Apuntes Ignacianos 53. La V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe

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Aparecida y la Mística de la Misión. Algunos elementos de Espiritualidad Misionera

Jaime Emilio González Magaña, S.I.

Jaime Emilio González Magaña, S.I. González

PREMISA

El Documento Conclusivo de Aparecida expresa el sentir común de la Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, al poner en el centro de sus reflexiones a Jesucristo camino, verdad y vida. Coincido con Vitali para quien «la insistencia excluye la casualidad: la fórmula expresa con evidencia casi inmediata la dinámica de vida del discípulo misionero como tema de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe»1. Esto no es extraño pues uno de los objetivos centrales de la Conferencia ha sido «la gran tarea de custodiar y alimentar la fe del pueblo de Dios, y recordar también a los fieles de este continente que, en virtud de su bautismo, están llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo»2. Esta invitación ha sido hecha con palabras que llevan inherente un fuerte contenido de espiritualidad misionera, primero, porque el discí-

* Doctor en Teología de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid. Director del Centro Interdisciplinario para la formación de formadores de sacerdotes. Profesor de Espiritualidad ignaciana y Teología espiritual en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma.

1 DARIO VITALI, Aparecida 2007. Luces para America Latina. 50 años 21 de abril de 1958 – 21 de abril de 2008. Ciudad del Vaticano 2008, 21.

2 Aparecida 10. A su vez, hace referencia al número 3 del Discurso Inaugural.

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Aparecida y la Mística de la Misión. Algunos Elementos de Espiritualidad Misionera pulo está llamado a configurarse con Cristo para poder llevar a cabo su misión y, en segundo lugar, recibe la invitación de amar a la Iglesia, predicar la Buena Nueva y servir a los hermanos. Y esto, como reconocen los Obispos:

No depende tanto de grandes programas y estructuras, sino de hombres y mujeres nuevos que encarnen dicha tradición y novedad, como discípulos de Jesucristo y misioneros de su Reino, protagonistas de vida nueva para América Latina que quiere reconocerse con la luz y la fuerza del Espíritu3

La Iglesia ha sido siempre consciente de la necesidad de llevar el feliz anuncio de Cristo a los confines de la tierra. Y no ha hecho otra cosa que seguir la orden precisa del Maestro: «vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la creación»4. De este modo, la Iglesia Latinoamericana y Caribeña, al igual que la Iglesia universal, conducida por el Espíritu Santo, sigue desarrollando su ministerio en el mundo de hoy como un instrumento de salvación para todos los hombres. El Concilio Vaticano II ha destacado esta verdad fundamental afirmando que la Iglesia «por su naturaleza es misionera»5. El Santo Padre Benedicto XVI, en el Discurso Inaugural de la V Conferencia del CELAM afirmó que:

Ser discípulos y misioneros de Jesucristo y buscar la vida "en él" supone estar profundamente enraizados en Él. Y preguntaba ¿qué nos da Cristo realmente? ¿Por qué queremos ser discípulos de Cristo? Porque esperamos encontrar en la comunión con Él la vida, la verdadera vida digna de este nombre, y por eso queremos darlo a conocer a los demás, comunicarles el don que hemos hallado en Él. Pero, ¿es esto así? ¿Estamos realmente convencidos de que Cristo es el camino, la verdad y la vida?6.

Para responder los interrogantes del Santo Padre, necesitamos partir de la idea que tengamos de una espiritualidad de la misión. Más aún, primero, tenemos que recordar que espiritualidad significa una forma concreta de vivir y comunicar la experiencia de Dios vivida en forma personal y comunitaria. Es la forma concreta en la que el cristiano se

3 Aparecida 11.

4 Mc 16, 15.

5 Decreto sobre la Actividad misionera de la Iglesia, Ad Gentes 2.

6 Aparecida, Discurso Inaugural 3.

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sitúa delante de la vida nueva que ofrece el Espíritu Santo al entrar en contacto con Él, el Señor. La espiritualidad comprende la unidad de vida, los principios, las motivaciones, la misma energía con la que creemos y comunicamos nuestra fe; las inspiraciones que están a la base y la estructura con la que vivimos y comunicamos el mensaje evangélico. La espiritualidad apostólica está fundamentada en una serie de realizaciones concretas de las que se vale el Señor para motivar y conducir a los cristianos y misioneros en una determinada dirección. El llamado a la misión es para todos; la respuesta, no obstante, es personal y adquiere matices peculiares que manifiestan precisamente su individualidad y unicidad. Una espiritualidad es apostólica cuando se asume una serie de gracias, actitudes y realizaciones en orden a la evangelización en cualquier momento de la historia de la Iglesia. Cuando vivimos nuestra fe y hacemos vivo nuestro compromiso bautismal de dar a conocer a otros el mensaje que hemos recibido, mediante esta espiritualidad, continuamos la misión de los apóstoles que recibieron el mandato de ir por todo el mundo y predicar a todas las criaturas7.

El llamado a la misión es para todos

HACIA UNA ESPIRITUALIDAD DE LA EVANGELIZACIÓN

La reflexión de carácter teológico es de un período reciente, pues hasta 1911, no existía un estudio sistemático sobre la misión o una disciplina que ahora podemos llamar teología de la misión. Precisamente porque hay una polivalencia y complementariedad entre los términos misión y evangelización, el concepto de misión y el de evangelización debería incluir diversos aspectos. Entre los más importantes podemos mencionar: el origen y el fundamento de la misión; su contenido y su finalidad. La misión y la evangelización expresan una idea y una realidad presente en la Biblia, aun cuando, como tales, no aparecen en la Sagrada Escritura. El término misión no está limitado necesariamente a la esfera religiosa y significa cualquier tarea por desarrollar que es confiada a alguien por parte de una autoridad competente y presupone un acto de envío de parte de la misma. El concepto de evangelización se re-

7 Cfr. Aparecida 144.

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Aparecida y la Mística de la Misión. Algunos Elementos de Espiritualidad Misionera fiere más bien a la naturaleza de la tarea confiada que al acto divino fundamental del concepto de misión. Está presente en la Biblia, especialmente en el Nuevo Testamento, en el que aparece el verbo evangelizar u otros verbos semejantes como el complemento objeto del Evangelio. Proviene directamente, primero, del mandato de Jesús a los apóstoles de comunicar que «si permanecen en mí, conocerán la verdad, y la verdad los hará libres»8. En segundo lugar, se refiere a la predicación apostólica posterior a la experiencia de la Resurrección:

¿Ahora, cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquél a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique? ¿Y cómo predicarán si no son enviados?9.

La misión está íntimamente relacionada con la convicción de que cada enviado será «un fiel distribuidor de la palabra de la verdad»10. Esto nos lleva a creer que «la fe viene de la predicación, y la predicación por la palabra de Cristo»11 por lo que «quien escucha la palabra de la fe que nosotros proclamamos»12 obtiene la salvación, en cuanto acepta el evangelio, «potencia de Dios para el que cree»13. Esta es la verdad que presenta Aparecida como aquello que fundamenta la alegría de ser discípulos y misioneros para anunciar el Evangelio de Jesucristo14 .

