

APUNTES IGNACIANOS
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Apuntes Ignacianos
Número 57 Año 19
Septiembre-Diciembre 2009
La pedagogía del silencio:
El silencio en los Ejercicios Espirituales
CENTRO IGNACIANO DE REFLEXION Y EJERCICIOS - CIRE
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«Buscar y hallar la voluntad de Dios»: Elección y reforma de vida en los EE.
Mayo-Agosto
El sacerdocio en la Compañía de Jesús
Septiembre-Diciembre
Huellas ignacianas: Caminando bajo la guía del Espíritu
La pedagogía del silencio:
silencio en los Ejercicios Espirituales
Cuando Dios se calla. Silencio de Dios, silencio del hombre
Bernard Sesboüé, S.J.
La palabra en el silencio. Clave esencial de la pedagogía
Mario Gutiérrez Jaramillo, S.J.
Entre el miedo y el deseo del silencio
Jaime Emilio González Magaña, S.J.
El sonido del silencio. Camino a la contemplación e indiferencia ignaciana
Juan C. Villegas Hernández, S.J.
Apuntes Ignacianos 57 (septiembre-diciembre 2009)
Presentación
El silencio es imprescindible en los Ejercicios Espirituales. Es una de las primeras anotaciones que se da para poder comenzar y vivir el camino, dados los impedimentos, los equívocos e interrogantes que aparecen en torno a éste. La apertura a Dios y la docilidad a su Espíritu es casi imposible sin la experiencia del silencio.
Vivir el proceso de acallar los ruidos, las interferencias, las ideas, las propias palabras, no es aislamiento, ni incomunicación, es poder llegar a la escucha y receptividad de la Palabra en el hombre interior y nos remite a preguntar por el tipo de oración que lleva al silencio, aquella en donde se pueden reconocer los signos de una Presencia eficaz de nuestro Dios.
Al silencio en los Ejercicios se va entrando paso a paso, se trata de un crecer en el silencio, de crear un clima favorable para la escucha de la verdad. El camino sugerido es a partir del silencio personal exterior que conduce al silencio interior, habitado por la persona que somos y por el encuentro con la persona de Cristo Jesús; un silencio relacional, de «interioridad recíproca» como superación de una interioridad solitaria, como lo advierte J.M. Castillo en Oración y Existencia cristiana (pág. 154). Es la comunicación de Alguien que nos atrae profundamente y nos deja en silencio, es decir, vacíos de nosotros mismos y llenos de Él. A su vez, el silencio cuando es compartido con otros, se convierte en un lenguaje de acogida, de decirse mutuamente el respeto a la intimidad del otro y de animarlo a que siga en él.
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Presentación
Desde la espiritualidad de los Ejercicios podemos abordar el tema como una Pedagogía del silencio en los mismos, al ser un camino de transformación o liberación personal progresiva para acoger sin reservas a Aquel que tiene la Palabra. Las preguntas que pueden orientar al abrir estas páginas podrían ser: ¿Cómo se entiende el silencio en los Ejercicios, por qué lo buscamos, qué tipo de condiciones y de silencio necesitamos para lograr una actitud orante?
Álvaro Gutiérrez Toro, S.J. nos ha colaborado con la traducción del artículo: «Cuando Dios se calla. Silencio de Dios» de Bernard Sesboüé, S.J. publicado en la revista Christus, No.194 de abril del 2002. El autor se refiere al silencio de Dios que es Verbo y describe la relación del silencio con la palabra como lenguaje; se detiene en algunos momentos de la vida de Jesús para, desde ahí, interpretar el silencio del hombre.
Mario Gutiérrez Jaramillo, S.J., estudia una manera de entender el silencio como clave esencial de la pedagogía ignaciana. Presenta dos alternativas opuestas: silencio sin palabra y palabra sin silencio. En un intento integrador expone la pedagogía del silencio como el encuentro de la palabra en el silencio y esclarece su reflexión con una valoración de la Anotación 20 de los Ejercicios ignacianos.
Jaime Emilio González, S.J., con su artículo: «Entre el miedo y el deseo del silencio» hace una descripción de lo que no es el silencio. Basado en la modalidad de los Ejercicios completos y en el perfil del ejercitante ideal, hace una relación entre la soledad interior y el silencio como medios para posibilitar la comunicación entre Dios y su criatura, entre esta y su Señor.
Por último, Juan Villegas, S.J., desde su experiencia pastoral y con datos de la psicología, interpreta el silencio en los Ejercicios como un silencio sonoro y sus formas, una escucha que descubre la armonía que surge cuando se desarrolla la actitud contemplativa.
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Cuando Dios se calla. Silencio de Dios, silencio del hombre
Cuando Dios se calla
Silencio de Dios, silencio del hombre*
Bernard Sesboüé, S Bernard Sesboüé, S Bernard Sesboüé, S Bernard Sesboüé, S Bernard Sesboüé, S .J .J .J .J . . . .
En nuestro mundo en donde se habla en todas partes y en todos los sentidos, Dios nos aparece como el gran silencioso. Son numerosas las personas que hoy en día le hacen este reproche. ¿No es acaso signo de una ausencia o de desinterés por nuestra aventura humana? ¿En dónde estaba Dios en los grandes dramas del siglo XX? Dos guerras mundiales que dejaron millones de muertos. Los campos de concentración tanto nazis como soviéticos. La Shoah. Y más cerca de nosotros, las atrocidades cometidas en los Balcanes y el terrorismo al que se le ha dado libre curso.
¿En dónde estaba Dios en Auschwitz? ¿En dónde estaba cuando Stalingrado? La pegunta se ha hecho tan incisiva, que «cómo hablar de Dios después de Auschwitz» se ha convertido en un lugar común. Nunca antes Dios nos había aparecido tan silencioso y ausente como lo ha sido en este último siglo. ¿Cómo responder a tales preguntas sin inconciencia, tal vez simplona, pero no inocente? ¿No tendremos que callarnos, también nosotros? Que el lector no de un traspiés; las reflexiones que siguen son modestas y no pretenden agotar el enigma opaco del mal.
* Traducción de la Revista Christus «Quand Dieu se tait. Silence de Dieu, silence de l'homme», Tomo 49 N° 194 (abril 2002) 115-165, por Álvaro Gutiérrez Toro, S.J. Licenciado en Teología de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. Especialista en Bioética de la misma Universidad. Actualmente Superior de la Residencia San José en Tierralta (Córdoba).
** Del Centro Sèvres, de Paris.
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Bernard Sesboüé, S.I.
DIOS EN PROCESO
Cuando el hombre sufre más allá de lo que estima que es tolerable, efectivamente, lo primero que hace es instaurarle un proceso a Dios. La misma Biblia es testigo de ese grito de angustia. Se encuentra en los salmos. «¡Oh Dios, no te estés mudo, cese ya tu silencio y tu reposo, Oh Dios!» «Hacia ti clamo, Yahveh, roca mía, no estés mudo ante mí; no sea yo, ante tu silencio, igual a los que bajan a la fosa»1. También lo encontramos en boca de Job, que sufre sin motivo: «Grito hacia ti y Tu no me respondes, me presento y Tu no me haces caso»2. Pero pasemos enseguida al término de esta serie. Este grito es también el de Cristo en la cruz. «Con voz fuerte: Elí, Elí, lema sabctaní: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»3. Que Jesús haya ido hasta hacer suyo el grito de todas las angustias humanas, ante el silencio de Dios, nos hace saber de inmediato la profundidad de un tal misterio. La carta a los Hebreos nos dirá también que después de haber «ofrecido plegarias y súplicas, con poderoso clamor y lágrimas, al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su clamor reverente»4. Con todo, en el momento de la angustia y de la muerte, el cielo permaneció cerrado.
Todavía hoy, vemos en todas partes el proceso que se le hace a Dios: este Dios que se supone es bueno y que tolera sin aspavientos tantas atrocidades; este Dios único, que está en el origen de la violencia en el mundo, ya que justifica el hecho de que los hombres se exterminen en nombre suyo. No hace mucho, un cronista no dudaba en elogiar el politeísmo pagano de los romanos o de los griegos. Esos dioses estaban hechos a talla humana, tenían costumbres de hombres y, sobre todo, no les pedían que mataran en su nombre5. Encontramos la objeción que viene desde muy temprano: «O Dios puede evitar el mal y no lo hace, entonces no es bueno; o no lo puede, y no es todopoderoso y por tanto no es Dios».
1 Sal 83, 2; 28, 1. Cfr 39, 13; 50, 3; 109, 1.
2 Job 30, 20.
3 Mt 27, 46.
4 Heb 5, 7.
5 Al decir esto, el autor olvida que el paganismo antiguo persiguió durante tres siglos a los cristianos, en nombre de una intolerancia a la vez política y religiosa.
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Cuando Dios se calla. Silencio de Dios, silencio del hombre
Entonces, ¿qué interés tiene argumentar para justificar cueste lo que cueste, lo que el buen sentir humano encuentra injustificable?
LO PARADÓJICO DEL SILENCIO DE UN DIOS – VERBO
Pero ¿es acaso verdad que Dios se calla? Se da una paradoja al reprocharle su silencio, a un Dios que se presenta como el Verbo. La Palabra por excelencia. Si se da una nota característica del cristianismo, es el hecho de que anuncia a un Dios que habla, un Dios que se revela tal como es, un Dios que se entrega. «Y en efecto, ¿hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está Yahveh nuestro Dios siempre que le invocamos?»6. «Nuestro Dios es un Dios que se aproxima», dirá sencillamente Cirilo de Alejandría.
Dios no ha permanecido mudo ni insensible ante la historia de los hombres. Dios nos habló en su Hijo, en el que nos envió para revelar al Padre y su designio sobre la humanidad. Es bien conocido el texto de San Juan de la Cruz, en el que se insurge en contra de las buenas almas que quisieran revelaciones nuevas de la parte de Dios:
Aquel que pidiera ahora a Dios, o quisiera alguna visión o revelación, no solo cometería una tontería, sino que también estaría injuriando a Dios, no poniendo enteramente sus ojos en Cristo, sin querer más o una novedad. Y es que Dios podría responder de la siguiente manera: Si te he dicho todo en mi Palabra, que es mi Hijo, no tengo más que decir, fuera de lo dicho. Solo míralo, ya que en él te lo he dicho y revelado todo, y en el encontrarás más de lo que buscas, y más de lo que puedes esperar7
Pero irrumpe de nuevo una instancia: si lo ha dicho todo en su Hijo en otro tiempo, es porque ya no tiene más que decirnos hoy en día. Se nos ha dicho claramente que la revelación se terminó con el último de los apóstoles. No tenemos nada que esperar entonces sobre los horrores de los últimos tiempos. Dios se dignó hablarnos durante un tiempo muy breve, el del paso de Jesús por nuestra historia. Desde entonces nos debemos enfrentar definitivamente con su silencio. Se cierra el círculo.
6 Dt 4, 7.
7 Subida al Monte Carmelo. (II, 22).
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Bernard Sesboüé, S.I.
EL SILENCIO ES TAMBIÉN UN LENGUAJE
La objeción supone que palabra y silencio se oponen como dos contrarios. El silencio no hablaría y la palabra no podría más que romper el silencio. Las cosas son mucho más complejas que esto. Tomemos aliento un momento, a partir de consideraciones antropológicas. Sabemos que existen muchas formas de silencio: se da el silencio vacío o ausente, del que no tiene nada que decir; el silencio del taciturno que, por temperamento, se manifiesta poco; el mutismo, con frecuencia agresivo, del que no quiere hablar; el silencio del que protesta con todo su ser contra la suerte que se le impone; el silencio del que conciente con lo que se dice; en fin, el silencio de presencia, el silencio pleno, el que se encuentra más allá de todo lenguaje, porque se ha convertido en el mejor medio para comunicar. Como dos viejos esposos entre los que la palabra ya no clasifica, porque ya no es necesaria. «Tu estás ahí, yo estoy aquí. Todo se ha dicho entre nosotros y nos encontramos en plena comunión».
Es que el silencio es un problema de relación y de comunicación. Nunca uno es silencioso con relación a sí mismo, solo. Se guarda silencio delante de los demás. El silencio, como la palabra, es una actitud que tomamos con respecto a ellos. Tiene sentido; si no es palabra, es lenguaje. Pero, se puede decir, también se da el silencio interior; el silencio de la persona sola. Ese silencio es la condición de una triple presencia: presencia a sí mismo, sin duda, pero que se abre a la presencia de los demás y a la presencia de Dios. «...mantengo mi alma en paz y silencio, como niño destetado en el regazo de su madre»8. Sin un mínimo de silencio interior, nos encontramos ausentes para nosotros mismos, y en consecuencia, ausentes también para los demás y para Dios.
Si esto es así, el silencio pertenece también al lenguaje; si el silencio tiene un valor interpersonal, esto quiere decir que todo silencio pide ser interpretado. Pero el silencio del uno, lo será siempre en función de la calidad del silencio del otro. En pocas palabras: el silencio de Dios nos remite al silencio del hombre. ¿Somos nosotros suficientemente silenciosos para comprender en verdad el silencio de Dios? ¿Procuramos captar
8 sal 131, 2.
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Cuando Dios se calla. Silencio de Dios, silencio del hombre el lenguaje en el que Dios se nos dirige, a través de su silencio? Esto nos lleva a reconsiderar tanto el silencio de Dios, como el silencio del hombre.
UNA PALABRA QUE SURGE DEL SILENCIO
Decir que Dios es silencio, es expresar su trascendencia absoluta con relación al mundo de los hombres. Su Palabra no es de ninguna manera una charla que rompe inútilmente el silencio. Esa Palabra surge de su silencio de plenitud, como un texto bíblico de la liturgia de Navidad nos lo recuerda: «Cuando un sosegado silencio todo lo envolvía y la noche se encontraba en la mitad de su carrera, tu Palabra omnipotente, cual implacable guerrero, saltó del cielo, desde el trono real...». De la misma manera, Pablo hablará de la «revelación de un gran Misterio mantenido en secreto durante siglos eternos»9. Ignacio de Antioquia le hace eco a la misma verdad al hablarnos de los apóstoles «que estaban plenamente convencidos de que no hay más que un Dios, manifestado por Jesucristo, su Hijo, que es su Palabra salida del silencio»10. También nos habla de tres «misterios atronadores», que se realizaron en el silencio de Dios: «El príncipe de este mundo ignoró la virginidad de María, y su alumbramiento, como también la muerte del Señor, tres misterios atronadores, que se realizaron en el silencio de Dios»11.
Decir que Dios es silencio, es expresar su trascendencia absoluta con relación al mundo de los hombres
Los tres misterios de los que hablamos se refieren a la encarnación, es decir, a la manifestación del Verbo de Dios. Se dice a la vez de ellos que son «atronadores» y realizados en el silencio de Dios. Este enigma nos envía probablemente al «gran grito» que dio Elisabeth, cuando la visitó su prima María, antes de proclamarla «bendita»12. El silencio de las obras de Dios provoca el grito de admiración de la creyente que discierne lo que pasa en el silencio.
9 Sb 18, 14-15; Rm 16, 25.
10 A los Magnesios 8, 2. Además sabemos que el segundo éon gnóstico se llama «silencio».
11 A los Efesios 19, 1.
12 Lc 1, 42.
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Bernard Sesboüé, S.I.
Todo el itinerario de Jesús en nuestra tierra es a la vez un misterio de palabra y de silencio. El Niño Jesús es la paradoja viva del Verbo que no habla (Verbum infans). Para nosotros Jesús se calló durante sus treinta años de vida oculta, de la que solo una palabra nos fue conservada por los evangelios: la respuesta que le da a su madre, cuando sus padres lo encuentran en el templo de Jerusalén: «¿No sabían que yo debía estar en la casa de mi padre?»13. Este silencio cede su lugar a la palabra, durante su vida pública. Pero se encuentra de nuevo con particular elocuencia, durante su pasión: «Pero Jesús seguía callado», ante el gran sacerdote. Algo semejante ante Herodes. Y ante Pilato14. La pasión de Jesús es el tiempo de un gran silencio, atravesado por pocas palabras. Se comprende que los discípulos hayan visto en él la realización de la profecía del servidor sufriente: «Fue llevado como una oveja al matadero; y como cordero, mudo delante del que lo trasquila, así él no abre la boca»15. ¿Quién dirá que Jesús en la cruz no es una palabra llena de sentido?
Toda la tradición también ha puesto de manifiesto el silencio que siguió a la muerte de Cristo, en la espera de la Resurrección; el silencio de María, en particular. La liturgia del Sábado Santo evoca y respeta ese silencio. Es el Resucitado quien reencuentra la palabra. Tanto en Jesús, como en Dios su Padre, el silencio es palabra, como la palabra surge del silencio.
Es significativo que Ignacio de Antioquia habla del silencio del obispo, antes de decir que este simboliza la presencia de Cristo: «Mientras más se ve al obispo guardar silencio, más se le debe respetar. (...) es claro que debemos mirar al obispo como al Señor mismo»16.
PALABRA Y SILENCIO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
Este juego sutil de la palabra y del silencio se prosigue en el tiempo que sigue la subida de Jesús hacia el Padre. Ya que la palabra de Dios continúa haciéndose sentir a través de las diversas época y continentes.
13 Lc 2, 49.
14 Mt 26, 63; Jn 19, 9. Lc 23, 9. Mt 27, 14; Jn 19, 9.
15 Is 53, 7-8, citado en Ac 8, 32.
16 Alos Efesios 6, 1.
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Cuando Dios se calla. Silencio de Dios, silencio del hombre
Pero permanece inscrita en el gran silencio de Dios. Debemos escuchar tanto la una como el otro.
Es una verdad a medias el decir que la revelación se acabó con el último apóstol. Tomemos una imagen. Sabemos que muchas estrellas se encuentran a muchos años luz de nosotros; es decir que es preciso un gran número de años, para que el fulgor producido por una estrella nos llegue a los ojos. Hasta se puede considerar la hipótesis de una estrella ya extinguida y de la cual podríamos aún recibir la luz. La luz de la palabra de Dios no es desde luego nunca extinguida en su fuente. De hecho, escapa a las condiciones que valen para las otras luces. Sin embargo, el designio de Dios ha querido que la revelación nos llegue a través del proceso de una historia y se inscriba en el tiempo. La revelación tuvo su historia en el pasado, a través del movimiento que va del antiguo al Nuevo Testamento y encuentra su culmen en la persona de Jesucristo. Pero esta historia no se detiene en el tiempo de su emisión. Le deja lugar a una nueva historia que es la de su recepción e interpretación. No terminamos nunca de acoger las riquezas de la revelación. Esta se transmite perpetuamente de edad en edad, de siglo en siglo. Nunca termina de iluminarnos. En cierta forma, no habrá dado toda su luz, mientras no haya sido acogida por la totalidad de los pueblos, en la totalidad de las edades y de los lugares.
