre fundamentalmente ‘consolado’; bastaría ver su Diario Espiritual. Pero fue a la vez muy consciente de que de no haber sido ayudado muy de cerca por Dios – «de la misma manera que trata un maestro de escuela a un niño, enseñándole»31, decía él, hubiera perdido el rumbo. Muy probablemente conoció a muchas otras personas, entre ellas sus mismos compañeros, que habitaron por más tiempo que él la desolación. Y solía, eso sí, decir que de nuestra parte somos todo impedimento a lo que Dios, si no lo impidiéramos, haría.

Ignacio, al insistir en las reglas sobre la desolación y proporcionar provechosos instrumentos para atravesarla, enfatizaba siempre: es necesario convencerse de que «puede mucho con la gracia suficiente que aún le queda aunque no la sienta»32. Las vidas de muchas santas y santos tendrían cosas muy bellas que decir al respecto.

Con este preámbulo, refirámonos a estas cuatro reglas que tienen dos características muy especiales. Por un lado, son de carácter ‘general’, es decir,

31 Ibíd., 27.

32 Cfr. Ejercicios Espirituales 321.324.

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invitan a un discernimiento hecho, no por el ‘hacia dónde’ de las mociones, sino por el ‘estado general’ de la persona que las experimenta. Son, además, reglas de ‘introducción y de cierre’: son las primeras de cada semana y la penúltima de todas. O sea que ‘incluyen’ a las otras y, en realidad, todo indica que fueron de las últimas compuestas por Ignacio. Santiago Arzubialde, en su detallado y cuidadoso estudio de las reglas, invita a tratarlas como un bloque temático unitario33 (p. 893, nota 7). Con lo cual no se quiere dar a entender que sean menos importantes, al contrario, son las que dan al conjunto una trabazón coherente.

Las dos primeras reglas de la primera semana34 con la penúltima de la segunda semana35 incluyen a las otras y quieren decir que el buen espíritu y el malo trabajan de modos opuestos en función del estado general de la persona, e Ignacio dice que cuando la disposición es contraria al espíritu que prevalece en ella, «entran con estrépito y con sentidos, perceptiblemente; y cuando es símile, entra con silencio, como en propia casa a puerta abierta»36.

Por último la regla 329 le imprime el auténtico toque distintivo a todas estas reglas ignacianas de discreción de espíritus. La «verdadera alegría y el gozo espiritual» será el talante propio de quien, habiendo pasado por muchas pruebas, es consciente del poder del más fuerte: el Espíritu.

La impresión afectiva de la verdadera alegría se confirma como clave interpretativa de la bondad de las mociones y compendio de todas las manifestaciones de la consolación. Es ella la fuerza que Dios concede al ser humano para descubrir, comprometerse con y recorrer el camino que lo lleve al Reino. Y contra ella milita con sus falsas razones el mal espíritu. Por eso las reglas de la segunda semana insistían en diferenciar las verdaderas de las falsas consolaciones.

Oigamos de qué modo el beato Pedro Fabro, con quien Ignacio empleó tantas horas en los años en que lo condujo, asimiló su enseñanza. El 14 de febrero de 1543 anotaba en su diario espiritual:

33 santiago arzubialde, s.J. Ejercicios Espirituales de San Ignacio, Bilbao 22009, 803 nota 7.

34 Cfr. 314 y 315.

35 Ibíd., 335.

36 Ibídem.

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Este día, después de misa, pensé en la variedad de espíritus que me han agitado muchas veces y me hicieron dudar de la posibilidad de hacer fruto en Alemania. Caí en la cuenta de que no hay que hacer ningún caso a lo que sugiere el mal espíritu que todo lo pone cuesta arriba y no hace más que poner inconvenientes, sino a las palabras y sentimientos del buen espíritu que ofrece posibilidades y da ánimo, aunque hemos de tener cuidado de no inclinarnos demasiado a la derecha. En una palabra hay que tener discreción para mantenernos en el medio (…) de manera que a la buena confianza no se mezclen las ilusiones que nacen de la abundancia, ni que nuestro miedo se agrave por la sequía. Pero si, a veces, nos resulta difícil no inclinarnos a una parte o a otra, más seguro y menos peligroso es (…) caminar en tiempo de abundancia, que el acomodarnos a la tristeza de la que nacen mil errores y engaños y que originan después trampas y complicaciones (…) Hay que conservar la alegría, la consolación, el aliento y la tranquilidad y todas aquellas manifestaciones que nacen del afecto bueno, procurando volver a ellas para que más profundamente se arraiguen37.

Es una buena noticia que esta primera regla de la segunda semana deje claramente establecido que la verdadera alegría y el gozo espiritual, que quitan toda tristeza y turbación que el enemigo induce, se constituyen en el criterio universal y el sello distintivo de la acción de Dios para seguir adelante. Al paso que Dios y sus ángeles dan verdadera alegría y gozo espiritual, el enemigo milita contra ellas trayendo razones aparentes, sutilezas y asiduas falacias, ordinariamente a través de los mecanismos de defensa y autojustificación de la persona.

Esa alegría verdadera es el fruto del Espíritu derramado en nuestros corazones, que nos hace clamar ¡Abba, Padre! y que lleva a término en nosotros la semejanza de Dios. Es el reflejo psicológico del sentirse amado por Dios. La consolación es la que hace capaz de llegar hasta el final de la intencionalidad declarada en el principio y fundamento: «y mediante esto, salvar el alma»38. Esa alegría, además, no es una alegría pasajera y vana, sino que ha conseguido integrar el don de la cruz en el amor y progresa hacia el gozo pascual. Es la alegría de la resurrección de Cristo en la cual se pide participar en la cuarta semana. Alegría por la experiencia de la humanidad glorificada del Hijo de Dios.

37 Cfr. pedro Fabro, s.J., Memorias espirituales. Escritos del primer compañero de Ignacio de Loyola, México 1991, 152-153.

38 Ejercicios Espirituales 23.

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La tristeza es siempre señal de amor propio desordenado, de no haber podido integrar la cruz en la propia vida o de no fiarse de Dios.

Creo yo que una diciente expresión del contenido de esta regla pudiera ser la sonrisa franca de alguien colocado en la posición del Papa Francisco.

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El Discernimiento Espiritual en el conjunto de los Ejercicios y en la Vida Cotidiana

¿CÓMO ENTRENARSE PARA DISCERNIR CONTINUAMENTE LA ACCIÓN DE DIOS?

INTRODUCCIÓN

El supuesto básico en una persona que emprende la experiencia de realizar un proceso de discernimiento espiritual es el de la fe. Esto implica tener plena conciencia de la presencia de Dios en su vida y de la acción del Espíritu en todo momento y lugar. Este punto de partida es el argumento que le da sustento a las preguntas ¿Qué quiere Dios de mí? ¿Qué espera Él que yo haga con el don de mi vida? ¿De qué forma puedo ser expresión de su amor y su presencia en el mundo? ¿Qué tengo que realizar para que mi forma de ser y proceder sea reflejo de que Él habita en mí?

Cabe anotar que la fe no se agota en el conocimiento de unas tradiciones religiosas y de un corpus doctrinal. La realidad de la fe es una experiencia

* Religiosa de Jesús María. La hermana Nora es Licenciada y Profesora en Teología Sistemática de la Pontificia Universidad Católica Argentina «Santa María de los Buenos Aires». Bachiller en Filosofía de la misma universidad. Realizó estudios sobre Teología de la Vida Religiosa en el Centro Santo Tomás de Aquino de República Argentina. Estudios sobre Ejercicios Espirituales y Espiritualidad Ignaciana del Centros de Espiritualidad Ignaciana de Argentina y Uruguay.

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El Discernimiento Espiritual en el conjunto de los Ejercicios y en la Vida Cotidiana

de encuentro personal con el amor de Dios. Benedicto XVI lo expresó de una forma muy bella en el comienzo de su encíclica Deus Caritas Est:

Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva1.

Sí, todo parece indicar que el sentirnos amadas y amados por Dios constituye la fuente de todo criterio que inspire nuestros discernimientos.

A continuación miraremos la forma cómo en la dinámica propia de los Ejercicios Espirituales se van poniendo las bases para construir y vivir a profundidad este vínculo con Dios que nos mueve a ordenar la vida, a descubrir de qué forma actúa su Espíritu en nosotras(os) y cómo nos configura a su manera. El discernimiento espiritual, por tanto, no es una simple metodología o técnica para tomar mejores decisiones. Es una actitud permanente de estar en contacto con el Espíritu en la vida cotidiana, allí donde nos expresa amorosamente, a tiempo y a destiempo, que somos hijas e hijos amadas(os) del Padre y que eso lo determina todo.

EL DISCERNIMIENTO ESPIRITUAL EN LA DINÁMICA DE

LAS CUATRO SEMANAS DE EJERCICIOS

PRINCIPIO Y FUNDAMENTO

Enamórate, permanece enamorado y eso lo decidirá todo Pedro Arrupe S.J.

El Evangelio de Marcos comienza con una declaración de amor que el Padre le hace a Jesús. En el contexto del Jordán, al lado de Juan y su mensaje de conversión, Jesús es bautizado. Al salir del agua «(…) vio el cielo abierto

Actualmente en Colombia se desempeña como: Maestra de Novicias del Noviciado Latinoamericano de las Religiosas de Jesús María. Colaboradora en el Diplomado en Acompañamiento Espiritual y Ejercicios de la Facultad de Teología de la Pontificia universidad Javeriana de Bogotá. Agente de Pastoral del Centro Pastoral San Francisco Javier de la Pontificia Universidad Javeriana. Acompañante de Ejercicios Espirituales y de Talleres de Autoconocimiento Personal.

1 Cara Encíclica Deus Caritas Est no. 1.

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y al Espíritu bajando sobre él como una paloma. Se escuchó una voz del cielo que dijo: Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto»2. Esta experiencia profunda de cercanía con el Padre, es el comienzo de toda su aventura apostólica. Esta conciencia profunda de ser el Hijo amado del Padre y su predilecto, lo prepara para afrontar los fuertes dilemas con los que se enfrentará en el desierto. Sólo desde la certeza de que Dios es su Padre y de su vínculo amoroso con Él, podrá sentirse libre para decidirse por el Reino antes que seguir las propuestas del tentador.

De igual manera, el Principio y Fundamento es la invitación a una profunda experiencia del amor creador del Padre que nos revela nuestra dignidad profunda como persona humana: ser hija(o) en el Hijo a imagen semejanza del Padre. Al mismo tiempo, se nos ofrece la posibilidad de tomar conciencia de la forma cómo podemos establecer un vínculo con Él: alabándolo, haciéndole reverencia y sirviéndole desde la conciencia de ser creatura3. Esta se constituye en el itinerario que nos permite realizarnos plenamente según el fin para el cual hemos sido creadas(os): una persona que se realiza al reconocer su dignidad, la de las demás y la dignidad de toda su creación.

Jesús dibuja en dos parábolas muy bellas y sencillas esta realidad de encuentro con nuestra dignidad más profunda:

El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo: lo descubre un hombre, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, vende todas sus posesiones para comprar aquel campo. El reino de los cielos también se parece a un comerciante de perlas finas: al descubrir una de gran valor, va, vende todas su posesiones y la compra4.

Cuando Ignacio en el Principio y Fundamento pone como condición para, para vivir a plenitud el amor creador de Dios, el hacernos indiferentes frente a las cosas y relacionarnos con ellas desde la libertad, supone que la o el ejercitante ya se ha encontrado con este tesoro. Por eso es capaz de relativizar, venderlo todo, para optar por la perla preciosa que acaba de encontrar.

2 Mc 1, 9-11.

3 Cfr. Ejercicios Espirituales 23.

4 Mt 13, 44-45.

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El Discernimiento Espiritual en el conjunto de los Ejercicios y en la Vida Cotidiana

El Principio y Fundamento también ayuda a disponer al sujeto para el resto del proceso de discernimiento que se llevará a cabo durante los Ejercicios Espirituales. Es así como la o el ejercitante realizará su camino espiritual: «Solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados»5.

Existe la tendencia de proponer el Principio y Fundamento desde una perspectiva muy racional. Como una formulación escrita de algo que, la mayoría de las veces no se ve claro, porque no se ha vivido. El Principio y Fundamento es, ante todo, una experiencia, un acontecimiento interior que todo lo transforma. Es el momento de dejarse seducir y enamorarse para tener la voluntad de seguir el camino. En palabras del P. Arrupe: «Enamórate, permanece enamorado y eso lo decidirá todo», sobre todo tus discernimientos.

El Principio y Fundamento es, ante todo, una experiencia, un acontecimiento interior que todo lo transforma

En este sentido, no es gratuito que Ignacio inicie el preámbulo para hacer elección en la Segunda Semana y en muchos otros momentos, recordándole al ejercitante la experiencia vivida en el Principio y Fundamento: «en toda buena elección, en cuanto es de nuestra parte, el ojo de nuestra intención debe ser simple, solamente mirando para lo que soy criado, es a saber, para alabanza de Dios nuestro Señor y salvación de mi ánima, y así cualquier cosa que yo eligiere debe ser a que me ayude para el fin para que soy criado»6. Toda experiencia de discernimiento que hagamos nos debe llevar a sentir la experiencia del Jordán: sentirnos Hijas(os) amadas(os) y predilectas(os) del Padre. Esta realidad se debe convertir en nuestro tesoro más preciado y en el criterio fundamental para elegir siempre, de forma ordenada y con libertad, aquello que nos mantenga inmersa(o) en este vínculo de amor que nos realiza plenamente como seres humanos en nuestra dignidad de hijas e hijos de Dios.

5 Ejercicios Espirituales 23.

6 Ibíd., 169.

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PRIMERA SEMANA

Considerar quién es Dios, contra quién he pecado, según sus atributos, comparándolos a sus contrarios en mí (EE. 59)

Al llegar a la Primera Semana hay por lo menos dos presupuestos como frutos de la experiencia del Principio y Fundamento: la conciencia de participar de un vínculo muy estrecho con Dios creador y la libertad como condición para decidir siempre por aquello que más consolide nuestra dignidad de ser sus hijas(os). Sin duda alguna, la Primera Semana nos ofrece un espacio para purificar (vía purgativa) nuestras intenciones, quitando todos los obstáculos que no nos permitan vivir de acuerdo a nuestra condición de creaturas amadas. Este tiempo de los Ejercicios nos permite aquilatar nuestro vínculo con Dios, recuperarlo, volver a casa en medio de una profunda experiencia de perdón y reparación.

Como una forma de caracterizar estos días de purificación, podríamos optar por decir que es un tiempo de contrastes. Según el Diccionario de la Real Academia Española, la palabra contraste significa «oposición, contraposición o diferencia notable que existe entre personas o cosas». Por lo tanto, podríamos decir que lo que se contrasta en esta Primera Semana de Ejercicios Espirituales es el obrar de Dios con nuestro propio obrar. Lo que la contrastación pone en evidencia es aquello en que nos diferenciamos y distanciamos de Dios y su proyecto creador. Es como si nos pusiéramos ante un microscopio y pudiéramos ver en detalle allí donde no logramos que nuestro Principio y Fundamento se realice a plenitud.

San Ignacio en el tercer punto del segundo ejercicio que propone en la Primera Semana, invita al ejercitante a realizar ese proceso de contrastación:

El tercero: mirar quién soy yo, disminuyéndome por ejemplos: primero, cuánto soy yo en comparación con todos los hombres; segundo, qué cosa son los hombres en comparación con todos los ángeles y santos del paraíso; tercero, mirar qué cosa es todo lo criado en comparación de Dios: pues yo sólo, ¿qué puedo ser?; cuarto, mirar toda mi corrupción y fealdad corpórea; quinto, mirarme como una llaga y postema, de donde han salido tantos pecados y tantas maldades y ponzoña tan turpísima7.

7 Ibíd., 58.

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El Discernimiento Espiritual en el conjunto de los Ejercicios y en la Vida Cotidiana

Estos ejercicios de comparación logran disponer el espíritu del ejercitante para lograr las gracias que se piden en el primer coloquio:

El primer coloquio a nuestra señora, para que me alcance gracia de su Hijo y Señor para tres cosas: la primera para que sienta interno conocimiento de mis pecados y aborrecimiento dellos; la segunda, para que aborreciendo me enmiende y ordene; la tercera, pedir conocimiento del mundo, para que, aborreciendo, aparte de mí las cosas mundanas y vanas8.

La conciencia y el conocimiento interno del pecado, en la lógica de Ignacio, se da compararse con el mismo Dios para tomar conciencia de su desorden: «Considerar quién es Dios, contra quien he pecado, según sus atributos, comparándolos a sus contrarios en mí; su sapiencia a mi ignorancia, su omnipotencia a mi flaqueza, su justicia a mi iniquidad, su bondad a mi malicia»9. Pudiera parecerles a muchas personas que compararse con Dios es un despropósito y que todo ser humano que se pusiera en esa tarea estaría en una notable desventaja o en peligro de caer en la tentación de igualarse con Dios.

En la biblia podemos ver como Jesús nos muestra un camino: «… sean Santos como mi Padre es Santo»10, allí no está hablando de igualarnos a Dios sino más bien del comportarnos como él, y en esa medida ser semejantes a Él, por la acción de su gracia.

Para la antropología ignaciana el ser humano no está dañado ontológicamente por el pecado. El desorden está presente en su vida pero basta con ordenarla para volver a reencontrarse a plenitud con ese ser de Dios que lo habita y que nunca se pierde.

Vivir esta experiencia profunda de ser creadas(os) por amor y reconocer nuestras resistencias frente a un Dios que se entrega sin condiciones, sin duda alguna nos puede generar sentimientos genuinos de «(…) vergüenza y confusión (…)»11, «(…) crecido y intenso dolor y lágrimas de mis pecados»12. Es lo mismo que podemos sentir frente a una persona que nos lo ha dado todo

8 Ibíd., 63.

9 Ibíd., 59.

10 Mt 5, 48.

11 Ejercicios Espirituales 48.

12 Ibíd., 55.

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para que nos realicemos plenamente, descubrimos que de nuestra parte no hemos respondido de la misma manera, al contrario, hemos impedido que ese plan amoroso se haga realidad. No es un llamado a la culpa que intimida y paraliza. Es la posibilidad de asumir la responsabilidad de lo que vivimos, «(…) enmendándonos y ordenándonos (…)»13 para responder de una forma renovada, a nuestro Principio y Fundamento.

Las reglas de discernimiento de Primera Semana precisamente alientan al ejercitante para ganar en sensibilidad frente a la fuerza del amor de Dios y al egoísmo en su interior. Descubre que hay una tensión y la tensión permanente que se expresa en mociones. Frente a estas mociones la persona que se ejercita debe identificar «las buenas para recibir y las malas para lanzar»14.

Estas reglas son más propias de la Primera Semana porque sólo es posible empezar a comprenderlas y ponerlas en práctica en el contexto de descubrir nuestro desorden y pecado, adiestrándonos en la capacidad de contrastar los efectos del mal espíritu que propone «placeres aparentes, haciendo imaginar delectaciones y placeres sensuales (…)»15, «trista y pone impedimentos, inquietando con falsas razones (…)»16 con los efectos del Buen Espíritu, el Espíritu de Dios que «da ánimos y fuerza, consolaciones, lágrimas, inspiraciones y quietud, facilitando y quitando todos impedimentos para que en el bien obrar proceda»17.

Mirando a mí mismo. Lo que he hecho por Cristo, lo que hago por Cristo, lo que debo hacer por Cristo (EE. 53)

Y es que las experiencias de perdón y reparación que vivimos a profundidad en la Primera Semana al conocer el rostro misericordioso de Dios, al ser restauradas(os) en nuestra condición de hijas e hijos de Dios y confirmarnos en nuestro Principio y Fundamento sólo pueden producir en nuestro interior lo que Ignacio define como consolación espiritual:

13 Ibíd., 63.

14 Ibíd., 313.

15 Ibíd., 314.

16 Ibíd., 315.

17 Ibídem.

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(…) cuando en el ánima se causa alguna moción interior, con la cual viene la ánima a inflamarse en amor de su Criador y Señor; y consequenter, cuando ninguna cosa criada sobre la haz de la tierra puede amar en sí, sino en el Criador de todas ellas. Asimismo, cuando lanza lágrimas motivas a amor de su Señor, agora sea por el dolor de sus pecados, o de la pasión de Cristo nuestro Señor, o de otras cosas derechamente ordenadas en su servicio y alabanza. Finalmente, llamo consolación todo aumento de esperanza, fe y caridad, y toda Leticia interna que llama y atrae a las cosas celestiales y a la propia salud de su ánima, quietándola y pacificándola en su Criador y Señor18.

Es desde la experiencia de intimidad que es posible mirar a «Cristo nuestro Señor delante y puesto en cruz»19. Cuando la persona que se ejercita toma conciencia de todo el castigo que podría merecer por sus acciones y no los ha recibido, por el contrario sólo recibe misericordia y amor es cuando pasa a considerar lo que Dios ha hecho por ella o él a preguntarse qué puede hacer por su Señor. Sólo en este momento el ejercitante está listo para aceptar las invitaciones del Rey que vendrá más adelante.

SEGUNDA SEMANA

Porque siguiéndome en la pena me siga también en la gloria (EE. 95)

San Ignacio al comenzar la Segunda Semana pone al ejercitante, sin muchos preámbulos, ante la realidad de sentirse llamada o llamado a participar en la construcción del Reino. La experiencia del amor vivida en la Primera Semana no es un acto en sí mismo, ni un acto intimista que encierra a la persona en su propio ego. Es la experiencia del amor que necesariamente lanza al encuentro del otro, de la comunidad, de un proyecto, de una Persona: Jesús.

Nuevamente nos encontramos con el recurso de la contrastación. Hay que comparar lo que seríamos capaces de hacer por un rey temporal, cuya causa es justa y atractiva frente a lo que estaríamos dispuestas(os) a apostar por Cristo como Rey Eternal quien

A cada uno en particular llama y dice: mi voluntad es de conquistar todo el mundo y todos los enemigos y así entrar en la gloria de mi Padre; por tanto,

18 Ejercicios Espirituales 316.

19 Ibíd., 53.

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quien quisiere venir conmigo ha de trabajar conmigo, porque siguiéndome en la pena también me siga en la gloria20.

La petición precisamente es no ser sordas(os) a este llamamiento, al contrario ser prestas(os) y diligentes para encontrar y cumplir la voluntad de Dios21.

Antes de discernir, debemos considerar si optamos, con autenticidad, por hacer parte del grupo de aquellas personas que «más se querrán afectar y señalar en todo servicio de su Rey Eterno y Señor Universal, no solamente ofreciendo sus personas al trabajo, más aun haciendo contra su propia sensualidad y contra su amor carnal y mundano, haciendo oblaciones de mayor estima y mayor momento»22.

Aquí encontramos una clave muy importante para nuestro proceso de discernimiento. Nuestras decisiones, si deseamos que sean según Espíritu, siempre deben estar en el contexto del Reino y su servicio. No hacemos discernimientos espirituales para otro tipo de proyectos. Lo expresa muy bien San Ignacio al escribir: «(…) que aquel amor que me mueve y me hace elegir la tal cosa, descienda de arriba, del amor de Dios, de forma que el que elige sienta primero en sí que aquel amor más o menos que tiene a la cosa que elige, es sólo por su Criador y Señor»23.

Ansí nuevamente encarnado (EE.109)

En la Contemplación de la Encarnación, se hace mucho más explícito el plan salvador de Dios al que estamos siendo llamadas(os) a participar. Imaginar las tres personas divinas sintiendo una profunda compasión por el género humano al mirar lo que les sucede a los varones y a las mujeres considerando su sufrimiento24, nos debe mover a sintonizar con la decisión que toma Dios mismo en su intimidad: «hagamos redención del género humano»25,

20 Ibíd., 95.

21 Cfr. Ejercicios Espirituales 91.

22 Ejercicios Espirituales 97.

23 Ibíd., 184.

24 Cfr. Ejercicios Espirituales 106

25 Ejercicios Espirituales 107.

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«obrando la santísima encarnación»26. Justo después de la decisión trinitaria Ignacio nos invita a contemplar a Nuestra Señora en Nazaret que con su sí permite que el proyecto trinitario se realice en la historia. Ésta que es la contemplación mariana por excelencia en los Ejercicios Espirituales es la que vuelve a permitir que el sí que le habíamos dado al Rey Eternal sea la prolongación del deseo trinitario de redimir el mundo y que se hará aún más explícito en la meditación de las Dos Banderas.

La contemplación es una disposición para el encuentro y la comunión

Es precisamente en este momento de los Ejercicios Espirituales, cuando Ignacio propone pedir «conocimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga»27. Esta petición presente durante toda la Segunda Semana, nos pone desde la lógica del contraste frente al referente fundamental de nuestras decisiones: la persona de Jesús y su manera de proceder. Su vida, sus palabras, sus obras, su manera de relacionarse con las personas y las cosas nos darán los criterios fundamentales para realizar nuestras elecciones. Ignacio lo expresa así en el preámbulo para considerar estados: «Ya considerando el ejemplo que el Señor nos ha dado (…) comenzaremos juntamente contemplando su vida, a investigar y demandar en qué vida o estado de nosotros se quiere servir su divina majestad»28. Pero no es un ejemplo que observamos para mirar cómo lo copiamos, es necesario conocer internamente y enamorarnos para que nuestra voluntad se disponga al seguimiento y nuestras elecciones estén en la lógica del Reino y se obre también en nosotras(os) la «santísima encarnación»29.

La contemplación, como modo de oración de la Segunda Semana, no se presenta entonces como una metodología que se suma al inventario para hacer más variado y entretenido el trabajo del ejercitante. La contemplación es una disposición para el encuentro y la comunión. Es una mirada que transforma. Es una mirada performativa que nos va convirtiendo en aquello que contemplamos, que nos seduce y enamora. Se empieza por ver y oír. Pero no basta sólo eso, es necesario mirar. Desentrañar el misterio, no para comprenderlo, sino para insertarnos en él y vivirlo. La contemplación es la

26 Ibíd., 108.

27 Ibíd., 104.

28 Ibíd., 135.

29 Ibíd., 108.

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mirada de la persona que discierne. Su forma de tomar decisiones ya no responde al seguimiento de un manual de instrucciones sino a la fidelidad creativa al Espíritu que habita en su interior30. Después de esta experiencia, no queda otra opción que amarlo y seguirlo.

Quiero y deseo y es mi determinación deliberada… (EE. 98)

Es necesario purificar nuestras intenciones. En el camino de los Ejercicios ya conocemos internamente la lógica de nuestro desorden y la forma cómo actúa el mal espíritu. Pero en las reglas de discernimiento más propias de la Segunda Semana, Ignacio profundiza más en el conocimiento de nuestros laberintos interiores, de nuestras heridas fundamentales, de nuestro egoísmo. Nos sorprendemos al descubrir que

Propio es del ángel malo, que se forma sub angelo lucis, entrar con la ánima devota y salir consigo, es a saber, traer pensamientos buenos y santos conforme a la tal ánima justa, y después poco a poco procura de salirse, trayendo a la ánima a sus engaños cubiertos y perversas intenciones31.

Es en este contexto donde le encontramos profundo sentido a la Meditación de las Dos Banderas. La petición nos ubica en la perspectiva de clarificar nuestros deseos e intenciones: «será aquí pedir conocimiento de los engaños del mal caudillo, y ayuda para dellos me guardar; y conocimiento de la vida verdadera que muestra el sumo y verdadero capitán, y gracia para le imitar»32. Recordemos que estamos en el preámbulo para considerar estados. Ignacio nos pone de frente las tentaciones que de forma disfrazada se nos pueden presentar en el camino de seguimiento de Jesús. Nos señala los engaños del mal caudillo que ofrece riquezas y, a partir de éstas, honor. Después viene la soberbia y después de estos tres escalones todos los demás vicios33. Ahí está el programa del mal espíritu que hay que desenmascarar y conocer en cada uno de los discernimientos que emprendemos.

Pero de nuevo aparece Cristo como modelo. Y para reconocer su propuesta ya suponemos un vínculo íntimo con Él y grandes deseos de entregarlo

30 Cfr. Rom 8, 9.

31 Ejercicios Espirituales 332.

32 Ibíd., 135.

33 Cfr. Ejercicios Espirituales 142.

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todo, genuinamente, por su causa. Sólo de esta forma podemos comprender su lógica: «quiero y elijo más pobreza con Cristo pobre que riqueza, oprobios con Cristo lleno dellos que honores, y desear más ser tenido por vano y loco por Cristo, que fue primero tenido por tal, que por sabio ni prudente en este mundo»34.

Una vez alineadas nuestras intenciones, es necesario también calibrar nuestra voluntad y nuestro afecto con la meditación de los tres binarios y las tres maneras de humildad. ¿Qué tan libres estamos para desear y elegir sólo aquello que «más nos conduce para el fin que somos creados»35. Porque en el fondo lo que está en juego es nuestra libertad para atender el llamado del Rey Eternal sin más equipaje que nuestro corazón dispuesto a entregarse por la redención del género humano. Esa es la disposición del tercer binario:

Quiere quitar el afecto, más ansí le quiere quitar que también no le tiene afección a tener la cosa adquisita o no la tener, sino que quiere solamente quererla o no quererla, según que Dios nuestro Señor le pondrá en voluntad, y a la tal persona le parecerá mejor para servicio y alabanza de su divina majestad; y, entre tanto, quiere hacer cuenta que todo lo deja en afecto, poniendo fuerza en no querer aquello ni otra cosa ninguna, si no le moviere sólo el servicio de Dios nuestro Señor; de manera que el deseo de mejor poder servir a Dios nuestro Señor le mueva a tomar la cosa o dejarla36.

La tercer manera de humildad nos pone en el plano de asumir las consecuencias del seguimiento de Jesús hasta el extremo, configurándonos con Él y con su forma de proceder:

La tercera es humildad perfectísima, es a saber, cuando incluyendo la primera y la segunda, siendo igual alabanza y gloria de la divina majestad, por imitar y parecer más actualmente a Cristo nuestro Señor, quiero y elijo más pobreza con Cristo pobre que riqueza, oprobios con Cristo lleno dellos que honores, y desear más de ser estimado por vano y loco por Cristo, que primero fue tenido por tal, que por sabio ni prudente en este mundo37.

Ignacio sabe que asumir la entrega a estos niveles no es fácil. Por eso advierte en una nota, que es posible sentir afecto o repugnancia ante estas

34 Ejercicios Espirituales 167.

35 Ibíd., 23.

36 Ibíd., 155.

37 Ibíd., 167.

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exigencias del seguimiento de Jesús y no sentirnos plenamente libres e indiferentes frente a las cosas. Si esto sucede, Ignacio recomienda:

Es de anotar que cuando nosotros sintimos afecto o repugnancia contra la pobreza actual, cuando no somos indiferentes a pobreza o riqueza, mucho aprovecha, para extinguir tal afecto desordenado, pedir en los coloquios (aunque sea contra la carne) que el Señor lo elija en pobreza actual; y que él quiere, pide y suplica, sólo que sea servicio y alabanza de su divina majestad38.

Y sumado a esto, perseverar en la petición fundamental del coloquio propuesto para estos preámbulos: «Un coloquio a nuestra Señora porque me alcance gracia de su Hijo y Señor, para que yo sea recibido debajo de su bandera»39.

En este punto la persona que se ejercita ya está lista para hacer elección. Ignacio no pasa adelante sin hacer un nuevo preámbulo. Es como una recapitulación. Como ya lo anotamos anteriormente, Ignacio vuelve al Principio y Fundamento. Es el punto de partida del proceso de discernimiento: ubicarnos en el proyecto creador como hijas amadas e hijos amados por el Padre y plenamente libres frente a las cosas:

En toda buena elección, en cuanto es de nuestra parte, el ojo de nuestra intención debe ser simple, solamente mirando para lo que soy criado, es a saber, para alabanza de Dios nuestro Señor y salvación de mi ánima, y así, cualquier cosa que yo eligiere debe ser a que me ayude para el fin para el que soy criado, no ordenando ni trayendo el fin al medio, más el medio al fin. (…) Así ninguna cosa me debe mover a tomar los tales medios o a privarme dellos, sino sólo el servicio y alabanza de Dios nuestro Señor y salud eterna de mi alma40.

La fórmula por excelencia de toda elección es la fórmula de oblación expresada al Rey Eternal:

Eterno Señor de todas las cosas, yo hago mi oblación, con vuestro favor y ayuda, delante de vuestra Madre gloriosa, y de todos los santos y santas de la corte celestial, que yo quiero y deseo y es mi determinación deliberada, sólo que sea vuestro mayor servicio y alabanza, de imitaros en pasar todas inju-

38 Ibíd., 157.

39 Ibíd., 147.

40 Ibíd., 169.

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rias y todo vituperio y toda pobreza, así actual como espiritual, queriéndome vuestra santísima majestad elegir en tal vida y estado41.

La elección que debería hacer cualquier persona está compendiada en estas palabras en el marco de una espiritualidad de comunión.

No podemos hacer discernimientos ni elecciones en solitario. En el proceso de los Ejercicios buscamos sentir con la Iglesia por esto es de suma importancia el acompañamiento en estos procesos de una forma adecuada y desde el Espíritu como expresión del carácter eclesial de nuestros discernimientos. Ignacio señala claramente los rasgos de este acompañamiento en una de las anotaciones:

El que da los ejercicios no debe mover al que los recibe más a pobreza ni a promesa que a sus contrarios, ni a un estado o modo de vivir que a otro. Porque, dado que fuera de los ejercicios licita y meritoriamente podamos mover a todas las personas, que probabiliter tengan subyecto, para elegir continencia, virginidad, religión y toda manera de perfección evangélica; tamen, en los tales ejercicios espirituales, más conveniente y mucho mejor es, buscando la divina voluntad, que el mismo Señor y Criador se comunique a la su ánima devota, abrazándola en su amor y alabanza y disponiéndola por la vía que mejor podrá servirle adelante. De manera que el que los da no se decante ni se incline a la una parte ni a la otra; más estando en medio, como un peso, eje inmediate obrar al Criador con la criatura, y a la criatura con su Criador y Señor42.

TERCERA SEMANA

Qué debo yo hacer y padecer por él (EE. 197)

La Tercera Semana es un tiempo de confirmación de la elección. Tal vez un tiempo crucial en tanto que implica confrontarnos con las consecuencias que trae el seguimiento. Sin duda alguna es un tiempo de duelo. Cuando optamos por algo, renunciamos a las demás posibilidades que teníamos al frente. Sin duda alguna este dolor debe ser elaborado en presencia de aquel que asumió una muerte de cruz para darle sentido al sufrimiento desde la lógica de la salvación. Es la experiencia de entregarse con aquel que por amor dio su vida.

41 Ibíd., 98.

42 Ibíd., 15.

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Ignacio invita a considerar en esta semana cómo «Cristo nuestro Señor padece en la humanidad, o quiere padecer en ella»43. El dolor de Cristo no es un dolor ficticio, su entrega no es una pantomima. Jesús sufre en la humanidad. Es importante descubrir y sentir que nuestra propia humanidad está ahí incluida. Que nuestro propio dolor y nuestras heridas hacen parte del padecimiento de la humanidad y en Cristo el sufrimiento encuentra sentido.

Y no sólo es considerar su padecimiento en la humanidad. Ignacio también propone «considerar como la divinidad se esconde, es a saber, como podría destruir a sus enemigos y no lo hace, y como deja padecer la sacrantísima humanidad tan crudelísimamente»44. Esta es la expresión máxima de una prueba de fidelidad en medio de la sensación de ausencia total de Dios. Vivir a profundidad esta experiencia nos permite comprender la clave de la constancia y la lealtad por amor. Es una pasividad activa. Un ejercicio de la esperanza contra toda esperanza. En nuestros discernimientos muchas veces la hora de la verdad no está en la elección, sino permanecer en ella cuando llega el tiempo de la entrega y de la cruz. Por eso Ignacio en el sexto punto invita al ejercitante a «considerar que todo esto padece por mis pecados, etc.; y qué debo yo hacer y padecer por Él»45. Es una invitación personal a tomar partido y a movilizar nuestra voluntad. No es un dolor masoquista que se agota en sí mismo. Es un dolor que se pone en la lógica del Reino, de la entrega por amor incluso a los enemigos46.

Nuestro propio dolor y nuestras heridas hacen parte del padecimiento de la humanidad y en Cristo el sufrimiento encuentra sentido

El sentido de todo este proceso es entender que la respuesta al amor es la fidelidad. En la medida en que ponemos aprueba la fidelidad se confirma la elección. No se trata de una confirmación en el sentido de infalibilidad sino que va en sintonía con nuestro Principio y Fundamento, en eso encontramos la fuerza para ser fiel. Porque para seguirlo en la gloria es necesario haber sido fiel en la pena cuando «la divinidad se esconde»47.

43 Ibíd., 195.

44 Ibíd., 196.

45 Ibíd., 197.

46 Cfr. Mt 5, 43-48; Lc 6, 27-38.

47 Ejercicios Espirituales 196.

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CUARTA SEMANA

Y será aquí pedir gracia para me alegrar (EE. 221)

Al llegar a la Cuarta Semana, Ignacio propone al ejercitante sentir el gozo de la resurrección: «mirar el oficio de consolar que Cristo nuestro Señor trae, y comparando como unos amigos suelen consolar a otros»48. Esta es la experiencia fundamental de la Pascua. Los discípulos de Emaús después de recorrer su camino sumidos en la tristeza y la desesperanza, sienten que les arde el corazón cuando Jesús Resucitado les habla49. Es precisamente por sus efectos como la experiencia del resucitado se manifiesta en nuestra vida: «considerar cómo la divinidad, que parecía esconderse en la pasión, parece y se muestra tan milacrosamente en la santísima resurrección, por los verdaderos y santísimos efectos della»50.

Podríamos decir que los efectos de la resurrección que podemos experimentar son los propios de la consolación espiritual descrita en las Reglas de Discernimiento. Tener la experiencia del Resucitado es vivir con motivos para creer, para esperar y para amar51. Sin duda alguna, vivir conforme al Espíritu, ordenar nuestra vida nos debe llevar a realizar elecciones discernidas desde la lógica del Reino y la contemplación de la vida de Jesús. La confirmación de estas elecciones debe ir en la lógica de la pascua: sentir una profunda consolación espiritual para vivir en el Espíritu del Resucitado.

CONTEMPLACIÓN

PARA ALCANZAR AMOR

El amor se debe poner más en las obras que en las palabras (EE.230)

Al final sólo queda unirnos a la petición de Ignacio en la contemplación para alcanzar amor: «pedir conocimiento interno de tanto bien recibido, para que yo, enteramente reconociendo, puedo en toda amar y servir a su divina majestad»52.

48 Ibíd., 224.

49 Cfr. Lc 24, 13-35.

50 Ejercicios Espirituales 223.

51 Cfr. Ejercicios Espirituales 316.

52 Ejercicios Espirituales 223.

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Empezamos diciendo que el objetivo del Principio y Fundamento era el reconocernos hijas e hijos de Dios y al final de los Ejercicios reconocernos hijas resucitadas e hijos resucitados. Y como resucitadas y resucitados estamos invitadas e invitados a volver a lo cotidiano para en todo amar y servir. Aquella persona que permitió, como Nuestra Señora, que Cristo se encarnase plenamente en ella. Ahora ya vive plenamente en Él por eso alcanza el amor que es la vida misma de la Trinidad en ella. Por ello puede poner el amor más en las obras que en las palabras.

EL DISCERNIMIENTO EN LA VIDA COTIDIANA

Ignacio era conducido suavemente a donde no sabía… (Nadal)

Ignacio supone al final del itinerario de los Ejercicios Espirituales una unión con Dios que podemos identificar como la capacidad de ver la presencia de Dios en todas las cosas y circunstancias, y de responder con toda la persona a ese Dios que se da todo en todos. La expresión de esa unión es, por parte del sujeto, la entrega total a Dios expresada en la oración: «Tomad Señor y recibid…». Esa real unión, sin embargo, no se concreta particularmente en unas u otras modalidades de experiencia interior (consolaciones, gustos, visiones, sentimientos, familiaridad, etc.). Esos dones quedan siempre a la iniciativa de Dios y no son necesarios para la verdadera unión, que consiste en vivir en el amor a Dios. La persona ejercitante, por lo tanto, queda invitada a continuar viviendo esa unión fuera y después de los Ejercicios Espirituales en su nuevo estado de vida cristiana. Por lo tanto la Contemplación para Alcanzar Amor es el punto de partida para vivir el discernimiento en la vida cotidiana.

El camino de Ignacio ha sido sintetizar en los Ejercicios Espirituales lo que experimentó en su vida corriente por eso no debería haber dicotomía entre la experiencia del discernimiento en los Ejercicios y el discernimiento en la vida cotidiana.

Vamos a ver cómo lo que abre los Ejercicios: el Principio y Fundamento y los que cierra los Ejercicios: la Contemplación para Alcanzar Amor son la llave de todo discernimiento espiritual. Como hemos visto la Contemplación para Alcanzar Amor nos dinamiza pero el Principio y Fundamento es siempre el referente. En otras palabras, desde la dinámica de la Contemplación para Alcanzar Amor en la vida cotidiana cotejo mi Principio y Fundamento.

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Además del gran legado que nos ha dejado Ignacio en las cuatro semanas de los Ejercicios Espirituales, también encontramos un gran caudal desde su itinerario espiritual en la vida corriente. Creemos que algunos rasgos concretos pueden darnos pistas para entrenarnos en el arte del discernimiento en la cotidianidad.

Ignacio desde su conversión en Loyola tiene muy claro el dónde va y a qué: sabe que lo único que quiere es hacer la voluntad de Dios. Podemos decir que la experiencia de Dios ha hecho de Ignacio un hombre enamorado y determinado. Sin embargo, no sabe en concreto cuál es el proyecto de Dios para él:

Durante el tiempo que estuvo en París no sólo prosiguió el estudio de las letras, juntamente encaminó su corazón hacia donde lo conducían el Espíritu y la vocación divina: a la institución de una orden religiosa; aunque, con singular humildad, seguía al Espíritu, no se le adelantaba. Y así era conducido suavemente a donde no sabía, porque ni pensaba entonces en la fundación de una orden; sin embargo, poco a poco se abría camino hacia allá, y lo iba recorriendo, sabiamente ignorante, con su corazón confiadamente puesto en Cristo (Nadal).

Y eso lo convierte en peregrino en búsqueda del «cómo hacer la voluntad de Dios». Por lo tanto su discernimiento no se reduce a unos momentos o actos aislados sino que traspasa sus días y su vida.

Con todo esto, Ignacio no nos ha dejado recetas mágicas. Nos ha dejado la experiencia de la forma como Dios lo fue conduciendo. A nosotras(os) nos corresponde hacer nuestro propio camino, nuestra propia peregrinación a lo largo de la vida. Como Ignacio, poco a poco vamos aprendiendo que es el Espíritu el que en verdad nos conduce si tenemos libertad interior.

Por lo tanto, es importante considerar dónde estamos vitalmente respecto a nuestro Principio y Fundamento, como los vimos en el itinerario de los Ejercicios Espirituales. Saber cómo nos mantenemos con respecto a nuestra opción fundamental de seguir a Jesús. Sondear nuestro corazón desde la autenticidad y desde la libertad, puede ser un punto de partida para discernir en la vida cotidiana.

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Hay preguntas muy sencillas que entran en nuestras vidas y nos ayudan a separar lo que hay en ellas de verdad y apariencia, de realidad y de promesas vanas. Sondear y cuestionarse de ese modo es tocar lo más hondo y vital de nuestras vidas, es tocar lo más nuclear, lo más íntimo, lo más real y práctico.

Nos preguntamos, ¿qué es esto de vivir en discernimiento? Aquello que no nos deja vivir instaladas(os), que nos mantiene alertas, vigilantes y que agudiza nuestra sensibilidad espiritual para captar por dónde va lo de Dios.

De todas estas experiencias podemos destacar algunas claves importantes para vivir el discernimiento en la vida cotidiana.