El primer empleo del termino «misión» o, mejor dicho «misiones», en su acepción eclesiológico-jurídica, se remonta al siglo XVI. En esa época, las misiones eran concebidas como una especie de re-evangelización de los católicos. Asimismo, las misiones populares, destinadas en modo especial a los católicos con fines de una clara renovación espiritual y moral, gozaban de un auténtico prestigio. Con la fundación de la Sagrada Congregación de Propaganda Fidei (ahora Congregación para la Evangelización de los Pueblos), el término misiones comenzó a usarse con regularidad en la Iglesia y se propagó ampliamente en el mundo católico y

8 Jn 8, 31-32.

9 Rom 10, 14-15.

10 2 Tim 2, 15.

11 Rom 10, 17.

12 Ibíd., 10, 8.

13 Ibíd., 1, 16.

14 Aparecida 101-103.

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eclesiástico. Más tarde, el concepto de misión fue enriquecido con el Decreto Ad Gentes del Vaticano II en el que aparece la dimensión puramente divina de la misión trinitaria. Adam Wolanin, presenta un esquema con algunos posibles significados y connotaciones del concepto de misión y evangelización, y afirma que la misión presupone un acto de envío de parte de una autoridad competente. Añade que en el contexto bíblicoteológico-eclesiológico, la misión puede significar tanto el acto de envío de parte de Dios como la tarea confiada al enviado15. El término «misión», y más frecuentemente «las misiones», denota el anuncio kerigmático a quien no lo ha oído aún o a quién no cree todavía en Cristo. En este sentido, sería un sinónimo de la evangelización y distinto de la catequesis. En clave eclesiológica, la misión, la actividad misionera o las misiones, sería aquella actividad que, a través de la predicación del Evangelio, pretende fundar la Iglesia entre aquellos pueblos y grupos en los que todavía no existe16. La misión tiene otra vertiente de suma importancia que consiste en el diálogo ecuménico. Los Obispos afirman que:

La relación con hermanos y hermanas bautizados de otras iglesias y comunidades eclesiales es un camino irrenunciable para el discípulo y misionero, pues la falta de unidad representa un escándalo, un pecado y un atraso del cumplimiento del deseo de Cristo: "que todos sean uno, lo mismo que lo somos tú y yo, Padre, y que también ellos vivan unidos a nosotros para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17, 21)17.

Las misiones pueden significar una predicación del Evangelio destinada a los fieles católicos con el objeto de profundizar o avivar su fe; la evangelización atañe al anuncio de la Buena Nueva y en este caso, el concepto no se limita al anuncio del misterio pascual de Cristo, aunque la proclamación de este misterio constituya el centro de la evangelización18. La evangelización incluye la catequesis y va más allá que el kerigma. Es una proclamación del Reino de Dios19, una manifestación de Dios como Creador y Padre de todos los hombres20. Contiene el anuncio

15 Cfr. ADAM WOLANIN, Teologia della missione. Roma 1989, 9-76.

16 Cfr. Ad Gentes 6.

17 Aparecida 227.

18 Cfr. Aparecida 131.

19 Cfr. Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi, 22.

20 Ibíd., 26.

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Aparecida y la Mística de la Misión. Algunos Elementos de Espiritualidad Misionera de la salvación escatológica, trascendente21 e incluye también la proclamación de los derechos del hombre, la justicia, la paz, del desarrollo y la liberación22. La homilía y la enseñanza catequética constituyen un instrumento válido de evangelización 23 y el testimonio de una vida auténticamente cristiana que constituye «el primer medio de evangelización»24. De este modo, es importante subrayar que la evangelización significa no solamente el primer anuncio del Evangelio a los que no lo han oído todavía sino también está destinada a los adeptos de las religiones no cristianas, al mundo descristianizado y a los fieles para el sostén y apoyo de su fe25.

La homilía y la enseñanza catequética constituyen un instrumento válido de evangelización

La causa última de la misión y la existencia misma de la Iglesia es la caridad de Dios Padre, Fuente de amor26. De ahí que en el documento Ad Gentes, de carácter más pastoral que dogmático, haya dicho que la encarnación del Verbo y toda la vida de Cristo, su misterio pascual y Pentecostés que continúa en la Iglesia y en el mundo, constituyen la expresión de la misión divina «ad extra». La enseñanza y toda la vida de Jesús son vinculantes para la Iglesia en la medida que ella reconoce que Él es el enviado de Dios Padre. De acuerdo con esto resulta que la unión entre la Iglesia y la Santísima Trinidad sea tan necesaria y vital como vital es la relación de la Iglesia y Jesucristo. Por eso no debe extrañarnos que la misión de la Iglesia nazca de la misma misión del Hijo de Dios y de la misión del Espíritu Santo, según el plan salvífico de Dios Padre27. La Santísima Trinidad es el fundamento de la misión de la Iglesia en dos sentidos: como causa y origen, y como cumplimiento y fin último28. El documento Ad Gentes nos llama «a participar de su vida y de su gloria»29 lo que

21 Ibíd., 27.

22 Ibíd., 29.

23 Ibíd., 43-44.

24 Evangelii Nuntiandi 41.

25 Cfr. Evangelii Nuntiandi 52, 53, 56.

26 Cfr. Ad Gentes 2.

27 Cfr. Aparecida 137.

28 Ibíd., 240.

29 Cfr. Ad Gentes 2.

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significa nuestra salvación. Es el fundamento en el sentido que la comunión y la participación en la vida divina de parte de los hombres constituyen la culminación y el cumplimiento de la obra divina de la redención. La V Conferencia, por su parte, enfatiza que

La experiencia de un Dios uno y trino, que es unidad y comunión inseparable, nos permite superar el egoísmo para encontrarnos plenamente en el servicio al otro. La experiencia bautismal es el punto de inicio de toda espiritualidad cristiana que se funda en la Trinidad30.

Ahora bien, la salvación de todo el género humano es gratuita y libre pues constituye un verdadero regalo de Dios quien nos llama a participar de su vida divina y de su gloria31. Esta llamada completamente gratuita se manifiesta definitivamente en la elección del pueblo de Israel, que era «el más pequeño de todos los pueblos», y por si fuera poco, «un pueblo de dura cerviz»32. Constituye una clara señal de la misericordia de Dios hacia todos los hombres sin importar si eran rebeldes porque, al mismo tiempo, se manifestaban débiles, pobres y necesitados del perdón del amor. Dios eligió a Israel para manifestar a todos los hombres su amor y su magnanimidad; para proteger la debilidad y defender lo indefenso. Esta es la pedagogía divina en la que protege a los débiles y castiga a todos los opresores33. Sin embargo, esta elección exige el apego al Dios y a la fidelidad a su Ley34 como podemos constatar desde el Antiguo Testamento en donde se ve claramente el carácter universal de la llamada divina a la salvación35.