Podemos entonces hablar de una revelación y de una palabra constante de Dios en nuestra historia, en el sentido de que no hemos terminado nunca de comprender la significación ni de actualizar las riquezas del misterio de Cristo, para nuestro tiempo, tanto en el orden de la existencia cristiana, como en el orden del lenguaje de la fe. La revelación de Dios en la persona de Cristo nos habla hoy como en el primer día: sí, tiene algo para decirnos sobre las atrocidades del siglo XX. La palabra de Dios tendrá todavía que responder a las preguntas que el hombre no termina de formular. En este sentido, la revelación está llena de futuro.
Se dice lo mismo del silencio de Dios que es lenguaje. Puesto que la palabra no termina con el silencio: le da su sentido. Es la palabra de Dios, dada definitivamente, pero también constantemente en Jesucristo, la que nos permite interpretar el silencio de Dios en nuestras vidas. ¿No pasa acaso lo mismo entre dos viejos esposos, de los que hablamos
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Bernard Sesboüé, S.I.
más arriba, que saben espontaneamente lo que el otro piensa sobre tal o cual problema del día? Su silencio mutuo, con tal que repose sobre el afecto, está lleno de sentido. La calidad de su comprensión respectiva de ese silencio, depende de la profundidad del conocimiento que se tienen ambos. A nosotros corresponde entonces el interpretar el silencio de Dios.
EL HOMBRE
INTÉRPRETE DEL SILENCIO DE DIOS
La interpretación del silencio de Dios nos envía al mismo tiempo a la profundidad de nuestro conocimiento de Dios y a la cualidad de nuestro propio silencio
La interpretación del silencio de Dios nos envía al mismo tiempo a la profundidad de nuestro conocimiento de Dios y a la cualidad de nuestro propio silencio. Se puede explicar el silencio de Dios, simplemente porque se ha decidido que Dios no existe. Pascal decía en una frase célebre: «Me espanta el silencio eterno de esos espacios infinitos»17. Silencio estelar, silencio glaciar, silencio que es ausencia total. Era eso lo que espantaba a Pascal. Pero en él, el erudito era también un creyente. Sabemos cómo ha hecho la experiencia de Dios y las páginas inolvidables que escribió sobre Jesús, ya que «solo Dios, habla bien de Dios». Pero este espanto ¿no es acaso secretamente el de todo hombre que estima que Dios no existe? Así se cuenta en un texto célebre del poeta Jean Paul Richter, de finales del siglo XVIII y que ha tenido un gran papel en el desarrollo del tema sobre la muerte de Dios en el siglo XIX. El poeta hace hablar a Cristo, muerto en la cruz:
He recorrido los mundos, me he elevado más allá de los soles, y tampoco allí está Dios; bajé a los últimos límites del universo, miré el abismo, y exclamé: ¡Padre! ¿en dónde estás? Pero no escuché más que la lluvia que caía gota a gota en el abismo, y la eterna tempestad que sin medida me respondía18.
17 Pensées, Brunschwicg 206; Lafuma 201.
18 Siebenkäs (1795), «El Primer pedazo floral», traducido por Sra de Staël en Alemania, t. 2, Flammarion, 1991, p. 71.
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Cuando Dios se calla. Silencio de Dios, silencio del hombre
Para este autor, este descubrimiento, que se cuenta en forma de pesadilla, es una prueba dolorosa; el sentimiento soportado de sentirse «huérfano» en el mundo. Esta experiencia tomará más tarde la forma de una proclama «liberadora» del hombre que se hace adulto. Más recientemente, la negación de Dios se convertirá en un instrumento de propaganda en el mundo soviético: el cosmonauta Gagarine ¿no dijo acaso, en nombre de un positivismo vulgar, que en el curso de su salto en el espacio, no se había encontrado con Dios? No nos permitamos reír fácilmente ante esta confusión entre el cielo estelar y el cielo bíblico, morada espiritual de Dios. La negación de Dios es siempre una cuestión seria en la vida de un hombre, cualesquiera que sean los sentimientos muy diversos que puedan envolverla. Es una amenaza de la que no estamos de ninguna manera al abrigo. No tenemos por qué juzgar a aquellos que se dicen ateos. Veamos solo que la interpretación más inmediata, y aparentemente la más fácil, del silencio de Dios, no puede sino reenviarnos a nosotros mismos y a la opción profunda que tenemos delante de la existencia. Siempre somos nosotros los que podemos decir: «Dios se calla, porque no existe».
Otra interpretación del silencio de Dios, considera a este, como un gran relojero del mundo –es verdad–, pero como alguien que se desinteresa del destino de la humanidad. No habla porque está «en otra línea», por decirlo así. Elías, en su combate con los sacerdotes de Baal, evoca esta situación con humor: «Baal ¡respóndenos!» Pero no hubo ni voz ni respuesta (...) Al medio día, Elías se rió de ellos y les dijo: «Griten más fuerte, porque es un dios; tendrá algún negocio, le habrá ocurrido algo, estará en camino; tal vez esté dormido y se despertará!»19. Le va bien a Elías al reírse de sus adversarios, puesto que su Dios viene a la primera oración a prender su sacrificio. Hay en la Biblia páginas para sonreír y, manifiestamente, esta es una de ellas. Pero El Dios de Elías, es un Dios que se interesa por el hombre y toma su partido.
En la Biblia el silencio de Dios es también interpretado como expresión de su cólera contra el pecado de su pueblo. Es así como el profeta Ezequiel quedó privado de la palabra. «Yo haré que tu lengua se te pegue al
19 1 Re 18, 26-27.
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paladar, quedarás mudo y dejarás de ser su censor, porque son un pueblo rebelde»20. También conoció Israel tiempos en los que la palabra de Dios se hacía rara, en los que desapareció la profecía. Pero ese silencio es siempre una prueba: Se termina cuando el pueblo se convierte. Acaso ¿no será preciso buscar por este lado la causa del silencio de Dios en nuestro mundo? «¿Por qué ves a los traidores y callas cuando el impío traga al que es más justo que él?»21. Acaso ¿no es esta nuestra pregunta?
Interpretar el silencio de Dios como castigo del pecado es siempre peligroso. Tal concepción sería evidentemente perversa, si pretendiera funcionar como el discurso de condena de un hombre justo sobre las miserias de nuestro tiempo. La pretensión de tal justo caería inmediatamente bajo el golpe de su propia condenación. Solo puede interpretar en esta forma el silencio de Dios el que se ha convertido; el que se da cuenta de que su manera de vivir, lo haría sordo a la palabra de Dios. La interpretación puede entonces ser justa en el plano personal:
Se ha notado que el silencio de Dios no es otra cosa que la sordera del hombre: «Se pierde la fe, se dice, porque Dios se calla». Es más bien lo contrario: porque se ha perdido la fe no se le puede escuchar, y además, no se quiere22.
Es una reflexión apropiada a condición de no hacerla en detrimento de otro en particular. Es una conclusión que no se puede sacar más que para si mismo. Todavía es más difícil reflexionar así a propósito de una situación colectiva, nacional o cultural. Es legítima en la medida en que el que la hace se pone en cuestión personalmente, y dice siempre «nosotros» y nunca «ustedes». Es decir que no puede tener valor que en la dinámica contagiosa de una conversión.
Pero nos queda todavía el silencio de Dios en las situaciones de inocencia. No es el mal que realiza el sicario el que nos escandaliza más hoy en día, ya que se ve claramente la causa... Es el mal que experimenta la víctima inocente. Son las atrocidades en serie que acaecen siempre
20 Ez 3, 26.
21 Ha 1, 13.
22 PIERRE BLANCHARD, «Jacob et l’Ange». Etudes carmélitaines, 1957.
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En últimas, el silencio de Dios nos remite a nuestro silencio de hombres
Cuando Dios se calla. Silencio de Dios, silencio del hombre sobre los débiles, los desheredados de este mundo. Es conocida la pregunta que corroe a los pensadores judíos después de Auschwitz23. Con el respeto que se le debe a su reflexión, nos es permitido aquí pronunciar una palabra cristiana, aunque venga de una fe diferente de la de ellos. Ante tantos escándalos, el silencio de Dios se hace presencia. En la cruz, el Hijo de Dios se ha colocado por siempre del lado de las víctimas inocentes. Un relato de los campos de concentración nos cuenta que un hombre fue ahorcado en la plaza de armas, delante de todos los detenidos reunidos. Uno de ellos le dice al otro, al ver este espectáculo insoportable: «¿En dónde está Dios?», y recibió como respuesta: «Está allá, ante ti, colgado». San Pablo evocaba las «palabras inefables»24, con las que fue gratificado cuando fue elevado al tercer cielo. La cruz, ¿no es acaso la «palabra inefable» por excelencia?
Sin duda, podrá decirse, ¿pero también hoy en día? En el siglo XX se dio Maximiliano Kolbe, voluntario del bunker del hambre, para salvar a un padre de familia. Más reciente aún, los monjes de Tibhirine, que permanecieron presentes hasta el final, a pesar de las amenazas, en el testimonio de una caridad absolutamente gratuita que englobaba en un solo mandamiento tanto el amor a Dios, como el amor al prójimo. Lo que vivieron es la parábola en acto, de lo que fue la cruz de su Señor. Como él, y tantos otros como ellos, fueron testigos-mártires de lo que significa superarse en el amor, con relación al odio. El silencio de sus vidas ha sido sellado por el silencio de sus muertes.
SILENCIO DE DIOS Y SILENCIO DEL HOMBRE
«Cada átomo de silencio es la suerte de un fruto maduro», ha escrito el filósofo Luis Lavelle. En últimas, el silencio de Dios nos remite a nuestro silencio de hombres. Solamente nuestro silencio puede comprender verdaderamente el silencio de Dios; de la misma manera que hay
23 Elie Wiesel, André Neher, Hans Jonas.
24 2 Cor 12, 4.
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Bernard Sesboüé, S.I.
que hacer silencio en si mismo, para entender la palabra del otro: «Habla, Señor, tu servidor escucha». Decía Samuel en su sencillez de niño25. La tradición de la sabiduría bíblica no deja de elogiar el silencio, que es la expresión por excelencia del hombre prudente y advertido: «En las muchas palabras no faltará pecado; quien reprime sus labios es sensato»; «el hombre discreto se calla»; se da «un tiempo para callarse y un tiempo para hablar»; «El sabio guarda silencio hasta su hora, más el fanfarrón e insensato adelanta el momento»26.
Pero el silencio es más que una actitud de sabiduría en las relaciones humanas. Es indispensable para escuchar a Dios. Porque Dios no se manifiesta en el bochinche. Elías –siempre Elías– hizo la experiencia con motivo de su encuentro con Dios.:
Y he aquí que Yahveh pasaba. Hubo un huracán tan violento que hendía las montañas y quebrantaba las rocas ante Yahveh; pero no estaba Yahveh en el huracán. Después des huracán, un temblor de tierra; pero no estaba Yahveh en el temblor. Después del temblor, fuego, pero no estaba Yahveh en el fuego. Después del fuego, el susurro de una brisa suave. Al oirlo Elías cubrió su rostro con el manto, salió y se puso a la entrada de la cueva27.
Dios estaba presente en la brisa suave. Ignacio de Antioquia le hace eco de manera emocionante a esta discreción de la intervención de Dios, al hablar del «murmullo» de Dios, que lo condujo al martirio: «Mi deseo terrestre ha sido crucificado y ya no hay en mi fuego para amar la materia; pero se da en mi un «agua viva» que murmura y dice en mi interior: «Ven hacia el Padre»28. Es necesaria una oreja particularmente fina, hacer un profundo silencio para escuchar ese murmullo.
25 1 Sm 3, 10.
26 Prov 10, 19; 11, 12. Qo 3, 7. Si 20, 7.
27 1 Re 19, 11-13.
28 A los romanos, 7, 2.
Apuntes Ignacianos 57 (septiembre-diciembre 2009) 3-15
Cuando Dios se calla. Silencio de Dios, silencio del hombre
Vengamos una vez más a la solidariedad de las tres presencias evocadas antes. El silencio nos permite estar presentes a nosotros mismos, presentes a Dios y a los otros. Si una crece, las otras lo hacen también. Si una disminuye, las otras se marchitan. Tal es el sentido del silencio de la vida monástica, de la escala de los diferentes silencios del alma en los místicos. El silencio espiritual destina a la atención: «Islas, hagan silencio ante mí». «Silencio ante él ¡tierra entera!»29. El silencio del alma, el recogimiento, es la sola vía de aproximación para comprender, aunque lentamente, la profundidad del silencio de Dios.
29 Is 41, 1. Ha 2, 20.
Apuntes Ignacianos 57 (septiembre-diciembre 2009) 3-15
Mario Gutiérrez Jaramillo, S.I.
La palabra en el silencio.
Clave esencial de la pedagogía ignaciana
Mario Gutiérrez Jaramillo, S Mario Gutiérrez Jaramillo, S Mario Gutiérrez Jaramillo, S Mario Gutiérrez Jaramillo, S Mario S .J
Estamos viviendo un tiempo de especial complejidad y de una abrumadora y continua aceleración existencial. El presente pasa con extraordinaria rapidez. La tecnología sofisticada, la informática desenfrenada, los fax, los teléfonos celulares, las computadoras que compilan datos a velocidades que desafían la inteligencia, los televisores con «control remoto» que nos bombardean con más información de la que podemos humanamente entender y que además reducen nuestro radio de atención a un mínimo, haciendo «infantil» nuestra concentración, presentan un cuadro patético y una dificultad para efectuar una adecuada introspección.
Por otra parte necesitamos tomar conciencia de las diferencias que existen en nuestras vidas, entre nuestro sentir y nuestro obrar. Con gran facilidad, en ese trajín diario, se ahonda la brecha entre lo que queremos y lo que hacemos. En nuestro estado de ánimo se crea de manera espontánea una mutación rápida entre momentos de exaltación, iluminación y clarividencia y momentos de oscuridad y desaliento.
* Doctor en Teología de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Profesor, investigador y escritor de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. Integrante del Equipo Amplio del CIRE.
Apuntes Ignacianos 57 (septiembre-diciembre 2009) 16-26
La paloabra en el silencio. Clave esencial de la pedagogía ignaciana
Ante esta situación de premura es consecuente que busquemos un camino de equilibrio que compense nuestros esfuerzos de autenticidad humana. En la pedagogía actual hay educadores que proponen el silencio como posibilidad de aprendizaje y desarrollo personal.
Ahora bien, la expresión misma «pedagogía del silencio» parece ser contradictoria. La pedagogía es básicamente acción de enseñar, proceso de aprendizaje, dinamismo de crecimiento y búsqueda de perfección. Todo este conjunto de acciones no son necesariamente «silencio».
En la pedagogía actual hay educadores que proponen el silencio como posibilidad de aprendizaje y desarrollo personal
Para nuestra reflexión se trata de la pedagogía del silencio en función de la pedagogía ignaciana que brota de los Ejercicios espirituales, expresión señera de la honda experiencia fundante con que el Espíritu de Dios bendijo a Ignacio de Loyola y que él transmitió a los suyos y la Iglesia asumió como una manera de dirigir a las personas hacia una mayor intimidad con Dios, al amor de la virtud y a la ciencia verdadera de la vida («sabiduría»), como don del Señor y como respuesta a su llamada.
Para nuestra reflexión en este breve espacio indicaremos dos posiciones dialécticamente contrapuestas y así ubicaremos la pedagogía del silencio en una síntesis existencial dentro del dinamismo de «preparar y disponer el ánima para quitar de sí todas las afecciones desordenadas y, después de quitadas, para buscar y hallar la voluntad divina en la disposición de su vida para la salud del ánima»1
SILENCIO SIN PALABRA
En la espiritualidad de las religiones orientales, en general, existe el convencimiento de que la palabra sólo puede ser obstáculo para lograr el desasimiento total de todo lo terreno y finito y encontrar así la identificación con la realidad absoluta.
1 Ejercicios Espirituales 1.
Apuntes Ignacianos 57 (septiembre-diciembre 2009) 16-26
Mario Gutiérrez Jaramillo, S.I.
Desde el mundo de las ideas de los textos Upanishad, obra de la sabiduría brahmánica que sigue al Veda («saber»), se advierte una valoración pesimista de la existencia. Dentro de ésta el cúmulo de sufrimientos de la vida recibe fuerza por la creencia en una serie de reencarnaciones (samsara), que se entienden como consecuencia necesaria del karma acumulado en cada vida terrestre (de las buenas o malas acciones realizadas). Sólo es posible la «redención» o purificación total, abismándose místicamente, mediante el conocimiento de la única realidad verdadera, la del Brahma.
El jainismo y el budismo, especialmente el budismo hinayana o del «pequeño vehículo», con sus características peculiares favorecen una ascesis muy severa y con idéntico objetivo de purificación de todo impedimento en la identificación con la realidad verdadera. En la doctrina budista la liberación del penoso círculo de las reencarnaciones conduce a la obtención del nirvana, que significa desvanecimiento o extinción. Se consigue a través de un «camino medio», que evita igualmente los extremos de una entrega plena al mundo y una inútil mortificación corporal. Con el nirvana se llega a la meta salvífica de la supresión de la codicia de la vida y la supresión real de la ley de las reencarnaciones, condicionadas por la acción2.
La conclusión es clara: Es preciso eliminar la palabra. Ella pertenece al mundo de lo sensible, de lo material, del cual hay que liberarse. En China el Tao-te-king, librito legado por Lao-tse, compendio de sabiduría filosófica, afirma que «el que sabe no habla; el que habla no sabe»3 El Tao es el que no tiene nada que ver con las palabras4. A este propósito el padre Peter-Hans Kolvenbach consigna, a manera de ejemplo: «Un maestro Zen, acosado por su discípulo, se encerraba en un silencio hermético: –Dígnate responderme, por fin, maestro, te lo ruego. –Ya te he respondido replicó el maestro5.