EL COLOQUIO

Estando en una oración muy suave y tranquila, me parecía que era conducido hacia la santísima Trinidad, pero luego me pareció que también era llevado hacia otro lugar, como si fuera hacia el Padre, de modo que sentía como si Dios quisiera comunicarse conmigo en diversas partes. Era tan fuerte este sentir, que empecé a decir: Señor, ¿a dónde me queréis llevar?, y así estuve durante un largo rato preguntándoselo insistentemente, pareciéndome que era guiado por El. Creció entonces tanto el fervor, que empecé a derramar lágrimas. Al terminar la oración seguía llorando de fervor, y me ofrecía a Dios para que me siguiese guiando y llevando como lo estaba haciendo. Y me preguntaba a mí mismo que a dónde me llevaría53.

Descubrir a Dios en la realidad, buscar a Jesús en la realización del proyecto del Padre, lleva consigo un diálogo permanente, siempre vivo en la persona de Jesús, que acerca y encarna en nuestra pequeña realidad el diálogo permanente que Dios inició gratuitamente con la humanidad.

Por medio del coloquio Ignacio demuestra la confianza que tiene en la palabra como instrumento para llegar a Dios. Desde su larga experiencia nos enseña cómo discernir en todas las mociones la respuesta de Dios. De este modo la oración, el coloquio, no serán nunca la explicación de una(o) misma(o) a sí misma(o), sino una conversación interpersonal en la que dos

53 Diario Espiritual 113.

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libertades sellan una alianza, una libertad que se expresa en palabras, una libertad que suscita una comunión de corazón.

El santo de Loyola no busca tanto una manifestación de la presencia de Dios, sino más bien una señal de Dios para andar en el sentido del discernimiento. De ahí precisamente, el coloquio basado en la relación afectiva «como un amigo habla a otro amigo»54.

Por ello en lo cotidiano dialogamos espontáneamente con Jesús de nuestras cosas, de los acontecimientos, de nuestros interrogantes, de aquello que rompe nuestro corazón o de lo que nos sobrecoge de alegría y gratitud; incluso le hablamos de las personas con las que nos relacionamos, las que llevamos en nuestro corazón. También hay ocasiones en que ese coloquio es silencioso. No necesita palabras. Es el descanso sereno de sentirse comprendida(o) y amada(o) hasta lo más hondo. Todo esto se trasluce en cómo intentamos ver la mano de Dios en lo que pasa, ver que todo lo que nos sucede cada día forma parte del proyecto que Dios tiene sobre nosotras(o). Lo que vamos logrando es, sencillamente, generar intimidad cotidiana.

La invitación que se nos hace es a vivir en permanente coloquio como Ignacio que no se quedaba en la mera oración sino en el discurrir por dónde aconteciere. Por lo tanto el coloquio es una mirada hacia Él y hacia nuestra realidad cotidiana. Así descubrimos si dejamos que Dios intervenga en nuestra vida; si dejamos que se asome a ratos; o si realmente nuestra vida tiene plenitud de sentido desde Él.

Preparar y disponer el ánima para quitar afecciones desordenadas…55

En estos tiempos era en mí tanto amor, sentir o ver a Jesús, que me parecía que adelante no podía venir cosa que me pudiese apartar de él ni hacerme dudar acerca las gracias o confirmación recibida56.

54 Ejercicios Espirituales 54.

55 Ibíd., 1.

56 Dirairio Espiritual 75

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El Coloquio con Nuestro Señor genera intimidad, nos recuerda esa experiencia de amor fundante experimentado al comienzo de los Ejercicios: el amor de mi vida es el centro de mi vida. Nuestra realidad es que tenemos una gran tendencia a vivir dispersas(os) afectivamente. Por medio del discernimiento buscamos centrar nuestra persona, ordenar nuestros afectos poco a poco. Para purificar los afectos cabe preguntarnos desde la sospecha sobre una(o) misma(o): Y esto ¿Por quién o para quién lo hacemos? ¿Qué estamos buscando? ¿Adónde vamos y a qué? En lo concreto de cada día: ¿Qué amor nos mueve? ¿Es un amor de hija(o) o de esclava(o)?

Los Ejercicios no sólo están para cambiar nuestras afecciones desordenadas, sino para educar la sensibilidad, el modo de percibir la realidad y eso se va construyendo desde el tener centrada nuestra existencia en Dios. En la vida cotidiana discernimos para permanecer en su amor.

Podemos decir también que estar centradas(os) en Dios es hacer reverencia como se nos invita en el Principio y Fundamento porque como dice Ignacio: toda reverencia debe partir de tener los afectos centrados en Dios57. Se trata de una reverencia amorosa, que no sólo es con Dios, sino también con las criaturas. Reverenciamos a Dios en él y en las criaturas.

Por medio del discernimiento buscamos centrar nuestra persona, ordenar nuestros afectos poco a poco

Es desde la lógica que nos habla Arrupe en el bello texto mencionado al principio de la ponencia: «Estar Enamorado». Desde esa perspectiva el discernimiento supone estar cautivadas(os) por ese amor sin condiciones. Lo que nos mueve, entonces, no es la lógica humana, ni la conciencia moral, ni lo que es obligatorio, sino la ley del amor que no sabe de límites ni de fronteras; un amor que intuye y descubre lo que más agrada al Padre; un amor que se concretiza y expresa en el amor a las hermanas y a los hermanos.

Tener nuestra afectividad centrada en Dios significa que queremos seguir a Jesús en esta historia presente, a pesar de verla compleja y conflictiva. Significa que damos el sí a vivir según su modo de proceder, que estamos

57 Cfr. Diario Espiritual 178-182.

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El Discernimiento Espiritual en el conjunto de los Ejercicios y en la Vida Cotidiana

dispuestas(os) a permanecer en su amor y a serle fiel en las alegrías y en las tristezas, en la salud y en la enfermedad, a amarle y serle fiel hasta la muerte.

Jesús habló de un tesoro escondido en un campo y de estar dispuestas (os) a vender todo para ganarlo. Ahí Jesús nos está mostrando dónde tiene puesto su corazón. Él mismo descubrió el tesoro y se apasionó de tal modo que se jugó la vida para realizar el sueño de Dios sobre la humanidad.

Esa es la clave para vivir en discernimiento, estar apasionadas(os) por Dios y su Reino que no es otra cosa que reverenciarlo.

AMIGAS Y AMIGOS EN EL SEÑOR

De Paris llegaron aquí, a mediados de enero, nueve amigos míos en el Señor, todos maestros en artes y versados en Teología, cuatro de ellos españoles, dos franceses, dos de Saboya y uno de Portugal…58

Pero el Dios con el que nos encontramos no es un Dios que está para relacionarse sólo con nosotras(os); es el Dios de la historia. Por ello siempre tiene algo que proponernos. Suele llegarnos de fuera interrogantes, desafíos, expectativas de personas, juicios, nuestros propios sueños,… pero en ese encuentro de oración y de coloquio buscamos lo que Dios nos propone y también necesitamos expresarlo, cotejarlo, dialogarlo con otras personas.

En la vida de Ignacio podemos ver cómo él fue aprendiendo de su relación con Dios y de su experiencia con sus primeros compañeros que a veces convenía abrir la interioridad y la conciencia a otras personas.

Todo discernimiento necesita y exige que se contraste con alguien que tenga «densidad eclesial» (nótese que no se dice «autoridad eclesiástica»). Se precisa de «alguien» que represente, de algún modo, el núcleo de iglesia en el que nos movemos, y nos pueda contrastar con objetividad si esas mociones recibidas, que siempre tienen que ver con la construcción del Reino, en realidad lo facilitan y promueven el Reino.

58 IgnacIo de LoyoLa, Carta a Juan de Verdolay, 1537.

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No hay discernimiento sin cotejamiento con alguien que sepa optar por la vida y sepa reconocer en su propia historia, y en la historia del mundo, los deseos de Dios, sus opciones, su modo de proceder.

Así como Ignacio en los Ejercicios Espirituales fundamentó el acompañamiento en el discernimiento espiritual, en la vida cotidiana también esta herramienta es valiosa para «buscar y hallar la voluntad divina en la disposición de su vida para la salud del ánima»59. Cabe aclarar que Ignacio nunca habló en sus obras de dirección espiritual. Para él, el verdadero «director» es sólo el Espíritu Santo, porque «la suma providencia y dirección del Espíritu Santo sea la que eficazmente ha de hacer acertar en todo», dado que eso «sólo la unción del Espíritu Santo puede enseñarlo…»60

Para vivir en clave de discernimiento es importante tener una permanente actitud de cotejamiento y confrontación. Además de tener la posibilidad de una persona como acompañante estable que siga el proceso desde el espacio formal de acompañamiento podemos generar instancias de diálogo con amigos y amigas, compañeros y compañeras en el Espíritu.

Espacios que responde a la necesidad tanto de la persona que habla como la que escucha «más se ayuden y se aprovechen»61. De lo que se trata es de descubrir la acción del Espíritu Santo en sus realidades personales y comunitarias. En esas conversaciones se intenta ponernos a nosotras(os) mismas(os) ante el problema fundamental de la vida: que es el de discernir en cada ocasión y momento la voluntad de Dios, para cumplir personalmente nuestro propio fin y para que, por medio de él, alcancen también su fin todas las personas con las que nos vinculamos.

Desde ese modo de proceder se van estableciendo relaciones, se va constituyendo la comunidad con muchas personas que también van trabajando por el Reino. Y ese «sentir con la Iglesia» que vamos experimentando en lo cotidiano hay que celebrarlo. Por eso la celebración comunitaria es tan importante en el contexto del discernimiento porque esta expresa el sentido de alabanza que nos habla Ignacio en el Principio y Fundamento.

59 Ejercicios Espirituales 1.

60 Constituciones de la Compañía de Jesús 624 y 414.

61 Ejercicios Espirituales 22.

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Las apariciones del Resucitado son casi siempre en contexto de comida. En nuestras culturas la mesa ocupa un lugar muy destacado. Es el contexto de la celebración. En la Eucaristía también nos reunimos en torno a una mesa para celebrar, para alabar que el Reino de Dios crea vida. Nos reunimos conscientes de nuestra debilidad, de la fragilidad,…pero contentas(os) de juntarnos, de rezar en común, y alimentarnos por la palabra y el pan, y no alimentarnos sólo por las actividades que realizamos sino que descubrimos el sentido hondo de la gratuidad. Hay algo que nos une desde dentro, y no sólo desde fuera.

El Reino genera comunidad, y esa comunidad es un lugar para celebrar el triunfo definitivo de Dios que se van construyendo en la historia.

Es reconfortante percibir que en nuestro peregrinar buscando a Dios no estamos solos(as). Hay presencia, estamos habitadas(os) por el Espíritu de Dios que nos invita a caminar con otras y con otros para también discernir en común.

¿QUE TAN COMPAÑERA(O) DE JESÚS SOY?

Las personas que salen de sí mismas y entran en su Creador y Señor, tienen buen consejo, atención y consolaciones frecuentes y sienten como todo nuestro Eterno Bien está en todas las cosas creadas, dando a todas las cosas su ser y conservándolas en Él62.

Ignacio nos invita a pedir conocimiento interno de Jesús para más amarle, seguirle y servirle. Ese servir proviene de la alabanza y la reverencia; del agradecimiento y del amor. Somos creadas(os) creadoras(es), somos criada(os) para criar. Nuestro servicio es creador. Y sólo cuando creamos la novedad de Dios en este mundo, aceptamos ser criadas(os), cuidadas...

¿Desde dónde partimos para ese tipo de servicio? Ignacio por medio de la contemplación nos da una clave: contemplar a Jesús, su manera de mirar, sus palabras, sus gestos, su caminar, su orar. Él nos habla de su vida que es para nosotras(os) palabra, llamada, compañía.

62 Carta de San Ignacio a San Francisco de Borja, 1545.

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¿Dónde se da esa contemplación? Y es en la acción donde nos unimos al actuar de Dios en la realidad, en su proyecto, al que somos enviadas(os). Y no podemos distinguir donde acaba nuestra mano y empieza la de Dios, porque vamos trabajando con Él, y nadie lo puede separar. Nadal decía que Ignacio sentía la presencia de Dios en todas las cosas; es, entonces, una dimensión más afectiva. Es un percibir la dimensión honda de la realidad donde Dios trabaja.

El ir adquiriendo los mismos sentimientos que Cristo Jesús es una experiencia que va de Él a nuestra vida, a la misión recibida de Dios y se abre en preguntas sobre la llamada y la vida de cada día: ¿Qué haría Jesús en mi lugar? Y desde allí vamos percibiendo los niveles de discernimiento que pasan por los sentimientos, pensamientos y mociones. En lo cotidiano vamos contrastando permanentemente acciones y operaciones

EL EXAMEN GENERAL COMO EJERCICIOS DE DISCERNIMIENTO63

Atendido el fin del estudio, por el cual no pueden los escolares tener largas meditaciones… se pueden ejercitar en buscar la presencia de nuestro Señor en todas las cosas, como en el conversar con alguno, andar, ver gustar, oír, entender, y en todo lo que hiciéramos, pues es verdad que está su divina Majestad por presencia, potencia y esencia en todas las cosas...64.

Aunque discernir es un proceso, un arte, una actitud vital y, fundamentalmente, una gracia, implica una metodología que nos ayude a disponernos para reconocer a Dios y, sobre todo, que nos enseñe a hacer hábito en nosotras(os) el modo de Él, a hacer nuestros sus gustos, a empalmar sus deseos con los propios. Dentro de esta metodología, tenemos el Examen cotidiano como un medio bastante eficaz para lograrlo.

En el Nº 8 de la Autobiografía podemos constatar como Ignacio pasa a convertirse en espectador de lo que ocurre dentro de él. Primero se da cuenta de lo que siente, lo formula, aprende a leer lo que sucede, y aprende a interpretar.

63 Ejercicios Espirituales 43.

64 San IgnacIo de LoyoLa, Carta a Antonio Brandão, Obras, (BAC 86) Madrid, 61997, 886.

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Desde esa experiencia es que Ignacio invita mucho a examinar, tanto en los momentos de desolación como en los momentos de consolación.

Por lo tanto podemos decir que el discernimiento es inseparable del examen. Sin examen, no discernimos, porque no sabemos desde dónde hablamos.

Por otro lado, el examen no se hace bien comparando nuestra vida con leyes, sino cuando se sitúa dentro del dinamismo de una relación. Dios nos invita a caminar en una dirección, nos va proponiendo algo, el examen se refiere a cómo voy respondiendo a esa propuesta de Dios.

Ignacio luego esta práctica del Examen General la introdujo en la Constituciones y lo solía recomendar en algunas cartas e instrucciones. Para él era tan importante el examen frecuente, hasta tal punto que a los enfermos y misioneros les aconsejaba «no entrar demasiado en lecciones ni devociones» y tener moderación en todo ejercicio mental, pero no los dispensaba del Examen.

A los estudiantes, para quienes, según el santo, los estudios eran la mejor manera de conformarse con la voluntad de Dios, les dice que más que dar mucho tiempo junto a la oración han de procurar hallar a Dios en todas las cosas que hacen.

Y este espíritu desea ver en los de la Compañía: que no hallen (si es posible) menos devoción en cualquier obra de caridad y obediencia que en la oración o meditación; pues no deben hacer cosa alguna sino por amor y servicio de Dios nuestro Señor65.

Hay dos preguntas claves que nos pueden ayudar a la hora de examinarnos para centrar nuestro discernimiento cotidiano: ¿Qué es lo nuevo que hace Dios hoy (en nuestra vida, en la historia, en la familia, en la comunidad, en Colombia)?, y ¿cuál es la colaboración precisa que a cada una(o) se nos pide? Será siempre una colaboración que respeta lo que yo soy, y el momento que vivo. Esto es la audacia (osadía) de dejarse conducir por el Espíritu. Es orientar nuestra vida según lo que el Espíritu vaya proponiendo. Y habrá que hacerle frente a muchas propuestas contrarias a las de Dios. Es

65 Carta de Polanco, por comisión de San Ignacio al P. Urbano Fernandes, rector del escolásticado de Coimbra. BAC. 67

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como un barco que sale del puerto en buena dirección, pero hay corrientes, vientos, tormentas,… si no atendemos a corregir el rumbo, podemos acabar en cualquier parte. Así hay que ir preguntando siempre si estamos en la propuesta del Señor, si nos hemos despistado… Hay momentos más de encrucijada, en los que toda nuestra persona nos habla de discernimiento. Pero también hay discernimientos a realizar en las cosas sencillas de cada día.

La misma estructura del Modo de hacer el Examen General, y contiene en sí cinco puntos66 nos va conectando con la profunda experiencia del discernimiento ignaciano.

La petición del final de los Ejercicios Espirituales es

conocimiento de tanto bien recibido, para que pueda en todo amar y servir

1. «Dar gracias a Dios nuestro Señor por los beneficios recibidos»

Cabe destacar que el Examen General empieza donde terminan los Ejercicios Espirituales: dar gracias por los beneficios recibidos, que marcan la vida cotidiana.

Como hemos dicho la petición del final de los Ejercicios Espirituales es conocimiento de tanto bien recibido, para que pueda en todo amar y servir. Allí comienza el examen que nos ponen en conexión directa con el Principio y Fundamento porque la acción de gracias es alabar. ¿Cómo vamos a alabar a Dios? Tomando consciencia por medio del examen ¿De qué manera trabaja el Señor en mi vida? Es muy sano lo que nos propone Ignacio antes de mirar las faltas en nuestra vida, hay que mirar el hacer de Dios en ella, qué es lo realmente importante. Así el acento estará en su sitio. Además, nos acercaremos a lo duro de nuestra vida acompañadas(os) porque lo haremos desde la mirada compasiva de Dios.

Esto cambia nuestra mirada sobre la gente, nos permite mirar a cada persona de otro modo… esto es lo que nos hace contemplativas(os) en la acción. Esto es lo que convierte nuestra mirada.

66 Ejercicios Espirituales 43.

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2. «Pedir gracia para conocer los pecados y lanzarlos»

Después de experimentar gratitud por los beneficios recibidos Ignacio recién propone el segundo punto porque conocer nuestros pecados es una gracia. Porque tenemos mecanismos interiores que los niegan. Por eso se lo pedimos.

Tenemos unas ambigüedades muy fuertes en lo que decidimos, en lo que hacemos. Por eso nuestro pecado se esconde. Por eso cuanto más cerca estamos de Dios con más finura percibimos el pecado. Sólo quien se experimenta pecadora(or) reconoce de quién proviene la bondad, y allí hace reverencia.

3. «Demandar cuenta al ánima de pensamientos, palabras y obras»

Demandar cuenta al ánima… No nos fijamos sólo en los tiempos del día, sino también en las diferentes dimensiones: la interioridad (todo lo que se genera en nuestro interior), la palabra (que puede construir o romper, acompañar o dañar,…) y la obra (las acciones concretas con las que construyo, destruyo,… la omisión también es parte de la obra en el Evangelio es a favor o en contra; la omisión es negación). En definitiva, dar nombre a lo que vivimos.

4. «Pedir perdón a Dios nuestro Señor de las faltas»

Sabemos que el perdón de Dios no es simplemente “borrar” lo sucedido, sino que es cambiar la persona; cambiarla internamente. El encuentro es sanador porque el perdón me lleva a la misión.

5. «Proponer enmienda con su gracia»

Es abrirse al don de Dios, admitir que nuestra vida no está cerrada a las faltas, sino que se abre hacia el futuro. No es un ejercicio narcisista, sino de humildad y confianza en Dios, un deseo de entregar la vida a su servicio. Es fundamental que esto se concretice en la cotidianidad con un propósito medible, que ayude a puntualizar aquello a lo que estamos llamadas(o). En definitiva que nos ponga día a día de cara a nuestro Principio y Fundamento.

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Ignacio nos invita a terminar con un Padre Nuestro que nos ubica nuevamente en nuestra relación de hijas(os) y de hermanas(os).

Por lo tanto la práctica diaria del Examen, en forma de oración contemplativa que busca la presencia amorosa de Dios en todas las cosas, es una verdadera práctica diaria de la «contemplación para alcanzar amor» que nos ubica frente a nuestro referente: el Principio y Fundamento.

El Examen cotidiano se convierte así en una toma de conciencia de la presencia actuante y creadora de Dios, rico en misericordia, a través de su Espíritu vivificante, en los acontecimientos de nuestra vida diaria.

El ejercicio cotidiano del Examen nos permite así mantenernos en el espíritu de la Cuarta Semana de los Ejercicios. Con esta práctica podemos «repetir» en el sentido ignaciano, día tras día, la gozosa experiencia del encuentro con el Señor Resucitado que, en su oficio de consolador, se nos acerca en persona y se pone a caminar con nosotras(os) para rehacer nuestra vida con la acción de su Espíritu.

CONCLUSIÓN

Sabiamente ignorante, con su corazón confiadamente puesto en Cristo (Nadal)

Entrenarse para discernir, es decir interpretar los signos de Dios, podríamos compararlo al aprendizaje de un idioma: al principio sólo se oyen sonidos; poco a poco, cada sonido es portador de un significado. Ahora bien como ya hemos dicho el discernimiento no es simplemente una técnica, sino un estado permanente de atención y de ofrenda de una misma, de uno mismo. Es la actitud permanente de Jesús, de María y de los Santos que indica apertura plena y ofrecimiento total. Al final de casi mil cartas, San Ignacio finaliza de la misma manera:

Que el Señor nos de su gracia para sentir siempre su voluntad y cumplirla en su totalidad

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Para terminar cabe destacar que en este espacio hemos hablado del discernimiento en el conjunto de los Ejercicios y en la vida cotidiana. No son cosas distintas. Hay un punto de partida que es nuestra vida cotidiana que llevamos a los Ejercicios Espirituales y hay un punto de llegada que va desde los Ejercicios a la vida cotidiana. En definitiva el discernimiento tanto en el conjunto de los Ejercicios Espirituales como en la cotidianidad nos lleva al fin de los Ejercicios que es:

Buscar y hallar la voluntad de Dios para más amarle y servirle.

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Contribución de la perspectiva teologal de los Signos de los Tiempos a la práctica situada de los Ejercicios

y contribución de los Ejercicios

al

Discernimiento de los Signos de los Tiempos

AL REFERIRNOS AL DISCERNIMIENTO DE LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS ¿TRATAMOS DE LO QUE SE PRACTICA O DE LO QUE HA SIDO DESECHADO?

Pertinencia de esta pregunta preliminar

El punto de partida del tratamiento del tema que tenemos entre manos no puede ser otro, si queremos que esté en consonancia con él, que el punto en el que nos encontramos como personas, como Iglesia y como sociedad.

En efecto, es totalmente distinto teorizar lo que tenemos ante los ojos, lo que vivimos y practicamos asiduamente, aquello que captamos como voluntad de Dios y que constituye no sólo nuestro horizonte personal de vida

* El padre Pedro Trigo es Jesuita venezolano de origen español. Estudió Letras y Filosofía en las Universidades Católicas de Caracas y Quito. Doctor en Teología de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid. Ha sido profesor de Pensamiento Latinoamericano en la Escuela de Filosofía de la Universidad Católica Andrés Bello, en Caracas. Acompaña a comunidades cristianas populares. Es profesor de Teología en la Facultad de Teología de la misma universidad. Miembro

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sino el de la Iglesia en la que vivimos y la sociedad de la que hacemos parte, que teorizar un elemento recesivo, negado por la dirección dominante, tanto de la institución eclesiástica, como de esta figura histórica.

En el primer caso, como nos mueve la luz de la vida, esa misma luz pide hacerse palabra, para asumirse con toda congruencia, para relanzarse conscientemente y para que juzgue posibles desviaciones y resistencias. En el segundo caso, sólo se podrá tratar del tema desde dentro, si se pertenece a esa minoría que se empeña en vivir desde ese horizonte, superando toda la fuerza de la corriente dominante, que recibe ese nombre no por ser mayoritaria sino porque de hecho busca denodadamente imponer sus dictados y el horizonte en el que tienen sentido. En estas condiciones adversas, el discurso sobre los signos de los tiempos no puede ser reactivo sino realmente alternativo, lo que no resulta nada fácil, porque la lógica dominante tiende a inducir en quienes no se apegan a ella posturas meramente reactivas, no superadoras.

Así pues, si no queremos tratar libresca e intrascendentemente del tema sino desde su realidad, que quiere (antes aún que tiene) ser elevada a concepto, tenemos que comenzar por el juicio de realidad de la práctica de los signos de los tiempos como método de discernimiento.

Esto supone que los que tratamos del tema y aquellos a quienes nos dirigimos poseemos un cierto conocimiento de aquello de lo que estamos hablando, el suficiente para poder calibrar en alguna medida el juicio que emitimos o, al menos, para que aflore nuestro posicionamiento vital, que tiende a convalidarlo o rechazarlo de entrada, aunque luego pueda matizar o aun cambiar esa postura.

De hecho, además, es patente que tanto la Gaudium et Spes como las conclusiones de Medellín, que son los dos documentos que han asumido este método más congruentemente, han partido de la realidad. El Concilio ha comenzado desentrañando, con la luz del Espíritu, las líneas maestras del ser humano y del mundo contemporáneo, para iluminar situadamente tanto la condición humana como el designio de Dios sobre ella, recapitulándolo todo en Jesús, revelación plena y simultánea, tanto de Dios como del ser humano, investigador del Centro Gumilla para estudios sociopolíticos de la Compañía de Jesús en Venezuela y Director del Departamento de Investigaciones en el Instituto de Teología para Religiosos, en la Facultad de Teología de la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas.

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El discernimiento de los signos de los tiempos, como método para buscar y hallar la voluntad de Dios sobre nosotros, como individuos, como comunidades y colectividades y como humanidad, apenas ha entrado en la conciencia de los cristianos y de la Iglesia

como de la mutua implicación de ambos en el designio de Dios. Por su parte, Medellín ha practicado el método, ante todo, caracterizando la situación en cada uno de los aspectos que trató, haciendo notar que en esta caracterización actuaba ya la luz del Espíritu, que, en un segundo momento, sirvió para iluminarla, sopesarla y proponer alternativas.

Por eso también nosotros, al empezar a tratar el tema de los signos de los tiempos como método de discernimiento, nos preguntamos si estamos tratando de un método que usamos habitualmente como personas y como Iglesia, para calibrar el grado en que somos fieles como personas y como miembros de nuestra sociedad y de nuestra Iglesia, o si vamos a tratar de un método que en la práctica ha sido orillado.

Hay resistencia generalizada a la práctica del método de discernimiento de los signos de los tiempos

Pues bien, si empezamos por un juicio de realidad de la práctica de este discernimiento, tenemos que decir que el discernimiento de los signos de los tiempos, como método para buscar y hallar la voluntad de Dios sobre nosotros, como individuos, como comunidades y colectividades y como humanidad, apenas ha entrado en la conciencia de los cristianos y de la Iglesia. Más aún, captamos que hay una resistencia inconfesada, pero maciza, a entrar por ese camino.

Pensamos que habría dos motivos: el primero, que no podemos obviar, es la complejidad casi inabarcable de ese método por la multitud de variables que entran en consideración y por el claroscuro en que se mueve la historia, y, por tanto, lo difícil que resulta en la práctica acertar en ese discernimiento y los errores que, de hecho, se han cometido al practicarlo; y el segundo motivo de esta resistencia al método es porque atisbamos, oscura

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pero certeramente, que, si entramos por ese horizonte, tarde o temprano nos toparemos participando de la pasión de Jesucristo.

Comencemos por este segundo motivo que, para nosotros, es el principal. En efecto, si nos determinamos a practicarlo como ejercicio de fidelidad, poco a poco, por ensayo y error, como todo lo que se mueve en la historia, iremos afinando el discernimiento, y con eso se va dando respuesta a la primera dificultad. Así ha sucedido, de hecho, en los que lo van practicando consecuentemente.

Así pues, nuestra tesis es que en América Latina la mayoría de los cristianos, solos u organizados, ha abandonado este método de discernimiento como reacción instintiva a las consecuencias que tuvo en las Iglesias y los cristianos que lo siguieron.

La Iglesia

que se expresó en Medellín y Puebla practicó asidua y fecundamente el discernimiento de los signos de los tiempos

En efecto, un grupo minoritario, pero altamente significativo, de cristianos, desde obispos y curas y religiosas y religiosos, hasta profesionales solidarios y, sobre todo, gente popular articulada en comunidades de base y otras organizaciones afines, hicieron suyo el Concilio desde la recepción carismática de Medellín y Puebla, y ese redescubrimiento de las fuentes cristianas los llevó a una trasformación personal, a una nueva configuración como Iglesia y a asumir de un modo nuevo su responsabilidad con el hermano y con la historia, para decirlo con las palabras de la Gaudium et Spes (55).

El descubrimiento, por primera vez en la cristiandad latinoamericana, de los evangelios hizo que el Cristo de la fe, al que se accedía a través del ciclo litúrgico y de devociones, pasó a tener el rostro concretísimo de Jesús de Nazaret, una presencia extremadamente cercana y motivadora, a través de la cual se fue mirando todo con ojos nuevos.

Ante todo, el Dios de nuestros padres, el Dios creador, omnipotente, justo y misericordioso, el Dios que presidía la cristiandad latinoamericana y,

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por tanto, el orden establecido en su nombre, que por eso se llamaba sociedad occidental y cristiana, tomó el rostro del Padre de Jesús.

Ese Dios no casaba del todo con el recibido, ya que era, ante todo, el Dios que se reveló liberando a los esclavos de Egipto y que se presentó como el Dios del extranjero, del huérfano y de la viuda, el Dios de los oprimidos, cuando en su pueblo se institucionalizó la opresión del hombre por el hombre; el Dios del resto de Israel, de los pobres de Yahvéh, entre los que nació Jesús; el Dios que él proclamó Dios de los pobres, que los proclamaba dichosos porque les había entregado su Reino y les había entregado a su Hijo como uno de los suyos, el Mesías pobre de los pobres y en ellos de todos.

Se pasó de un dios que había determinado todo en el pasado, a un Dios que nos acompaña en la historia, una historia que los dominadores tratan de clausurar en la figura presente y que él se empeña en abrir para que haya sitio para todos.

El tercer descubrimiento fue muy significativo: la Iglesia, que identificábamos con el espacio sacral (los templos) y con sus personeros (la institución eclesiástica), pasamos a ser todos: el pueblo de Dios, a cuyo servicio está la institución eclesiástica, que no es más sagrada sino menos que los cristianos, entre los que se incluyen, obviamente, los propios eclesiásticos. Ese nosotros se formaba al llevarnos mutuamente en la fe, el amor fraterno y la vida cristiana, un nosotros, pues, personalizado. De ahí, las comunidades y grupos, empezando por las de base.

Esta práctica cristiana tuvo una consecuencia antropológica extremadamente trascendente: este grupo pasó de la obediencia no deliberante a la autoridad establecida, como un componente automático de su obediencia a Dios, que hacía de los cristianos instintivamente gente de orden, al derecho y al deber de seguir el dictado de la propia conciencia, y, por tanto, a la necesidad de informarla y formarla.

Hablamos de práctica cristiana porque, aunque la plasmación de la legitimidad cristiana de esta transformación antropológica se encuentra en la declaración conciliar sobre la libertad religiosa, que comenzaba significativamente hablando de la dignidad humana (Dignitatis Humanae), esta de-

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claración adquirió carta de ciudadanía en nuestra Iglesia en esos cristianos que se metieron en este proceso del que venimos hablando.

Desde esta autoconciencia, consideraron inadmisibles las condiciones de vida en las que vivían los pobres o ellos mismos como pobres, y la opresión y marginación a que los habían reducido; y, a su vez, la conciencia de responsabilidad los llevó a trabajar por mejorar sus condiciones de vida y lograr unas relaciones justas.

Esta responsabilidad con la sociedad y la historia se justificó plenamente en lo que fue el punto de inflexión más llamativo respecto de todo lo que habían vivido hasta entonces. En efecto, el cristianismo preconciliar había partido del juicio global de que el mundo moderno se había levantado en contra de Dios porque se había emancipado de la institución eclesiástica. Por tanto no se podía participar de él sino que había que crear una institucionalización paralela, es decir, hablando globalmente, había que salvarse del mundo. Pues bien, el santo y seña del Concilio fue la inmersión solidaria en el mundo, respondiendo a la encarnación del Hijo de Dios en él para salvarlo desde dentro y desde abajo. Al fuera de la Iglesia no hay salvación sucedió el fuera del mundo, es decir, de la humanidad no hay salvación, que fue especificado para América Latina como fuera de los pobres no hay salvación.

Este cambio de dirección global llevó a muchos cristianos latinoamericanos a comprometerse con la humanidad concreta a la que pertenecían, desde la perspectiva de los pobres y teniéndolos a ellos como sujetos centrales, desde el Espíritu de nuestro Señor Jesucristo y desde la inspiración de los santos evangelios.

Esa solidaridad fontal con su sociedad, como actitud genuinamente cristiana, y más en concreto, esa solicitud por la cuestión social (para decirlo en palabras de la encíclica de Juan Pablo II Sollicitudo Rei Socialis), llevó a un cambio de solidaridades de una parte muy significativa de la institución eclesiástica y de profesionales cristianos, que despertó una gran alegría en el pueblo, a la vez cristiano y oprimido, que los recibió en su seno como una gracia inaudita de Dios, fuente de dignificación y esperanza. Y, a su vez, fue el modo como estos cristianos y esta Iglesia llegaron a ser los cristianos y la Iglesia que Dios quería. Para unos y para otros este cambio fue realmente

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Esta opción real por los pobres, que llevó a ponerse a su disposición y a jugársela por ellos, fue el Hecho Mayor de la Iglesia y del cristianismo latinoamericano2. No hay ninguna duda que fue un ejercicio eximio de discernimiento de los signos de los tiempos para ubicarse donde Dios quería y como quería el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.

La práctica histórica de la opción por los pobres, nacida del discernimiento de los signos de los tiempos, llevó a la persecución

en nombre de la sociedad occidental y cristiana

Pero este cambio de solidaridades fue muy resentido por los que comandaban el orden establecido. Fue tenido, incluso, como una traición. Hasta se los acusó maliciosamente como entreguismo a los enemigos de la fe, a los marxistas, incluso a los comunistas anticristianos y totalitarios.

Esto trajo crecientes inconvenientes a esas personas y, más globalmente, a la institución. De la desconfianza se pasó a la sospecha y de ésta a la acusación calumniosa y a la persecución, tanto desde fuera como desde dentro de la Iglesia, que fue lo más doloroso y, sobre todo, cuando se llevó a cabo por parte de los «órganos centrales de la administración eclesiástica», para utilizar la expresión, que utilizó siendo nuncio, el que sería Juan XXIII3. Llevó finalmente al martirio multitudinario, tanto que hay que remontarse hasta el imperio romano para encontrar algo semejante. Pero en este caso el contrasentido estribó en que los perseguidores se hacían llamar cristianos,

1 Sobrino suele insistir en este punto, por ejemplo: «el gozo del que lo anuncia y del que lo recibe es esencial a que en el anuncio esté en juego una buena noticia, cosa frecuentemente olvidada en la misión de la Iglesia, muchas veces más interesada en comunicar una ‘verdad’ que debe ser ofrecida y recibida ortodoxamente, sin preocuparse de presentarla con gozo y de verificar si ha generado o no gozo» (Jesucristo Liberador. Trotta, Madrid 1991, 110)

2 «Desde hace años un creciente número de cristianos participa en este proceso revolucionario y a través de él en el descubrimiento, que en la mayor parte de los casos significa tomar conciencia de su propio mundo, del mundo de los explotados del continente. Este compromiso constituye el hecho mayor de la vida de la comunidad cristiana latinoamericana. Y da lugar a una nueva manera de ser hombre y creyente, de vivir y pensar la fe, de ser convocado y de convocar en ‘ecclesia’ (Gutiérrez, La fuerza histórica de los pobres, Sígueme, Salamanca 1982, 53.

3 Diario del alma, 22 nov. a 2 dic. 1926, 1-2.

Apuntes Ignacianos 69-70 (septiembre 2013 - abril 2014) 70-160 evangelio, una buena y alegre noticia que colmó sus vidas y las llenó de fecundidad, que es la prueba mayor de autenticidad evangélica1.

sin que los órganos competentes lo desmintieran. El martirio es, sin duda, el signo de la autenticidad y la fecundidad de esta opción cristiana4; y así lo reconoce Puebla e incluso Aparecida. Son los mártires jesuánicos5: murieron, no por confesar su fe sino, lo que es mucho más, por hacerla vida en el seguimiento de Jesús.

Pero, tanto el Vaticano como gran parte de la jerarquía y no pocos cristianos, se asustaron con todo lo que estaba pasando y cambiaron de onda. El Vaticano, con su política de hacer obispos que no tuvieran esta opción, porque, falto de discernimiento, compró el infundio de la infiltración marxista en la Iglesia; muchos miembros de la institución eclesiástica, por el temor a perder los privilegios y aun la seguridad básica que provenía de la pertenencia al establecimiento; y muchos cristianos de a pie, por el miedo que causó la represión y, más difusamente por temor a la descalificación social, con la dificultad consiguiente de mantener su puesto de trabajo y su posición social.

Para evitar la pasión, se pasó a un cristianismo vivido en el ámbito

estanco de la religión

Todos ellos prefirieron retirarse a aguas más tranquilas, es decir, fuera de la apertura de la historia, fuente de tanta zozobra. Y así se fue pasando insensiblemente a otra opción: a la práctica del cristianismo vivido en el ámbito estanco de la religión, aunque sin haber renegado formalmente de esa dirección conciliar en su versión latinoamericana.

Esta nueva opción coincidió con el cambio de época y fue propiciado por ella: con la llegada del occidente globalizado y con el triunfo en él del neoliberalismo, que ha adquirido rasgos realmente totalitarios, al absolutizar el mercado bajo la égida de la libertad absoluta del capital y en él de los grandes inversionistas, al que se sacrifican hasta las vidas de las mayorías. Para que este carácter fetichista no aparezca en toda su irracionalidad e impiedad, los massmedia y los políticos del establecimiento (¿y quiénes no lo son?) echaron

4 Limón Jiménez, Sufrimiento, muerte, cruz y martirio. En Mysterium Liberationis, II, Trotta, Madrid, 1990, 477-495.

5 La expresión es de Jon Sobrino que la utiliza profusamente. Para su sistematización: Los mártires jesuánicos en el tercer mundo. En RLT 48 (1999) 237-255. Todo el número está dedicado al martirio en América Latina

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un manto de opacidad sobre la figura histórica, pretendiendo que su complejidad la vuelve indiscernible y su contundencia y la excelencia de sus logros científico-técnicos aconseja que se viva bajo sus reglas de juego, optimizándolas para provecho propio, pero sin cuestionarlas, sino, por el contrario, ateniéndose a ellas.

Es claro que en esta constelación cristiana vigente nada tiene que hacer el método de los signos de los tiempos para discernir las posiciones vitales y las líneas de acción

En esta situación aceptada e internalizada, la práctica del catolicismo adquiere mayoritariamente una función consolatoria o compensatoria de la deshumanización que causa plegarse a la dirección dominante de esta época. La salvación se mira como algo ahistórico y casi acosmístico: sería nuevamente la salvación del alma. Dios es el Totalmente Otro que, puesto que nada tiene que ver con este mundo, tampoco propone una alternativa a la situación dominante sino que se cumplan sus dictados para participar de su mundo. Jesús no tendría rostro: sería el mismo Cristo del preconcilio, un Dios vestido de cuerpo humano para hacérsenos visible y poder sufrir como víctima por nuestros pecados, o, en su versión postmoderna, el Amigo, siempre a nuestra disposición; pero, en ambos casos, no ya Jesús de Nazaret con su proyecto del Reino de Dios. La Iglesia sería nuevamente el espacio sacral con sus ministros sagrados, al que nos acogemos.

Actualmente se ha regresado al preconcilio, pero no ya como reacción al azaroso postconcilio, que ha quedado sepultado en el pasado, sino en pacífica posesión, como lo evidente, como lo que es. Hasta ese punto ha llegado la amnesia, la supresión, que dicen los sicoanalistas. Por eso se puede seguir proclamando solemnemente todo lo anterior, como se hace usualmente en los documentos oficiales, incluido Aparecida; pero en el entendido de que es sólo una declaración de principios, pero sin ninguna repercusión en la práctica, incluso en la práctica teórica, es decir, en la doctrina que se enseña cotidianamente en sermones y alocuciones o cuando se quiere dar razón de lo que se hace, que, de hecho, es la misma doctrina del preconcilio.

Es claro que en esta constelación cristiana vigente nada tiene que hacer el método de los signos de los tiempos para discernir las posiciones vitales y las líneas de acción. En realidad, en ella no hay nada que discernir.

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Sólo, profesar los artículos de la fe, practicar los mandamientos, que están muy claros, y participar devotamente de los ritos y ceremonias, sobre todo, esto último: adoración al Santísimo, horas santas, retiros, rezo del santo rosario… Lo devocional es, sin duda, lo más importante porque se siente que a través de esas prácticas se mantiene, en alguna medida al menos, la llamita humeante de humanidad que el sometimiento al sistema tiende a sofocar.

Como se ve, el tema que nos ocupa sólo sigue teniendo sentido, incluso sigue siendo perentorio, si nos mantenemos, no sólo ideológica sino vitalmente, en la recepción latinoamericana del Vaticano II, cuyas líneas maestras, tan evangélicas y humanizadoras, hemos caracterizado brevemente, pero cuyo costo hemos evidenciado con claridad.

La retirada del mundo moderno, que propició la restauración de la cristiandad ¿no fue un discernimiento de los signos de los tiempos?

Se nos podía argüir que la decisión de salvarse del mundo, que tomó el proyecto pastoral de la restauración de la cristiandad, también fue un discernimiento de los signos de los tiempos: como el mundo moderno se había rebelado en contra de Dios, al independizarse orgullosamente de la institución eclesiástica y al prescindir en la ciencia de la hipótesis Dios, no había salvación en este mundo y había que buscarla en la Iglesia, separada de él.

La respuesta sería que en esa decisión hay una reacción adialéctica ante males reales6 y, no menos, ante la pérdida de privilegios antievangélicos7; pero no, un discernimiento espiritual, en el sentido preciso de en el Espíritu

6 Pío IX en su encíclica Quanta cura, que acompañaba al Syllabus, pregunta, después de condenar a quienes «dejando totalmente a un lado los certísimos principios de la sana razón, se atreven a proclamar ‘que la voluntad del pueblo manifestada por la opinión pública, que dicen, o por de otro modo, constituye la suprema ley independiente de todo derecho divino y humano; y que en el orden público los hechos consumados, por la sola consideración de haber sido consumados, tienen fuerza de derecho’. Mas, ¿quién no ve y siente claramente que la sociedad humana, libre de los vínculos de la religión y de la verdadera justicia, no puede proponerse otro objeto que adquirir y acumular riquezas, ni seguir en sus acciones otra ley que el indómito apetito de servir a sus propios placeres y comodidades?»

7 Por eso añadía, para apuntalar sus privilegios, que creía prerrogativa divina: Y no dejéis tampoco de enseñar «que la regia potestad no se ha conferido sólo para el gobierno del mundo, sino principalmente para defensa de la Iglesia» (San León, Epístola 156 al 125)

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del Señor Jesús. Por eso la Iglesia del Vaticano II, que lo practicó, proclamó, con las resistencias explicables de los que seguían atenidos al horizonte de la restauración, la autonomía de las realidades terrenas respecto de la institución eclesiástica y la autonomía de la ciencia, siempre que se atenga a su estatuto de entender lo que ya existe y no de explicar su existencia; así como protestó que no quería ningún privilegio sino sólo el espacio, exigible en una sociedad democrática, para evangelizar a través de relaciones libres y horizontales.

Pero lo decisivo no consiste en estos malentendidos; la falta radical de discernimiento está en la decisión de dar por perdido al mundo moderno. Hay que decir que esta decisión no es consecuencia de esos juicios peyorativos. Se podían haber mantenido, sin decidir salvarse del mundo8.

Dios envió a su Hijo al mundo para salvar al mundo, no para juzgarlo, es decir, para condenarlo. Jesús no condenó ni a los que lo condenaron y crucificaron; por el contrario, murió pidiendo perdón a Dios por ellos. Desde que la Palabra se hizo carne, humanidad, historia, no cabe salvación fuera de ellas. Luego la salvación no se da en un recinto sacro sino en lo tenido por la religión como profano, que para el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo no lo es.