El Antiguo Testamento contiene un mensaje universal, pero son pocos los textos que sostienen la idea misionera y, sobre todo, el compromiso misionero de parte del pueblo de Israel. Esto se puede entender porque el Mesías y Salvador, quien fue sujeto de las profecías y las promesas de Dios, no se había manifestado todavía. Solamente en Cristo, Dios ha cumplido la obra de redención del género humano. Y es precisamente

30 Aparecida 240.

31 Cfr. Ad Gentes 2-3.

32 Dt 7, 7.9, 6.

33 Cfr. Dt 10, 18.

34 Cfr. Is 1, 16-17.

35 Cfr. Sal 67, 3; Is 49, 6.56, 1-7.

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Jesús es la auto-revelación de Dios como amor y en Él se alcanza la plenitud

esta realidad de la salvación universal que es confirmada y puesta de relieve en el Nuevo Testamento en el que nos encontramos un mandato misionero explícito de ir y proclamar el Evangelio al mundo entero, a todas las gentes. Como lo expresa San Pablo, Dios «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad»36. Y San Pedro expresa: «verdaderamente reconozco que Dios no hace diferencia entre las personas, sino que acepta a todo el que lo honra y obra justamente, sea cual sea su raza»37. Más aún, San Pablo enfatiza: «aquí no se hace distinción entre judío y griego; todos tienen un mismo Señor, el cual da abundantemente a todo el que lo invoca. En efecto el que invoque el nombre del Señor se salvará»38.

Por esto podemos afirmar que el plan salvador de Dios se concreta y se realiza realmente en la misión de Jesucristo y el Espíritu Santo39 y por esta razón existe una continuidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Con respecto al Antiguo, el Nuevo constituye su pleno cumplimiento y aporta una novedad absoluta como la manifestación de Dios en la persona de Jesucristo. Jesús es la auto-revelación de Dios como amor y en Él se alcanza la plenitud. Este es el verdadero fundamento de la unicidad de la misión de Jesús ya que en Cristo reside el Verbo de Dios por excelencia. En Cristo encontramos la expresión más perfecta y el cumplimiento de la revelación divina; Jesús es la manifestación eterna del ser de Dios, Él es el Hijo unigénito del Padre. Jesucristo, el Hijo enviado por el Padre es quien, a su vez, ha mandado a los apóstoles40 cuando les dice:

Todo poder se me ha dado en el cielo y en la tierra. Por eso, vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado. Yo estoy con ustedes todos los días

36 1 Tim 2, 4.

37 Hch 10, 34-35.

38 Rom 10, 12-13; Cfr. Gál 2, 32.

39 Cfr. Ad Gentes 2-3.

40 Cfr. Jn 1, 1.14.18.20, 21.

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hasta que termine este mundo (Mt 28, 18-20). La Iglesia ha recibido este solemne mandato de Cristo directamente de los Apóstoles para que fuera realizado en cada parte de la tierra (Cf. He 1,8); y, por lo tanto, al hacer suyas las palabras del apóstol: "¡Ay de mí si no evangelizara!" (1 Cor 9, 16), nunca deja de mandar misioneros para las nuevas iglesias que se han establecido para que, ellas a su vez, sigan difundiendo el Evangelio41.

En Aparecida, el Santo Padre nos recordó que

El discípulo, fundamentado así en la roca de la Palabra de Dios, se siente impulsado a llevar la Buena Nueva de la salvación a sus hermanos. Discipulado y misión son como las dos caras de una misma medalla: cuando el discípulo está enamorado de Cristo, no puede dejar de anunciar al mundo que sólo Él nos salva (Cf. Hch 4, 12). En efecto, el discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro42.

Estamos hablando de un solo envío, de una sola misión, por lo que es importante señalar que la misión de Jesús y de sus discípulos tiene sentido solamente en cuanto es continuada por la misión de la Iglesia y ésta será su misión en cuanto se convierte en continuación fiel de la misión de Jesús y sus discípulos43. Éste es nuestro punto de partida fundamental. De ahí que sea imprescindible definir la naturaleza de la idea evangélica de «misión» y su contenido espiritual al que la Iglesia tiene que escuchar hoy por ser enviada por Cristo44. En esencia, se trata del mensaje de la encarnación del Verbo que constituye la auto-revelación definitiva de Dios. La misión debe comunicar que Dios se dona a sí mismo a la humanidad y se revela como Amor. Este constituye, entonces, el núcleo esencial del lenguaje misionero que Dios ha destinado a los hombres45. Y este lenguaje tiene que ser descifrado por los hombres de nuestro tiempo según el código en el que ha sido transmitido: «tanto amó Dios al mundo que entregó su Hijo Único, para que todo el que crea en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna»46.

41 Constitución Dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium, 17.

42 Aparecida, Discurso inaugural 3.

43 Cfr. Aparecida 150.

44 Ibíd., 151.

45 Ibíd., 152.

46 Jn 3, 16; Cfr. Aparecida 153.

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SIGNIFICADO Y DIMENSIONES DE UNA ESPIRITUALIDAD DE LA MISIÓN

Es fundamental, por otra parte, entender que el significado misionero de los milagros de Jesús no era el punto central de la manifestación de su divinidad. Su misión no se agota con ellos aunque éstos sean una expresión privilegiada de su misión, por lo que ponen de relieve su doble dimensión: temporal y escatológica. Ponen en evidencia el hecho de que Dios se ha encarnado para los hombres de todos los tiempos en su realidad concreta de cada día. Cada milagro realizado por Jesús tiene que ser visto como señal y realización de la inmensa bondad y misericordia de Dios hacia los hombres. Todos fueron cumplidos en estrecha relación con el pobre y necesitado y no simplemente por una espectacularidad o una vana demostración de su poder y fuerza. Los milagros de Jesús son manifestaciones de la obra divina y una señal de su misión escatológica, así como otros hechos evangélicos que ponen en evidencia la dimensión sobrenatural de la misión de Jesús: las bodas de Caná de Galilea; la resurrección de Lázaro; la multiplicación de los panes47. Todos estos ejemplos nos dejan bien claro que los milagros no pueden y no tienen que ser reducidos a un simple gesto de bondad y de amor, aunque sean prueba ineludible de la misericordia de Dios. Indudablemente, los milagros expresan el amor de Dios hacia los hombres y nacen de este amor, como de él nacerán las acciones misioneras en beneficio de los hombres y mujeres de hoy en nuestros pueblos.

Para el Papa, en nuestros días, la misión se tiene que hacer presente en la globalización «como un fenómeno de "relaciones de nivel planetario", considerándolo "un logro de la familia humana" porque favorece el acceso a nuevas tecnologías, mercados y finanzas»48. Tendrá que ponerse en práctica, fundamentalmente, como una actitud de mística de servicio en

Una tendencia que privilegia el lucro y estimula la competencia, la globalización sigue una dinámica de concentración de poder y de riquezas en manos de pocos, no sólo de los recursos físicos y monetarios, sino sobre

47 Cfr. Jn 17, 1.5.11, 41-42.6, 15.27.54.

48 Aparecida 60.

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todo de la información y de los recursos humanos, lo que produce la exclusión de todos aquellos no suficientemente capacitados e informados…49

Hoy, como antes, como siempre, estamos llamados a

Contemplar los rostros de quienes sufren. Entre ellos están las comunidades indígenas y afro americanas, que, en muchas ocasiones, no son tratadas con dignidad e igualdad de condiciones; muchas mujeres, que son excluidas en razón de su sexo, raza o situación socioeconómica; jóvenes, que reciben una educación de baja calidad y no tienen oportunidad de progresar en sus estudios… muchos pobres, desempleados, migrantes, desplazados, campesinos sin tierra…; niños y niñas sometidos a la prostitución infantil, ligada muchas veces al turismo sexual; también los niños víctimas del aborto. Millones de personas y familias viven en la miseria e incluso pasan hambre; … quienes dependen de las drogas, las personas con capacidades diferentes, los portadores y víctima de enfermedades graves como la malaria, la tuberculosis y VIH-SIDA…; los secuestrados y a los que son víctimas de la violencia, del terrorismo, de conflictos armados y de la inseguridad ciudadana. También los ancianos que además de sentirse excluidos del sistema productivo, se ven muchas veces rechazados por su familia…, la situación inhumana en que vive la gran mayoría de los presos…50