2 Cfr. GÜNTER LANCZKOWSKI, Historia de las religiones: Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teológica V, Barcelona 1977, 1013-1016.
3 Ibíd., p. 1018.
4 Cfr. PETER-HANS KOLVENBACH, Decir… al «Indecible». Estudios sobre los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, Bilbao-Santander 1999, 16.
5 Ibídem.
Apuntes Ignacianos 57 (septiembre-diciembre 2009) 16-26
La paloabra en el silencio. Clave esencial de la pedagogía ignaciana
Esta es la mística que no ahorra nada para eliminar el lenguaje humano, porque éste no puede sino falsear e impedir un verdadero encuentro. Es la desconfianza total de la palabra humana, que se mantiene, al menos como reserva, en algunas escuelas de espiritualidad cristiana en las que se confiesa que la lengua sólo dice lo que puede ante el Misterio, lo demás se deja al corazón el comprenderlo6.
PALABRA SIN SILENCIO
De ninguna manera podemos evadirnos del mundo mediado por la significación y regulado por el valor, en el cual se desarrolla nuestra existencia en todos los niveles. La palabra, entendida como cualquier expresión de significación y valor (religioso o no), es transmitida en la intersubjetividad, en el arte, en el símbolo, en el lenguaje y en las personas; se encuentra en las realizaciones de individuos, clases, grupos que son recordadas y representadas, y en los diversos modos de expresión que se emplean. La palabra hablada y/o escrita ocupa una situación de privilegio en la comunicación humana. No es del caso entrar a ponderar la importancia de la significación lingüística en el desarrollo de la persona humana y de la comunidad. En efecto, podemos afirmar que la palabra regula las múltiples relaciones que se establecen en los niveles tecnológico, económico, político, cultural y religioso. Por medio de la palabra la religión entra en el mundo mediado por la significación y regulado por el valor; la palabra da a este mundo su significación más profunda y su valor más elevado y se coloca a sí misma en el contexto de las significaciones y valores. En este contexto llega a comprenderse a sí misma y a relacionarse con el objeto de interés último y a hacer que la fuerza del interés último persiga los objetivos del interés próximo en la forma más honesta y eficaz7.
La lengua sólo dice lo que puede ante el Misterio, lo demás se deja al corazón el comprenderlo
6 Ibíd., p. 16-17.
7 Cfr. BERNARD LONERGAN. Método en Teología, Salamanca 1988, 113.
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Por otra parte, en la búsqueda del bien humano se inserta el progreso individual y comunitario (social); la persona humana puede realizar adecuadamente su autenticidad en la auto-trascendencia y llegar a ser persona en el verdadero sentido de la palabra8. Así se constituye en valor originante del progreso9. Y lo es por la observancia cuidadosa de los diferentes aspectos de la comprensión humana10: una persona que presta atención a los asuntos humanos; que percibe las posibilidades no captadas o no-realizadas; que rechaza aquello que probablemente no producirá los resultados deseados y reconoce lo que también con probabilidad los producirá; que fundamenta las decisiones y elecciones sobre una evaluación imparcial de los costos a corto y largo plazo y de los beneficios que se seguirán para ella misma, para su propio grupo y para los demás grupos11.
Ahora bien, todas estas exigencias o imperativos («preceptos») del método trascendental son condiciones permanentes para que el progreso sea un continuo fluir de mejoras, en que se van señalando las insuficiencias y las repercusiones de los ensayos anteriores para mejorar lo bueno y poner remedio a lo defectuoso. Es un proceso de cambio en el que surgen nuevas posibilidades y otras anteriores se hacen más probables; en el que se producen cambios ulteriores12.
Como se advierte claramente, se trata de un proceso exigente, que supone también una atención a diferentes palabras de sabiduría y
8 Ibíd., p., 105.
9 Es decir, se constituye en fuente de valores.
10 BERNARD LONERGAN en su estudio Insight. Estudio sobre la comprensión humana sienta las bases para la comprensión y adopción de un método trascendental, a su vez basilar para el asumir un método teológico diferenciado en dos fases y en ocho especializaciones funcionales (véase Lonergan, Método en Teología, 11-32; 125-144). En este propósito se entienden los denominados «preceptos trascendentales»: «sé atento» = a los datos de los sentidos y de la conciencia, punto de partida de la comprensión humana; «sé inteligente» = comprensión adecuada de los datos, percibiendo relaciones, posibilidades de coordinación…; «sé razonable» = realizar el camino de verificación o no de las condiciones para una afirmación de realidad cierta o probable o una negación «Juicios de realidad o juicios de hecho; «se responsable» = en coherencia con el valor (juicios de valor) deliberar para asumir o realizar una decisión libre, racionalmente auto-consciente, buena y auténtica (cfr. Lonergan, Método en Teología 57, entre otros lugares).
11 Cfr. BERNARD LONERGAN, Método... Op. cit., p. 57.
12 Ibíd., p., 57-58.
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La paloabra en el silencio. Clave esencial de la pedagogía ignaciana consejo; a propuestas puestas en razón; a voces de amistad y de apoyo… En síntesis se requiere un prestar atención a múltiples «palabras» en dirección positiva. A su vez, esta atención-concentración no se obtiene sino en momentos de silencio y reflexión sobre el contenido y la intencionalidad de esas «palabras».
Ahora bien, toda la exigencia metodológica se puede pasar por alto; se puede tornar en una completa distorsión. La evaluación puede llegar a una desatención egoísta de los demás; a una lealtad al propio grupo con hostilidad a los otros grupos; a una concentración de la atención en los beneficios a corto plazo, pasando por alto los costos a largo plazo. El sentido común se queda en el inmediatismo de los asuntos prácticos; ciego a las consecuencias a largo plazo; inconsciente de la insensatez común. Cunden la aberración que desvía el proceso de cambio acumulativo y da origen a múltiples problemas sociales y culturales; y el egoísmo que deteriora el bien de orden social y desemboca en el egoísmo social que divide el cuerpo social entre los que tienen y los que no tienen; entre los que manejan la cultura y los olvidados. Las ideologías que hacen a las personas ciegas frente a la situación real entran en lucha de egoísmos13.
Todos los aspectos de la descripción anterior constituyen lo que en nuestra reflexión denominamos «palabra sin silencio». No hay lugar de silencio para una reflexión discreta sobre la situación. La sociedad está sumergida en la decadencia que falsea y desacredita el progreso. Es el «absurdo social»14. Y esta decadencia invade todos los órdenes que constituyen el desarrollo integral humano: tecnológico, económico, político, cultural y religioso. Es decir, toda la escala de los valores humanos. En ese proceso de deterioro, la primera afectada es la palabra. No queda otra salida que la apertura a una religión que promueve la auto-trascendencia hasta un amor que se sacrifica a sí mismo y ejerce una función redentora en la sociedad humana. Ese amor puede deshacer el daño de la decadencia y restaurar el proceso acumulativo del progreso15.
13 Ibíd., p., 58-59.
14 Ibíd., p., 59 y 60.
15 Ibíd., p., 60.
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Mario Gutiérrez Jaramillo, S.I.
LA PALABRA EN EL SILENCIO
Bajo este título pretendemos presentar una propuesta del sentido del silencio dentro de la pedagogía ignaciana. Ciertamente la soledad y el aislamiento material que el Maestro Ignacio pide a la persona que se embarca en el proceso de los Ejercicios16 tiene una triple motivación:
1. Teológica: «No poco merece delante de su divina majestad». Es una exigencia, pero también una apertura existencial al don de Dios, que expresa la absoluta primacía de Dios en la vida del que hace la experiencia: un reconocimiento cuasi-sacramental de que sólo Dios basta. Pero es el Dios verdadero que sumerge al ejercitante en el mundo, objetivo inmediato de su misión y servicio de amor.
2. Psicológica: «No teniendo el entendimiento partido en muchas cosas». Es la afirmación de la fuerza que tiene la unidad e integración personal vivida en el proceso de la experiencia. Esta unificación, integración de todas las dimensiones de la persona en Dios, es fundamental para vivir una vida auténticamente humana. Diríamos que hoy es perentoriamente necesaria, en medio de la pérdida dramática de los valores humanos en la sociedad del «absurdo».
3. Histórico-salvífica: «Más se dispone para recibir gracias y dones…»: La experiencia de desierto en algún momento de su vida es una constante en la vida de las personas que se han distinguido de un modo u otro en su vida de fe o en el seguimiento de Cristo. La lista sería interminable. El retiro silencioso y solitario es la clave significativa del «éxito cristiano»17.
Supuestas estas motivaciones o «provechos espirituales», como los llama el mismo Ignacio18, vamos a ahondar en el encuentro con la Palabra en el silencio.
16 Cfr. Ejercicios Espirituales 20, Como todas las Anotaciones previas, es fruto consecuencial de la experiencia de Ignacio de Loyola.
17 Cfr. JOSEP RAMBLA, Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola (I). Una relectura del texto, Barcelona 2008. Ejercicios espirituales 13-14.
18 Cfr. Ejercicios Espirituales 20.
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La paloabra en el silencio. Clave esencial de la pedagogía ignaciana
Una insinuación atinada del padre Peter-Hans Kolvenbach19 nos introduce en nuestra profundización: Indudablemente Ignacio estaba cordialmente convencido de un «Dios siempre mayor»; no ponía en discusión el hecho de que para encontrar verdaderamente a Dios, hay que ir más allá de los términos y las palabras. Con todo él mismo le da importancia a la oración vocal y la considera parte integrante de los Ejercicios20; sugiere sistemáticamente poner fin a la contemplación con el rezo del Padre nuestro 21 .
Ignacio se dice a sí mismo. El papel de la palabra en la experiencia religiosa de Ignacio hay que entenderlo en el interior de una experiencia mística peculiar. Al autor de los Ejercicios no le gustaba hablar de sí mismo. La Autografía dictada al padre Luis Gonçalves da Cámara, más que un anecdotario exhaustivo de la vida de Ignacio, está constituida por una serie de relatos con una intencionalidad muy definida: comunicar una familiaridad con el Dios que irrumpe en su vida, que está en la raíz de todos los acontecimientos narrados y que lo iba conduciendo. Entonces el propósito es decir con la Palabra vivida al Indecible22. Las palabras sirven para la unión con Dios, contemplado en todas las cosas, en todas las criaturas, y también, por supuesto, en la palabra.
La religión es de hecho la primera Palabra que Dios nos dirige, al inundar nuestros corazones con su amor (cfr. Rom 5, 5). Es Dios mismo que se auto-comunica. No pertenece al mundo mediado por la significación, sino al mundo de la inmediatez; a la experiencia no-mediada del amor y temor reverencial; no está condicionada históricamente; en ella la imagen, el símbolo, el pensamiento y la palabra pierden su importancia y desaparecen23. En relación con ella se da el diálogo de corazones.
19 Cfr. PETER-HANS KOLVENBACH, Op. cit., p. 17.
20 Cfr. Ejercicios Espirituales 1.
21 Cfr. Ibíd., 117
22 Cfr PETER-HANS KOLVENBACH, Op. cit., p. 17-18. Continúa el padre Kolvenbach con una referencia al Diario Espiritual de Ignacio. Realmente se revela una experiencia mística de íntima relación con Dios, hasta el punto de que una palabra lo transportaba al diálogo íntimo con la Trinidad operante, a una expresión del «Indecible». Para Ignacio el significante, expresado por la Palabra, es el significado (cfr. P ETER-H ANS KOLVENBACH, Op. cit., p. 18-21.
23 Cfr. BERNARD LONERGAN, Método... Op. cit., p. 113-114.
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La constatación anterior no quiere indicar que la palabra exterior, históricamente condicionada, se convierta en algo accidental. De ninguna manera, el papel de ésta es constitutivo. Si tomamos la analogía del amor entre un hombre y una mujer, la revelación mutua del amor, expresada en palabras, es la que produce o constituye la situación radicalmente nueva de estar-enamorados, y de ahí comienzan a desplegarse las implicaciones a lo largo de la vida.
Así ocurre en la relación de amor con Dios. De todos modos se necesita la palabra de la tradición que ha acumulado «sabiduría» religiosa; la palabra de la confraternidad que une a los que participan del mismo don del amor de Dios, y del Evangelio que anuncia que Dios nos amó primero y que en la plenitud de los tiempos nos reveló su amor en Cristo Encarnado, Muerto y Resucitado24.
Esta serie de aportes de Lonergan nos llevan de la mano para una comprensión a fondo de la pedagogía de los Ejercicios y dentro de ella el significado que posee el apartarse «de todos amigos y conocidos y de toda solicitud terrena…»25. En la experiencia de los Ejercicios la propuesta de Ignacio es comprenderla como una actividad («ejercicios») espiritual, con un objetivo bien preciso: ordenar la libertad en el amor, para encontrar con amor ordenado, sin afectos contrarios, la voluntad de Dios en total indiferencia, preferencia apasionada26. Es un camino espiritual que se realiza en delicado discernimiento de los movimientos que se causan en la persona. Todo va dirigido al encuentro con la Palabra en el don del Espíritu que ha sido derramado en nuestros corazones (cfr. Rom 5, 5), para una experiencia de «estar-enamorado sin restricciones»27, en referencia primaria a la humanizadora Encarnación del Hijo, la Palabra de Dios, y a la divinización, obra santificadora del Espíritu28.
En toda esta respuesta, secundada por la gracia, se requiere en el que realiza la experiencia una finísima atención al Señor, quien se ma-
24 Cfr. BERNARD LONERGAN, Método... Op. cit., p. 114.
25 Cfr. Ejercicios Espirituales 20.
26 Cfr. Ejercicios Espirituales 1.
27 Cfr. BERNARD LONERGAN, Método... Op. cit., p. 107-109.
28 Son las dos «Misiones» salvadoras de la Trinidad operante.
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La paloabra en el silencio. Clave esencial de la pedagogía ignaciana nifiesta en el sonido suave y delicado de una suave brisa, no en el ruido del viento impetuoso, ni en el estruendo de un terremoto, ni en el crepitar del fuego (cfr. 1 Reyes 19, 11-13); un silencio y aislamiento para el encuentro con la Palabra primera, a través de la mediación del Jesús histórico, misionero ambulante del Padre, quien se reveló en hechos y en palabras, íntimamente vinculados29. En este empeño hay palabras de corazón a corazón que sólo se escuchan en el silencio fecundo; hay finuras del Espíritu que únicamente se asumen en la ausencia de ruido.
Ahora bien, este silencio no es un aislante de la realidad en que el ejercitante está inmerso y en la cual realiza su misión. Es precisamente un silencio para retornar con el aliento y las luces recibidas al trabajo por el desarrollo integral de las personas y muy especialmente de las más pobres, deprimidas y discriminadas, cuyo clamor se capta dramático y comprometedor. En ellas y en todas ha de proyectarse la experiencia profundizada de «estar-enamorado sin restricciones», que se hace petición incesante del «conocimiento interno del Señor que por mí se ha hecho hombre para que más le ame y le siga»30.
La pedagogía del silencio, para un encuentro vivo y actuante con la Palabra, está, pues, íntimamente concatenada con la pedagogía de la experiencia espiritual de los Ejercicios. Las palabras externas son necesarias para comunicar las exigencias de la Palabra y para expresar nuestra respuesta de adhesión.
Los Ejercicios se confirman siempre como una manera apta para la auto-trascendencia humana en la búsqueda de revertir la decadencia y de promover el progreso en todos sus alcances. La experiencia realizada con toda la seriedad y entrega que supone el silencio son vía de autenticidad humana. No es fácil batirse en un mundo donde entran en conflicto tantas fuerzas antagónicas y hacer relucir la genuinidad cristiana. ¡Vale la pena el esfuerzo de colaboración con el Dios siempre mayor!
29 Cfr. Concilio Vaticano II, Constitución «Dei Verbum» sobre la divina revelación 2.
30 Cfr Ejercicios Espirituales 104.
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Mario Gutiérrez Jaramillo, S.I.
La palabra no es obstáculo para el logro del desasimiento total de todo lo terreno y finito y del encuentro de identificación con la realidad absoluta (religiones orientales); no es palabra no discernida en el tráfago humano y en la dialéctica progreso-decadencia (palabra sin silencio). Es la palabra encontrada con todas sus promesas y exigencias en la actividad cotidiana de los discípulos misioneros de Cristo, para que nuestros pueblos tengan vida, la de Cristo (cfr. Jn 14, 6) en peregrinación hacia la plenitud del encuentro31.

31 Cfr. BENEDICTO XVI, «Discurso inaugural, 3»: En Documento conclusivo. V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. Aparecida, Brasil, mayo de 2007. Bogotá: Centro de Publicaciones del Celam 2007, 257.
Apuntes Ignacianos 57 (septiembre-diciembre 2009) 16-26
Entre el miedo y el deseo del silencio
Entre el miedo y el deseo del silencio
MJaime Emilio González Magaña, S
Jaime Emilio González Magaña, S
Jaime Emilio González Magaña, S
Jaime Emilio González Magaña, S
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ucho se ha mencionado la importancia y la necesidad del silencio en los Ejercicios Espirituales1. Sin embargo, cada día son más las experiencias en las que, o no se respeta el silencio por parte de los ejercitantes, o quien «da modo y orden» no insiste lo suficiente en la importancia de vivir un retiro desde el silencio exterior que propicie el silencio interior. Todo indica que nos estamos acostumbrando a una sociedad en la que el ruido ejerce su señorío y tal vez quien acompaña los Ejercicios Espirituales se ha dado ya por vencido en insistir en la importancia de una verdadera pedagogía del silencio. Nos hemos habituado a las palabras vacías de sentido en comerciales vulgares o canciones estridentes escuchadas a volúmenes cada vez más altos. Ionesco ha afirmado que:
* Doctor en Teología de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid. Director del Centro Interdisciplinario para la formación de formadores de sacerdotes. Profesor de Espiritualidad ignaciana y Teología espiritual en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma.
1 JUAN MASIÁ, Voz «Silencio» en: Diccionario de Espiritualidad Ignaciana. Bilbao-Santander: Mensajero-Sal Terrae 2007, 1651-1654.
Apuntes Ignacianos 57 (septiembre-diciembre 2009) 27-51
Jaime Emilio González Magaña, S.I.
La nuestra es una civilización de palabras fantasmas, de palabras consumadas, gastadas, enflaquecidas, de gárgaras lingüísticas. Y una civilización de palabras es una civilización revuelta. Las palabras crean confusión. Las palabras no son la palabra… No hay palabras para la experiencia más profunda. Cuanto más trato de explicarme, tanto menos me entiendo. Naturalmente, no todo es inexpresable en palabras, solamente la verdad viva2.