Con esto estamos asentando la necesidad, en todo caso, del discernimiento histórico, si queremos ser fieles en esta historia al designio de Dios. De hecho, aun en el caso de negarse a discernir por creer que ya todo está claro, se está haciendo un discernimiento, aunque, obviamente, no espiritual, en el sentido cristiano. Porque no hay peor discernimiento que negarse a discernir.

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La aceptación del mundo moderno, tal como está

configurado, es tan carente de discernimiento como el rechazo de la restauración

Ahora bien, hacerse mundo no significa tampoco mundanizarse, en el sentido del cristianismo moderno, que consagra al mundo a cambio de formar parte de él, sin pedir conversión a la buena nueva que trae Jesús. Es una ingenuidad culpable pensar que en estas estructuras, tan absolutamente asimétricas que configuran lo que Medellín llamó violencia institucionalizada y, por ende, situación de pecado, puedan vivirse los valores cristianos. Esa aceptación del mundo moderno, tal como está configurado, es tan carente de discernimiento como la de la restauración. Y en esa posición están no pocos cristianos modernos y las instituciones que ellos regentan. Serían la versión religiosa del orden establecido.

Tampoco en ese horizonte, al que serían proclives las universidades católicas, tiene ningún sentido el método de discernimiento de los signos de los tiempos para hallar la voluntad de Dios sobre nuestras vidas como personas y como colectivos personalizados. Veámoslo. Lo típico de este proyecto histórico y pastoral consiste en permear al mundo con los valores evangélicos. Como los valores valen y no son, es obvio que ellos son compatibles con cualquier estructura. Por ejemplo, un banquero o un gran financista o un dirigente de una gran corporación pueden apreciar sinceramente el valor de la generosidad o el de la solidaridad, estima que puede llegar a expresarse en que favorezcan a algunas instituciones de la Iglesia, sobre todo, dedicadas a los pobres, sin que eso repercuta lo más mínimo en su desempeño profesional, que es lo decisivo, cristianamente hablando.

Para estas personas cristianas y para los miembros de la institución eclesiástica que los acompañan es muy funcional el discurso de los valores, mientras que sería muy embarazoso el discernimiento de los signos de los tiempos como método para hallar la voluntad de Dios para sus vidas, no sólo sus vidas privadas sino, más aún, su desempeño profesional, social y político. Por eso también la llamada responsabilidad social de la empresa ordinariamente no pasa de propaganda institucional que, bien publicitada,

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puede traer buenos rendimientos en cuanto que contribuye a volver respetable la marca9.

La absolutización en la práctica, bien de la institución eclesiástica, bien de lo establecido entraña la relativización de las personas

Con dos estilos completamente distintos, ambas versiones cristianas, la del cristianismo de la restauración de la cristiandad y la de la nueva cristiandad moderna, coincidirían en la sacralización, bien sea de la institución eclesiástica10 y, en el fondo, también de la cristiandad, es decir, de la situación en que vivía el mundo occidental antes de la emancipación de la Ilustración, bien del mundo moderno.

Esa sacralización implica la desacralización de los seres humanos, que valen, bien en cuanto pertenecen a la Iglesia, bien en cuanto se definen por los bienes civilizatorios y culturales del occidente globalizado. En el primer caso, la historia es ajena a la Iglesia e irrelevante para la salvación. En el segundo, no hay historia porque se absolutiza la dirección dominante de esta figura histórica y sólo queda ya un presente, con sus coordenadas y sus reglas de juego, que se agranda indefinidamente.

La afirmación de que el orden establecido relativiza a las personas puede hacer ruido porque uno de los elementos más apreciados entre los bienes culturales de esta figura histórica es el de los derechos humanos y, más en general, el de la dignidad humana. Esto es así, sin duda, pero el problema es que de hecho la dirección dominante no otorga el estatuto de humano sino a los que viven en el establecimiento. Así se explica que atrocidades que no se toleran en su seno se toleren, e incluso se practiquen por ellos mismos, fuera de él, con gente que no pertenece a él11.

9 Una exposición responsable de este concepto tan emblemático, que tiene además el mérito de lo expuso el director de un banco en un gran hotel ante casi mil empresarios: Purroy, Ética y responsabilidad social en las empresas. SIC, 681 (Enero-Febrero 2006) 32-35

10 Una manifestación paradigmática de esta absolutización es la propuesta XXIV del Syllabus, que declara anatema la siguiente proposición: «La Iglesia no tiene la potestad de emplear la fuerza, ni potestad ninguna temporal directa ni indirecta»

11 triGo, Afirmarse como seres humanos y afirmar a todos los seres humanos, vocación y misión de todos los seres humanos. ITER Humanitas 17 (2012) 105-146 .

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Pero ni esto vale: en épocas de crisis como la actual, a la maximización de las tasas de ganancia de los grandes financistas son sacrificadas las mayorías populares del propio establecimiento. Estamos en un sistema fetichista y a sus fautores no les tiembla el pulso a la hora de excluir de derechos adquiridos e incluso de posibilidades de empleo a los que sean indispensables para llevarse ellos la mayoría de los beneficios en un sistema cada vez con menos elasticidad.

Por otra parte, la mayoría de esa mayoría está tan poseída por el miedo a que todo se derrumbe, inculcado sistemáticamente por los de arriba e internalizado por ellas, que está dispuesta a tragase todo, sin pasar más allá de las protestas rituales cuando la situación se torna desesperada, que, cuando se pasa del rito, son reprimidas sin consideración. Así se explica el contrasentido de que todo esto, tan brutal e inhumano, se lleve a cabo en democracia: en realidad el demos no tiene ningún poder ni, lo que es decisivo, esperanza de llegar a tenerlo. Esta desesperanza, esta minusvalía de fondo de las grandes mayorías, no sólo populares sino de la clase media ¿expresa la aceptación de su condición histórica? Una situación así ¿tiene que ver algo con la historia?

Es, pues, claro que la absolutización del establecimiento, que en los tiempos de crisis se hace valer con contundencia, incluso con brutalidad, relativiza a los seres humanos y congela la historia en su configuración actual.

En estas condiciones no cabe un discernimiento de los signos de los tiempos. Hay auténtica alergia a que se hable de él porque induce una inseguridad de fondo, porque se ve muy riesgoso, un peligro del que hay que precaverse. Por eso es pertinente la pregunta de si queremos tratar realmente de este asunto o si es el tema que toca dentro del programa que hay que desarrollar, pero fuera de la realidad, únicamente en el claustro académico.

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SÓLO DESDE LA ABSOLUTIZACIÓN DE LAS PERSONAS, QUE ENTRAÑA LA

RELATIVIZACIÓN DE TODO LO DEMÁS, TIENE SENTIDO EL DISCERNIMIENTO DE LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS. ÉSTA ES LA PROPUESTA DE JESÚS

Y sin embargo, es claro que para Jesús y para el Dios que él revela, lo único absoluto son las personas, tanto las divinas como las humanas. Todo lo demás está al servicio de ellas. Sólo entonces, cuando ninguna creación histórica es intocable, tiene sentido la propuesta de Jesús de discernir los signos de los tiempos12.

Esta propuesta de Jesús tiene dos presupuestos: que la realidad es histórica y que lo propio de Dios es abrir incesantemente la historia, que tiende a cerrarse por la acción instintiva de los que comandan el establecimiento. Comencemos por esto último.

Dios abre la historia al relacionarse personalizadoramente con los seres humanos

Dios tiende a abrir el establecimiento porque lo propio suyo es entablar relaciones personalizadoras con las personas y eso no es posible cuando se naturaliza o sacraliza el establecimiento, ya que entonces las personas vienen definidas por su posición en él y, más en general, por su referencia a él como miembros suyos.

Esto es para nosotros lo más decisivo del tema que nos ocupa, porque esta relación de Dios con los seres humanos, y, por tanto, este Dios que se relaciona así porque es así, es el que posibilita y garantiza lo histórico de la historia. Este Dios de los seres humanos desabsolutiza las instituciones y posibilita la historia. Pero, como, de hecho, las religiones han convalidado y sacralizado órdenes sociales, esto implica que tenemos que reponer el tema de la idolatría, incluso, y en primer lugar, dentro del cristianismo13.

Dios abre la historia al relacionarse personalizadoramente con los seres humanos

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Comencemos estableciendo que el Dios de los cristianos es el Dios de los seres humanos. En el primer capítulo del Génesis se asienta que Dios no creó a los primeros seres humanos según su especie, como a los demás animales, sino a su imagen y semejanza, que significa, más que la imagen física o semejanzas específicas como el entendimiento y la voluntad libre, que los creó para relacionarse con ellos. Dicho gráficamente, en los términos del capítulo segundo, Dios moldea al ser humano con sus manos y lo alienta con su aliento, es decir, que su creación es fruto de una relación personalizada. El sentido gratuito de esta relación aparece en el mismo relato en la constatación de que Yahvéh bajaba a pasear con ellos al frescor de la tarde.

Esa primacía de la relación reluce más en la narración del pecado: los seres humanos se esconden y Dios les pregunta dónde están y qué han hecho y no los condena, aunque, como adultos que son, les hace ver las consecuencias de su acción para ellos mismos y para su relación con las demás creaturas, para que se responsabilicen de ellas.

Tampoco el primer pecado histórico cambia esta pauta de relación: ante todo, Yahvéh hace ver al futuro asesino que puede contener y superar sus malas inclinaciones y mudar de actitud y conducta, y luego, consumado el crimen, le sigue preguntando, le hace ver las consecuencias de lo que ha hecho para que cargue con ellas responsablemente y, lo que es lo más decisivo, lo declara tabú, para que se detenga la violencia y no se vuelva sobre él.

De igual modo cuando después del diluvio hace alianza con toda la vida, constituye a los seres humanos custodios de esa alianza y, por tanto, cuidadores de esa vida y proclama la sacralidad de cada uno de los seres humanos, que, por eso, son inviolables.

Por eso no acepta tampoco el paradigma de Babel en el que la mayoría son reducidos a la condición de hormigas, en una homogeneidad castrante, para la gloria de unos pocos, que, porque no aceptan a los demás como iguales a ellos, aunque diferentes, no conocen tampoco la relación personalizadora con Dios y pretenden, por el contrario, elevarse a su condición, es decir, a lo que ellos piensan que es Dios, llevando al infinito sus aspiraciones insolidarias de grandeza.

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Por eso, pasando de estos relatos etiológicos a la realidad histórica, Dios se revela eligiendo a uno de esos hombres de la tierra para entablar con él una relación ejemplar que, a la par que revela su verdadero rostro14, revela también la verdadera humanidad que sale de este trato. Por eso, a través de él acabará comprendiendo Abraham que Dios no era el dador de los dones que hacen feliz al ser humano sino que lo único que en definitiva lo colma es su relación con él: recibir su relación gratuita, vivir de cara a él en su presencia y corresponderle.

Y más tarde se revelará escogiendo a un puñado de esclavos de un imperio divinizado, especializado en construcciones descomunales (como lo fue la torre de Babel) que eran simulacros de eternidad para los que se tenían como hijos de dioses. La relación de Yahvéh con ellos y su relación con él como respuesta les da consistencia para conseguir su liberación y, lo que es más difícil, para crear condiciones de vida donde no llega ya el poder del opresor, pero donde no hay tampoco condiciones para vivir y hay que ir creándolas en la marcha. La fe es lo que les permite no volver a la seguridad que da la opresión y preferir esa aventura de las relaciones libres en confianza mutua.

Cuando se establezcan y sucumban a la tentación de canjear esa relación directa y viva por protocolos compatibles con la opresión de los ricos y del rey sobre la gente popular a la que empobrecen con sus exacciones, Dios enviará a los profetas como su palabra viva, insobornable y situada, para que vuelvan a esa relación personalizadora.

Esta relación personalizadora se consuma como incondicional y eterna en su Hijo Jesús

Jesús, su Hijo único y eterno, será por fin la encarnación de esa relación definitiva, por lo que a él toca: en la fraternidad de Jesús, él, su Padre eterno, se nos entrega como Padre nuestro con entrañas de madre. Después de confesar en el Jordán los pecados de todos en primera persona de plural, porque nos lleva en su corazón, al salir del río ve que el cielo se abre, es decir, que su Padre acepta su confesión y nos perdona para siempre incondicionalmente. Él en Jesús nos ha dicho ya que sí.

14 Revela que no tiene rostro y que por eso no se lo puede cosificar ni dominar, pero que se entrega en su Palabra y su Espíritu como nuestro tú.

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Jesús, su Hijo, a través de su relación horizontal y mutua, lo fue haciendo presente como Dios de vida y de humanidad. Por eso, como respuesta a sus acciones, la gente no le da las gracias a él sino que le da gloria a Dios. Jesús, pura transitividad, es por eso pura trasparencia del Padre.

La incondicionalidad de esta aceptación se sella definitivamente en la cruz cuando Jesús, condenado, muere pidiendo perdón por sus asesinos y llevándonos a todos en su corazón. Al resucitarlo, el Padre nos acoge a todos con él, porque él muere como nuestro primogénito. Ya para siempre Dios se relaciona con nosotros como nuestro Padre y espera que nos relacionemos con él como hijos. El envío de su Espíritu a cada ser humano sella esta relación, ya que el Espíritu nos habilita para que le correspondamos como hijos en su Hijo Jesús.

La conclusión lógica que saca Pablo es que ya todo es nuestro, todas las instituciones y todos los ministerios, y nosotros somos de Cristo y Cristo de Dios15. Es la consagración de la primacía absoluta de las personas sobre las estructuras y los cargos, que sólo se justifican en cuanto sirven para potenciarlas, en cuanto están efectivamente a su servicio. Pero, a su vez, las personas no están para sí mismas sino para vivir como hermanas en Cristo y como hijas de Dios. Desde esta primacía de las personas y desde esta constitución personal concreta tiene sentido y es imprescindible discernir lo que conduce en cada coyuntura a la realización de ese mundo fraterno de las hijas e hijos de Dios.

Podemos sintetizar esta propuesta jesuánica asentando que lo absoluto es el reinado de Dios como camino al Reino y que todo lo demás es relativo y que, por tanto, se debe asumir tanto cuando conduce a lo absoluto. Es lo que vamos a explanar

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LA PROPUESTA JESUÁNICA DEL REINADO COMO

CAMINO AL REINO DE DIOS ES EL HORIZONTE DEL DISCERNIMIENTO DE LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS

Reinado y reino

Basieia tou theou, que es la expresión evangélica, es una expresión que denota una acción continua, antes que un sustantivo. Por eso, aunque usualmente se ha traducido como reino de Dios, la mayoría de las veces debería traducirse como reinado. Reinado, pues, entendido de la manera más genérica, es la acción de Dios de reinar; es el ejercicio efectivo de su soberanía sobre la creación y, más en concreto, sobre la humanidad; es su soberanía en acto. En una fórmula judía clásica, es la realización cabal de la expresión que condensa la alianza: yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo. Para nosotros los cristianos es la aceptación de la relación absoluta de Dios que se autoentrega en Jesús.

El reinado es, pues, relación, relación mutua, una relación tan íntima y totalizadora que llega a caracterizar a las personas y, hasta cierto punto, a definirlas. Dicho en la fórmula de la alianza, Dios está tan volcado a su pueblo, tan impregnado de él, que llega a ser así el Dios de su pueblo, y el pueblo está tan dirigido a Dios, descansa tanto en él, está tan entregado a su voluntad y en él encuentra de tal modo su alegría y plenitud, que puede ser llamado con toda justicia el pueblo de Dios. Desde la experiencia cristiana, al advenir el reinado en su Hijo único Jesús, Dios, el Señor, se ha convertido para nosotros en Papá Dios, y nosotros, en verdaderos hijos suyos, y, por tanto, en Cristo, llegamos también a ser verdaderos hermanos.

Así pues, lo primero es la iniciativa de Dios que se nos entrega, como Padre con entrañas de madre, al entregársenos su Hijo Jesús como Hermano. Lo segundo es nuestra aceptación de esa entrega, que se realiza al decirle que sí a Jesús, al hacer caso de lo que dice, al seguirlo, y, en el caso de los que hemos vivido después de su exaltación a la derecha del Padre, al vivir conforme a su Espíritu, que es a la vez de hijos de Dios y de hermanos de todos los seres humanos, desde el privilegio de los pobres.

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Reino es el resultado de esa relación, con la transformación que Dios obra. Es decir, que no llamamos Reino al estado de cosas que se origina cuando un grupo, una sociedad, o, incluso, la humanidad acepta la soberanía de Dios, ya que las acciones de los seres humanos siempre son ambiguas. Pueden ser más buenas que malas e incluso mucho más buenas que malas, pero nunca enteramente buenas. Es Dios mismo el que ha de transformarnos para que él sea todo en todo.

El equívoco de la cristiandad, su falta de discernimiento, consiste precisamente en ignorar que, aun en el supuesto negado de que en una sociedad todos o, por lo menos, todos los responsables y una masa crítica de los ciudadanos, se empeñaran siempre en vivir como Dios manda, según se nos ha revelado en Jesús, el resultado no sería una sociedad buena sino tan sólo (y esto es muchísimo) una sociedad más buena que mala. La consecuencia de equiparar Reino de Dios y cristiandad es la falta de libertad, ya que los críticos serían considerados como personas de mala voluntad.

En nosotros está, pues, con ayuda del Espíritu, aceptar la soberanía de Dios, vivir como hijos en el Hijo. Pero no lo está entrar al Reino o producirlo o apresurarlo. El Reino es la nueva creación, la recreación definitiva. Si la primera creación es obra exclusiva del amor de Dios, mucho más lo es esta recreación definitiva, que consiste en ser trasformados para participar, en el Hijo Jesús, en la comunidad divina.

Así pues, el Reino sigue siendo una magnitud interpersonal, una relación. Pero no se restringe a ella. Denota, sobre todo, directamente a la realidad que se sigue de esta toma de posesión que hace Dios de su pueblo y en él de la creación. Es la consumación de lo que decían los seres que rodeaban el trono del Señor en la visión de Isaías: «toda la tierra está llena de su gloria»16. Para Pablo esta consumación tendrá lugar cuando el Hijo, después de haber sometido a sí todas las cosas, cuando someta al último enemigo que es la muerte, se someta también al Padre «para que sea Dios todo en todas las cosas»17.

La relación entre ambas coordenadas consiste en que el reinado es el único camino hacia el Reino.

16 Is 6, 3.

17 1 Cor 15, 28.

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Presente y futuro

El reinado es ya presente en las palabras y acciones de Jesús, en su presencia, y en los que aceptaron su propuesta, y, más en general, en los que a lo largo de la historia le dicen sí a Dios con el Espíritu de Jesús. En este sentido puede decir el cuarto evangelio que el que cree en Jesús ha pasado de la muerte a la vida, tiene la vida eterna, ya que ésta consiste en la relación de Dios con nosotros como Padre materno y en nuestra correspondencia como verdaderos hijos. Ésta es la vida que nos da el Hijo, que, al hacerse nuestro Hermano, nos introduce en la misma relación que él mantiene con el Padre como respuesta a la relación que el Padre mantiene con él.

Pero el Reino como tal es futuro, porque no se han dado todavía los bienes del Reino: la vida fraterna de las hijas e hijos de Dios.

Si la mayoría no puede dar por supuesta la vida porque no tiene salud ni medios para restablecerla, ni garantía de una dieta básica para vivir sanamente, ni una vivienda higiénica, segura y mínimamente espaciosa, ni un trabajo productivo, fuente de realización humana y de recursos básicos, ni una participación realmente democrática en la vida social y política ¿cómo puede decirse que se vive la fraternidad de los hijos de Dios?

Porque la minoría posee todo eso en abundancia, más aún, porque las fuerzas productivas están tan desarrolladas que actualmente se produce lo suficiente para que nadie carezca de lo básico. Si unos poseen y no comparten, si en una época de mundialización las mercancías tienen derecho a llegar a todos los rincones del planeta e imponer sus condiciones, pero los seres humanos no pueden moverse con libertad ni tienen poder político para decidir conjuntamente ¿cómo podemos decir que vivimos la fraternidad de los hijos de Dios? Si los que nadan en la abundancia viven en poder del bienestar que los anestesia, los insensibiliza, los incapacita para reaccionar como seres humanos ¿cómo podemos decir que vivimos la fraternidad de los hijos de Dios? Si muchos no reconocen a Dios y menos como Padre materno y no lo adoran y no viven descansando en su amor y entregados a vivirlo ¿cómo podemos decir que vivimos la fraternidad de los hijos de Dios?

Así pues, es cierto que el reinado está presente en los que se esfuerzan por vivir con la dignidad de hijos y la solicitud de hermanos. Más o menos son

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muchos los que caminan humilde y honradamente en esta dirección18. Por eso este mundo, a pesar de todo, es vivible y hasta a veces hermoso y tiene momentos de verdadera felicidad. Pero la dirección dominante de esta figura histórica no está configurada por esos valores. Por eso es verdad que vivimos en una situación de pecado, que no sólo causa inmensos sufrimientos sino que está llevando al humanicidio de los pobres y al suicidio colectivo.

Quien vive maldiciendo por lo malo que está el mundo, no tiene el Espíritu de Dios, se cierra al discernimiento, porque no tiene ojos para ver su acción, para alegrarse de ella y para secundarla.

Desconoce su reinado

Ahora bien, el Reino sí es presente para Jesús, que ya ha vencido de la muerte y ha sido transformado para vivir humanamente la vida misma de Dios en el seno de la comunidad divina. También lo es para los que han muerto en Cristo. Pero este reino, presente ya para ellos, todavía no ha llegado a su consumación.

El que el reinado de Dios esté ya presente en alguna medida impide que demonicemos la situación, a pesar de lo perversas que puedan ser las reglas de juego y las instituciones, y exige que veamos, que agucemos la vista, que discernamos, para ver todo lo que hay de filiación y fraternidad y, más todavía, a tantas mujeres y varones que se esfuerzan en vivir como verdaderas hijas e hijos de Dios y verdaderas hermanas y hermanos. Si sólo vemos el mal, es que estamos atrapados por el fetiche, es que vivimos hipnotizados por él, maldiciéndolo siempre, pero sin poder despegar de él nuestra vista. Quien vive maldiciendo por lo malo que está el mundo, no tiene el Espíritu de Dios, se cierra al discernimiento, porque no tiene ojos para ver su acción, para alegrarse de ella y para secundarla. Desconoce su reinado. De ahí, la necesidad impostergable del discernimiento de los signos de los tiempos.

Sí, pero todavía no y no, aunque

Desde lo que llevamos dicho, respecto del reinado, podemos hablar de un sí en los que lo han aceptado y viven la fraternidad cristiana de las

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hijas e hijos de Dios; pero todavía no, tanto porque éstos no lo han aceptado completamente, como porque pueden desdecirse, como, sobre todo, porque muchos no lo han aceptado todavía.

Pero respecto del Reino habría que hablar de no, porque, como lo explanamos arriba, no se dan los bienes salvíficos; aunque sí se dan acontecimientos del Espíritu, tanto a nivel personal e interpersonal, como grupal y comunitario e incluso multitudinario pero personalizado, que constituyen verdaderos sacramentos del Reino, que llegan a alcanzar una gran trasparencia y densidad, de manera que son vividos como pedacitos de cielo, con la alegría trascendente del Espíritu Santo; pero que no pueden llegar a institucionalizarse en su trascendencia sino que duran lo que duran y no se pueden alargar sin que se degraden.

Esto significa que tenemos que hacer lo posible por actuar ese sí, es decir, por responder a esa soberanía de Dios, aunque sea dentro de nuestra labilidad. A ello debemos de destinar la mayor parte de nuestras energías. Pero no podemos vivir instalados en esta sociedad ni en estas reglas de juego, porque en ellas no cabe la filiación ni la fraternidad. Debemos vivir positivamente, pero en una vida alternativa. No nos referimos, ante todo, a la alternativa política sino a una vida alternativa a la mentalidad y las reglas de juegos dominantes, cuyo sujeto son las grandes corporaciones, los que las usufructúan y los que se dejan definir por ellas.

Historia escatológica y escatología transhistórica

La historia es escatológica porque en ella se da definitividad, de modo que quien en ella no viva la vida eterna (la filiación y fraternidad alcanzadas por Jesús), nunca la vivirá. La historia no es meramente un tiempo de destierro de la patria celestial, o de prueba para entrar en ella, si la pasamos, o de hacer méritos con que ganar la recompensa del cielo. La historia no es tampoco un fluir sin dejar rastro, ya que en ella se siembra lo que luego se cosechará. Si en la historia se siembra la eternidad, es que ya en ella se incuba lo definitivo. La historia está, pues, preñada de eternidad. En ella se juego todo. Por eso, la historia debe ser vivida con responsabilidad. Y para ejercerla es imprescindible el discernimiento.

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Pero esperamos una escatología transhistórica porque en la historia no cabe la plenitud del Reino. En la historia podemos vivir como hijas e hijos de Dios; podemos, pues, vivir de él, que en eso consiste ser hijos: en vivir de la vida del Padre. Podemos vivir de su amor o, desde nuestro punto de vista, podemos vivir de fe. Así vivió Jesús, que fue el pionero y consumador de la fe.

Pero Jesús, que vivía de su Padre, también vivía del aire y de los alimentos. Al recrearlo el Padre en lo que llamamos resurrección, lo trasforma de manera que viva únicamente de su amor y del amor de los elegidos y también correspondiendo a ese amor. ¿Cómo es un cuerpo que vive únicamente de amor? No lo sabemos ni lo podemos imaginar. Esa posibilidad está sólo en las manos de Dios. Pero no la podemos imaginar porque no cabe en nuestra historia, en nuestra creación. Por eso decimos que la escatología es transhistórica. El Reino en toda su plenitud no cabe en la historia.

Si en la historia se actúa la vida definitiva, no podemos dejar que se nos pase el tiempo sin asumirlo para actuar como hijos del Dios de Jesús y como hermanos en él. No podemos tampoco vivir en unos ambientes o en unas coyunturas como hijos y hermanos y en otras como individualistas insolidarios. Tenemos que ser conscientes de lo que nos estamos jugando. Por eso tenemos que liberar la mente y la misma libertad para pensar y obrar en todo momento como hijos y hermanos.

Hoy muchos de nuestros contemporáneos alegan que esa tensión los estresa y que por eso es una pretensión inhumana. Basta, dicen, con responder a cada momento con sentido de oportunidad. La respuesta cristiana a esta actitud es que nuestra responsabilidad no es mero ejercicio de voluntad puesto que está sostenida por el amor constante del Padre con entrañas de madre, por la atracción del Señor Jesús hacia su humanidad y por el impulso de su Espíritu, que nos posibilitan esa vida de hijos y hermanos y que nos la hacen atractiva, deseable, gustosa, aun en medio de dificultades y precisamente en medio de ellas.

Por eso para nosotros no está dada la posibilidad de la reencarnación. Después de esta vida, el Dios que resucitó a Jesús nos promete resucitar con él.

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Desde esta correlación entre historia escatológica y escatología trashistórica, queda superada la contraposición entre sagrado y profano, propia de las religiones, ya que la relación con Dios y su designio no se restringen a un ámbito de la realidad, estanco del resto, sino que permean todo. Todo es profano, en cuanto que nada es epifanía de Dios, y así la creación está desencantada, no es divina. Sin embargo, todo es sagrado en cuanto obra de Dios y llamado a entrar en la relación definitiva con él. Sobre todo, es sagrado el ser humano, tanto por estar creado a imagen de Dios como por ser creado para llegar a constituirse en hijo en su Hijo. Por eso es imprescindible discernir.

Igualmente queda superada la división entre natural y sobrenatural, no sólo porque la gracia opera sobre la naturaleza, como reconocía la teología tradicional, sino porque todo forma parte de un mismo designio, ya que hemos sido creados en Cristo y para él.

La distinción expresaba que el destino definitivo que Dios tiene para nosotros no es algo debido a nuestra naturaleza sino pura gracia suya, absolutamente inmerecida e imposible de merecer. Por supuesto que este apunte hay que mantenerlo. Pero se mantiene mejor al precisar que la historia no es meramente la historia de los seres humanos sino, como hemos venido asentando, la historia entre Dios y los seres humanos y que en esta historia compartida es Dios el que tiene la iniciativa. Y ésa es la razón de que en la historia anide ya la definitividad. Pero el destino que Dios nos tiene preparado en su Hijo Jesús no cabe en la historia. Por eso ella desemboca en la trashistoria, en lo que de la manera más plena llamamos el Reino de Dios.

Los cristianos sostenemos que la vida humana transcurre entre estas coordenadas. Ellas hacen posible el discernimiento histórico porque dan la materia a discernir, que es el estado en que se encuentran las relaciones filiales y fraternas, y el órgano que hace posible el discernimiento, que es el Espíritu de Jesús, derramado en la Pascua a todos los seres humanos; pero también lo vuelven indispensable porque el reinado se da en presencia del antirreino, que obra constantemente en contra de él, en el mismo medio. Es lo que vamos a explanar.

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VIVIR COMO HIJO DE DIOS EXIGE NO ENTREGARSE A NINGÚN PODER

Absolutizar a las personas y a las relaciones personalizadoras implica relativizar al poder

La práctica de las relaciones filiales y fraternas se realiza en un mundo que endiosa estructuras y cargos y que de esta manera reduce a las personas a meros miembros de esos conjuntos, que ellos no diseñan ni controlan; en definitiva, los reduce a meros súbditos, aunque no reciban ese nombre. Dicho en términos cristológicos, las relaciones propias del reinado de Dios se realizan frente al antirreino que no las reconoce y hace en contra de ellas para impedir que den de sí hasta dar la pauta del tiempo histórico. De ahí deriva la dramaticidad de la entrega a las relaciones personalizadoras, y así se explica la resistencia a entrar por ese camino.

Por eso cuando le preguntan a Jesús si es lícito pagar el tributo al César, él les pide que le presenten la moneda del tributo y les pregunta de quién es la efigie y la inscripción. Al responderle que es del César, él les hace ver que su pregunta no es real porque los que preguntan, al utilizar su moneda, ya lo han aceptado como señor y, por tanto, tienen como lícito darle tributo. Pero a continuación les añade lo que no le han preguntado: les recuerda que, si quieren mantenerse en la alianza del Dios liberador, tienen que preguntarse si cumplir con la obligación aceptada del tributo es componible con la fidelidad primordial a Yahvéh.

En esa escena «dar a Dios lo que es de Dios» no puede entenderse como que Dios es más que el César y que hay que satisfacer primero sus exigencias, que estarían en el mismo plano que las del César, aunque de rango superior, es decir, que las exigencias de Dios serían, como las del César, derivadas de la imposición del que tiene poder, en su caso el mayor poder posible, aunque sea justo.

Frente a esta concepción de Dios, hay que asentar que el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo no necesita ni quiere nada. Nosotros no le podemos dar nada a Dios. En ese sentido (que es el que con frecuencia ha manejado la institución eclesiástica) tenemos que asentar, por el contrario,

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nada hay que darle a Dios. Él es el que da. Nos da todo lo que tenemos y nos lo da, no como un trueque sino gratuitamente. Por eso, Dios, que no nos pide nada, es decir, cosas específicas, sólo pide todo: entrega amorosa y gratuita de nosotros mismos, en respuesta a la entrega suya. Pero aun esta entrega es posibilitada por él, por su Espíritu, aunque sea imprescindible nuestra libertad.

Pues bien, esta entrega personal a Dios se expresa en vivir como hijos suyos y como hermanos de todos desde el privilegio de los pobres. Ambas relaciones son correlativas. Ante todo hay que establecer que el que acepta ser hijo de Dios y quiere vivir como tal no puede tener dos señores: si sirve a Dios como hijo no puede servir al poder como súbdito ni al dinero como esclavo, entregado a él. Tiene que mantenerse libre y emplear esa libertad en el servicio horizontal a los demás, desde el privilegio de los pobres.

Por eso Jesús, que tiene una conciencia muy clara del modo como mandan en su tiempo los de arriba, tanto los gobernantes como los ricos, después de establecer que los que gobiernan lo hacen despóticamente y que los grandes oprimen, prescribe a los que quieren seguirlo: «ustedes nada de eso»19. Los que están arriba no pueden ser sus modelos; el ejemplo para ellos tiene que ser el Hijo del hombre, que no ha venido a que lo sirvan sino a servir y dar su vida por todos.

Absolutizar a las personas y a las relaciones personalizadoras implica relativizar al dinero

Igual que desacraliza el mando y, más aún, lo transforma en servicio, no sólo en espíritu de servicio sino en servicio horizontal, incluso en el servicio del sirviente, pero no obligado sino libremente asumido, también desacraliza al dinero. Por eso asienta que «no se puede servir a dos señores: no se puede servir a Dios y al dinero»20. Al contrario de la estimativa ambiental, expresa que «la vida no depende de los bienes»21 y que es necio, es decir, que anda completamente desorientado, «quien acumula para sí y no es rico para Dios»22. Y por eso asienta que el que vive como hijo de Dios, no se preocupa

19 Mc 10, 43.

20 Lc 16, 13.

21 Lc 12, 15.

22 Lc 12, 21.

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por la comida o el vestido porque confía en su Padre y sabe que no lo va a abandonar. Por eso puede dedicarse a buscar el reinado de Dios, es decir, el mundo fraterno de las hijas e hijos de Dios, confiando en que lo demás se le dará por añadidura.

Ésta es una propuesta absolutamente revulsiva, tanto para el cristiano de la restauración como para el cristiano moderno, ya que ambos prescinden de la propuesta jesuánica del reinado de Dios, que es una propuesta de transformación y de salvación histórica, porque ambos en definitiva han sacralizado el establecimiento, bien el eclesiástico, bien el societario.

Como la vida filial y fraterna es histórica y la historia no es trasparente, es imprescindible el discernimiento de los signos de los tiempos

Ahora bien, si se absolutizan las personas y se las entiende como hijas de Dios y hermanas de todos desde el privilegio de los pobres, se relativizan las estructuras e instituciones, pero no se las deja de lado como irrelevantes, porque se las entiende como creaciones históricas necesarias para hacer posible y fecunda la fraternidad de los hijos de Dios. Pero, por eso mismo, porque tienen que ser buenas conductoras de esta fraternidad, necesitan ser discernidas e incesantemente transformadas y, a veces, cambiadas por otras.

Esta primacía de las personas, unida a la condición de medio de las estructuras e instituciones es la que hizo necesario el método de discernimiento de los signos de los tiempos para ubicarse concretamente en el camino de salvación. Porque, si es verdad que fuera de la humanidad no hay salvación, no es verdad que la vida y la historia humanas sean, sin más, trasparencia de Dios y de su designio.

Si en la historia andan revueltos el trigo y la cizaña y si, según el Señor, no se puede arrancar la cizaña, es imprescindible hilar muy fino, no sólo para distinguirlos sino para proceder de tal manera que la cizaña pueda convertirse en trigo y que el trigo no se convierta en cizaña. Porque, como lo teorizó muy pormenorizadamente Ezequiel23, los seres humanos, mientras vivamos en este mundo, estamos siempre abiertos y los que practicaron el

23 Cfr. Ez cap. 18.

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bien, pueden llegar a practicar el mal y quienes se entregaron al mal, pueden llegar a abrazar el bien.

Del mismo modo, los grupos, instituciones y estructuras pueden en un momento dado ser más obstáculo que ayuda para practicar el bien y en otro pueden propiciar el bien más que amparar el mal.

Como nunca hay seres humanos buenos ni seres humanos malos, ni estructuras buenas o estructuras malas; como sólo hay seres humanos que obran más bien que mal o más mal que bien y estructuras e instituciones que más bien impiden que favorecen la práctica del bien o viceversa; como siempre se da apertura y fluidez, mayor o menor, y por eso no se puede sacralizar ni demonizar a ninguna persona o estructura, siempre y para todos, es imprescindible discernir.

En la puerta de una parroquia de Caracas hay dos inscripciones muy pertinentes para lo que estamos tratando de decir: «nadie es tan bueno que no necesite entrar» y «nadie es tan malo que no pueda entrar». El primero aún tiene mucho que avanzar e incluso que transformar, y el segundo no es un caso perdido: tiene remedio, puede cambiar.

Si las relaciones personalizadoras no tuvieran la primacía, alguien como miembro de un conjunto, podía arribar a un estadio en el que podía alegar con toda verdad que él cumplía todo, bien sean las normas sociales, bien lo que Dios ha dejado establecido, su voluntad objetivada. Así dijo Pablo de él: cuando andaba regido por la pauta de la ley, podía afirmar con toda verdad que era intachable. Sin embargo, ahora que va en seguimiento de Cristo, que un día le salió al paso, sabe que en estas relaciones personales nunca se llega a la meta. Además, como Jesús es el primogénito de la humanidad, sabe que el seguimiento de Jesús no es un asunto privado entre Jesús y él sino que incumbe a todo tipo de relaciones y pide que todas se cuadren con ella.

Por eso, para él las distinciones que pautaban las relaciones entre los distintos grupos humanos no podían seguir siendo ya fuente de desigualdades estructurales. Él se refiere a cuatro, que, con algunas matizaciones, siguen siendo fuente de discriminación: la distinción entre los del pueblo escogido y los demás no puede basarse ya en la exclusión de los paganos ni el privilegio de los del pueblo de Dios; tampoco la relación del varón y la

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mujer puede retener ya el privilegio que el varón tenía en su sociedad; ni la del civilizado y el bárbaro pueden seguir asentándose en el predominio del primero; ni se pueden absolutizar la condición de libre o esclavo, porque al esclavo lo liberó Cristo y el libre es esclavo de Cristo porque se entregó a él.

Como se ve, absolutizar a las personas, caracterizadas desde la relaciones constituyentes de Hijos de Dios en el Hijo único Jesús, y de hermanos de todos, incluidos expresamente los otros, los diferentes, desde el privilegio de los pobres, y, por tanto, desabsolutizar todo lo otro es lo que posibilita y hace imprescindible el discernimiento.

El

punto de partida para tratar de los discernimientos de Jesús es que, en verdad, tuvo que discernir su situación y lo que Dios le iba pidiendo en ella

LOS DISCERNIMIENTOS DE JESÚS, MATRIZ DE TODO DISCERNIMIENTO CRISTIANO

Explicitemos cómo practicó Jesús el discernimiento, desde la primacía de esas relaciones constituyentes, que no fueron propiamente discernimientos sino expresión primordial de su ser personal: Hijo de Dios y, por consiguiente, Hermano nuestro. El punto es determinante en el discernimiento de los signos de los tiempos porque ningún discernimiento que contradiga a esas dos relaciones constituyentes puede alegar derecho de ciudadanía en el cristianismo; más aún, todo discernimiento legítimo o ha de coincidir con él o ha de ser equivalente en nuestra situación.

El punto de partida para tratar de los discernimientos de Jesús es que, en verdad, tuvo que discernir su situación y lo que Dios le iba pidiendo en ella. No podemos entender la relación absoluta que desde siempre mantuvieron Jesús y su Padre como una interlocución constante. Él no le iba diciendo a Jesús en cada ocasión lo que tenía que hacer. Eso hubiera equivalido a no tener fe en él. Que el Padre lo había puesto todo en sus manos significa que el Padre tenía tanta fe en Jesús que lo había constituido como su presencia en medio de su pueblo (Dios-con-nosotros). Le correspondía, pues, a Jesús ingeniárselas para hacerlo realmente presente, para revelar su verdadero rostro, en vez de oscurecerlo trasparentando un rostro de Dios que no correspondiera al de su Padre.

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Pero también implica que Jesús no captaba intuitivamente lo que tenía que decir y hacer, implica que eso no le venía dado como automáticamente por su misma constitución. Como dice Pablo, en Jesús habitaba la plenitud de la divinidad corporalmente; es decir, Jesús era Hijo de Dios humanamente. Por eso dice por dos veces el evangelio de la infancia de Lucas que Jesús crecía en conocimiento y gracia, no sólo ante los seres humanos sino ante su mismo Padre. También para Jesús, como para los demás seres humanos, el modo humano de ser es ser siendo.

En Jesús habitaba la plenitud de la divinidad corporalmente; es decir, Jesús era Hijo de Dios humanamente

Hemos creído imprescindible asentarlo porque, así como muchos intelectuales cristianos son proclives al arrianismo (Jesús es un ser humano asumido por Dios), el pueblo cristiano y la institución eclesiástica tienden al apolinarismo (Jesús sería Dios revestido de un cuerpo para hacérsenos presente y poder sufrir por nosotros) y esa tendencia rebrota hoy con mucha fuerza, al perderse de vista el concilio Vaticano II. Asentar que Jesús tuvo que discernir es un modo muy elocuente de afirmar que su misterio se da en su plena condición humana.

Su mundo de vida como sustrato de su misión

Su primer discernimiento, implícito en el evangelio, pero omnipresente y actuante y, por eso, condición de posibilidad para entender el resto, es que Jesús discernió que su situación vital no fue algo incidental y, por eso, carente de significación en el designio de su Padre, sino la situación, la ubicación que funcionaría como el punto de partida, más aún, la matriz de todo lo que vendría después. Que hubiera nacido y se hubiera criado en la periferia de un imperio, sin tener el estatuto de ciudadano, en una provincia periférica y en una aldea tan insignificante que no aparece en la Biblia hebrea, en un oficio propio de los de abajo, en una familia de la que sus vecinos no esperaban nada especial, y que hubiera vivido de tal modo que ni los de su familia lo creían capaz de algo cualitativamente superior a lo que estaba haciendo, fue un medio y modo de vida que él asumió como queridos por su Padre para él y, por eso, los vivió con toda plenitud, sacando de ese mundo de vida y de ese horizonte vital todo lo que podían dar de sí y cobrando así la consistencia humana que necesitaría para su misión, así como la sabiduría de la vida, su

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percepción del misterio que latía en la creación y, más específicamente, en la humanidad, así como la peculiaridad de su pueblo en el designio del Padre y el estado en que se encontraba ese pueblo respecto de la alianza.

Más aún, desde ese enclave vital participó de la espiritualidad de los anawin, los pobres de Yahvéh, que, careciendo de tantas cosas y viviendo en la marginación y el desprecio, se asumían en la lógica de la alianza y, por eso, no se entristecían ni desanimaban, porque sabían que Dios era su Dios y que ellos estaban en su manos y en las niñas de sus ojos, y, por eso, vivían de esperanza y con hambre y sed de justicia, no sólo de entregarse totalmente a su designio sino de que todo el pueblo llegara a ser, por fin, verdaderamente el pueblo de Dios.

Jesús nunca dejó atrás a su pueblo; no adoptó la cultura de los maestros de la ley ni las maneras de los habitantes de las ciudades. Tampoco se enriqueció. Nunca despreció a su pueblo ni lo miró por encima del hombro. Al contrario, todo lo miró desde esa ubicación primera, que para él fue el punto de mira adecuado para comprender el designio del Padre, proclamarlo y realizarlo. Y lo hizo con el lenguaje que había hablado siempre.

Eso no significa que fue un campesino. De ningún modo. Si se hubiera definido como un mero miembro del conjunto en el que se levantó, no habría vivido de un modo personal, ya que no habría podido entablar relaciones personales absolutas y constituyentes sino que se habría limitado a las pautas establecidas. Como Jesús discernió su situación vital delante de Dios y con su Espíritu, fue capaz de relativizarla y direccionarla desde las relaciones constituyentes de Hijo y Hermano. Por eso esa situación fue capaz de dar completamente de sí y de servir de punto de partida para su misión y su sustrato.

Las ubicaciones sociales no son equidistantes para el designio de Dios y Jesús descubrió que la suya era la que Dios había elegido como la más adecuada; aunque, insistiendo, con la necesidad de vivirla discerniendo y no como mero miembro de ese conjunto.