Digamos ahora una palabra sobre la misión del Espíritu Santo. Los Obispos nos recuerdan que:

Jesús, al comienzo de su vida pública, después de su bautismo, fue conducido por el Espíritu Santo al desierto para prepararse a su misión (Cf. Mc 1, 12-13) y, con la oración y el ayuno, discernió la voluntad del Padre y venció las tentaciones de seguir otros caminos. Ese mismo Espíritu acompañó a Jesús durante toda su vida (Cf. Hch 10, 38). Una vez resucitado, comunicó su Espíritu vivificador a los suyos (Cf. Hch 2, 33)51

La «promesa» del Padre o «el prometido» del Padre del que Jesús habló y que los apóstoles, según su recomendación, tuvieron que esperar en Jerusalén, hacía referencia precisamente al Espíritu Santo52. El Espí-

49 Ibíd., 62.

50 Ibíd., 65.

51 Ibíd., 149.

52 Cfr. Hch 1, 4-5

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ritu Santo es el regalo de la Iglesia que nacerá en el nombre de Jesucristo en torno a los apóstoles. Este regalo, según la promesa de Jesús, se ha prodigado en plenitud el día de Pentecostés53.

A partir de Pentecostés, la Iglesia experimenta de inmediato fecundas irrupciones del Espíritu, vitalidad divina que se expresa en diversos dones y carismas (Cf. 1 Co 12, 1-11) y variados oficios que edifican la Iglesia y sirven a la Evangelización (Cf. 1 Co 12, 28-29)54.

«Cristo mandó de parte del Padre al Espíritu Santo, para que actuara desde dentro de su obra de salvación y estimulará a la Iglesia a desarrollarse»55. Por esta razón, Pentecostés expresa la plenitud del regalo a la Iglesia de parte de Dios Padre y de Jesucristo.

El Espíritu Santo es la guía de la Iglesia ya que la conduce sobre el camino indicado por Cristo

La singularidad de este regalo consiste en el hecho de que, siendo regalo-persona, el Espíritu Santo se vuelve a su vez donador, dispensador de los regalos y perfeccionador de la obra redentora de Cristo en los corazones de los fieles. Sencillamente, el Espíritu Santo es quien «forja misioneros decididos y valientes como Pedro (Cf. Hch 4, 13) y Pablo (Cf. Hch 13, 9); señala los lugares que deben ser evangelizados y elige a quiénes deben hacerlo (Cf. Hch 13, 2)»56.

El Espíritu Santo es la guía de la Iglesia ya que la conduce sobre el camino indicado por Cristo y la introduce en la comprensión de su misterio pascual. « En cuanto marcada y sellada "con Espíritu Santo y fuego" (Mt 3, 11), continúa la obra del Mesías, abriendo para el creyente las puertas de la salvación»57. El Espíritu Santo fortifica la Iglesia y la estimula a desarrollarse suscitando en el corazón de los hombres la fe en Cristo. Es un consolador que el Padre les da a los apóstoles para que se quede siempre con ellos; ellos lo recibirán como al consolador que los guía y les recordará todo lo que

53 Cfr. Hch 2,1-4.

54 Aparecida 150.

55 Ad Gentes 4.

56 Aparecida 150.

57 Ibíd., 151.

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han escuchado y aprendido del propio Jesús , y que a través de ellos dará testimonio del Hijo de Dios encarnado entre los hombres58. No en vano,

Esta es la razón por la cual todos los seguidores de Jesús deben dejarse guiar constantemente por el Espíritu (Cf. Ga 5, 25), y hacer propia la pasión del Padre y del Reino: anunciar la Buena Nueva a los pobres, curar a los enfermos, consolar a los tristes, liberar a los cautivos y anunciar a todos el año de gracia del Señor (Cf. Lc 4, 18-19)59.

PRINCIPIOS Y LÍNEAS DE ACCIÓN DE LA ESPIRITUALIDAD MISIONERA

Los pueblos de América Latina y El Caribe, como dice el documento de los Obispos, estamos llamados a ser «Discípulos misioneros a la Santidad»60. Esto, lo sabemos bien, no es fácil y requiere la vivencia de una profunda espiritualidad que va mucho más allá de la mera práctica de una oración mecánica, cultual y, muchas de las veces vacía de contenidos. Tampoco basta un cristianismo basado en el compromiso social o político por valioso que éste sea61. En nuestros pueblos, se experimenta la necesidad creciente de vivir desde una espiritualidad mística, esto es, que llegue al fondo del corazón y que parte del corazón mismo de Cristo. Una espiritualidad que sea capaz de ir más allá del mero formalismo que cumple por miedo al castigo o de una superficialidad que busca solamente el aparecer y llamar la atención. El documento de Aparecida nos habla de la necesidad de buscar una espiritualidad integral renovada, fiel a la práctica de la fe, incluso a algunos ejercicios de piedad favorecidos por nuestra gente. Una espiritualidad que sepa unir una vida interior sincera y profunda y que, precisamente porque se vive de este modo, es capaz de lanzarnos al servicio apasionado por los hermanos en la búsqueda de la construcción del Reino de Dios, no el nuestro62.

58 Cfr. Jn 14, 16-17.26.15, 26; Cfr. Aparecida 151.

59 Aparecida 152.

60 Ibíd., 129.

61 Cfr. Aparecida, Homilía de Su Santidad Benedicto XVI. Explanada del Santuario de Aparecida. Domingo de Pascua, 13 de mayo de 2007.

62 Cfr. Aparecida, Discurso de su Santidad Benedicto XVI en la sesión inaugural de los trabajos de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. Domingo 13 de mayo de 2007.

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la misión tiene que ser salvadora o teológica que haga presentes los designios salvíficos universales de Dios

Estamos ante el reto de vivir nuestra fe cristiana en América Latina y El Caribe desde una espiritualidad que tenga el seguimiento de Cristo como su único principio y fundamento. Que esté motivada por el Espíritu Santo y se mantenga siempre bajo la guía de la Iglesia, mediante el Santo Padre y su Magisterio, especialmente en continuidad con las anteriores Conferencias de Río de Janeiro, Medellín, Puebla y Santo Domingo63. El cristiano y el discípulo del que nos habla el documento de Aparecida tiene que vivir su fe como una continua «cristificación», es decir, un proceso que lo lleve a identificarse con Jesucristo, con sus opciones, sus acciones y su modo de ser fiel a la obra salvífica del Padre. El discípulo y misionero está llamado a dar muerte al pecado en todas sus formas y abrirse a un proceso de conversión continua que lo haga morir a todo tipo de idolatría, infidelidad, injusticia, hipocresía, egoísmo, soberbia o autosuficiencia y vivir sólo para Dios y para los demás. Identificarse con Jesucristo es vivir, como Él, su pascua como paso de la muerte a la vida. Significa asumir que «fuimos sepultados con Cristo en la muerte, a fin de que al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos así también nosotros vivamos una vida nueva»64. Todo, buscando siempre la mayor gloria de Dios en el servicio a los hermanos y en la predicación del mensaje que tenga las características de una verdadera evangelización. Estamos hablando de una espiritualidad misionera que, a la vez que nos posibilita gustar de la experiencia de Dios, nos lanza al servicio, sencilla y puramente por amor. ¿Cuáles serían las características de esta espiritualidad de la evangelización, espiritualidad misionera o apostólica?