Nuestros líderes políticos nos han acostumbrado a un lenguaje cada vez más mentiroso y corrupto. Más aún, la globalizante deshumanización de nuestro siglo se ha extendido al lenguaje y, la palabra –como ha dicho Steiner–, ha declarado su propio fracaso de frente a lo inhumano y añade: «El silencio es una alternativa. Cuando las palabras de la ciudad están llenas de barbarie y de mentiras, nada habla más fuerte que la poesía no escrita»3. Tenemos más necesidad de comunicarnos desde lo profundo y, sin embargo, nuestras conversaciones suelen ser superficiales y banales; perdemos mucho tiempo en bromas o, si acaso, nuestros «diálogos» se limitan a comentar los resultados del deporte o los programas de moda en la televisión. Nuestro lenguaje –rico en posibilidades–, se reduce a un número limitado de palabras, muchas de ellas, burda imitación de lenguas extranjeras, pobre en expresiones y de alto contenido agresivo y violento. Cuanto más estamos inmersos en el ruido, las palabras pierden su vigor y su belleza y aumenta el miedo al silencio quizás porque el hombre moderno no sabe cómo acercarse a él. Por otra parte, cada vez es más grande la necesidad de una vida tranquila y reflexiva en la que se pueda descubrir la propia verdad y llegar a lo más profundo de nosotros mismos.
Pero, ¿qué significado tiene el silencio? ¿De qué hablamos cuando nos referimos a la necesidad de una auténtica pedagogía del silencio en los Ejercicios Espirituales? Antes de abordar el tema directamente, quiero partir precisamente de estas preguntas para aclarar qué quiero decir cuando hablo del silencio en la experiencia espiritual fundante del método de San Ignacio de Loyola4. Comienzo con la constatación de que para
2 GEORGE STEINER, Linguaggio e silenzio. Milano: Rizzoli 1972, 70-71.
3 Ibid., p. 72-73.
4 Cfr. MANUEL TEJERA, Los ejercicios algo más que un manual de oración metódica: Manresa Vol. 61 (1989) 91-105.
Apuntes Ignacianos 57 (septiembre-diciembre 2009) 27-51
Entre el miedo y el deseo del silencio
algunos autores el tema es decisivo, pues, como afirma Picard «el silencio pertenece a la estructura fundamental del hombre»5. Según Guardini «en él se actúa el conocimiento verdadero»6. Para Gandhi «el silencio dilata el espacio del tiempo de nuestra vida»7. De acuerdo con Lavelle, el silencio «es la forma más perfecta del pudor»8. San Pablo de la Cruz ha afirmado que es «la llave de oro que conserva el tesoro de la virtud»9. Y para Juan de Jesús María «tiene cierta afinidad con la contemplación divina y el éxtasis del alma, en cuanto él mismo hace comprender, sin estrépito de palabras, cosas superiores a la capacidad del mundo»10. No obstante, a pesar de la importancia que se le reconoce y tal vez porque nos hemos desacostumbrado a él, hemos caído en algunos equívocos sobre el significado del silencio. Para evitarlos, Baldini11 ha hecho una clasificación de algunas ideas erróneas a este propósito:
a. El silencio no es cualquier cosa banal ni negativa. «No es simple negación del discurso sino algo positivo, un mundo acabado en sí mismo»12. En otras palabras, el silencio «no consiste solamente en el hecho que el hombre, a un cierto punto, cesa de hablar. El silencio es algo más que una simple renuncia a la palabra; es algo más que un simple estado al cual nos podamos trasladar por gusto personal»13.
b. El silencio no es la sola ausencia del ruido. «Existe la ausencia del ruido y existe el silencio. El silencio es la paz; la ausencia del ruido y no tiene nada de angustiante. Existen, por otra parte, los ruidos que son esenciales al silencio: el tic tac del reloj, el crujir de las hojas, el canto de un pájaro, el batir de las alas»14.
5 MAX PICARD, Il mondo del silenzio. Milano: Comunità 1951, 5.
6 ROMANO GUARDINI, Virtù. Brescia: Morcelliana 1979, 200.
7 MOHANDAS K. GANDHI, Ogni giorno un pensiero. Bologna: E. M. I. 1975, 55.
8 LOUIS LAVELLE, La parole et l’Ecriture. Paris: L’artisan du livre 1947, 133.
9 SAN PABLO DE LA CRUZ, Lettere. Roma: Scuola Tipografica «Pio X», Vol. 24 (1924) 231.
10 JUAN DE JESÚS MARÍA, Istruzioni dei novizi. Postulazione generale dei carmelitani scalzi. Ciudad del Vaticano: Tipografia Poliglota Vaticana 1961, 169.
11 MASSIMO BALDINI, Il Silenzio. Vicenza: La Locusta 1986, 12-16. La traducción es nuestra.
12 PICARD, Op. cit., 9.
13 Ibíd., p. 5.
14 CHARLES LE CHEVALIER, La confidance e la personne humaine, Paris: Aubier 1960, 239.
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Jaime Emilio González Magaña, S.I.
c. El silencio no es un simple mutismo. «Como en el ámbito de las palabras existen los residuos de las conversaciones vanas, así, en el ámbito del silencio, existen los residuos del mutismo. En su género, el mutismo no es menos negativo que la vacuidad de palabras»15. Más aún, «para existir personalmente, el hombre también debe callar, no ser mudo, pues la mudez es ausencia de palabra en la que la persona se sofoca. El callar, en cambio, supone la persona. Sólo la persona puede estar en aquella recogida calma que se llama silencio»16. Esto es importante pues para muchas personas, estar en silencio significa estar mudo pero, el silencio mudo «es una frase contradictoria; más bien que indicar la misma cosa, los dos términos se excluyen: el silencio no es mudo y lo que es mudo no es silencio. El silencio es una forma de comunicación (en su significado más profundo, es la comunicación a la segunda potencia); el mudo, en cambio, se aísla y se excluye de toda comunicación»17. Es muy importante comprender esto pues no se trata solamente de no hablar o de estar callado y taciturno para decir que estamos en silencio. Se es taciturno por tristeza, por temperamento o por enfermedad; pero también se es silencioso por atención, por concentración, por recogimiento, por meditación o por oración.
d. El silencio no se resuelve en el mero silencio de los labios. El silencio no se debe reducir solamente al aspecto exterior pues se puede estar callado exteriormente y tener mucho ruido interior18. Si los labios permanecen callados, el ánimo puede estar como en un tumulto y, en cambio, se puede hablar y permanecer en un estado silencioso. Como decía María Amada de Jesús, tiene diversos grados y corresponde a la acción de todos nuestros miembros y, más aún, surge desde la propia alma. Existe el silencio de la palabra, de la acción, de las actitudes y uno que es todavía más sublime pues es el silencio del silencio, como la máxima expresión de un estado interior. «Existen algunos que aparentemente
15 Romano GUARDINI, Il Testamento di Gesù. Pensieri sulla Santa Messa. Monza: Vita e pensiero 1950, 8.
16 Romano GUARDINI, Scritti filosofici, editado por G. Sommavilla. Milano: Fabbri 1964, 91.
17 MASSIMO BALDINI, Op. cit., 11-12.
18 Romano GUARDINI, Volontà e verità. Brescia: Morcelliana 1978, 34.
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Entre el miedo y el deseo del silencio están en silencio, pero en su corazón juzgan a los demás. Otros, en cambio, deben hablar desde la mañana a la noche, pero en realidad, custodian el silencio porque nada dicen que no sea de utilidad espiritual»19.
e. No existe un solo tipo de silencio, sino una pluralidad de silencios. No tiene una sola forma de expresión sino es múltiple y variado. «Hay un silencio de cerrazón, un silencio de discreción, un silencio de mortificación, un silencio de amenaza, un silencio de cólera, un silencio de rencor. Pero existe también el silencio de la aceptación, un silencio de promesa, un silencio que lleva sobre sí el peso de todos los recuerdos sin evocar ninguno, un silencio que examina todas las posibilidades sin preferir ninguna. Hay un silencio pesado que me oprime de tal forma que la más pequeña palabra sería para mí una liberación; hay un silencio frágil que temo se pueda romper; un silencio en el cual está latente una hostilidad irritada al no poder encontrar medio suficientemente fuerte para manifestarse; hay un silencio de amistad plena, feliz de haber superado todas las palabras y de considerarlas inútiles. Existe también el silencio de admiración y de desprecio; algunas veces, el silencio me hace sentir la presencia del cuerpo como un lastre que no puedo levantar; otras veces, en cambio, parece abolirlo como si se hubiese convertido en un espíritu puro»20.
f. El silencio no es siempre un fenómeno positivo. Existe un silencio que tiene mucho de divino pero también otro que reúne mucho de diabólico21. En ocasiones, podemos encontrar también el silencio que es inauténtico, más aún, si es inspirado por el miedo22. Según San Gregorio Magno, existe un silencio ruidoso que es el del rencor, del odio, de la envidia o el silencio de la disipación. Algunas veces, termina siendo peor que la culpa que sienten los que hablan en exceso. «Los que son muy taciturnos, cuando ven los males de los otros, pero quieren estar silenciosos, son como si viesen las heridas y no permiten que se curen y se con-
19 Citado en IRÉNÉE HAUSHERR, Solitudine e vita contemplativa secondo l’Esicasmo. Brescia: Queriniana 1978, 59.
20 MOHANDAS K. GANDHI, Op. cit., 139.
21 Cfr. SÖREN KIERKEGAARD, Timore e tremore. Milano: Edizioni di Comunità 1962, 136-137.
22 MOHANDAS K. GANDHI, Op. cit., 95.
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vierten en responsables de la muerte porque no quisieron sacar aquel veneno que habrían podido curar con sus palabras»23.
g. El silencio no es desamor por la palabra; no es una fuga del lenguaje. No se trata de un odio por la palabra sino, en todo caso, un desprecio por la palabra anónima, irresponsable, impersonal e inauténtica. Nos lleva a un amor por la palabra originaria que ha permanecido fiel al silencio que la sustenta. «Nunca ha sido un rechazo hostil al lenguaje, sino una altísima valoración del mismo, de sus poderes, de su salud y de los peligros que implica para quien tiene una conciencia libre»24. El silencio es la ascesis de la palabra, imprescindible para lograr una palabra parlante y no hablada, una palabra plena.
EL SILENCIO ES FUNDAMENTAL EN LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES
Los Santos Padres y Doctores de la Iglesia, inspiradores de las diferentes escuelas de espiritualidad coinciden en afirmar la necesidad del silencio para escuchar la voz de Dios en lo más profundo de nosotros mismos. San Pacomio valora el silencio como una condición para meditar mejor la Sagrada Escritura. San Basilio recomienda evitar las palabras malas y la risa licenciosa. Es de vital importancia controlar la lengua y vigilar la honestidad de las costumbres25. San Benito exige un clima de silencio con el fin de que la palabra oída o leída lleve a la oración, a la compunción del corazón, a la conversión y a la transformación de la vida. Para los cistercienses, el silencio es un medio para introducir el orden en la caridad. San Bernardo insiste en la necesidad de hablar a Dios, en la oración y en la moderación de las palabras dirigidas a los hombres. Para Santo Domingo de Guzmán, el silencio tiene como finalidad crear espacios para la oración y el estudio. San Francisco de Asís recomendaba la práctica del «silencio evangélico» porque en el día del juicio daremos cuenta de toda palabra ociosa. Según San Juan de la Cruz
23 SAN GREGORIO MAGNO, Moralia. Roma: Edizioni Paoline 1965, 239.
24 Susan SONTANG, L’estetica del silenzio. En: Interpretazione tendenziose. Torino: Einaudi 1975, 20.
25 Cfr. Sant 3, 5-12.
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Entre el miedo y el deseo del silencio
«la mayor necesidad que tenemos para aprovechar (espiritualmente) es de callar a este gran Dios con el apetito y con la lengua, cuyo lenguaje que Él más oye solo es el callado amor»26. Y San Ignacio de Loyola no podía ser la excepción. Sin embargo, él insiste en una espiritualidad que debe nutrir el servicio de Dios y, para ello, es imprescindible, fundar la misión en una vida de oración y contemplación que se orienta desde el silencio, no como un fin en sí mismo, sino como un medio. El fin de los Ejercicios Espirituales es «vencerse a sí mismo y ordenar su vida»27, ayudado por quien «da modo y orden» de los mismos Ejercicios, en un diálogo siempre abierto para encontrar la voluntad de Dios.
El silencio es un medio pedagógico, un camino, una estrategia imprescindible para posibilitar la comunicación entre Dios y su criatura y entre ésta y su Señor
Así, en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, el silencio es un medio pedagógico, un camino, una estrategia imprescindible para posibilitar la comunicación entre Dios y su criatura y entre ésta y su Señor. De este modo, quien se ejercita podrá buscar, hallar y sentir la voluntad de Dios por medio de las mociones del Espíritu de Dios y, discernir lo que Él le pide. Así pues, para Ignacio de Loyola, el lenguaje idóneo para hablar con Dios es, precisamente el silencio, porque Él habla en el silencio y el lenguaje que mejor entiende es el «callado amor». De este modo, el silencio en los Ejercicios Espirituales nos presenta no solo un medio que favorece la oración sino también la forma más justa y verdadera de orar; nos permite acceder al diálogo con Dios en su forma más pura. Ahora bien, cuando hablo de los Ejercicios Espirituales, me estoy refiriendo a los que Ignacio llamaba «exactamente y en retiro», según la Anotación 20ª y no a otro tipo de adaptaciones según las Anotaciones 18ª y 19ª.
26 Cfr. LUIS GONZÁLEZ QUEVEDO, ¿Quién tiene miedo al silencio?: Manresa, Vol. 67 (1995) 327339. Cfr. también: SAN GIOVANNI DELLA CROCE Parole di luce e d’amore: Spunti d’amore, En: ID., Opere. Roma: Postulazione generale dei carmelitani scalzi 1975, 1099.
27 Ejercicios Espirituales 21.
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La Anotación 20ª nos remite a los llamados «Ejercicios completos» o aquellos que son dados «exactamente» y «de modo perfecto». Nos estamos refiriendo a «los Ejercicios» por excelencia, a los que son practicados siguiendo el auténtico método ignaciano y en los cuales, el silencio es decisivo. Mucho se habla de que estos Ejercicios son sólo los que duran treinta días, aludiendo a la distribución en cuatro semanas que recomienda Ignacio y que necesita aproximadamente ese número de días para practicarse con relativa suavidad. Sin embargo, no es el número de días el que determina que unos Ejercicios sean completos o no, pues es enteramente variable que un ejercitante puede estar treinta días en retiro y, no obstante, está practicando los «Ejercicios leves» o, puede hacer los mismos Ejercicios completos en noventa días siguiendo el método propuesto en la Anotación 19ª. No podemos precisar, pues, que los Ejercicios completos sean definidos por el número de días que se empleen en ellos, así como tampoco hay ningún elemento externo fijo que distinga las tres clases de Ejercicios. Para Ignacio lo más importante era el principio de adaptación del método a la persona, sus necesidades, deseos y circunstancias personales y, como accesorio y totalmente secundario, elegir el método que más se adapte a sus deseos y necesidades, a su búsqueda y a su momento personal. Una vez precisado lo prioritario, quien da modo y orden se dedicará a elegir el modo que más se adecue a la persona que quiere hacer los Ejercicios, sabiendo, claro está, que cada uno de los tres son absolutamente fieles a la mentalidad ignaciana y que éste lo diseñó en base a una experiencia que resultó fundante en el conjunto de su vida y que integró, con la ayuda de Dios, todos los distintos momentos vividos anteriormente y que fueron vividos como estadios privilegiados de una sola conversión.
Al analizar la historia ignaciana nos damos cuenta que al inicio del ministerio de los Ejercicios no importaban tanto las clases de ellos, cuanto el bien que se podía ayudar a obtener en las almas, que era lo fundamental y para lo que lo demás era secundario y relativo. Los primeros compañeros hablan de que dieron «algunos ejercicios»; en ocasiones sólo mencionan que fueron «cerrados» o «abiertos» y no se detienen mucho a detallar el número de días en que los practicaron. Más aún, algunas veces utilizaban sólo parte de los Ejercicios, es decir, orientaban a las personas sólo hasta el momento en que creían que habían alcanzado lo
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Entre el miedo y el deseo del silencio que pretendían y para ello se servían de «algunos» ejercicios en el más pleno sentido del término. El apostolado de la naciente Compañía de Jesús comenzó muchas veces sólo por «simples» conversaciones espirituales que preparaban un camino para un diálogo más profundo y ordenado, con ciertos lineamientos o habiendo prefijado una meta común. Hablar pues de los Ejercicios completos no significa de ninguna manera despreciar las otras dos manifestaciones. Simplemente se presentan como la forma más coherentemente eslabonada, que se ciñe a un razonamiento lógico y estructurado, atendiendo a la vivencia de Ignacio, revisada y organizada con la intencionalidad clara de compartir la misma experiencia de tal forma que sirviera como instrumento de trabajo a los jesuitas en su labor evangelizadora del proyecto del Reino de Dios, con una manera propia de seguir a Jesús, al estilo de Ignacio de Loyola.
Los destinatarios de los Ejercicios Espirituales completos
Tanto el libro de los Ejercicios como los Directorios suponen al ejercitante que hace Ejercicios completos como una sola persona individual y no las «tandas» masificadas y despersonalizadas que aparecieron más tarde por la necesidad de dar Ejercicios a religiosas en sus conventos y a otros colectivos con características propias como, en cierto sentido, fueron los novicios y escolares de la Compañía de Jesús. En la mente de Ignacio y los primeros compañeros sólo estaba el ejercitante único y personal a quien se ayudaba en este tipo de relación ejercitador-ejercitante. En eso radicaba precisamente uno de los puntos del éxito y divulgación del método ignaciano en sus orígenes y que tanto ayudó a la expansión de la Compañía de Jesús y sus obras apostólicas. Sin embargo, poco es lo que los Directorios afirman a propósito de este tema y sólo se limitan a elaborar una especie de «perfil» del ejercitante ideal para quien se dirigen las recomendaciones, normas, sugerencias, etc., que fueron elaboradas con motivo del auge increíble que resultó de la práctica ignaciana y de la necesidad de darle una estructura, una cohesión, una mínima normativa para evitar las desviaciones que inevitablemente se empezaron a dar por la práctica, también individual de esos Ejercicios.