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La llamada del Bautista a la conversión en vistas al juicio inminente venía de Dios

El primer discernimiento de Jesús del que tenemos noticia fue asumir que la llamada del Bautista a la conversión en vistas al juicio inminente y la propuesta de ser bautizados por él en el Jordán como expresión de esa conversión, venía de Dios. Jesús no estaba satisfecho, como las autoridades religiosas, con la normalidad religiosa. A él no le impresionaba que fueran al templo de Jerusalén muchísimos peregrinos ni que ofrecieran muchísimas ofrendas y sacrificios, ni que cada sábado se reuniera casi todo el pueblo en la sinagoga para escuchar la ley y orar. Él veía, como la mayoría del pueblo, que no se vivía como pueblo de Dios, que no se caminaba humildemente delante de Dios, amando la justicia y practicando la misericordia. Jesús se dolía, como la mayoría, por el extravío del que se consideraba como pueblo de Dios. Por eso, Jesús, como la mayoría del pueblo, vio muy pertinente, como cosa realmente de Dios, la conminación del Bautista a la conversión.

También Jesús aceptó la apreciación del Bautista de que la historia de Dios con su pueblo estaba llegando a su punto culminante y que había que prepararse para esa consumación, que, como habían anunciado los profetas, incluía la inmediatez de Dios respecto de su pueblo. Eso lo veía muchísimo más claro que el Bautista porque captaba esa inmediatez absoluta de Dios con él. Aunque no veía que Dios viniera como juez, sí compartía la necesidad perentoria de salir a su encuentro, es decir, de convertirse a la propuesta que trajera.

Eso significaba que para Jesús estaba a punto de consumarse la historia de Dios y su pueblo, y, por tanto, que se acababa el tiempo del postexilio, signado por el cumplimiento de la Ley, no sólo del Decálogo sino de toda la Torá, tanto la escrita como la no escrita, es decir, el tiempo regido por una ley absolutamente objetivada.

La propuesta del Bautista incluía una relación absolutamente personalizada con Dios, no mediada por esa ley ni por el templo, y Jesús pensaba también que ésa era una característica fundamental del tiempo que se empezaba a abrir. Este discernimiento lo actuó Jesús muy consecuentemente: nunca aparece Jesús en un acto de culto ni menciona nunca al templo como mediador entre Dios y su pueblo; más aún, se pone en boca suya por dos

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veces la cita de Oseas: «misericordia quiero y no sacrificios»24 y la declaración de que ha llegado la hora en que no se adorará en templos porque Dios es espíritu y quiere ser adorado en espíritu y verdad, que no se refiere a espíritu contrapuesto a cuerpo sino al espíritu de hijos y hermanos: a relaciones personalizadas. Por eso cuando va al templo, en vez de ir a encontrarse en él con Dios, va a sustituir al templo como lugar del encuentro con Dios, ya que la gente, en vez de centrarse en las ofrendas y sacrificios, se ocupaba de escuchar su palabra y encontrarse con Dios a través de ella. Él hace, pues, de templo vivo de Dios.

La llamada del Bautista le concernía a él, que, tras confesar los pecados, recibió

el bautismo

Tras ese primer discernimiento, que no compartieron los jefes religiosos ni los fariseos ni, en buena medida, el cristianismo histórico, que ha vivido en la normalidad religiosa, tiene lugar otro discernimiento trascendental: que esa llamada del Bautista le concernía a él. Este discernimiento exige una explicación porque la llamada es a la conversión y, por los ejemplos que pone el Bautista a los que le preguntan qué hacer, es decir, cómo expresar su vuelta a Dios, es conversión a la justicia y a la solidaridad, entendiendo la justicia, no en el sentido legal de cumplimiento de la ley sino en el específico de dar a cada uno lo suyo y, por tanto, de no quedarse con lo que no le pertenece, despojando al otro del fruto de su trabajo; e interpretando la solidaridad como compartir lo que se tiene con el que carece de ello y lo necesita. Por tanto, la conversión a Dios se expresa como unas relaciones humanas fraternas, convirtiéndose de la insolidaridad, cuyo punto máximo es la injusticia.

Toda la tradición cristiana ha compartido como un dato evidente que Jesús fue una persona íntegra que, como Hijo obediente, hizo siempre lo que le agradaba a su Padre y, por eso, no tuvo ningún pecado y, en concreto, no hizo nunca ninguna injusticia y vivió siempre dando de sí a los necesitados, que para él eran hijos queridos de su Padre y sus hermanos. No sólo no pecó sino que tuvo conciencia de estar sin pecado25.

24 Mt 9, 13; 12, 7.

25 Así lo plasma, tanto el cuarto evangelio (8, 46) como la carta a los Hebreos (4, 15).

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Entonces ¿por qué acudió a bautizarse? ¿Qué hacía en esa cola de los que esperaban el turno para ser bautizados por Juan, después de confesar sus pecados? Ante todo, frente a la opinión tópica en el cristianismo, que mantiene la perspectiva farisea (fariseísmo cristiano), es decir, de la observancia de la ley como ideal cristiano, habría que insistir que Jesús en el Jordán no se encontró con la escoria, con el desecho del pueblo. Se encontró con el Israel fiel, que no es el cumplidor de un código absolutamente formalizado, sino el que escuchó la voz viva de su Dios, que le habló por su profeta, y se volvió de sus caminos al encuentro que Dios le proponía. Jesús no era un fariseo, como lo ha tendido a representar la tradición, sin usar ese nombre, sino que participaba desde el fondo de su corazón de ese pueblo fiel. Un discernimiento que ordinariamente no hace la institución eclesiástica.

Jesús acudió a bautizarse porque sintió el dolor por los pecados más que todos los pecadores juntos. Lo sintió por la conjunción de dos factores: porque llevaba a todos realmente en su corazón y por eso sintió los pecados de todos dentro de sí y porque, siendo el Hijo eterno de Dios, le dolió sobremanera que esas criaturas, tan amadas por su creador, que era su Padre, no quisieran vivir como imágenes suyas sino que se deshumanizaran a sí mismas y quitaran vida a otros. Por eso pidió perdón, como hermano de todos que era, en primera personal de plural y con todo el dolor del mundo.

Cuando salía del agua vio cómo el cielo se rasgaba: supo que su Padre había aceptado su confesión y, por tanto, había perdonado a todos para siempre. Mientras Jesús nos lleve en su corazón, estamos perdonados por su Padre.

Al aceptar Dios su confesión, supo que estaba llegando el reino de Dios, pero como reinado

Esa persuasión firmísima lo llevó al siguiente discernimiento que dio el tono a su vida: supo que, en ese acto suyo y en la respuesta de su Padre, había llegado el reinado de Dios, es decir, que él se había acercado absolutamente como Padre misericordioso y que nos había hecho a todos hijos suyos queridos en su Hijo único Jesús. La alianza había llegado a su consumación: en Jesús, el Hijo y Hermano, Dios era ya el Dios del pueblo y el pueblo era el pueblo de Dios o, más precisamente, Dios era Papadios y el pueblo sus hijos. Jesús supo que él era la alianza, el pontífice, el mediador.

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La alianza se había consumado, pues, como reinado, como relaciones constituyentes y plenas, como relaciones mutuas, tan íntimas que operaban un trasvasamiento total: Dios se había entregado completamente a Jesús y actuaba a través de él, y Jesús se había vaciado de sí y, por eso, era la trasparencia de Dios. Jesús era así la semilla, el germen del que brotaba y se expandía la alianza o la levadura que haría germinar toda la masa.

Si venía como reinado, no venía como Reino: como un golpe de mano de Dios que desbarata todo lo malo e instaura su soberanía sobre todo, imponiéndose sobre los buenos con su anuencia y sobre los malos a la fuerza. Más en concreto, no venía para derrotar a los romanos y expulsarlos junto con los judíos colaboracionistas e instaurar el reino de los santos de Dios que se impondrían sobre todos los pueblos. Así lo esperaban diversos grupos sectarios y también los apóstoles que él eligió y formaban su entorno más íntimo.

En el acontecimiento del bautismo y en la visión del cielo que se rasgaba, es decir, en la certeza de que Dios había perdonado definitivamente a su pueblo y lo había acogido en él para siempre, Jesús supo que se estaba acercando el Reino, pero que se acercaba como reinado, a través de las relaciones de Jesús, como la semilla más pequeña, pero la de mayor poder germinativo. Este discernimiento colocaba a Jesús al margen de las esperanzas nacionalistas de la mayoría de los que esperaban.

Como el Reino llegaba a través de él como reinado, se dedicó a proclamarlo y hacerlo presente

Por eso dejó su casa, su familia, su oficio y su pueblo, y se entregó historizar ese acontecimiento del bautismo a través del cual Dios se había constituido en el Padre de su pueblo y en él de todos. Se dedicó a proclamar con palabras y obras y, sobre todo, con su misma presencia la llegada del Reino como reinado y pidió, como Juan, conversión, pero no, ya, conversión del pecado a la virtud sino de donde cada quien se encontraba, fuera una vida de pecado o de virtud, a esta buena nueva que él proponía, que era el cumplimiento superabundante de todas las promesas. Un cumplimiento que, en Jesús, se había realizado y se seguiría realizando consecuentemente como un acto absolutamente gratuito de solidaridad.

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Así pues, la misión tuvo dos aspectos: ante todo la proclamación de ese acontecimiento en ciernes y su discernimiento respecto de la esperada irrupción apocalíptica que trastocaría todo, cosa nada fácil y para lo que se requería una gran pedagogía, ya que había que desmontar expectativas tenazmente mantenidas, y, en segundo lugar, que ese acontecimiento aconteciera personalmente para cada uno, para cada grupo, para el pueblo como tal. Este segundo punto se derivaba del primero: si el Reino venía como reinado, como relación absoluta de Dios que en Jesús se constituye no sólo en nuestro Dios sino en nuestro Padre, era indispensable que cada persona se convirtiera de sus caminos a esa propuesta y se aceptara como de Dios y más concretamente como hijo en el Hijo. Esto centró la vida de Jesús y la absorbió completamente.

La perspectiva postridentina de salvarse del mundo, que es la perspectiva, agudizada, de la cristiandad, es la perspectiva contraria a la que reluce en el bautismo de Jesús: lejos de cargar con nadie, se conminaba a despojarse de su mala vida para entrar en el ámbito de los puros. Es la perspectiva del fariseísmo cristiano.

La prueba más fehaciente de esta gratuidad de Jesús y en él de Dios fue privilegiar a los pobres y buscar a los pecadores. No creemos que en este caso se diera un trabajo de discernimiento sino que se le aparecía como evidente dentro del horizonte concreto del Reino, tal como se le presentó como respuesta del Padre a su confesión. Pero sí tuvo que ir discerniendo cómo llevarlo a cabo de manera que le pueblo pudiera responder positivamente a ese último llamado, a esa alianza definitiva.

Desde el bautismo el mesianismo se decantó como asuntivo y fue desechado el davídico

Desde esta manera de acontecer el Reino como reinado se decantó el mesianismo, no como mesianismo davídico (triunfar sobre los enemigos con el Espíritu de Dios, que es su fuerza) sino, como se pone en boca del Bautista, como el mesianismo asuntivo del Siervo: Jesús es el cordero de Dios que carga con el pecado-del-mundo y así lo quita. Aunque propiamente no carga con el pecado sino con los pecadores: no se trata de una sustitución ritual, como la del macho cabrío sobre el que el sumo sacerdote cargaba ritualmente los pecados de todo el pueblo y así los quitaba del medio ambiente para

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que no siguieran haciendo daño, sino de relaciones personalizadoras: carga solidariamente con los pecadores, pero no los sustituye sino que estimula su libertad para que ellos acepten esa solidaridad y en vez de vivir egoísticamente para sí, se vuelvan servicialmente a los hermanos.

Aunque en el fondo la elección del mesianismo asuntivo no fue un discernimiento sino la explicitación de lo que había acontecido en el bautismo y su ulterior historización, sí tuvo que reasumirlo por medio de un discernimiento histórico porque parte del pueblo y, sobre todo, los discípulos más cercanos presionaron constantemente sobre Jesús para que se asumiera como Mesías davídico y, mientras vivió, nunca aceptaron que el poder del Espíritu de que estaba ungido no incluyera la victoria sobre el imperio opresor y los judíos colaboracionistas. El desacuerdo fue tan profundo que cuando Pedro lo reconvino para que asumiera lo que él creía que era su puesto de vencedor, Jesús lo increpó llamándolo Satanás: en ese momento la actuación de Pedro era en verdad diabólica porque iba en la dirección de apartarlo del designio de su Padre. Mantener el concepto asuntivo de mesianismo y rechazar, por consiguiente, el davídico le costó a Jesús el precio altísimo de vivir incomprendido y solo en medio de sus íntimos.

La fuerza y la claridad con la que se expone el rechazo del mesianismo davídico por parte de Jesús es de vital importancia para la Iglesia y, más en general, para la historia cristiana porque una y otra vez se ha querido volver al mesianismo davídico y se ha revestido a Jesús con los atributos del Mesías rey de este mundo, triunfador por omnipotente.

El careo entre el procurador romano y el reo Jesús, tal como lo trae el cuarto evangelio, dilucida el asunto con toda la claridad deseable. Pilato le pregunta si confirma la acusación que le han presentado las autoridades judías religiosas. La acusación es que pretende hacerse rey y suplantar así la soberanía de Roma. Jesús responde que su reino no es como los de este mundo y la explicación que da para demostrar que no es rey de esa clase es que está maniatado en sus manos porque no tiene guardia personal ni ejército y, más en el fondo, porque no tiene súbditos.

Como en su respuesta Jesús había afirmado que no era rey como los de este mundo, Pilato infiere correctamente que está afirmando que es rey, aunque de otro modo, y por eso le pregunta si se tiene por rey. La respuesta

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de Jesús lo deja tan descolocado que da por concluido el asunto al comprobar que no es un caudillo armado ni un jefe político y, por eso, que no es un peligro para Roma. Jesús le había respondido que él había venido al mundo para ser testigo de la verdad y que, por eso, todo el que es de la verdad escucha su voz. Pilato le preguntó distraídamente qué es la verdad y, sin esperar respuesta, salió a declararles que era inocente.

Por eso no entendió el empecinamiento de las autoridades judías en que lo condenara a como diera lugar. No lo entendió por su despreocupación por la verdad, que para él, lo creyera así o no en su fuero interno, no era otra que la propaganda oficial. Pero las autoridades judías sí entreveían otra dimensión, aunque no la aceptaran.

Para Jesús ser rey del pueblo judío o emperador de la tierra era muy poca cosa; más aún, era algo bajo, absolutamente indigno de él. Ellos tenían súbditos: se creían sobre los demás y los obligaban a la fuerza, les imponían sus dictados. Eso es absolutamente indigno del Hijo de Dios, que, como es únicamente amor, no se impone sobre nadie ni tiene poder para matar a nadie. Jesús sólo tiene seguidores voluntarios. Son los que se hacen cargo de la verdad de que son creados por la relación constante del Dios amor y de que son creados creadores, es decir, para salvaguardar la creación y edificar el mundo fraterno de las hijas e hijos de Dios (el reinado de Dios). Más aún, son los que se hacen cargo de que han sido creados para relacionarse eternamente con Dios, incluso, y de eso precisamente es portador Jesús, para entrar en las relaciones eternas de la comunidad divina como hijos en el Hijo.

El que quiere vivir en ese horizonte escucha la voz de Jesús, es decir, lo sigue voluntariamente. Esta determinación tiene implicaciones trascendentales para la vida histórica: Jesús no entra en competencia con las instituciones ni las estructuras históricas, pero las relativiza absolutamente, ya que sólo son legítimas en cuanto sean buenos conductores de ese horizonte, que expresa la verdad del ser humano y de la realidad. Así pues, el que ha apostado por la verdad y se la juega por ella, no se define por ninguna de las relaciones en las que está envuelto: ni por su familia ni por su pueblo ni por su país ni por su grupo de referencia ni por su lugar de trabajo ni por su afiliación política. Su fidelidad de fondo está con Jesús, el testigo de la verdad; todo lo demás es relativo.

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Sólo quien vive así puede decirle con verdad a Jesús que es su Señor. Sólo él es libre con libertad liberada. Sólo para éste tiene sentido discernir los signos de los tiempos. En cualquier otro caso no hay nada que discernir ya que todo está decidido por el cúmulo de pertenencias. En caso de colidir, habrá que elegir cuál tiene preferencia, pero esto nada tiene que ver con el discernimiento espiritual.

Vivir una existencia itinerante entrañó concebir la vida como reciprocidad

de dones

Cuando Jesús comenzó a hablar un sábado en la sinagoga y la gente se percató de la autoridad con que hablaba y cuando sanó a un endemoniado liberándolo y mostrando así la envergadura de la autoridad de su palabra y cuando al salir de la sinagoga curó a la suegra de Pedro y, al acabar el descanso sabático, curó con la plenitud de su humanidad a todos los enfermos que le presentaron, Jesús sintió la necesidad de retirarse a un lugar solitario para resonar ante su Padre ya que también él y mucho más íntimamente que sus paisanos, había experimentado de modo nuevo el paso de Dios proclamando su Palabra y sanando a través de él. Estando en ese lugar despoblado llegaron donde él pidiéndole que regresara a la ciudad porque todos lo buscaban. Si aceptaba su propuesta, la casa de Pedro se habría convertido en un santuario y todos habrían acudido a él, convidados por los que lo habían visto y oído y habían recibido sus favores y estaban admirados y sobrecogidos por el peso saludable de su autoridad.

Pero Jesús no acepta esa propuesta y discierne que es él quien, como templo vivo de Dios, debe buscar a la gente, porque eso forma parte de la iniciativa de Dios a través de él.

Vivir una existencia itinerante buscando a todos adonde los tenía postrados su miseria física o su conciencia de indignidad era también consecuencia de su mesianismo asuntivo; pero tuvo que decidir y, por tanto, discernirlo, cuando le presentaron la alternativa. En efecto, tras el sábado de gloria que narra Marcos como epítome de lo que sería toda su vida, Jesús se retira a un despoblado y no acepta el reclamo de los que le piden que regrese sino que invita a seguirlo a proclamar el evangelio por los demás pueblos.

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Esta decisión tuvo hondas consecuencias ya que determinó su modo de vida. En efecto, habiendo dejado su oficio y su familia, y no aceptando confinarse en un ámbito sacralizado donde acudiría la gente con sus ofrendas, se convertía en uno de los que no tenían dónde reclinar la cabeza. Por eso andaba constantemente con ellos: vivían en su mismo ámbito y ellos captaban que él vivía para ellos.

Eso implicaba que su vida tomaría la forma de la reciprocidad de dones: él, sin duda, daba todo, es decir, como no tenía cosas, daba de sí hasta darse a sí mismo y en su entrega hacía presente la misericordia gratuita del Padre; pero, a su vez, él, como no tenía nada, tenía que recibir cada día todo: comida y alojamiento. Por eso instauró un modo de convivir signado por la reciprocidad de dones.

Ésta sería la forma societaria que adquiriría el reinado de Dios. Y por eso se distinguieron en el judaísmo, en el helenismo y en el imperio romano las comunidades cristianas de los primeros siglos. Eso volvieron a hacer las comunidades cristianas reformadas, por ejemplo, los mendicantes y san Ignacio y santa Teresa. Una asignatura pendiente para el cristianismo establecido de toda la historia.

No utilizó el lenguaje formalizado

de la ley y el culto sino el concreto de la vida

Parece que tampoco tuvo que discernir no usar el lenguaje altísimamente formalizado de los maestros de la ley ni el lenguaje ritual de los sacerdotes. Ninguno de los dos era su lenguaje, y además usar el lenguaje de la vida se desprendía, como cosa lógica, del contenido de la buena nueva, ya que el reinado consistía en relaciones personalizadoras, tanto con Papadios como con los seres humanos, relaciones que acontecían en la vida histórica.

Pero ese lenguaje de la vida no denotaba la normalidad. Por el contrario, el lenguaje cotidiano ponía en entredicho la normalidad, más aún, parecía contradecirla. Todos entendían su lenguaje, pero, precisamente por eso, captaban que lo que trasmitía no acontecía en su experiencia. Así los obligaba a echarle cabeza, a preguntarse qué quería decir, a abrirse a la posibilidad inédita que connotaba.

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Vamos a poner algunos ejemplos de sus sentencias: Cuando des un banquete no invites a los que pueden corresponderte sino a los pobres que no tienen con qué retribuirte; las prostitutas los precederán en el Reino; no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores; el que quiera ser el primero que se haga el último; no se preocupen por la comida ni por el vestido; el ser humano no ha sido hecho para el sábado sino el sábado para el ser humano; la viuda que echó la que menos en la alcancía del templo fue la que más echó; o, después de afirmar el hecho obvio de que de las zarzas no se cosechan higos, añadir: el árbol se conoce por el fruto.

Éstas y muchísimas otras sentencias, son en sí paradojas y sólo pueden aceptarse por la novedad absoluta que abre el tiempo del Reino, que viene como reinado como oportunidad salvífica y, por ende, como posibilidad antropológica inédita y tan cualitativamente superior a lo dado que, si no se captaba que se estaba instaurando el horizonte de la consumación, parecía una locura o un sueño errealizable.

Cuando des un banquete no invites a los que pueden corresponderte sino a los pobres que no tienen con qué retribuirte

Lo mismo podríamos decir de las parábolas: en la fiesta del Padre no entra el hijo que no desobedeció nunca una orden suya y se sentó a la mesa el que malgastó toda su fortuna; subiendo a orar al templo un cumplidor intachable de la ley y un tenido como pecador público, éste bajó justificado y aquél no; el sembrador esparce su semilla, no sólo en tierra buena sino en el camino y entre piedras y espinos; el agricultor consigue que el dueño de la finca no corte la higuera estéril sino que le permita cuidarla un año más con la esperanza de que dará por fin fruto; el dueño que contrata jornaleros le paga lo mismo al que trabajó sólo una hora que el que cargó el peso del día y del bochorno…

Son ejemplos no sólo de lo que no se hace sino de lo que, desde la lógica establecida, parece que no se debe hacer. Jesús invita a pasar a otra lógica, que es la del Dios de la alianza, que él revela con su conducta, revulsiva para los establecidos y consoladora y esperanzadora para los empobrecidos y excluidos como pecadores públicos, que en parte coincidían.

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En todas las reformas (no disciplinares sino evangélicas) se ha regresado a este lenguaje; pero una y otra vez se ha recaído en el lenguaje formalizado de las doctrinas y el culto, que revela la separación de la institución eclesiástica respecto del resto del pueblo de Dios, una separación antievangélica, que, según Rosmini, constituye la primera de las llagas por las que se desangra la Iglesia.

Por eso, refiriéndonos a los contenidos, los aforismos han sido considerados como exhortaciones supererogatorias y las parábolas han sido domesticadas y, más en general se han orillado estos contenidos jesuánicos, sustituyéndolos por la doctrina cristiana, en la que desempañan el papel subordinado de dicta probantia, dichos para probar con su autoridad lo que se ha establecido sin ellos y por eso ordinariamente al descontextuarlos se los extrapola dándoles otro sentido.

Al vivir el tiempo del reinado quedaban canceladas las prescripciones religiosas, propias de la preparación

Un discernimiento de hondas repercusiones y que, a la vez, dejaba claro la conciencia que tenía de su persona y del tiempo en que estaba viviendo es el de dar por canceladas las prescripciones religiosas, ejemplificadas en el ayuno, alegando que no se puede ayunar cuando el novio está presente, es decir, cuando se celebra la boda26.

La boda, retoma el símbolo de Oseas que prosiguieron Jeremías y Ezequiel, para caracterizar la consumación de la alianza. Dios sería el novio e Israel la novia. La novia ha sido infiel y Dios se vuelve a ella para enamorarla de nuevo y desposarse para siempre en ternura y fidelidad, de manera que Israel llegue a conocer realmente a Dios27, es decir, a tener con él una relación íntima que lo recree y constituya.

Pues bien, para Jesús ese tiempo ha llegado y ha llegado precisamente en él, que es el novio por el que Dios se desposa con su pueblo. Obviamente que Jesús no sustituye a Dios sino que lo representa, en el sentido literal de que lo hace realmente presente: es su presencia viva humanizada. La

26 Cfr. Mc 2, 19.

27 Os 2, 21-22.

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realización de la alianza es una época festiva, de consumación. Ya no tiene sentido el ayuno, que expresaba su lejanía, la añoranza de su presencia y la autolimitación de la libertad para que se ejercite toda en lo que Dios quiere.

El caso del ayuno lo amplía al resto de las prescripciones, al asentar que, «a vino nuevo, odres nuevos»28: el nuevo tiempo pide observancias nuevas que le cuadren. Empeñarse en seguir con lo viejo es no reconocer lo nuevo o reducirlo a lo antiguo.

El añadido de que llegará un tiempo en que se lo arrebatarán y entonces sí ayunarán los amigos del novio, confirma lo dicho, porque ese tiempo sólo llega del viernes al sábado de pasión porque el domingo les será devuelto resucitado. Y además el ayuno no es en ese caso ninguna prescripción sino la consecuencia de la tristeza de que lo hayan asesinado, tristeza que se convertirá en un gozo que nadie lo pueda quitar cuando se aparezca glorioso.

En este dicho, rigurosamente jesuánico, aparece clara la conciencia de la novedad absoluta del tiempo que él inaugura, un tiempo que no puede ser contenido ni expresado por las prescripciones de la religión, nacidas en el tiempo de las preparaciones e impropias para el tiempo de la consumación, que inaugura su presencia y su misión.

Si Jesús no sobrevaloró lo que se iniciaba con él, tendríamos que preguntarnos si no hemos reducido su novedad, si conservamos la conciencia de lo que implica su persona; en definitiva, si seguimos siendo cristianos, si no hemos venido a parar en ser de religión cristiana, donde lo sustantivo es la religión y lo adjetivo la especificidad cristiana.

Pasó de defenderse de los ataques de los dirigentes a denunciar que habían sustituido la relación personal con Dios por el código objetivado de pureza que velaba el rostro de Dios

Un discernimiento que le tuvo que costar fue pasar de defenderse de los ataques de las autoridades, sobre todo, de la secta de los observantes de

28 Mc 2, 22.

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la ley y de los maestros de la ley, a acusarlas de frente y de ese modo romper, al menos en alguna medida, con ellas. Le tuvo que costar porque él no había venido a condenar a nadie sino a salvarlos a todos; por eso como personas nunca los dejó por imposibles. Pero le pareció que, por su ascendiente sobre el pueblo, había que desenmascararlos para liberar al pueblo de su cautividad ideológica. Los acusó de que, por seguir tradiciones humanas, dejaban el mandato de Dios29. Eso estaba implícito en el discernimiento del Bautista, compartido por Jesús: lo de Dios no era prescripciones minuciosísimas, objetivadas en códigos, sino relaciones abiertas personalizadoras, tanto con Dios como con los demás.

Y, más en concreto, la orientación de Dios no era la separación de lo profano y de los tenidos como profanos y pecadores, porque él no era el santo, entendido como el separado. Él era el amor misericordioso que está presente dando consistencia cuando se lo necesite30, luego los suyos tenían que caracterizarse por la cercanía a todos los necesitados para socorrerlos en sus necesidades, levantándolos de su postración. Eso requería un corazón poseído por el amor y no por el egoísmo, la altanería y el desprecio. Lo que ensucia, les dijo Jesús, no es lo que entra de fuera, el contacto con personas o cosas tenidas como impuras, sino lo que sale del corazón.

Este discernimiento, que implicaba un cambio de orientación vital, que implica salvar al mundo desde dentro y no salvarse del mundo, al que se da por perdido, no ha sido seguido con frecuencia por la Iglesia. Concretamente, como asentamos, no era lo que estaba vigente en el preconcilio ni lo que hoy vuelve a dar el tono a nuestra Iglesia.

Ante la posibilidad de morir si seguía en su misión al pueblo, decidió no confinarse en su grupo sino seguir actuando abiertamente

El discernimiento que se seguía de éste consistió en qué rumbo tomar al percatarse de que las autoridades no habían aceptado el reinado de Dios, tal como él lo hacía presente y proclamaba.

29 Cfr. Mc 7, 8.13.

30 Cfr Ex 3, 12.14.

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El problema se iba convirtiendo en un verdadero callejón sin salida por el éxito de Jesús con gran parte del pueblo. En efecto, aunque parece que tuvo algunos anclajes significativos en personas de más poder adquisitivo e incluso de alguna relevancia social, la mayoría de los que lo seguían pertenecían al ojlos, a lo que los de arriba llaman el pueblo bajo. Era algo de esperar porque, si lo que Jesús propone es buena nueva para cada uno de los sectores sociales, o, mejor, para cada una de las personas, también lo es que los de arriba, al convertirse a la propuesta del reinado de Dios, tenían más que «perder», aunque Jesús propusiera esa pérdida como ganancia, como un gran negocio, para decirlo en los términos de ellos.

Si una buena parte del pueblo seguía Jesús, el liderazgo institucional de las autoridades quedaba ciertamente disminuido. Por eso, de seguir ocupando Jesús el espacio público, más aún, el espacio, digamos, oficial, que son las sinagogas y el templo, el conflicto era poco menos que inevitable.

La tentación de Jesús habría consistido en confinarse a sus discípulos. Si Jesús hubiera seguido la pauta de todos los demás grupos, que eran sectarios, no habría sido molestado ya por las autoridades. Pero eso habría supuesto cambiar radicalmente su propuesta, es decir, la propuesta del Padre a través de él. Su Padre lo había enviado a todos. El Espíritu lo había capacitado para anchar tanto su corazón que en él cupieran todos y al pedir perdón por todos, sin excepción, por tenerlos a todos en su corazón, la voz del que no tiene rostro le había manifestado que eso lo había hecho como Hijo suyo: que ése era su designio. Confinarse a un grupo de selectos, equivaldría a sacar de su corazón a los demás, ya que su misión consistía en historizar lo que había acontecido en el bautismo encontrándose con cada persona y cada grupo y haciéndoles sentir que en su cercanía se estaba acercando Dios asumiéndolos y salvándolos. Jesús no podía dejar a nadie; en concreto, no podía dejar a la gente. Y no la dejó.

Con este discernimiento histórico selló Jesús su destino. Dos textos, entre muchos otros, se hacen eco de esta decisión:

Llegaron unos fariseos y dijeron a Jesús: ‘vete de aquí porque Herodes quiere matarte’. Jesús les contestó: ‘vayan a decirle a ese zorro: has de saber que yo expulso demonios y curo enfermos hoy y mañana y al tercer día culminaré la

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tarea. Pero entre tanto, hoy, mañana y pasado tengo que seguir mi camino porque no es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén31.

Jesús no teme a Herodes: lo desprecia. No va a morir en su territorio sino en Jerusalén. Pero en su territorio y en Jerusalén tiene que seguir su camino. No lo va a dejar por temor a la muerte.

Si los profetas han sido rechazados y Dios no los ha defendido, aunque después que de al parecer han sido vencidos los ha reivindicado y su existencia ha sido fecunda porque los creyentes siguen viviendo de sus palabras y de su ejemplo de testigos, él, que es el último enviado, no un profeta más, no un criado del dueño de la viña, sino su Hijo querido, el único, también correrá la misma suerte; pero será reivindicado por él y más que todos los demás: será la piedra angular sobre la que se levantará el edificio definitivo32.

Frente al rechazo de las autoridades, decidió consumar su entrega

El discernimiento que se le presentó entonces de un modo insoslayable fue el de cómo se realizaría entonces el reinado de Dios, si no era una mera oferta sino una entrega gratuita e incondicional. Si había decidido seguir su ministerio de modo abierto para mantener la entrega de su Padre a través de su entrega, ¿cómo seguiría esa entrega, si él moría rechazado? Parecía un callejón sin salida: si buscaba salvar la vida, desvirtuaba la oferta; pero si la mantenía, le iban a acabar su vida, y en ese caso ¿cómo seguiría la oferta, más aún, la entrega de su Padre en su entrega de sí?

La expresión, común a los cuatro evangelistas, en torno a «beber el cáliz»33 a apurar ese trago amarguísimo, tiene que ver con la dificultad de este discernimiento. Su muerte, por el rechazo de las autoridades, parecía equivaler al rechazo de esa entrega de su Padre, al rechazo del reinado de Dios. ¿Cómo lo iba a aceptar, cómo se iba a resignar a él, si él era el Hermano universal? ¿Cómo seguiría siendo Hermano si los hermanos lo rechazaban? Y si lo rechazaban a él, rechazaban a su Padre. Era terrible que cuando de

31 Lc 13, 31-33.

32 Cfr. Mc 12, 1-12.

33 Cfr. Mc 14, 36; Mt 26, 39; Lc 22, 42; Jn,18, 11.

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parte de Dios, a través de Jesús, se consumaba la alianza, fuera cuando se rompiera. Jesús no lo podía aceptar.

Y no lo aceptó, no se resignó a ese rechazo: siguió siendo Hermano de los que se negaban a serlo. Lo estaban quitando del medio, colgándolo de la cruz como execrado por los hombres y maldito por Dios, y él moría llevándonos a todos en su corazón y pidiendo a Dios por los que lo crucificaban. En ese momento se consumaba como el Cordero de Dios que era sacrificado cargando el pecado-del-mundo. El pecado-del-mundo estaba acabando con su vida y él moría pidiendo a su Padre que perdonara a los que lo cometían. De este modo se consumó como Hermano. Ni él ni su Padre habrían querido que ése fuera el final; pero ante él no mudaron de actitud. Vencieron al mal a fuerza de bien. De este modo Jesús se consumó como Hermano.

Pero murió sin signos. Así como al salir del agua después de bautizarse había visto rasgarse el cielo, así al morir, murió poniéndose en manos de su Padre, pero sin escuchar su respuesta. Las Escrituras dicen que al morir se rasgó el velo del templo, es decir, que Jesús penetró en el Santo de los Santos, hasta el mismo corazón del Padre, y que ya Dios no estaría nunca oculto, que él se había hecho ya patente a todos, se había entregado a todos, al aceptar la vida de su Hijo.

Este símbolo se hizo realidad al resucitar a su Hijo, el que murió como Hermano, al recrearlo en su seno con su misma vida, como Señor de vivos y muertos. Lo que comenzó en el bautismo se consumó en el Calvario o, mejor, en la Pascua: en el paso de la muerte ignominiosa a la resurrección gloriosa; más precisamente, en la aceptación por parte del Padre de la entrega de Jesús en la cruz, venciendo del rechazo de los jefes y en ellos de todos los pecadores.

La omnipotencia no consiste en imponerse sobre todos sino en vencer al mal a fuerza de bien. Por tanto la política no puede ser cauce de salvación y no puede sacralizarse

Ese último discernimiento consuma a Jesús y al Padre para nosotros. Él revela, tal vez, lo más hondo y revulsivo de la revelación cristiana: que la omnipotencia no consiste en imponerse sobre todos a la fuerza, en el poder de acabar con todos, si no se someten a sus dictados, aunque sean justísimos. La

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omnipotencia del Dios de Jesús consiste en vencer al mal a fuerza de bien, pero respetando siempre la libertad. Por eso, lo último, en el sentido cronológico34, que dice la revelación cristiana ante la situación de pecado es la alusión a la paciencia infinita de Dios, porque no quiere ni puede condenar a nadie35.

Sólo desde dentro, participando vitalmente de esa actitud, puede conocerse internamente lo que significa vencer al mal a fuerza de bien; pero, aun en ese caso, ese conocimiento, realmente gozoso, no está exento de sufrimiento e incluso de perplejidad.

Esto, si no hay una conversión profunda de la sensibilidad, resulta escandaloso, incluso inasimilable. Aquí suelen naufragar muchos discernimientos. Porque en un mundo en el que los de arriba se imponen ¿sirve de algo un Dios buenísimo, pero que no quiera ni pueda imponerse a nadie por la fuerza, ni siquiera por una fuerza infinitamente justa? El planteamiento de Pedro a Jesús de que no iba a caer en poder de los jefes porque Dios no lo iba a permitir36, porque Dios no podía permitir que el poseedor de su Espíritu, que es su fuerza, fuera vencido, porque eso equivaldría a admitir que hay otra fuerza superior a la de Dios, es un planteamiento amplísimamente compartido por los cristianos de todos los tiempos y particularmente del nuestro. Y ya sabemos que Jesús, al escuchar ese razonamiento de Pedro, lo llamó Satanás, porque, en efecto, estaba haciendo las veces del diablo porque intentaba separar a Jesús del designio del Padre por no tener la mentalidad de Dios sino la de los seres humanos.

Por esa misma razón de Pedro, el Dios de la mayoría de los cristianos no es el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo sino el Dios omnipotente y eterno de la religión romana que ha pasado a la liturgia37, en el que se sobreentiende que omnipotente incluye la capacidad de imponerse sobre todos, preferiblemente por las buenas, pero también por las malas, si no se avienen a razones.

34 Se suele considerar a la segunda carta de Pedro como el escrito más tardío del Nuevo Testamento, avanzada, según no pocos, la primera mitad del siglo segundo

35 Cfr. 2 Pe 3, 9.15.

36 Cfr. Mt 16, 22.

37 Las oraciones colectas del misal romano comienzan habitualmente con estas palabras: omnipotens eterne Deus

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No se puede discernir cristianamente la historia, si no hay claridad en este punto, es decir, si no consideramos que imponerse sobre otro a la fuerza, en el mejor de los casos, es un mal menor y ordinariamente es simplemente un mal y, no raramente, el mayor mal posible, el que califica a esta situación como una situación de pecado, como un establecimiento fetichista.

No adorar al dinero ni al poder, que son las fuerzas principales con las que unos seres humanos se imponen sobre otros, sigue siendo el primer mandamiento38 y es la actitud que se sigue necesariamente de adorar al único Dios verdadero. Eso hace ver que el problema de la idolatría es el primer problema dentro del cristianismo. Y una prueba de ello es que, a pesar de ser un planteamiento sistemático de la teología latinoamericana en confrontación abierta con el cristianismo moderno, no ha sido asumido por la práctica de nuestra Iglesia.

La revelación de que la omnipotencia de Dios excluye el imponerse a la fuerza y el matar a nadie, imposibilita sacralizar a la política. En una democracia en la que se exprese con toda propiedad la voluntad de la mayoría y en la que la minoría pueda ser representada en la medida de lo posible, todavía es imprescindible el uso de la policía para que los que quieran vivir fuera de la ley no se impongan sobre los que sí quieren vivir conforme a derecho. Por eso renuncian al uso de la fuerza y lo reservan al Estado. En este caso ejemplar el uso de la fuerza es un mal menor porque no hemos inventado nada superior para que sea posible la vida social cuando no todos aceptan el derecho y la justicia. Es imprescindible, pero sigue siendo un mal del que nunca podremos gloriarnos.

El problema de la idolatría es el primer problema dentro del cristianismo

Pero lo que aparece en la cruz y se corrobora en la resurrección no es sólo que la omnipotencia no consiste en imponerse sino, sobre todo, que consiste positivamente en vencer al mal a fuerza de bien. Éste es el contenido concreto de la omnipotencia divina, tal como se reveló definitivamente en la Pascua.

Pues bien, eso la política lo puede reconocer y estimular, incluso, en un momento determinado, puede ser el gesto de un político, pero no puede

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entrar en ningún contrato social ni puede ser el contenido de ninguna constitución. Los mínimos de convivencia ciudadana que pauta el contrato social que está a la base del ejercicio político no pueden contener ese máximo de vida buena. Ya practicar consciente y libremente ese mínimo y elevarlo lo que sea prudente exige enormes dosis de buena voluntad y de sagacidad. Lo otro está fuera de su competencia, aunque, insisto, deber ser reconocido y estimulado ya que sin esa base prepolítica, no pueden darse esos mínimos.

Por eso, aunque la política sea ejercida por cristianos de corazón, no hay política cristiana. Y, sin embargo, los cristianos no pueden abdicar de ejercerla y es muy meritorio hacerlo con espíritu cristiano, ya que la letra no siempre lo puede ser. Un político puede ser santo; pero, ni aun en este caso, puede ser sacralizada la política que hizo. Es patente que esto no ha sido tenido en cuenta en Nuestra América ni por la derecha ni por la izquierda.

Y es vital tenerlo en cuenta porque la política tiende a volverse numinosa por el peso ingente que tiene. Por eso es vital desacralizarla, volverla al terreno de lo simplemente útil. En cualquier otro caso se la mixtifica y así es imposible ejercerla con sensatez. Tenderá a mediatizar a los ciudadanos, en vez de ser los políticos simples mandatarios suyos.

SÓLO PARA LOS QUE VIVEN LA REALIDAD COMO HISTÓRICA TIENE SENTIDO Y ES IMPRESCINDIBLE EL DISCERNIMIENTO

La realidad está estructurada dinámicamente y este dinamismo alcanza su máxima complejidad y apertura en la realidad histórica. Nosotros, los cristianos, sostenemos como una constatación y puede decirse que como una tendencia casi irresistible a lo largo de la historia, que esta apertura tiende constantemente a cerrarse, de manera que el dinamismo sea el de las fuerzas del presente que se expanden indefinidamente. Esta tendencia proviene, ante todo, de la determinación de los de arriba de perpetuar un estado de cosas que los favorece, pero también, de la rutina de los de abajo.

Pues bien, la intervención de Dios en la historia va en la dirección de abrirla constantemente para que posibilite la vida para todos y, más aún, el carácter humano de esa vida. Esa intervención no acontece como una

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sustancia activa, como una fuerza y, menos aún, como una fuerza que, al entrar en el mundo, se hace mundana. En este sentido (si eso tiene algún sentido referido a Dios) Dios no mete la mano en el mundo. Dios sólo actúa como persona, ante todo, poniéndonos y conservándonos en la existencia mediante su relación constante de amor, un amor trascendente, creador, a cuyo modo de actuar no tenemos acceso en absoluto, y luego, ya dentro de la historia, instaurando relaciones personalizadoras con las personas, que son las que, movidas por esa relación, abren la historia. Esto es lo que hemos desarrollado a través de la revelación judeocristiana, que compone una verdadera historia que se consuma en Jesús de Nazaret.

Al cristianismo le ha costado mucho entender y vivir la vida personal y social como vida histórica

Si lo absoluto son esas relaciones personalizadoras, ninguna estructura ni ninguna institución ni ninguna fuerza y muy concretamente la del poder y la del dinero, son sagradas. Y, sin embargo, como hemos puesto en evidencia, tienden siempre a absolutizarse mediatizando a las personas.

Tanto la apertura constitutiva de la historia como la existencia de esa fuerzas que tienden a mediatizar a las personas, como, no menos, la tendencia de las mismas personas, tanto a absolutizarse ellas mismas como a internalizar la dominación, hacen imprescindible para el cristiano discernir la historia, captando los ejes estructuradores de cada época y lo que en esa situación vehicula el paso del Espíritu de Dios abriéndola y humanizando así a los seres humanos.

Así pues, para los cristianos el discernimiento de los signos de los tiempos es insoslayable, tanto por el carácter histórico de la realidad como, sobre todo, porque en ella la revelación incide precisamente en el momento más histórico de la historia que es su carácter creador, que, como no es de la nada sino de lo dado, se convierte en liberador, trasformador y recreador.

Al cristianismo le ha costado mucho entender y vivir la vida personal y social como vida histórica. Se puede decir que hasta el concilio Vaticano II no se tomó conciencia y se teorizó ese carácter histórico de la vida y de la revelación y, consiguientemente, de la vida cristiana.

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Este hecho es muy llamativo ya que la fe judeocristiana es la respuesta a un Dios que se revela no en las fuerzas de la naturaleza sino en la historia y se revela precisamente para impedir que la situación se naturalice, incluso se sacralice y así se cierre. Dios se revela para abrir incesantemente la historia para que quepa en ella la vida fraterna como expresión de la relación filial con Dios.

Dios propone una relación que no se atiene a protocolos sino que, como relación personal que es, labra sus propios cauces. Esto, tanto en el ámbito de la relación interpersonal como en el de la relación con todo un pueblo o con toda la humanidad, porque ambos tipos de relaciones tienen el mismo sello de su carácter personal y personalizador. Dios irrumpe siempre desde la trascendencia, pero no para apartar a los seres humanos de la vida histórica sino para echarla adelante hacia un fin transhistórico. Al irrumpir siempre desde la trascendencia impide que se lo confine en un lugar, en unas prescripciones y en unas ceremonias. La relación genera símbolos abiertos, pero no protocolos cosificados.

Este discernimiento, lo hemos visto detalladamente, fue practicado asiduamente por Jesús, que constituye, no sólo paradigma, es decir, un caso especialmente sobresaliente de discernimiento sino el prototipo del discernimiento cristiano, es decir el molde en el que se realiza todo discernimiento, que para ser legítimo debe estar animado por el mismo Espíritu de Jesús, que da la dirección y la fuerza.