Primero, conviene aclarar que el mandato misionero de Jesús se comprende y vive en sintonía con sus sentimientos acerca de la salvación de la humanidad. El anuncio del evangelio o «evangelización» posee una naturaleza y unas características que se revelan solamente a la luz de la palabra de Dios y del mismo Jesús. En primer lugar, la misión tiene que ser salvadora o teológica que haga presentes los designios salvíficos

63 Ibíd.

64 Rom 6, 4.

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universales de Dios. En segundo lugar, la misión tiene que ser cristológica como respuesta al mandato de Cristo, nuestro único Salvador. En tercer lugar, tiene que ser pneumatológica, guiada siempre bajo la acción del Espíritu Santo. Deberá ser, asimismo, eclesiológica, como la naturaleza misionera de la Iglesia. Misión antropológica y sociológica en cuanto a que es necesario que preste una adecuada atención a la realidad y la situación humana, especialmente en nuestro continente65. De ningún modo la espiritualidad de la evangelización puede olvidar la dimensión escatológica puesto que debe mantener en tensión la esperanza, la trascendencia hacia el momento que nos llevará a la plenitud de los tiempos. Tampoco podemos olvidar la dimensión pastoral como terminal privilegiada de nuestra acción apostólica. Finalmente, una dimensión espiritual favorecerá que se hagan propios los criterios de una auténtica labor misionera de evangelización que a la larga, serán éstos los que permitirán arraigar en el pueblo cristiano una profunda y sincera actitud personal y comunitaria de misión66.

Para entender en toda su riqueza el Documento Conclusivo de Aparecida, es menester que recordemos algunos puntos de suma importancia en los documentos que están a la base del mismo y que nos permitirán entender el concepto de una espiritualidad misionera. Nos referimos, en primer término al Decreto Conciliar Ad Gentes, a la Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi de Pablo VI, de 1975 y a la Encíclica Redemptoris Missio de Juan Pablo II, del año de 1990. Para ser más concretos, a un nivel teológico debemos tener en cuenta la pregunta ¿qué es la misión?. Por otra parte, a nivel operativo, debemos plantearnos la cuestión de ¿Cómo desarrollar la actividad misionera?¿Quiénes son llamados obreros de la misión?¿Cómo podemos profundizar el tema de la animación de la comunidad cristiana?Y, finalmente, si queremos reflexionar sobre el nivel espiritual, ¿Cómo vivir la misión de parte de los apóstoles a nivel personal y de toda la comunidad?67. De acuerdo con estos documentos, concluimos que la teología se interroga sobre la naturaleza de la mi-

65 Cfr. Aparecida 476-546.

66 Ibíd., 549.

67 Cfr. Ad Gentes 1, 2-3, 5, 4, 6; Evangelii Nuntiandi 1-3, 4-5, 6, 7; Redemptoris Missio 1-3, 4, 5, 7, 8.

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Aparecida y la Mística de la Misión. Algunos Elementos de Espiritualidad Misionera sión; la pastoral estudia cómo actuar y la espiritualidad se interesa en las actitudes interiores de la evangelización.

Las orientaciones conciliares y post-conciliares son un punto de referencia para entender una auténtica teología pastoral y, desde luego, una espiritualidad de la misión. De la teología sobre la misión se pasa fácilmente a la pastoral y a la espiritualidad. Efectivamente, la misión en su aspecto práctico se transforma en acción social. Del «mandato» de Cristo («envío», «misión»), se pasa a la acción pastoral y a la vida coherente (espiritualidad) de las personas y de las comunidades. El «espíritu» de la misión y la acción evangelizadora se desarrolla a partir de la caridad del Buen Pastor. Entonces, podemos entender por qué el apóstol es un enviado, un heraldo; que el enviado tiene la función de cumplir una misión o un encargo y el heraldo se convierte en el portavoz de un anuncio público para la comunidad. De acuerdo con lo anterior, apostolado significa el poder desarrollar una misión que comprende el anuncio, y el apóstol cristiano es aquél que ha sido enviado, que anuncia la revelación con los medios que Cristo ha instituido. Más aún, una descripción de la acción apostólica cristiana se podría resumir de este modo: «los trabajos apostólicos son ordenados para que todos una vez convertidos en hijos de Dios a través de la fe y del bautismo, se reúnan, alaben Dios en la Iglesia, participen en el sacrificio y en la mesa del Señor»68.

La misión que desarrolla la comunidad cristiana deriva de la misión de Dios que quiere la salvación de toda la humanidad a través de Jesucristo. Jesús se presenta como «Cristo» o «Mesías» que significa «ungido» por una misión que es profética, sacerdotal y real de dimensiones universales. No es que Jesús se llame directamente el «Mesías», pero instruye al pueblo y los discípulos para que lo reconozcan como tal en las perspectivas universales del Nuevo Testamento. Jesús interrogó a sus discípulos sobre la fe: ¿Y ustedes quién dicen que soy yo? Y alabó como inspirada la respuesta de Pedro: «Tú eres el Mesías (Cristo) ungido, el Hijo del Dios vivo»69. Así fue también la fe incipiente de los primeros que lo aceptaron70 y reconocieron que habían encontrado al Mesías. Pero Jesús

68 Constitución conciliar Sacrosantum Concilium 10.

69 Mt 16, 16; Mc 8, 29.

70 Cfr. Jn 1, 41.

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Jesús,

el

Buen

Pastor quiere comunicarnos su vida y ponerse al servicio de la vida

ayudó a los suyos a enriquecer este título no con la perspectiva de honores terrenales y de poder, sino de una muerte de «siervo doliente» que tiene que atraer hacia sí y salvar a toda la humanidad71. De hecho, sabemos que por este título mesiánico de Cristo se le reconocía como el «hijo del hombre»72, que debe sentarse a la derecha de Dios como el salvador universal. Solamente a la luz de la resurrección se pudo ver la perspectiva profunda y universal del título de Mesías o Cristo. El ungido tuvo que soportar la pasión y la muerte para entrar en su «gloria»; es decir «Esto estaba escrito: los sufrimientos de Cristo, su resurrección de entre los muertos al tercer día y la predicación que ha de hacerse de su Nombre a todas las naciones… invitándoles a que se conviertan y sean perdonadas de sus pecados»73. Tanto el título de Cristo como el de «ungido», debe ser unido al de «Jesús», el salvador, y éste debe ser el contenido de toda misión evangelizadora. Ambos títulos tienen el sentido universal de quien ha sido enviado por el Padre, consagrado y ungido por el Espíritu Santo para salvar a todos los hombres.