Los Ejercicios completos son, pues, para «un» ejercitante, es decir, una sola persona individual que se retira para buscar la voluntad de Dios
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en su vida. No fueron pensados para grupos o «tandas» como se les ha llamado y los Directorios, como resultado de la primera práctica de Ignacio y sus compañeros, así lo confirman. Siempre se refieren a «la adaptación al ejercitante, la dirección del ejercitante, la materia instructiva para el ejercitante, etc.»28. Sólo en pocas ocasiones los Directorios hacen alusión a «grupos» de ejercitantes, mas no en el sentido que se usa actualmente sino más bien a algunas ocasiones en que la misma práctica lo requería como era el caso de novicios29 o escolares jesuitas30 y, en raros casos, algunas personas31 –no jesuitas– que hacían los Ejercicios «a la vez», pero respetando cada uno su propia dinámica de trabajo y oración. Tanto en el caso de seglares como de jesuitas, se tenía buen cuidado de que no se estorbaran unos a otros, especialmente en el caso de que tuvieran que hacer elección de estado32.
Las pocas menciones de los Ejercicios dados a «grupos» de personas fueron consideradas como de poco interés por la Comisión recopiladora de las aportaciones enviadas por las provincias jesuíticas, para ser incluidas como normativas en la redacción del Directorio provisional de 1591. Es el P. Diego Miró, fiel a la más pura tradición ignaciana, quien en su Directorio establece el principio de los Ejercicios dados en forma individual al decir que:
Debe designarse al que hace Ejercicios un instructor idóneo y grato al mismo, en cuanto sea posible, el cual por cierto no debe darlos a muchos a la vez, sino trate separadamente con cada uno; pero si por alguna causa se viere impedido el que los empezó a dar, y le sucediere otro en su lugar, se advertirá que no se observe ninguna contradicción o diferencia entre ellos, que pueda engendrar confusión en el que se ejercita33.
28 MIGUEL LOP, Clases de Ejercicios y de ejercitantes según los Directorios: Manresa, Vol. 36 (1964) 55-56.
29 Cfr. MHSI., Monumenta Ignatiana, Exercitia Spiritualia Sancti Ignatii de Loyola et eorum Directoria, Ex Autographis vel ex Antiquioribus Exemplis Collecta, Series Secunda, Vol. 57, Matriti: Typis Successorum Rivadeneyrae 1919, 204; MIGUEL LOP, Op. cit. 187-188.
30 Cfr. Directorio 17 (30,61). En adelante (D) cuando se cite un Directorio. MHSI., Op. cit., 225, 230; MIGUEL LOP, Idem., 193-194, 197-198.
31 D. 35 (3), MHSI, Idem., 757.
32 D. 17 (31), MHSI, Ibídem., p. 225; MIGUEL LOP, Ibídem., p. 194.
33 D. 22, 23 (11), MHSI., Ibíd. p. 373; MIGUEL LOP, Ibíd., pp. 283-284.
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Entre el miedo y el deseo del silencio
Los directores de Ejercicios y los Directorios recopilados en los inicios de la práctica de los mismos coinciden, pues, en defender la idea de que, siendo fieles a la mente de Ignacio que los vivió en la más completa soledad, de la misma forma debían practicarse con aquellas personas que estuvieran capacitadas para ello y que hubieran sido encontradas idóneas para la experiencia. Es en la individualidad en donde radica una de las peculiaridades de los Ejercicios completos y en la que va a basarse la defensa de la adaptación. Las clases de Ejercicios se desarrollarán en función de la persona, del individuo ya que se busca fundamentalmente su funcionalidad, su eficacia y se piensa en favorecer momentos privilegiados de diálogo y comunicación de Dios y su criatura. Así pues, diremos que los destinatarios prioritarios de los Ejercicios completos son los individuos que quieran disponerse a una experiencia personal, única e individual, no otros. Si cambiamos esto, estaremos cambiando la intencionalidad y fuentes de la experiencia por antonomasia de la espiritualidad ignaciana. Así pues, asumiendo la terminología del propio Ignacio, los destinatarios de los Ejercicios completos son aquellos quienes son capaces e idóneos de vivir los Ejercicios; a otros se les podrán dar algunos Ejercicios. Los Ejercicios completos han de darse sólo a una élite, en el mejor sentido de la palabra, es decir, sólo a quienes acepten el reto de considerarse «selectos» porque están dispuestos a dar el magis ignaciano, de la misma manera como él lo hizo y vivió desde su experiencia de Manresa. Ignacio, amando los Ejercicios como los amaba, los cuidaba mucho y aun sabiendo como sabemos que su intención era compartir su experiencia de conversión a otras personas, afirmaba que «si diese todos los Ejercicios, daríalos a muy pocos y letrados o personas muy deseosas de perfección, o de mucha manera, o que podrían ser para la Compañía»34. En las Constituciones de la Orden se deja evidencia de sus deseos al señalar la selectividad y añadir que se den sólo a aquéllos «que de su aprovechamiento se espere notable fruto a gloria de Dios»35.
El Directorio Oficial de 1599, retoma el sentir ignaciano y establece claramente la misma normativa: «... hay que notar si nos referimos a los Ejercicios íntegros y completos, que la mente del P. Ignacio era que no
34 Cfr. Instrucciones de San Ignacio a los Padres de Portugal, escrita probablemente entre 1541 y 1544. D 5 (21). MHSI., Ibíd., 111; MIGUEL LOP, Ibíd., 122-123.
35 Constituciones, Parte séptima [649]. Cfr. D. 5 (31), MIGUEL LOP, Ibíd. p. 124.
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se diesen a todos sin distinción, sino sólo a selectos y tales que pareciesen capaces de mayores empresas...»36. Sólo han de darse a quienes manifiesten verdaderamente sus deseos de someter su voluntad a la voluntad de Dios, de hacerlos con tal generosidad que entregue todo su ser por un bien mayor y quienes estén dispuestos a dejarse cuestionar hasta las raíces más hondas de su ser en aras de una auténtica conversión «para que no se menosprecien los Ejercicios»37. Por eso, los Ejercicios no deben darse a muchos ni indiscriminada ni masivamente38. Resumiendo, siguiendo los deseos de Ignacio, manifestados en plena madurez y poco antes de morir, podemos afirmar que los Ejercicios completos deben darse sólo a personas «que siendo ayudadas podrán ayudar a muchas otras»39 y para ello es necesario seleccionar sólo a sujetos «capaces e idóneos»40 o «muy capaces»41 que forman dos grupos bien diferenciados y que serán aquellos a quienes se privilegiará en la práctica de los Ejercicios de los primeros años de la Compañía. Estos grupos son dos:
Los Ejercicios completos deben darse sólo a personas «que siendo ayudadas podrán ayudar a muchas otras»
a. Sujetos que todavía no han hecho elección de estado de vida y que presentan claras características de aptitud, capacidad e idoneidad para el servicio de Dios y su mayor gloria.
b. Sujetos seglares influyentes en los demás, ya sea por el cargo que ocupan, por su rango social, su preparación o por la profesión que desempeñan en la sociedad.
36 Directorio oficial de 1599, D. 33, 34, 43 (19), MHSI., Ibíd., p. 581; MIGUEL LOP, Ibíd., p. 418.
37 Directorio del P. DÁVILA GIL GONZÁLEZ, D. 31 (48). MHSI., Ibíd., p. 494; MIGUEL LOP, Ibid., p. 356.
38 Cfr. Ibid., 357.
39 1. Carta de Polanco por encargo de Ignacio al P. Juan Pelletier, del 30 de mayo de 1556. 2. Carta de Ignacio al P. Gaspar Loarte, del 5 de junio de 1556. 3. Carta de Polanco por encargo de Ignacio al P. Fulvio Androzzi, del 18 de Julio de 1556. D. 5 (6, 12, 18), MHSI., Ibíd., pp. 107-108, 109, 110; MIGUEL LOP, Ibíd., pp. 120, 121, 122.
40 D. 5 (18), MHSI., Ibíd., p. 110; MIGUEL LOP, Ibíd., p. 122.
41 D. 5 (4), MHSI., Ibíd., p.106; MIGUEL LOP, Ibíd., p. 120.
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¿Qué características ofrecen los dos grupos? ¿Por qué eran considerados como prioritarios para la práctica de los Ejercicios en soledad y silencio en los inicios de la Compañía?
Personas idóneas para el servicio de Dios
Este primer grupo está formado por aquellas personas que, según los Directorios, presentan las condiciones deseables para llevar a cabo, con cierta garantía de éxito, la misión de practicar los Ejercicios completos y que están estrechamente relacionadas con la posibilidad de una vocación de servicio a la Iglesia. La primera condición que se establece es que «sea sujeto de quien se tenga concepto que no será poco fructuoso a la Casa del Señor si fuere llamado a ella». Polanco sostiene que no se den los Ejercicios «a personas que no son aptas comúnmente para religión»42. Se establece además como condición que tenga edad y competente ingenio para poderse aprovechar y, dependiendo de esta normativa se dice que el talento y el ingenio pueden ser suplidos si se cuenta con lo anterior. Lo que quiere afirmarse abiertamente es que para que el fruto de los Ejercicios se obtenga con mayor nitidez, es prioritaria la edad a la preparación. Y todo ello para que se cumpla un tercer objetivo que es el que no habiendo hecho elección de estado de vida, muestre evidentes deseos de buscar la voluntad de Dios en este sentido así como que evidencie cierta disponibilidad para poder dar una respuesta positiva, en caso de que así se lo manifieste el Señor43. Preparación intelectual, capacidad, erudición, o al menos «personas muy deseosas de perfección», todo ello unido al hecho de que no hayan elegido todavía un estado de vida inmutable, caracterizan el conjunto de condiciones establecidas para determinar los destinatarios de los Ejercicios completos que los Directorios piden en segundo término. Ignacio pretende que quede clara una imagen ideal de ejercitante, una serie de perfiles o lineamientos que definan a las personas dignas y capacitadas para entender y vivir lo mismo que él vivió y le abrió caminos insospechados de conversión44. Ignacio
42 D. 5 (16), MHSI., Ibíd., pp. 109-110; MIGUEL LOP, Ibíd., p. 121.
43 D. 4 (1), MHSI, Ibíd., pp. 90-91; MIGUEL LOP, Ibíd., p. 109. Véase D. 5 (1) y D. 22, 23 (4), MHSI., Ibíd., p. 106, 371; MIGUEL LOP., Ibíd., p. 119, 282.
44 Cf. GONZÁLEZ MODROÑO, Isidro. (1989). «El que los recibe (el ‘subjecto’. Disposiciones)». Manresa. Vol. 61, 325-336.
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quiere que quede claro que sólo «los mejores» son aptos para compartir su camino y los mejores son quienes están dispuestos a correr la misma aventura para la mayor gloria de Dios45.
Los Ejercicios completos son de tal manera valorados en los Directorios que se llega a establecer límites muy precisos para la selección de candidatos: primero, que sean personas de alto nivel intelectual que entiendan el método, el profundo mensaje y los retos que se les plantean en los Ejercicios de tal manera que se confía que estén dispuestas a entrar de lleno al servicio de Dios, en el momento en que Él se los pida, como pudiera ser un Doctor en Teología46. Por otra parte, siendo conscientes de la importancia que se da en los Ejercicios a quienes quieran colaborar en la construcción del Reino de Dios en un futuro, se afirma categóricamente, nada menos que en el Directorio oficial, que si el posible ejercitante no está suficientemente preparado como se desea, «si todavía no tuviese adquiridos los talentos de artes y ciencias que para esto se requieren, a lo menos tenga tal edad o ingenio que pueda llegar a alcanzarlos más adelante»47. Esto queda asumido y reafirmado por otro Directorio anónimo que, por las características de su lenguaje en varias de sus Instrucciones, ha sido atribuido a Jerónimo Nadal. El autor de este Directorio no duda en afirmar que:
El modo de dar los Ejercicios es múltiple y [depende] de las diversas clases de personas. Exactamente, a los que durante un mes se apartan de todo, etc., fuera de su domicilio... De este modo suelen darse a los adolescentes de grandes esperanzas, con elecciones, pues todavía no han elegido estado48
Subyacentes a las condiciones estipuladas para ser destinatarios de los Ejercicios completos encontramos otras no menos importantes como serían que quien se ejercita esté libre de otras ocupaciones para poder dedicarse a practicarlos con todas sus exigencias y la seriedad que re-
45 D. 5 (6, 8, 12, 21). MHSI., Ibíd., 107-109, 111; MIGUEL LOP, Ibíd., p. 120-123.
46 MHSI., 143-144, Lop, Miguel, Ibíd., p. 142.
47 D. 33, 34, 43 (19), MHSI., Ibíd., p. 581; MIGUEL LOP., Ibíd., p. 418.
48 D. 12 (17-18), MHSI., Ibíd. p. 176; MIGUEL LOP, Ibíd., p. 169.
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Entre el miedo y el deseo del silencio quieren49, que estén dispuestos a iniciar un verdadero camino de conversión, que quieran esforzarse para vencer todo tipo de limitaciones, hábitos malos y «pasiones indómitas»50, personas con deseos y afición a las cosas espirituales, con voluntad probada y deseosas de saber cuál es la voluntad de Dios para su persona para lo cual habrán de poner su mejor esfuerzo51. Todo lo anterior no podrá lograrse si no hay buena salud corporal y una firmeza de fuerza para sobrellevar sin gran dificultad los trabajos que conllevan los días de retiro y oración52.
Personas seglares influyentes en la sociedad
Un segundo grupo de personas a quienes los Directorios mencionan como destinatarios de los Ejercicios completos lo constituyen los seglares «muy capaces» y de importancia53. Sin abundar en datos ni ser demasiado explícitos, los Directorios suponen a personas a quienes se les hará mucho bien y que son consideradas dignas de emplear el tiempo en ellas. Basándonos en lo que conocemos de la práctica apostólica de Ignacio, es posible que estas personas fuesen consideradas de importancia tanto por su posición y rango social como por su influencia en los demás a través de los cargos que ocupan y por su profesión misma. Pero los datos con que contamos no permiten hacer afirmaciones precisas sobre su identidad. Parece ser que cuando Ignacio da una serie de recomendaciones a quienes acompañan la experiencia, tiene en mente a las personas con las que ha tratado y que considera importante atender. Cuando habla de personas de importancia puede estarse refiriendo a gente de cierta educación, de gran clase o, incluso, de niveles de la alta sociedad y la nobleza pues menciona que esas personas sean de «mucha manera». Y más aún, especifica que esas personas deberán estar «muy deseosas de perfección». Tratándose de las mujeres es más explícito puesto que afirma que, en el supuesto de conversar con ellas en las cosas espi-
49 D. 17 (7), D. 18 (43), D. 20 (19) MHSI., Ibíd., p. 220-221, 251, 281; MIGUEL LOP, Ibíd., p. 190, 213, 234.
50 D. 31 (104), MHSI., Ibíd., pp. 512-513; MIGUEL LOP, Ibíd., p. 372.
51 Constituciones [409, 649], D. 5 (30-31), D. 33, 34, 43 (19), D. 46 (24), MHSI., Ibíd., p. 124, 581; Lop, Miguel., Ibíd., p. 418-419, 500.
52 D. 47 (70, 72), MIGUEL LOP, Ibíd.,p. 538.
53 D. 5 (4), MHSI., Ibíd., p. 106; MIGUEL LOP, Ibíd., p. 120.
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rituales, sería con nobles y no con mozas o de «poca manera» pues -añade- son «más ligeras y no constantes en el servicio de Dios nuestro Señor». Aun cuando, en el caso de las mujeres, menciona las causas de su opción cuando dice que trataría con quienes «ningún rumor se pudiese levantar, sobre todo no hablando a ninguna mujer a puertas cerradas, ni apretadas, mas en público, que lo puedan ver, para quitar todo murmurar y suspición», todo indica que su opción por las personas de importancia se debía a que por su posición social podrían procurar mayor bien a otros54.
En las Constituciones de la Compañía de Jesús, encontramos otro dato que nos puede ayudar a iluminar las preferencias ignacianas sobre este tipo de ejercitantes. Cuando se trata de instruir a los escolares en los medios para ayudar a sus prójimos les recomienda «dar los Ejercicios espirituales a otros, después haberlos en sí probado, se tome uso, y cada uno sepa dar razón de ellos, y ayudarse de esta arma, pues se ve que Dios nuestro Señor la hace tan eficaz para su servicio. Podrían comenzar a dar los Ejercicios a algunos con quienes se aventurase menos... Y no se den generalmente sino los de la primera semana. Y cuando todos se dieren, sea a personas raras o que quieran determinar el estado de vivir»55. En el contexto, se entiende que ese tipo de ejercitantes han de ser pocos, selectos, bien elegidos y que llenen los requisitos tantas veces mencionados como condición indispensable para que la experiencia sea en verdad lo que se pide y desea. Por eso, se les dice a los escolares que comiencen a dar los Ejercicios con quienes se aventure menos ya que esas «raras» personas necesitan un ejercitador más experimentado en el método y conocimiento de las diferentes nociones de los espíritus56. Podría parecer que Ignacio equipara esas personas de importancia con los letrados pero en la Instrucción a los Padres de Portugal parece que cita a los intelectuales por un lado y a estas personas por otro, lo mismo que a quienes sean aptos para la Compañía pues afirma que «si diese todos los Ejercicios, daríalos a muy pocos, y letrados o personas muy deseosas de perfección, o de mucha manera, o que podrían ser para la Compañía...»57. Como
54 Instrucción de Ignacio a los Padres de Portugal. D. 5 (21, 24-25). MHSI., Ibíd., p. 111-112; MIGUEL LOP, Ibíd., p. 122-123.
55 Constituciones, Cuarta parte, cap. VIII, [408-409].
56 D. 5 (30)., MIGUEL LOP, Ibíd., p. 124.
57 D. 5 (21), MHSI., Ibíd., p. 111; MIGUEL LOP, Ibíd., p. 122-123.
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Entre el miedo y el deseo del silencio es evidente, pone a cada grupo en igualdad de circunstancias. Finalmente, los destinatarios privilegiados de la experiencia completa de los Ejercicios han de ser aquellos sujetos que estén dispuestos a estar libres de todas sus ocupaciones para poder dedicarse de lleno a la disciplina y exigencia requeridas, que deseen pedir y hallar el mayor fruto posible y que se muestren disponibles para dar una respuesta generosa y eficaz, en una palabra, que sean idóneos para en todo amar y servir para la mayor gloria de Dios58.
