AÑO XIV– Nº136 OCTUBRE 2019 DISTRIBUCIÓN GRATUITA
IGLESIA EVANGÉLICA VALDENSE
EL PESCADOR LUCAS 6:27-38 En el pasaje que nos encontramos es evidente que Jesús pide a sus seguidores una mayor exigencia en lo que respecta al amor. Ya había dicho que los dos mandamientos que sostienen la ley y los profetas son el amor a Dios con todo el corazón y al prójimo como a uno mismo. Se pide que amemos incluso a ese prójimo que no merece siquiera el nombre de prójimo, pero que lo es, porque se presenta como nuestro enemigo o como alguien que nos odia, maldice e injuria. No basta, por tanto, con que amemos a los que nos aman. Esto, además de no tener mérito, no sería suficientemente significativo del amor cristiano con que tendríamos que amar. Amar a los que nos aman sería simplemente corresponder al amor recibido de los demás, pero no sería responder al amor de Dios que es bueno (incluso) con quienes nosotros/as consideramos malvados y desagradecidos. Hasta los pecadores (término que aquí parece equipararse a paganos) aman a los que los aman (padres, hijos, mujeres, amigos, correligionarios) y hacen bien a los que les hacen bien. Hasta los prestamistas prestan su dinero esperando cobrar. ¿Qué mérito tiene este préstamo o esta correspondencia? A un seguidor y seguidora de Jesús se le exige mucho más, porque, en cuanto hijo e hija del Altísimo, está equipado para imitar al mismo Dios, que es bueno (incluso) con los malvados y desagradecidos. Si Dios es bueno con malvados y desagradecidos, también nosotros debemos serlo con nuestros enemigos, quizá también malvados y desagradecidos; más aún, con los que nos odian, porque puede que haya enemigos que no nos odien, y con los que nos maldicen y nos injurian, precisamente porque nos odian. Y puede que nos odien más por lo que representamos que por lo que somos, es decir, puede que nos odien por el simple hecho de ser cristianos, o por otro motivo.
Pues bien, nos dice Jesús, amad a esos que os odian por causa de mi nombre. ¿Y cómo ejercitar este amor? Fundamentalmente, deseándoles y haciéndoles el bien, o respondiendo a su maldición con una bendición y a su injuria con una oración en su favor. Son los modos posibles de amar a nuestros enemigos. es también el modo con el que desearíamos ser tratados nosotros en cualquier circunstancia, incluso por aquellos a los que no profesamos ninguna simpatía. Pero ¿cómo amar al enemigo, cuando éste es alguien que ha despertado nuestro odio? ¿Cómo amar al que nos aborrece, maldice o injuria? ¿No es el mandamiento de Jesús una pretensión imposible? Pudiera parecerlo. Pero si somos realmente hijos de este Dios que es bueno con los malvados y desagradecidos, es posible. Bastaría con que nuestro Padre, Dios, transformara nuestra carga negativa de sentimientos hacia esos a quienes consideramos enemigos. Dios puede darnos su mirada, una mirada que nos permita percibir su misma bondad presente en sus criaturas y, finalmente, amar lo que hay de amable en ellas. En suma, podemos amar a nuestros enemigos, porque Dios puede mostrarnos la bondad que hay en ellos y transformar nuestro odio inicial en compasión o nuestra antipatía en simpatía. En cualquier caso, siempre podremos hacer el bien a los que nos aborrecen, injurian o desprecian; porque para hacer el bien basta con ser bueno, y el hecho de que los demás no lo sean o no merezcan el bien que se les hace no debe ser un obstáculo insalvable para los agentes del bien. También se puede orar por ellos; y orar ya es una manera de disponerse para la práctica del bien. Y si amar es desear el bien de la persona amada, hacer el bien debe ser una expresión de amor. ¿Consideramos que tenemos personas enemigas? En tal caso, ¿cúal es nuestra actitud para con ellas?