Asimismo, Jesús es llamado muchas veces como «apóstol» o «enviado». De ahí que su misión es también «unción» en cuanto es enviado de modo permanente y con plena dedicación de su existencia a la «evangelización». Por esta razón, su misión se llama misión del Espíritu que unge a Jesús. La misión de Jesús, por lo tanto, es de majestad, comprende un sacerdocio y un profetismo como una misión de conquista, de inmolación y de enseñanza. El encargo recibido por el Padre es manifestar y comunicar a todos los hombres el designio de salvación. «Jesús, el Buen Pastor quiere comunicarnos su vida y ponerse al servicio de la vida»74. El centro de la vida de Jesús será siempre su misión, o sea, el encargo recibido del Padre75 que es el de dar la vida por todos. Su misión es «tota-

71 Ibíd., 12, 32.

72 Mt 26, 63.

73 Cfr. Lc 24, 46.

74 Aparecida 353.

75 Cfr. Jn 10, 19.

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Aparecida y la Mística de la Misión. Algunos Elementos de Espiritualidad Misionera lizadora» ya que está arraigada en su mismo ser y comprende toda su existencia y toda su realización. Y es misión universal y cósmica en cuanto que toda la creación, toda la humanidad y toda la historia caen bajo su influjo. Por esto es una misión sin fronteras; por esto todos nosotros estamos llamados a continuar con la misma misión de acuerdo a nuestras circunstancias y tiempos actuales.

La misión apostólica nos hace partícipes de un triple aspecto de la misión de Jesús: es profética, sacerdotal y real76. La palabra predicada por los apóstoles, el sacrificio que hacen presente y la acción de extender el Reino, tienen una perspectiva universal por su misma naturaleza. Así es la misión de Jesús y así también es la misión que él ha participado a sus apóstoles. El hecho de que el apóstol vaya «delante de Jesús a todas las ciudades y lugares adonde él debía ir»77 significa que debe presentar una señal sensible de una acción de Dios que existe ya, de algún modo, antes de que el apóstol llegue a cualquier sector humano. La misión recibida por Jesús siempre va unida íntimamente a la acción del Espíritu Santo y es el mismo Espíritu que ungió a Jesús que «bautiza» o unge a los apóstoles y los llena de su fuerza78. Esta misión es pues, unción o «sello» del Espíritu Santo prometido. Por esto, Jesús, al comunicar la misión, comunica al Espíritu Santo. Por la misma razón, Pablo se siente siempre empujado por esta fuerza del Espíritu que lo incita a evangelizar según la misión recibida por Jesús79.

El apóstol queda orientado hacia el misterio de la muerte y la resurrección de Jesús de quien es testigo. Toda la acción apostólica consiste en anunciar, hacer presente y comunicar este misterio pascual de Jesús. Precisamente por esto Jesús prometió el Espíritu Santo que «encadena» a la persona del apóstol, le hace conocer mejor la persona y la doctrina de Jesús para poder ser un transmisor y un testigo fiel de él . De este modo, el apóstol viene a ser la «gloria» o expresión del mismo Jesús80. Jesús ha confiado a toda la Iglesia la misión de evangelizar a todas

76 Cfr. Mt 28, 18.

77 Lc 10, 1.

78 Cfr. Hch 1, 5.8.

79 Cfr. Ef 1, 13; Jn 20, 21-23; Rom 1, 1-4.

80 Cfr. Hch 1, 22; 3, 32; 20, 22; Jn 15, 26-27; 16, 13-14; 17, 10.

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las gentes o sea de «propagar la fe y la salvación de Cristo»81. Esta misión proviene del mandato de Cristo82, y de la misma vida que Cristo les infunde en sus fieles para que «todo el cuerpo, de la Iglesia,… crezca y se fortalece en la caridad»83. Y ésta es, precisamente, la naturaleza o sea la razón misma de ser de la Iglesia. Por eso es claro que, cuando se afirma que «la naturaleza de la Iglesia es misionera»84, se quiere indicar el ser y la actividad de la misma. Esta es su «misión», el sentido de que sea apostólica, es decir, «la Iglesia se hace presente a todos los hombres y a todos los pueblos»85 y «ora y trabaja en unión con los pueblos para que la entera humanidad se convierta en el Pueblo de Dios»86.

Ora y trabaja en unión con los pueblos para que la entera humanidad se convierta en el Pueblo de Dios

Cuando el Documento de Aparecida menciona el itinerario formativo de los discípulos misioneros, hace referencia a una «Espiritualidad Trinitaria del encuentro con Jesucristo»87. Los Obispos no hacen otra cosa sino remitirnos a las diferentes dimensiones de una espiritualidad misionera o apostólica. Brevemente, podemos decir que éstas son: una dimensión trinitaria: como manifestación de la caridad de Dios que se difunde en todos los corazones. Una dimensión cristológica: como expresión del mandato de Cristo de evangelizar a todas las gentes. Una dimensión pneumatólogica: como vivencia de la fuerza del Espíritu que comprende a toda la humanidad y toda la creación. Finalmente, estamos ante una dimensión escatológica: como la dinámica natural que nos invita a trabajar por lograr una restauración final en Cristo de todas las cosas. Los Obispos nos recuerdan que la naturaleza de la Iglesia, precisamente como «sacramento universal de salvación» es la misión o el apostolado. Esto es, la acción eclesial del apostolado es una continuación de la acción de Cristo y del designio eterno de Dios. El lla-

81 Ad Gentes 5.

82 Cfr. Mt 28, 18; Mc 16, 15.

83 Ef 4, 16.

84 Ad Gentes 2-5.

85 Ibíd., 5

86 Lumen Gentium 17.

87 Aparecida 240.

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Aparecida y la Mística de la Misión. Algunos Elementos de Espiritualidad Misionera mado al apostolado comienza con el bautismo, por el que entramos a formar parte de la Iglesia y su significado consiste en un «adentrarse» responsablemente en estos planes de salvación de Dios.

La misión de predicar el evangelio en la Iglesia está en íntima relación con la misión de «custodiar el depósito de la fe»88 a ella confiado. La espiritualidad de la misión también implica el deber de ser fieles a la tradición recibida y comunicarla con plena verdad y de acuerdo a la doctrina que nos ha sido transmitida por Cristo, el Señor. El mensaje evangélico tiene que ser comunicado sin tergiversaciones ideológicas, de grupo, mucho menos personales89. No se trata de repetir fórmulas vacías y sin sentido por el simple hecho de transmitirlas, sino referirnos a una fidelidad entendida en el sentido de que estamos llamados a profundizar cada vez de más la doctrina revelada y a hacerla presente en cada una de las culturas y pueblos, asumiendo que la riqueza del mensaje es inagotable. Aquí nos encontramos con un reto nada fácil: la apostolicidad de la Iglesia exige una fidelidad al mensaje cristiano y comunicarlo sin deformarlo o atarlo a alguna cultura o doctrina filosófica determinada, del pasado o el presente por muy importante que pueda resultarnos, menos aún si se trata de una doctrina o una ideología puesta de moda en la Iglesia por algún grupo concreto, sin importar que se trate de una asociación, movimiento al interior de la Iglesia diocesana o congregación religiosa, pues «los cristianos somos portadores de buenas noticias para la humanidad y no profetas de desventuras»90.