Porque Jesús, no sólo practicó asiduamente el discernimiento de los signos de los tiempos sino que nos lo propuso explícitamente cuando emplazó a sus contemporáneos, que sabían interpretar los signos del tiempo atmosférico y que los interpretaban constantemente, a que se pusieran también a interpretar los signos del tiempo histórico, a que descubrieran el sentido del momento presente, lo que estaba en juego en él, el designio de Dios que en él se descubría. Y, obviando esos libretos minuciosísimos que pautaban pretendidamente la voluntad de Dios, los intimó directamente: ¿por qué no juzgan ustedes mismos lo que es justo, lo que se ha de hacer?

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EL CARÁCTER HISTÓRICO DE LA REALIDAD

HUMANA EXIGE EL DISCERNIMIENTO. CONTENIDOS FUNDAMENTALES

Puesto que ya hemos hablado del sentido de la acción de Dios y de Jesús, digamos una palabra sobre el carácter histórico del tiempo o, dicho de otra manera, de la realidad humana en él. Este carácter le viene dado por ser un animal de realidades, es decir, que no obedece simplemente a estímulos y que, por eso, no nace ya programado sino que puede hacerse cargo de la realidad y actuar creativamente sobre ella.

Este carácter de realidad alcanza, en primer lugar, a los otros miembros de la especie y por eso su versión mutua se convierte en respectividad, como una dimensión de cada individuo, que no es, pues, una mónada porque su posición abierta lo coloca ante y entre los demás. Al poner en común sus haberes se forman los cuerpos sociales, que contienen no sólo contenidos específicos sino aptitudes y actitudes que dan lugar a capacidades que posibilitan nuevos contenidos. Ese cúmulo de relaciones son trabajadas creativamente para dar lugar a los diversos conjuntos sociales y a la sociedad humana como tal. Así los haberes humanos, en primer lugar el lenguaje y la técnica, puestos en común, dan lugar a estructuras e instituciones que posibilitan la vida humana y se trasmiten por tradición, una tradición que va cambiando al recibirse, porque el acto de entregar a otra generación y el de recibirla por parte de ésta son siempre creadores.

El problema para nuestro punto está en la tensión entre el trabajo ingente y perentorio de asegurarse la vida material y la pretensión insoslayable de alcanzar una vida cualitativamente humana, no sólo ni principalmente en el sentido de cualidades sino de calidad, es decir, de llegar a constituirse en personas mediante la actuación de relaciones personalizadoras. La dirección vital de cada individuo puede ir hacia la adquisición de recursos y de poder para satisfacerse a sí mismo y mediatizar a otros y prescindir de los demás o en la dirección de dar de sí para el beneficio del cuerpo social, para que todos crezcan, en lo que se logra la realización propia y la alegría.

La congelación de unas relaciones de poder y consiguientemente de unas instituciones y estructuras puede conllevar un aumento exponencial de

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riqueza; pero es un presente que se expande, no ya una vida histórica. Quien acepte este modo de vida, no tiene nada que discernir. Sólo quien pone todo al servicio de esas relaciones personalizadoras puede y tiene que discernir.

El mínimo humanizador de esas relaciones es contribuir a que haya vida para todos, renunciando, si es preciso, a un tren de vida que no es universalizable. Este paso supone renunciar a la propia absolutización y a considerar la sociedad como un cúmulo de individuos que buscan sus propios fines, y canalizar la satisfacción de mis necesidades en la satisfacción de las del cuerpo social.

El paso siguiente es contribuir a que esa vida sea producida por todos, que no haya nadie que meramente recibe sin ser sujeto de esa vida social. El discernimiento de este paso es la valoración de la condición de sujeto y, por eso, la renuncia a vivir de otros y la colaboración para que todos puedan llegar a capacitarse y ser efectivamente productivos, y la renuncia, por tanto, a dar a otros vida de manera que dependen de mí porque no son capaces de producir su propia vida.

El otro paso es que las diferencias no den lugar a privilegios ni discriminaciones sino que se vaya llegando a una relativa igualdad. El cuerpo social complejo da lugar a una inmensa división de trabajo. Aunque todos sean necesarios, unos puestos tienden a ser más valorados que otros, bien por los saberes y la pericia que suponen, bien por el gran poder que conllevan, como capacidad de influencia, de obtener provecho particular o de lograr que otros sigan mis dictados. Esos puestos dotados de mayor influencia tienden a ser más codiciados por la atracción que causa ejercer el poder y porque, de hecho, llevan aparejados además grandes incentivos económicos. El cuerpo social debe acrecentar el agradecimiento a quienes los desempeñan en beneficio del conjunto; pero no puede permitir que mediaticen al propio cuerpo social, privatizándolo de algún modo; ni que otros muchos puestos, absolutamente necesarios, sean despreciados, se desincentive su desempeño y dedicarse a ellos se vea casi como un fracaso. El cuerpo social tiene que velar por el desempeño armónico y no dejar al mercado su regulación.

Otro paso impostergable es que todos puedan contribuir en algún grado al diseño de la vida social y política, a su gerencia y a su control. La razón de ser es que confinarse en la vida privada es, como lo dice su nombre,

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privarse o verse privado de una dimensión constitutiva de nuestra humanidad cualitativa: el ejercicio de la responsabilidad ciudadana en su múltiple espectro. Por eso, a nadie puede privarse y, por otro lado, ha de incentivarse su ejercicio.

El otro, es la respectividad positiva, la apertura personal a los demás. En este paso hay un aspecto negativo, que consiste en no excluir a nadie, ni individuo ni grupo o colectivo social. Siempre ha de trabajarse en esa dirección, porque el que excluye, sea individuo o grupo, se excluye él mismo de la humanidad y pasa a definirse por algunas características específicas. Por eso, el punto mínimo es no resignarse a ninguna exclusión. Pero, siendo esto imprescindible, lo más decisivo es avanzar en la respectividad positiva, dirección que no conoce límite.

Los otros dos pasos, realmente trascendentes y que para los cristianos deben impregnar a todos los anteriores, pero además deben expresarse directamente, son: la confianza filial en Dios y la apertura a su designio sobre uno, y la consideración de todos los seres humanos como verdaderos hermanos por ser, como uno, hijos de Dios.

Estos dos últimos pasos constituyen lo más histórico de la historia ya que acontecieron a través de la historia de Jesús de Nazaret, Hijo único y eterno de Dios, que se hizo no sólo un ser humano como nosotros, sino concretamente Hermano de todos y cada uno, y así nos hizo participar de su relación filial con Dios, y nos entregó su Espíritu de Hijo para que pudiéramos relacionarnos con Dios como hijos y con los demás seres humanos como verdaderos hermanos. Para nosotros esto es lo que da la talla de las personas en esta historia concreta de gracia que es la única que existe. Todo discernimiento de los signos de los tiempos que aspire a ser un discernimiento espiritual, ha de ir en esta dirección, que es la dirección cualitativa de la realidad histórica. Pero insistiendo complementariamente que la prueba de que se es Hijo y hermano es vivir eximiamente los pasos anteriores, impregnándolos de este espíritu.

Como se echa de ver, no podemos decir que la sociedad humana actual, tal como está configurada económica y políticamente, camine en la dirección de estos discernimientos. Por eso comenzamos asentando que estábamos tratando

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de algo recesivo, es decir, de algo a contracorriente, tan a contracorriente que no sólo no se plantea sino que se propone asiduamente lo contrario.

Como hemos observado que el Concilio es el primer documento eclesial que se hace cargo del carácter histórico de la historia y la discierne concretamente, vamos a exponerlo detenidamente porque constituye el centro de nuestro estudio.

EL DISCERNIMIENTO DEL CONCILIO ES LA ACCIÓN HISTÓRICA39

Novedad histórica del trabajo y la política

El discernimiento fundamental del Concilio es la acción histórica y su trascendencia, es decir, su condición de acción espiritual40 . Hasta el Concilio tanto las escuelas y maestros de espiritualidad como los de moral consideraban la acción humana como imitación de la acción de la naturaleza y dentro de su ámbito. El mundo de vida del ser humano, aun en el caso de las ciudades, era fundamentalmente un mundo natural. Aun la vida política, que era la mayor novedad, se consideraba dentro de un esquema organicista: los seres humanos éramos distintos porque teníamos diversas funciones dentro del mismo cuerpo social. Era lo que expresó el auto sacramental El Gran Teatro del Mundo. Cada uno nacía con un papel determinado. La calidad del papel era distinta y por eso cada quien tenía distintos derechos y obligaciones. Pero el destino de la persona se jugaba únicamente en la calidad de la representación. En eso consistía la acción humana. De este modo un mendigo podía llegar a ser más humano que un rey porque jugó mejor su papel.

Claro que a poco que se pensara podía advertirse una evolución en la historia en el sentido de complejificación de la vida por división del trabajo y multiplicación de artefactos. Pero no había variado el imaginario: la humanidad se adapta a la tierra, aunque también trata de sacarla el mayor provecho

39 Esta sección está tomada de triGo, Discernimiento de la acción del espíritu en la historia. ITER 33 (2004) 49-57.

40 triGo, Simpatía y compasión. Reestructuración de la espiritualidad que impulsó el Concilio. ITER 29 (2002) 11-77 y 32 (2003) 151-192. Id. Espiritualidad conciliar. UIA Puebla 2003.

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Este imaginario es el que ha cambiado, y el cambio está ligado a una nueva concepción del trabajo ligado a la ciencia y a la técnica, a la producción y al consumo. Por este trabajo los seres humanos construyen un mundo que no existía, que es producto suyo, y viven en él y de él. El trabajo sirve para satisfacer necesidades y preferencias, pero también y, más aún, para idearlas y realizarlas. Y el trabajo también se realiza sobre el propio ser humano desestructurándolo hasta sus componentes germinales e interviniendo en él con el propósito de transformarlo como todo lo demás41.

El otro elemento de la nueva época, consecuente en el fondo con el anterior, aunque en profunda tensión por el modo de llevarse a cabo el trabajo, es la aspiración universal a la democracia, que consiste en no sentirse obligados por ninguna configuración social recibida de la tradición, porque se siente como responsabilidad actual el tomar la configuración y la marcha de la humanidad en las manos de todos sus miembros.

Caracterización de la nueva época

¿Cómo ve el Concilio esta época y lo que en ella está en juego? Nos vamos a referir a la Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual, que es el documento que trata del tema. El Concilio afirma que «el género humano se halla hoy en un período nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados»42. Los provoca él mismo y luego revierten sobre él. Esta revolución global está ligada al avance indetenible de las ciencias y al progreso de la técnica, incluidas las comunicaciones43, que no sólo transforma la faz de la tierra e intenta incluso la conquista del espacio ultraterrestre sino que también modifica profundamente el ambiente cultural y las formas de pensar44. Una consecuencia de la intervención humana en el mundo es que «la familia humana se va sintiendo y haciendo una única comunidad en el mundo»45. «La propia historia ha acelerado tan rápidamente su carrera que

41 JonaS, El principio de responsabilidad. Herder, Barcelona 1995, 23-59.

42 Gaudium et Spes n. 4.

43 Cfr. Gaudium et Spes n. 54.

44 Ibíd., n. 5.

45 Gaudium et Spes n. 33.

Apuntes Ignacianos 69-70 (septiembre 2013 - abril 2014) 70-160 posible, y los seres humanos se adaptan al esquema de la sociedad ancestral naturalizado, aunque tratando de vivirlo lo más humanamente posible.

apenas es posible seguirla». La humanidad ha pasado así de una noción estática del orden de las cosas a otra dinámica46.

La aspiración de fondo y universal que preside este cambio consiste en que «las personas y los grupos sociales están sedientos de una vida plena y libre, digna del ser humano, poniendo a su servicio las inmensas posibilidades que les ofrece el mundo actual»47.

Con el desarrollo cultural, económico y social se consolida en la mayoría el deseo de participar más plenamente en la organización de la comunidad política. En la conciencia de muchos se intensifica el afán de respetar los derechos de las minorías, sin descuidar los deberes de éstas para con la comunidad política; además crece por días el respeto hacia los hombres que profesan opiniones o religión distintas; al mismo tiempo se establece una mayor colaboración a fin de que todos los ciudadanos, y no solamente algunos privilegiados, puedan hacer uso efectivo de los derechos inherentes a la persona48.

Novedad de la acción: unión de la acción técnica, política y cultural

¿En qué consiste propiamente la acción en el sentido de acción en obediencia al Espíritu? El Concilio asienta que «hay que favorecer el progreso técnico, el espíritu de innovación, la creación y ampliación de nuevas empresas, la adaptación de los métodos, el esfuerzo sostenido de cuantos participan en la producción; en una palabra, todo cuanto puede contribuir a dicho progreso»49. Hasta aquí, como se ve, la coincidencia es total con los que comandan la dirección dominante de esta figura histórica, que son los accionistas mayoritarios y la alta burocracia de las corporaciones mundializadas y la mayoría de los dirigentes políticos. Pero, añade el texto, «la finalidad fundamental de esta producción no es el mero incremento de productos ni el mayor beneficio ni el poder sino el servicio al ser humano, al ser humano integral (...), a todo tipo de seres humanos»50. Éste es el punto de ruptura, porque para estos dirigentes el servicio al ser humano consiste precisamente en que produzca

46 Ibíd., n. 5.

47 Ibíd., n. 9.

48 Ibíd., n. 73.

49 Ibíd., n. 64.

50 Ibídem

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¿En qué consiste para los obispos el desarrollo humano? En la propia valoración humana que reporta la acción y en la transformación de la convivencia humana en la dirección de la fraternidad:

La actividad humana, así como procede del ser humano, así también se ordena al ser humano. Pues éste, con su acción, no sólo transforma las cosas y la sociedad, sino que se perfecciona a sí mismo. Aprende mucho, cultiva sus facultades, se supera y se trasciende. Tal superación, rectamente entendida, es más importante que las riquezas exteriores que puedan acumularse (...) Cuanto llevan a cabo los seres humanos para lograr más justicia, mayor fraternidad, y un más humano planteamiento en los problemas sociales, vale más que los progresos técnicos. Pues dichos progresos pueden ofrecer, como si dijéramos, el material para la promoción humana, pero por sí solos no pueden llevarla a cabo51.

Así pues, el desarrollo técnico es valiosísimo, tanto por la autovaloración que se logra en la acción de promoverlo, como porque la base material de la vida humana, si está armónicamente integrada en el conjunto de lo que es la vida humana, desempeña un papel fundamental en cuanto posibilitador. ¿Qué significa este planteamiento? Que el desarrollo técnico es muy positivo cuando está orientado a lograr medios de vida para toda la humanidad, lo que entraña que debe tender a procurar un trabajo digno para toda ella, si el trabajo es el modo cónsono con la dignidad humana de acceder a esos bienes52.

Como actualmente no es ésta la dirección dominante de esta figura histórica, que concibe, por el contrario, el capital en función de la maximización de ganancias, del disfrute tendencialmente ilimitado de los productos y de la consecución del poder, el Concilio propone ante todo la evangelización de los productores para que tomen conciencia de que esa dirección asumida

51 Ibíd., n. 35.

52 El sentido humano del trabajo está expresado eximiamente en la Laborens exercens de Juan PabLo ii, una encíclica que no ha sido recibida ya que va a contrapelo tanto de la reducción del trabajo, incluso el trabajo técnico más especializado, a la condición de mercancía, como de la experiencia de tantos trabajadores atrapados en una labor absolutamente rutinizada en la que no experimentan esas virtualidades sino fastidio y enervamiento, además de fatiga extrema, como en el caso de la maquila.

Apuntes Ignacianos 69-70 (septiembre 2013 - abril 2014) 70-160 y consuma cada vez más, ya que para ellos el ser humano se constituye por esos dos parámetros.

les vacía de humanidad y para que comprendan que su verdadera felicidad se juega en que pongan la producción al servicio de la vida de todos.

Esta toma de conciencia entraña un tremendo cambio cultural; por eso el Concilio plantea como un objetivo fundamental la evangelización de la cultura. Pero como este asunto compete a todos, el Concilio propone también el establecimiento de una democracia mundial que lo estatuya y gerencie:

Dados los lazos tan estrechos y crecientes de mutua dependencia que hoy se dan entre todos los ciudadanos y entre todos los pueblos de la tierra, la búsqueda y la realización del bien común universal exigen que la comunidad de las naciones se dé a sí misma un ordenamiento que responda a sus obligaciones actuales, teniendo particularmente en cuenta las numerosas regiones que se encuentran aún hoy en estado de miseria inadmisible53.

Como se ve, la unión de la acción técnica con la acción política constituye la novedad de la acción espiritual, tal como la ve el Concilio; sin olvidar, claro está, el alma de la que brota, que es el amor, que cuando se aplica a lo histórico toma la forma de la justicia y la solidaridad, y que aplica también su creatividad a la compleja y apasionante tarea de transformar la cultura creando valores, expectativas, expresiones simbólicas y formas de convivencia que propicien la transformación del trabajo y la política en la línea indicada de la humanización integral.

Acción a contrapelo de la dirección dominante

Así pues, la propuesta del Concilio a los cristianos y a la gente de buena voluntad que quiera escucharlo no consiste, como propuso la Iglesia antaño, en que cada quien cumpla con su papel, un papel establecido tradicionalmente y asumido como voluntad de Dios. Tampoco consiste, como lo pide la dirección dominante de esta figura histórica, en que cada quien asuma el papel que quiera y pueda y que en su desempeño se someta a las reglas de juego vigentes, es decir, que produzca y consuma lo más posible, de acuerdo a la legalidad vigente que se expresa en el cumplimiento de los contratos que personalmente suscriba y en los que está comprometido como ciudadano.

53 Gaudium et Spes n. 84.

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Para decirlo en el lenguaje tradicional, nuevamente en boga, un cristiano no se santifica por vivir la vida ordinaria dentro del ethos vigente, como la viven quienes dan la pauta como productores exitosos y conductores de empresas y comunidades políticas. Eso, usando nuevamente el lenguaje teológico tradicional, que en este caso coincide con el uso popular, no tiene gracia. Primero porque no tiene ninguna trascendencia: es un mero trueque en el que se da y se recibe sobre la base de definirse, no como un ser personal sino como mero individuo de un conjunto. Segundo, porque es una irresponsabilidad: esa funcionalización absoluta, ese conductivismo, no hace justicia ni al ser personal que es uno ni al carácter personalizado que está llamada a tener la comunidad humana, tanto en cuanto comunidad de productores como en cuanto comunidad política.

Esto significa que la acción en obediencia al Espíritu es hoy una acción que se apoya en los bienes civilizatorios y culturales de esta figura histórica, pero que se ejerce a contrapelo de su dirección dominante. En efecto, para el Concilio el alma de «la creciente interdependencia mutua entre los seres humanos y la unificación así mismo creciente del mundo»54 es la índole comunitaria de la vocación humana, mientras que para la dirección dominante es la libertad absoluta de los capitales y su expresión institucional, que es la posibilidad de que las corporaciones mundializadas se implanten en todos los países sin ninguna restricción.

Es claro que son dos visiones incompatibles. La incompatibilidad radica en lo que aspira a constituirse como absoluto. En la dirección dominante lo absoluto es la libertad entendida como libertad absoluta del capital y las empresas, y libertad de los seres humanos entendidos como meros individuos privados, lo que significa reducción del contrato laboral a algo meramente privado. Este carácter absoluto se expresa diciendo que en el ordenamiento económico del mundo sólo debe tomarse en cuenta la lógica económica y, en definitiva, la libre voluntad de los contratantes ya que este ámbito debe funcionar independiente de cualquier interferencia, sea política, ética o religiosa.

Frente a esta visión de una globalización de la producción y el consumo, en la que el individuo no cuenta sino como una mercancía más, el Concilio asienta que Dios «ha querido que los seres humanos constituyan una sola

54 Ibíd., 24.

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familia y se traten entre sí con espíritu de hermanos»55. Esta visión no sólo no tiene viabilidad en la dirección dominante sino que carece de sentido. Porque el ser humano que contempla la globalización del mercado es el individuo sin ningún lazo constituyente y, por tanto, con relaciones meramente aleatorias y privadas. En tanto que para el Concilio el ser humano «no puede encontrar su propia plenitud sin la entrega sincera de sí mismo a los demás»56.

Quiero insistir en que el Concilio no propone que siga la dirección dominante, pero que se compense a los más desfavorecidos. Eso para el Concilio no hace justicia a la realidad y es una irresponsabilidad; más aún, entraña una falta elemental de racionalidad ya que se niega a considerar que el ser humano, siendo internamente diferenciado, constituye, sin embargo, una unidad, como también lo constituye la humanidad, de modo que los ámbitos de realidad que crea, los crea para sí, es decir para que, coordinados, coadyuven a su constitución y promoción humana. O sea, que lo razonable no es que cada ámbito se autonomice sino que se refiera concretamente al conjunto desde su propia configuración, no como un correctivo externo.

Frente a la globalización del capital y las mercancías, la mundialización democrática, simbiótica y ecuménica

Naturalmente que quien resiste a esta reconfiguración no es la economía en sí sino los que la liderizan y los ideólogos y políticos a su servicio. Son pocas personas, pero han logrado una concentración de poder desconocida en la historia, poder que no estriba sólo en masa monetaria sino en organizaciones de producción y mercadeo que emplean a muchos miles de personas, en marcas prestigiosas que están presentes en todo el mundo y en campañas científicamente montadas y diseminadas por todos los canales para hacer valer su posición.

Esta dominancia persuade a muchas personas de que así es la vida y que intentar esa reconfiguración es una empresa demasiada arriesgada que puede echarlo todo a perder. Además es cierto que ha habido experiencias históricas que al no partir de lo dado para transformarlo sino pretender acabar con lo que hay y con el pasado para iniciar una historia nueva a partir

55 Ibidem.

56 Ibidem.

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de cero, es decir, de sus propios postulados57, han causado más daños que los que pretendían remediar. Esta experiencia, hábilmente manejada por la propaganda de los actuales dueños del trabajo humano, disuade a mucha gente de emprender las transformaciones a partir de lo dado, que pide la acción espiritual, tal como, siguiendo al Concilio, la hemos caracterizado.

Aprovechándose del descrédito de lo público que han inoculado, los dueños del trabajo han vuelto a imponer la mano de obra esclava, un tipo de contrato que se creía desaparecido para siempre desde la segunda mitad del siglo XX. La crítica más contundente a El Capital que se hacía en los años 60 era que las inhumanas condiciones de trabajo que él describe en la Inglaterra de entonces habían sido superadas dentro del capitalismo y que en este sistema los trabajadores habían obtenido mayores beneficios que en el mundo comunista, además de participar de la conducción de la vida política en una medida mucho mayor que en los países oficialmente socialistas. Pues bien, la realidad actual es que los líderes de las corporaciones mundializadas y el gran capital financiero han logrado neutralizar los sindicatos hasta hacerlos casi desaparecer y han logrado poner el poder político a su disposición hasta reducirlo casi a un intermediario suyo. El resultado es el caos actual: por una parte, una polarización tan aguda de la humanidad que causa migraciones masivas incontenibles y creciente violencia, y, por otra, un vaciamiento humano pavoroso en quienes la promueven y usufructúan, que se manifiesta en la reducción de todo a la condición de objeto y, por tanto, en una irremediable soledad, en la unidimensionalización de la vida personal y social, en una insensibilidad blanda y opaca que es el índice más alarmante de deshumanización, en el desquiciamiento y la aceptación de la irracionalidad.

Es claro que no estamos proponiendo volver a la solución marxista sino incrementar la acción. La postura del Concilio no es tampoco la antiglobalización. Él piensa con toda razón que no hay marcha atrás. Su propuesta, reiteramos, es la acción integral tendente a una mundialización que tenga por sujeto tendencialmente a todos los seres humanos, progresivamente incorporados a los bienes civilizatorios y culturales del occidente sin perder los suyos propios.

57 Ése es el sentido de las revoluciones, que pretenden que lo nuevo nazca de sí mismas como acto genesíaco que hace borrón y cuenta nueva con el pasado, además de ajustar cuentas vengativamente con los detentores del viejo poder.

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Carácter escatológico de la acción y sus frutos

Para el Concilio el valor eminente de la acción radica en que sus frutos son escatológicos, es decir, definitivos. A diferencia del éxito, que es exterior al ser humano y efímero, los frutos de la acción son eternos.

Con eso no queremos decir primordialmente que duran para siempre. Queremos decir que su calidad es tal que, siendo plenamente humanos, son igualmente divinos. Por eso tienen la virtualidad de resistir la prueba del tiempo y hasta de traspasar la barrera de la muerte. En el lenguaje del cuarto evangelio, vivir entregados a la acción, tal como la hemos caracterizado, es ya vida eterna. Es vida eterna porque es acción en obediencia al Espíritu, porque es acción nuestra posibilitada por el Espíritu. La acción es coincidencia del Espíritu y la persona humana: ambos inciden a la vez en lo mismo.

La acción es la única relación inmediata entre la persona y Dios. La relación con el Padre y con Jesús está mediada tanto por la idea que tenemos de ellos como por nuestro cuerpo. Como es una relación directa, está mediada. Aunque no es relación cara a cara. La relación con Dios es ponernos en sus manos, aceptar que él nos funde en la existencia. La relación con Jesús es el seguimiento. Ambas son relaciones temáticas, directas, relaciones con ellos. Sin embargo, el movimiento del Espíritu nos dirige o a Dios o a Jesús o al trabajo o a la convivencia social o a la acción política... Nunca nos dirige a él. Es una relación indirecta. Pero, por eso mismo, no está mediada: ambos incidimos en lo mismo, el Espíritu nos mueve para que nosotros libremente nos movamos; co-incidimos. Esta sinergia no debe ser entendida como una colaboración en el mismo plano. En el plano empírico, detectable por las ciencias, sólo existe nuestra acción. Si se pudiera detectar científicamente al Espíritu, no sería el Espíritu de Dios sino un ser mundano. El Espíritu mueve siempre y a todos, pero mueve desde más adentro que lo íntimo nuestro. Por hipótesis lo íntimo es lo más adentro posible. El que exista en nosotros un más adentro al que no tenemos acceso, significa que no nos fundamos en nosotros mismos, que no somos meramente seres mundanos, que estamos abiertos, tanto a la nada como al misterio que es Dios. El Espíritu mueve desde la trascendencia, pero entendida no como más allá del universo sino como más adentro: trascendencia por inmanencia.

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Vivir la acción es, pues, vivir la vida eterna, participar humanamente de la vida de Dios. Pero, obviamente, en las condiciones de vida de este mundo. Por eso, para los que creemos que esta vida, tan humana que es divina «la vida de los hijos de Dios que son todos y sólo los que se dejan mover por el Espíritu»58, tiene la virtualidad de traspasar la barrera de la muerte: esa vida, al no darse ya en el mundo, en ese lugar creado por Dios para nosotros al encogerse (hablando metafóricamente), es una vida transformada, ya que entonces tiene lugar no en nuestro mundo sino en la comunidad divina. Pero, transformada, traspasada toda por la gloria de Dios, sigue siendo nuestra vida, el fruto de esta acción.

Veamos cómo lo dice el Concilio en un pasaje memorable:

Los bienes de la dignidad humana, la unión fraterna y la libertad, en una palabra, todos los frutos excelentes de la naturaleza y de nuestro esfuerzo, después de haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo con su mandato, volveremos a encontrarlos limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados, cuando Cristo entregue al Padre el Reino59.

LA ILUSTRACIÓN ES AHISTÓRICA Y RESERVA PARA EL CRISTIANISMO EL ÁMBITO PRIVADO: DOBLE REDUCCIÓN

Digamos ahora una palabra sobre la perspectiva de la Ilustración, porque constituye hasta hoy la perspectiva dominante en la que se inscribe la propuesta establecida (la de las clases «ilustradas») y la propuesta cristiana establecida (los cristianos modernos).

Podemos decir que cuando las tradiciones no se rutinizan naturalizándose e incluso sacralizándose, pero tampoco se desprecian sino que se reciben en un horizonte abierto, de manera que se dan lugar a transformaciones incesantes, sobreviene la perspectiva histórica.

58 Rm 8, 14.

59 Gaudium et Spes n. 39.

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La Ilustración captó con su conciencia crítica que muchas tradiciones que imperaban en su situación estaban obsoletas y se irguió contra ellas. Entre ellas, el modo de entender la existencia del universo y el puesto del ser humano en el mundo y el modo de vivir la sociabilidad humana y la educación que introducía a ella y, más en concreto, el modo de ejercer la ciencia y, consiguientemente, la técnica y la manera de concebir y ejercer la autoridad y, más específicamente, la política. En todos estos ámbitos propuso alternativas.

Sin embargo, como no se criticó a sí misma sino que, de hecho, naturalizó y aun sacralizó a su razón crítica y analítica, se colocó fuera de la historia, considerando todo lo anterior como un preludio de la verdadera vida que acontecería a partir del uso ilustrado de la razón. De este modo se incapacitó para entender las tradiciones vivas como vehículo abierto de historicidad. Así preparó la absolutización de la actual figura histórica, que tiene que ver precisamente con su espectacular desarrollo técnico.

Y también se incapacitó para entender lo histórico del cristianismo que es lo propiamente cristiano en él. En efecto, al criticar muchas tradiciones eclesiásticas y más globalmente el poder absoluto de la jerarquía, que se colocaba por encima y fuera del pueblo de Dios como corregente de la sociedad, junto con el poder económico y el político, lo hizo desde su razón absolutizada y así llegó a la congruencia de un ser supremo por la contemplación de la grandeza y armonía del cosmos (para Rousseau, la majestad de los Alpes y, más en general, de la naturaleza y para Kant, el estremecimiento ante el cielo estrellado) y como sancionador del carácter absoluto del orden moral. Pero lo propiamente histórico del cristianismo, la revelación bíblica que culmina en Jesús, fue tenida meramente como representación sensible, de lo humano en sí, conocido más directa y seguramente por la propia razón, independientemente de la revelación. En suma, sería la revelación por la vía de la representación, de lo humano, que ahora se revela por la vía propia, es decir, por la razón.

Esta interpretación llega a su extremo en Feuerbach para quien la verdad, es decir, la esencia del cristianismo, es la revelación de la «divinidad» del ser humano, o sea, de su carácter absoluto. Ésa sería la verdad de la encarnación: los atributos que se ponían fuera del ser humano, se ponen por fin en él. Esta tendencia sería completada por Hegel, que, al otorgar al Estado prusiano los atributos del Espíritu, constituiría el punto de llegada de la

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historia de la encarnación y, por tanto, su superación, en el estado de cosas presente divinizado, en el sentido de absolutizado. Hoy, sin el andamiaje de Hegel, es lo que se sostiene y, sobre todo, se practica.

Sin embargo, como, de hecho, se ha mantenido la religión y más concreto el cristianismo, sobre todo, en el pueblo y las mujeres, pero también en bastantes profesionales, a lo que se llega es a la división entre lo público, que es lo decisivo y, por tanto, lo sujeto a debate y a la sanción social, y lo privado, que es competencia exclusiva de cada quien, con tal de que no interfiera en lo público. El cristianismo queda relegado a la condición de convicción privada, no sujeta a ninguna comprobación, pero sin ninguna injerencia en lo público.

En este ámbito uno es libre de asumir las convicciones y prácticas que crea convenientes y aun de someterse a los dictados de una autoridad eclesiástica; pero, como todo queda confinado en el ámbito privado, nada hay que discernir del momento histórico. Eso no pertenece a la religión ni, por consiguiente, al cristianismo. Aunque, además, no hay nada que discernir en absoluto porque lo histórico de la historia, el tiempo de las preparaciones, ya ha llegado al llegadero y, por consiguiente, lo único pertinente es jugar a fondo las reglas de juego establecidas, con las mil variables del caso.

Pues bien, hay que decir que, aunque la Iglesia como tal no ha aceptado teóricamente este planteamiento, que supone el vaciamiento de la sustancia del cristianismo, de hecho, en la práctica, no sólo se vive el cristianismo atenidos al ámbito privado sino que muchos miembros de la institución eclesiástica parecen participar de ese horizonte y lo proponen con asiduidad. El cristianismo, por lo general, tiene que ver con la moral individual y familiar y con la aceptación de ciertos valores. A veces todo esto se inculca muy asiduamente. Y, en este ambiente postmoderno, obviamente no es nada desdeñable.

Pero nos parece que, por lo regular, esto parece muy insuficiente o, más exactamente, resulta cada día más insatisfactorio, por lo que va tomando más relevancia el ámbito devocional. Se busca en él salir del desierto del circuito de la producción y el consumo que, aunque es fértil en toda clase de ofertas, se mueve a un nivel superficial que no es capaz de saciar la sed del corazón humano. Las devociones buscan paliar esta ausencia. Pero a la larga, si se mantienen en ese ámbito de lo privado, ¿son capaces de saciarlo?

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Nosotros pensamos que no y sostenemos que ésta es sin duda la apreciación jesuánica. La propuesta de Jesús, ya lo hemos desarrollado, no se restringe al ámbito religioso, que ni siquiera tiene en Jesús especial relevancia. La propuesta de Jesús concierne a toda la realidad y no puede confinarse en ningún ámbito estanco.

Respecto del tema que traemos entre manos del discernimiento de los signos de los tiempos, tenemos que registrar una doble reducción: a la deshistorización inherente a la Ilustración hay que sumar la de la aceptación al confinamiento en el ámbito privado. En estas condiciones, aunque se trate de salvaguardar lo más humano del ser humano, las relaciones personales y más concretamente con la persona de Dios, propósito ciertamente muy estimable, ¿puede lograrse en esas condiciones? Desde el punto de vista jesuánico, ciertamente, no.

La práctica privada de la ayuda es intrascendente

Hemos asentado que el que en la práctica acepta confinarse en el ámbito privado para vivir su cristianismo lo vive intrascendentemente. Es una afirmación muy grave, pero tenemos la responsabilidad de no ocultarla para que se pueda dar lugar a un cambio de horizonte. La razón de este juicio tan severo es que el terreno de lo privado es el ámbito del tiempo libre. Lo decisivo en la vida trascurre en lo público. Allí se dan los ejes estructuradores de la existencia: el ámbito de la producción y el de la vida social y política.

Se nos puede argüir que eso era así en la Ilustración y, más en general, en el planteamiento del occidente, empezando por Grecia. Eso es lo que connota la palabra privado: carente de; carencia de relevancia, de trascendencia. Ése es el significado de la palabra idiota en griego y la causa de su sentido tan peyorativo, porque idiota es el que se restringe a su vida particular, que es su vida privada. Por eso para Aristóteles el punto más denso de la virtud, por ejemplo, el amor, la generosidad o la valentía, se obtiene cuando se ejercen en el ámbito público.

Pero en la postmodernidad eso ya no ocurre así. En ella no hay propiamente hablando magnitudes públicas sino sólo individuos que buscan cada quien sus fines privados en un ámbito compartido y con unas reglas de juego que respetan porque, haciéndolo, se benefician a sí mismos. Por eso

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delegan a ese ámbito todo lo que es funcional para ellos y tratan de hacer privadamente lo que les conviene. Ése es el sentido de la sociedad de riesgo, frente al Estado de bienestar. En éste se delegaban en el Estado las coordenadas más básicas de la vida y eso suponía prescindir del uso privado de un porcentaje alto de los ingresos. La sociedad de riesgo trasfiere al Estado lo mínimo indispensable y lo demás se lo gerencia cada uno por su cuenta.

El cristiano

postmoderno que se acepta como individuo es, en el mejor de los casos, el

que emplea su tiempo libre para la devoción y la solidaridad

Se puede argüir que este horizonte sólo beneficia a los de mayores ingresos y es verdad; pero también lo es que éstos han logrado que la mayoría se entienda a sí mismo como un individuo con fines propios, que no se concibe con fines compartidos que delega en la sociedad ni menos en el Estado, de los que se siente formando parte.

Respondemos que, aun en ese caso, el individuo, que se piensa a sí mismo como tendencialmente autárquico, en realidad, está más sometido a las reglas de juego que el ciudadano de la modernidad, porque, como se encuentran ante puros individuos, son las corporaciones y en último término los grandes inversores quienes imponen las reglas de juego a las que tiene que someterse el pretendido autárquico, que es un mero miembro de un conjunto del que no es deliberante y que le dicta, tanto las posibilidades como las limitaciones. Y así esa vida individual es, en definitiva, una variante del orden establecido.

Así pues, el individualista renuncia de entrada a ser persona por rechazar definirse por relaciones personales constituyentes; pero es que, además, no consigue ser de ningún modo el ser autárquico al que aspira, ya que su vida no nace de sí sino que es una variante del menú establecido.

Por eso, el cristiano postmoderno que se acepta como individuo es, en el mejor de los casos, el que emplea su tiempo libre para la devoción y la solidaridad. Pero, por hipótesis, estas prácticas se realizan dentro de las posibilidades establecidas, de manera que no interfieran en las demás dimensiones de su vida y, en particular, con la fuente de sus ingresos, y no se plantean ir más allá.

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En este sentido las prácticas de ayuda son intrascendentes ya que no llegan al nivel de la realidad sino que se mantienen al nivel de los papeles que desempeña cada uno de los implicados. Se dan al nivel de lo particular, no de lo concreto. En primer lugar, el que las lleva a cabo no actúa como esa persona concreta que es, con todas sus dimensiones y desde la raíz de sus actos, sino únicamente como ese individuo que dedica ese tiempo a esa actividad de ayuda. Y aquellos con los que se encuentra son para él esas personas que necesitan y demandan eso específico que es el punto de relación.

La práctica privada de la piedad es intrascendente

Lo mismo pasa con las devociones. Si se está ante Dios, no como la persona concreta que se es, todo entero, poniendo todo en la relación de manera que todo sea variable y lo único absoluto sea la relación, si, por el contrario, se está sólo como individuo, como lo que uno puede disponer de sí, dejando fuera la participación en los conjuntos en los que transcurre su vida, que juzga como insignificantes para la relación, esa relación es una relación resignada, está castrada de antemano, sólo da para hallar un poco de consuelo o de sentido.

Su objetivo es tener, al menos, una relación distinta, fuera de ese circuito de la producción y el consumo, estar en algo que ni se compra ni se vende, estar, a poder ser, de un modo indefenso y desnudo, aunque sea sólo por un instante, estar con confianza, a pesar de la conciencia de no estar a la altura de Dios, y, a poder ser, con algo de devoción, eso vale por sí mismo, y para esa persona compensa de muchas otras relaciones no tan satisfactorias.

Esto no debe ser desdeñado sino altamente valorado y es cierto que, en alguna medida, hace su efecto de balancear un poco otras experiencias que van en otra dirección, porque así es la vida y se piensa que hay que vivirla como viene porque uno no la puede modificar y ni siquiera se lo plantea.

Decimos, con todo, que una devoción así no es trascendente porque la voz cantante no la lleva la propia relación que va labrando sus cauces y en ese sentido la relación no es absoluta. El devoto se sabe determinado en muchos aspectos de su vida y, por eso, todo eso queda fuera de la relación con Dios como zonas opacas, neutras. Uno no va libre ni con deseos de libertad. Se acepta como es y ofrece lo que él piensa que está a su alcance,

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que es sólo, y él lo sabe, un ratico sabroso, un encuentro limitado, pero que para el devoto trata de ser lo más entrañable posible.

Para referirnos a un acto muy significativo para nosotros de devoción, creemos que eso es lo que pasa frecuentemente con los Ejercicios espirituales de san Ignacio. Se constata que en bastantes que los hacen, no se da el fruto que para el que los compuso es su objetivo: ordenar la vida, venciendo las afecciones desordenadas, para así disponerse a buscar y hallar la voluntad de Dios. El problema en esos casos es que el ejercitante no es capaz de traer cada una de las relaciones y actividades y afecciones al discernimiento y para eso de relativizarlas («tanto cuanto»), incluso no hace nada por ir en esa dirección vital porque tiene puesto el corazón en lo que hace y vive; casi todo en su vida es constante y, por tanto, es poco lo que entra como materia de discernimiento.

En esos casos la relación con Dios y con Jesús no lleva la voz cantante, no es de ningún modo el absoluto. Puede ser que ocupe gran parte del día, puede ser que todo se haga en su nombre e incluso que gran parte del día se esté tratando de ellos y que se lo haga con dedicación e incluso con entusiasmo. Él es el motivo omnipresente, pero no el Señor de esas vidas. Dios como el tema de la vida no es lo mismo que Dios como la persona que con su relación la configura. Puede ser que es uno mismo el que la configura o se la configura la institución a la que pertenece y él lo acepta porque eso conlleva un reconocimiento y una seguridad, en los que descansa.

Si la trama de la propia vida está ya establecida y no es objeto de discernimiento, si tampoco lo es la situación social y política en la que se vive, si todo esto se acepta en la práctica, bien porque se lo usufructúe, bien porque se resigna a ello ¿qué es lo que se busca ordenar en los Ejercicios? ¿Qué voluntad de Dios se busca para ser hallada y puesta por obra? Sólo quedan las particularidades del individuo, y, en efecto, ésas son las que entran como tema de discernimiento.

Como se ve, también en este caso estamos en el terreno de lo particular, no de lo concreto y, menos, de lo histórico de la vida: el momento de creación de posibilidades nuevas, transformando y liberando lo que lo traba.

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El

discernimiento de

los signos de los tiempos tiene que entrar en los Ejercicios como materia central, si queremos que sean relevantes

Éste no es únicamente un problema del ejercitante, lo es también, la mayoría de las veces, del que da los Ejercicios. Ordinariamente la vida histórica queda fuera de consideración, todo lo más puede entrar como marco, se sobreentiende que fijo. De este modo el ejercitador está considerando al ejercitante no como una persona sino como un individuo de conjuntos de los que recibe las posibilidades y las limitaciones. A lo más que se llega es a maximizar las primeras y minimizar las segundas, eso las veces en que el marco histórico entra en consideración. Pero no se suele relacionar la realización cristiana con la responsabilidad con el hermano y con la historia, para tomar la expresión de la Gaudium et Spes.

La propuesta que se sigue de todo lo que vamos diciendo es que el discernimiento de los signos de los tiempos tiene que entrar en los Ejercicios como materia central, si queremos que sean relevantes.

EL EJERCICIO TRASCENDENTE DE LA DEVOCIÓN, REQUISITO PARA QUITAR LAS AFECCIONES

DESORDENADAS Y DISCERNIR LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS

Con esto entramos en la segunda parte de nuestro tema que es que el ejercicio asiduo y lo más trascendente posible de devociones es requisito, en la práctica casi indispensable, para acertar en el discernimiento de los signos de los tiempos.

Tomemos el caso ejemplar de los Ejercicios. Lo que se logra en los Ejercicios cuando se hacen a fondo (que también se puede lograr de otros modos) es condición de posibilidad para el ejercicio cristiano del discernimiento de los signos de los tiempos. Nos referimos a la individuación personalizada, a la liberación de la libertad por la mortificación de las pasiones que se da en la vida como seguimiento de Jesús, como respuesta a la invitación actual del Señor, que ha muerto por el ejercitante, y que culmina en la trasparencia propia y del actuar de Dios. Todos estos elementos son requisitos indispen-

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sables para el discernimiento de los signos de los tiempos. Vamos a mostrar la pertinencia de estas afirmaciones.

La complejidad de la historia ¿permite discernir el paso de Dios en ella?

Al exponer las razones por las que hoy apenas se practica el discernimiento de los signos de los tiempos asentábamos en primer lugar que la complejidad casi inextricable de la historia volvía casi impracticable el método y una constatación en apoyo a esta aserción son los discernimientos equivocados que se hicieron y aun hoy se hacen, con graves consecuencias.

La primera razón tiene peso, pero no es concluyente. En efecto, es distinto comprender científicamente cada uno de los procesos actualmente en marcha en nuestra vida histórica, lo que, en verdad, es absolutamente inabarcable, que comprender las líneas maestras que configuran una situación determinada. Esto se puede lograr, porque se tiene experiencia vital de ella y, aunque no es lo mismo vivir algo que ser consciente de lo que se vive (precisamente por eso se precisa el discernimiento), como la conciencia acompaña al actuar cuando éste es personal, es posible que la conciencia de lo que se vive se equipare a la realidad de lo que se vive, si no totalmente, sí al menos tendencialmente en sus líneas maestras. Tanto la ciencia y la técnica como la política, como toda la vida social, como, más en general, la vida humana, están basadas en la presunción de esa capacidad, al menos en principio.

