Conexiones octubre17

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Conexiones Movimiento Juvenil Valdense | Año XIX | Octubre 2017 | conexionesvaldense@gmail.com

editorial

Se vino la primavera, y con ella el calor. O bueno, algo de calor. Y se van apagando poco a poco los fuegos que saben mantener cálidos nuestros hogares, pero quedan algunas brasas. Quedan todavía pequeños trocitos de carbón que mantienen viva una llama que calienta. Pero quedan muchos de los que calientan el alma, que calientan adentro e iluminan. Quedan fuegos que, al decir de Galeano, arden la vida con tanta pasión, que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende. Y a nosotras no nos gusta arder sin pasión, y a nosotros no nos gusta guardarnos la llama, y por eso, quisimos dejarles a ustedes una brasita que nos reavivó el espíritu, que nos hizo encendernos un poquito más, y que no tenía sentido dejarla encerrada.

Camp Fowler: una experiencia contada desde acá El sol se levanta perezosamente entre las Adirondacks. Ya se escucha venir a los primeros acampantes a pescar al muelle o a hacer el «baño del oso polar» en el lago temprano en la mañana, mientras en «la embajada» (cabaña de los uruguayos) se apronta el primer mate del día. Siete y media comienza la primera actividad grupal: nos reunimos en la capilla al aire libre junto al lago para compartir un momento de gratitud a Dios por un nuevo día de campamento. De allí nos dirigimos a Fenimore para la comida más importante del día, sí, el desayuno. Cuatro rioplatenses, acostumbrados al café con leche y la tostada, no daban crédito de lo que veían (y comían). Luego de un tiempo destinado a ordenar las cabañas, llegaba Discovery time, la parte central del tema bíblico en los campamentos, llevada adelante por pastoras o pastores que trabajaban voluntariamente durante una semana. El tema seleccionado este año y que se desarrolló en todos los campamentos fue «ama a tu prójimo» trabajando distintos fragmentos de los evangelios. A eso de las once se venía la actividad central del día: las sesiones. Los acampantes podían pasar su día recorriendo en la montaña, remando en el lago o jugando en las canchas. Los valdenses (así nos denominaba parte del staff) también nos sumamos a estas actividades, primero intentando aprender nosotros y luego llevando adelante las mismas. Creamos una nueva propuesta por la que también podían optar, que incluía un taller de plástica, una sesión de danzas circulares y una cacería fotográfica en la cual los chicos ayudaban a una uruguaya extraviada a recuperar termo, mate y otros petates que había perdido por el campamento. Así podíamos contar sobre el Parque XVII de Febrero y sobre Uruguay a los acampantes, y compartirles la maravilla del dulce de leche que no conocen. Los grupos retornaban al campamento sobre las cuatro de la tarde, para su tiempo libre y de duchas. Con el sol de las cinco y media de la tarde nos aprontábamos para cenar. Algunos días fríos y lluviosos que de verano tenían poco, con la estufa a leña del comedor prendida, cualquiera desearía merendarse unas tortas fritas con chocolate caliente, pero había pavo de acción de gracias. ¡Ay, qué lindo el intercambio cultural! Luego de la cena se establecía otro momento de tiempo libre en los alrededores del comedor, en los que surgían charlas, pulseras, juegos espontáneos y otros no tanto, como el Gaga ball, la nueva adquisición de Fowler de

este verano que enamoró tanto a chicos como a grandes. Posteriormente se planteaba una actividad que reunía a todo el campamento, que podía ser un juego grande, un show de talentos o una noche de contar historias. En los campamentos el día termina como comienza: juntas, en la capilla, dando gracias a Dios por lo compartido. Cada noche nos despedimos con un momento de fogón, guitarras e historias. Poco a poco nos fuimos sintiendo parte del staff (grupo de líderes) y gran parte fue gracias a esas conversaciones nocturnas que se daban en el comedor, más precisamente cerca de la heladera porque la cena ya nos había quedado lejos, en la que en un intento de español-inglés compartíamos nuestras experiencias del Parque y nuestros sentires respecto a las cosas que tenemos en común. Si esto es tan solo un día, imaginen cuánto habría para contar en un mes en Camp Fowler. Desde el vamos fue un desafío encarar un campamento en otro idioma, con formas de trabajo distintas y con un grupo de gente que no conocíamos, pero tan pronto como llegamos nos sentimos en casa. Los líderes de Fowler se referían al Parque como un «campamento hermano», y un mes fue más que suficiente para darnos cuenta que así es. Encontramos una comunidad de fe muy similar a la nuestra, un grupo de jóvenes comprometidos con el proyecto, y un gran sentimiento de estar trabajando para el mismo Dios amoroso. Y nos despedimos profundamente agradecidos y felices, ya planificando un nuevo encuentro en el Parque.

CAJ

Yolanda Barolín | Guillermina Costabel Stephanie Rostagnol

GRUPO EDITOR

Jóvenes de Montevideo


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