CONDICIONAMIENTOS EXIGIDOS PARA LOS
EJERCICIOS ESPIRITUALES
EXACTAMENTE Y EN RETIRO
Los Ejercicios hechos exactamente y en retiro, requieren un lugar alejado de los sitios en los que la persona se desenvuelve habitualmente
Después de señalar los destinatarios de los Ejercicios completos, los Directorios se encargan también de indicar una serie de requisitos para que la experiencia sea del todo fructífera. Por demás está decirse que lo central es la relación de íntima comunicación y diálogo que se establece entre el Señor y el ejercitante, pero para que eso se dé, hay que cuidar otros detalles igualmente importantes para propiciar y favorecer el ambiente de oración y meditación. Estos se refieren al ambiente de soledad exterior que conduzca a una soledad interior y al silencio.
La soledad exterior
Los Ejercicios hechos exactamente y en retiro, requieren un lugar alejado de los sitios en los que la persona se desenvuelve habitualmente. No es un mero capricho sino que esto se pide, sobre todo, para que no tenga contacto con amigos y conocidos de tal forma que sus conversaciones y asuntos lo puedan llenar de solicitud por cosas ajenas a aquellas
58 D. 18 (43), D. 20 (19), D. 22, 23 (4, 15) MHSI., Ibíd., p. 251, 281, 371, 375; MIGUEL LOP, Ibíd., p. 213, 234, 282, 285.
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en las que debe centrar todo su corazón y atención59. Es muy conveniente que el sitio elegido para vivir la experiencia sea alejado y secreto, desconocido especialmente por las personas que pudieran interferir en su relación con Dios llevándole asuntos que lo pueden distraer o preocupar. Para ello, el que se ejercita no debe hablar con nadie, excepto con su acompañante, por lo que habrá de encerrarse en una habitación para favorecer su intimidad y concentración en las cosas propias del retiro60. El lugar que se elija para el retiro debe ser idóneo de forma que favorezca la actitud interior de quien se ejercita de modo que no sea la soledad en sí misma la que lo ayude, sino el ponerse verdaderamente en manos de Dios, abandonarse a todo lo demás y concentrar sus pensamientos y sus acciones sólo en buscar lo que Dios quiere y espera de él. Debe ayudar, asimismo, a ejercitar la voluntad de esperar todo de Dios, dejando a un lado las comodidades habituales, ponerse humildemente en manos de Dios y experimentar una pobreza espiritual absoluta, de modo que se sienta lo que es confiarse plenamente a las manos del Padre. Esto implica despreocuparse de las cosas materiales y entregarse «con todas sus potencias», con toda su energía, con toda su inteligencia, afectos y entendimiento a experimentar a Dios que no lo abandona en sus buenos deseos y pensamientos, sino que al contrario, lo fortalece y anima. Todo este proceso se vive con una intensidad tal que por eso necesita ordenar todos sus actos, poner todo su empeño en concentrase para que pueda captar en sus mínimos detalles la gracia que lo inunda, que lo llena de la bondad divina y que le pide generosidad en su respuesta. Esta actividad requiere mayor sensibilidad y atención que otras actividades que se desarrollan en la vida diaria. El proceso será más puro, tendrá menos interferencias si el ejercitante se deja transformar verdaderamente por la mano del gran modelador de hombres, Dios, el Señor61.
El alejarse de amigos y conocidos -sobre todo de familiares- y retirarse a un sitio secreto, favorece igualmente que la atención se concentre en un solo punto; propicia que no haya varios focos de interés en la persona sino que el mismo alejamiento permite al ejercitante caer en la
59 D. 1 (2), D. 4 (4), D. 17 (40). MHSI., Ibíd., p. 71, 92-93, 227-228; MIGUEL LOP, 99, 110, 196.
60 D. 18 (94), D. 20 (8). MHSI., Ibíd., p. 259, 278-279; MIGUEL LOP, Ibíd., p. 218, 230.
61 D. 20 (8), MHSI., Ibíd., p. 279; MIGUEL LOP, Ibíd., p. 231.
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Entre el miedo y el deseo del silencio
En la soledad, si el alma está atenta, Dios se deja ver. La muchedumbre es ruidosa: para ver a Dios, es necesario el silencio
cuenta que ha cambiado de su actividad normal para buscar una mejor y que le pude redituar grandes frutos. El retiro tiene su pleno sentido en tanto que la persona se hace a un lado de los intermediarios ordinarios y se dedica, sin ellos, a su Creador para recibir de Él los dones de su gracia. Este hecho en sí mismo tiene ya su mérito pues requiere libertad para rechazar aquellas mediaciones a las que estamos sujetos y que nos impiden relacionarnos más fácilmente con nuestro fin. Tiene sentido pues se requiere valor para estar a solas, para vivir la obscuridad, «para que no haya ninguna puerta abierta por donde se escape alguna parte del alma, y se distraiga de su ocupación presente»62.
La soledad interior
San Agustín, en su Comentario al Evangelio de San Juan, afirma que «nuestra alma tiene necesidad de soledad. En la soledad, si el alma está atenta, Dios se deja ver. La muchedumbre es ruidosa: para ver a Dios, es necesario el silencio»63. La soledad exterior es sólo un medio para alcanzar una soledad más digna y valiosa a los ojos de Dios. Asimismo, es un medio eficaz para favorecer un ambiente en el que quien se ejercita pueda escuchar sólo al Señor, Dios eterno. La soledad y el silencio, en sí mismos no dicen nada y así nos lo expresan los Directorios para complementar los requerimientos mínimos para garantizar una auténtica experiencia de Ejercicios al estilo de Ignacio. El deseo de los ejercitantes de escuchar a Dios y de hablar con Él, su capacidad de generosidad y apertura suple en el mejor de los casos la preparación intelectual y académica y los talentos, la inteligencia o el ingenio que pueda tener una persona. Este diálogo requiere una disposición a estar en íntimo coloquio con Dios; exige dejarlo todo a un lado, olvidarse hasta de los detalles más pequeños e ínfimos para estar atento, suplicante, deseoso de descubrirlo
62 D. 46 (68), D. 47 (84), MIGUEL LOP, Ibíd., p. 511, 540.
63 SANT’AGOSTINO. Commento al Vangelo di San Giovanni. Roma: Città Nuova 1968, 131.
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en su vida. Más aún, tratándose de aquellos jóvenes que van a Ejercicios con el deseo sincero de decidir su vocación y elegir un estado de vida que requiera un sí definitivo y generoso para el servicio de Dios. Es en casos como éste, cuando la soledad tiene pleno sentido y cuando se entienden las razones que se establecen para que el alejamiento exterior favorezca la concentración y el ambiente de paz y confianza en Dios64.
Los Ejercicios son para aquellas personas que quieran afectarse «más» para el servicio divino. Son para quienes quieran descubrir el fondo, la raíz de su pecado y, conociéndolo, se decidan en serio a apartarlo de su vida. La soledad exterior es simplemente un medio que ayuda a favorecer el coloquio, la conversación y el diálogo amoroso con Dios. La soledad exterior que favorece la otra, la más importante, necesita, asimismo, de un ánimo grande, de una alegría confiada, de una plena liberalidad que sea ofrecida al autor de la vida quien da sentido a la renuncia y al sacrificio de ocupaciones, amigos, intereses, negocios que han sido dejados a un lado para buscar la voz de Dios. Por eso es decisivo vivir en un estado de soledad exterior para propiciar un ambiente interior de paz, de confianza y, para ello, es menester olvidar todo lo exterior, todo lo que se ha dejado atrás: preocupaciones, negocios, decisiones, etc. A todo ello habrá que volver en su momento para regresar a la vía ordinaria de una forma realista. Pero todo a su tiempo. Sólo en la soledad máxima, de abandono total de nuestro querer e interés, el Señor comunicará sus cosas, sus planes, su voluntad, su decisión sobre sus hijos65. Por todo eso, los Directorios, recogiendo la experiencia, gran maestra de la vida, repite reiteradamente que es bueno y necesario dejar a un lado los negocios, asuntos, la familia, todo, con tal de entrar en contacto con la voz de Dios y sentirlo y escucharlo y olerlo y saborearlo sin intrusos, sin impedimentos, sin obstáculos de ninguna especie66. Nada está de más, ningún esfuerzo sobra para crear el ambiente propicio para buscar y hallar a Dios. Se pide –además– que se agoten todos los medios para evitar distracciones y entorpecer el diálogo y la comunicación que el Señor ciertamente facilitará. Los Directorios llegan al detalle de pedir que antes de iniciar el retiro se corte cualquier negocio que esté en proceso o que, en su defec-
64 D. 4 (1), D. 33, 34, 43 (81), MHSI., Ibíd., p. 90-91, 616; MIGUEL LOP, Ibíd., p. 109, 436.
65 D. 11 (2, 3), D. 31 (47), MHSI, Ibíd., p. 169-170, 494; MIGUEL LOP, p. 164-165, 356.
66 D. 9 (3), 31, (45), MHSI., Ibíd., p. 137, 493; MIGUEL LOP, Ibíd., p. 138-139, 355-356.
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Entre el miedo y el deseo del silencio to, se nombre un encargado que seguir con él hasta que esté concluido. Asimismo, se establece la conveniencia de que no exista ningún tipo de contacto epistolar con el exterior, que no se lean libros y que todo el esfuerzo se concentre en los pensamientos y afectos necesarios para purificar la conciencia, quitar las afecciones desordenadas y encontrar la voluntad de Dios. Ningún esfuerzo está de más para alcanzar ese vacío interior que espera ser llenado por la alegría, la paz, la consolación de buscar y hallar a Dios en todos sus actos, en su vida y esforzarse para seguirlo comprometidamente67.
La pedagogía del silencio en los Ejercicios Espirituales
Por el contexto en el que Ignacio de Loyola escribió los Ejercicios Espirituales, podemos afirmar que el silencio tiene una dimensión ascética y es visto como un instrumento formativo de la personalidad humana al que no podemos renunciar. Es imprescindible para formar el sujeto que hace el retiro. Es interesante hacer notar que, con excepción de la séptima regla de discernimiento de la segunda semana68, el libro de los Ejercicios no menciona la palabra «silencio», por lo tanto, no podemos atribuir ningún tipo de normativa o reglamentación a la experiencia originaria de Ignacio que fundamente una exigencia del silencio69. Sabemos que cuando Ignacio vivió sus Ejercicios en Manresa, mendigaba su comida, acudía a orar a La Seo y, al entrar en contacto con los manresanos, era obvio que hablase con ellos. El silencio que se pide en los Ejercicios va más allá que el simple hecho de dejar de hablar, de estar externamente callado aun cuando, por dentro, el sujeto está de fiesta. El silencio que se pide es el que nos ayuda para dominar los deseos, estar en íntimo contacto con lo más profundo de nosotros mismos para que en ese silencio, en la soledad, dejemos hablar a Dios. El silencio al modo ignaciano no es solamente un medio privilegiado para conseguir la propia salvación o perfección pues eso nos llevaría a la más sutil de las soberbias. Se trata de una condición necesaria para entrar en contacto con lo divino. Es el
67 D. 20 (25, 57), D. 33, 34, 43 (21), D. 48 (14, 26). MHSI., Ibíd., p. 285, 297, 582; MIGUEL LOP, Ibíd., p. 235, 244, 419, 547, 550.
68 Ejercicios Espirituales [335,6]. MHSI., Exercitia..., Op. cit., p. 532-534.
69 Cfr. IGNACIO ECHARTE, Concordancia Ignaciana. Bilbao-Santander: Mensajero-Sal Terrae 1996, 1188.
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medio pedagógico mediante el cual el ánima puede hablarle a Dios. Del mismo modo, es el medio por el cual podemos escuchar a Dios. Valoriza el testimonio, no prueba, no argumenta, no demuestra, es, simplemente testimonio y, precisamente por esto, posee una fuerza insólita porque posibilita que nos abramos a la trascendencia, a lo divino. De ahí que el silencio sea la condición mínima para unos Ejercicios en donde dejemos hablar a Dios. Es aquél en el que nos dominamos a nosotros mismos y nuestros hábitos, en el que acallamos los ruidos de un mundo lleno de vacío y así, al estar nuestra ánima «sola y apartada, [y yo añadiría, en silencio], se hace más apta para se acercar y llegar a su Criador y Señor. Y cuanto más así se allega, más se dispone para recibir gracias y dones de la su divina Bondad»70. Para Masiá,
Las Adiciones [EE 73-82] están penetradas por esa sensibilidad de hacer pausas de escucha y receptividad… Y añade: Esta actitud de acatamiento y reverencia ante la presencia de Dios se cultiva con la oración preparatoria antes de cada ejercicio [EE 46.55]71.
Más aún,
el silencio como actitud contemplativa en medio de la acción, abarca…una gama amplia de dimensiones de la vida espiritual; silencio de aceptación, de abandono en manos de Dios; de reconocimiento de la propia insuficiencia; silencio que detecta la presencia divina en todas las cosas...; silencio para concentrarse, recogerse, apropiarse y ‘rumiar’ lo meditado, asimilar las mociones recibidas en la oración; silencio para reflexionar; silencio para adorar, reconocerse amado, amar y dejarse amar; silencio de retirarse al desierto y silencio de llevar consigo el desierto en medio de la ciudad; silencio de oración (Lc 6, 12; 22, 39); silencio de callar sobre Dios y callar ante Él para que se deje oír su voz; silencio de gratitud… silencio y soledad…72.
Son los Directorios los que mencionan el silencio estricto, pero siempre referido al ambiente en que debe vivirse el retiro, nunca como un valor en sí mismo. Viene a ser lo mismo que la soledad, sólo tiene
70 D. 20 (9-10), MHSI., Ibíd., p. 280; MIGUEL LOP, Ibíd., p. 231.
71 JUAN MASIÁ, Op. cit., p. 1652-1653.
72 Ibid., p. 1654.
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En el silencio, cuando el hombre está más solo y apartado es cuando se vuelve más apto e idóneo para buscar y hallar al Señor
Entre el miedo y el deseo del silencio
sentido en función de lo que se quiere lograr y para eso se pide que el ejercitante así como no ha ser visto, «no debe platicar con ninguno». El maestro de novicios pide al ministro, encargado de los ejercitantes que no permita que ninguno de «los nuestros» hable con los hermanos y que evite que éstos hablen entre sí. El silencio debe ser «perpetuo y estricto incluso», y se llega a establecer la norma de que si «desean pedir o indicar algo a su Ministro, háganlo por escrito» y todavía más, que «todo lo que le pidan por escrito, deberá también ser mostrado al maestro»73. Este silencio estricto ha de ser observado igualmente cuando se sale «a algún templo vecino» con la intención de asistir a las vísperas y, desde luego, si se quiere vivir el retiro con toda la intensidad que se busca y pretende, el ejercitante ha de hablar única y exclusivamente con su instructor, sólo en el horario establecido por lo que, si quiere de verdad obtener fruto, se ha de guardar de estar encerrado en su habitación74.
En el silencio, cuando el hombre está más solo y apartado es cuando se vuelve más apto e idóneo para buscar y hallar al Señor. Es entonces también cuando Él se acerca y comunica sus dones y en ellos su voluntad. Forma parte del esfuerzo que el hombre debe hacer para llegar a experimentar la alegría de la conversión. Es una ofrenda generosa que se hace a la vez que se pide –con una actitud humilde–, la gracia que viene de arriba y derrama abundantemente sus dones sobre nosotros en correspondencia generosa a lo que hacemos, gustosos, como cooperación para conseguir lo que anhelamos y necesitamos. El silencio es bueno porque favorece la actitud interna del deseo de Dios; porque ayuda a explicitar nuestra necesidad de saber lo que Él quiere de nosotros; porque favorece que nuestros pensamientos se centren sólo en sus misterios y en sus manifestaciones en la historia, en la nuestra y en la del mundo. Es
73 D. 1 (2), D. 17 (32, 58), MHSI., Ibíd., p. 71, 225-226, 229-230; MIGUEL LOP, Ibíd., p. 99, 194, 197.
74 D. 17 (72), D. 18 (94), MHSI., Ibíd., p. 231, 259; MIGUEL LOP, Ibíd., p. 198, 218.
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Jaime Emilio González Magaña, S.I.
una opción libre que se asume con la esperanza de concentrar los mejores esfuerzos y energías y dirigirlas a pedir lo que se espera y desea, usando nuestra inteligencia, el entendimiento, nuestra voluntad, todo, para hacer más fuerte nuestro deseo de convertirnos a Él en los hermanos. Todo ello, en conjunto favorece, propicia, fortalece nuestra acción, la oración y nos impulsa a mantener los deseos manifestados al inicio del retiro75.
CONCLUSIÓN
De acuerdo con lo anterior, el ambiente del tiempo de Ejercicios Espirituales es decisivo para que se logren los frutos esperados76. Obviamente, durante el retiro se insistirá en un arduo trabajo de oración, meditación y contemplación y, no obstante, todo será en un ambiente de gran paz, de silencio exterior e interior que favorezca el convivir con Jesús y contemplarlo, reflexionar sobre Él, sobre su Misión, sobre sus gustos y sus opciones77. El ejercitante se debe «ejercitar» para interpretar los diversos movimientos y luces que se experimentan, para aprender a querer a Dios por Él mismo, para conocer y obedecer al Espíritu. Está invitado a ejercitarse en el discernimiento para no dejarse llevar de la «sensibilidad» (que tampoco debe temer), sino para educarla, purificarla; no rehuyendo sus manifestaciones, sino evitando todo repliegue sobre sí mismo. El placer que acompaña el don de sí mismo es querido por Dios, pero si se busca el placer por sí mismo, es impuro; señal que no se busca a Dios ni su voluntad. El silencio nos ayudará a detectar si hubiera tensión nerviosa y esto sería señal de que se trabaja sólo en la zona de la sensibilidad o de la inteligencia o de la voluntad o de que se cuenta sólo con uno mismo. Si esto fuera de este modo, se estaría en el camino más seguro para impedir la gracia de Señor. Los Ejercicios se viven en un plan cien por ciento sobrenatural, de fe, de contacto con Dios. Por eso mismo, es imprescindible fomentar la paz, la alegría, la confianza en Él y, por lo tanto, orar con optimismo. Esta es la pedagogía de Dios. Por eso, es de vital
75 D. 17 (40, 43), D. 20 (5,8), D. 32 (13), D. 46 (68), D. 47 (84). MHSI., Ibíd., p. 227228, 277-279, 536-537; MIGUEL LOPl, Ibíd., p. 196, 229, 230, 391-392, 511, 540.