Ahora bien, como la realidad es procesual y el modo humano de ser es ser siendo, esa percepción no se da por una suerte de intuición instantánea sino que se va llegando a ella por ensayo y error: estableciendo hipótesis que, mediante la observación participada o, más aún, la participación observante, y, en definitiva, mediante la praxis, es decir la acción consciente y transformadora, se van refinando progresivamente, aunque sin llegar nunca a adecuarse del todo.

Pero es que, además, de lo que se trata, en definitiva, no es de discernir la historia sino el paso de Dios en ella, la acción en ella del Espíritu, que para nosotros no es otro que el Espíritu del Crucificado resucitado, el Espíritu enviado en la Pascua.

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Si conocemos los discernimientos de Jesús, sabremos cómo tenemos que discernir nosotros

Ese Espíritu no es abisal sino que es el Espíritu de la Palabra por la que todo fue creado. Por tanto, mueve en la dirección de plenificar la realidad histórica. Pero también concreta en qué consiste en cada situación la participación posible en esa plenitud a la que todo tiende. Ahora bien, nosotros los cristianos sostenemos que ya ha entrado lo definitivo en la historia. Es la Palabra hecha carne: Jesús de Nazaret. Sin embargo, Jesús de Nazaret se encarnó en la historia sin romperla. Le dio su sentido y fisonomía definitiva, pero se la dio históricamente, como hemos mostrado al tratar de sus discernimientos. Así pues, el Espíritu obra o, mejor, impulsa a obrar, porque él no es una fuerza mundana, en la misma dirección de Jesús de Nazaret. La acción impulsada por el Espíritu es equivalente en nuestra situación a la que obró Jesús en la suya.

Así pues, si conocemos los discernimientos de Jesús, sabremos cómo tenemos que discernir nosotros, aunque eso no nos ahorra el conocimiento de nuestra situación, porque no se trata de imitar a Jesús sino de seguir el impulso de su Espíritu. Pero sí nos pone en la pista de modo seguro.

Por tanto, sí puede esperarse razonablemente que pueda llegarse a un conocimiento suficiente para poder discernir con suficiente ponderación los signos de los tiempos.

La complejidad de la realidad no es, pues, el motivo de fondo por el que no nos aplicamos al discernimiento de los signos de los tiempos.

Por tanto, tenemos que explicar el hecho, demasiado frecuente, por desgracia, de los errores de bulto en los que practican ese discernimiento, que es causa o al menos excusa para no acometer esa práctica sentida como tan riesgosa.

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Errores de

apreciación

en el discernimiento de los signos de los tiempos en América Latina

Primero tenemos que objetivar esos errores de bulto. Puebla los puso en evidencia, un tanto sesgadamente en la ponderación, pero certera en el señalamiento.

Casi simultáneamente unos dijeron que el problema de nuestra América era el atraso y que, por tanto, el desarrollo, tal como lo estaba llevando a cabo el primer mundo iría con el tiempo solucionando nuestros problemas ancestrales. El crecimiento, cuando tomara cierta magnitud y se extendiera a los diversos niveles, iría alcanzando a los de menor poder adquisitivo que, poco a poco, verían incrementarse sus capacidades y sus ingresos.

Frente a esta apreciación, otros sostuvieron que el problema básico se encontraba en la existencia de unas relaciones de producción y relaciones sociales radicalmente injustas, que, por un lado, trababan el crecimiento y, por otro, tenían como efecto que el crecimiento que se lograba no repercutía en los de abajo porque los de arriba se lo adjudicaban a sí mismos. La conclusión que sacaban era que había que destrabar el juego y que eso sólo se lograría cambiando las relaciones políticas mediante la toma del poder por parte del pueblo trabajador.

Claro que los primeros reconocían, en algún grado al menos, la injusticia reinante y pensaban que algo había que hacer; pero creían que al haber más para repartir iría disminuyendo la tensión por su adjudicación. También los segundos creían que había que crecer, pero no sólo pensaban que el crecimiento no solucionaría los problemas sino que argüían que el mismo crecimiento se veía trabado por esas relaciones de producción y sociales anacrónicas.

Hoy, con la perspectiva que nos da el tiempo trascurrido, es decir, con los datos que ha aportado el proceso histórico, no cabe duda de que la premisa de que el desarrollo, en el sentido de incremento de bienes y servicios, solucionaría en gran medida el problema de la pobreza y de la opresión y exclusión se ha evidenciado ilusoria. Hasta el FMI y el BM lo han reconocido. Lo que se ha dado ha sido, más bien, lo contrario: que los ricos han llegado a ser muchísimo más ricos y que hay muchísimos más pobres y proporcio-

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nalmente son más pobres. El desarrollismo no es la solución del problema social. Pero, además, ha provocado un vaciamiento humano pavoroso en los de arriba comprometidos en esta política.

Tenían razón los que afirmaban que sin un cambio de relaciones de producción y relaciones sociales no se daría un desarrollo integral y que el desarrollo que se obtuviera de bienes y servicios no llegaría a los de abajo sino que, por el contrario, los haría más dependientes. Pero en lo que no atinaron fue en la ponderación que le dieron a la toma del poder político para destrabar el juego. Lo sobrevaloraron y subestimaron al poder económico, y no se percataron de la última revolución tecnológica, que hizo posible la globalización de bienes y servicios y disminuyó drásticamente el poder de los Estados.

Entre los cristianos la mayoría se atuvo a la apuesta por el desarrollo y los más generosos lo complementaban con la asistencia a los más pobres y la promoción popular para que superaran la exclusión y se incorporaran al establecimiento. La minoría apostó por el cambio de estructuras desde la concientización y organización popular. Fue la minoría, altamente significativa, que se expresó en Medellín y Puebla y que se alió fecundamente con el pueblo y, como dijimos, fue parada en seco con inaudita brutalidad por los detentores de un poder que se absolutizó y se volvió asesino: un totalitarismo fetichista.

Pero en una parte de este sector que optó por el cambio de estructuras, entre ellos intelectuales y cuadros medios, influyó el imaginario de izquierda, dominante en aquellos años en quienes buscaban en América Latina una alternativa.

En este sector cristiano habría que decir que el acontecimiento del Éxodo y el Dios Liberador que en él se reveló operaron como un cortocircuito, porque no se lo reinterpretó desde la Pascua cristiana. Por el contrario, se caracterizó a Jesucristo como liberador, más aún, como el Libertador absoluto, pero entendiéndolo desde el imaginario del Éxodo, reinterpretando desde él pasajes del evangelio como la cita programática en la sinagoga de Nazaret en la que la unción del Espíritu se da en vistas a dar a los pobres el evangelio de su liberación, las bienaventuranzas y malaventuranzas de Lucas, el pasaje del juicio final y el del buen samaritano, además de su condena repetida de la entrega a las riquezas y su juicio sobre los gobernantes como opresores.

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Se obvió, como hemos mostrado al tratar de los discernimientos de Jesús, que su mesianismo no fue político sino el mesianismo asuntivo del Siervo y que la apuesta del Padre y de él no fue otra que vencer al mal a fuerza de bien, y esto desde abajo y no desde el poder económico o político.

Fue una pena que no se siguiera el discernimiento de Medellín, cuando estos cristianos organizados aseguraban seguirlo con toda sinceridad. Fue una pena que la sobredeterminación de la política de izquierda indujera una lectura que cambiaba significativamente los énfasis e introducía elementos no compatibles con él. Por su relevancia y actualidad vamos a sintetizar el discernimiento de Medellín.

Discernimiento de los signos de los tiempos en Medellín

Los obispos apuestan, no por el socialismo sino por el desarrollo integral. Lo llaman integral porque aspiran a que llegue a todos los seres humanos y a que abarque todas las dimensiones humanas. Abarca, sin duda, la satisfacción de las necesidades básicas y para ello el desarrollo de las fuerzas productivas; pero nada tiene que ver con una civilización del consumo, que para los obispos es deshumanizante60. Como proceso es el paso de condiciones de vida menos humanas a más humanas61. Lo desglosan en sus diversos niveles siguiendo a la Populorum Progressio (Int. 6). La propuesta arranca de los individuos, toma en cuenta a los grupos básicos (familia, municipio, empresa) y a las asociaciones intermedias y comprende a los diversos actores económicos y políticos, y propone el paso de la confrontación a la sinergia para la mutua potenciación en un ambiente de libertad.

A este proceso lo llaman socialización:

La socialización, entendida como proceso sociocultural de personalización y solidaridad crecientes, nos induce a pensar que todos los sectores de la sociedad, pero en este caso, principalmente el sector económico social, deberán superar, por la justicia y la fraternidad, los antagonismos, para convertirse en agentes del desarrollo nacional y continental62.

60 Cfr. Documentos finales de Medellín, III, 3; V, 3.

61 Ibíd., II, 14.

62 Documentos finales de Medellín, I, 13.

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Lo que me parece más significativo de la cita es que se perciba que la personalización y la solidaridad no son inversa sino directamente proporcionales y que los diversos actores, que aparecen enfrentados, tienen que aprender a actuar en sinergia. No hay nada más opuesto tanto al capitalismo como al socialismo. Ahí está la alternativa cristiana, que aún espera ser aplicada.

Para los obispos el punto crucial no es, pues, tomarse el poder sino el de la subjetualidad social de los sectores populares en vistas a construir una sociedad participativa, tanto a los niveles primarios de la familia, el vecindario, el municipio y la empresa, como en las esferas de la conducción política y económica. No están pensando en un asambleísmo ni en una política plebiscitaria sino en los canales libres, densos y coordinados de las asociaciones intermedias63.

Para Medellín el desarrollo no puede ser humano, si cada uno de los seres humanos no es artífice de él en un esfuerzo mancomunado. No se libra el éxito a la acción de una vanguardia iluminada sino a la subjetualidad de todos y, señaladamente, del pueblo. Por eso los documentos insisten en el proceso de personalización64, de toma de conciencia65 y en la necesidad de educar la conciencia en sus distintas dimensiones y, de un modo señalado, en la social y política66.

Esta condición de sujeto incluye la condición de productor cualificado. Millones de trabajadores, dicen, «sufren, ansían y se esfuerzan por un cambio que humanice y dignifique su trabajo»67. La mayor parte de los pobladores del continente ansía capacitarse y participar y tiene potencialidades para ello. Por eso el documento denuncia la marginación de las grandes masas68. De ahí que desde el Mensaje inicial proponga «inspirar, alentar y urgir un orden nuevo de justicia que incorpore a todos los hombres en la gestión de las propias comunidades».

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En el campo político proponen:

La creación de mecanismos de participación y de legítima representación de la población, o si fuera necesario, la creación de nuevas formas, pues constatan que actualmente existen sistemas que atentan contra el bien común o favorecen a grupos privilegiados, dando como resultado la consolidación de instituciones puramente formales. Muy certeramente insisten, como punto de partida para una participación política regional y nacional, en la necesidad de vitalizar y fortalecer la organización municipal y comunal69 .

En el campo económico las genuinas representaciones de los trabajadores deberían participar no sólo en el nivel de la producción sino también «en los niveles políticos, sociales y económicos donde se toman las decisiones que se refieren al bien común»70.

Como ni los modelos tradicionales ni las propuestas actuales de desarrollo contemplan la participación ciudadana y, menos aún, la de los sectores populares, los documentos insisten en que se den oportunidades educativas a todos

En orden a la posesión evolucionada de su propio talento y de su propia personalidad, a fin de que, mediante ella, logren por sí mismos su integración en la sociedad, con plenitud de participación social, económica, cultural, política y religiosa71.

Como se echa de ver la propuesta de Medellín está en consonancia con el discernimiento de Jesús de dirigirse a todo el pueblo y no a un grupo selecto que sería su intermediario para bajar las consignas a la base. El reinado de Dios que él propone se da por relaciones personalizadas con cada miembro del pueblo de Dios y no por la acción vanguardista de minorías y de las instituciones que las encuadran, como proponen los ilustrados, tanto los de la ilustración liberal como los de la socialista.

Para Medellín la solución a los problemas no es la confrontación. Los cambios violentos de estructuras serían ineficaces y no conformes con la dignidad del pueblo, que reclama que «las transformaciones necesarias se realicen desde dentro, es decir, mediante una conveniente toma de conciencia, una adecuada preparación y esa efectiva participación de todos»72.

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Esta insistencia en transformaciones internas del tejido social y ese rechazo de la toma del poder de un grupo que impone sus dictados al resto de la sociedad es la expresión, como hemos visto, del mesianismo asuntivo de Jesús y consiguientemente de su rechazo del mesianismo davídico, que reivindica esa izquierda y esos cristianos impregnados de ella.

La justicia y, consiguientemente, la paz se conquista por una acción dinámica de concientización y de organización de los sectores populares, capaz de urgir a los poderes públicos, muchas veces impotentes en sus proyectos sociales sin el apoyo popular73.

Pero como el pueblo no tiene experiencia de participación, es imprescindible comenzar por la organización de las propias comunidades. En ellas llegarán a alcanzar, «a través de estructuras territoriales y funcionales, una participación receptiva y activa, creadora y decisiva, en la construcción de una sociedad»74. Por eso estimamos que la propuesta que puede resumir el aporte de Medellín al desarrollo humano del continente es la siguiente: «Alentar y favorecer todos los esfuerzos del pueblo por crear y desarrollar sus propias organizaciones de base»75.

Creemos que este discernimiento tiene plena vigencia para Nuestra América y por eso nos duele que no lo asuman hoy ni la institución eclesiástica ni otros sectores cristianos organizados, como por ejemplo, creo, las universidades católicas, ni, más en general, fuerzas políticas significativas.

Influencia del imaginario de izquierda

Nos parece imprescindible preguntarnos por qué muchos cristianos que en América Latina se referían a Medellín como su bandera no acogieron esta propuesta, que, como se ve, es de largo aliento76 y realmente integral, basada en la primacía de los sujetos y de las asociaciones intermedias en los

73 Ibíd., II, 18.

74 Ibíd., I, 7.

75 Ibíd., II, 27.

76 Hace tres años las comunidades a las que acompaño analizamos durante dos días los documentos de Medellín. Lo que más me llamó la atención en la evaluación de los diversos grupos fue su coincidencia en que eran unos documentos proféticos. Les pregunté qué querían decir con eso y me respondieron que eran proféticos porque, no viviendo ellos cuando se dio la asamblea, los tuvieron en cuenta a ellos con tanta propiedad que les parecían unos documentos contem-

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diversos ámbitos de la existencia, para llegar a lo económico y político desde esa socialización personalizada; una propuesta que, desde la centralidad del pueblo, da cabida a todos los sectores y propugna la concertación y la sinergia, aunque de un modo muy realista incluye la presión democrática.

Nos parece que la respuesta hay que buscarla en el imaginario de izquierda que impregnó a bastantes sectores que en América Latina apostaron por la superación de un estado de cosas injusto e infecundo. Hemos insistido que en él destacan la sobrevaloración de lo político y, más en concreto, de la toma del poder, es decir, el control del ejecutivo y desde él de los otros dos poderes del Estado, y, como sujeto del proceso, el partido como conciencia del pueblo. Si los sujetos eran el Estado y el partido, se caía en el estatismo de un Estado mediatizado por el partido, que privaba de subjetualidad a la ciudadanía y, más en concreto, al pueblo, aunque todo se hiciera en su nombre.

Este imaginario provocó que donde se tomó el poder, no pasó mucho tiempo en que éste se revirtiera de signo, aunque costara mucho reconocerlo porque parecía que era una traición a la causa77, y que en la mayoría de los países no se llegara a tomar, no sólo por la contundencia de las fuerzas del establecimiento, que hay que reconocer que fue la causa fundamental, sino también por la debilidad intrínseca de la propuesta.

Pues bien, así como insistimos en el carácter ahistórico de la Ilustración liberal porque no se criticó a sí misma sino que absolutizo su modo de usar la razón y de este modo a los propios ilustrados y a lo que ellos representaban, así también habría que reconocer que los de la segunda Ilustración, la socialista marxista, no se han criticado a fondo y así se han colocado a sí mismos fuera de la corriente de la historia, ya que se han entendido como su punto culminante, que no acaba aún de resolverse.

Desde ese imaginario no pocos cristianos pensaban que estaba a punto de tomarse el poder y revertirse la situación de injusticia ancestral y entrar en el verdadero desarrollo integral y les pareció que las convulsiones de esos años eran dolores de parto para el advenimiento de la nueva era. Por eso algunos se titularon «cristianos por el socialismo», sin percatarse de que estaban haciendo lo mismo que le criticaban a la cristiandad y más poráneos dirigidos a ellos a partir de su situación y de la manera como la afrontaban desde el evangelio de Jesucristo.

77 «Darle armas al enemigo», según el argot de los militantes

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cercanamente al proyecto pastoral de la restauración de la cristiandad y al de la nueva cristiandad78.

Desde este mismo imaginario trasformaron inconscientemente las comunidades de base en células de base, alimentadas y guiadas por la coordinadora (que hacía las veces del comité central), de donde los agentes intermedios bajaban las directrices y los materiales a la base. Por esa misma desviación politizaron indebidamente a esas bases cristianas y las encajonaron a veces en posiciones partidistas que no se compadecían con su naturaleza. Incluso la concientización no significó, ante todo, conciencia de la realidad concreta sino indoctrinación en ese imaginario, que, al estar tan sesgado, no les ayudaba a percibir lo concreto.

Ahora bien, todo esto ocurría en medio de una gran generosidad y camaradería, en medio de una gran capacidad de sacrificio, y alternando con expresiones genuinamente cristianas, lo que hacía más difícil el discernimiento, tanto para ellos mismos como para los demás.

Lo adverso del resultado, tras tantas décadas de lucha, causa un inmenso desgaste, y el verse confinados cada día a una minoría más reducida provoca una íntima frustración. Todo eso resulta muy difícil de procesar, porque, en el fondo, no se ha cambiado de imaginario.

Por eso ya, tal vez, lo último que quede sea salvaguardar la ilusión, de modo que no parezca que tanto esfuerzo y sacrificio hayan quedado en nada. Por eso, después de haber «aguantado el peso del día y del bochorno» sin haber cobrado ningún salario, es decir, sin ver cumplidos sus objetivos, se es proclive a ver realizaciones, sobre todo, en lugares ajenos a su cotidianidad. No se trata ya tanto de que sean verdad sino de salvar la ilusión de toda una vida. Parecería que, como el viejo Simeón, no quisieran morir sin haber visto al Mesías.

Necesidad de una relación trascendente con Jesús y a través de él con Dios y con los hermanos, para destrabar el juego

78 triGo, Cristianos por el socialismo. SIC 368 (1974) 351-358.

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Es cierto que la fe nos capacita para ver la realidad de frente sin tener que proyectar en ella nuestras ilusiones; es cierto que eso fue lo que hizo Jesús que aceptó «beber el cáliz», tan amargo, de la pasión sin frustración ni resentimiento sino proactivamente, convirtiendo la tortura que le infringían en su acción más consumada, en la culminación de su misión. ¿Qué hacer para vivir realmente de fe y no de ilusiones sacralizadas?

Aquí es donde viene la propuesta de una vida espiritual completamente personalizada, de una relación con el Padre de nuestro Señor Jesucristo y con el Señor Jesús en el Espíritu de ambos, que lleve la voz cantante en la vida propia, que sea absoluta. Aquí viene la propuesta de abrir ese paquete cerrado que forma la vida concreta (no sólo la particular, es decir, tomando en cuenta las estructuras e instituciones en las que participamos y que nos afectan) y someter a discernimiento cada una de las piezas y la relación entre ellas, desde la prioridad absoluta de la relación con Jesús de Nazaret y desde él, con su Padre y con sus hermanos, desde el privilegio de los pobres.

En esta propuesta la relación con Jesús no acontece en el ámbito privado porque lo que proponemos es que su relación con nosotros y nuestra respuesta sean absolutas. Esto implica desabsolutizar todo lo demás, incluso nuestra sensibilidad respecto del cambio social y el papel del pueblo y del partido del pueblo y, no menos, de la economía y de sus fautores.

Así como concluíamos la primera parte de este ensayo asentando que si en nuestras prácticas de piedad, y poníamos como ejemplo nuestra práctica de los Ejercicios de san Ignacio, no incluíamos el discernimiento de los signos de los tiempos, resultaban intrascendentes, así asentamos complementariamente que no acabaremos discerniendo con el Espíritu de Jesús, si no purificamos nuestra sensibilidad, recolocando realmente en el centro de nuestro corazón a Jesús de Nazaret como nuestro Señor y a su Padre y a sus hermanos como el Padre y los hermanos que él nos dio; si Jesús y ellos no son realmente nuestros absolutos. Y para esto necesitamos repristinar nuestras prácticas de devoción y, como ejemplo de ellas, nuestra práctica de los Ejercicios79. Tenemos que ir a ellos como a la fuente de aguas vivas, con

79 Un ejemplo con conciencia expresa de esta renovación son los Ejercicios dados por CabarrúS en esas décadas centroamericanas calientes, recién publicados con el título Puestos con el Hijo (DDB, Bilbao 2013) o los Ejercicios de discernimiento sobre su misión en esa coyuntura histórica que hizo la provincia Centroamericana de la Compañía de Jesús. Para un análisis del contexto, la

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humildad y pasión. Con conciencia de la necesidad que tenemos de asirnos del Señor y de entregarnos a él y con el deseo del encuentro con el amado de nuestra alma. Tiene que tratarse en todo caso de una relación real, desnuda, personal. No de un rito consabido, aunque se haga con toda buena voluntad. Sólo en cuanto esa relación primordial vaya ganando densidad, se relativizarán las demás relaciones y nuestra inserción en estructuras e instituciones. Sólo desde esas relaciones primordiales será posible e imperioso discernir los signos de los tiempos y nuestro papel en la historia en la que estamos inmersos y que nos configura.

En síntesis proponemos que Dios y Jesús no sean sólo los móviles por los que obramos, o, por los que estamos convencidos que obramos, sino las relaciones más densas y persistentes, tanto, que vayan configurando concretamente nuestras vidas y todo lo demás salga de ellas, y no haya nada que por hipótesis tenga carta de ciudadanía en nuestras vidas; todo ha de pasar por la alcabala de esas relaciones. Ni lo más entrañable, como nuestras relaciones familiares o de paisanaje o de crianza o de militancia, puede aspirar a desenvolverse con autonomía. Todo lo tomamos o lo dejamos según sea o no compatible con esas relaciones fundantes y tanto cuanto lo sean.

Más difícil lo tenemos aún desde el imaginario establecido. Desde él, estamos derrotados de antemano y sólo es posible proponer, como hemos insistido, prácticas compensatorias, tanto de servicio como de devoción.

Y digo estamos derrotados, cuando nos dolemos con toda el alma de la postración de los de abajo y de la pavorosa deshumanización de los de arriba, pero nos parece que no podemos hacer nada para cambiar la situación y nuestro puesto en ella. Porque, si hemos entrado en la satisfacción de una vida cómoda y de una dedicación ardua y calificada y por eso tenida como importante, aunque sea una dedicación temáticamente religiosa o en una institución que lleva el nombre de cristiana y profesa el cristianismo como su declaración de principios, sólo un milagro de la gracia, que existen, podrá sacarnos de ese sopor del espíritu.

decisión de optar por los pobres y las consecuencias en dos instituciones suyas representativas ver Whitfield, Pagando el precio. UCA, San Salvador 1998, 89-138.

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Los ejercicios de devoción no tendrán ese poder y tal vez nos confirmen en que vamos por buen camino. Y en ese sentido ellos formarían parte de nuestra satisfacción, que es lo más opuesto posible de la alegría, que es lo propiamente evangélico.

Si estamos satisfechos será imprescindible una salida de nuestro mundo y una inmersión en «el reverso de la historia»80. O que una crisis personal o de nuestro anclaje en el establecimiento remeza nuestra normalidad, para que sea posible instaurar el horizonte trascendente del discernimiento.

CONCLUSIÓN: ¿CÍRCULO VICIOSO?

Parecería que hemos concluido en un círculo vicioso. En efecto, comenzamos recogiendo la afirmación de que los ejercicios de piedad, por ejemplo, los Ejercicios espirituales de san Ignacio (y, añadimos, las obras de misericordia) no logran cambiar a las personas. Para nosotros una razón de fondo de esa constatación es que no incluyen el discernimiento de los signos de los tiempos, y que no lo hacen, no por olvido sino porque el presupuesto, normalmente tácito pero real, del que los hace y del que los da, es que el marco histórico está dado y por eso no es objeto de discernimiento. Desde este presupuesto lo que se discierne es o dónde insertarse en lo dado, si son Ejercicios de elección, o cómo optimizar nuestra inserción en él, que es asumida como un cuadro fijo. Ahora bien, este supuesto equivale a negar prácticamente la historicidad del ser humano. Si uno no tiene nada que hacer con el marco societal en el que se desenvuelve, es que se considera como un individuo en un marco dado. Desde la antropología cristiana no se considera como una persona, que se define por las relaciones y absolutiza las de Hijo y hermano, y por tanto relativiza las demás, y por tanto el marco dado. Así pues, no hay trasformaciones superadoras porque quien entra a los Ejercicios es un individuo que se define como miembro de conjuntos dados, que le dan tanto sus posibilidades como sus limitaciones. Para que se den transformaciones personales es, pues, imprescindible, asumir plenamente nuestra condición de persona, que incluye nuestro carácter histórico, en palabras de la Gaudium et Spes, nuestra responsabilidad con el hermano y con la historia81.

80 Gutiérrez, Teología desde el reverso de la historia. CEP, Lima 1977.

81 Cfr. Gaudium et Spes n. 55.

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Ahora bien, al preguntarnos por qué no practicamos el discernimiento de los signos de los tiempos insistimos en dos factores: por su dificultad, que ha provocado errores de bulto, y por las consecuencias que tuvo en los cristianos latinoamericanos que lo practicaron consecuentemente. Los errores de apreciación tuvieron que ver, más que con la dificultad, con la tendencia a plegarse al imaginario de izquierda, lo que suponía una falta de densidad en las relaciones trascendentes, que no fueron capaces de relativizarlo; y la búsqueda de otros caminos para evitar las consecuencias de un seguimiento de Jesús plenamente historizado, refleja una falta de radicalidad cristiana. En ambos casos, para aumentar la trascendencia, se recomendaría repristinar la relación trascendente con Dios y con Jesús, simbólicamente, hacer los Ejercicios espirituales. ¿Es un círculo vicioso?

Lo sería, si hacemos los Ejercicios desde la existencia individual de un mero miembro de conjuntos. Pero no, si, haciéndonos cargo de nuestra condición de seres históricos, entramos en ellos con el propósito de asumir plenamente nuestra responsabilidad histórica. Y, si antes de entrar, empezamos ya a preguntarnos cuál es, de hecho, nuestro principio y fundamento: tenemos que ver con la mayor precisión posible en qué se funda nuestra vida en concreto, más allá de lo que profesamos, en qué descansa, qué le da paz y le llena. Qué busca y persigue con todo afán porque lo considera lo más valioso y deseable. Cuál es el quicio de mi vida, alrededor de qué gira. Esto con el objetivo de entrar ya con hipótesis sobre qué hemos absolutizado, qué damos por asentado y no es objeto de discernimiento, porque, como no puede haber dos absolutos en la vida, si algo que no es Dios, Jesús y la fraternidad que deriva de ellos, nos define de hecho, esas relaciones no son trascendentes.

Con Dios y con Jesús, simbólicamente, hacer los Ejercicios Espirituales.
¿Es un círculo vicioso?

Hay que examinar de un modo particular nuestras relaciones con las instituciones, empezando por la institución eclesiástica y por la institución dentro de ella a la que pertenecemos, y continuando por las instituciones económicas, sociales y políticas en las que de un modo u otro participamos. Si ellas nos definen, de tal manera que nosotros nos definamos como miem-

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bros de ellas, no nos asumimos como seres históricos; más aún, no somos personas ni, obviamente cristianos.

Ése es el núcleo duro al que tenemos que enfrentarnos para discernir los signos de los tiempos desde el Espíritu de Jesús de Nazaret. A él se enfrentó Jesús, al absolutizar a su Padre y desde él a todos, empezando por los pobres y sin excluir a los tenidos como pecadores públicos. Por eso relativizó al templo y a la Ley y, obviamente, a los grandes terratenientes y al imperio romano, porque, insistamos, no puede haber dos absolutos. Por eso pidió a todos que discernieran el momento presente, el tiempo que les tocaba vivir, y que juzgaran personalmente lo que en él era pertinente desde el Espíritu del Dios de la alianza.

Por atreverse a absolutizar a las personas (a las divinas y a las humanas) y por consiguiente a desacralizar y relativizar a las instituciones, sus personeros, lo quitaron perentoriamente del medio. Pero Dios lo resucitó y seguimos viviendo de él. Siguiéndole, habrá que obrar con la mayor sagacidad posible; más aún, habrá que esforzarse en dejar claro que en nuestro proyecto también caben los que lideran la actual situación de pecado y que les proponemos un buen negocio, pero el precio es la reconversión institucional a fondo. Pero tampoco nosotros podremos ahorrarnos el precio. Sólo lo pagaremos, si vemos la propuesta como la mejor buena nueva. Pero tenemos que aceptar pagarlo. Si no estamos dispuestos, el tema de los signos de los tiempos no pasará de un tema académico que irá a parar al archivo y al currículum. Dios no lo permita.

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¿TraTamos de lo que se pracTica o de lo que ha sido desechado?

• Pertinencia de esta pregunta preliminar

• Hay resistencia generalizada a la práctica del método de discernimiento de los signos de los tiempos

• La Iglesia que se expresó en Medellín y Puebla practicó asidua y fecundamente el discernimiento de los signos de los tiempos

• La práctica histórica de la opción por los pobres, nacida del discernimiento de los signos de los tiempos, llevó a la persecución en nombre de la sociedad occidental y cristiana

• Para evitar la pasión, se pasó a un cristianismo vivido en el ámbito estanco de la religión

• La retirada del mundo moderno, que propició la restauración de la cristiandad ¿no fue un discernimiento de los signos de los tiempos?

• La aceptación del mundo moderno, tal como está configurado, es tan carente de discernimiento como el rechazo de la restauración

• La absolutización en la práctica, bien de la institución eclesiástica, bien de lo establecido entraña la relativización de las personas

sólo desde la absoluTización de las personas, que enTraña la relaTivización de Todo lo demás, Tiene senTido el discernimienTo de los signos de los Tiempos. ésTa es la propuesTa de Jesús

• Dios abre la historia al relacionarse personalizadoramente con los seres humanos

• Esta relación personalizadora se consuma como incondicional y eterna en su Hijo Jesús

la propuesTa Jesuánica del reinado como camino al reino de dios es el horizonTe del discernimienTo de los signos de los Tiempos

Reinado y reino

Presente y futuro

Sí, pero todavía no y no, aunque

Historia escatológica y escatología transhistórica

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vivir como hiJo de dios exige no enTregarse a ningún poder

• Absolutizar a las personas y a las relaciones personalizadoras implica relativizar al poder

• Absolutizar a las personas y a las relaciones personalizadoras implica relativizar al dinero

• Como la vida filial y fraterna es histórica y la historia no es trasparente, es imprescindible el discernimiento de los signos de los tiempos

• Su mundo de vida como sustrato de su misión

• La llamada del Bautista a la conversión en vistas al juicio inminente venía de Dios

• La llamada del Bautista le concernía a él, que, tras confesar los pecados, recibió el bautismo

• Al aceptar Dios su confesión, supo que estaba llegando el reinado de Dios

• Como el Reino llegaba a través de él como reinado, se dedicó a proclamarlo y hacerlo presente

• Desde el bautismo el mesianismo se decantó como asuntivo y fue desechado el davídico

• Vivir una existencia itinerante entrañó concebir la vida como reciprocidad de dones

• No utilizó el lenguaje formalizado de la ley y el culto sino el concreto de la vida

• Al vivir el tiempo del reinado quedaban canceladas las prescripciones religiosas, propias de la preparación

• Pasó de defenderse de los ataques de los dirigentes a denunciar que habían sustituido la relación personal con Dios por el código objetivado de pureza que velaba el rostro de Dios

• Ante la posibilidad de morir si seguía en su misión al pueblo, decidió no confinarse en su grupo sino seguir actuando abiertamente

• Frente al rechazo de las autoridades, decidió consumar su entrega

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• La omnipotencia no consiste en imponerse sobre todos sino en vencer al mal a fuerza de bien. Por tanto la política no puede ser cauce de salvación y no puede sacralizarse

sólo para los que viven la realidad como hisTórica Tiene senTido y es imprescindible el discernimienTo. el carácTer hisTórico de la realidad humana exige el discernimienTo. conTenidos fundamenTales la ilusTración es ahisTórica y reserva para el crisTianismo el ámbiTo privado: doble reducción

• La práctica privada de la ayuda es intrascendente

• La práctica privada de la piedad es intrascendente

el eJercicio TrascendenTe de la devoción, requisiTo para quiTar las afecciones desordenadas y discernir los signos de los Tiempos

• La complejidad de la historia ¿permite discernir el paso de Dios en ella?

• Errores de apreciación en el discernimiento de los signos de los tiempos en América Latina

• Discernimiento de los signos de los tiempos en Medellín

• Influencia del imaginario de izquierda

• Necesidad de una relación trascendente con Jesús y a través de él con Dios y con los hermanos, para destrabar el juego

CONCLUSIÓN: ¿CírCuLo viCioSo?

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«¿Qué está haciendo Dios y a qué nos llama su acción en Colombia?»

«¿Qué está haciendo Dios y a qué nos llama su acción en Colombia?»

n fraterno saludo a todas las personas presentes en este salón. Les agradezco su atención y el privilegio que me brindan para dirigirme a ustedes. Quiero reconocer al CIRE y a su Director el P. José Roberto Arango S.J. al igual que a la Facultad de Teología y al Centro de Pastoral San Francisco Javier de la PUJ, la invitación que me hicieron hace varios meses para participar con esta ponencia en este XIII Simposio sobre los Ejercicios Espirituales.

No soy un expositor especializado en el reto que me han pedido, soy simplemente una persona que cree que el Dios de la Vida y del Amor en Jesucristo, está vivo, está con nosotros y nos llama amorosamente de instante en instante, de momento a momento, a que le colaboremos con la construcción de su Reino de justicia, de fraternidad y de libertad.

* Doctor en Educación de la Universidad de La Salle de Costa Rica. Magíster en Desarrollo Rural de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. Teólogo de la misma Universidad. Filósofo de la Fundación Universitaria San Alfonso de Bogotá. Actual Director General del Centro de Investigación y Educación Popular CINEP/Programa por la Paz. Ha sido asesor de programas y proyectos de desarrollo social con instituciones públicas, privadas, movimientos sociales, comunidades religiosas y jurisdicciones eclesiásticas de Colombia, Ecuador y Panamá. Miembro principal de la Junta Directiva de la Corporación de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio. Miembro permanente del Comité Estratégico de la Red Nacional de Programas Regionales de Desarrollo y Paz. Representa al CINEP en la Asociación Latinoamericana de Organizaciones de Promoción (ALOP), en el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) y en el Consejo Mundial de la International Land Coalition (ILC); asimismo es miembro del Consejo de la Facultad de Estudios Ambientales y Rurales de la Universidad Javeriana de Bogotá como representante de los egresados.

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Me dedico todos los días a procurar, por medio de la investigación sobre los problemas sociales y el acompañamiento a comunidades campesinas, negras, indígenas y de pobladores urbanos populares, a generar aportes tanto para la defensa de los derechos humanos integrales de estas comunidades en algunas regiones del país, como en la construcción de propuestas para que este país se transforme a partir de sus propias potencialidades, que dicho sea de paso no son menores, hay mucha gente trabajando por la paz en nuestro país.

Esta ponencia tiene el desafío de recoger una percepción sobre la honda pregunta que se ha planteado el Simposio: ¿Qué está haciendo Dios y a qué nos llama su acción en Colombia?

Para avanzar en este desafío propongo dos puntos en esta ponencia:

En el primero muestro una síntesis sobre uno de los escenarios que en la actualidad es determinante y que condensa, en gran parte, los problemas y potencialidades de la vida del país, me refiero al diálogo que entre el gobierno del Presidente Santos y las FARC, está sucediendo el La Habana (Cuba) para la superación del conflicto armado colombiano.

En el segundo planteo, en tono interpelativo para el discernimiento, algunas pistas concretas sobre lo que Dios está haciendo y a qué nos llama y convoca hoy en Colombia.

De esta manera, el propósito de mi ponencia es partir de un análisis sobre la agenda de La Habana, que condensa procesos determinantes de la realidad de Colombia, y a partir de este análisis, ofrecer algunos elementos para discernir la acción de Dios y a qué nos invita a trabajar para participar en los cambios que se necesitan frente a las situaciones de injusticia y construir un proceso de Paz que encarne el Reino de Dios en el contexto colombiano.

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EL DIÁLOGO ENTRE EL GOBIERNO Y LA GUERRILLA DE LAS FARC EN LA HABANA

La agenda de La Habana contiene cinco puntos que condensan, desde la dinámica del conflicto social y armado, problemas históricos y estructurales de la sociedad colombiana:

Un primer punto es la «Política de desarrollo agrario integral». Realidad determinante para impulsar la integración de las regiones y el desarrollo social y económico equitativo del país. Toca aspectos como el acceso, uso y formalización de la tierra; la protección de zonas de reserva; y temas de economía campesina y agraria, que no se han resuelto en Colombia.

Un segundo punto es la «Participación política». Es el diálogo sobre los derechos y garantías para el ejercicio democrático de la oposición política para los nuevos movimientos que surjan luego de la firma del Acuerdo Final.

El tercer punto está centrado en el “Fin del conflicto”. Implica el cese al fuego bilateral y definitivo. La dejación de las armas; la reincorporación de las FARC a la vida civil. La aplicación de una justicia transicional para combatientes. La lucha contra las organizaciones criminales, contra la corrupción y la impunidad.

Un cuarto punto es la «Solución al problema de las drogas ilícita». Trata de la aplicación de programas de sustitución de cultivos ilícitos. Planes integrales de desarrollo con alta participación y propuestas viables de comercialización, producción y consumo.

Finalmente un quinto punto es la «situación de las Víctimas», el respeto a sus derechos, los procesos de reparación, memoria, la verdad, las garantías de seguridad y la no repetición.

Las conclusiones de esta agenda tendrán que llegar a niveles operativos de implementación, verificación y refrendación.

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Características del proceso de diálogo sobre el cese del conflicto armado:

Una premisa determinante: este proceso de negociación entre el Gobierno y las FARC, es solo una parte del proceso complejo y estructural que implica la construcción de una paz profunda y sostenible en Colombia. En este sentido, se deben reconocer al menos, dos momentos: uno es el actual proceso de negociación; y otro, el proceso más profundo que va más allá de la agenda definida. Esto implica el desarrollo de agendas sociales para la resolución de los conflictos estructurales del país. Distinguir estos dos niveles es importante para abordar los conflictos sociales que pueden quedar ocultos por la negociación centrada en el fin de la guerra.

Debemos comprender que la actual negociación no puede solucionar todos los problemas pendientes del país, pero si puede dar pasos importantes en la terminación del conflicto

Debemos comprender que la actual negociación no puede solucionar todos los problemas pendientes del país, pero si puede dar pasos importantes en la terminación del conflicto y en la creación de condiciones para abordar los problemas estructurales que subyacen al mismo. En ese sentido, es preciso reconocerle a los diálogos el alcance limitado pero igualmente su legitimidad y urgencia.

Miremos algunas características relevantes del proceso de negociación:

 El debilitamiento político y militar de las FARC, a pesar de que no lo reconocen en sus discursos, las FARC no llegan a la mesa con la ventaja que tuvieron en el proceso del Caguán. Esto es relevante para el diálogo, pues, aunque las FARC no están derrotadas, es evidente que la estrategia de guerra del Presidente Uribe, puso el conflicto armado en otros términos, lo que representa un cambio en la correlación de fuerzas.

 El presidente Santos parece estar atado a las vicisitudes de la coyuntura política de la relección. En la negociación el Presidente parece estar simultáneamente jugando las cartas del éxito y del

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«¿Qué está haciendo Dios y a qué nos llama su acción en Colombia?»

fracaso: si tiene éxito, se justificaría su reelección para consolidar la reconstrucción del país; pero, si fracasa, su relección también se justificaría para darle el golpe definitivo a la guerrilla, recogiendo su experiencia como ministro de defensa.

 La participación de nuevos actores, como los militares y los empresarios, en la mesa de negociación requiere ser comprendida por los diversos actores de la sociedad civil y por los actores en conflicto de manera amplia y despolarizada.

 Es claro que el diálogo en La Habana está ligado a los vaivenes de la política. Esta característica hace que el diálogo sea frágil. Especialmente, si no se avanza tras el cese al fuego, con asertividad y pertinencia, en la solución de los problemas sociales, políticos, culturales y económicos que se viven en las regiones y localidades.

 Los movimientos sociales y las organizaciones socio-políticas de reciente constitución son actores relevantes. Ellos pueden llevar los acuerdos de las cúpulas a los contextos locales, regionales y nacionales, para que puedan ser apropiados y llenados de contenido por la gente. Promover que estos actores hagan parte de la reflexión hace más legítimo y sostenible el complejo proceso de la construcción de paz.

 Es difícil que la desmovilización de las FARC traiga un fenómeno de descomposición como el que se dio con el paramilitarismo al mutarse en la BACRIM (Bandas Criminales). El origen rural de las FARC, diferente al origen de los integrantes semiurbanos de los paramilitares, los hacen menos susceptibles a la descomposición. Los integrantes de las FARC tienen una mayor identidad y cohesión interna, así como una mayor disciplina como estructura políticomilitar. Sin embargo, es necesario prevenir eventuales efectos de descomposición de los frentes más cercanos a los circuitos cocaleros y a las zonas de explotación energética y de agroindustria.

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Desafíos para el desarrollo de la agenda en La Habana y la construcción de la Paz

 Las cinco locomotoras del Plan de Desarrollo del Presidente Santos: I) Vivienda; II) Sector Agropecuario; III) Infraestructura del transporte y comunicaciones; IV) Tecnología e Innovación y V) el Sector minero-energético, tendrán que ser repensadas frente a los temas de la agenda de negociación y de la construcción de la paz. En especial la locomotora minero-energética y su distancia frente a la locomotora agrícola, requiere hondos replanteamientos.

 Es central el abordaje de las víctimas1, tanto las víctimas de las FARC como de otros actores y conflictos sociales, deben ser protagonistas en la construcción de la paz. Algunos sectores de la sociedad tratan a las víctimas con cierta despolitización del dolor y se orientan hacia la esencialización de la categoría de víctimas, provocando la re-victimización. Las víctimas son llevadas a adoptar una actitud mendicante y a minimizar sus capacidades.

 El narcotráfico requiere aproximaciones más rigurosas tanto desde las políticas del Estado como desde las actuaciones de la sociedad civil y la comunidad internacional. Este negocio lucrativo en el contexto internacional, puede ser uno de los escollos más dramáticos para la superación del conflicto armado. Aunque las FARC abandonen sus prácticas asociadas a este negocio, el espacio que ellas dejen será ocupado por otros actores del circuito económico. Incluso la violencia se puede aumentar.

 Las diferencias al interior de las FARC: por diversos factores, al interior de las FARC existen divisiones por jerarquía, por antigüedad, por reconocimiento morales, por luchas de poder, como en toda organización. Por eso, las condiciones e incentivos para la reinserción a la vida social y política, entre los mandos altos, medios y las bases militares, deben ser definidos y manejados con la mayor equidad, rigurosidad y transparencia. En las FARC existen algunos miembros más políticos que se sumarán a la paz, pero hay otros más relacionados con la economía de la coca que querrán permanecer en el negocio. Esto pone en evidencia la ne-

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cesidad de pensar a fondo la diversidad de alternativas para su desmovilización, reinserción y reintegración.