Un segundo aspecto, más dinámico, presupone una atención a la acción del Espíritu en cada época y en cada nueva circunstancia. Incluye todo el problema de la adaptación del mensaje y la urgencia de presentarlo según las nuevas oportunidades de evangelización. Requiere, asimismo, una fidelidad a un auténtico y sincero discernimiento que concierne a la acción apostólica concreta y a los pasos que hemos de dar para llevarla a la práctica. Los dos aspectos son complementarios e indispensables. El primero sin el segundo, se reduciría a una transmisión meramente material que podría llegar a paralizar, incluso a asfixiar, la vitalidad de la

88 1 Tim 6, 20.

89 Cfr. Aparecida, Discurso inaugural.

90 Aparecida 30.

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Iglesia. El segundo, sin el primero, significaría una actividad sin fundamento y carente de una referencia verdadera a la misión de Jesús. La fidelidad al mensaje y a la misión de Cristo comprende, por su misma naturaleza, la fidelidad a la acción nueva del Espíritu enviado por Jesús para penetrar el mensaje y para hacerlo partícipe a todos los hombres. Con esta doble fidelidad, la Iglesia camina hacia la escatología o plenitud y hacia el encuentro final y definitivo con Cristo.

El Documento de Aparecida presenta este doble aspecto de fidelidad al mensaje y a la acción de salvación y por eso se insiste en la necesidad de trabajar de tal modo que se produzca en nuestra Iglesia latinoamericana y del Caribe un equilibrio en el que pueda ser realmente evidente y en toda su profundidad, el misterio de la encarnación del Hijo de Dios91. Así la Iglesia será siempre la prolongación visible de Cristo, permanece fiel al mandato, a la doctrina del Padre y la acción del Espíritu Santo92. Dios se acerca al hombre en su circunstancia concreta e historiadora para hacerlo entrar en los planes de salvación93. El Salvador aparece así en la Iglesia que transmite fielmente la doctrina de Cristo, asumiendo y purificando todos los valores humanos según los planes de redención de Dios94.

ELEMENTOS CONSTITUTIVOS DE UNA ESPIRITUALIDAD EVANGELIZADORA

En términos generales, podemos distinguir dos elementos: la orden o el envío y la acción social por la que se lleva a la práctica la misión recibida. En el caso de la misión cristiana es Cristo que manda y hace participar en la misión del Padre y el Espíritu. La acción cristiana sería como cualquiera otra acción social si faltara la orden o el mandato. La misión se basa en la vivencia de una espiritualidad que alimenta nuestra acción y que va más allá de un mero proselitismo como es el caso de las personas que invitan a una determinada labor que tiende a reforzar un sistema o una ideología. En el caso de los misioneros no debe ser así,

91 Cfr. Aparecida 29.

92 Ibíd., 23.

93 Ibíd., 33-42.

94 Ibíd., 31.

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pues la invitación al servicio encuentra su fundamento en la libertad de los hijos de Dios y no puede someterse a ningún sistema y a ninguna ideología aunque tuviera raíces cristianas95. No debemos olvidar que la acción apostólica cristiana parte de la encarnación y del misterio pascual de Cristo y se hace creíble en su glorificación, en Pentecostés como el «SI» de Dios a la acción redentora de la humanidad realizada en Cristo96.

Las características más concretas de la espiritualidad apostólica dependerán del «carisma» o vocación y de la disponibilidad concreta de cada apóstol. Precisamente porque la acción apostólica comprende toda una gama de servicios y acciones en beneficio de los hermanos, se puede poner el acento o dar la preferencia momentánea a uno de los puntos, ya sea por la vocación personal del evangelizador, por las concreciones históricas en las que se manifiesta la acción del Espíritu Santo o por las necesidades sentidas de una comunidad humana. Un aspecto decisivo de una auténtica espiritualidad apostólica, como requisito indispensable para poder responder a las necesidades de los pueblos, es la capacidad de establecer un diálogo con el Señor de la Vida. Esto nos permitirá entrar en sintonía con su voluntad y, asimismo, será una forma de sensibilización responsable con los problemas de los hombres, como lo hizo siempre el Buen Pastor que transcurría las noches en oración y comunicación íntima y personal con el Padre97. Precisamente por esto, fue capaz de reconocer las enfermedades y los problemas de los hombres y hacerse prójimo a ellos98. En este sentido la oración es el alimento que refuerza e identifica la caridad, es el alma de todo tipo de apostolado. Y esto, simplemente, porque sólo la caridad penetra los más íntimos designios de Dios y también la realidad más profunda del ser humano. Solamente con un profundo espíritu de contemplación se alcanza esta caridad que no tiene fronteras ni permite cálculos egoístas o individualistas en la vida del apóstol. La caridad hace descubrir los planes de salvación de Dios sobre los hombres y nos da la fuerza para ofrendar la propia vida, del mismo modo que el Buen Pastor99 .

95 Ibíd., 550.

96 Ibíd., 548.

97 Cfr. Lc 6, 12.

98 Cfr. Mt 8, 17.

99 Cfr. Jn 10; Aparecida 353.

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Ahora bien, todos participamos de modo diferente en la misión de Cristo que continúa en la Iglesia: algunos en la misión de caridad, que es más general y tendría su origen en la naturaleza de la vida cristiana como misión del Espíritu. Otros en la misión jerárquica que más que visibilidad, organización y estructuras significa entregar la vida por los hermanos, especialmente por quienes más sufren. Ambas se completan recíprocamente y deben tender hacia un mismo objetivo100.

Ante diversas situaciones que manifiestan la ruptura entre hermanos, nos apremia que la fe católica de nuestros pueblos latinoamericanos y caribeños se manifieste en una vida más digna para todos. El rico magisterio social de la Iglesia nos indica que no podemos concebir una oferta de vida en Cristo sin un dinamismo de liberación integral, de humanización, de reconciliación y de inserción social101

Los Obispos de América Latina y El Caribe han vuelto a hacer consciente que «el proyecto de Jesús es instaurar el Reino de su Padre»102 y han asumido, una vez más, el reto de proclamar el mensaje evangélico con toda su fuerza, su luz y su desafiante nitidez cuando afirman que «Por eso, la doctrina, las normas, las orientaciones éticas, y toda la actividad misionera de la Iglesia, debe dejar transparentar esta atractiva oferta de una vida más digna, en Cristo, para cada hombre y para cada mujer de América Latina y El Caribe»103. Para poder responder a este enorme y hermoso reto, la misión tiene que ser participada en muchos modos y grados: desde el sacerdocio ministerial, como testimonio personal de que es Cristo, el Buen Pastor el que guía y da forma a su ministerio; en la vida laical, como explicitación de una vocación que quiere ser fermento dentro de las estructuras humanas, y en la vida de consagración a Dios como señal creíble de la vivencia gozosa de las bienaventuranzas104. Esta participación puede provenir de un sacramento, de un envío, siempre con la conciencia de que se recibe una gracia especial como la misma vocación. La fuerza y eficacia del mensaje dependerá si se hace siempre siguiendo los pasos del Maestro, al estilo de Jesús, siempre con sus crite-

100 Cfr. Aparecida 186-224.

101 Aparecida 359.

102 Ibíd., 361.

103 Ibíd.

104 Cfr. Aparecida 366.

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Aparecida y la Mística de la Misión. Algunos Elementos de Espiritualidad Misionera rios, a sabiendas que si somos fieles, al final, encontraremos el cansancio, el desencanto, la depresión, la envidia o la desilusión y, tal vez… la cruz105.