76 Cfr. IGNACIO IPARRAGUIRRE, El problema de la práctica de los ejercicios hoy: Manresa, Vol. 42 (1970) 169-178.
77 Cfr. JOSÉ MAGAÑA, Jesús Liberador, Hacia una Espiritualidad desde los Empobrecidos, México 1985, 27-32.
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importancia recordar y tener bien claro que los Ejercicios no son ni deberían ser jamás una serie de conferencias o la simple exposición de temas de estudio o lecciones académicas..., para eso ya hay cursos de formación permanente, reuniones diocesanas, encuentros con el Obispo o Superiores, etc. Tampoco se trata de programar «ejercicios» como una forma de fomentar un encuentro con los amigos, una simple reunión de convivencia o para compartir experiencias, para beber y jugar juntos, para contar chistes o chismes...,etc. Muy desafortunadamente a este tipo de actividades ya le dedicamos mucho tiempo en la vida cotidiana78.
Para escuchar al Señor –y para conocer su voluntad– hay muchos caminos: diálogos, dinámicas, revisiones, etc. Lo peculiar de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, hechos exactamente y en retiro, es que deben ser vividos en silencio estricto funcional por lo que no hay que devaluarlos ni bajar la guardia en esta exigencia. Es necesario que seamos muy claros desde el principio en los requisitos que se exigen para que el retiro siga los preceptos ignacianos. Por lo tanto, dentro del ambiente de recogimiento, se deberá hablar sólo aquello que sea estrictamente necesario y esto, obviamente, supone madurez, responsabilidad y sinceridad. No es que personalmente esté en contra de otras escuelas y metodologías de espiritualidad de la Iglesia. Los respeto, aprecio y hago uso de ellos cuando es necesario. Pero, dada la dinámica y metodología de los Ejercicios Espirituales, el silencio estricto es necesario. No es un silencio absurdo, sólo por capricho de San Ignacio de Loyola o del que da modo y orden, sino un medio pedagógico necesario para escuchar la palabra de Dios en la Biblia, en los signos de los tiempos, en las mociones interiores de cada uno. El silencio exterior es tanto válido en cuanto que es traducción del interior: silencio de pensamientos, de imaginación, de las voces y gritos de esta sociedad de consumo. El silencio exterior sin el interior será tenso, nervioso; el interior, lleno de confianza y atención a la gracia, se da cuando el sujeto se centra con todo su ser sobre el sujeto-objeto único: Jesús, único camino al Padre, los hermanos, la Misión, el Reino, la Iglesia. Se da, más que en lo intelectual o imaginativo, en la afectividad profunda, en el corazón (en sentido bíblico): donde se da la unidad del ser, donde se es profundamente «yo», donde el hombre está él mismo y se da de lleno.
78 Cfr. LUIS GONZÁLEZ, Observaciones pastorales sobre el modo de dar «los puntos» para el próximo ejercicio: Manresa, Vol. 64 (1992) 25-41.
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Juan C. Villegas Hernández, S.I.
El sonido del silencio. Camino a la contemplación e indiferencia ignaciana
Juan C Juan C Juan C Juan C . V . V . V . V illegas Hernández, S illegas Hernández, S illegas Hernández, S illegas Hernández,
n hombre que escudriñaba el secreto de la sabiduría se enteró de que había un gran sabio maestro que vivía en el alto Nilo. Viajó en avión, barco, camello, burro y al fin a pié para llegar a una choza en la parte más escarpada de un acantilado. Lo encontró apaciblemente contemplando la naturaleza en profunda paz. Al preguntarle si era el gran sabio fulano le respondió que sí era el fulano de tal pero que, de que era sabio, no se había enterado. El turista empezó a hablar y a contar toda su vida sin parar hasta que el maestro lo invitó a una taza de té. Empezó a servirle y siguió sirviendo hasta que el turista le dijo que no fuera distraído porque ya la taza estaba llena y estaba derramando el té. El maestro continuó derramando el líquido comentando que desde que había llegado hacía dos horas no había parado de hablar y por consiguiente desparramaba el silencio de la escucha. Mi experiencia pastoral indica que es la actitud más común de quienes vienen a hacer Ejercicios Espirituales. Para evitar esta desmesura, el primer ejercicio de silencio que da buen resultado es escribirle una carta a Dios en que cada quien asiente todas sus preocupaciones explicando que una vez hecha, se va a guardar la
* Licenciado en Literatura y Lenguas clásicas de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. Licenciado en Filosofía y Teología de Woodstock College de New York. Maestría en Psicología y en Rehabilitación de Columbia University de New York. Postgrado en Terapia familiar y grupal de Western Institute of group and family therapy de Watsonville, Canada. Actualmente Miembro del Equipo CIRE.
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El sonido del silencio. Camino a la contemplación e indiferncia ignaciana carta en el sagrario como quien guarda comida congelada para utilizarla más tarde –al tiempo de la elección o reforma de vida–. Un seminarista muy ortodoxo escribió al obispo indicando la falta de respeto con nuestro amo así que guardé en un sobre sellado las cartas en el congelador de la cocina. La idea seguía siendo la misma: inducir el silencio interior para poder escuchar lo que Dios tiene en mente al proveer a la persona su llegada a estar un tiempo a solas con Él. La psicología envuelta es que por estar mirando los árboles quien se ejercita pierde la perspectiva del bosque. Los ejercicios son para ver el bosque. No los árboles.
Esta anécdota se puede aplicar a cualquier tipo de relación humana incluyendo la relación del hombre con Dios. No sabemos escuchar sino que amplificamos nuestro pasado que ya no existe y gastamos energía en el futuro ciertamente incierto. La mayoría de la gente asesina así su presente llegando a la muerte sin vivir el hoy. En los Ejercicios Espirituales Ignacianos el secreto del proceso es el silencio en el presente: «pedir gracia a Dios para que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de su divina majestad»1 –aquí y ahora–; no en el allá y entonces. Es común la actitud de quien hace los ejercicios de hablar con Dios sentados en la basura, la cual mientras más se revuelve, más apesta. En realidad nadie se sienta en la basura para hablar con un amigo a no ser que sea reciclador. En este caso se trata de reciclar la vida pasada ordenándola según el reino en vez de flagelar la autoestima por errores del pasado e incertidumbres de un futuro positivamente inseguro.
Cada ejercicio es un coloquio como un amigo habla con otro sobre lo que sucede en la relación ahora. Con frecuencia cada quien llega a la experiencia con su propia agenda como el turista, sin entender que la hoja de ruta la señala Dios puesto que «no hay mayor error en la vida espiritual que querer llevar a todos por el mismo camino». Si cada uno tiene su camino, la interferencia de otra persona le cambia el ritmo y rumbo del silencio interior no solo propio sino también del otro.
1 Ejercicios Espirituales 46.
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Juan C. Villegas Hernández, S.I.
Cuando uno está en período de alerta máxima, vigilante, con miedo, despierto, conduciendo, o trabajando en estado avizor o ansiedad, las ondas cerebrales tienen picos y valles muy separados (13 a 28 Hz) debido a la agitación cerebral (150 a 200 micro voltios); se conocen como ondas beta. Por eso al entrar en un período de Eejercicios Espirituales –en términos modernos, gimnasia espiritual– la tendencia suele ser al extremo de desaceleración con tendencia a un estado hipnótico, hemisferio cerebral derecho en plena actividad, sueño profundo, que en un encefalograma se conocen como ondas delta (0,2 a 3,5 Hz y 10-50 micro voltios). A través del silencio después de un tiempo se va logrando un estado de vigilia, equilibrio entre los hemisferios izquierdo y derecho, con sensaciones de plenitud y armonía conocidas como ondas theta (3,5 a 7,5 Hz y 50-100 micro voltios): intermedio entre el ajoro y el sueño que se desequilibra simplemente por conversar con otro ejercitante. Por eso al comienzo de los Ejercicios se suele recomendar que los participantes hayan tenido un breve descanso antes de llegar pues durante tres o cuatro días van a experimentar tendencia a dormir más de la cuenta para quejarse al final de que ya no pueden conciliar el sueño; no se dan cuenta de que ya no lo necesitan. Así que hay una proporción directa entre el silencio y el fruto obtenido en los Ejercicios siguiendo su propio camino sin interferir con el de los demás. Cuando el cerebro logra las ondas theta la persona está en el modo perfecto para entrar en la oración y escuchar a Dios quien no habla sino en el silencio. Dios es como la respiración que no se puede ni ver, ni oír, ni oler, ni gustar, ni palpar. Se necesita un cuarto a prueba de sonido para escuchar muy levemente el sonido de la respiración. El espíritu de Dios actúa de manera parecida: ni en la tempestad ni en el trueno sino en el silencio de la brisa ligera.
Dios es como la respiración que no se puede ni ver, ni oír, ni oler, ni gustar, ni palpar
Entrar en contacto con el sonido del silencio interno no es sencillo; generalmente aterroriza e inquieta. Es por ello que mantenemos el televisor prendido, o el radio, o el computador o la mente llena de ideas y pensamientos con el fin de no escucharlo, de no entrar en contacto con el silencio por la agitación del cerebro en ondas beta. Así el ruido externo
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El sonido del silencio. Camino a la contemplación e indiferncia ignaciana nos aturde, nos inunda y perdemos la privacidad de compartir momentos de intimidad con nosotros mismos y con el Espíritu de Dios. «El hombre se entra en la multitud para ahogar el clamor de su propio silencio» (Tagore). Por eso el aislamiento total en la época de Ejercicios es altamente recomendable, siempre que se haga en lugares apropiados y con permanencia en el lugar.
En las partituras musicales el silencio es figura y cada nota figurada posee su recíproca figura silenciosa, la figura de pausa. Una figura que mide el silencio. En el lenguaje verbal también se escribe el silencio con los puntos suspensivos…; dejan colgado el discurso, lo suspenden. Y el valor de estos puntos depende de la palabra que los antecede. Tanto el silencio del lenguaje como el silencio que se introduce en la música suelen ser respiraciones que reclaman la atención; es crear el hueco en el que la atención puede desplegarse. El silencio es el valor de una negra en música. El silencio de negra es un suspiro, el de corchea medio suspiro, el de semicorchea un cuarto de suspiro... Y en este suspirar tal vez es posible modificar la forma en que se escucha, transformar así el oído y aprender a fijar la atención a lo que sigue. Aprender a escuchar el silencio y el sonido estimulan la auto variación de la secuencia entre el pasado y el futuro. Silencio y sonido siempre están en continuidad. Silencio es una nota que no se ejecuta.
Si en la vida corriente hace falta el silencio en los Ejercicios Espirituales se convierte en una pausa cargada de propósito. El silencio es entonces ese suspirar que capta la atención con una intención prefijada, un silencio que puede crear expectativas, un silencio que interrumpe... la monotonía de lo ya sabido. Se trata entonces de un silencio que se iguala al vacío, a la nada y que se extiende en la dualidad entre sonido y silencio. Sin embargo, sólo hay que seguir escuchando para darse cuenta de que después, cuando la música reinicia, las indecisiones van cobrando forma y el silencio suele ser relegado a los tiempos débiles de la composición prolongando el sonido, aunque bien podría mostrar también su continuidad con él.
Así el silencio como continuidad es aquél que descubre al ejercitante que se ha liberado de su memoria, entendimiento, voluntad, todo su haber y poseer incluyendo gustos y emociones y hasta aficiones desordena-
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En el silencio se llega a la contemplación de la propia sinfonía donde no hay juicios ni valores
das. Ese silencio es entonces el eje que pone en cuestión el establecimiento de cualquier relación; un centro que es nada fuera de mi voluntad fusionada con la de Dios: objetivo de la oración en los Ejercicios Ignacianos.
El silencio de la nada separa lo heroico, lo erótico, lo alegre, lo maravilloso del miedo, la cólera, el disgusto y la preocupación dejando la huella de un centro acromático (sin color): la tranquilidad de la indiferencia ignaciana que libera de los gustos y disgustos conocidos hasta no dejarse afectar por afección alguna que desordenada sea. Es el fruto del silencio; de un oído que aprendió a acallar su voz para abrirse indiferentemente a todos los sonidos del Espíritu.
La sinfonía de la lluvia y la naturaleza no se escuchan sino en el total silencio. Así en el silencio se llega a la contemplación de la propia sinfonía donde no hay juicios ni valores: como la fotografía que no evalúa la imagen que graba. A la manera de Dios que contempla un jardín sin criticar la flor porque no es un árbol. Se requiere el silencio del oído para prestar atención al modo en que debe hacerse el silencio en uno mismo, un requisito necesario a toda escucha del Espíritu.
La palabra silencio proviene del latín «silere»: callar, estar callado, abstenerse de hablar, falta de ruido. Lo que se calla es la intencionalidad, no para entrar en la escucha de un silencio ontológico abstracto, sino simplemente para oír. El silencio del oído es la escucha dirigida, atenta y perceptiva: el viento que pasa, el teléfono que suena, o los pájaros que cantan. Es un silencio libre de propósito porque no buscamos conexión directa con las causas o intenciones que producen los sonidos como no lo existe entre el ladrido del perro y el sonido de los carros sobre el asfalto corriendo a distintas velocidades… Decimos que es un mundo silencioso (quieto) cuando en virtud de nuestra ausencia de propósito no nos parece que haya muchos sonidos. Cuando queremos hacer la conexión de causa y efecto entre el ladrido del perro y el rumor de las ruedas del carro, el sonido se convierte en ruido. Entre uno y otro no hay una diferencia realmente esencial; el cambio se da cuando mi mente rebusca enlaces que no existen. Lo que va del silencio al ruido, es el estado de indiferencia
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El sonido del silencio. Camino a la contemplación e indiferncia ignaciana ignaciana que se logra a través de la contemplación y el silencio: mirar las personas, verlas, oírlas… como Dios quien vive el ahora sin pasado ni futuro y disfruta a cada quien como es sin querer cambiarlo. Una vez la persona se siente querida y aceptada por Dios tal cual, entonces dará lo mejor de sí haciendo oblaciones de mayor estima y mayor momento haciendo de su vida una contemplación del reino en su acción cotidiana.
Atender al silencio es escuchar lo que usualmente se escapa, lo que pasa desapercibido como el buscar y hallar la voluntad de Dios quien acepta lo que ve sin pasar ningún juicio, al igual que la fotografía de una realidad: la propia. Para ello es preciso detener la actividad que urge y dirige hacia lo que se debe hacer o escuchar.
El silencio
en los
Ejercicios es siempre
sonoro y coexiste como el
espacio de la ejecución de mi voluntad que va siendo fusionada con la de Dios
El silencio en los Ejercicios es siempre sonoro y coexiste como el espacio de la ejecución de mi voluntad que va siendo fusionada con la de Dios. El ruido del alma es la no indiferencia. Por eso se trata de aprender a escuchar, de no taponarse los oídos con cera de sonidos prefijados y atender a todos los sonidos que se acallan con la palabra silencio, para preparar y disponer la persona a la acción del Espíritu.
La cámara anecoica es una sala especialmente diseñada para absorber el sonido que incide sobre las paredes, el suelo y el techo, anulando los efectos de eco y reverberación del sonido. El sonido es una onda que transmite energía mecánica a través de un medio material (gas, líquido u objeto sólido). Cuando una onda de sonido acomete sobre una superficie se da un efecto de reflexión, que devuelve la onda sonora; y un efecto de absorción, que absorbe parte de la energía mecánica de la onda tras el impacto contra la superficie en cuestión. En la naturaleza se da este fenómeno en todo entorno, salvo en el vacío, donde el sonido no se puede transmitir. En cualquier medio por el que el sonido se propague, se dan la reflexión y la absorción y como fruto de ellas se dan los efectos de reverberación y eco. En dicha cámara el único sonido que se oye es el de las ondas cerebrales, la circulación de la sangre y la respiración.
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Escuchar el silencio en los Ejercicios es hacer de uno mismo una cámara anecoica porque al lograr cero decibeles en la indiferencia Ignaciana se puede lograr escuchar más allá de prejuicios y proyectos de vida propios para hacer del Reino de Dios el propio amor, querer e interés. Cuando uno se queda en silencio se escuchan las ideas del pasado que rondan la cabeza y lo que se espera vivir que no tiene otro nombre que el propio. Pero es posible sumergir todas esas voces, ruidos, sonidos y aprender de ese centro acromático que también es el olvido, para estar en la continuidad del aquí y ahora. En la esfera del silencio, el oído ha sido transformado, es un oído permeabilizado en el que toda burbuja que suene a reino tiene cabida. Es un silencio sonoro, una escucha que descubre la armonía que surge cuando se desarrolla de veras el oído a través de la contemplación. Por ello, en la esfera del silencio pueden surgir todas las formas de un silencio siempre sonoro. Se mide en decibelios, medida utilizada para el nivel de potencia o nivel de intensidad del sonido. Un sonido muy intenso, en vez de ser verdaderamente oído, procura una sensación de ruido desagradable y tan dolorosa que si pasa de 120 dB, los tímpanos explotan. Es la composición de lugar en las dos banderas: por un lado el silencio de un «lugar humilde y gracioso» mientras por el otro el gran ruido de «aquel gran campo de Babilonia, como en una grande cátedra de fuego y humo»2 con estridencias a altísimos decibeles… para ensordecer hasta los músicos.
Quienes entran en la experiencia de los Ejercicios ignacianos se preguntan qué es lo que van a encontrar con tanto silencio. El encuentro con uno mismo pues el silencio es uno mismo. El proceso se puede comparar con lo que cuenta Cervantes en el Quijote que «un día llegó el caballero a la Venta y cuando salió la ama y saludó al caballero, éste le preguntó: –¿y qué hay para comer?– y la ventera, con todo el salero, le dijo: –Lo que traiga mi Señor–. En el silencio hay... lo que haya en el corazón de quien hace los Ejercicios; no hay otra cosa.