 Para construir la paz es indispensable buscar alternativas con un enfoque regional diferenciado. Cada región tiene sus particularidades sociales, culturales, económicas y políticas, así como los liderazgos e intereses en conflicto. Todo esto, implica acciones igualmente diferenciales en procura de una paz sostenible y duradera. Las experiencias regionales que ya están realizándose, como el caso del Programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio, entre otros, permite tener referentes y aprender que para construir la paz se requiere tanto la voluntad decidida de los actores sociales, políticos y económicos, como la generación condiciones que hagan posible un desarrollo humano, incluyente y digno para la población. Porque primero es la Vida y no el capital. Para ir creando estas condiciones es fundamental trabajar el desmonte de nuestras visiones polarizadas y maniqueas del conflicto y abrirnos a comprensiones más complejas del mismo.

Flaco favor le hacen los medios a la paz cuando dicen verdades a medias

 Otro reto a superar es el manejo hostil de algunos medios de comunicación frente a los diálogos de paz: los sectores guerreristas de derecha han forjado una campaña sistemática, de tergiversación y desinformación contra los diálogos de La Habana y en general contra salidas políticas negociadas para la construcción de paz. Abiertamente se deslegitima la voluntad política de paz de la guerrilla y no levantan críticas a la falta de compromiso de paz por parte de algunos sectores del Estado o de la clase política y económica más derechista y militarista del país. Flaco favor le hacen los medios a la paz cuando dicen verdades a medias, tendenciosas o elaboran análisis sesgados que conducen a la polarización del conflicto sin auspiciar la construcción creativa de alternativas políticas y dialogadas para superarlo.

 Existen serias dudas sobre la sostenibilidad del proceso. Porque sectores de la sociedad no quieren tomar conciencia que las par-

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tes decidieron dialogar en medio del conflicto; esta decisión tiene consecuencias militares que no son fáciles de entender. Otro factor que genera dudas es el recuerdo vivo del fracaso de los tres diálogos anteriores (La Uribe, Tlaxcala y Caguán). Recuerdo que lo remozan los sectores uribistas, reforzando su visión maniquea del conflicto y de la política entendida como un enfrentamiento entre el Bien y el Mal absolutos. Finalmente, otro factor de duda, es la timidez y vaguedad de los planteamientos de los defensores de las negociaciones. Estas dudas deja desprotegido el diálogo y abre espacio para que las posiciones pesimistas y guerreristas argumenten salidas violentas al conflicto.

 El apoyo desigual de la jerarquía y de los fieles de la iglesia católica en Colombia al proceso de diálogo. Es destacable el apoyo que el Cardenal Rubén Salazar ha dado a los diálogos de La Habana, en contraste con las críticas manifestadas por otros prelados y sectores laicos. Mons. Salazar afirmó que «la descalificación y desautorización del proceso apelando a emociones y sentimientos no es el camino más adecuado, dadas las heridas que permanecen abiertas».

En sus declaraciones de febrero de este año, el Cardenal se mostró abierto frente a críticas constructivas encaminadas a la búsqueda de la paz. Aclaró que «era normal que continuaran los enfrentamientos bélicos entre las FARC y las Fuerzas Amadas», por el acuerdo de diálogo en medio de los enfrentamientos, pero lo que no era normal era que «se hubiera mantenido un conflicto por más de cincuenta años con muertos todos los días». El cardenal ofreció la contribución de la Iglesia para «aclimatar la paz» desde las regiones y comunidades; pero aclaró «que su alianza no era con el gobierno ni con la guerrilla sino con una paz para los colombianos»2.

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«¿Qué

¿QUÉ ESTA HACIENDO DIOS EN LOS DIÁLOGOS DE LA HABANA?

Dios está sufriendo con las víctimas del conflicto social y armado del país. ellos son sus hijos predilectos

Dios es el Creador de la Vida, todas/as los que estamos involucrados activa o pasivamente en los conflictos de Colombia somos sus hijos. Pero las víctimas del conflicto colombiano, en su gran mayoría, son personas y comunidades de los sectores empobrecidos y excluidos, ellos son los hijos predilectos de Dios. La Palabra de Dios en el N.T. y en diversos pasajes del A.T., revela claramente, cómo Dios, en medio de los conflictos y situaciones violentas siempre se hace al lado de los más débiles, de los más golpeados, de los desarraigados, de aquellos que les han violado sus derechos, de los que tienen amenazada su existencia, y que a pesar de su situación confían en el Dios de la Vida y en alternativas pacíficas que incluyen la exigencia de la reparación, de la verdad y en especial el reconocimiento de la dignidad.

Se puede afirmar entonces que el Dios de la Vida toma partido, no es un Dios neutral en medio del conflicto. No solo acompaña a las víctimas sino que, por estar con las víctimas, su propuesta de amor es una “victima” más de la violencia fratricida que hemos urdido en el país. A Dios lo tenemos cautivo de los conflictos que hemos fabricado sus hijos y que se oponen al proyecto de Reino que Él quiere que vivamos.

En textos como el de Mateo, el evangelista nos presenta uno de los escritos más contundentes sobre la predilección de Dios por los más débiles, cuando dice:

¡Vengan, benditos de mi Padre, reciban la herencia del Reino preparado para ustedes desde el comienzo del mundo! Porque tuve hambre y ustedes me dieron de comer; tuve sed y me dieron de beber; era forastero y me acogieron; estaba desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; en la cárcel y vinieron a verme. Entonces los justos le responderán: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo y te vestimos?, ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el rey les dirá: en verdad les digo

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que cuanto hicieron a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicieron3.

Sin embargo, como lo expresa F. Hinkelammert, «en la Biblia se puede encontrar la opción por los pobres, pero no todos la leen en ese sentido». Es decir, no todos vemos a Dios sufriendo o siendo una víctima más. Siguiendo a Hinkelammert,

Los fundamentalistas de la (teología) prosperidad nunca encuentran esa opción en el texto sagrado. Pero el asunto no es si el pobre está o no en la Biblia, si dice o no dice que Dios está con los pobres; el problema es que no se puede asegurar una convivencia humana sin asegurar una sociedad sin exclusión o con un mínimo de exclusión cuya existencia no subvierta la sociedad toda; pero cuando la exclusión es un problema estructural, hay que cambiar la propia sociedad para que sea posible otro mundo4.

Para que el proyecto del Reino también sea una realidad desde aquí y desde ahora.

La opción de Dios al querer ser una víctima junto con las víctimas, tiene su punto culmen en el sacrificio del Dios Hijo. Dios redime a sus hijos con y desde los más sencillos, desde el no poder, desde los pequeños. Textos como el de Judith expresa ese sentido: «Porque tu fuerza no está en el número ni tu dominio en los fuertes, sino que tú eres el Dios de los humildes, el defensor de los desvalidos, el apoyo de los débiles, el refugio de los abandonados y el salvador de los desesperados»5. Sentido que se ratifica con revelaciones como las de María Madre en el canto del Magníficat cuando enuncia la acción de Dios de forma magistral así: «Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías»6.

Para sorpresa de los que no quieren ver la predilección de Dios por los pobres que, para el caso colombiano, son víctimas del conflicto tanto armado

3 Mt 25, 31-49.

4 Franz Hinkelammert, Lo indispensable es inútil. Hacia una espiritualidad de la liberación.,San José de Costa Rica 2012, 131.

5 Jdt 9, 11.

6 Lc 1, 51-53.

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«¿Qué está haciendo Dios y a qué nos llama su acción en Colombia?»

como social, el mensaje de Jesús en el Evangelio es claro y contundente, tal cual lo recoge el evangelista Lucas en el capítulo 6:

Entonces Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo:”¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece! ¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados! ¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán! ¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y proscriban su nombre, considerándolos infames, a causa del Hijo del hombre! ¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo…! Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo! ¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos, porque tendrán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ahora ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas! ¡Ay de ustedes cuando todos los elogien! ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los falsos profetas!7.

DIOS ESTÁ AL LADO DE LOS POBRES EXIGIENDO UNA

JUSTICIA QUE SUPERE LA EXCLUSIÓN, REPARE EL DAÑO

CAUSADO Y HAGA SOSTENIBLE LA VIDA

¿Qué otra cosa puede ser la justicia, desde la perspectiva del Dios Amor, sino que cada uno de nosotros reconozcamos, respetemos y amemos a nuestros hermanos y a la naturaleza tal y como nuestro Padre Creador nos amó al regalarnos la Vida?

La justicia es un estado y un valor que se funda en principios sencillos. Pero desde la Fe es un don del Dios Creador de la Vida en el que se reconoce a cada creatura lo que le corresponde de manera suficiente para vivir. Este es el fundamento en el que se basa toda ordenación sostenible de la Vida. Por el contrario, toda injusticia significa que, le es retenido a la creatura creada por Dios lo que es suyo. Esa retención es ejercida por el ser humano y no por una desgracia o accidente. De esta manera si el acto de justicia consiste en reconocer, respetar y amar a cada uno en lo que le corresponde, es porque este acto de justicia supone otro principio fundamental, por virtud del cual algo se constituye en propiedad de esa creatura; este principio es el reconocimiento de los Derechos. La Justicia es algo segundo, ya que presupone unos Derechos que tienen todas las creaturas. De ellos ninguna creatura puede ser excluida so pena de causarle grave daño y hacerle insostenible su Vida.

7 Lc 6, 20-26.

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La justicia es liberación y salvación por el amor y la misericordia de Dios

Por eso, es un acto criminal que va en contra de la Vida no reconocerle los derechos a las creaturas creadas por el Dios, Autor de la Vida.

Llama la atención que la Justicia en la Biblia no tiene la acepción de imparcialidad como la tiene en occidente: «dar a cada uno lo suyo». La justicia en la Biblia, tiene tres acepciones: justicia como «Sedaqah» es un acto de bondad y compasión; significa liberar al oprimido, rescatar a la víctima, reivindicar al huérfano, a la viuda, al desarraigado de su territorio, al desplazado al pobre, contra sus opresores. La segunda acepción es «Sedeq», es una expresión suprema que designa lo valioso, lo justo y lo correcto en la comunidad. Es el Bien que gobierna todas las relaciones sociales. Por último se habla de la «Mishpat» que tiene matices jurídicos y significa la justicia como derecho. Pero estas tres acepciones dependen de un sentido original: la justicia es liberación y salvación por el amor y la misericordia de Dios.

En el Nuevo Testamento, es claro como Jesús proclama el Reino de Dios como la realización de la Justicia de Dios. Pablo en vez de hablar de Reino de Dios habla de Justicia de Dios. Los evangelios presentan a Jesús como la personificación de la Justicia de Dios. Su preocupación por los pobres encarna la Justicia de Dios. Jesús muestra explícitamente lo que era implícito en el Atiguo Testsmento: el amor al prójimo es la norma suprema del Sedeq de Dios, resumen de todas las normas y fundamento de toda Justicia. Por eso, los criterios de justicia tienen que expresar las exigencias del amor. En síntesis, seguir a Jesus es practicar la justicia.

En la predicación de Juan el Bautista se expresa este sentido de justicia:

La gente le preguntaba: ¿Qué debemos hacer entonces? Él les respondía: El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto. Algunos publicanos vinieron también a hacerse bautizar y le preguntaron: Maestro, ¿qué debemos hacer? Él les respondió: no exijan más de lo estipulado. A su vez, unos soldados le preguntaron: y nosotros, ¿qué debemos hacer? Juan les respondió: No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo8.

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«¿Qué está haciendo Dios y a qué nos llama su acción en Colombia?»

La justicia en el Nuevo Testamento también está asociada al verdadero sentido de la riqueza, se dice:

Ningún siervo puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al dinero. Los fariseos, que eran amigos del dinero, escuchaban todo esto y se burlaban de Jesús. Él les dijo: Ustedes aparentan rectitud ante los hombres, pero Dios conoce sus corazones. Porque lo que es estimable a los ojos de los hombres, resulta despreciable para Dios9.

La Justicia de Dios va más allá de la aplicación de las leyes pero sin duda las incluye, las profundiza y las supera. El profeta Ezequiel nos dice:

En cuanto al malvado, si se aparta de todos los pecados que ha cometido, observa todos mis preceptos y practica el derecho y la justicia, vivirá sin duda, no morirá. ¿Acaso me complazco yo en la muerte del malvado y no más bien en que se convierta de su conducta y viva? Pero si el justo se aparta de su justicia y comete el mal, imitando todas las abominaciones que comete el malvado, ¿vivirá acaso? No, no quedará ya memoria de ninguna de las obras justas que había practicado, sino que, a causa de la infidelidad en que ha incurrido y del pecado cometido, morirá10.

Finalmente, citando nuevamente al economista y teólogo Franz Hinkelammerth, afirmo con él lo siguiente:

El derecho del pobre hoy es un derecho que hay que defender en términos del Estado de Derecho, de la democracia. Eso vale precisamente porque no se puede convivir sostenidamente, humanamente, sin respetar una opción preferencial por los pobres. Hay que poner el Estado de Derecho al servicio de la justicia social. En términos de Pablo de Tarso: «Los elegidos de Dios son los plebeyos y los despreciados» (1 Cor. 1, 28); pero parece que no nos damos cuenta de que nos destruimos a nosotros mismos si no estamos al lado de la justicia social11 .

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DIOS ESTÁ BUSCANDO LA VERDAD QUE DIGNIFIQUE LA VIDA, PORQUE EN MEDIO DE LA VIOLACIÓN DE LOS DERECHOS

HUMANOS ES LO PRIMERO QUE SE PIERDE

La palabra «verdad» entendida en el contexto bíblico está asociada a términos como firmeza y fidelidad de Dios. En griego verdad es alhθeia (alítheia): fidelidad, seguridad y revelación12 .

En el Antiguo Testamento, se subraya más la fidelidad divina. Pero a partir del exilio se trata de la revelación, es decir, el mensaje de la salvación, de la liberación. Conocer la verdad es conocer el designio de Dios sobre la humanidad13. Verdad también es sinónimo de sabiduría como lo expresa el Eclesiastés y Proverbios: «Adquiere la verdad y no la vendas, lo mismo que la sabiduría, la instrucción y la inteligencia»14.

En el Nuevo Testamento, la Verdad está igualmente asociada a la Revelación de la Salvación, no es una verdad solamente sicológica, moral o política, sino una verdad para la liberación total e integral del ser humano y de la naturaleza. «Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres»15. O como lo dice Pablo a los Efesios: «En él, ustedes, los que escucharon la Palabra de la verdad, la Buena Noticia de la salvación, y creyeron en ella, también han sido marcados con un sello por el Espíritu Santo prometido»16. Y en Timoteo expresa: «Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador, porque él quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad»17.

En este orden de ideas, Vaticano II, en la Constitución Dei Verbum, nos invita a comprender que «La verdad de la Escritura es la verdad de la Revelación que se relaciona siempre con la salvación de las personas. La verdad cristiana no es algo teórico, sino la Revelación personal de Dios que se realiza en la historia. La Verdad cristiana no es un objeto de pura contemplación intelectual, sino el principio fundamental de la moral cristiana, de la transformación y de la renovación de la persona»18. No se trata de las verdades religiosas ni de la verdad filosófica ni de la verdad histórica, ni de la verdad política y menos de la verdad lógica formal. Se trata de la Verdad de la Revelación de Dios para la salvación de la humanidad y del universo19.

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Pero esta verdad salvífica, liberadora y recreadora de la Vida nuevamente tiene unos hijos predilectos que la comprenden a fondo; el evangelista Lucas lo expresa así:

Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido… Después, volviéndose hacia sus discípulos, Jesús les dijo a ellos solos: ¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven! ¡Les aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron!20.

De otra parte, esta Verdad salvífica y liberadora se enfrenta a caminos estrechos y a desafíos para su realización. Si bien esta Verdad es un Don gratuito de Dios y lo entrega desde su Gracia amorosa, Él no obliga a ninguna creatura para que acepte el Don. Por el contrario, la libertad humana y la decisión intelectual y moral acepta o rechaza ese Don. Cuando rechazamos o no vemos el Don de la Verdad Salvífica-Liberadora se generan situaciones como la violación de los Derechos Humanos y el acaparamiento y el uso destructivo de los patrimonios naturales.

Porque si hay algo que se pierde cuando se violan estos derechos fundamentales, en un conflicto como el colombiano, es ese gran Don de la Verdad liberadora y salvífica de Dios. Se esperaría que, por lo menos, algo de la justicia estatal funcionara para sancionar a los culpables de estas violaciones y se llegara a clarificar algo de verdad, pero en Colombia la impunidad raya con porcentajes del 95%, lo que significa que los mecanismos de la justicia colombiana estás ordenados y son funcionales a la repetición continua y sistemática de las conductas criminales. La justicia está pervertida por otros poderes más fuertes, y su fin no es otro que desafiar, esconder y desaparecer la verdad con prácticas perversas fundadas en el engaño, la manipulación y la falsedad de la justicia, aumentando el sacrificio de numerosas vidas humanas. Por eso, no denunciar ni confrontar estos formalismos engañosos y falsos que van contra la Verdad liberadora y salvífica, riñe con la ética universal pero también, vista desde la Fe, con la Verdad Salvífica y Liberadora de Dios21 .

20 Lc 10, 21-24 y Mt 11, 25-29.

21 Javier Giraldo m , Carta de Objeción de conciencia enviada a la Sra. Piedad Angélica Acero, Funcionaria Policía Judicial – Carné 3592 C/O Fiscal Seccional 216, el 16 de Junio de 2009 en Bogotá D.C. Págs. 35 ss.

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DIOS ESTÁ INSTAURANDO Y PROCLAMANDO

EL PERDÓN Y LA RECONCILIACIÓN

Si logramos poner fin al conflicto armado colombiano con los diálogos de La Habana será la «cuota inicial» de un gran trabajo que debemos hacer para la construcción de una paz estable y duradera que exige, como fin último, el perdón y la reconciliación de una sociedad con muchas heridas y dolores, pero también con una gran capacidad de solidaridad y de propuestas de desarrollo y paz.

El objetivo de la paz va más allá de la mera firma de un acuerdo y de los mecanismos políticos que se decidan para refrendarlos: una asamblea constituyente o un referéndum, importantes instrumentos de técnica política, pero no suficientes para superar la mentalidad de confrontación, de uso de la violencia para resolver nuestros conflictos y de las costumbres políticas del país.

En el marco de la rehabilitación de un postconflicto, el perdón y la reconciliación es un proceso de la propia sociedad afectada por el conflicto que implica el reconocimiento mutuo de los daños causados, el arrepentimiento y compromiso a no repetirlos, la reparación de agravios pasados (no la venganza), la superación de los traumas, la creación de unas nuevas relaciones sociales y, en definitiva, un cambio en las percepciones mutuas y las actitudes hacia el otro. Por consiguiente, requiere un tránsito desde los sentimientos de desconfianza, hostilidad y odio hacia los de respeto, confianza, solidaridad, armonía, participación y desarrollo compartido. Un cambio profundo en las costumbre y en la cultura política de una sociedad como la colombiana (Bennett y Kayetisi-Blewitt, 1996:42)

Según Lederach (1998:52-4,63), dado que las causas de tales conflictos internos tienen que ver con una historia acumulada de agravios, enemistades, estereotipos, miedos y otras percepciones subjetivas por parte de los diferentes grupos, el proceso de construcción de la paz no puede descansar solo en procesos mecánicos, racionales (y burocráticos) para la transformación del conflicto, ni en las actividades y marcos tradicionales de la diplomacia de Estado. La construcción de la paz debe basarse también en «realidades subjetivas y empíricas» que determinan las necesidades y expectativas de las personas, respondiendo a sus intereses. Esto requiere un

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cambio paradigmático, esto es, no centrarse solo en la resolución de asuntos materiales conflictivos, sino hacer un gran esfuerzo en la reconstrucción de las relaciones sociales entre los antagonistas. Así, los conflictos actuales exigen analizar tanto los intereses objetivos y materiales del conflicto, como también ocuparse de los aspectos subjetivos, sicológicos y emocionales; las percepciones, miedos, odios y otros sentimientos arraigados. De este modo, el perdón y la reconciliación exige crear un tiempo y un espacio para que la población aborde, asuma e integre su doloroso pasado, sin olvidarlo, con una memoria aleccionadora y propositiva, pero también asumir su futuro compartido, pudiendo así afrontar el presente inmediato del día a día.

Por eso para que la reconciliación y la reconstrucción, tengan plenas posibilidades y se evite el riesgo de retornar a la violencia, se tienen que articular una tercera dimensión de la paz que es de largo plazo: la resolución de las causas profundas del conflicto armado y social que hemos vivido en el país por cinco décadas. Ninguna de las tres dimensiones puede prescindir de las demás, pues todas se necesitan y complementan. Si se avanza en la reconstrucción y la reconciliación social del país, pero no se resuelven los conflictos subyacentes, éstos perdurarán como una herida superficialmente curada, que puede abrirse de nuevo ante un cambio de circunstancias. Se requiere una adecuada y profunda atención a problemas como los que propone la agenda de La Habana.

Ahora bien, las enseñanzas y actuaciones de Jesús sobre el perdón y la reconciliación son claramente radicales:

Pero yo les digo…: amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian. Bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los difaman. Al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra; al que te quite el manto, no le niegues la túnica. Dale a todo el que te pida, y al que tome lo tuyo no se lo reclames. Hagan por los demás lo que quieren que hagan por ustedes… presten sin esperar nada a cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los malos22.

22 Lc 6, 27-42; Mt 5, 38-48.

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Jesús propone otro paradigma para la construcción del perdón y la reconciliación, establece otra ley y cambia radicalmente la ley del «talión» por las relaciones de misericordia, la benevolencia al juzgar y el autoconocimiento crítico de nuestro ego:

Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados… ¿Por qué miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: «Hermano, deja que te saque la brizna de tu ojo», tú, que no ves la viga que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano23.

DIOS NOS ESTA EXHORTANDO PARA QUE

TRABAJEMOS POR LA PAZ DESDE LA FE Y EL SEGUIMENTO A JESUS RESUCITADO

La primera encíclica del Papa Francisco, Lumen Fidei (Luz de la Fe), que salió hace unas semanas, ayuda a discernir el valor de la Fe para la construcción de la Paz en el país.

Una pregunta que los invito a reflexionar con la Encíclica y que deseo nos ayude a discernir la presencia de Dios en el camino de la Paz para nuestro país, es la siguiente: ¿Qué experiencia de Fe nos invita a vivir Dios a los colombianos/as para que realicemos los cambios personales, colectivos y culturales en orden a la construcción de una Paz profunda en el país? La pregunta lleva en su esencia una afirmación que deseo hacer visible: necesitamos nuevos paradigmas de Fe y hondos cambios en la espiritualidad que hasta el momento no hemos experimentado y que quizás no hemos querido vivir por estar instalados en una Fe cómoda, una fe con respuestas, una fe sin incertidumbres, sin preguntas, haciendo caso omiso a las exhortaciones que Dios nos hace desde los conflictos que vivimos en el país, y en especial desde los más excluidos, desde sus dolores, limitaciones y sus grandes potencialidades.

La Encíclica, expone que «la fe –actualmente- ha acabado por ser asociada a la oscuridad. Se ha pensado poderla conservar, encontrando para ella

23 Lc 6, 36-42; Mt 7, 1-5.

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un ámbito que le permita convivir con la luz de la razón. El espacio de la fe se crearía allí donde la luz de la razón no pudiera llegar, allí donde el hombre ya no pudiera tener certezas»24. De alguna manera el Papa pone sobre aviso que algunos en el mundo siguen promoviendo y practicando una visión dicotómica, por no de decir «maniquea» o, en casos extremos, «esquizofrénica» de la realidad, y que, para superar esta limitación, «poco a poco, sin embargo, se ha visto que la luz de la razón autónoma no logra iluminar suficientemente el futuro; al final, éste queda en la oscuridad, y deja al hombre con el miedo a lo desconocido»25.

La exhortación de Dios es a iluminar la Paz desde la Razón y la Fe

En esta situación la humanidad contemporánea, especialmente aquella que ha puesto su interés en los modelos de vida de la acumulación de la riqueza, el consumismo y el hedonismo, y con espacios muy reducidos o funcionales para contemplar valores trascendentes, «ha renunciado a la búsqueda de una luz grande, de una verdad grande, y se ha contentado con pequeñas luces que alumbran el instante fugaz, pero que son incapaces de abrir el camino. Cuando falta la luz, todo se vuelve confuso, es imposible distinguir el bien del mal…»26.

La exhortación de Dios es a iluminar la Paz desde la Razón y la Fe, las dos son dones de Dios y por eso están íntimamente ligadas. No cabe hoy hablar de una dicotomía entre las dos, ellas son parte de una sola realidad, como lo afirma el Vaticano II, no hay dos historias, no hay estado natural y sobrenatural, los dos hacen parte de una sola realidad en la historia de la salvación. Toda dicotomía no tiene fundamento, de igual manera que la materia y el espíritu hacen parte del mismo patrón original en el Dios Creador. En consecuencia, cualquier irrespeto, mal uso o acaparamiento de la materia (de los patrimonios naturales y del mal uso de la Creación) y de cualquier violación de los derechos humanos, es igualmente un sacrilegio y una apostasía contra el espíritu amoroso del Creador que habita en sus creaturas.

Cuando alcanzamos a vislumbrar esta comprensión más compleja de la Fe el mensaje evangélico nos dice:

24 Carta Encíclica Lumen Fidei n. 3.

25 Ibídem.

26 Ibídem.

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Cuando encendemos una lámpara, no la escondemos ni la cubrimos, sino que la ponemos sobre el candelero, para que los que entran vean la claridad. La lámpara del cuerpo es tu ojo. Cuando tu ojo está sano, todo tu cuerpo está iluminado; pero si tu ojo está enfermo, también tu cuerpo estará en tinieblas. Ten cuidado de que la luz que hay en ti no se oscurezca. Si todo tu cuerpo está iluminado, sin nada de sombra, tendrá tanta luz como cuando la lámpara te ilumina con sus rayos27.

Dios, aquí y ahora en Colombia, nos exhorta a recrear una Paz desde el dolor y la potencialidad de las víctimas del conflicto social y armado. Una paz profundamente enraizada en el valor de la Fe, que no es otra realidad que el Amor de Dios para sus creaturas, apelando al maravilloso don que Dios nos da en la capacidad de la Razón y la inteligencia para discernir entre el bien y el mal.

Como lo explicita la encíclica Lumen Fidei:

La fe cristiana es, por tanto, fe en el Amor pleno, en su poder eficaz, en su capacidad de transformar el mundo e iluminar el tiempo. «Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn4, 16). La fe reconoce el amor de Dios manifestado en Jesús como el fundamento sobre el que se asienta la realidad y su destino último28.

Precisamente, por su conexión con el amor (cf. Ga 5,6), la luz de la fe se pone al servicio concreto de la justicia, del derecho y de la paz. La fe nace del encuentro con el amor originario de Dios, en el que se manifiesta el sentido y la bondad de nuestra vida, que es iluminada en la medida en que entra en el dinamismo desplegado por este amor, en cuanto que se hace camino y ejercicio hacia la plenitud del amor. La luz de la fe permite valorar la riqueza de las relaciones humanas, su capacidad de mantenerse, de ser fiables, de enriquecer la vida común.

La fe no aparta del Mundo ni es ajena a los afanes concretos de los hombres de nuestro tiempo. – De esta manera – Sí, la fe es un bien para todos, es un bien común; su luz no luce sólo dentro de la Iglesia ni sirve únicamente para construir una ciudad eterna en el más allá; nos ayuda a edificar nuestras sociedades, para que avancen hacia el futuro con esperanza29.

27 Lc 11, 33-26; Mc 4, 21.23; Lc 8, 16-18.

28 Carta Encíclica Lumen Fidei n. 15.

29 Ibíd., n. 51.

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«¿Qué

está haciendo Dios y a qué nos llama su acción en Colombia?»

Colombia necesita de una Fe con Justicia que más allá de ser una condición para el bienestar de la sociedad, es la realización del amor encarnado de Dios en cada creatura y cada ser creado por la potencia creadora del amor de Dios.

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Paola Sánchez González

Un encontrón con el Discernimiento

Gina Paola Sánchez González*

He escuchado hablar de discernimiento desde temprana edad, sin duda alguna ha sido una palabra recurrente en mi formación académica. Desde mi tránsito por el Colegio Mayor de San Bartolomé, en diferentes escenarios, de distinta manera y periódicamente, mis docentes se esforzaban por sembrar en mí la importancia de discernir sobre las acciones diarias. Sin embargo, y a pesar de los diferente ahíncos hechos por éstas personas, mi relación con el discernimiento no se consolidaría sino hasta ya entrada la universidad. Palabras tales como servicio, moción, desolación, consolación y discernimiento hacían parte del glosario que había adquirido en mi paso por el colegio; no obstante, mi comprensión frente a cada una de las riquezas que se escondían detrás de esas palabras no era mayor, sabía que el común denominador de ellas era la espiritualidad ignaciana, pero siendo sincera mi conocimiento no era profundo ni consciente.

Así entré a la universidad a estudiar Ciencia Política, en mi primer semestre procuré alejarme de cualquier situación que me desviara de los libros. Tenía claro que mi prioridad era responder con buenos resultados académicos al esfuerzo que mis padres habían hecho para que yo estuviera aquí en la Javeriana. En esos primeros meses de estudio procuré dedicar

* Egresada del Colegio Mayor de San Bartolomé. Estudiante de noveno semestre de Ciencia Política de la Pontificia Universidad Javeriana. Actualmente hace parte de Misión País Colombia del Centro Pastoral San Francisco Javier de la Pontificia Universidad Javeriana.

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todo mi tiempo a las lecturas, los trabajos de clase y llenar uno que otro vacío de conocimiento que había quedado luego del colegio. Al principio, en efecto las notas alcanzadas eran satisfactorias, me sentía tranquila con los logros que me otorgaban mis primeros parciales de universidad, en cierto sentido estaba alcanzando las metas que en su momento me tracé. A pesar de que el plan marchaba según lo estipulado, poco a poco se fue sembrando en mí un desánimo y desgano que no tenía razón aparente. De repente la rutina del estudio carecía de sentido para mí, los autores que antes había exaltado ahora me resultaban poco convincentes, como si no me contaran la historia completa y detrás de ellos estuvieran otras personas tratando de decirme algo más. En esta situación sería la primera vez que conscientemente podía entender que me hallaba en desolación; sólo frente a dicha experiencia comenzaba a comprender qué era aquello de sentirse desolada.

El tiempo transcurría y pese a los buenos resultados que iba adquiriendo en las materias que cursaba, la sensación de malestar continuaba y se hacía más aguda cada día; las clases proseguían y permanecíamos sumergidos en conversaciones y debates sobre el conflicto armado de nuestro país; curiosamente, ahora empezaba a sentirme como una persona que mira desde un balcón cómo su país se ahogaba en la guerra y la devastación, y mi único rol allí era simplemente tomar nota con delicado detalle de cada una de las injusticias que se cometían a diario y de cada una de las muertes que la guerra iba dejando a su paso; de tal forma que las generaciones futuras pudieran enterarse a pormenor lo crueles y sangrientas que habían sido cada una de las batallas que se habían librado en el país. Sin duda alguna no eran las clases las que habían cambiado; algo sucedía dentro de mí que me invitaba a hacer algo diferente, porque era claro que la escena del balcón que antes no me molestaba, ahora me resultaba incómoda. En esta oportunidad recordé lo que era una moción y comprendí que la desolación desaparecería en el momento en que lograra que mis acciones fueran distintas, tal vez cuando dejara de tomar notar desde aquél balcón y bajara a comprender lo que allí acontecía.

Quería cambiar mi rumbo en la universidad y los primeros recursos a los que acudí fueron los que había vivido en el colegio. En mi mente resonó el eco de Campamento Misión, ese grupo al cual una de mis amigas me había arrastrado en alguna Semana Santa, el mismo al que había prometido no volver luego de haber tenido que participar en el viacrucis y las diferentes ceremonias propias de la semana mayor, ese mismo grupo que recordaba

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también gratamente por el contacto que había tenido con esos campesinos que tanto afecto y aprendizaje nos habían brindado. Recordé esos escasos ocho días de los cuales hasta hoy sigo hablando y guardando como una experiencia sin precedentes; de allí me surgió la idea de indagar por un espacio similar dentro de la universidad y con un poco de incertidumbre y duda decidí ir a las oficinas de Pastoral. Cuando llegué a ése lugar lo primero que divisé en la cartelera de la entrada fue un cartel mediano que decía: «Misión País Colombia», lo cual hizo que al acercarme a Adriana, la secretaria de Pastoral en ese momento, mi pregunta no tuviera ningún otro interés que averiguar por esa experiencia. En efecto Adriana me dio la información y cerré el semestre con la enmienda de volver al siguiente periodo a hacer parte de Misión País Colombia.

La forma en que he logrado comprender la espiritualidad ignaciana siempre ha sido por medio de la experiencia

Pido excusas si he caído en ser anecdótica, sin embargo lo seguiré siendo, me es necesario presentarles el contexto que acabo de hacer porque la experiencia que me dio el regalo de comprender lo que es el discernimiento y comenzar a emplearlo en mi vida diaria, se remonta a una historia que acontece dentro de Misión País Colombia. La forma en que he logrado comprender la espiritualidad ignaciana siempre ha sido por medio de la experiencia, razón por la cual creo fielmente que la espiritualidad Ignaciana no puede quedarse en la filosofía que San Ignacio nos brindó, sino que tiene que pasar a ser no menos que un estilo de vida.

LA ENCARNACIÓN EN TAME

Esta historia tiene lugar en Tame (Arauca), diciembre del año 2010. Llevaba algunas semanas reuniéndome con quienes serían mis compañeros de misión, preparando minuciosamente las actividades de nuestra experiencia en este municipio arauqueño. Sin embargo, al llegar todas nuestras expectativas cambiaron. De una misión que realizaría todo el grupo unido en el casco urbano, pasó a una donde trabajaríamos en veredas, en grupos pequeños, y en la que nos veríamos cada tres días para evaluar el desarrollo de la experiencia. Así que luego de prepararnos psicológicamente y de dividir los grupos y materiales, partimos hacia nuestros destinos. «La Horqueta» sería el sitio donde, junto con un compañero, estaríamos desarrollando nuestra misión. Desde el principio la experiencia ya nos quería brindar enseñanzas

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al decirnos que cuando de servicio se trata, antes que el orden meticuloso, la logística y demás es necesario estar y ser disponible, estar en la capacidad de decir sí a las situaciones cambiantes.

Al llegar a la vereda, lancé una vista panorámica al lugar. Me encontré con un puesto de salud en muy malas condiciones, unas construcciones de casas seriamente averiadas por lo que parecían ser impactos de bala y un grupo de niños en torno a un señor de edad que tenía una guitarra y les ayudaba a practicar los villancicos. Aprovechando el encuentro, me acerqué al grupo de niños para presentarnos y conseguir convocarlos a las actividades ya no tan planeadas que teníamos en mente. En ese espacio conocí a Nataly, una niña de siete años que en muy poco tiempo forjó un cariño muy especial hacía nosotros y que desde entonces estuvo acompañándonos en todo lo que hacíamos. Ella, sin saberlo sería la encargada de interceder para que yo tuviera un encuentro imborrable; al quinto día de misión Nataly nos dijo que su abuela nos invitaba a tomar las onces con ellas en la noche, curiosamente al preguntarle dónde vivía para saber cómo llegar, nos enteramos hasta ese día que ella vivía justo al lado de donde nosotros nos estábamos hospedando.

En la noche como habíamos quedado, llegamos a tomar onces en la casa de Nataly donde esperaba por nosotros con tinto y torta de zanahoria la señora Rosa, la abuela de Nataly, con quien conversamos por un tiempo sobre su nieta y nuestra estadía en la vereda hasta entonces. De repente y clausurando la conversación que llevábamos doña Rosa se puso de pie y me dijo: ¿quiere que le presente a mi familia? Entusiasmada con la idea asentí; ella me tomó de la mano y me ubicó frente a nueve retratos medianos que tenía en la sala y comenzó a darme un recorrido de izquierda a derecha por cada uno como si fuera una galería. En el primer retrato que me enseñó me dijo: él es mi primer hijo, le gustaba mucho el fútbol cuando era joven y siempre soñó con ser parte del ejército y lo logró, pero a los dos años de haber entrado me lo «mataron». Luego pasó al segundo y continuó diciendo: «ella es mi segunda hija, participó en varios reinados de la vereda. La gente de aquí la quería mucho, pero el novio que se consiguió era de la guerrilla y ella quiso seguir los mismo pasos y se fue con ellos, hace tres años me dijeron que la habían matado en un enfrentamiento con el ejército». Así siguió por toda la sala retrato por retrato. De los nueve hijos que tuvo seis habían muerto por uno u otro actor armado. En aquél instante me encontré de frente con el primer punto de la contemplación de la encarnación que menciona

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San Ignacio equiparado en el núcleo familiar de doña Rosa, en el interior de una familia colombiana; fui consciente entonces de que Dios se encarna en nuestra realidad constantemente.

En esta guerra no hay buenos ni malos, hay personas que eligen cómo ver y actuar en el mundo

Al llegar al último retrato yo tenía un nudo en la garganta que no podía quitarme y sentía mucha ira de escuchar de primera mano las secuelas del conflicto en una familia. Cuando pude hablar, sin pensar en mi imprudencia, le pregunté: ¿y usted por qué sigue viviendo aquí?, ¿qué piensa del ejército y la guerrilla?, ¿no los odia? Ella me miró y sonrío; me parecía mentira que no tuviera lágrimas en sus ojos después de las historias que me había relatado. Después de unos minutos me respondió: «odiarlos no puedo, cada uno de mis hijos tomó las decisiones de su vida como mejor le pareció, en esta guerra no hay buenos ni malos, hay personas que eligen cómo ver y actuar en el mundo. En la iglesia nos enseñan que hay que perdonar y eso hago yo, porque detrás de esos uniformes hay seres humanos, están mis hijos». Después de esa respuesta no tuve nada por decir, así que en un afán para ir a pensar sobre lo que había sucedido desvíe la conversación y tan pronto pude me excuse para ir a dormir.

EFECTOS DE CONTEMPLAR LA ENCARNACIÓN

Aquella noche no logré conciliar el sueño, mi cabeza estaba llena de ideas y mis sentimientos se contradecían unos con otros, por un lado sentía impotencia y rabia frente al conflicto despiadado que envuelve nuestro país, pero en contraposición también me sentía incoherente porque yo, que nunca en mi vida había tenido que padecer las consecuencias de la guerra, no era capaz de desarmar mis prejuicios a la hora de ver la realidad. Sin duda alguna, dentro de mí se libraba una batalla entre el «Mal espíritu» y el «Buen espíritu», por un lado estaban mis ideas preconcebidas que enjuiciaban a los grupos armados a ser dignos de mi aversión y por otro, estaba la misericordia, el amor y el perdón que doña Rosa había trasmitido en su respuesta y que me hacían replantear todo el panorama. Ese día pude ver lo determinantes que son esas fuerzas que San Ignacio llama Buen y Mal espíritu, a mí: la rabia, los prejuicios y el hastío me habían llevado a un largo proceso de odio y resentimiento que no me permitía ver las personas que están más allá de los uniformes; en cambio, doña Rosa guiada por la misericordia, el amor y

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la comprensión pudo, a pesar de perder a sus hijos, perdonar y encontrarse con los diferentes seres humanos que también padecen el conflicto.

He aquí uno de los ejercicios de discernimiento que más me ha revolucionado mi vida, cada vez que pienso en ésta historia puedo ver los cambios que se gestaron en mi cotidianidad desde entonces. Este hecho, sin lugar a dudas logró afectar tres escenarios de mi vida. En primera instancia, transformó mi relación con Dios, porque entendí que esa relación no se encuentra principalmente en el templo, en una vida privada y recóndita que tiene cita cada ocho días en un solo espacio. Al contrario, comprendí que ese encuentro se labra día a día en la forma en que me vínculo con los demás.

En segundo lugar trastocó y cambió lo que ha venido siendo mi carrera como politóloga. Rosa me brindó la oportunidad de aprender a acercarme a los fenómenos sociales y políticos desde una mirada libre de prejuicios, entendiendo que dentro de los problemas estructurales existen seres humanos complejos que tiene unas historias de vida y desde allí actúan, me permitió de igual forma soltar de mi propio amar, querer e interés para poder comprender las realidades que acontecen en los demás. Así mismo me enseñó a creer en el perdón como un ejercicio humano que está a nuestro alcance y que es la base necesaria para un proceso de paz real.

Finalmente, revolucionó mi vida diaria, porque a partir de entonces la academia y la cotidianidad son escenarios complementarios para mí, ahora mi humanidad permea la Ciencia Política. Ya no soy sólo la persona que estaba tomando nota desde aquél balcón, ahora puedo decir que, gracias a esa experiencia de misión que me ayudó a derribar las fronteras que tenía al relacionarme con los demás, hago parte de esa realidad diversa, móvil y variable que siempre está actuando y buscando un mundo mejor. A partir de entonces, he podido entender qué es ser «ciudadana del mundo», me he hecho una mujer disponible para ir al encuentro fraterno y humano con los demás.

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Mi experiencia en el Discernimiento

Cuando la hermana Nora me invito a hacer parte de este panel sobre la ExpEriEncia dE discErnimiEnto dE los signos dE la accion dE dios – critErios para dEscubrirlos –, mi primera reacción fue decir: «no», ¿qué podía yo decir sobre este tema? ¿Cuál era mi experiencia de discernimiento en los diferentes roles que tengo en mi vida?

En ese mismo instante, algo interior estaba respondiendo que sí a esta invitación, algo estaba abriéndose y tomando conciencia hacia lo que me estaban pidiendo (…) La experiencia de cada ser humano y en mi caso, como laica comprometida, participe de la Espiritualidad Ignaciana, en otras palabras laica Jesuita, no me pertenece, porque es don de Dios que se me ha regalado gratuitamente, me parece valiosa y, por eso, vale la pena compartirla.

¿Cuál es esta experiencia que les quiero compartir? Antes de llegar a la Universidad Javeriana, trabajé en la empresa privada con responsabilidad y entrega. Soy casada, tengo tres hijos, y parte de mi vida la he empleado en atender esa experiencia familiar, como madre, esposa, hermana, qué quería que también fuera lo mejor posible, y como trabajadora responsable, con actitud de servicio y entrega. Mi espiritualidad hasta entonces, era la tradi-

* Secretaria de Facultad de la Facultad de Comunicación y Lenguaje. Acompañante de Ejercicios Espirituales. Colabora con el Centro Pastoral de la Universidad. Miembro de la Comisión para la Colaboración en el Corazón de la Misión de la Compañía de Jesús de la Provincia Colombiana.

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cional, formada en la religión católica, no muy practicante, pero consciente de la presencia de Dios y de invocar su protección. Entré a trabajar en la Universidad Javeriana hace 14 años, y fue entonces cuando me encontré lo que no me esperaba: La Espiritualidad Ignaciana. El Decano Académico de la Facultad de Teología en ese tiempo, me invitó a participar en la experiencia de los Ejercicios Espirituales, yo me sorprendí y lo agradecí, sin tener conciencia del cambio decisivo que esa experiencia iba a dar en mi vida. No sé con cuanta claridad en ese momento, entendí la Espiritualidad Ignaciana, y la centralidad del Discernimiento en ella, porque ya la estoy releyendo desde este momento actual, pero fue clarísimo que toda mi vida se permeó de esa experiencia con un sentido nuevo. ¿Para que hago lo que hago? ¿Qué sentido tiene toda mi responsabilidad y entrega en el trabajo y en la familia? ¿Qué papel juega Dios en mi vida? ¿Tiene sentido tener Fe? Recuperar mi Fe en Dios, ¿qué supone cambiar en mi vida? En fin… estas y otras preguntas similares estaban presentes en mi corazón y sin poderles dar una respuesta definitiva fue la posibilidad de abrirme a la experiencia de ejercicios y dejar que Dios mismo tocará mi vida.