La fuerza misionera debe impregnar todas

las estructuras

eclesiales y todos los planes pastorales de diócesis

Con todo lo dicho hasta ahora, es evidente que «la fuerza misionera debe impregnar todas las estructuras eclesiales y todos los planes pastorales de diócesis, parroquias, comunidades religiosas, movimientos y de cualquier institución de la Iglesia»106. Estamos ante la hermosa oportunidad de poner en práctica que la comunidad cristiana es «comunidad evangelizadora… comunidad de salvación que existe para evangelizar»107, fundamentalmente porque somos «un pueblo que Dios eligió para que fuera suyo y proclamara sus maravillas. Ustedes estaban en las tinieblas y los llamó Dios a su luz admirable»108. Esta fuerza misionera es, no obstante, una acción compleja con una serie de matices que se pueden resumir en tres: evangelizar, anunciar (kerigma) y dar testimonio109. Se debe hacer concreta en evangelizar al pueblo; evangelizar a los pobres; evangelizar sin ulteriores añadiduras. Siempre en un contexto de anuncio y un acontecimiento alegre y como continuación del anuncio proclamado de Jesús o de los apóstoles. San Pablo se refiere al kerigma como la tarea específica del apóstol de las gentes; este primer anuncio comenzó en Pentecostés y fue repetido en muchas ocasiones en la Iglesia primitiva110.

El contenido de la evangelización no es ni puede ser otro que el evangelio que Pablo predica a los gentiles111 y resume al principio de la carta a los romanos: «Pablo, siervo de Cristo Jesús y apóstol por un llamado

105 Ibíd., 362-364.

106 Aparecida 365.

107 Cfr. Evangelii Nuntiandi 13-14.

108 1 Pe 2, 9.

109 Cfr. Aparecida 367.

110 Cfr Lc 3, 18; 7, 22; 4, 18; Rom 1, 1; Lc 2, 10; Hch 2, 32; Rom 15, 20; Hch 2, 32; 8, 5; 9, 20; Aparecida 369.

111 Cfr. Gá 2, 2.

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de Dios, escogido para proclamar el Evangelio de Dios. Esta Buena Nueva, anunciada por sus profetas en las Santas Escrituras, se refiere a su Hijo, que nació de la descendencia de David, según la carne y que, al resucitar de entre los muertos, fue constituido Hijo de Dios con poder, por obra del Espíritu Santo…»112 por lo que «Hace falta unir el anuncio del Reino de Dios, el contenido del ‘kerigma’ de Jesús y la proclamación del acontecimiento Jesús Cristo, que es el ‘kerigma’ de los apóstoles. Los dos anuncios se complementan y se iluminan recíprocamente»113.

«La conversión pastoral de nuestras comunidades exige que se pase de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera»114, nos dicen los pastores de América Latina. Esta conversión implica testimoniar con la palabra y con el testimonio, y, si fuese posible hasta con la misma vida, simplemente para ser dignos de ser testigos de la muerte y la resurrección de Jesús que primero ha hecho lo mismo por nosotros115. Esto es, en definitiva, la razón de ser apóstol y una prolongación de la acción evangelizadora y de salvación de Cristo116. Contiene, asimismo, los elementos fundantes de la acción salvífica de Dios por Cristo y en el Espíritu Santo. La evangelización tiene un significado de anuncio alegre, de primer anuncio y de testimonio personal y creíble de la acción permanente de Dios a través de la Iglesia. Consiste, también, en un cambio interior que trata de favorecer un cambio colectivo de los hombres que los lleve a buscar una actividad en la que ellos se comprometan en y por la vida y hacia el entorno concreto en el que se desarrolla su vida cotidiana. En esto se encuentra el sentido de trabajar en el «instalar la Iglesia» en cada persona y en cada sector humano. Pues la evangelización en su totalidad, «más allá que la sola predicación de un mensaje, consiste en instalar la Iglesia»117. Y como decía Su Santidad Juan Pablo II:

Es necesario, pues, mantener unidas estas dos verdades, o sea, la posibilidad real de la salvación en Cristo para todos los hombres y la necesidad de la Iglesia en orden a esta misma salvación. Ambas favorecen la

112 Rom 1, 1-7.

113 Redemptoris Missio 16.

114 Aparecida 370.

115 Cfr. Hch 2, 32.

116 Cfr. Aparecida 370.

117 Evangelii Nuntiand 28.

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Aparecida y la Mística de la Misión. Algunos Elementos de Espiritualidad Misionera comprensión del único misterio salvífico, de manera que se pueda experimentar la misericordia de Dios y nuestra responsabilidad118.

La salvación proclamada y comunicada por Jesús Redentor, como base de la evangelización:

Debe contener siempre –como base, centro y a la vez culmen de su dinamismo– una clara proclamación de que en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la salvación a todos los hombres, como don de la gracia y de la misericordia de Dios. No una salvación puramente inmanente, a medida de las necesidades materiales o incluso espirituales que se agotan en el cuadro de la existencia temporal y se identifican totalmente con los deseos, las esperanzas, los asuntos y las luchas temporales, sino una salvación que desborda todos estos límites para realizarse en una comunión con el único Absoluto Dios, salvación trascendente, escatológica, que comienza ciertamente en esta vida, pero que tiene su cumplimiento en la eternidad119.

Es imprescindible asumir que la espiritualidad de la misión debe tener su forma peculiar de expresión y explicitación.

Siguiendo el ejemplo de la primera comunidad cristiana (Cf. Hch 2, 4647), la comunidad parroquial se reúne para partir el pan de la Palabra y de la Eucaristía y perseverar en la catequesis, en la vida sacramental y en la práctica de la caridad. En la celebración eucarística, ella renueva su vida en Cristo. La Eucaristía, en la cual se fortalece la comunidad de los discípulos, es para la Parroquia una escuela de vida cristiana. En ella, juntamente con la adoración eucarística y con la práctica del sacramento de la reconciliación para acercarse dignamente a comulgar, se preparan sus miembros en orden a dar frutos permanentes de caridad, reconciliación y justicia para la vida del mundo120.

El mensaje de Su Santidad Benedicto XVI en la homilía de la Misa de inauguración de la V Conferencia del CELAM, el domingo 13 de mayo de 2007, presenta una excelente síntesis del horizonte que debe observar

118 Redemptoris Missio 9.

119 Evangelii Nuntiandi 27.

120 Aparecida 175.

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una auténtica espiritualidad apostólica. Al concluir estas reflexiones no puedo menos que vibrar como latinoamericano y mexicano ante las hermosas palabras que nos animan a creer que:

Una Iglesia totalmente animada y movilizada por la caridad de Cristo, Cordero inmolado por amor, es la imagen histórica de la Jerusalén celeste, anticipación de la ciudad santa, resplandeciente de la gloria de Dios. De ella brota una fuerza misionera irresistible , que es la fuerza de la santidad. Que la Virgen María alcance para América Latina y El Caribe la gracia de revestirse de la fuerza de lo alto (Cf. Lc 24, 49) para irradiar en el Continente y en todo el mundo la santidad de Cristo. A Él sea dada gloria, con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén121.

121 Aparecida, Homilía de Su Santidad Benedicto XVI. p. 299.

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