Lo que conocemos como distracciones en el proceso de los Ejercicios es la aparición, en el propio disco duro, de mil informaciones que se presumían olvidadas y se pensaban ya cicatrizadas: recuerdos, situacio-
2 Ibíd., 144, 140.
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Los Ejercicios preparan
y
disponen la persona en el silencio para que su experiencia se repita según los tiempos, lugares
y personas
El sonido del silencio. Camino a la contemplación e indiferncia ignaciana nes, pensamientos generalmente relacionados con resentimientos, amarguras y tristezas. Todo eso no es extraño a uno, todo eso va con cada quien y todo eso está bien que aparezca, porque eso es lo que cada quien ha vivido, cierto, pero no lo que puede vivir aquí y ahora ; el silencio puede transformar una vida en un instante como cuenta Pablo de Tarso en su camino a Damasco por una consolación sin causa precedente. Es la acción del Espíritu que entra como en su propia casa sin expresión de palabra o sonido alguno de voz que el alma escucha y oye sin que la oreja lo perciba; los sentidos no son parte del secreto y las mociones entran y persuaden sin pasar por sus moradas. El entendimiento entonces queda inundado por una gran luz que embarga agradablemente la voluntad del verdadero Espíritu; y de tal manera que no se puede discernir ni cómo ni por dónde entró a sus facultades. Fue también el incidente del Cardoner con Ignacio. Los Ejercicios preparan y disponen la persona en el silencio para que su experiencia se repita según los tiempos, lugares y personas. Es el propósito del triple coloquio para ser puestos con el Hijo. Quien la ha vivido sabe de lo que está hablando. Quien no, tratará de explicar lo que es el sabor de una fruta exótica que no importa cuánto se describa, hasta que no se pruebe no dirá: «ahá!».
Mientras la persona no mire más allá de su propio ombligo seguirá haciendo de su vida un cantaletoso y quejumbroso ruido de lo que pudo haber sido y no fue, en vez del sonido armonioso del silencio abierto al Espíritu.
Una gran tentación en los Ejercicios para que la persona no pase adelante es que, en cuanto hacemos silencio los episodios se nos presentan como pidiéndonos cuenta, como diciendo: «aquí estamos, a ver qué haces con nosotros». Son recuerdos a veces dolorosos, episodios que nos resistimos a aceptar y nuevamente se nos hacen presentes en la primera oportunidad. Lo suelen llamar distracciones cuando en realidad es un agite innecesario que pierde su oportunidad en el silencio, porque en lo cotidiano no les permitimos la importancia que demandan. Recuerdo el caso de una persona ya en los 50, laica, que fue abusada sexualmente por su padre. Desde un comienzo hicimos un ejercicio de perdón y olvido, le
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sugerí ponerse una curita en el corazón sin quitársela hasta que hubiese sanado. Le expliqué que estaba respondiendo con patología a patología, buscando flagelar su propia autoestima buscando una revancha de la cual no sacaría nadie ningún provecho. A los 23 días de Ejercicios vino a la entrevista sonriente, liberada y con otra expresión en su cara. Sugirió hacer una fogata –que la hicimos– para enterrar el nombre de su padre pues ya había sanado y aceptado lo que no se podía ya cambiar; su padre estaba muerto.
El silencio es un momento en el que no existen los estímulos ruidosos sino sonidos que no tienen relación unos con otros. Es el propósito de la contemplación del pecado: mirar atrás para prevenir las tentaciones futuras con los contrarios de ellas. El silencio acalla los estímulos al no pasar juicios sobre el pasado. Se anulan nuestras respuestas aprendidas. Mientras en la vida nos distraemos y escapamos detrás de nuestras respuestas a los estímulos, con el silencio todo se nos hace presente, todo está ahí sin hacer ruido. Y se nos hace presente para que lo vivamos, para que lo aceptemos, para que nos hagamos cargo de ello en un proceso de sanación interior y no haga más ruido. Es lograr la calma en vez a agitar la tormenta. Por eso ante una situación de amargura, de desazón, de azoramiento nos levantamos y buscamos distraernos: «vamos a distraernos, vamos a dar un paseo, nos vamos a tomar un café»; pero aquel problema no queda resuelto, queda marginado, aparcado y en la primera oportunidad, otra vez se nos hace presente. Nos sentamos, hacemos silencio; de lo contrario nos acostamos sin dormir; esperando el bus otra vez nos vuelve a reclamar que la atendamos con más insistencia que una novia fea. El silencio es curativo, es pacificador, porque esas situaciones sin resolver, esas situaciones, que van de inquilinas sin pagar arriendo en nuestra propia historia y en nuestra propia vida, se nos hacen presentes con el afán de que nosotros las escuchemos con aceptación, sin pasar juicios de causa y efecto; de que nos hagamos cargo de ellas cambiando lo que se puede cambiar, aceptando lo que no se puede cambiar y en el silencio discernir lo uno de lo otro. Cuando llegue la hora del silencio podemos vivir y aceptar pacificando la mente con el salvavidas del silencio en vez de continuar con el ruido. En el silencio se redime todo, se cura todo, nace todo. El silencio permite que todo se asiente y se vaya se vaya posando como un vaso de agua turbia que con el tiempo deja asentar lo sólido quedando el agua transparente.
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El sonido del silencio. Camino a la contemplación e indiferncia ignaciana
Cuando un adolescente agitado y alterado pasado un tiempo la gente dice: «parece que ha sentado la cabeza» porque ahora se le ve equilibrado y sereno. Es porque encontró en el silencio de convertir el barullo en sonidos. Ya sus cosas fuera de lugar han sido ordenadas en su silencio. El barro de la vida se ha asentado. Después de un huracán se pudo ver desde las Torres Gemelas en N. York hasta 50 millas de distancia, mientras que en un día normal no se podía ver nada más allá de media milla. Aparecieron las colinas, el horizonte y debido a la lluvia aparecieron nuevas fuentes de agua. Cuando en el silencio de los Ejercicios toda esa agitación, toda esa turbación se va posando, se va asentando, aparece un paisaje interior lleno de armonía, de paz, y aparecen las fuentes, aparece el manantial que está en lo hondo del corazón, la atmósfera queda limpia cuando llueve y el horizonte despejado. Por eso el propósito de los Ejercicios es ordenar la vida según el Reino de Dios tras del silencio; el corazón; estará más despejado y el propio corazón se convertirá en un manantial de vida y alegría. Solemos vivir de dependencias que Ignacio llama afecciones desordenadas. Por el silencio se llega a la indiferencia contemplativa donde ya no careces de nada: «nada te turbe, nada te espante… solo Dios y su Reino bastan». En el silencio se revela que todo está en el corazón, que todo está ahí, al otro lado de la propia piel; es Dios quien habita en lo más oculto, en lo más hondo, en lo más íntimo del ser humano.
El silencio es una manera de preparase para dejarse seducir por Dios
En último análisis el silencio es una manera de preparase para dejarse seducir por Dios. No como fruto de nuestro razonamiento, de dar vueltas entorno de un asunto o idea o pensamiento; no es divagar, no es cavilar, no es asunto de la razón. Dejarse seducir es asunto de afectividad del corazón. Los apóstoles como el ejercitante pasan por el proceso de seducción; no siguen a Jesús por convicción sino porque no tenían donde ir porque Jesús tenía palabras de vida eterna. Es una función del ser, no es una función de la cabeza o el cerebro sino de «los que más se querrán afectar y señalar en todo servicio…»3. En el silencio uno se queda indefen-
3 Ibíd., 97.
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so, no razona, no piensa; uno vive pues experimenta que no es imprescindible el pensar para vivir. La vida no se piensa; se vive. La vida se disfruta, se goza. Cuando algo es evidente no hay que pensarlo, cuando algo está presente no hay que razonarlo, cuando algo está presente es evidente, sólo hay que acogerlo, mirarlo, vivirlo y disfrutarlo. De ahí el dicho popular de que el amor cuando se piensa no se siente y cuando se siente no se piensa. El silencio es para que Dios se haga tan evidente que sin «dubitar ni poder dubitar el alma sigue a lo que es mostrado»4.
Una cosa nos seduce cuando nos llena. De ahí el método de repetición Ignaciano. Cuando una palabra nos toca y resuena en nosotros, sin el silencio no tendría eco; por eso se escucha repetidas veces, para que resuene, sin pensarla, sin razonarla, sencillamente escuchándola. Los sonidos de la palabra de Dios llegan a nosotros y mueren en nuestros oídos, pero permanecen en nuestro corazón. Cuando uno escucha un sonido, el sonido se pierde y muere en la exterioridad, pero el sonido puede resonar, seguirnos resonando profundamente dentro, ha muerto fuera y el sonido queda dentro.
Si bien la palabra muere también al sonar en el oído, el sonido, la sonoridad de esa palabra es la sonoridad de la vida que permanece en lo hondo y en lo profundo del corazón. En el silencio se deja que la palabra suene de tal manera que hacer silencio puede ser escuchar incesantemente esa misma palabra, escuchar su murmullo, escuchar su rumor dentro de nosotros. Esa palabra que no está lejos, esa palabra que no viene de fuera incluso, esa palabra que ya está dentro y por eso cuando suena en nuestros oídos, resuena en lo profundo del corazón.
El silencio puede hacer nuevas todas las palabras. A veces las palabras son rutinarias, excesivamente escuchadas, oídas pero quizás nunca escuchadas en silencio, quizás nunca recibidas en el silencio, porque el silencio tiene este poder, tiene esta fuerza, el silencio puede devolver y llenar de vida las palabras y así las palabras entonces nos conducen y nos llenan a nosotros también de vida.
4 Ibíd., 175.
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El sonido del silencio. Camino a la contemplación e indiferncia ignaciana
La palabra necesita siempre del silencio, para poder ser escuchada y sea fecunda, El silencio es como un vacío en tierra en donde puede resonar la palabra que viene de arriba. Nadie canta con la boca llena y así no se puede escuchar sino es con el corazón en silencio; no se puede acoger sino es con el corazón vacío.
Tenía razón Jeremías, cuando le dice a Dios: «Me has seducido y yo me dejé seducir». Un silencio en el que uno se siente seducido, arrastrado y conducido por lo absoluto, por lo más maravilloso que hay en el corazón en vez de lo que está fuera. Es la seducción de la vida del Espíritu que te habita, que está dentro y que nos inunda y llena porque nos permite ser cada uno, uno mismo.
La luna y el sol se reflejan en el agua tranquila, en el agua serena. El Sol se puede reflejar en el amplio mar y en el amplio lago, como también, en una gota de rocío. Cuando el lago se agita, cuando el estanque se agita, también da la impresión de que la luna y el sol como que danzan en esa agua. Uno prefiere ver el lago sereno, el estanque tranquilo. Dios que es como un Sol quien también se refleja en un corazón, en un cuerpo, en una postura, en un gesto, en el gesto más sencillo, en el gesto más humilde; una manera de estar como la de ese lago, como la de ese estanque, llena de equilibrio, llena de serenidad, reflejo de su paz y su verdad interior. Es el propósito de la contemplación para alcanzar amor: «mirar cómo todos los bienes y dones (del Espíritu Santo) viene de arriba... y así la justicia, bondad, piedad, misericordia, etc. Así como del sol descienden los rayos, de la fuente las aguas, etc.»5. Que en la quinta semana de la vida las personas que hicieron los Ejercicios sea un clon del corazón de Dios que al fin de cuentas es lo que se busca en cualquier relación humana.
Cuando el cuerpo está agitado, cuando la mente revuelta, el ser está exuberante, nuestro gesto expresa turbación, nuestro interior también está turbado, agitado, solo el silencio hace que la casa esté sosegada: Es imprescindible el silencio para que como el vaso, la transparencia asiente y se haga transparente la presencia del Espíritu del Reino, de una luz que se aloja y que vive en lo hondo del ser humano. Se trata de
5 Ibíd., 237.
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ser expresión de una transparencia de bondad, de amor, la expresión de una caricia que busca acercarse y busca amar cuanto le rodea, reflejo de la trascendencia de Dios.
El silencio hace posible que la luz brille delante de los hombres que todos alaben al Padre que está en el cielo… Si comparamos la mecha con el Padre y el aceite con el Hijo en una lámpara, la luz es el símbolo bíblico de la presencia del Espíritu Santo. Las abejas aman mucho la luz, por eso cuando el hombre se acerca a las colmenas y las abejas se enteran del humo, se marchan y huyen dejándonos en libertad para saborear la miel y endulzar naturalmente la vida. Dios ama la luz, Dios no pude moverse sino en una atmósfera de disposición transparente. El silencio vuelve el corazón transparente, lleno de luz sin humo y con sabor a miel.
Una nube así sea pequeña ensombrece el Sol hasta ocultarlo. Así a veces una afección desordenada deseo, pensamiento, recuerdo, ensombrece el corazón, la atmósfera de nuestro interior. El silencio vuelve puro el corazón, y transparente a nuestra conciencia para saborear la vida como la miel. Cuando en el silencio se van sosegando pensamientos, deseos, imaginaciones, el corazón se queda calmado, en reposo, tranquilo, sosegado, se vuelve una réplica del Espíritu que procede de la mecha y la cera que representan al Padre y al Hijo: el corazón se queda en luz, claridad, y transparencia y atrae a los demás como la miel a las moscas.
El silencio es la atmósfera que el amor necesita para que el alma brille
El silencio significa capacidad de pensar sin cabeza, de volar sin alas, de caminar sin pies, de observar sin perturbar, de escuchar sin interrumpir, de palpar sin crear incomodidad, de disfrutar la flor sin robarle su aroma, de entrar en uno y ver la propia realidad. La verdad solo se puede conocer en absoluto silencio. No solo el silencio de afuera es necesario, también el silencio interior. El silencio es la atmósfera que el amor necesita para que el alma brille. El silencio en un lado y el amor en el otro dan alas al corazón. Esa belleza y esa armonía han sido pérdidas debido a la ira, al orgullo a las afecciones desordenadas. Todas las preguntas están listas para ser respondidas, sin importar que profundas sean.
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El sonido del silencio. Camino a la contemplación e indiferncia ignaciana Basta entrar en la paz del silencio para calmar ese mar de deseos, de ilusiones. Cuando lo viejo desaparece nace lo nuevo en nosotros. Por eso el silencio es el vientre de donde nacen los sabios. Quien desee adquirir sabiduría, debe renacer del Espíritu en un silencio que da vida. Solo así se encuentra la razón de ser, la razón por la cual hemos nacido.
Los Eejercicios en un sentarse cómodamente, observar el propio alrededor sin juzgarlo; detiene el afán dando oportunidad a observar de nuevo y encontrar que la vida es un tesoro, cuando se dejan las preocupaciones a un lado. Cuando Dios nos creó nos puso en la mochila de la vida lo que necesitamos para el viaje maravilloso que es pasar de la siembra al tiempo de la cosecha. Una vez dejado el temor y y darle permiso al silencio para que nos posea, podremos escuchar la voz de Dios dentro llamándonos a vivir plenamente; para darse a conocer los misterios del universo y de la vida aquí como la eterna. No nos engañemos con falsas promesas; solo en profundo silencio podremos comprender lo que significa el estar vivo.
Es en la soledad profunda del silencio donde puedo realmente amar a mis hermanos… Mientras más solitario más afecto les tengo. La soledad y el silencio me llevan a amar a mis prójimos por lo que son y no por lo que dicen.
Tomás Merton

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Colección
Apuntes Ignacianos
Temas
Directorio de Ejercicios para América Latina (agotado)
Guías para Ejercicios en la vida corriente I (agotado)
Guías para Ejercicios en la vida corriente II (agotado)
Los Ejercicios: «...redescubrir su dinamismo en función de nuestro tiempo...»
Ignacio de Loyola, peregrino en la Iglesia (Un itinerario de comunión eclesial).
Formación: Propuesta desde América Latina.
Después de Santo Domingo: Una espiritualidad renovada.
Del deseo a la realidad: el Beato Pedro Fabro. Instantes de Reflexión.
Contribuciones y propuestas al Sínodo sobre la vida consagrada.
La vida consagrada y su función en la Iglesia y en el mundo.
Ejercicios Espirituales para creyentes adultos. (agotado)
Congregación General N° 34. Nuestra Misión y la Justicia.
Nuestra Misión y la Cultura. Colaboración con los Laicos en la Misión. «Ofrece el perdón, recibe la paz» (agotado)
Nuestra vida comunitaria hoy (agotado) Peregrinos con Ignacio. (agotado)
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Temas
El Superior Local (agotado) Movidos por el Espíritu.
En busca de «Eldorado» apostólico. Pedro Fabro: de discípulo a maestro. Buscar lo que más conduce...
Afectividad, comunidad, comunión. A la mayor gloria de la Trinidad (agotado) Conflicto y reconciliación cristiana.
«Buscar y hallar a Dios en todas las cosas» Ignacio de Loyola y la vocación laical. Discernimiento comunitario y varia.
I Simposio sobre EE: Distintos enfoques de una experiencia. (agotado)
«...para dirigir nuestros pasos por el camino de la paz» La vida en el espíritu en un mundo diverso.
II Simposio sobre EE: La preparación de la persona para los EE.
Conferencias CIRE 2002: Orar en tiempos difíciles. 30 Años abriendo Espacios para el Espíritu.
III Simposio sobre EE: El Acompañamiento en los EE. Conferencias CIRE 2003: Los Sacramentos, fuente de vida.
Jesuitas ayer y hoy: 400 años en Colombia.
IV Simposio sobre EE: El "Principio y Fundamento" como horizonte y utopía.
Aportes para crecer viviendo juntos. Conferencias CIRE 2004.
Reflexiones para sentir y gustar... Índices 2000 a 2005.
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Temas
V Simposio sobre EE: El Problema del mal en la Primera Semana.
Aprendizajes Vitales. Conferencias CIRE 2005. Camino, Misión y Espíritu.
VI Simposio sobre EE: Del rey temporal al Rey Eternal: peregrinación de Ignacio de Loyola, Francisco Javier y Pedro Fabro. Contemplativos en la Acción. Aportes de la espiritualidad a la Congregación General XXXV de la Compañía de Jesús.
VII Simposio sobre EE: Encarnación, nacimiento y vida oculta: Contemplar al Dios que se hace historia. La V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe en Aparecida, Brasil Congregación General XXXV: Peregrinando más adelante en el divino servicio.
VIII Simposio sobre EE: Preámbulos para elegir: Disposiciones para el discernimiento. Modos de orar: La oración en los Ejercicios Espirituales.
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