Una de las experiencias más fuertes que tuve en estos ejercicios afectó mi rol de madre que hasta entonces lo vivía con tanta intensidad que no me daba cuenta que yo quería manejar la vida de mis hijos y marcarles el camino que me parecía mejor para ellos. En los Ejercicios Espirituales, al ver el valor de la vida de cada uno frente a Dios, lo que podríamos llamar «Principio y Fundamento», Dios, como origen y único conductor de la vida de cada uno, quien nos ama infinitamente y tiene los mejores planes para cada uno de sus hijos, me hizo comprender que mi amor de madre, si quería ser como yo sentía que Dios nos ama a cada uno de nosotros, me pedía respetar la autonomía de mis hijos, dejarlos ser ellos mismos, acompañarlos en las sendas que cada uno fuera escogiendo y brindarles mi amor incondicional en sus vidas y no lo que yo quería hacer de ellos. Esa experiencia fue para mí, profundamente liberadora y fue revelándose mucho más en la medida en que yo tomaba conciencia de mi propia vida y mis actitudes frente a ella. Toda esa experiencia fue claramente iluminada con esa bella cita de la carta de Pablo a los Corintios:

El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente,

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no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta1.

Por eso, al llegar de esa experiencia, quería seguir cultivándola por mí misma y por ayudar a otros a que tuvieran la oportunidad de reconocer la experiencia amorosa de Dios en sus vidas. Fue, entonces cuando me inscribí en el taller de acompañamiento que ofrecía el Centro de Pastoral de la Universidad, y a partir de ahí me introduje en esta espiritualidad y hoy, con orgullo me reconozco como dije al inicio, laica, comprometida y jesuita.

En toda mi vida, Dios está presente y se convierte en signos de su acción cada vez que soy capaz de realizar un discernimiento

Quisiera compartir ahora los aprendizajes y experiencias de esta espiritualidad que he ido descubriendo y me ha marcado la vida a lo largo de estos años:

EL DISCERNIMIENTO

Para mí ha constituido un medio eficaz de conocimiento de mi misma, de dejar crecer y confiar en los signos de Dios en las personas, de reorientación de todas mis acciones y opciones, y de la posibilidad de escoger lo que realmente es bueno y valioso para mí y para los demás.

Ya les conté mi experiencia inicial frente a mis hijos, pero esto fue poco a poco iluminando todos los demás aspectos de mi vida, especialmente, mi relación matrimonial, mi relación familiar, mis relaciones de trabajo y amistad, mi desempeño laboral y mi preocupación por la realidad social del país. Entendí que en toda mi vida, Dios está presente y se convierte en signos de su acción cada vez que soy capaz de realizar un discernimiento.

¿Qué quiere Dios de mí en este momento? ¿Cuáles son mis intereses personales que no me dejan responder al llamado de Dios? ¿Por qué Dios me invita a realizar acciones a las que tengo miedo y a veces no veo claras? En la medida que dejo surgir estas preguntas y con sinceridad me enfrento a ellas, puedo purificar mis intenciones y abrirme más y más al querer de Dios en mi vida y en la medida que he hecho esto, siento con más fuerza lo que desde la fe, Dios quiere de mí. No tengo motivos para no abrirme a sus insinuaciones y para no crecer interiormente según su voluntad. Lógicamente

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Ana María Navarro Mora

esto no ha sido un camino fácil pero poco a poco el corazón se ha hecho más dócil y el camino se ha hecho más atractivo de recorrer.

MAGIS

Siempre descubro, que a pesar de mis limitaciones, Dios hace su trabajo y de alguna manera la gracia que desborda en la persona que acompaño, me alcanza, me renueva y fortalece

Lo que conocemos en la Espiritualidad Ignaciana, como MAGIS, se ha ido convirtiendo en mi vida, en esa meta a la que vale la pena tender. Definitivamente se debe apuntar a buscar la excelencia en todo lo que hacemos, con pasión, responsabilidad y servicio; y yo, que por carácter, soy exigente y perfeccionista, he ido apropiando y sintiendo que el Magis ignaciano es un tender a más pero en el horizonte del amor, del servicio de la entrega y de la responsabilidad por los demás. He de tender al Más como siempre en mi vida pero al mismo estilo de Jesús para que todos podamos vivir mejor, nos ayudemos sinceramente y crezcamos en lo más valioso en nuestro ser interior: el amor y la entrega de la propia vida al servicio.

ACOMPAÑAMIENTO

El acompañamiento que en algunas ocasiones realizo y recibo, ha sido fuente de asombro, humildad y agradecimiento frente las maravillas que Dios hace en la vida de cada uno de nosotros. Todos sabemos aquí, que acompañar, es ser testigo del paso de Dios por la vida de otras personas, de las mociones que el Espíritu va suscitando en el corazón y la docilidad y respuesta que cada persona va dando a ese llamado.

Muchas veces me he sentido pequeña y pobre para decirle algo a la persona porque la acción de Dios supera mis propias comprensiones y capacidades, pero siempre descubro, que a pesar de mis limitaciones, Dios hace su trabajo y de alguna manera la gracia que desborda en la persona que acompaño, me alcanza, me renueva y fortalece. No puedo dejar de decir que el camino del seguimiento de Jesús transforma la vida y da una profunda alegría, pero al mismo tiempo también supone desconcierto, esfuerzo y paciencia para continuar muchas veces el camino. Hay momentos en mi vida donde la

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aridez en la oración, la falta de claridad en los mismos discernimientos que voy haciendo, el desaliento antes mis propias limitaciones, inseguridades y miedos me han hecho detener el camino y hasta dudar si tengo capacidad para meterme en esta experiencia. Pero cuando he comentado esta situación con mis compañeros de camino, sus palabras de apoyo, y la decisión firme de no desistir, y comprender que la espiritualidad tiene momentos de gozo y aridez me han mantenido, y hoy, agradezco esas dificultades porque me hacen sentir que la gracia de Dios es la que me mantiene y no mis propios méritos y mi esfuerzo personal.

ESTILO DE VIDA

Palabras como autenticidad, coherencia, humildad y servicio no son meras palabras, sino que concretan las actitudes esenciales a las que esta experiencia de Dios me ha ido llevando y buscando y reconociendo cada día en mi cotidianidad y en los diferentes roles que tengo. En una sociedad que nos obliga a aparentar, a triunfar a costa de lo que sea, me siento llamada a buscar ser una persona libre, humilde, servicial y donde busco que mi riqueza sea la integridad personal y no los falsos valores a los que nos impulsan la sociedad de consumo. ¡La espiritualidad ignaciana es un estilo de vida!

COMPROMISO SOCIAL

Una espiritualidad sin un compromiso social quedaría en meros sentimentalismos o intimismos, por eso la espiritualidad ignaciana esta permeada de mirar al país y luchar por que la justicia vaya haciéndose realidad; que la paz, tan urgente en estos momentos se pueda llevar a cabo; que no pongamos freno a todos los signos del reino que es lo que Dios quiere para logar una sociedad con mayor justicia social y que «los más pobres tengan vida y la tengan en abundancia»2.

Con todo esto, he ido comprendiendo poco a poco que lo central en nuestra vida es el amor de Dios que se «derrama en nuestro corazones»3 y en la medida que nos dejamos sorprender y atendemos a sus llamados, nuestro horizonte de vida se hace más pleno y la coherencia de vida nos trae la

2 Jn 10, 10.

3 Rom 5, 5.

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Ana María Navarro Mora

satisfacción, plenitud y gratuidad que otros logros o conquistas no pueden darnos. Es la gracia de Dios la que nos permite ser coherentes, es su amor el que nos impulsa cada día a ser mejores, es la gracia de Dios la que nos permite reconocer que nos ha amado desde que nos creó y que nos permite con confianza discernir todos los momentos de nuestra vida y buscar «ser más para servir mejor».

ORACIÓN

La experiencia de oración no se limita a momentos puntuales –aunque estos son imprescindibles y necesarios– sino a esa actitud orante que me permite descubrir la acción de Dios en lo cotidiano, en lo sencillo y, especialmente, su acción y presencia en la vida de las personas. Esta experiencia me ha ido llevando a buscar y encontrar a Dios en todos los momentos.

Es la gracia de Dios la que nos permite ser coherentes, es su amor el que nos impulsa cada día a ser mejores

Sin ese encuentro afectivo con el Señor, alimentado cada día, y esa «espiritualidad de ojos abiertos» que nos hace ver su presencia en todas las personas y en todos los acontecimientos, no tendría la fuerza, la alegría y el entusiasmo para intentar vivir esta espiritualidad y ser coherente con ella. No es una tarea alcanzada, es un desafío cotidiano y permanente, unas veces mejor logrado, otras veces con necesidad de volver a comenzar, pero como diría San Pablo, «continuo mi carrera por si consigo alcanzarlo»4.

En otras palabras, algunas de las frases del texto del P. Arrupe con las que quiero terminar, y que con seguridad conocemos, pueden resumir lo que, en definitiva, determina nuestras acciones, es lo que arrebata nuestro corazón.

Nada puede importar más que encontrar a Dios.

¡Enamórate! ¡Permanece en el amor! Todo será de otra manera.

4 Flp 3, 12.

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Wilson Mejía Naranjo

Una experiencia de Discernimiento parroquial

Pbro. Wilson Mejía Naranjo*

Agradezco al CIRE y al equipo organizador del XIII Simposio sobre Ejercicios Espirituales por su amable invitación a participar en este panel.

Quisiera empezar con una anécdota sucedida con dos personas que acudieron a la convocatoria que se lanza en la parroquia para realizar los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola en la vida corriente. Los tres primeros encuentros tienen un taller de oración y se entrega una guía para la semana con algunas citas bíblicas para que los interesados se vayan familiarizando con la metodología de los ejercicios. En uno de estos encuentros esta pregunta surge de los asistentes: Por favor, alguien me puede ayudar con la ubicación del libro EE en la Biblia porque yo no lo encontré. Otro dijo, yo tampoco encontré el libro EVC.

* Párroco de la Parroquia Los Discípulos de Emaús de la Diócesis de Fontibón. Fundador del Centro de Espiritualidad San Ignacio, en Fontibón. Acompañante de Ejercicios Espirituales en la vida corriente.

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SEÑOR ENSÉÑANOS A ORAR

Y sucedió que, estando él orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: Señor enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos1.

Por gracia de Dios los primeros ejercicios que realicé fueron en la vida corriente hace ya 20 años. Estudiaba en Estocolmo, Suecia. Desde la llegada y por un periodo de unos 5 meses buscaba explicación a varios signos existenciales y de fe que aparecían en mi vida. Luego de buscar una consejería espiritual, un sacerdote jesuita alemán, párroco en la Iglesia de Santa Eugenia, me ofreció hacer una experiencia de oración diaria. Recuerdo sus palabras «veo que el Espíritu Santo quiere trabajar contigo». Después de una búsqueda de varios meses, se me ofrecía una experiencia que implicaba dedicar media hora diaria de oración; esto me gustó mucho, aunque por mi formación científica, no dejaba de resultar extraño que a mi rutina diaria le adicionara la visita a la Iglesia, lugar que solo frecuentaba los domingos. Llegaba siempre a las 6:30 a.m. realizaba el ejercicio en la capilla de la virgen y luego pasaba a la eucaristía a las 7:00 a.m. Coincidíamos con un amigo que estaba cursando su doctorado y salíamos a tomar el metro, en el trayecto, él llegó a ser mi interlocutor; cada 8 días me reunía con el padre Stefan Dartman, hablábamos de lo ocurrido en la semana y me daba una pequeña orientación para la semana junto con el material para cada día. Transcurrieron los meses y veía que Dios no me ponía en el lugar que yo deseaba, sino en algo totalmente nuevo e inesperado para mi proyecto de vida, la vocación sacerdotal.

Voy a dar un salto de 15 años, porque quiero comentar cómo inicié la experiencia de ofrecer los ejercicios espirituales en la vida corriente hace 5 años. La primera parroquia fue en Santo Tomas Moro, barrio Timiza; luego en el Santo Cristo, Fontibón, y por último, Los discípulos de Emaús, Modelia – Hayuelos. Cuando llegué al ano pastoral a la parroquia Santo Tomas Moro, no dude en ofrecer esta experiencia.

La pregunta obligada para todo aquel que se inscribe es ¿por qué quieres hacer esta experiencia de Ejercicios Espirituales? Para aprender a orar, es la respuesta común. Normalmente quienes se inscriben en primer momento son colaboradores o miembros de grupos pastorales. De manera similar a la inquietud del discípulo: «Señor enséñanos o orar»; es alguien que

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ya lleva un camino recorrido y se descubre con la necesidad de aprender a orar. Quienes vienen de grupos pastorales entran muy fácil en la experiencia pero encuentran mayor dificultad con la metodología; son más perseverantes, ya hay una disciplina; esto se explica por la trayectoria que traen del grupo de oración, de la legión de María, de los talleres de oración, de cursillos de cristiandad, entre otros. Quienes no han participado en algún grupo pastoral o experiencia de retiro inician con cierta dificultad, pero adquieren la metodología con más facilidad, aunque son menos perseverantes.

La estructura de la oración ignaciana siempre presenta novedad y dificultad. La novedad porque no cae dentro de los esquemas de oración que usualmente manejamos. Cada parte de la estructura captura la atención del ejercitante. Hemos encontrado, por ejemplo, que la oración preparatoria que mejor se adapta es la versión musical compuesta en los ejercicios que desarrolló Televida: «Danos Señor, la gracia que viene de ti, Que te podamos en todo, amar y servir; cada intención, cada acción, y toda operación, esté encaminada, a alabar y a servir; a ti Dios del amor».

Cuando se llega al principio y fundamento han pasado 8 encuentros: los tres primeros buscan familiarizar a la persona con la búsqueda de silencio por medio de talleres que nos llevan a tomar conciencia de la participación de los sentidos, la mente y el cuerpo en la oración. Cinco encuentros en los cuales se va haciendo énfasis en cada uno de las partes de la oración y terminamos con un retiro de un día fuera de la parroquia.

Quienes no han participado en algún grupo pastoral o experiencia de retiro inician con cierta dificultad, pero adquieren la metodología con más facilidad, aunque son menos perseverantes

Al revisar las estadísticas, la evolución durante estos cinco años es particular; en el primer grupo un 95% pertenecían a grupos pastorales de la parroquia. En los dos últimos anos el 45% no pertenece a ningún grupo pastoral.

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El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca, cayó la lluvia se salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca. El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edifico su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se hundió totalmente2.

El retiro de un día al finalizar la primera semana se dedica a las reglas de discernimiento de primera semana. Una de las primeras admiraciones de los ejercitantes es empezar a encontrar e identificar que las mociones que surgen en la oración son la materia para discernir los espíritus del bien y del mal. Sin embargo, en lo que he acompañado a personas y a parejas la meditación que más impacta es la de las dos banderas. La vida construida sobre roca con la bandera de Cristo en Jerusalén, y la vida construida sobre arena con la bandera de Lucifer en Babilonia. La imagen de los escalones pobreza contra riqueza, oprobios o menosprecio contra honor mundano, humildad contra soberbia, es un ejercicio que para todo aquel que quiere dar una respuesta generosa, lo ubica a lo largo de su vida algunas veces construyendo los escalones sobre roca y otras sobre arena, o sobre roca y arena a la vez.

Todos sabemos que la experiencia exige alguien que acompañe al ejercitante; normalmente inician alrededor de 40 personas y por esto se requiere un buen número de acompañantes. Un jesuita, dos laicos y novicias de la comunidad Jesús María han apoyado esta experiencia.

UN CENTRO DE ESPIRITUALIDAD EN LA CIUDAD

Hoy la ciudad crece hacia arriba sin dejar espacios para la construcción de templos. La parroquia Los Discípulos de Emaús, establecida hace 6 años en el sector de Modelia – Hayuelos es uno de estos casos. Nos corresponde atender 3 sectores. El sector de Hayuelos tiene 42 conjuntos de apartamentos, en promedio cada uno acoge a 300 familias. Allí la única solución ha sido comprar tres locales comerciales y establecer la capilla y el lugar para la atención al público. Otro sector, que lleva el nombre de La Felicidad, está proyectado para 17000 unidades de vivienda y no hay un espacio en este

2 Mt. 7, 24-27.

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modelo de urbanismo para el templo. Dios nos mostró que era posible establecer un centro de espiritualidad. Tomamos en arriendo hace dos años un apartamento en uno de estos conjuntos y allí se abrió el centro de espiritualidad. Un centro de espiritualidad para nosotros los católicos es un lugar que tiene como fundamento y razón de ser a Jesucristo; el centro de espiritualidad genera espacios inspirados en la espiritualidad ignaciana como una ayuda para «conocer más internamente a Cristo para más amarle y seguirle». Este lugar simbólico, es una propuesta para una ciudad que crece entre ladrillos y concreto y modelos de urbanismo en propiedad horizontal. Lleva el nombre de «La Felicidad» porque ha sido inspirado en esta ciudadela para favorecer el crecimiento de la vida interior y elevar el nivel humano de sus habitantes y de la sociedad a través de la realización de ejercicios espirituales en la vida corriente, catequesis sacramentales y encuentros de oración. El tercer sector corresponde al barrio tradicional de casas. Se han comprado dos casas que se han adecuado como centro parroquial y se espera poder obtener la licencia para levantar allí el templo. En cada sector hay un grupo de ejercitantes.

Dios siempre quiere hablarnos y en ese encuentro entre el Espíritu Santo y el espíritu humano, Él hace su propuesta y la persona responde al proyecto de Dios. «Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuanto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden»3.

Termino con las palabras del padre Pedro Arrupe, S.J.:

Nada puede importar más que encontrar a Dios. Es decir, enamorarse de Él de una manera definitiva y absoluta. Aquello de lo que te enamoras atrapa tu imaginación, y acaba por ir dejando su huella en todo. Será lo que decida qué es lo que te saca de la cama cada mañana, qué haces con tus atardeceres, en qué empleas tus fines de semana, lo que lees, lo que conoces, lo que rompe tu corazón, y lo que te sobrecoge de alegría y gratitud. ¡Enamórate! ¡Permanece en el amor! Todo será de otra manera.

3 Lc 11, 13.

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Discernimiento y la acción de Dios en el mundo empresarial: una aproximación experiencial

INTRODUCCIÓN

Invitación a compartir «desde la experiencia personal y en el contexto empresarial en el cual estoy inmerso ¿cuáles considero que son los signos de la acción de Dios en nuestros tiempos? ¿Cómo lo he ido descubriendo e identificando? ¿Qué criterios han sido útiles en general para este discernimiento? ¿Cómo me han ayudado, se me han ayudado, las reglas y principios de discernimiento ignaciano?»

Sea lo primero aclarar que quiero abordar el tema que se me propone desde lo que pudiera ser un intento de acercarme y hablar de (y desde) mi experiencia personal (muy consciente de no contar con educación formal religiosa por lo cual pido comprensión).

Creo que lo único que puedo afirmar, y eso con un atrevimiento muy cuidadoso, es lo que yo creo acerca de cómo está ocurriendo Dios en «mi vida». «Mi» vida, única e irrepetible, si bien «mi» vida inculturada y situada en el tiempo y el espacio.

* Antropólogo de la Universidad de Antioquia, Maestro en Artes de Louisina State University. Consultor independiente de organizaciones en liderazgo, desarrollo humano, y transformación de cultura corporativa, en Medellín, Antioquia.

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Intuyo que ese transcurrir de Dios en mi caso es propio de mi historia personal y particular (única e irrepetible) pero intuyo también que algo similar acontece en otros seres de este tiempo y espacio, o mejor de otras criaturas que estamos siendo criados en esta época y lugar sociocultural.

Me referiré a la lectura que alcanzo a hacer de mi «caso» propio y particular. Lo hago desde lo que hoy, a esta «altura» del peregrinaje o viaje de mi vida alcanzo a vislumbrar, teniendo en cuenta que he hecho revisiones «sistemáticas» y frecuentes de mi historia personal en varios escenarios o eventos como la meditación frecuente, los EEP, grupo sobre los EE con el P Mario Franco, talleres y seminarios de desarrollo personal, y grupos de vida como el grupo Compartir en el CFC con el P G Baena. En el hoy, en un presente ampliado, está conmigo todo mi ayer.

¿SE PUEDE HABLAR DE LO QUE ESTÁ HACIENDO DIOS HOY EN COLOMBIA?

Con lo anterior en mente como presupuesto inicial, sea lo segundo compartir la idea de que la pregunta «¿qué está haciendo Dios hoy en Colombia?» la recibo con mucho cuidado.

Creo que esto no lo podemos saber tan inmediatamente (o por lo menos yo no). Lo único que pudiera intuir quizás es lo que está haciendo en mí, y eso como ya dije, verbalizándolo con mucho cuidado. Tratar de mirar la realidad con el ser de Dios creo que es imposible (seríamos El).

Cualquier mirada a Colombia hoy, necesariamente está contaminada por el ojo del observador, y el más optimista de los optimistas (como el más pesimista de los pesimistas), por estar ahí, contaminado por su ideología, miraría la realidad de una manera y pudiera caer en la tentación de asegurar que el actuar de Dios en Colombia es de una determinada manera: por ejemplo, que se olvidó de ella o la está favoreciendo. En cierto sentido lo estaríamos juzgando a Él. No creo que podamos saber mucho. Otra cosa es que queramos hacer un análisis sociopolítico muy juicioso del caso colombiano, quizás muy válido, pero querer leer ahí con argumentos teológicos la realidad colombiana es muy delicado. Yo mismo pienso con frecuencia, y con cuidado, que sólo en el larguísimo plazo, es decir en los tiempos de la evolución creativa (como creación evolutiva) que pudiéramos saber qué está haciendo Dios con

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Discernimiento y la acción de Dios en el mundo empresarial: una aproximación experiencial

su creación entera (en dónde va y para dónde va: Teilhard y muchos más lo han hecho. ¿Están equivocados? No sé). De todas maneras creo y confío que lo que Dios hace lo que quiere y que lo está haciendo siempre es bueno, y que es para arriba y para adelante.

Y además, para sustentar un poco mejor esto, diría que cualquier cosa que diga sobre el proceder de Dios en una cultura, o un conjunto de culturas, supone cierta claridad sobre la idea misma de Dios y su forma de proceder, lo cual para mi caso me parece atrevido y muy difícil. No quisiera meterme en eso.

LO QUE ESTÁ HACIENDO DIOS EN MI VIDA

Lo mismo pudiera ser aplicable al caso de cada uno de nosotros. Pero por lo que yo voy entendiendo en este caso algo debiera decirse intentando ayudar a construir la vida de uno mismo en El y con El, pero creo que esto no se puede dilucidar sino mistagógica y sapiencialmente, es decir no desde las categorías ilustradas y racionalistas con que fuimos educados y con las que vivimos. Cualquier cosa que diga acerca de Dios (su naturaleza) es un balbuceo que puede ser muy chapucero.

Por ejemplo, me pregunto: ¿yo, amo ….AMO? ¿Puedo decir por mi experiencia personal que he probado y saboreado el amor verdadero? Creo saber, y a veces gaseosa y abstractamente (ilustradamente) que Dios Es Amor. Otro ejemplo: ¿Siento y creo que Cristo vive en mí? ¿Sé qué afirmaba San Pablo con esta expresión? ¿Puedo declarar sapiencialmente algo parecido, más allá de una supuesta comprensión a la que pueda haber llegado con soporte teológico? Y finalmente, ¿cuál lugar tiene en mi corazón el prójimo, qué es el prójimo y quién es el prójimo para mí? ¿Qué lugar ocupa en mis intereses el prójimo? ¿Vivo para servir al otro? Creo que estas preguntas que me hago son las realmente importan (en medio de tanto racionalismo e intelectualismo).

Nota: a veces pienso que vivimos muy sin Dios, y que somos muy ateos, ya que si de verdad viviéramos en Dios, y sintiendo su proceder en nosotros, actuaríamos muy distinto. Pero basado en esta suposición no puedo decir que Dios no está haciendo nada en Colombia, o en el mundo porque estaría forzando el actuar de Dios a categorías netamente humanas. El proceder de Dios, me resulta entonces misterioso como misterioso es el proceso mismo de creación

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continua. La ciencia avanza pero si la creación es continua avanza también la complejidad y consciencia, incluyendo la evolución del fenómeno humano, dejando siempre pequeña a la ciencia misma.

Dios me invita todo el día a conectarme con el sentido de mi existencia, o con su voluntad, o con Él como acto creador continuo

Ahora bien, lo que puedo compartirles sensatamente es que a reflexionar sobre esas preguntas me siento constantemente invitado. Es como una voz constante en mi interior que me dice que escuche o que aborde esos «fenómenos».

Por ello en esos temas pienso mucho y pongo mi voluntad y mi entendimiento, y pido la ayuda de los dones del Espíritu. Y lo hago diariamente como ejercicio de mi libertad creo. Y como resultado de esta práctica algunas «ideas» han venido haciendo mucho sentido en mí ser, y se las estoy compartiendo a ustedes en esta corta reflexión.

Debo anotar además que creo que entender esta dinámica existencial mía me ayuda a entender por qué, para qué, y lo que hago en el mundo empresarial, o mejor en el mundo del trabajo o en el mundo de la «cocreación intencionada» (el trabajo de los hombres). De pronto eso podría ser la forma como estoy respondiendo al llamado (iniciático) de Dios, y siempre por su iniciativa. Muchas otras iniciativas al margen de un diálogo con Él siempre me han conducido a momentos de gran infelicidad.

A esta altura de la presente reflexión una conclusión o sentimiento continuo es que Dios me invita todo el día a conectarme con el sentido de mi existencia, o con su voluntad, o con Él como acto creador continuo.

ALGUNOS SIGNOS HISTÓRICOS BÁSICOS

PROPIOS

 Sin mencionar aquí mi hogar e historia temprana, la manera como en general hago este ejercicio de reflexión – meditación continua (en la vida corriente), desde hace muchísimos años, es teniendo preguntas muy claras, estando conectado con las preguntas y exponerme de muchas maneras a la recepción de respuesta a estas preguntas. En general no son preguntas producto de mi razonamiento. Casi siempre

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Discernimiento y la acción de Dios en el mundo empresarial: una aproximación experiencial

se me ocurren. Me llegan. Las oigo. Tener preguntas y vivir con las preguntas ha sido un tema muy existencial para mí y siento que ha sido una de las acciones centrales de Dios en mi vida (su manera de transcurrir en mí es como una especie «toque» interior, un llamado que me hace continuamente) a algo… ¿Escuchar? , ¿Sentir? ¿Explorar? ¿Experimentar? ¿Vivenciar? No sé claramente pero eso está asociado en mi caso con una profunda curiosidad por la creación entera.

 Desde mediados de los años 50s, y cuando a afines de los 50s entro en contacto con Pierre Teilhard de Chardin mi vida «cambió» (¿sí?). Hoy veo eso como una revelación de Dios. Para mí, de alguna manera, la Creación y el Cosmos rápidamente llegan a ser mi hogar cuando estoy terminando bachillerato (1964). Participar de la existencia cocreando tenía pleno sentido en mi comunicación interior, en mi diálogo interno (hoy: evolución consciente, creación evolutiva, evolución creadora). Sin embargo, sentimientos y creencias propias de ese entonces las veo hoy de otra manera: en ese tiempo iba adquiriendo una cosmovisión muy laicista, «cientifista», de alguna juzgable como un ateísmo naciente en cuanto que las formas religiosas perdieron todo interés. Hoy son una especie de intervención «kairótica» a conectarme con algo que luego iba a tener muchísimo sentido.

 Para mí es vital que un ser humano tenga clara una respuesta y en revisión continua al para qué de su existencia. Creo y sé por experiencia personal que es muy difícil vivir la vida sin coordenadas claras que indiquen sentido, dirección y significado. Pero, sobre todo, que en atenta observación a lo que esto supone uno pueda decir que está realizando su vida y en ello siendo feliz. Creo que sin un Principio y Fundamento para vivir la vida en términos ignacianos es muy difícil ser feliz. Pero no un principio y fundamento de «corte humano y estratégico» sino como producto del «amoroso vacío existencial» a manera de principio de movimiento positivo que produce la experiencia del amor misericordioso de Dios.

 Así que con explicar y entender el mundo (mundo natural y hombre) desde la plataforma del conocimiento científico, en la que puse mi atención por muchos años, nunca fue suficiente para que mi existencia se llenara de sentido. Estudié antropología (la profesión «tradicional»)

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y por años quise vivir dentro de ese guion profesional a costa grande de un creciente vacío existencial. Entonces, y por años, «hice lo que quise»… y resulté saliéndome de la órbita de la voz interior. Y no escuché, hasta que en cansancio, volví a escuchar un Dios que nunca cansado seguía hablándome, y «esta vez» me mostraba la validez y enorme actualidad de la cosmología de Teilhard de Chardin, por ejemplo. Ha sido una especie de cordón umbilical sosteniéndome ya que las líneas de la ciencia y de la espiritualidad seguían entretejiéndose como en la helicoidal cuerda del ADN, pero que son una sola realidad.

OTRAS CLAVES O SIGNOS DE MIS TIEMPOS EN QUE MI HISTORIA PARECE TENER UNOS ELEMENTOS

IMPORTANTES Y UNIFICANTES

En este proceso personal, y a manera de resumen forzado de los últimos 25 años, algunas revelaciones me parecen importantes. Un mundo de «apariciones» o manifestaciones emergen o se hacen visibles para mí. Veamos algunos ejemplos (menciono 8):

1. Aparece corrientes de pensamiento y autores correspondientes (espiritualidad de la creación, teología de la creación, nueva ciencia y cosmología, la idea de un paradigma emergente en ciencia y cultura, la postmodernidad, las corrientes alternativas en salud y bienestar social, cambios cuánticos, cosmos creativo, sicología transpersonal y humanista, reunificación oriente y occidente, etc. etc.). Muchos de ellos reconociendo y exaltando la obra de Teilhard como uno de los pioneros (cosa que no creo que él abalaría). En esto, aparece una extensa bibliografía, que denota un extenso movimiento, de reunificación de la ciencia y la espiritualidad: unificación después de la gran bifurcación. En el fondo, creo yo, no es una cosa que uno pudiera atribuir al mérito de la ciencia, ni al mérito de la espiritualidad, a través de sus mensajeros, sino a la manifestación «epifanica» (revelación de Dios) en un mundo en evolución o creación continua, que con mayores niveles de complejidad y consciencia, entiende mejor. De nuevo, es Dios en acción. Y para una persona es don y gracia darse cuenta de ello… o es resultado de su docilidad y disponibilidad.

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2. Aparecen movimientos sociales claramente insatisfechos, indignados y protestantes, y una búsqueda de una identidad genuina y «limpia» sobre lo que significa ser persona y ser humano (Dios en Busca del hombre y el hombre despertando y empezando a escuchar. Jesús resucitado «empieza a ser visto» planetariamente). Un nuevo lenguaje cobra forma. Un lenguaje que nos habla de que la humanidad entró en una nueva fase que nos permite afirmar cada vez con mayor confianza que «no estamos en una época de cambios sino en un cambio de época», (un cambio «epocal»). Un salto evolutivo en la creación continua se está viendo hoy en día (2.000 años no son nada en los tiempos evolutivos, en los tiempos de Dios).

3. Aparecen personas guías y maestros que nos invitan e insinúan nuevos caminos y posibilidades (llamados a los cuales podemos responder): por ejemplo para entrar en la senda de la espiritualidad ignaciana a través de los EEP (ej. Sol Beatriz Bedoya). Otro ejemplo: invitación del P Horacio Arango a fundar el CFC con otros dirigentes de Medellín. Otro: invitación a pertenecer al Colegio de Altos Estudios de Quirama y orientar el programa FAD (Formación Avanzada de Dirigentes). Aparecen nuevas amistades y nuevos modos de participar de redes de relaciones sociales (familiares y profesionales).

4. Cuando aparece la oportunidad de vivir la experiencia de los EEP está ahí esperando quizás la mayor revelación de todas que es Cristo. La figura del resucitado transformando hombres, un Jesús actuando en los corazones y transformando desde adentro, se convierte para mí en el silencio puro y sacro. En cierto sentido enmudezco y ahí por primera vez no tengo nada que decir. Simplemente que creo en ello y no puedo explicar nada más. Es la presencia de lo que trasciende las coordenadas de tiempo y espacio y lo que, como un gran atractor, da sentido a mi muerte. Episodios de vida de atrás (ya mencionados) y de adelante (que siguieren en cierto orden cronológico) son ya distintos.

5. Aparecen las señales de repensar el sistema de relaciones que somos. El lenguaje de R Panikkar, de la intuición o visión cosmoteándrica, emerge como una maravillosa explicación holística e integradora a todo el trabajo de la ciencia y teología. Y no solo como explicación sino como praxis social. Si mi trabajo en organizaciones sobre el liderazgo

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personal no se encuadra desde ahí sigue siendo un tema administrativo más (y no un elemento clave de evolución humana). La teoría del bien común es clave aquí (largo de explicar).

6. Igual aparece el lenguaje de la teoría constructivista (véase la asociación con todo el esquema de creatividad en la teología de la creación evolutiva) y de la sicología positiva manifiesto en el «nuevo» enfoque del cambio de los sistemas sociales llamado Indagación Apreciativa con el cual estoy trabajando ahora en las organizaciones.

7. Aparecen las oportunidades de acompañar la dinámica que ayude a responder las preguntas e inquietudes que se van dando en el mundo empresarial, el mundo del trabajo humano, que a la postre se convierte en todo un enfoque profesional. Práctica del acompañamiento como asesor empresarial.

8. Por último menciono la clara aparición de la premonición de que el mundo del siglo 21 tendrá en la mística y en el apostolado «discipulario» laical uno de los ejes centrales de lo que genéricamente se ha llamado sostenibilidad, con la fe de que lo humano y la vida prevalecerán en la creación dentro de los horizontes posibles de la creación natural. «Dios no juega a los dados» (Einstein).

Y Siguiendo un impulso interior, con mucha vacilación y temor en un mundo «duro», exponiéndome, escuchando, observando, estudiando, estudiando y reestudiando, buscando, nunca cerrando definitivamente nada, una dinámica se iba haciendo habito-historia, y en cierto sentido un ciclo se fue completando, en donde participar en la cocreación continua, con un Dios acto creador continuo, que nunca deja de contar con uno (ejercicio de mi libertad responsable para no estorbar), el escenario que me llamaba y llenaba de sentido, es el del trabajo humano en organizaciones que se convertiría en mi definitivo enfoque profesional. Pienso o mejor siento que fui escogido para eso. No creo que fue una escogencia mía, no creo que fue la aplicación de reglas del discernimiento (que no conocía), ni pienso que fue una elección de estado. Y eso hago hoy en organizaciones: ser un canalizador del «despertador continuo que es Dios». Siento que es un trabajo «medio misional»: ayudar a escuchar e interpretar los signos de los tiempos, y los

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llamados que nos hace el Espíritu constantemente aplicando las sencillas «reglas» del acompañamiento.

LA ESCUCHA DE LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS ¿CÓMO DISCERNIRLOS?

Las anteriores manifestaciones del Espíritu las considero hoy como «llamados para ir…», y a los cuales se puede responder (saber responder como criterios de discernimiento).

Con ayuda «jesuítica» he aprendido que en el discernimiento, entonces, lo importante no es tanto saber optar, decidir y elegir con categorías humanas (culturales de mi época) sino saber responder al llamado del Espíritu (otro tipo de inteligencia). Él es que elige y llama. Uno… el que lo ve… o se lo pierde. Las reglas del discernimiento ignaciano son para uno estar bien sensible a saber responder a qué ha sido llamado y escogido (el que escoge es El). Con esto aprendido, las reglas y principios del discernimiento ignaciano funcionan (por así decirlo) siempre muy bien para Dios (claro!!!) y muy bien para el que escucha y ha trabajado sobre sus afectos desordenados (¿cómo no tener la experiencia de EE?).

Lo importante no es tanto saber optar, decidir y elegir con categorías humanas, sino saber responder al llamado del Espíritu

Presintiendo la acción de Dios en todo el mundo, y desde luego en Colombia, veo una mayor consciencia de especie, una mayor consciencia integral y holística, una mayor consciencia de la creación evolutiva (o la evolución creativa), y una mayor apertura al misterio de Dios. Igualmente veo un despertar de consciencia que se manifiesta en una «nueva demanda». No una demanda de productos y servicios, sino en una demanda, arropada más claramente en un lenguaje, de sentido trascendente de la existencia. Demanda que llamamos «infantilmente» demanda de espiritualidad, en cuanto que creemos que es mérito humano solamente. Por lo menos, en mi experiencia en el mundo empresarial, el abordaje del tema del liderazgo consciente, apreciativo, transformado, generativo, evolucionario, y trascendente tiene acogida y es respuesta a inquietudes ya presentes en el corazón de muchos colombianos (y terrícolas). (Ahí está la acción de Dios, creo).

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Del lado de la oferta de teoría, modelos, y metodologías es impresionante lo que está apareciendo tan interesante en el mundo, en una literatura en cierto sentido al margen de los paradigmas tradicionales de las diferentes disciplinas pero que se pueden adquirir en el toldo de cada una de ellas ya que es muy difícil su clasificación aún en librerías y bibliotecas. Yo vengo trabajando mucho de este material en algo muy genérico como «consciencia integral» aplicado al liderazgo personal consciente basado en el poder personal auténtico o poder interior (uno en Dios/Dios en uno).

Creo que todo esto es uno de los grandes «signos de los tiempos». Y, entiendo, entonces, por signos de los tiempos aquella manifestación posible de ser percibida del cruce de la intencionalidad de Dios con la sensibilidad transparente de la consciencia humana. Se convierte en signo de los tiempos cuando la consciencia humana se hace finalmente transparente al mensaje divino. Reflectir (que lo dificultamos un poco cuando lo ponemos como «un saber»: «saber reflectir». Quizás es más simple: «dejar reflectir».

Hasta aquí un corto resumen del proceso personal mío, quizás uno de «discernimiento continuo» aunque me parece presuntuoso llamarlo así, sino más bien aquí y ahora el intento de resumir un proceso dialéctico de un diálogo frecuentemente interrumpido entre la máxima inteligencia de Dios y un distraído autista enormemente finito. La infinitud y la finitud intentando ser conectadas.

Conclusión: Creo muy poco en las conclusiones inmediatas (hay que dejar decantar las ideas y los sentimientos). Usualmente las conclusiones reducen y limitan (no expanden). Adjetivan y califican, aquello que califican. Pero creo que en nuestra cultura hay que hacer un gran esfuerzo educativo para ayudar a las personas a que se acerquen a la posibilidad de responder (en una dinámica interminable) a las preguntas que están albergadas en el corazón de todo ser humano: ¿qué somos? ¿Por qué vivimos? ¿Para qué vivimos? ¿Qué es la creación? ¿Qué es el mundo? Qué es el cosmos. ¿Qué es el la vida? ¿Qué es Dios? Hay una asociación entre la respuesta y estas preguntas con comportamientos anti sociales y anti vitales.

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Colección Apuntes Ignacianos

Temas

Directorio de Ejercicios para América Latina (agotado)

Guías para Ejercicios en la vida corriente I (agotado)

Guías para Ejercicios en la vida corriente II (agotado)

Los Ejercicios: «...redescubrir su dinamismo en función de nuestro tiempo...»

Ignacio de Loyola, peregrino en la Iglesia (Un itinerario de comunión eclesial).

Formación: Propuesta desde América Latina.

Después de Santo Domingo: Una espiritualidad renovada. Del deseo a la realidad: el Beato Pedro Fabro. Instantes de Reflexión.

Contribuciones y propuestas al Sínodo sobre la vida consagrada.

La vida consagrada y su función en la Iglesia y en el mundo.

Ejercicios Espirituales para creyentes adultos. (agotado)

Congregación General N° 34.

Nuestra Misión y la Justicia.

Nuestra Misión y la Cultura. Colaboración con los Laicos en la Misión. «Ofrece el perdón, recibe la paz» (agotado)

Nuestra vida comunitaria hoy (agotado) Peregrinos con Ignacio. (agotado)

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Temas

El Superior Local (agotado) Movidos por el Espíritu.

En busca de «Eldorado» apostólico. Pedro Fabro: de discípulo a maestro. Buscar lo que más conduce...

Afectividad, comunidad, comunión. A la mayor gloria de la Trinidad (agotado)

Conflicto y reconciliación cristiana.

«Buscar y hallar a Dios en todas las cosas» Ignacio de Loyola y la vocación laical. Discernimiento comunitario y varia.

I Simposio sobre EE: Distintos enfoques de una experiencia. (agotado) «...Para dirigir nuestros pasos por el camino de la paz» La vida en el espíritu en un mundo diverso.

II Simposio sobre EE: La preparación de la persona para los EE.

Conferencias CIRE 2002: Orar en tiempos difíciles. 30 Años abriendo Espacios para el Espíritu.

III Simposio sobre EE: El Acompañamiento en los EE. Conferencias CIRE 2003: Los Sacramentos, fuente de vida.

Jesuitas ayer y hoy: 400 años en Colombia.

IV Simposio sobre EE: El “Principio y Fundamento” como horizonte y utopía.

Aportes para crecer viviendo juntos. Conferencias CIRE 2004.

Reflexiones para sentir y gustar... Índices 2000 a 2005.

Ignacianos 69-70 (septiembre 2013 - abril 2014) 209-212

Temas

V Simposio sobre EE: El Problema del mal en la Primera Semana.

Aprendizajes Vitales. Conferencias CIRE 2005. Camino, Misión y Espíritu.

VI Simposio sobre EE: Del rey temporal al Rey Eternal: peregrinación de Ignacio de Loyola, Francisco Javier y Pedro Fabro.

Contemplativos en la Acción.

Aportes de la espiritualidad a la Congregación General XXXV de la Compañía de Jesús.

VII Simposio sobre EE: Encarnación, nacimiento y vida oculta: Contemplar al Dios que se hace historia. La V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe en Aparecida, Brasil Congregación General XXXV: Peregrinando más adelante en el divino servicio.

VIII Simposio sobre EE: Preámbulos para elegir: Disposiciones para el discernimiento. Modos de orar: La oración en los Ejercicios Espirituales. La pedagogía del silencio: El silencio en los Ejercicios Espirituales.

IX Simposio sobre EE: «Buscar y hallar la voluntad de Dios»: Elección y reforma de vida en los EE.

Sugerencias para dar Ejercicios: Una visión de conjunto. Huellas ignacianas: Caminando bajo la guía de los Ejercicios Espirituales.

X Simposio sobre EE: «Pasión de Cristo, Pasión del Mundo»: desafíos de la cruz para nuestros tiempos. Presupuestos teológicos para «contemplar» la vida de Jesús. La Cristología «vivida» de los Ejercicios de San Ignacio.

XI Simposio sobre EE: La acción del Resucitado en la historia «Mirar el oficio de consolar que Cristo Nuestro Señor trae» (EE 224).

Preparación para hacer los Ejercicios Espirituales. Disposición del sujeto (I)

Preparación para hacer los Ejercicios Espirituales. Disposición del sujeto (II)

XII Simposio sobre EE: Contemplación para Alcanzar Amor «En todo Amar y Servir»

Educación y Espiritualidad Ignaciana. I Coloquio Internacional sobre la Educación Secundaria Jesuita.

Caminos para el encuentro con Dios.

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Discernimiento y Signos de los Tiempos

Presentación 1

Ponencias

Identificación con Cristo y Discernimiento Ignaciano 3

Gustavo Baena, S.J.

Las Reglas de Discernimiento en sus contextos de 1a y 2a Semanas 18

Iván Restrepo, S.J.

El Discernimiento Espiritual en el conjunto de los Ejercicios y en la vida cotidiana 40

Nora Kviatkovski, R.J.M.

Contribución de la perspectiva teologal de los Signos de los Tiempos a la práctica situada de los Ejercicios y contribución de los Ejercicios al Discernimiento de los Signos de los Tiempos 70

Pedro Trigo, S.J.

«¿Qué está haciendo Dios y a qué nos llama su acción en Colombia?»

Luis Guillermo Guerrero

encontrón con el Discernimiento

Gina Paola Sánchez González Mi experiencia en el Discernimiento

Ana María Navarro Mora

Una experiencia de Discernimiento parroquial

Pbro. Wilson Mejía Naranjo

Discernimiento y la acción de Dios en el mundo empresarial: una aproximación experiencial

Mauricio Cardona E.

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